Una noche con el millonario - Trish Wylie - E-Book
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Una noche con el millonario E-Book

TRISH WYLIE

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Beschreibung

Cuando Roane Elliott se encontró a un desconocido desnudo en la playa, lo segundo que se le pasó por la mente fue denunciar aquel atrevimiento, ¡pero el primer pensamiento hizo que su corazón virginal latiera aceleradamente! Después descubrió que el desconocido era Adam Bryant, heredero de la dinastía Bryant y hombre de corazón oscuro, que había vuelto después de diez años para reclamar lo que era suyo. Roane estaba decidida a resistirse a él, pero la tentación era muy fuerte… la puerta del dormitorio estaba abierta y la fuerza que había dentro la atraía tanto…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 Trish Wylie. Todos los derechos reservados. UNA NOCHE CON EL MILLONARIO, N.º 1881 - enero 2011 Título original: One Night with the Rebel Billionaire Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9745-7 Editor responsable: Luis Pugni

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Una noche con el millonario

TRISH WYLIE

Capítulo 1

—Perdón, lo siento, pero esta playa es privada.

Roane Elliott se acercó con cautela. La luna llena iluminaba todo a su alrededor y teñía el espacio en tonos plateados y grisáceos, dejando zonas en penumbra. Había zonas sumidas en la oscuridad, pero eso no le preocupaba. Lo que le atemorizaba era aquel desconocido.

Aunque conocía perfectamente las piedras, los caminos y la arena de aquel lugar, sabía que no tenía acceso a un teléfono y que no podría pedir ayudar si la necesitaba…

Roane se paró en seco.

Y no fue porque se había dado cuenta de que no podría llamar a la policía, sino porque, al acercarse, había descubierto que el desconocido estaba ¡desnudo!

Para más señas, era un adonis.

La luz de la luna bañaba su cuerpo, sus músculos, revelando unos hombros anchos y fuertes, una cintura bien marcada y un…

Roane se quedó con la boca abierta.

El desconocido se giró y Roane le vio la cara.

«Qué guapo», pensó.

Roane se dijo que debería apartar la mirada, pero no pudo hacerlo. Y no era para menos porque aquel hombre era impresionante. Roane se mojó los labios y apretó los puños, pues sus manos parecían tener vida propia y querían alargarse hacia él y tocarlo.

—Está usted en una playa privada —repitió—. No puede estar aquí.

—El mar es de todos —contestó el desconocido.

Hasta su tono de voz era mágico.

Daba igual. Ya podía irse con aquella voz mágica, sensual y deliciosamente masculina. Roane dejó de pensar en su voz al quedar fascinada por la definición de su torso y de sus brazos. No eran músculos trabajados con esteroides y muchas horas de gimnasio, no, nada de eso. Aquel hombre debía de ganarse la vida en un trabajo físico. O, tal vez, fuera un deportista. ¿Nadador, quizás? No, no era lo suficientemente delgado. Tampoco era que le sobrara ni un gramo de grasa, desde luego.

El desconocido no parecía incómodo en absoluto y Roane podría haber aprovechado para mirarlo bien. De hecho, el hombre se había colocado las manos en las caderas y parecía estar retándola a que lo hiciera, pero Roane desvió la mirada hacia el horizonte por encima de su hombro derecho.

Aunque, en realidad, lo que le hubiera gustado hacer habría sido bajarla a su entrepierna.

—No está usted en el mar —contestó tras carraspear—. Está en la playa y esta playa es privada. Se tiene que ir. Hay patrullas de seguridad.

Aquello no era cierto, pero el desconocido no lo sabía, por supuesto.

A Roane le pareció que el desconocido sonreía divertido.

—¿Es suya?

—No, es de la familia para la que trabajo —contestó Roane—. Yo… —se interrumpió al darse cuenta de que había estado a punto de decirle que ella vivía a unos metros de aquel lugar—. Yo tengo permiso para estar aquí.

El desconocido dio un paso hacia ella y Roane se apartó hacia atrás.

—Le advierto que sé defensa personal. Soy cinturón negro de jiu-kwando.

El desconocido se rió abiertamente y dio otro paso hacia ella.

—Mi ropa está detrás de usted —le explicó—. Y, para que lo sepa, se dice jiujitsu o tae kwon do, pero buen intento. Tranquila, no la voy a morder.

