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Parecen una familia perfecta, pero sus secretos están a punto de salir a la luz… Cuando invitan a Tim y Louise Cutler, junto con sus dos hijos, a pasar una quincena de julio en una magnífica villa de la Riviera francesa, se imaginan unas vacaciones de ensueño: sol, una casa espectacular con una increíble piscina, viñedos y buena comida en excelente compañía. Pero unos días después de llegar, queda claro que su estancia no va a ser tan idílica como esperaban: pronto surgen conflictos entre los invitados y, cuando el cadáver de una mujer que nadie conoce aparece en la piscina, la tensión entre ellos aumenta. ¿Serán capaces los Cutler de mantener su imagen de familia perfecta a medida que se destapan sus secretos? ¿Y hasta dónde están dispuestos a llegar para protegerlos? --- «Absolutamente emocionante. Me gustó muchísimo. Adictivo, un acierto total. Me fascinó». Renita D'Silva ⭐⭐⭐⭐⭐ «Excelente. Me encantó. Fabuloso giro en el epílogo. Definitivamente una lectura de 5 estrellas». @jsybookworm ⭐⭐⭐⭐⭐ «Tantos giros que literalmente perdí la cuenta. Fantástico. Un libro que no podrás soltar». Jessica's Book Biz ⭐⭐⭐⭐⭐ «Fue muy bueno. James describió la atmósfera y el lugar a la perfección». Book Addict Book Blog ⭐⭐⭐⭐⭐ «Un gran thriller que te atrapa y merece 5 estrellas». Tropical Girl Reads Books ⭐⭐⭐⭐⭐ «Todo en este libro ha sido un acierto para mí: grandes personajes, trama convincente y una narrativa absorbente». The Book Lover's Boudoir ⭐⭐⭐⭐⭐
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Seitenzahl: 362
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Una familia perfecta
Una familia perfecta
Título original: Just the Nicest Family
© 2024 Alison James. Reservados todos los derechos.
© 2025 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
Traducción, Alba M. Vila @ Jentas A/S
ePub: Jentas A/S
ISBN 978-87-428-1394-2
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
Queda prohibido el uso de cualquier parte de este libro para el entrenamiento de tecnologías o sistemas de inteligencia artificial sin autorización previa de la editorial.
First published in the English language in 2024 by Storyfire Ltd, trading as Bookouture.
Prólogo
La piscina era lo mejor de la villa.
La superficie del agua brillaba y resplandecía a la luz del sol, los rayos rebotaban desde las profundidades de un azul líquido rodeado de cálidas piedras color miel. Era tan deslumbrante que, si no llevaban gafas de sol, debían protegerse los ojos. Habían pensado que ese era el glamur de la Costa Azul. El glamur que prometían las dos semanas en Francia.
Flanqueada por tumbonas acolchadas y sombrillas, y con un bar bien surtido y duchas en la casa de la piscina, que se encontraba detrás, aquel era el escenario principal de sus actividades diarias. Allí pasaban horas charlando, bebiendo, leyendo y chapoteando en el agua calentada por el sol. Y lo hacían sin tener ni idea de los acontecimientos que convertirían la terraza de la piscina en un lugar capaz de destrozar para siempre su feliz mundo.
Un lugar de muerte.
PRIMERA PARTE
1
Louise
Presente
—¿Qué te parece —le preguntó el marido de Louise al volver del trabajo aquel viernes— si pasamos dos semanas en el sur de Francia?
Tim había vuelto de la consulta del veterinario a las 18:50, como siempre, y entró en la cocina para besarla en los labios, como siempre; pero su saludo fue toda una sorpresa.
—¡Oh, vaya! —respondió ella, tras echar la pasta en el agua hirviendo—. ¿Hablas en serio?
—Por supuesto que sí —dijo con una amplia sonrisa—. Dos semanas enteras, todo incluido, excepto los vuelos. Desde la semana del diecisiete de julio.
Louise frunció ligeramente el ceño mientras removía la pasta en la olla.
—Espera… Los niños siguen en el colegio esa semana. No terminan hasta el veintiuno. Y yo tampoco. —Era subdirectora de un instituto femenino local.
—¿Seguro que no pueden hacer una excepción? —suplicó Tim—. Es una oportunidad demasiado buena para rechazarla. —Miró a su alrededor mientras buscaba su portátil en el maletín—. Hablando de los niños, ¿dónde están? Tienen que ver esto.
—Harry está arriba y Elle, jugando con Samira. La dejarán en casa más tarde.
—Bueno, al menos deja que te lo enseñe. —Tim sirvió una copa de vino tinto para cada uno y abrió su ordenador—. Mira esto.
Louise entornó los ojos hacia la pantalla, que mostraba una toma aérea de un imponente edificio de piedra dorada rodeado de árboles y viñedos, todo bajo un cielo azul resplandeciente.
—Le Mas des Flores. Este podría ser nuestro hogar durante las dos últimas semanas de julio. ¿No sería fantástico?
—Parece increíble —convino Louise—. Pero ¿cómo? ¿De qué va todo esto?
—¿Recuerdas que mencioné que había una empresa suiza, VCM, que era propietaria de la marca de comida para perros y gatos Healthipet, entre muchas otras cosas?
—Por supuesto que sí. —Puso los ojos en blanco—. Son los que organizan esas grandes fiestas promocionales con las que intentan sobornaros a los veterinarios para que recomendéis sus productos.
—Exacto. —Tim sonrió sin morder el anzuelo—. Bueno, Renée Weber, su directora general, se está abriendo paso en el mundo de la veterinaria. Está comprando consultas independientes a un ritmo increíble.
—Consultas como la tuya, supongo.
—Sí. Sería una gran oportunidad para nosotros. Y Vet Care Mondiale es propietaria de ese lugar. Lo utilizan para entretener a los clientes, y Renée nos ha invitado para que podamos discutir el trato con un poco más de detalle.
