Una noche con su marido - Cara Colter - E-Book

Una noche con su marido E-Book

Cara Colter

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Beschreibung

Entre los brazos de su marido otra vez. Jessica Brennan siempre había deseado casarse con el guapísimo Kade y llenar su destartalada casa de hijos. Pero sus sueños no se habían cumplido y había acabado separándose. A pesar de que Kade no había sido capaz de arreglar su matrimonio, estaba decidido a arreglar por fin la casa. Claro que hacerlo juntos podía reavivar su amor. Una noche con su marido no le haría ningún mal, ¿no? A menos que tuviera consecuencias tan dramáticas que pudieran cambiarles la vida.

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Seitenzahl: 185

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Cara Colter

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche con su marido, n.º 5531 - enero 2017

Título original: The Pregnancy Secret

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin EnterprisesLimited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9317-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

A UNA manzana del destino al que no quería llegar, Kade Brennan tuvo la sensación de que algo iba mal, muy mal.

Las sirenas no sonaban, pero los destellos azules y rojos de las luces de la media docena de coches patrulla parpadeaban sin parar. La escena resultaba algo discordante en medio de la claridad de la mañana y del verde follaje de los álamos que bordeaban la orilla del río Bow.

Entre los sonidos del río, del cantar de los pájaros y del tráfico matutino se distinguían las comunicaciones por radio de los servicios de urgencias. Una voz femenina repetía un código que Kade no sabía qué significaba. En medio de aquel puñado de coches le pareció distinguir una ambulancia.

Kade echó a correr entre los coches mientras cruzaba Memorial Drive en dirección a la zona residencial que había al otro lado.

Parecía uno de aquellos bonitos vecindarios de revista en los que nada malo podía ocurrir. Era un antiguo barrio de elegantes casas, muchas de las cuales albergaban en la actualidad negocios prósperos. Junto a los frondosos árboles por los que estaba pasando había una papelería, una panadería de productos orgánicos, una tienda de antigüedades y una zapatería.

El barrio estaba muy solicitado desde que el puente de la Paz, una pasarela peatonal sobre el río que Kade acababa de cruzar, lo uniera con el centro de Calgary.

En aquel momento, aquel bonito barrio de revista en el que nada malo parecía que pudiera ocurrir, estaba lleno de coches de policía. La gente que iba andando al trabajo se había detenido y estaban empezando a congregarse.

Kade se abrió paso entre las personas allí arremolinadas y escuchó fragmentos de conversaciones.

–¿Qué ha pasado?

–Ni idea, pero, si ha venido la policía, no puede ser nada bueno.

–¿Un asesinato, tal vez?

El hombre que hablaba no podía disimular la excitación que le producía que su habitual caminata al trabajo se viera interrumpida por un hecho tan emocionante.

Kade lo fulminó con la mirada y se apresuró a llegar al límite de la zona acordonada, sin dejar de fijarse en los números de las casas hasta que vio la que buscaba y se dirigió hacia ella.

–Señor, no puede pasar por aquí –le dijo un hombre uniformado que repentinamente apareció ante él.

Kade lo ignoró, pero una mano en el hombro lo detuvo.

–Estoy buscando a mi esposa –dijo tratando de zafarse.

Técnicamente, era cierto, aunque por poco tiempo más.

–Kade –le había dicho Jessica por teléfono la noche anterior–, tenemos que hablar del divorcio.

Hacía más de un año que no la veía. Le había dado una dirección en aquella calle y hasta allí se había dirigido caminando desde su apartamento en el centro de la ciudad, sin saber muy bien cómo interpretar la reticencia que sentía a encontrarse con ella.

Todo aquello resultaba demasiado complicado para explicárselo al joven agente de policía que le impedía el paso.

–Se llama Jessica Brennan.

Al ver la expresión del policía, enseguida supo que todos aquellos coches tenían algo que ver con ella.

«No», aulló en silencio.

Era el mismo grito silencioso que había surgido en su interior al escuchar la palabra «divorcio». Al colgar el teléfono, no había podido evitar preguntarse si aquello significaba que quería el divorcio de una vez por todas.

La noche anterior, tumbado en la cama, Kade se había convencido de que lo mejor para ambos era que cada uno continuara con su vida.

Pero por su reacción ante el hecho de que todos aquellos coches de policía estuvieran allí por ella, supo que no era cierto que ya no sintiera nada por ella.

–Creo que está bien. Alguien ha entrado en su casa. Tengo entendido que está herida, pero su vida no corre peligro.

¿Jessica herida en un robo? Kade no pudo evitar sentir un arrebato de furia.

