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A Lindsey Gray, reportera del periódico local, se la acusaba de haber robado el corazón de Dan Meadows, el jefe de policía. Diez años mayor que ella, Meadows siempre la había considerado como una hermana pequeña... pero acababa de descubrir su belleza y algo empezaba a ir mal. Con un poco de suerte era posible que no fuera demasiado tarde. Lindsay había sido vista por última vez intentando escapar de la ciudad. Era una chica guapa y muy atrevida. Meadows ofrecía una buena recompensa por cualquier información que pudiera ayudarlo a encontrar a aquella belleza de ojos verdes.
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Seitenzahl: 262
Veröffentlichungsjahr: 2018
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Gina Wilkins
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un policía en apuros, n.º 147 - octubre 2018
Título original: Bachelor Cop Finally Caught?
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1307-098-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
Un pastel de cumpleaños en el que se habían colocado veintiséis velas esperaba sobre la mesa a Lindsey. Un montón de gente se arremolinaba en torno a ella, en casa de su amiga Serena, para ver cómo las soplaba. Consciente a su pesar de que faltaba una persona, Dan Meadows, respiró hondo y apagó todas las velas muy eficientemente. La audiencia aplaudió entusiasmada.
—Feliz cumpleaños, Lindsey —la felicitó Serena Schaffer, abrazándola mientras hablaba.
—Gracias. Es una fiesta magnífica, Serena —respondió.
—Sí que lo es, ¿verdad? —visiblemente satisfecha, Serena miró a la habitación llena de invitados que charlaban y reían—. Cómo me alegro de que todo el mundo haya podido venir.
«No todo el mundo», se dijo Lindsey también a su pesar.
—Ojalá Dan estuviese aquí —dijo Serena, como si hubiese desarrollado de pronto un desconcertante talento para leer el pensamiento—. Me dijo que lo intentaría.
—Debe estar por ahí, intentando encontrar pistas para cazar al pirómano ese.
—Seguramente —Serena frunció el ceño—. Espero que lo arresten pronto. Dan está muy estresado últimamente. Necesita unas vacaciones.
—Eso mismo creo yo.
Lindsey pensó en las líneas que se estaban marcando lentamente en torno a los ojos de Dan y a su boca. Necesitaba algo más en su vida, aparte del trabajo. Necesitaba una buena razón para volver a casa por la noche.
Lo mismo que ella.
El marido de Serena, Cameron North, que era el jefe de Lindsey y el editor del periódico, y con quien Serena se había casado hacía tres meses, se unió a ellas en aquel momento, rodeando la cintura de su mujer con un brazo.
—¿Es que no vas a probar tu pastel de cumpleaños, Lindsey? Será mejor que te des prisa, o esos buitres acabarán con todo antes de que hayas podido probarlo.
—Seguro que alguien me guardará un trozo.
El pastel no le preocupaba en demasía y Lindsey estudió las caras de satisfacción que tenía ante sí.
Serena y Cameron se habían conocido en circunstancias poco corrientes: ella lo había encontrado tirado en una cuneta, medio muerto de una paliza, incapaz de recordar quién era o cómo había llegado hasta allí. Cinco meses después, se casaban. Cameron había recuperado prácticamente toda la memoria, pero le había dicho sin sentir la más mínima vergüenza que por lo que a él se refería, su vida no había empezado de verdad hasta conocerla a ella al despertar en el hospital.
Aunque le había tomado el pelo por ser tan sentimental, a Lindsey le había conmovido aquella confesión. Y también había experimentado un poco de envidia. Serena y Cam habían sabido tan pronto que eran el uno para el otro… ¿cómo podía haberles sido tan fácil?
Bueno, para ser justa, tenía que reconocer que no había sido tan fácil. Había presenciado el sufrimiento de Serena cuando Cameron volvió a Texas a redescubrir su pasado, antes de darse cuenta de que su futuro quería pasarlo al lado de Serena, pero desde luego no había tardado veinte años en apreciar lo que tenía delante de los ojos.
