Un marido sustituto - Lucy Gordon - E-Book
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Un marido sustituto E-Book

Lucy Gordon

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Beschreibung

Heather se sentía profundamente humillada desde que Lorenzo Martelli la había dejado plantada en el altar. Ella culpaba de todo a su hermano Renato, por eso le sorprendió tanto cuando todos empezaron a insistir en que Renato ocupara el lugar de su hermano Lorenzo y se casara con ella solo para arreglar la situación. Renato era un hombre con mucho poder y poco acostumbrado a recibir órdenes de nadie. Pero creía que era su deber casarse con Heather. ¿Aceptaría tener un marido suplente una mujer tan orgullosa como ella? A lo mejor la increíble atracción que ambos sentían la ayudaría a decidirse.

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Seitenzahl: 199

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Lucy Gordon

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un marido sustituto, n.º 345 - junio 2022

Título original: Wife by Arrangement

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-680-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Heather, tu amante siciliano está aquí.

Heather levantó la cabeza.

—Lorenzo no es mi amante —insistió—. Es solo…

—¿Un amigo? —preguntó Sally no sin cierta malicia—. Pues si ese hombre no es tu amante, a ver si lo es pronto. Si alguien tan grande, tan sexy y con una mirada que dice «vente a la cama» fuera mío, no perdería el tiempo y me acostaría con él cuanto antes.

—¿Puedes hablar un poco más bajo? —dijo Heather, al darse cuenta de que todas las mujeres que estaban en la sala de personal las miraban con patente interés.

Heather trabajaba en el departamento de perfumería de Gossways, los grandes almacenes más lujosos de Londres, y estaba tomándose el descanso de la tarde. Sally era su compañera, y trabajaba en el mostrador de al lado.

Heather se levantó y sonrió al pensar en Lorenzo Martelli, el guapo y divertido joven que había entrado en su vida hacía un mes, y que le provocaba ese agradable cosquilleo en el estómago.

—No sabía que conocieras a Lorenzo —le dijo a Sally.

—No lo conozco, pero ha preguntado por ti y tiene aspecto siciliano: sensual y con esa mirada que te invita desde el primer momento. Corre a atenderlo o salgo yo.

Heather se rio y se dirigió hacia su mostrador, ansiosa por ver a Lorenzo.

Habían quedado para salir por la noche, pero le encantaba la idea de que hubiera ido a verla un poco antes.

Sin embargo, al llegar comprobó que no se trataba de Lorenzo.

Lorenzo era alto, castaño claro, con el pelo rizado, y tenía veintitantos años.

Aquel hombre tenía más de treinta, lucía una cicatriz en una mejilla y su rostro era demasiado irregular para poder ser considerado guapo. Sus rasgos eran duros y firmes.

Era alto y fuerte, de hombros anchos y con el pelo negro. Tenía los ojos oscuros y ese color de piel mediterráneo, característico del Sur de Italia.

Nada más verlo entendió por qué Sally lo había calificado como sexy y sensual, y por qué decía que daba la sensación de que estaba dispuesto a llevarla a la cama de inmediato. Sin duda era el tipo de hombre que juzgaba a las mujeres según deseara o no acostarse con ellas o supusieran o no un reto.

A Heather la sorprendía que la miraran así, pues, a pesar de que tenía un rostro bonito y una armoniosa figura, no podía decirse que fuera voluptuosa o despampanante. A sus veintitrés años aún no había recibido un silbido por parte de ningún hombre.

—¿Es usted el caballero que ha preguntado por mí? —le preguntó.

Él miró a la placa con el nombre que ella llevaba en la camisa.

—Sí.

Su voz era oscura, profunda, con un marcado acento italiano.

—Tengo que comprar perfumes para varias mujeres, incluida mi madre. Tiene sesenta años y es una mujer muy respetable. Pero, secretamente, habría deseado que su vida hubiera sido un poco más excitante.

—Sí, entiendo —dijo Heather, y sacó un perfume atrevido pero elegante y sutil. Estaba impresionada por el comprensivo comentario de aquel hombre sobre la naturaleza de su madre.