Roane se hizo a un lado y se sonrojó cuando el hombre se inclinó para recoger su ropa y comentó:

—A menos que me lo pida.

Roane abrió la boca para contestar algo cortante, pero no fue capaz de articular palabra. Supuso que a cualquier mujer le habría pasado lo mismo teniendo un hombre tan tentador delante. Aquel hombre parecía de los que estaban acostumbrados a tener lo que quería siempre que quería. Era increíblemente erótico saber que estaba desnudo. Y eso que ella no tenía ninguna experiencia con hombres. A pesar de eso, era capaz de excitarse y, desde luego, encontrarse con un desconocido desnudo de noche la había excitado.

Se preguntó por qué seguía allí y se dijo que para asegurarse de que el desconocido se iba.

«Mentirosa», le dijo una vocecilla interior.

En aquel momento, oyó una cremallera y se giró hacia él, que se estaba abrochando los vaqueros.

—¿Vive aquí?

—No creo que fuera muy inteligente por mi parte contestar a esa pregunta —dijo Roane.

—No creo que acercarse de noche a un desconocido desnudo haya sido muy inteligente por su parte.

Cuando se giró hacia el agua, la luna iluminó su rostro y Roane se quedó embelesada, pues era realmente guapo. No había suficiente luz para saber de qué color tenía los ojos y el pelo, pero Roane supuso que daba igual.

Tenía un rostro perfectamente simétrico. Era tan perfecto que parecía de mentira. Tenía los ojos grandes, eso sí lo veía, la nariz recta y una boca… madre mía, qué boca… ¡aquellos labios estaban pidiendo a gritos que los besaran!

Roane se sentía como una adolescente.

El desconocido la miró y le dedicó una sonrisa de lo más sexy. Aquel hombre lo sabía. Claro que lo sabía. Sabía perfectamente que las mujeres caían rendidas a sus pies. Seguro que dejaba estelas de mujeres rendidas cuando pasaba en su moto, aquella moto enorme que había visto aparcada en lo alto del camino.

Aquel desconocido irradiaba una sensación adictiva de libertad, como si no fuera de ningún sitio, como si sólo perteneciera al lugar en el que estaba en cada momento. Nada le impedía ir donde quería ir, bañarse en una playa privada o seducir a una mujer a la luz de la luna…

Si quisiera, podría tomarla entre sus brazos y enseñarle lo que aquellos labios experimentados eran capaces de hacer, tumbarla sobre la arena, colocarse sobre ella y…

La cabeza de Roane se llenó de imágenes eróticas y sintió un dolor punzante entre las piernas. Imaginarse un encuentro así… una vez en la vida… le parecía oír su respiración entrecortada, sentía la piel húmeda de sudor y…

—Por favor, váyase —le ordenó con voz grave.

—¿Tienes miedo, pequeña? —le contestó él con una voz tan sensual que a Roane se le endurecieron los pezones.

De repente, aquellas palabras se le antojaron conocidas y frunció el ceño. No conocía de nada a aquel hombre, pero una parte de ella sentía que lo reconocía.

—¿Nos conocemos? —le preguntó.

—Nadie de aquí me conoce.

Dicho aquello, se giró para recoger el resto de su ropa. Roane se fijó en los músculos de sus hombros, en sus brazos largos y fuertes y en sus enormes manos. Aquellas enormes manos agarraron lo que parecían una camisa, una cazadora y unas botas.

Roane se percató de que no había calzoncillos por ninguna parte.

A continuación, el desconocido se volvió a girar hacia ella.

—Te has arriesgado mucho al acercarte de noche y en una playa desierta a un hombre que no conoces de nada y que está desnudo. Lo sabes, ¿verdad, pequeña?

¿Por qué seguía llamándola así?

Evidentemente, comparada con él, era pequeña, sí. El tipo debía de medir fácilmente un metro noventa mientras que ella rondaba el metro setenta y cinco. Además, en comparación con aquel cuerpo tan musculoso, ella era una sílfide, pero que a una la llamaran pequeña con veintisiete años…

Debería haberse molestado, pero lo cierto era que le resultaba de lo más sexy y él lo sabía.