—Ah. —Louise asintió—. Así que este no es un viaje por placer, hay ciertas condiciones que cumplir.
—Pues claro, cariño, pero ¿quién en su sano juicio rechazaría la oferta de hacer un viaje así?
—Tiene una pinta divina —convino ella—. ¿Y de verdad estás pensando en vender tu consulta?
—Bueno… —Tim hizo girar el vino en su copa—. Unir fuerzas con ellos podría tener grandes ventajas. Yo, personalmente, podría disfrutar de unos beneficios fantásticos y tendría mucho menos papeleo que gestionar, lo que me dejaría más tiempo para tratar a los animales. Y pasar más tiempo contigo y los niños, por supuesto.
—Suena emocionante. —Ella dudó—. Pero no seríamos solo nosotros, ¿verdad? No en una villa de ese tamaño.
—No, supongo que también habrá otros invitados.
—No lo sé, cariño. No me gusta mucho la idea de irme de vacaciones con gente que no conozco. ¿Y si no nos llevamos bien?
—Seguro que sí. —De los dos, Tim era con diferencia el más sociable—. Pero, si no, parece que el lugar es lo bastante grande como para evitarlos.
Louise comenzó a servir la pasta, y Tim fue al pie de la escalera a llamar a Harry, de doce años.
Después de que les contara sus últimos logros en el videojuego mientras comían pasta, y de que Elodie, la hermana pequeña de Harry, volviera de casa de su amiga, llevaron a los niños arriba y los prepararon para que se fueran a la cama.
Tim sirvió el resto del vino tinto en sus copas. Louise se sentó enfrente y le cogió la mano.
—¿Qué te parece? —le preguntó él, mirándola a la cara, expectante—. ¿Aceptamos? ¿Nos vamos al sur de Francia?
—Solo faltan tres semanas. No hay mucho tiempo para organizar las cosas. Y tendríamos que cancelar la reserva en Polzeath. —Los Cutler solían pasar sus vacaciones de verano en la costa de Cornualles: una buena quincena de surf y castillos de arena.
—Podemos ir a Polzeath en cualquier momento. Piensa que sería una oportunidad fantástica para nosotros como familia. A los niños les encantará, y será estupendo para que Harry practique su francés.
Louise sintió un pequeño escalofrío de placer.
—Tengo que admitir que es muy emocionante. —De un salto se levantó de la mesa. Subió al dormitorio, con Tim pisándole los talones, y abrió de un tirón las puertas del armario. Empezó a revisar el final de sus estantes, donde guardaba los vestidos de verano, en busca de algo que con lo que pudiera encajar en el sur de Francia—. Por supuesto, voy a tener que ir de compras —le dijo a su marido con una sonrisa—. Necesitaré más bañadores y ropa de playa. Puede que también vestidos de noche. Supongo que habrá cenas formales y que los demás invitados irán muy elegantes.
—Ah, eso era otra cosa que te tenía que decir. —Tim le dio una palmada juguetona en el trasero mientras sostenía un vestido delante de ella y miraba su reflejo—. Al parecer, hay espacio suficiente para que invitemos a un par de amigos también.
—Dios mío. Tendremos que pensar a quién se lo pedimos.
—Sí, lo haremos —coincidió él, antes de terminarse su bebida de un trago—. ¿Quiénes serán los afortunados?
2
Louise
Presente
A la mañana siguiente, sábado, los Cutler se apiñaron en el coche y se dirigieron en familie a ver a Harry jugar un partido con el equipo de fútbol sub-13 de la localidad.
Varios de sus compañeros de clase también jugaban, y había caras conocidas entre los padres que apoyaban al equipo en la línea de banda. Elodie se escabulló para ir con algunos de sus amigos, y Tim y Louise se acercaron al grupo de adultos. Louise entrelazó su brazo con el de Tim y se apoyó en él.
—Aquí vienen los tortolitos —dijo Mandy Fielding, una rubia alta, mandona y soberbia, que se consideraba la abeja reina de las madres del colegio—. A ver si os cortan ya el cordón umbilical.
—Ignórala —susurró Shona Prentice, una pelirroja increíblemente voluptuosa cuya hija iba a la clase de Elodie. Llevaba unos vaqueros ajustados de cuero negro y un top de piel de leopardo sintético muy ceñido. A Louise le pareció un atuendo muy poco apropiado para un campo de fútbol en un caluroso día de junio—. Solo está celosa. —Shona vio cómo Louise soltaba del brazo de Tim, solo para que él le cogiera la mano por instinto—. Pero tiene razón, sois demasiado adorables. —Sonreía, pero había un ligero tono de malicia en su voz.
Louise estaba acostumbrada a esa reacción. Como si ella y su marido fueran demasiado buenos para ser verdad, como si no pudieran estar tan unidos, ser tan felices. Pero lo eran. Esa era la verdad.
Veinte años después de conocerse mientras estudiaban, era incapaz de imaginar su vida sin haberse encontrado nunca a Tim. Era demasiado aterrador, demasiado horripilante. No había mundo en el que ella no fuera la mujer de Tim Cutler: la idea le resultaba imposible de comprender. Su unión y su total seguridad el uno en el otro despertaba la envidia de los demás, era consciente. De ahí el grosero comentario de Mandy Fielding y la sonrisa condescendiente de Shona Prentice.
—Voy a por un café. —Shona ladeó la cabeza en dirección al polideportivo que lindaba con el campo de juego—. ¿Os traigo algo?
Louise pidió un café con leche helado; Tim negó con la cabeza.
—¿Está aquí tu media naranja? —preguntó. Louise apenas conocía a Shona, pero Tim jugaba al squash con su marido, Kevin, y eran bastante amigos—. No me importaría organizar un partido mientras estamos aquí.