Decidida a no malgastar más tiempo de su fiesta de cumpleaños lamentándose por Dan, sonrió y pidió en voz alta que alguien le pasara un trozo de tarta. Se echó a reír cuando al menos seis personas le pusieron un plato delante. Tenía muchos amigos, se recordó, un trabajo con el que disfrutaba, la libertad para poder perseguir sus sueños donde quiera que la llevasen, y si el sueño romántico que la había traído de vuelta no estaba destinado a hacerse realidad… pues bueno, ya encontraría un sueño nuevo en alguna otra parte.
Veinte años era tiempo más que suficiente que invertir en una fantasía que se temía que nunca llegase a hacerse realidad.
A la mañana siguiente, como solía hacer en contadas ocasiones los sábados por la mañana en que no tenía que trabajar, se dedicó a limpiar un poco la casa en la que había crecido. Había heredado aquella casa de tres dormitorios hacía tres meses, a consecuencia del fallecimiento de su padre tras una larga enfermedad. Había muerto el lunes siguiente al día de Año Nuevo, lo que había hecho de aquellas fiestas unos días bastante tristes, tal y como lo venían siendo desde que empezó a encontrarse más débil. Sus muchos amigos en Edstown se habían asegurado de que estuviese poco tiempo sola.
Su hermano mayor, B.J., militar de carrera, había insistido en que se quedara ella con la casa, puesto que había sido ella quien había vivido allí durante los dos años que había durado la enfermedad de su padre. Aunque ella había aducido que lo había hecho porque quiso, B.J. se había negado a aceptar su parte de la casa, contentándose con una parte en la modesta suma pagada por el seguro.
Llevaba un par de semanas pensando en poner la casa en el mercado, y cuando la vendiera, le entregaría una parte de lo que sacara a su hermano. Luego, se buscaría trabajo en un mercado mayor, Little Rock, Atlanta, incluso Dallas, y allí empezaría una nueva vida. Tenía las credenciales, la ambición y las conexiones necesarias para hacerlo. Nada la retenía allí.
Nada, suspiró.
El timbre sonó justo cuando acababa de terminar de pasar la aspiradora en el salón. Antes de abrir, se miró con disgusto. Llevaba una camiseta verde que le quedaba enorme, unos holgados pantalones cortos y unas zapatillas de estar por casa moradas. Tenía el pelo que parecían greñas rojas alrededor de la cara con algún que otro restregón de suciedad, y con la esperanza de que se tratase de algún vendedor, abrió la puerta.
Tal y como llevaba ocurriéndole ya veinte años, el corazón le dio un vuelco cuando vio a Dan Meadows frente a ella. Y tal y como había hecho desde que era lo bastante mayor para entender el significado de la palabra orgullo, ocultó su reacción tras una descarada sonrisa.
—Eh, jefe, ¿qué es de tu vida?
Él, vestido con un jersey color arena y unos viejos vaqueros, la miró de arriba abajo.
—¿Es que has perdido el calendario? Estamos a principios de marzo, y no a mediados de verano.
—Estoy limpiando —contestó, encogiéndose de hombros.
—Ah. Eso explica tu nuevo perfume. Creía que te habías pasado a Eau de Pino.
Arrugando la nariz en respuesta a un chiste tan malo, lo invitó a entrar.
—Puesto que está ya todo limpio, puedes pasar.
—¿Cómo resistirse a una invitación tan airosa? —contestó, y al pasar junto a ella sacó un paquete que traía oculto a la espalda—. Feliz cumpleaños, Lindsey. Siento felicitarte con un día de retraso.
Cerró la puerta y estudió el original papel de regalo y el lazo.
—Es imposible que el paquete lo hayas hecho tú. Es demasiado bonito.
—Tienes razón. Lo han envuelto en la tienda.
—Casi da pena abrirlo.
—¿Y qué te hace pensar que hay algo dentro? Puede que el regalo sea precisamente el paquete.