—Ya te he dicho que los guardias de seguridad llegarán de un momento a otro…

—Los dos sabemos que no es cierto.

—Tú eso no lo sabes —dijo Roane sintiendo cierto pánico.

—Sí… sí lo sé —contestó el desconocido.

¿Quién era aquel hombre? En la zona de Martha’s Vineyard en la que estaban no había muchos chicos malos con moto. Nadie que no conociera la isla habría encontrado aquella playa. Claro que la casa que había a lo lejos era muy atractiva para los ladrones. ¿Querría entrar en casa de los Bryant? ¿Sería eso? ¿Estaría haciendo tiempo en la playa, esperando a que todos se acostaran, para entrar a robar?

Roane siempre había tenido mucha imaginación.

El desconocido alargó un brazo hacia ella y Roane se apartó.

—No te voy a hacer daño.

—No tengo manera de saber si eso es cierto —contestó ella.

—¿Cómo que no? No has salido corriendo. Tú instinto de supervivencia está tranquilo —le dijo el desconocido—. Ven aquí.

—¿Por qué?

—Porque quiero verte.

—¿Para qué?

El desconocido suspiró impaciente, le agarró el mentón, se lo levantó y le giró la cara hacia un lado. Roane lo miró de reojo, con los ojos muy abiertos, sin moverse.

Aquello era surrealista.

No contento con aquella primera inspección, el hombre le giró la cabeza hacia el otro lado y siguió con su observación. Lo hizo muy lentamente y, cuando apartó los dedos, Roane sintió una huella de fuego allí donde la había tocado.

—Has crecido bastante, ¿eh, pequeña?

Roane lo siguió mientras el desconocido se alejaba.

—¿Quién eres? —le preguntó.

—Buenas noches, Roane —le dijo sin darse la vuelta.

—¡Hola, Jake!

Roane corrió hacia su amigo a la mañana siguiente, cuando lo vio entre la casa principal y los dormitorios del servicio.

—Espera.

Jake se giró y le sonrió encantado.

—Buenos días, preciosa.

—Buenos días —contestó Roane sonriendo también.

Eran amigos desde niños y, aunque muchas mujeres se sentían inmediatamente atraídas por su altura y su belleza, para Roane era como un hermano.

—¿Tenéis invitados? —le preguntó—. Es que anoche me encontré con un hombre en la playa cuando volvía a casa.

—¿Ah, sí?

—Sí… fue muy raro —contestó Roane metiéndose las manos en los bolsillos—. Por lo visto, me conocía.

Por supuesto, no le contó a Jake que el desconocido estaba desnudo y que su reacción femenina ante él había sido de puro deseo. Había cosas que no se le contaban a un hermano.

—Ya… bueno, pues vamos a ver si es quien yo creo que es —contestó Jake.

Roane frunció el ceño confusa cuando Jake le pasó el brazo por los hombros y se acercó a ella para hablarle al oído.

—Sí, tenemos un invitado —le confesó.

Roane permitió que Jake la guiara hacia la casa principal. Cuando había invitados en aquella casa, se les trataba con el lujo y la exquisitez de un hotel de cinco estrellas. El primer regalo que ofrecía aquella preciosa mansión de arquitecto eran las vistas sobre el mar. El segundo era el entorno, compuesto por bosques antiguos de inmensos árboles. La casa en sí, con sus seiscientos metros cuadrados, cinco dormitorios, cocina de vanguardia, suite principal con jacuzzi, techos altos y chimenea…

—Hola, ¿hay alguien en casa? —saludó Jake al entrar en la cocina, bañada a aquellas horas en una luz dorada que le confería un aspecto de lo más acogedor.

De repente, se paró en seco y Roane chocó contra él. Estaba a punto de decirle que le podía haber avisado cuando se quedó con la boca abierta.

El desconocido de la noche anterior la miró y se giró hacia Jake.

—¿Un café? —le preguntó.

—Sí, por favor.

El desconocido sirvió dos tazas.

Roane no podía dejar de mirarlo.

A la luz del día, era todavía más guapo. Tenía el pelo rubio oscuro y los rayos de sol arrancaban destellos más claros en las puntas. En cuanto a los ojos, bueno, tendría que estar un poco más cerca para verlos bien, pero…

—Has encontrado la llave, ¿eh? —le dijo Jake.