—Sí, este será perfecto —dijo—. Y ahora entramos en la parte delicada del asunto. Tengo una amiga, hermosa, sensual, de gustos caros. Se llama Elena y tiene una personalidad extravagante, misteriosa y apasionada. Estoy seguro de que entiende a qué me refiero.

Lo entendía todo. Por ejemplo, entendía que aquella tal Elena se sintiera atraída por aquel hombre, a pesar de su atractivo poco convencional.

—Por supuesto, señor. El perfume más apropiado sería Deep of the Night.

—Suena como ella.

Heather se puso una gota de perfume en la muñeca y se la acercó. Al inhalar, ella sintió el esfuerzo de aquel hombre por controlar sus impulsos y comportarse de un modo civilizado. Tuvo tentaciones de apartar la mano.

—Admirable —dijo él—. Quiero el frasco más grande.

Heather casi se atraganta. Aquel era el perfume más caro que tenían, lo que significaba que su comisión prometía ser muy razonable.

—Ahora quiero algo para una mujer muy diferente: alegre y divertida.

—Summer Dance puede ser adecuado. Es fresco, de aromas florales…

—¿No resulta infantil?

—No, en absoluto. Es muy sofisticado.

Se lo probó en la otra muñeca y él le agarró la mano. Heather sintió todo el calor de su aliento sobre la piel y algo la urgió a que la dejara escapar. Era un sentimiento absurdo, pues ni siquiera la estaba mirando. Tenía los ojos cerrados. Seguramente estaría pensando en su amante. El modo en que le agarraba la muñeca era impersonal.

Pero, de pronto, se dio cuenta de que no había nada impersonal en aquel hombre. Todo en él era intenso y emocional. Por algún motivo, resultaba muy peligroso.

—Perfecto —murmuró él—. Por lo que se ve nos entendemos muy bien.

—Trato de entender a todos mis clientes, signore —respondió ella—. Es mi trabajo.

Él sonrió complacido.

—¿Habla italiano?

Ella sonrió.

—Algo de italiano y unas diez palabras de siciliano —respondió, sin entender por qué había mencionado Sicilia.

Él la miró con curiosidad.

—Me pregunto por qué está aprendiendo mi dialecto.

—Solo he aprendido unas cuantas palabras de un amigo —dijo ella—. Pero, volvamos al tema que lo ha traído aquí.

—Si no hay más remedio —dijo él.

Heather lo miró fijamente.

—Dígame, ¿para cuántas mujeres necesita perfumes?

Él se encogió de hombros.

—¿Es eso importante?

—Lo es si tienen personalidades diferentes.

—Muy diferentes —le confirmó—. Me gusta tener una mujer para cada estado de ánimo. Mineta es alegre, Julia es musical y Elena es oscura y sensual.

Estaba tratando de ponerla nerviosa, no había duda. En sus ojos se intuían mensajes que iban más allá de lo que decía.

—Bien. Eso hará que todo sea mucho más fácil.

—¿Fácil?

—Es un hombre con solo tres estados de ánimo.

Heather se sorprendió a sí misma al decir algo así. Una buena vendedora solo pensaba en vender, no se dedicaba a entrar en batalla con un cliente y arriesgarse a ofenderlo. Aunque, por lo que parecía, no lo había ofendido. Más bien parecía divertido con el comentario.

—Tiene razón —le dijo—. Tres no son suficientes. Tengo una vacante para una amante ingeniosa. Usted encajaría perfectamente.

—No lo creo —respondió ella.

—¿Y eso por qué? —se rio él.

Heather también se rio.

—Para empezar, no me gusta ser parte de una multitud. Tendría que librarse de las demás.

—Estoy seguro de que valdría la pena.

—Lo siento, pero no estoy en el mercado.

—¡Claro! Tiene usted un amante, ¿no es así?

Una vez más salía aquella palabra. ¿Por qué todo el mundo le atribuía amantes de repente?

—Digamos que tengo un amigo que me gusta.

—Y que es siciliano, ¿no? Por eso está aprendiendo siciliano, con la esperanza de casarse con él.