—Y también puede que tu cabeza esté llena de serrín.
Riendo, le alborotó el pelo, exactamente del mismo modo que hacía cuando Lindsey era una niña pegada a los talones de su hermano y de él. Además, la diferencia entre el uno ochenta y cinco de él y el uno sesenta y uno de ella, se lo ponía aún más fácil para tratarla como a una niña.
—Anda, abre el regalo, princesa.
El uso del apelativo con el que se dirigía a ella cuando eran niños, hizo flaquear un poco su sonrisa.
—Sí, claro.
Con la confianza de alguien que había pasado en aquella casa mucho tiempo durante los últimos veinte años, Dan se acomodó en el sofá con un brazo extendido en el respaldo y las piernas estiradas. El pelo castaño le caía sobre la frente, terminando en un rizo justo sobre sus ojos oscuros. Parecía cansado, y había una sombra gris en sus sienes, pero Lindsey podía ver con facilidad el rastro del guapo adolescente en el hombre atractivo en el que se había convertido.
Ella se sentó en una silla, con el regalo sobre las piernas. Aunque normalmente rompía el papel de los regalos al abrirlos, abrió aquel con una exasperante lentitud, solo porque sabía que Dan se volvería loco.
—Como sigas así, va a llegar tu próximo cumpleaños y aún no habrás abierto ese regalo —se quejó.
—Quiero saborear el momento. Normalmente me das dolores de cabeza, y no regalos.
—¿Que yo te doy dolores de cabeza? Pero si eres tú la periodista pelmaza que se me pega cada dos por tres en busca de alguna noticia caliente… si es que eso existe en Edstown.
—Yo solo hago mi trabajo, jefe.
—Ya, pues a veces a mí me haces muy difícil el mío.
Puesto que era un viejo contencioso entre ellos, Lindsey lo dejó pasar y quitó el último trozo de papel.
—Dan —se sorprendió—. Es precioso. Gracias.
Su sonrisa fue un poco presumida.
—¿A que sé lo que te gusta?
Sí, lo sabía… pero lo que le gustaba cuando tenía doce años.
Había coleccionado unicornios desde que era una niña hasta que empezó la universidad. Su habitación estaba llena de ellos, las paredes cubiertas con pósters de unicornios. Y Dan le había comprado otro de cristal marrón para su vigesimosexto cumpleaños, sin darse cuenta de que ya no era la niña que él conocía desde hacía tanto tiempo.
Con el corazón dolido, colocó el unicornio, símbolo perfecto de las fantasías sin esperanza, sobre la mesa.
—¿Has comido? Yo estaba a punto de hacerlo.
—La verdad es que estoy muerto de hambre. ¿Qué tienes?
—Sándwiches.
—Mi plato favorito —bromeó.
Sonriendo, Lindsey entró en la cocina y preparó unos sándwiches de queso y jamón, pepinillos y una ensalada con salsa ranchera. Durante la comida hablaron de su hermano, que era el mejor amigo de Dan desde la adolescencia, y sus amigos comunes en Edstown. Le preguntó por sus padres, que solían pasar el invierno en el sur de Texas, y él le dijo que estaban bien y que había hablado con ellos el día anterior.
Hubo un par de temas que evitaron deliberadamente, como por ejemplo el del pirómano que se les estaba resistiendo, y por supuesto, el tema de que jamás hablaban: el amargo divorcio de Dan dos años antes, apenas seis meses antes del que Lindsey volviera para cuidar de su padre. Aun en el caso de que Lindsey hubiera querido hablar del desastre de su matrimonio, que no quería, Dan no habría cooperado. Había prohibido que se mencionase el nombre de su ex mujer en su presencia.
—En fin, que el ruido que la señora Treadway decía haber oído en su ventana no era más que la rama rota de un árbol. Desgraciadamente, cuando lo descubrimos, estábamos ya calados hasta los huesos, cubiertos de barro, medio congelados y a punto de ser convertidos en salchichas por el rottweiler de la señora Treadway.