Shona señaló a Kevin entre un grupo de otros padres, y Tim plantó un beso en el hombro desnudo de Louise antes de alejarse para unirse a ellos. Unos minutos después, Shona volvió con los cafés.
—¿Ya has hecho planes para las vacaciones? —preguntó con energía, echándose un mechón de pelo castaño por encima del hombro.
—Pues creía que sí. —Louise no consiguió reprimir una sonrisa tras dar un sorbo al café helado—. Pero acaba de surgir algo. Algo muy emocionante.
Le contó a Shona lo de la invitación a la villa de la empresa suiza en el sur de Francia.
—¡Vaya! —Los ojos de la mujer se abrieron de par en par—. ¡Qué suerte tenéis! Yo iría sin pensármelo dos veces. ¿Un chalet de lujo, todo pagado? Estarías loca si no aceptaras. Ojalá mi puñetero marido se dedicase a algo que tuviera ventajas como esa.
Kevin Prentice, siempre menospreciado por su mujer, trabajaba en algo relacionado con los seguros.
—Estoy segura de que irás a un sitio igual de bonito —murmuró Louise en tono apaciguador, consciente, aun así, de que sonaba poco sincera.
—A partir de ahora, no vamos a hacer una mierda este verano —dijo Shona con amargura, y cerró los labios artificialmente rellenos alrededor de su pajita para sorber el frappuccino—. Kevin tenía que haber reservado un apartamento en Menorca, pero se equivocó con los vuelos y ahora está todo lleno en nuestras fechas, así que hemos tenido que cancelarlo.
—Es una pena. —Louise pensó que la invitación a la villa francesa se había hecho extensiva a los amigos de los Cutler, pero decidió no mencionarlo. No conocía muy bien a los Prentice y la forma en que Shona trataba a su marido la incomodaba.
Una vez terminado el partido de fútbol, Tim compró hamburguesas y patatas fritas para los niños en la cafetería del polideportivo, y Louise y él caminaron de la mano de vuelta al coche, con los niños corriendo por delante. Era un día de junio, ventoso pero cálido, y cuando el sol se abrió paso entre las nubes, Louise soltó la mano de Tim para buscar sus gafas de sol en el bolso.
—Estaba pensando —dijo ella mientras se las ponía y se arreglaba el pelo castaño ondulado— que estaría bien invitar a Rosie y Justin para ir a la villa, si al final nos decidimos a ir.
Rosie era prima hermana de Louise y las dos estaban muy unidas. Además, a ambos Cutler les caía bien su marido, Justin, un hombre genial y alegre que dirigía la granja familiar.
—Ah —dijo Tim—, sobre eso… —Louise experimentó una sensación de derrota al adivinar, correctamente, lo que iba a continuación—: Se lo acabo de comentar a Kevin y estaba muy entusiasmado con que los incluyéramos. Me ha dicho que habían planeado algo en Menorca, pero, al parecer, se ha ido al garete. La verdad es que me ha dado un poco de pena.
Ese era Tim; siempre le afectaban las historias tristes.
—Pero, cariño, apenas los conocemos. Y yo no soy amiga de Shona —replicó Louise, que se volvió hacia él. Los niños ya habían llegado al coche, y Tim apuntó con el mando para abrir las puertas y que pudieran subir—. Y ella es…, bueno, para ser sincera, no me gusta mucho. Rosie y Justin encajarían mucho mejor.
—Sí, pero tienen cuatro hijos, y no estoy seguro de que el espacio de la villa se extienda a seis huéspedes más. Podría parecer que les estamos tomando el pelo. Los Prentice solo tienen una hija, que es una de las razones por las que les he preguntado.
Y Violet Prentice era el estereotipo de hija única, pensó Louise con una pizca de rencor. Mimada y sobreprotegida.
—¿No puedes decirles que la mujer suiza…?
—Renée Weber.
—¿Que Renée Weber ha cambiado el plan y no podemos llevar a nadie más?
—Podría —aceptó él, que le abría la puerta del copiloto—. Pero sería mentira.
Y ese también era Tim: honrado hasta lo imposible.
—Mira —continuó él—, estoy seguro de que funcionará. Kevin es un buen tipo y Violet le hará compañía a Elodie. Y, por lo que parece, el lugar es lo bastante grande como para que todos hagamos lo que queramos. Estoy seguro de que podrás ignorar a Shona. —Subió al asiento del conductor y arrancó el motor. Sonreía con confianza a su mujer—: No te preocupes, cariño, todo irá bien.
3
TIM
Ahora
La clínica veterinaria Fairlawn estaba a veinte minutos a pie de la catedral de Winchester, en un local comercial construido a tal efecto.
El lunes por la mañana, Tim tuvo una larga y deprimente reunión con Glen Beane, el contable de la consulta, que lo convenció aún más de que tenía que firmar el acuerdo para vender la clínica a VCM. Al terminar, Amy, la recepcionista, asomó la cabeza por la puerta.
—Sé que no tenía cita, pero parece que tenemos una eutanasia de emergencia. La señora Sullivan acaba de llamar hecha un mar de lágrimas; dice que Rollo ha empeorado y tiene convulsiones.
Rollo era un viejo labrador color chocolate que acudía a la consulta desde hacía años.
Tim resopló.
—Por supuesto. Dios, pobre Rollo… Llámala y pregúntale si quiere que vaya allí y lo haga.
De vez en cuando, si las circunstancias lo permitían, Tim dormía a los animales en sus propias casas, y en ese momento necesitaba cualquier excusa para salir del edificio.
Sonó su móvil. «Amorcito», decía la pantalla.
—Hola, cariño —contestó él sin emoción en la voz.
—¿Estás bien? —Louise captó al instante su tono.
—Sí, lo siento, estoy bien. A punto de enviar a un adorable labrador a conocer a su dios, eso es todo.