Heather se ruborizó y para ocultar su turbación respondió con cierta dureza.

—Si lo que quiere decir es que le he lanzado el anzuelo le diré que está equivocado y que esta conversación ha llegado a su fin.

—Le pido disculpas. Sé que no es asunto mío.

—No, no lo es.

—Pero espero que ese hombre no la esté engañando, seduciéndola, prometiéndole matrimonio, para acabar por escaparse a su país.

—No soy tan fácil de seducir —respondió ella.

—Todavía no le ha dado acceso a su cama —afirmó—. Eso es o muy inteligente por su parte o muy descuidado por la de él.

Indignada le lanzó una mirada desafiante y lo que recibió en respuesta la sorprendió.

A pesar del tono sensual de sus palabras, había en ellas la misma frialdad y cálculo con que había anunciado que quería el frasco de perfume más caro.

—Usted no viste como las otras, ¿por qué?

Heather siempre iba impecable, con su largo pelo castaño claro elegantemente peinado. Pero, mientras otras empleadas vestían con estilos algo provocativos, ella se resistía, prefiriendo algo clásico.

—Supongo que la razón es que es usted una mujer orgullosa y sutil. Demasiado orgullosa para ponerlo todo en el escaparate y sutil como para darse cuenta de que, si algo se esconde resulta más sugerente. Hace que uno se pregunte cómo estará sin ropa.

Aquel era un ataque directo y frontal y Heather no pudo evitar sentirse en cierto modo halagada, aunque reconoció la necesidad de ponerlo en su sitio.

—¿Desea algo más, señor? —preguntó ella, tratando de cortar la conversación.

—Por supuesto que sí —respondió él—. Me gustaría llevarla a cenar. Así podríamos discutir qué es lo que deseo de usted. Soy un hombre generoso. Dudo que su novio se case con usted. Desaparecerá y la dejará con el corazón partido.

—Y entonces será usted el que me alegrará la vida en ese duro trance, ¿no es eso?

—Depende de qué sea lo que la alegra. Podemos empezar con diez mil libras. Si juega bien la partida, podría usted sacar mucho de mí.

—Y yo creo que cuanto antes se marche de aquí, mejor. No me interesa su dinero y si sigue haciéndome ese tipo de propuestas voy a llamar a seguridad.

—Veinte mil libras.

—¿Le envuelvo los regalos o ha cambiado de opinión ahora que no va a obtener nada de mí?

—¿Qué opina usted?

—Qué será mejor que se busque a una mujer que esté en venta. Yo solo vendo perfumes y asumo que estos no los quiere.

Él se encogió de hombros.

—Será mejor que se vaya, estamos a punto de cerrar.

Él le lanzó una sonrisa y se alejó con aire triunfante, como si hubiera conseguido algo.

Heather estaba furiosa. Sus esperanzas de una sustanciosa comisión se habían desvanecido y, además, la había insultado. Pero lo peor era que, durante un momento, había logrado hacer que le resultara atractivo.

Finalmente, la frialdad de su mirada le había dicho que la mujer que se acostara con ese hombre solo podía hacerlo por dinero, porque amarlo era un grave error.

Se apresuró a llegar a casa. Su compañera de piso no estaba, así que tenía todo el lugar para ella. Así podría prepararse tranquilamente para la noche que iba a pasar con Lorenzo Martelli, el joven al que Sally llamaba su amante. No era su amante, y jamás la presionaba para que lo fuera.

Durante el mes que llevaban juntos, se había sentido como si estuviera bajo un encantamiento. No era amor, pues amor era lo que había sentido por Peter, y había sufrido mucho cuando la había dejado. Lorenzo la había sacado de su dolor y su tristeza.

Lo había conocido a través de un representante del supermercado de Gossways. Los Martelli comerciaban con frutas y verduras que provenían de sus grandes posesiones en los alrededores de Palermo

Lorenzo había sido nombrado recientemente jefe de exportaciones, y había ido a Londres a presentarse a los clientes.

Se hospedaba en el Ritz y, de vez en cuando, la llevaba a comer allí. Siempre traía algún regalo para ella que le daba con una mirada de entrega.