Lindsey se rio de la anécdota, a pesar de la forma tan extraña que había tenido de contársela.
—Así que has conocido a Baby, ¿no?
Él se estremeció.
—Baby estuvo a punto de morderme en una zona muy sensible. Te juro que sentí su respiración en…
—Me lo imagino —lo interrumpió rápidamente. No estaba preparada en aquel momento para imaginarse las zonas sensibles de Dan—. Baby no es tan malo como parece. Cuando está con la señora Treadway es bueno como un oso de peluche.
—Sí, pues gracias a él, he estado a punto de dejar de cantar como barítono en el coro de la iglesia para pasar a soprano.
Sonriendo, señaló su plato.
—¿Quieres comer algo más? Tengo un poco de pastel de cumpleaños que Serena se empeñó en que me trajera.
—Vale. Siento haberme perdido tu fiesta, pero es que me lié en la comisaría y no pude salir hasta las once.
—Lo que explica lo de esas ojeras —dijo, mientras le ponía el plato con la tarta—. No descansas nada, Dan. Serena piensa que necesitas una vacaciones.
—¿Ah, sí?
—¿Cuándo fue la última vez que te tomaste más de veinticuatro horas seguidas de descanso?
Él se encogió de hombros.
—No sé. Hace tiempo —admitió—. Pero me temo que lo de las vacaciones va a tener que esperar por ahora. No puedo irme mientras un chalado intenta quemar todos los edificios de la ciudad.
—Suelen pasar algunas semanas entre incendio e incendio. Tendrías tiempo de tomarte un descanso mientras otros siguen con la investigación de las pistas.
—Ese es el problema: que no tenemos pistas —se quejó—. Es un tipo escurridizo, y sabe bien lo que hace. No deja una sola huella.
—Terminará por cometer un error, y cuando lo haga, le echarás el guante.
—Sí, pero para eso tendrá que volver a incendiar. Por ahora ya llevamos una muerte, y no quiero que haya más gente en peligro; ni siquiera los bomberos.
—Lo pillarás —predijo de nuevo.
—No lo dudes. Pero para eso no puedo irme de vacaciones. Además, ¿quién se va de vacaciones en esta época del año?
—¿Gente cansada que necesita un descanso?
Dan se limitó a encogerse de hombros y a llenarse la boca con un buen pedazo de tarta.
—Me alegro de haber venido —dijo después de haberse acabado el dulce y el té—. Hacía mucho tiempo que tú y yo no teníamos la oportunidad de charlar un rato… sin que tú tuvieras un cuaderno en la mano, quiero decir.
—Es cierto. Apenas nos hemos visto desde que vino B.J. al funeral de mi padre.
La mención del padre de Lindsey empañó un poco su sonrisa.
—Todo te va bien, ¿no? Me refiero a lo de vivir en esta casa sola y eso.
—Sí, estoy bien. Por supuesto echo de menos a mi padre, pero estaba tan enfermo y debilitado que ya tenía asumido que iba a marcharse. Además, no es la primera vez que vivo sola, ya lo sabes. Estuve tres años viviendo sola antes de volver para cuidarlo.
—Si necesitas algo, dímelo, ¿vale? Le prometí a B.J. que te echaría un vistazo de vez en cuando.
—Gracias, pero soy perfectamente capaz de cuidarme sola.
—Lo sé —contestó, y consultó el reloj—. Estoy muy a gusto aquí, pero tengo que irme. Me espera un montón de trabajo en la comisaría.
Lindsey lo acompañó a la puerta.
—Intenta no volver demasiado tarde a tu casa —le aconsejó—. No servirías para nada si te da un colapso de tanto cansancio.
Él se rio y fue a revolverle el pelo otra vez.
—Hablas igual que mi hermana.
—Pues no lo soy, y como se te ocurra volver a hacerme eso en el pelo, te muerdo la mano.