—Eso parece —contestó el desconocido entregándoles sus tazas de café—. Poneos lo que queráis. Hay de todo en la mesa. Buenos días, Roane.

De repente, Roane se dio cuenta de quién era.

—¿Adam?

Mientras Jake se acercaba a la mesa, Adam sonrió.

—Veo que te acuerdas de mí por fin.

Antes de que a Roane le diera tiempo de decir nada, Adam se giró hacia la mesa y se sentó junto a su hermano.

—Lo de la agencia de detectives fue un poco exagerado, ¿no te parece? —le preguntó.

Jake se encogió de hombros.

—Como no decías dónde estabas…

—Tendría mis razones para no hacerlo.

Jake apretó los dientes. Roane se sentó a su lado y decidió hacer una broma para romper la tensión del momento.

—¿Contrataste a un detective para buscarlo? No me lo habías contado. ¿Era de ésos de las películas con gabardina y sombrero y gafas oscuras?

—No, la verdad es que me decepcionó —contestó Jake sonriendo de nuevo.

—Si me lo hubieras dicho habríamos buscado a uno de verdad —sonrió Roane a pesar de que le dolía que su amigo no le hubiera contado que estaba buscando a su hermano.

Era algo muy importante.

Solían contárselo absolutamente todo no hacía mucho tiempo…

Cuando miró hacia el frente, se encontró con el hijo pródigo sonriendo tranquilamente. Adam había alargado un brazo sobre el respaldo del banco de madera y parecía muy tranquilo, pero Roane sintió que no era así, que estaba nervioso.

Cuando sintió que lo estaba mirando, sus ojos se encontraron durante un par de segundos. Roane sintió que se quedaba sin aire en los pulmones. ¿Cómo podía hacer eso con sólo una mirada?

—¿Qué tal está? —le preguntó Adam a Jake.

—Tiene días buenos y días malos —contestó su hermano echándose hacia delante y tomando la taza de café con ambas manos—. Se va a alegrar cuando te vea.

—¿Está lúcido?

—Sí. A veces pierde la memoria a corto plazo. Hay días que está confuso, enfadado, tiene cambios repentinos de humor…

—Entonces, no ha habido muchos cambios —comentó Adam mirando por la ventana.

Jake no sonrió.

—Sigue siendo papá, sí, pero en breve perderá la memoria a largo plazo, empezará a no saber hablar y sufrirá un grave declive. Una vez diagnosticados, les suelen dar unos siete años de vida. A papá le diagnosticaron hace dos años, así que, si quieres hacer las paces con él, mejor que te des prisa.

Roane frunció el ceño cuando Adam no respondió.

Era evidente que había vuelto a casa para hacer las paces con su padre, ¿no? No sabía mucho de por qué se había ido, pero eso no era de extrañar porque Adam siempre había sido un misterio.

Cuando Adam se había ido, ella apenas contaba quince años. Jake tenía uno más y eran uña y carne. Adam, sin embargo, era seis años mayor. Tenía veintiún años y lo que no era mucha diferencia de adultos era un mundo a aquellas edades. Adam era un hombre ya y no un adolescente, como ellos. Les huía, no quería pasar los veranos con ellos.

Jake insistió.

—Si quieres echar un vistazo a las cuentas antes de tomar una decisión…

—Tienes prisa, ¿eh?

¡Qué frialdad! Roane sintió un escalofrío por la columna vertebral. Si no le importaba su padre, ¿para qué había vuelto? ¿Por qué no había seguido en paradero desconocido, como había hecho durante los últimos doce años?

—Sí —contestó Jake.

Roane miró a su amigo. ¿Qué estaba pasando?

Por lo visto, Adam lo sabía.

—Me vas a comprar mi parte, ¿verdad?

—Si tengo que hacerlo, sí —contestó Jake.

Roane apoyó el codo en el brazo del banco de madera y descansó el dedo índice a lo largo de la mejilla de manera que el resto de los dedos le cubrían la boca.

Adam Bryant era un hombre guapísimo, pero su personalidad no tenía desperdicio. No parecía sentir el más mínimo remordimiento por haberse ido y haber dejado a su hermano pequeño con todo.