—Ay, no, pobre. Sé que esos siempre son difíciles. En serio, no sé cómo lo haces. Yo estaría destrozada… Escucha, cielo, acabo de hablar con Paul sobre lo del sur de Francia. —Paul Garland era el director del Instituto Femenino de St. Agnes, donde trabajaba Louise, un cincuentón muy entrometido y muy estricto con las reglas—. Me temo que no tengo buenas noticias: el grupo de colegios privados al que pertenecemos va a hacer algún tipo de auditoría o inspección justo la última semana del trimestre. No hay manera de que pueda cogérmela libre, lo siento mucho. —Tim cerró los ojos con fuerza, pero no dijo nada.
»¿Habría posibilidad de posponer tu reunión con la empresa suiza hasta un poco más entrado el verano? Sería mucho más fácil para todos ir a principios de agosto.
—No —dijo él con voz grave—. No quiero hacerles perder el tiempo con las fechas y arriesgarme a que cancelen el trato. Tenemos que ir las semanas que nos han ofrecido.
—Pero, Tim, te he dicho que me es imposible. —Las palabras de Louise sonaron cortantes, y él se dio cuenta de que era lo más cerca que habían estado de tener una pelea en mucho tiempo. Por lo general, no discutían.
—Vale, mira… —Tim se levantó y abrió el gabinete de las medicinas. Distraído por la conversación, cogió un envase de viales de fenobarbital y lo metió en su cartera, seguido de un par de paquetes de intravenosas. Solía llevarse un maletín médico preparado, pero había decidido que, después de encargarse del fallecimiento de Rollo, se despejaría dando un paseo por la orilla del río Itchen. Para eso tendría que aparcar el coche en la calle, y se había propuesto no hacerlo nunca con medicamentos dentro, aunque no estuvieran a la vista. En la parte trasera del coche había una pegatina que decía «VETERINARIO DE GUARDIA» y los drogadictos de la zona no dudarían en forzar su Land Rover si pensaban que podía haber ketamina en el interior—. Veré si podemos retrasar el viaje un par de días. Estoy seguro de que no pasará nada. Yo podría viajar con los niños y tú, ir unos días más tarde, cuando termine el trimestre.
—¿Y los Prentice?
—Que vayan cuando quieran. Quizá puedas organizarlo para viajar con ellos…
—Supongo que sí. Aunque…, no sé. —Había cierta inseguridad en la voz de Louise. No necesitaba terminar la frase. Tim sabía de sobra lo que estaba pensando y lo que sentía: nunca habían viajado al extranjero el uno sin el otro. Ni siquiera se habían separado, aparte de las dos noches que Louise había estado en Maternidad, al nacer los niños. Percibía su ansiedad y, aunque fuera irracional, Tim tenía una abrumadora sensación de temor.
4
TIM
Ahora
Le Mas des Fleurs era una enorme finca de piedra con tejas de terracota, a pocos kilómetros del idílico pueblo de Cotignac.
Tras un sinuoso ascenso por las colinas, el coche se desvió por un largo camino de grava con altos cipreses que montaban guardia a la entrada. A lo lejos se divisaban las brumosas colinas púrpuras de la Provenza. Las flores que daban nombre a la propiedad crecían en abundancia por todas partes: girasoles, lavanda, hibiscos y clavelinas rosas en parterres de piedra, con jazmines y buganvillas que trepaban muros y arcos.
Tim, Elodie y Harry volaron a Toulon el miércoles diecinueve de julio; mientras que Louise terminaría el curso en el colegio y se reuniría con ellos el sábado por la mañana. Los Cutler adultos seguían muy incómodos con el apaño, pero los niños estaban tan emocionados que apenas eran conscientes de lo inusual que era viajar al extranjero con solo uno de sus padres. Que en el aeropuerto los recibiera una limusina con chófer no hizo más que aumentar su alegría.
—¿Dónde está la piscina?, ¿dónde está la piscina? —chilló Elodie, que se lanzó fuera del coche, tras recorrer los sesenta kilómetros que había hasta la villa—. Papá, dijiste que había piscina, ¿verdad?
Lo miró, esperanzada.
—Sí, hay una piscina —suspiró Tim. Fue a ayudar a sacar las maletas, pero el conductor le hizo señas para que se las dejara a él—. Y una pista de tenis también, creo.
—¿Voy a tener que compartir habitación con Elle? —protestó Harry—. De verdad que no quiero.
—Tendremos que ver cuántas habitaciones hay, pero creo que el plan es que Elle la comparta con Violet. Así que lo más seguro es que tengas una habitación para ti solo.
La luz del sol era intensa, rebotaba en la piedra pálida y creaba espacios de profundas sombras. La combinación del calor, el fuerte zumbido de las cigarras y el poderoso y embriagador aroma de las flores resultaba sofocante, y Tim se sintió de repente muy mareado. Miró a su alrededor. Parpadeó y deseó en lo más profundo de su ser hablar por FaceTime con Louise para que viera lo mismo que él. Pero seguro que estaría reunida con alguno de los auditores del instituto.
Una mujer con uniforme negro bajó la escalera y ayudó al conductor a llevar las maletas a la puerta principal. Tim retrocedió, inseguro, pero Renée Weber apareció en la escalinata con un bañador de una pieza y un elegante caftán de rayas.
Era una mujer llamativa, de unos cuarenta años, con el pelo castaño peinado de manera exquisita. Estaba muy bronceada y, aunque no era delgada, tenía unas piernas torneadas. Habían hablado por videoconferencia, pero nunca se habían visto en persona.
—¡Tim! Bienvenido —le dijo. Le tendió las manos y el aroma a de perfume Joy lo envolvió mientras le daba dos besos. Tim era muy consciente de su camiseta sudada y manchada por el viaje, así que no le sorprendió que Renée le dijera—: Seguro que queréis refrescaros y cambiaros; Pascale os acompañará a las habitaciones. Venid a buscarnos a la piscina cuando estéis listos.