—¡Ahora sí que te has parecido a mi hermana! —replicó él, riendo.
Lindsey apretó los dientes y abrió la puerta.
—Adiós, Dan. Y gracias otra vez por el regalo de cumpleaños.
—De nada.
Bajaba ya las escaleras cuando a Lindsey se le ocurrió decir:
—Estoy pensando en vender la casa.
Él se detuvo y se volvió sorprendido.
—¿En serio? ¿Por qué? ¿Es que es demasiado cara de mantener?
—No, no es por eso. Es que estoy pensando en la posibilidad de buscar trabajo en una ciudad más grande. En Atlanta o Dallas.
—Ah —se guardó las manos en los bolsillos como si no supiera bien qué responder—. Bueno… supongo que tendrías mejores perspectivas para tu carrera en un mercado mayor, pero… te echaríamos de menos aquí.
—Aún no he tomado la decisión final. Solo lo estoy pensando.
—Ya. Bueno, tendrás que hacer lo que te parezca mejor para tu futuro. Tengo que irme, Lindsey. Ya nos veremos.
—Sí —contestó ella, apoyada contra el marco de la puerta mientras él se subía al coche—. Ya nos veremos, Dan.
Un rato más tarde, llevó el unicornio a su habitación y lo colocó sobre la cómoda. Antes de marcharse a la universidad, había dejado embalada su colección de unicornios… aunque claro, Dan no podía saberlo. Hacía años que no entraba en su dormitorio.
Seguramente seguía imaginándosela rodeada de osos de peluche. Estúpido…
Al pasar por delante del espejo del armario se detuvo un instante. La ropa que llevaba puesta, grande y sin formas, engullía su figura, y las zapatillas de estar por casa, una especie de zuecos de pelo largo, parecían de las que se piden a los Reyes Magos. Se pasó una mano por el pelo revuelto y se quitó un restregón oscuro de la mejilla.
—No me extraña que siga pensando que tengo doce años —murmuró. Recordó entonces a la ex mujer de Dan, siempre con el pelo perfecto, la cara perfectamente maquillada, los dientes perfectos, los pechos perfectos. Se volvió de lado y sacó pecho—. Lastimoso —le dijo a su reflejo en el espejo—. Lastimoso.
Recordó todas las ocasiones en que se había encontrado con Dan, las tonterías de que habían hablado, los chistes malos que se contaban el uno al otro, casi igual que se comportaba con su hermano cuando estaba en casa. Después, cuando habían pasado a tratarse también en el plano profesional, casi siempre terminaban gritándose el uno al otro, y tenía que admitir que normalmente era ella quien empezaba. Quizá fuese culpa suya que no la viera como una mujer sexy y deseable.
Si se marchaba de la ciudad y se olvidaba de sus sueños, ¿lamentaría después no haberlo intentado? Ella no era una mujer que se rindiera fácilmente, y nunca había dudado a la hora de perseguir algo que deseaba conseguir. Excepto en el caso de Dan. ¿Qué tenía que perder… aparte de su dignidad y su orgullo?
La mujer descuidada del espejo palideció un poco, pero un brillo decidido apareció en sus ojos verdes. Dan Meadows iba a tener que enfrentarse a un serio problema.
Qué haces ya aquí? —preguntó la secretaria de Dan, mirándolo desde la puerta de su despacho.
Él levantó la mirada de los papeles que atestaban su mesa.
—¿Cómo dices?
—He dicho que anoche no te fuiste de aquí hasta después de las diez, y que ahora no son aún las ocho y ya estás dándole otra vez —Hazel Sumners movió la cabeza, exasperada—. No eres Superman, ¿te enteras? Necesitas descansar.
Él suspiró.
—Te informo de que esta noche he dormido casi ocho horas, tiempo más que suficiente para un hombre adulto.
—El descanso es algo más que dormir unas cuantas horas. ¿Qué pasa con el tiempo libre? ¿Cuándo te diviertes? Ni siquiera fuiste a la fiesta del cumpleaños de Lindsey el viernes por la noche.