Roane se había dado cuenta de que últimamente Jake estaba tenso y preocupado. De alguna manera, había envejecido. Desde luego, llevar el imperio Bryant él solo le había pasado factura.

Como si sintiera su desaprobación, Adam la miró brevemente. Luego, volvió a dirigir su mirada a Jake. No era la primera vez que se lo hacía desde que habían llegado y a Roane le estaba empezando a molestar. Era como si la estuviera echando, como si le estuviera diciendo que no debería estar allí. Pero, de ser así, Jake no la hubiera llevado.

Roane tuvo la sensación de que lo había hecho porque necesitaba apoyo moral.

—Muy bien, echaré un ojo a los números —comentó Adam.

—Hay una reunión del consejo de administración hoy a las tres en Maniatan. Roane te puede llevar en avioneta, ¿verdad, Ro?

¿Tenía que hacerlo?

Roane sonrió.

—Claro.

Adam ni la miró.

—Prefiero ir en coche.

—Tardarás cinco horas y media. Te tendrías que ir dentro de una hora —objetó Roane—. En avioneta tardaremos menos de dos horas. Así, tendrías hasta el mediodía para ver a tu padre…

Adam la miró a los ojos. Roane no se inmutó. Adam le sujetó la mirada, como dejándole claro que, si no la había mirado a los ojos durante más tiempo, había sido porque no había querido.

—¿Pilotas?

—Sí —contestó Roane.

Por dentro se moría de ganas de que le dijera que había mejorado en comparación con el puesto de conductor-manitas que siempre había ocupado su padre.

Pero no lo hizo.

Se limitó a tomar aire profundamente y a mirar a su hermano.

—¿Cuándo es la próxima reunión?

—Dentro de dos semanas.

—Ya —suspiró mirando por la ventana algo tenso—. Está bien. Iremos en avioneta.

Roane dejó la mano sobre la mesa y miró a Jake.

—Voy a pedir pista. ¿Vienes con nosotros?

—No, yo voy a ir antes —contestó Jake—. Ya he pedido pista.

Fantástico. Eso quería decir que le tocaba volar sola con Adam. Seguro que se lo pasaban fenomenal durante las dos horas de vuelo. Seguro que tenían muchas cosas de las que charlar.

Roane nunca había estaba tan cerca de un hombre que la atrajera tantísimo físicamente, pero que, al mismo tiempo, no le cayera bien.

Jake le hizo un gesto para indicar que le dejara ponerse en pie.

—Voy a acompañar a Adam a casa.

—Me acuerdo de cómo ir.

Roane apretó los labios mientras se ponía en pie y se dirigía al fregadero a dejar la taza de café que no había probado.

—Voy a ir de todas formas —oyó que decía Jake con mucha calma.

Cuando se colocó a su lado en el fregadero, Roane se giró hacia él y le preguntó articulando con los labios si estaba bien. Jake sonrió y asintió. De manera automática, Roane fregó la taza de Jake después de haber fregado la suya y con la misma naturalidad fregó un par de platos y de tenedores que había sobre la encimera.

No se dio cuenta de que, mientras lo hacía, Jake se había alejado y, cuando se giró, se encontró con el pecho de Adam. La sorpresa la hizo perder pie y Adam la agarró del codo. Roane se quedó mirando fijamente su mano, pues había sido como si le hubiera dado calambre.

Desde allí, la electricidad le había subido por todo el brazo, se había metido en sus tejidos y en sus venas y se había expandido por todo su cuerpo a la errática velocidad que marcaba el ritmo acelerado del latido de su corazón. Desde dentro, el chispazo había vuelto a salir, abriéndose paso por su pecho, dejando sus pezones endurecidos…

Adam la soltó tan repentinamente que Roane miró hacia arriba.

Cuando vio que él la miraba con los ojos levemente entornados, se preguntó si Adam también se habría dado cuenta de lo que había pasado. ¿Y qué era lo que había pasado? Desde luego, no había sido energía estática porque no había prendas de por medio, era piel y piel.

Bueno, lo suyo nunca habían sido las ciencias.

—¿Ro? ¿Vienes? —le dijo Jake desde la puerta.

—Mmm… humm, sí —contestó ella esquivando a Adam y tocándose de manera ausente el codo, donde él la había tocado, como si le hubiera dejado una marca invisible.