Siguieron a Pascale, el ama de llaves uniformada, hasta la primera planta de la casa, donde les explicó, en un inglés chapurreado, que en el edificio principal había cuatro habitaciones completas y otras dos en la planta baja, estas con baño compartido, que habían asignado a los niños. En una de las dependencias cercanas a la piscina había una quinta suite con terraza propia. En total había cinco terrazas, una galería techada para comer al aire libre, una piscina de quince metros y una pista de tenis de tierra batida. Tim había esperado una decoración al estilo de los château franceses: antigüedades deterioradas, oro y brocados por todas partes, pero todas las habitaciones habían sido decoradas por el mismo interiorista de lujo. Había muebles modernos y elegantes, cortinas sencillas pero caras, espejos circulares y esculturas vanguardistas de buen gusto. El cuarto de baño de su habitación tenía una bañera ovalada independiente y una ventana que iba del suelo al techo con vistas a hectáreas de exuberantes viñedos. El ama de llaves le enseñó a programar el aire acondicionado y, cuando ella se marchó para llevar a los niños a sus habitaciones, él lo puso en la posición más fría y se deleitó con la ráfaga de aire helado.
Después de ducharse y ponerse un bañador, una camiseta limpia y unas chanclas, bajó en busca de Harry y Elodie. Harry tenía una pequeña habitación individual para él solo, por lo que se mostró satisfecho, y Elodie compartiría una habitación de dos camas individuales con Violet Prentice. Los tres se dirigieron de nuevo al exterior y encontraron el camino que conducía a la terraza de la piscina, donde había un grupo de gente reunida. La zona estaba sombreada por olivos centenarios y tenía un entarimado de madera a lo largo y una zona de césped en el otro extremo. Diez tumbonas de madera estaban dispuestas en hilera sobre el entarimado, separadas por mesitas, y había un par de mesas redondas más grandes bajo las sombrillas. Renée Weber estaba sentada en una de ellas con un hombre joven y guapo que llevaba unos pantalones cortos rosa neón, con las piernas morenas, brillantes de aceite bronceador, dispuestas de una forma que sugería una gran seguridad en su propio físico.
—Escuchad, estos son Tim Cutler, Harry y Eloise.
—Elodie —corrigió su hija con obstinación a la anfitriona.
—Esta es mi pareja, Jared Frayn. —Renée señaló al hombre embadurnado de aceite.
—Hola. —Tenía un fuerte acento estadounidense.
—Y estos son mis amigos, Richard y Merry Stafford. —Señaló a una pareja en las tumbonas—. Richard es un viejo y muy querido amigo mío. —Llamó la atención de Richard y entre ellos se dibujó una ligera sonrisa de complicidad.
Así que, como Tim esperaba, había otros invitados en la casa, gente que no conocían. Tendría que superar la sensación un tanto incómoda que le producía, se dijo, si quería que todos se relajaran y disfrutaran de la villa.
Richard Stafford le tendió la mano y se la estrechó, pero Merry, con el rostro oculto tras unas enormes gafas de sol de Gucci, se limitó a asentir. Tim dedujo que era al menos una década más joven que su marido. Siempre se le había dado mal calcular la edad de las mujeres, pero supuso que rondaría los treinta.
—Y a estos dos ya los conoces, claro.
Kevin y Shona Prentice estaban en otro par de tumbonas, con la carne de un blanco resplandeciente expuesta. Tim los miró dos veces. Cuando habían hablado de los preparativos del viaje, Kevin había aclarado que cogerían un coche de alquiler en Niza y que llegarían a la villa por la tarde. Y, sin embargo, allí estaban: Kevin con una botella de cerveza en la mano y Shona, con al menos la mitad de una de vino espumoso.
—¡Sorpresa! —dijo ella, un poco achispada.
—Cambiamos a un vuelo anterior en el último minuto —dijo Kevin, que tuvo la decencia de, al menos, sonar compungido—. Y he pensado que, en vez de esperar, podíamos acercarnos aquí y esperar a que llegarais.
—Lástima que os hayáis perdido el almuerzo —dijo Shona—. Ha sido increíííble.
Tim sonrió, pero por dentro estaba confuso y un poco resentido. Habían invitado a los Prentice a esas vacaciones, y no al revés, y, sin embargo, recibían a Tim como si fuera su invitado. Violet, alegre, chapoteaba en la piscina sobre un unicornio arcoíris hinchable que debían haber llevado. Elodie ya se había quitado las sandalias y bajaba los escalones menos profundos que ocupaban todo el ancho de la piscina. Dejó escapar un grito de alegría. Merry Stafford, tal vez exasperada por la repentina alteración de la paz, recogió sus cosas y se marchó.
—¿Por qué no te tomas una cerveza? —dijo Shona, y añadió, como si fuera la anfitriona—: Hay una nevera de bebidas ahí detrás, en la sala de billar.
—Ven, te lo enseñaré —dijo Renée con suavidad, y Tim creyó ver que le lanzaba a Shona una molesta mirada. Se estremeció. Ya había tensiones y apenas habían llegado. Pero la cerveza fría lo ayudó a relajarse, y Pascale apareció con una bandeja de aperitivos, pan, aceitunas y embutidos que los ayudaría a aguantar hasta la cena. Después de darse un baño y sentir el calor del sol mediterráneo en las extremidades, su mal humor se disipó un poco. Los niños gritaban de alegría y saltaban en el agua, contentos de que los dejaran a su aire.
«Todo irá bien —se dijo Tim con firmeza mientras se rociaba factor 30 en el pecho—. Y, cuando llegue Louise, será perfecto».