—He visto a Lindsey el sábado —replicó.
—Esa no es la cuestión. Deberías haber estado en esa fiesta, pasando un buen rato con tus amigos. Deberías haberte tomado libre el sábado por la tarde para irte a pescar con Cameron, y unas horas ayer para ir a la iglesia y a cenar en algún sitio agradable. ¿Pero qué hiciste? Trabajar y trabajar, con tan solo media hora de descanso para comer un sándwich en casa de Lindsey.
—¿Pero cómo…
—Ayer por la mañana vi a Lindsey en la iglesia y le pregunté si te había visto durante el fin de semana. Me contó que te habías pasado a felicitarla y que luego te viniste inmediatamente para aquí.
—¿Preguntas a todo el mundo por mi vida privada, o solo a un puñado de elegidos?
Le hizo la pregunta en tono desenfadado, pero le molestó que Hazel siguiera sus pasos tan de cerca.
—Tus amigos están preocupados por ti, Dan… lo mismo que tus compañeros. Estás trabajando demasiadas horas y demasiado duro, y si no te lo tomas con más calma, te va a dar algo.
Dan intentó no perder la paciencia, pero le hizo falta mucho esfuerzo.
—Me tomaré un tiempo de descanso en cuanto atrapemos al pirómano.
Sin dejar de fruncir el ceño, volvió a mover la cabeza, aunque no el pelo entrecano, que llevaba bien sujeto con laca.
—Es lo mismo que dijiste el verano pasado, pero Delbert Farley lleva semanas ya en la cárcel y tú sigues trabajando al mismo ritmo. Cuando atrapes al pirómano, volverá a surgir algo, y antes de que te des cuenta, se te habrá pasado más de media vida.
—Muchas gracias por una predicción tan halagüeña. Y ahora, ¿te importaría contestar al teléfono antes de que, de tanto sonar, se caiga de tu mesa?
Hazel dio media vuelta murmurando algo entre dientes y Dan, incapaz de resistirse, masculló:
—Mujeres…
¿Qué demonios les pasaba a todas últimamente? Entre su secretaria, las amigas, las abuelas y su hermana, lo traían de cabeza con sus horarios y su falta de vacaciones. Por no hablar de Lindsey, claro… pegada a sus talones para saber todo cuanto pudiera de sus investigaciones, para luego anunciar de golpe y porrazo que estaba pensando en marcharse.
¿En qué estaba pensando? Sí, le había ido bien en Little Rock durante el par de años que estuvo viviendo allí antes de que volviese para cuidar de su padre, pero en el fondo, ella era chica de ciudad pequeña, no una de esas duras reporteras de ciudad. Y sinceramente, no le gustaría presenciar cómo llegaba a serlo.
No es que a él le importara, claro. No le había pedido su opinión. Simplemente se lo debía a su amigo B.J, a quien le había prometido que estaría al tanto de ella tras morir su padre.
Incluso en el momento de hacer la promesa había sabido que se trataba solo de una formalidad. Aunque era diez años menor que B.J. y que él mismo, Lindsey era una mujer adulta y perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones. Si elegía marcharse a Dallas o a Atlanta, incluso a la Antártida llegado el caso, poco podría hacer él por detenerla. Pero eso sí, a pesar de lo mucho que se quejaba por tenerla pegada a los talones en el terreno profesional, sabía que la echaría mucho de menos si llegaba a marcharse.
Tenía que concentrarse de nuevo en lo que estaba haciendo, de modo que miró los expedientes que tenía sobre la mesa. Contenían sumarios sobre los incendios que se habían provocado en la ciudad, empezando por el del viejo granero el verano anterior. Unas pocas semanas después de esos, una casa de alquiler que se había quedado vacía pocos días antes había ardido también, en circunstancias poco claras. Unas semanas más tarde, un viejo garaje. Y luego el trágico incendio de la cabaña, en el que Truman Kellogg había resultado muerto.