No sabía qué le depararía el futuro con él. Sin duda, Lorenzo tenía algo de playboy y Heather estaba segura de que muchas mujeres se sentirían tremendamente decepcionadas cuando se casara. No es que ella estuviera contando con el matrimonio. Sabía que su compañía, su aire jovial y alegre, la estaba ayudando mucho en aquel momento, y ya encontraría el modo de superarlo cuando se marchara.

Al llegar a casa había encontrado un mensaje en el que le pedía que se pusiera el vestido azul de seda que le había regalado, pues acentuaba el color azul oscuro de sus grandes ojos.

Como siempre, él llegó cinco minutos antes de la hora, con una rosa y un collar de perlas que le había comprado para que combinara con el vestido.

Al verlo no pudo por menos que sonreír. Era como un joven y guapo gigante, con una sonrisa expresiva que invitaba a todo el mundo a compartir su felicidad.

—Mi hermano Renato ha llegado de Italia —le dijo—. Yo debería haber vuelto hace dos semanas. Sabe que me he quedado por ti, y quiere conocerte. Seremos sus invitados esta noche en el Ritz.

Durante el corto trayecto hasta el hotel, Lorenzo le habló de su hermano. Con mucho trabajo, había conseguido mejorar la producción de los campos, logrando sacar de ellos tres veces más de lo que daban antes. Eso había hecho que los Martelli fueran productores de lujo que abastecían a las mejores tiendas y hoteles del mundo.

—Solo piensa en trabajar —dijo Lorenzo—. En cómo hacer dinero y dinero. Yo prefiero gastarlo.

—Seguro que él se da cuenta y quiere saber con quién te lo estás gastando —tocó las perlas que le acababa de dar.

—Le vas a gustar, créeme. No tengas miedo —le murmuró, mientras se disponía a abrir la puerta del taxi.

—No tengo miedo. Pero, ¿y tú?

—No. Sin embargo, es el cabeza de familia, y eso en Sicilia es muy importante.

Heather sintió mucha curiosidad por conocer a aquel hombre que parecía tan importante en la vida de Lorenzo.

Al llegar al restaurante, miró de un lado a otro, hasta que vio en una mesa a un hombre que estaba sentado solo.

Él se levantó al ver que se aproximaban, con una gran sonrisa dibujada en el rostro.

Heather sintió una profunda indignación al ver de quién se trataba.

—Buenas noches, signorina —dijo Renato Martelli, con una ligera reverencia—. Es un placer conocerla.

—Querrá decir, «vernos de nuevo» —dijo ella con frialdad—. No creo que haya olvidado nuestro encuentro en Gossways esta tarde.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lorenzo—. ¿Ya os conocéis?

—Sí. Estaba tan impaciente por saber quién era la dama de la que tanto he oído hablar, que he ido a verla, fingiendo ser otra persona. Espero que me pueda perdonar por ello.

Heather lo miró con reticencia.

—Me lo pensaré.

Renato le ofreció galantemente una silla.

Finalmente, todos se sentaron.

—¿Quién has fingido ser? —preguntó Lorenzo.

—Tu hermano vino a mi departamento haciéndose pasar por un cliente —dijo Heather.

—Pensé que así podríamos conocernos en una atmósfera más natural —explicó Renato—. Estoy seguro de que ya se habrá formado una opinión de mí.

—Sí, claro que sí —le aseguró ella.

Lo dejó ahí. Su comentario habría ido mucho más lejos, pero prefirió no continuar.

Llegó el camarero y, tras pedir la cena, Renato añadió:

—Y una botella de su mejor champán.

Lorenzo asintió animado, mientras que Heather cada vez estaba más indignada. ¿Es que tenía que saltar de felicidad cada vez que Renato les hacía un favor? Jamás habría adivinado que eran hermanos, pues tenían físicos muy diferentes. Sabía que Sicilia había sido invadida por pueblos muy diversos y achacaba a eso las diferencias.

Mientras que Lorenzo tenía unos rasgos delicados, los ojos azules y el pelo claro, Renato era uno de esos hombres que maduran demasiado deprisa y a los que no es fácil imaginar de muchachos.