***
A las siete y media de la tarde se sirvieron copas en la terraza exterior del salón principal y la cena tuvo lugar poco después. Preocupado por que fuera demasiado tarde para una Elodie ya fatigada, Tim tuvo una breve conversación con Pascale y acordaron que a las dos niñas se les serviría la cena aparte, en la cocina, durante la hora del cóctel, después de lo cual podrían irse a la cama. Harry insistió en que quería quedarse despierto con los adultos, pero Tim sospechó que se aburriría y le dio permiso para abandonar la mesa en cuanto se hartara.
Mientras tomaban unas copas, Tim charló con el guapo y encantador Jared. Este le contó que había conocido a Renée en un seminario internacional de salud celebrado en Ginebra hacía dos años, y que llevaban juntos uno y medio.
—¿Qué es lo que haces? —preguntó Tim.
—Estoy especializado en medicina holística —dijo Jared como si eso lo explicara todo.
—Entonces, ¿eres médico de formación?
Él negó con la cabeza.
—Soy más un entrenador de salud. Ayudo a la gente a alcanzar sus objetivos de bienestar con cambios en la nutrición y el estilo de vida. —Hablaba como si estuviera leyendo en voz alta un folleto promocional.
—Ah, ya veo. —Tim asintió. Pensó que el musculoso americano de dientes perfectos, pelo brillante y piel inmaculada era al menos un buen reclamo para su profesión.
Richard Stafford dirigía una empresa internacional de logística y, a juzgar por el reloj Breitling, la camisa estampada de Balenciaga y los mocasines Hermès de ante, estaba claro que le iba muy bien. Su mujer, Merry, llevaba un vestido rosa de Dior y se había quitado la coleta, revelando una exuberante melena dorada y caramelo hasta la cintura. Tenía una nariz diminuta y perfecta, labios voluminosos y unos estrechos e indescifrables ojos perfilados con pestañas postizas. Resultó que su nombre no le iba en absoluto. Pegada al brazo de su marido, solo hablaba si se le dirigía la palabra, e incluso entonces se limitaba a dar respuestas breves, monosilábicas. No tenía nada de alegre.
—Esa vive en otra galaxia —le soltó Shona Prentice a Tim. Tenía manchas rojas de quemaduras de sol en los hombros y el escote, y ya había bebido demasiado—. Pero se cree mejor que nosotros.
Por fin, a las ocho y media, se sentaron a cenar. La larga mesa de la galería estaba decorada con una cristalería resplandeciente y velas, y el centro estaba compuesto por uvas, melocotones e higos frescos. La zona pavimentada estaba flanqueada en cada extremo por un par de enormes jarrones de terracota de metro y medio de altura, y un dosel de enredaderas se curvaba sobre sus cabezas. Sobre él, las estrellas tachonaban el añil cielo nocturno. Les sirvieron melón y prosciutto, luego un delicioso coq au vin con ajo, seguido de una magnífica tabla de quesos.
—Un lugar increíble, ¿verdad? —dijo Kevin, sentado frente a Tim.
—Asombroso —coincidió él.
—Y, por suerte para ti, puedes disfrutarlo durante tres días sin la vieja bola y la cadena. Te han soltado la correa, ¿eh?
Tim quería decirle a Kevin que hablara por él, pero no quería parecer un imbécil, así que se limitó a sonreír de forma enigmática y a beber un trago del excelente tinto del Ródano. De hecho, en su mente no había ninguna correa, todo lo contrario. Sin Louise allí, sentía que le faltaba una mitad de sí mismo. Sí, aquel lugar era maravilloso y tenía mucha suerte, pero echaba muchísimo de menos a su mujer.
Todo sería perfecto, se repetía como un mantra, en cuanto llegara Louise. Solo entonces empezarían de verdad las vacaciones.
5
LOUISE
Ahora
Lo primero que notó Louise fue el aroma de las flores: dulce y almizclado, como un perfume caro. Se paró en la calzada mientras el taxista descargaba las maletas e inspiró, pero, en lugar de resultarle agradable, el olor le resultó empalagoso. Ya le dolía la cabeza después del viaje, y el aire caliente y perfumado lo empeoraba. Su vuelo se había retrasado dos horas y media en Gatwick, durante las cuales el avión había permanecido en la pista sin que los pasajeros pudieran beber nada. Se encontraba deshidratada y sin fuerzas. Eso significaba que, en lugar de llegar a Le Mas des Flores el sábado justo después de comer, ya era de noche. Además de la fragancia de las flores, podía oler cómo se preparaba la cena: carne asada, seguro que de cordero, con notas de romero y ajo. En lugar de abrirle el apetito, se intensificaron sus náuseas.
Elodie y Harry aparecieron corriendo por el lateral de la casa, con sus trajes de baño y el pelo aún húmedo. Ambos empezaban a adquirir un bonito color: como su padre, se bronceaban con facilidad. Louise tenía una piel céltica, pálida, que tardaba una eternidad en ponerse morena.
—¡Mamá! —La abrazaron y se solaparon al hablar en su afán por contarle todo sobre aquel lugar. Cuando Louise les devolvió el abrazo, sintió un gran alivio al reencontrarse con ellos. La casa de Winchester le había parecido terriblemente vacía.
—¡Mamá, la piscina es una pasada! He nadado veinte largos.
—¡Hay una sala de juegos muy chula en el sótano, con una mesa de billar y una pantalla de cine! Renée dice que podemos ver ahí la última película de Star Wars mañana por la noche.
Tim apareció en pantalones cortos, un polo y chanclas, y la envolvió en un largo abrazo.
—¿Estás bien, cariño? —Debió notar una leve mueca de dolor, porque se apartó y escrutó su rostro.
—Tengo un dolor de cabeza de campeonato —dijo como disculpa—. Estoy segura de que me encontraré mejor después de tomar un poco de agua y un paracetamol.
—Subamos a la habitación y sacaré los analgésicos. Estaremos bien y frescos: he dejado el aire acondicionado encendido a toda potencia.