Adam se acercó un poco y el hombro de Roane entró en contacto con su brazo.

—Nos vemos, pequeña —le dijo en voz baja.

Roane lo miró a los ojos.

—¿Cuánto tiempo has dicho que te vas a quedar? —le preguntó con voz edulcorada.

—No lo he dicho.

Roane miró hacia la puerta y vio que Jake ya había salido. Se sentía incómoda sin su presencia. Para colmo, Adam se había dado cuenta.

—Por fin lo conseguiste, ¿eh? —le preguntó.

¿Cómo?

—Yo nunca… —contestó Roane interrumpiéndose en cuanto se dio cuenta de que no tenía por qué justificarse—. La relación que yo tenga con Jake no es asunto tuyo.

Roane se alejó, pero Adam la agarró de la muñeca y la levantó en el aire.

—No llevas anillo.

—Suéltame —contestó Roane intentando soltarse.

—¿Y cómo es eso?

No era que Roane tuviera mucha experiencia con los hombres, pero no hacía falta tenerla para darse cuenta de que Adam era un cavernícola que no hablaba, sino que gruñía.

Roane volvió a intentar zafarse de él. Aquella vez con más fuerza. Y, por supuesto, intentó obviar lo que estaba sintiendo en el abdomen.

—No es asunto tuyo —insistió.

Adam no la soltó, sino que la agarró con más fuerza. De repente, la miró de reojo y sonrió. Aquella mirada verde y su sonrisa fueron suficientes para que a Roane se le interrumpiera el pensamiento racional.

Hasta que se dio cuenta de por qué sonreía…

Las yemas de sus dedos habían encontrado por casualidad su pulso y se había dado cuenta de lo alterada que estaba. ¡Sabía el efecto que tenía en ella y le gustaba! Menudo arrogante…

Adam la soltó.

Y Roane salió prácticamente corriendo de la cocina. Que Adam se creyera que estaba con Jake no hacía sino complicar las cosas, pero, por lo menos, no tenía que darle explicaciones de por qué había reaccionado así cuando la había tocado.

Porque seguro que no se atrevería a ligar con la que él creía novia de su hermano, ¿verdad?

¡Cobarde!

Utilizaba a Jake como escudo protector, pero prefirió ignorar aquel detalle. El cavernícola nunca le había gustado y no iba a empezar a gustarle ahora.

Aunque fuera el típico chico malo que a todas las mujeres les gusta en secreto.

Capítulo 2

Torre de Martha’s Vineyard… Meridiano cinco ocho dos noviembre listo para rodar hasta punto de despegue… rumbo sureste.

Mientras volaban a cinco mil metros de altitud, Roane sintió lo que más le apasionaba de volar: la serenidad, el control y la emoción. Estaban rodeados de cielo azul por arriba y de agua azul por abajo.

Todo estaba muy tranquilo, así que podría haber puesto el piloto automático, pero no lo hizo porque, entonces, habría podido entablar conversación con su pasajero y ya tenía bastante con tenerlo en la cabina, porque no había querido sentarse atrás.

Pero no pudo resistir la tentación y lo miró de reojo. Así, descubrió a Adam tamborileando con los dedos sobre el muslo. Aquello la hizo sonreír.

—No te gusta volar, ¿eh?

Al ver que hacía un esfuerzo para no sonreírse, Adam frunció el ceño.

—Voy bien, gracias.

—Mmm—humm —contestó Roane—. Lo de dar golpecitos con el pie en el suelo siempre ha sido un signo de profunda relajación.

Adam dejó de golpear el suelo con el pie al instante y apretó los puños. Al ver que los nudillos se le ponían blancos, Roane comprendió que, por primera vez, tenía ella la sartén por el mango. Le gustó la sensación de estar por encima de él. Sobre todo porque, cada vez que lo veía, sus hormonas le jugaban una mala pasada y se alborotaban.

Eso era exactamente lo que le había sucedido cuando lo había visto aparecer en el aeropuerto con un traje gris marengo. Qué guapo estaba. Le había bastado verlo para olvidarse de que a ella, en teoría, le gustaban los hombres inteligentes, divertidos e ingeniosos. Todo eso se había visto sustituido por una primitiva necesidad femenina de aparearse con el macho más fuerte por el bien de la continuidad de la especie humana.