Era fuerte, con un cuerpo atlético, vestido con ropa cara. Pero el traje no le era adecuado. Parecía un hombre hecho para estar al aire libre, montado en un caballo y en mangas de camisa.

Por fin llegó el champán, que el camarero sirvió en copas altas.

—Por el placer de poder conocerla, Heather —brindó Renato.

—Por nuestro encuentro —respondió ella, cambiando sutilmente el significado de sus palabras.

Durante la comida, Renato habló de su hermano.

—Se suponía que tenía que estar aquí solo dos semanas. La cuestión es que siempre encontraba una excusa para no volver. Ahora entiendo cuál es la verdadera razón: el poder de una mujer. Por primera vez está hablando de matrimonio…

—¡Renato! —protestó Lorenzo.

—Ignóralo —dijo Heather—. Está tratando de desconcertarte.

—Parece usted entenderme por instinto —dijo Renato aparentemente impresionado.

—Yo no necesito ningún instinto especial. Se ha pasado una buena parte de la tarde tratando de desconcertarme a mí. Es algo que le gusta hacer.

Él levantó la copa.

—Estoy impresionado. Creo que voy a necesitar tener cuidado con usted.

—Esa es una buena idea —respondió ella—. Aunque asumo que no es nueva. En cuanto Lorenzo ha empezado a insinuar algo sobre matrimonio, usted ha tomado un avión y ha venido a ver si soy lo suficientemente buena para él.

—He venido a ver si es tan maravillosa como él dice —respondió—. Y, ciertamente lo es.

A pesar de aquel comentario aparentemente encantador, ella no se dejó engañar ni un momento. Sabía que Renato era uno de esos hombres que no hacen nada si no es para obtener algo.

—Seamos sinceros —dijo ella—. Lorenzo es un Martelli y podría casarse con alguna rica heredera. Cuando descubrió que le estaba prestando atención a una pobre y débil vendedora de perfumes, la alarma saltó. Esa es, señor Martelli, la verdad.

Renato se ruborizó ligeramente.

—Ahora es usted la que me está desconcertando.

—Y no lo hago mal, ¿verdad?

La respuesta de él fue una sonrisa, masculina, brillante, intensa, que provenía del fuego que había en su interior.

—De acuerdo. Yo también voy a ser franco. No creo que se la pueda calificar de «pobre y débil». Yo la veo como una mujer fuerte, arrogante, que piensa que puede obtener lo mejor del mundo, incluso lo mejor de mí. Y puede que tenga razón.

—Algo me dice que asume que tendré que establecer una constante pelea contra usted.

—Quizás sea así. Aún no lo he decidido.

—Bien, estoy esperando —dijo en un tono irónico que parecía decir justo lo contrario.

Él levantó su copa para brindar.

Heather hizo lo mismo.

—Renato es así. No dejes que te asuste.

—Déjala que pelee en su propia batalla. Es más capaz de lo que tú crees —dijo Renato—. Verá, sé muchas cosas sobre usted. Sé que dejó la escuela a los dieciséis años y consiguió un trabajo en una papelería. Durante cuatro años fue de trabajo en trabajo, siempre escalando un poco, hasta que hace tres consiguió un puesto en Gossways. Trató de que la metieran en su programa de formación para jefes, pero le dijeron que solo admitían licenciados. Entonces se puso a estudiar idiomas, trabajó duro y consiguió unas altísimas cifras de ventas. Con todo eso se los ganó y ha conseguido entrar en el próximo programa. Es una mujer formidable.

—¡Yo no sabía nada de eso! —dijo Lorenzo.

—Me ha espiado y me parece realmente poco elegante por su parte.

—¿Me crees cuando te digo que yo no haría algo así? —preguntó Lorenzo.

—A ti ni siquiera se te habría ocurrido pensarlo —dijo Renato.

Heather sintió de repente la necesidad de alejarse de los dos hombres, así que se levantó.

—Si me disculpan.

Se dirigió al servicio y se sentó frente al espejo, preguntándose por qué en el mundo las cosas siempre eran complicadas.