Louise le sonrió, agradecida, y lo siguió mientras él subía su equipaje al primer piso. Su habitación tenía una suntuosa alfombra color crema, un sillón Eames tapizado en rojo pimentón y pesadas cortinas de seda dupion color pizarra. La enorme cama tenía una complicada disposición de almohadas y cojines y era evidente que la había hecho un miembro del personal doméstico y no Tim. Había una botella grande de agua mineral y vasos en una bandeja, sobre el tocador. Él llenó un vaso y se lo entregó con un par de paracetamoles. Ella se los tragó, agradecida, se tumbó en la cama y se tapó los ojos con los dedos.
—La verdad es que necesito una ducha, pero no estoy segura de estar en condiciones.
—Pobrecita… Espera ahí. —Tim fue al baño y volvió con una toalla pequeña empapada en agua fría que aplicó en la frente de Louise.
—Creo que es una migraña en toda regla —susurró—. Lo siento.
Ya las había sufrido antes, aunque con poca frecuencia.
—Ay, qué mala suerte. —Tim sujetaba la compresa en su frente—. ¿Tienes algún medicamento específico? —Ella sacudió la cabeza con lentitud e hizo otra mueca de dolor—. Iré a preguntarles a los demás si tienen algo. O tal vez Pascale, el ama de llaves, tenga un botiquín.
Dejó a Louise en la cama y regresó unos minutos después con un blíster de pastillas rosas en la mano.
—Estás de suerte: Merry tenía algo de difenhidramina. En realidad, es un somnífero más que un remedio para la migraña, pero puede servir. Te dejará inconsciente.
—¿Merry?
—Merry Stafford. Su marido, Richard, y ella son los invitados de Renée.
—Así que hay más gente aquí —dijo Louise con sequedad.
—Bueno, sabíamos que podía haberla, dado el tamaño del lugar. —Tim sonrió de forma tranquilizadora—. Todo irá bien; parecen muy simpáticos. Los conocerás más tarde. Todo a su tiempo. —Se acercó a la ventana y corrió las cortinas para tapar el sol poniente—. Pero, primero, vamos a cerrar esto para que te sientas mejor.
***
Louise se despertó a la mañana siguiente en una cama vacía.
Las cortinas estaban descorridas y la ventana abierta, lo que dejaba entrar un rayo de sol y un aire muy perfumado. Al estirarse y sentarse, se sintió aliviada al comprobar que lo peor de la migraña se había disipado. Tenía la boca seca y se sentía un poco agotada, pero mucho mejor.
Tim había dejado una nota garabateada a toda prisa en el bloc del escritorio.
No quería despertarte. Si te apetece, baja a desayunar a la terraza principal, pasando el salón; si no, mándame un mensaje y te subo algo.
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Sintió una vaga e irracional decepción al ver que su marido la había abandonado de esa manera.
La noche anterior, cuando había oído un ligero golpecito en la puerta de la habitación, esperaba que fuera Tim, pero era Pascale, que le había subido sopa y una botella de agua fresca. La mujer parecía amable, pero le había resultado raro que una desconocida la atendiera.
Después de ducharse, Louise se puso un vestido de lino verde salvia, domó lo mejor que pudo sus rebeldes ondas castañas y bajó las escaleras. Siguió el sonido de las voces y encontró a los demás invitados, incluidos sus propios hijos, reunidos en torno a una bandeja de baguettes, cruasanes, café y zumo de naranja recién exprimido. Al instante fue consciente de su blanquísima piel en comparación con el tono dorado de los demás. Incluso los invitados que habían llegado el miércoles parecían estar ya bronceados.
Elodie se apresuró a abrazarla y agradeció tener a su hija a su lado mientras los demás se volvían para mirarla.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Shona, sin levantarse a saludarla.
—Mucho mejor, gracias. —Louise forzó una amplia sonrisa. La verdad era que se encontraba un poco mejor, pero todavía mareada.
Le presentaron a Renée y a su pareja, Jared, y a los Stafford, que estaban sentados en el extremo de la mesa, un poco apartados de los demás.
—Tengo que darte las gracias por las pastillas para la migraña —dijo Louise cordialmente a Merry Stafford—. Has sido muy amable; te estoy muy agradecida.
Merry, cuyo rostro permanecía oculto tras unas enormes gafas de sol, se limitó a esbozar una breve sonrisa.
—Entre el desayuno y la comida, solemos pasar el rato junto a la piscina —le dijo Kevin después de que ella se hubiera sentado y servido un café y una rebanada de pan—. Pero el domingo es el día libre de Pascale, así que hoy tenemos que preparar la comida y la cena nosotros, lo que significa que alguien tiene que ir al supermercado.
Louise sintió una ráfaga de irritación ante el descaro de Kevin por decirle cómo iban las cosas. Ojalá hubieran llevado a Rosie y Justin en su lugar.
—¿Por qué no vamos tú y yo? —le dijo Shona a Louise—. Así nos ponemos al día con un poco de cotilleo de chicas.
Louise no sentía la necesidad de compartir «un poco de cotilleo» con Shona ni de ponerse al día de ninguna otra forma. De hecho, estaba deseando darse un baño y empezar a recuperar su inexistente bronceado. Así que dudó unos segundos, con la esperanza de que alguno de los otros se lanzara e insistiera en que Louise, como acababa de llegar, se quedara en la villa. Nadie lo hizo. Intentó llamar la atención de Tim, pero este acababa de levantarse y se dirigía a la cocina a por más zumo.
—Está bien. —Sonrió apenas—. Genial, vámonos tú y yo.
Por lo que Louise sabía, Shona Prentice no tenía ninguna habilidad culinaria, lo que significaba que, tras comprar la comida, tendría que cocinarla ella sola.