Kellogg estaba dormido cuando se desató el incendio, y había muerto en la cama… seguramente sin tan siquiera despertarse, afortunadamente. Era el primer caso en el que se incendiaba una construcción con ocupantes. Claro que existía la posibilidad de que el incendiario no supiera que había alguien dentro: Truman apenas iba por aquella cabaña de vacaciones que solía usar solo durante los meses de verano.
Unos cuantos detalles más hacían de aquel un incendio diferente de los demás, pero era difícil pensar que no formase parte de la cadena, teniendo en cuenta todo lo que había pasado en aquellos meses. Ni Dan ni el jefe de bomberos habían descartado el incendio de la cabaña como uno más de los causados por el pirómano, aunque no tenían pruebas de que hubiese sido provocado.
Había transcurrido un largo espacio de tiempo entre aquel incendio y el siguiente, el del almacén abandonado, ocurrido la semana anterior. Un lapso lo bastante largo como para que la gente hubiese empezado a alimentar la esperanza de que los fuegos hubiesen terminado. Al menos, nadie había muerto en aquel último incidente, y Dan estaba decidido a dar caza al pirómano antes de que alguien más pudiese morir.
—Jefe —la voz de Hazel sonó por el intercomunicador del teléfono. Por su tono, supo que seguía molesta con él—. El alcalde está al teléfono.
Dan descolgó, consciente de que aquella llamada en particular no iba a darle la tabarra sobre sus vacaciones.
—Haz algo con él.
En respuesta a aquella orden, Paula Campbell estudió a Lindsey con los brazos en jarras y una evidente curiosidad.
—¿Y qué quieres que haga?
Lindsey se encogió de hombros, mirándose en el espejo de la peluquería.
—No sé. Córtamelo. Rízamelo. Cárdamelo. Lo que sea, con tal de que no parezca un crío de doce años.
Paula se rio mientras sacaba de la estantería una capa y una toalla.
—Nadie podría pensar que eres un chico. No con esos ojos tan preciosos y tan verdes, o con una piel como la tuya. Pero si lo que quieres es un estilo más delicado o más cuidado que el que llevas desde hace tanto tiempo que ni me acuerdo de la última vez que te lo corté, eso sí que podemos conseguirlo. ¿Quieres echar un vistazo al álbum de las fotografías?
—No. Confío en que me harás lo que me quede mejor. Pero que sea algo que pueda sea fácil de mantener, ¿vale?
—Hecho —animada por el reto, Paula comenzó a trabajar con entusiasmo—. ¿Qué es lo que ha inspirado el cambio? ¿Estás intentando impresionar a alguien?
Consciente de que las otras tres mujeres sentadas frente al espejo de la peluquería escuchaban con avidez, Lindsey se echó a reír.
—Sí, claro. Estoy esperando a que Brad Pitt deje a su mujer y venga a buscarme. ¿Es que no se puede cambiar de corte de pelo sin que la acusen a una de intentar atrapar a un hombre? Acabo de cumplir años. ¿No te parece razón suficiente para querer un cambio?
—Sí, claro… sobre todo cuando se cumplen treinta, cuarenta o cincuenta. Pero tú acabas de cumplir veintiséis, y no es un número por el que una mujer suela salir corriendo a que la maquillen o que hagan una operación de estética. Por eso me he imaginado que debía tratarse de un hombre.
—Es una pena que tu nuevo jefe ya esté ocupado, ¿verdad Lindsey? Cameron North es un hombre muy guapo —comentó la mujer a la que le estaban tiñendo y permanentando el pelo en la butaca de al lado.
Lindsey sonrió.
—Sí que es guapo, pero está muy ocupado. Serena y él solo tienen ojos el uno para el otro.
Lila Forsythe suspiró bajo el casco de rulos.