Estaba en el restaurante del Ritz con dos hombres que le prestaban toda su atención. Eso debería ser suficiente para que se sintiera bien.

Pero Renato Martelli la incomodaba.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

En cuanto Heather se marchó, Renato expresó su opinión.

—Mi enhorabuena. Es encantadora.

—¿De verdad te gusta? —preguntó Lorenzo.

—Sí. Creo que es una mujer admirable. Admito que me esperaba a alguien vulgar, pero he de reconocer que es toda una dama, lo que debe ser una excepción para ti. La verdad es que ya es hora de que sientes la cabeza.

—Un momento. Me estás presionando. ¿Por qué le has dicho que yo he hablado de matrimonio?

—Porque lo hiciste.

—Lo que yo dije fue que, si pensara en casarme, sería con alguien como ella. Pero ese es un paso muy grande.

—Sería buena en ti la influencia de una mujer como ella, ahora que aún eres joven.

—Pero tú no te casaste a mi edad.

Renato sonrió.

—Aparte de nuestra madre, ninguna mujer ha ejercido influencia alguna sobre mí —dijo Renato con frialdad.

—Pues no es eso lo que yo he oído.

—Magdalena Conti no tuvo ninguna influencia, solo me enseñó que las relaciones permanentes no son para mí. Pero tú eres diferente. A pesar de tu irresponsabilidad, serías un estupendo marido.

—¡Oh, no! Ya veo por dónde vas. Uno de nosotros tendría que casarse para proporcionar un heredero a los Martelli. Pero yo no estoy dispuesto a ser el corderito a sacrificar. Tú eres el mayor y te corresponde a ti.

—Olvídalo.

—No quieres renunciar a tu modo de vida, siempre rodeado de mujeres —dijo Lorenzo con cierta indignación.

—La fidelidad no es mi fuerte —admitió Renato.

—¿Por qué no puede ser Bernardo el que se encargue de dar un heredero a la familia?

—Bernardo, aunque sea hijo de papá, no lleva su apellido. Además, sus hijos no serían nietos de nuestra madre. Tenemos que ser tú o yo y, puesto que eres tú el que está enamorado, te corresponde a ti.

—Sí, pero…

—Ya viene. No seas tonto. Asegúrate de que sea para ti.

Ambos se levantaron cuando ella se aproximó a la mesa y Lorenzo le besó la mano. Ella había recobrado la compostura pero, por dentro, aún se sentía extraña.

Mientras comían, un considerable número de conocidos se acercó a saludarlos. Todos ellos miraban a Heather con curiosidad. Ella se sentía incómoda, como si estuviera tocando un terreno resbaladizo. Algo estaba ocurriendo y ella no sabía qué era.

Cuando ya estaban en el postre, Renato le señaló a su hermano a un comensal.

—Ahí está Felipe di Stefano. Necesitas hablar con él.

Lorenzo se levantó y se dirigió hacia la mesa de di Stefano.

Renato aprovechó para interrogar a Heather.

—Quería que tuviera ocasión de decirme con toda sinceridad lo que piensa de mí.

—Si lo hiciera, nos pasaríamos aquí toda la noche.

Él se rio.

—Vamos, adelante.

—Su impertinencia ha estado a punto de ponerme en evidencia ante mis jefes. Me estaba poniendo a prueba, ¿verdad? Estaba comprobando si soy la mujer adecuada.

—Sentía curiosidad por conocer a la mujer que tanto ha impresionado a mi hermano. Si le hubiera dicho quién era, no habría actuado con naturalidad. Habría tratado de impresionarme.

—¿Qué le hace pensar que habría querido impresionarlo?

—Le presupongo la inteligencia suficiente como para saber que no podría casarse con mi hermano sin impresionarme primero a mí.

—Sigue asumiendo que me quiero casar con él. Pero creo que, realmente, no quiero, no si eso significa estar vinculada a usted.

—Admito que he sido poco delicado. Pero quizás me perdone cuando oiga lo que tengo que decir. Admiro el modo en que llevó la situación.

—¿Lo… lo hizo a propósito? —preguntó ella.