—¡Maravilloso! —exclamó Renée—. Tim me dijo que estaba casado con un auténtico ángel, y ahora sabemos que no exageraba.
***
Cuarenta minutos más tarde, Louise y Shona se dirigían al hipermercado de las afueras de Cotignac. Louise agradeció que Shona al menos se hubiera ofrecido voluntaria para conducir el enorme todoterreno BMW, que era uno de los coches que estaban en la villa. Llevaba un vestido blanco de muselina con un montón de complicados vuelos y una cantidad excesiva de pulseras de oro que tintineaban una y otra vez contra el volante, el pelo rojo oscuro recogido con un pañuelo verde esmeralda y la boca pintada con una gruesa capa de pintalabios fucsia.
—¿Tienes alguna idea de lo que deberíamos comprar? —aventuró Louise. No estaba segura de quién debía pagarlo, pero no sabía cómo abordar el tema. ¿Renée pagaba la factura con los generosos recursos de Mondiale, o se esperaba que ellos pagaran lo suyo?
Shona se encogió de hombros.
—Tú eres la diosa del hogar, no yo.
Louise se mordió la lengua. Había estado a punto de recordarle a Shona que tenía una carrera y trabajaba a tiempo completo.
—Pues vamos a comprar embutido y queso —sugirió—. ¿Y quizá pescado para cenar? Aunque puede que el domingo no sea el mejor día para comprar pescado fresco.
Shona puso cara de «No tengo ni la más remota idea».
Después de aparcar el coche, encontraron un carrito que, al parecer, Louise debía empujar. Echó en él tomates frescos, verduras de hoja verde para las ensaladas, patatas y judías verdes, y luego añadió uvas y melones. Shona, mientras tanto, revoloteaba sin rumbo de un expositor de productos a otro. En el mostrador de pescado, Louise seleccionó dos bandejas enteras de salmón y cogió un paquete de hojaldre ya preparado y un bote de pesto.
—Creo que puedo hacer un sencillo salmón en croûte —le dijo a Shona—. Quizá puedas buscar algo para el postre, yo voy a por el queso y el embutido. —Su compañera tenía la mirada perdida—. Tiene que ser suficiente para once personas. Y algo que les guste a los niños.
Al final, Shona volvió con una mousse de chocolate negro y un helado y, cuando se dirigieron a la caja, mostró una tarjeta de crédito que, al parecer, Renée había insistido en que utilizaran.
—Me alegro de tenerte un rato para mí sola —dijo Shona mientras cargaban las bolsas en el maletero del coche—. Quería preguntarte por Jared.
Louise la miró sin comprender qué quería decir.
—¿Preguntarme por él?
—Sí. ¿Qué opinas de él? —El tono de Shona era impaciente.
—No sé… Quiero decir, apenas le he dirigido cinco palabras.
—Pero es guapísimo, ¿verdad?
Louise frunció el ceño, intentando recordar su aspecto.
—Bueno, sí, supongo que es muy guapo. Si te gusta el tipo musculoso, que va al gimnasio.
—Creo que es taaaan sexi —contestó con una risita.
—Pero, Shona, está casado con Renée.
«Y tú estás casada con Kevin», podría haber añadido.
—En realidad, no están casados —dijo con un tono absurdamente defensivo—. Solo están saliendo. Y no estoy segura de lo que él ve en ella, aparte de su dinero, supongo. Es lo bastante mayor como para ser su madre.
—Ah, vamos. —Entraron en el coche—. No es tan vieja. No creo que se lleven mucho más de diez años. —Shona puso mala cara y sus pulseras tintinearon mientras sacaba el coche del aparcamiento—. Y es nuestra anfitriona. Si no fuera por ella, ni siquiera estaríamos en el sur de Francia. —Shona hizo un mohín.
»¿Cómo se lo está pasando Violet? —preguntó Louise, desesperada por cambiar de tema—. ¿Y Kevin?
—A Violet le encanta el sitio. En cuanto a Kevin… Bueno, la verdad es que me importa una mierda cómo se lo pase.
***
Cuando llegaron a Le Mas des Flores, Shona ayudó a llevar la compra, pero luego desapareció, alegando que quería broncearse.
Louise guardó la comida lo mejor que pudo en la amplia y desconocida cocina, luego subió las escaleras y se puso un bañador y un pareo, se colocó un sombrero de ala ancha en la cabeza, cogió un libro y se dirigió a la piscina.
Los demás adultos estaban reunidos en la hilera de tumbonas —algunos bebían cerveza o vino— y los tres niños chapoteaban en la piscina. Estaba claro que se habían relajado unos con otros, porque no faltaron las bromas y los chistes. Se burlaban de Jared por pronunciar Edimburgo «Edinboro», a Harry lo apodaban Benny por su obsesión con los beignets, similares a unos buñuelos con azúcar que Pascale horneaba para acompañar el café de la mañana. Una vez más, Louise se sintió como la recién llegada, como si empezara en un colegio nuevo donde los demás ya se conocían.
Hundió la nariz en su libro durante un rato y, una vez que notó que los rayos del sol la sonrosaban, se ofreció a entrar y empezar a preparar ensalada para la comida.
Renée se sentó en su tumbona y contrajo la cara para indicar que no estaba de acuerdo con la sugerencia.
—Eres muy dulce, Louise —dijo en un inglés excelente, que solo tenía un leve acento—. Pero siempre comemos un poco más tarde. Sobre las dos.
Así que ya había una rutina establecida de la que Louise no formaba parte.
—Bien. —Sonrió—. Por supuesto. Entonces, esperaré un rato más.
Se levantó, trasladó la tumbona a la sombra y volvió a su novela, aunque se encontró leyendo y releyendo el mismo párrafo.
Tim se levantó y se estiró, pero, en lugar de ir a ver a Louise, se acercó a Renée.
—¿Puedo traerte algo de beber, R?