—Su historia es tan romántica. Ella le salva la vida y él se enamora de ella incluso antes de haber recuperado la memoria. La madre de Serena dice que fue amor a primera vista. Por eso no le preocupó que se casaran tan pronto.
—Amor a primera vista —se burló Paula, girando el sillón de Lindsey para que se fuera a lavabo—. Eso nunca funciona. Puede que Serena y Cameron sean la excepción.
Lindsey no contestó. No tenía intención de confesar que su propia experiencia con el amor a primera vista hubiese durado veinte años y siguiera contando.
Dan volvió a pensar en Lindsey durante la comida, que consistió en un sándwich que se comió en la mesa de la oficina. Hazel se lo trajo al volver ella de comer, y se pasó cinco minutos reprendiéndole por sus hábitos alimenticios antes de que Dan no pudiera soportarlo más y le pidiera que lo dejase comer en paz.
Se había pasado las últimas dos horas en una reunión con el jefe de bomberos y dos detectives de Little Rock. Como resultado, había sobre su mesa un montón de notas, a pesar de que en realidad habían avanzado muy poco. Los consultores habían analizado hasta la última prueba, por pequeña que fuera, de los incendios de Edstown; incluso habían visitado las escenas del crimen, pero sus conclusiones habían diferido muy poco de las que Dan y John Ford, el jefe de bomberos, ya habían extraído: que alguien estaba provocando deliberadamente incendios y cubriendo después su rastro a la perfección, de modo que no había forma de identificarlo. Por el momento.
Se pasó la mano por el pelo, y como se le enredaron los dedos recordó que necesitaba un buen corte. ¿Cuánto tiempo tardaría Lindsey en presentarse a curiosear para intentar enterarse de todo lo que se había dicho en la reunión? Tendría que facilitarle información con cuentagotas, de modo que el artículo resultante no pudiera inquietar a los lugareños.
Tal y como había predicho, no había transcurrido aún una hora cuando Hazel lo llamó por el intercomunicador:
—Tengo aquí a un periodista del Evening Star, jefe. ¿Estás?
Por el tono de voz, estaba claro que el periodista en cuestión sabía que estaba en su despacho; aun así, podía decir que no, por supuesto. Pero cuando antes se lo quitase de en medio, mejor.
—Sí, Hazel. Hazla pasar.
Rápidamente echó un vistazo a su mesa para asegurarse de que no había ningún documento confidencial a la vista, por si acaso. No terminaba de fiarse de Lindsey en ese sentido.
Pero no fue Lindsey quien entró en su despacho un momento después, sino un joven alto, delgaducho y con una sonrisa perezosa que iluminaba unos ojos grises en un rostro cuadrangular.
—¡Hombre! Hola, Riley —lo saludó, intentando convencerse de que no estaba desilusionado de que no fuese Lindsey—. ¿Es que Lindsey anda dándole la tabarra al jefe de bomberos, o al alcalde?
—Lindsey se ha tomado el día libre —Riley O’Neal se acomodó un poco de cualquier manera en una de las sillas que había frente a la mesa de Dan—. Cam quiere que averigüe si hay pistas nuevas en el caso del pirómano.
—¿Que Lindsey se ha tomado el día libre? ¿Es que está enferma?
—Que yo sepa, no. Hay personas que tienen otra vida, aparte del trabajo, ¿sabes?
La puya le llegó acompañada de una sonrisa. Como todo el mundo en Edstown, Riley estaba al tanto de los hábitos laborales del jefe de policía, una filosofía que no compartía en absoluto.
Riley tenía treinta años y desde que acabó la carrera estaba, o decía estar, trabajando en una novela.
No se había criado en Edstown, pero sus abuelos maternos habían vivido allí, lo mismo que su tío favorito, que seguía teniendo una casa en la ciudad. Venía muy a menudo de niño, tanto que todo el mundo lo conocía aun antes de empezar a trabajar en el periódico. Decía que le gustaba el ritmo lento de las ciudades pequeñas. Que así encontraba más tiempo para escribir.