–Ella está bien –repitió el policía–. Vaya por ahí.

Kade se sintió incómodo de que el agente hubiera intentado reconfortarlo al percatarse de su rabia. Se tomó unos segundos para recuperar la calma y que Jessica no se diera cuenta de lo alterado que estaba. Miró hacia el camino de acceso que le había indicado. A cada lado del portón había lilas blancas en pleno esplendor.

Era una bonita casa pintada de verde claro, del mismo tono que los colores de la primavera que los rodeaban. Pero no era allí donde vivía. Había un cartel colgando en el porche en el que se leía: Baby Boomer, todo para el bebé.

Jessica solo le había dado el número de la casa. De aquello no le había dicho nada.

Y sabía muy bien por qué. Por un momento, había vuelto a sentir aquella ira que le era tan familiar, incluso después de que se tranquilizara al escuchar al policía decirle que Jessica estaba bien.

Claro que aquella sensación también podía deberse a que la casa, su nuevo negocio y la llamada de teléfono de la noche anterior fueran la prueba irrefutable de que ya no lo necesitaba en su vida.

Él también estaba listo para seguir adelante con su vida. Estaba satisfecho de cómo le iban las cosas. Su empresa, Oilfield Supplies, se había disparado en el último año. Sin las complicaciones de una relación difícil, había podido dedicar toda su atención a los negocios. Los beneficios habían sido enormes. Estaba disfrutando del éxito y un divorcio no encajaba en la imagen que tenía de sí mismo.

Divorciarse. Aquello iba a obligarlo a enfrentarse a la derrota en vez de seguir ignorándola. O quizá no. Quizá todo se limitaba a firmar un papel y asunto acabado.

¿Había forma de olvidarse de algo para siempre? Seguramente no. Lo sabía por el año que había pasado intentando refugiarse en el trabajo.

Si todo estuviera olvidado ya, ¿seguiría llevando la alianza? Se había convencido de que lo hacía para protegerse de las muchas mujeres que conocía. Aunque no tenía vida personal, por su trabajo conocía a muchas mujeres guapas y sofisticadas, que se mostraban interesadas en él. No quería ese tipo de complicaciones.

De repente se dio cuenta de que no quería que Jessica viera que seguía llevando aquel anillo que lo unía a ella, así que se lo quitó y lo guardó en el bolsillo. Respiró hondo y subió los escalones de dos en dos. No quería que notara sus dudas y temores.

En contraste con el dulce encanto que rezumaba la casa, uno de los cuadrados de cristal de la puerta estaba roto. La puerta estaba abierta. El cerrojo había sido inutilizado.

Al atravesar el umbral, los vidrios crujieron bajo sus pies y se detuvo. Sus ojos se ajustaron a la penumbra. Había entrado en un mundo que le resultaba más aterrador que la cueva de un oso.

El espacio resultaba aterrador por lo que había dentro. Allí estaba el universo que tanto habían intentado Jessica y él crear. Era un entorno de candidez, de luz y de sueños esperanzados.

Todos aquellos artículos para bebés le trajeron recuerdos de Jessica llorando y discutiendo.

Volvió a respirar hondo. Había un puñado de personas al fondo de la habitación. En el centro del grupo distinguió una cabellera rubia y contuvo el impulso de acercarse corriendo. No quería que viera cuánto le estaban afectando la noticia del asalto y el universo de objetos infantiles.

No se sentía preparado para verla, así que se tomó unos segundos para recomponerse, y se obligó a mirar a su alrededor.

Las paredes interiores habían desaparecido, dando lugar a un amplio espacio abierto. Las pocas paredes que habían quedado en pie estaban pintadas del mismo verde claro que el exterior de la casa. El suelo era de madera, y unas alfombras y estanterías dividían el espacio en cuatro zonas.

Cada una era diferente, pero todas representaban una habitación infantil.

Una era toda rosa. Las sábanas de la cuna eran de rayas y lunares rosas, y en el centro había un elefante de peluche también de color rosa. A un lado, había una mecedora con unos cojines a juego con la ropa de la cuna. Sobre un cambiador, había un vestido que parecía de una muñeca.

La siguiente era una combinación de tonos azules. De nuevo, la cuna era el elemento principal, pero llamaba la atención la variedad de objetos que había alrededor. Había trenes, tractores y camiones desperdigados en las baldas de una estantería. Una chaqueta y una gorra de béisbol diminutas colgaban de un antiguo perchero, del que también colgaban unas diminutas botas.

A continuación había otra estancia toda de encaje blanco, como si de un vestido de novia se tratara, con una cesta llena de peluches blancos en el suelo. Tenía dos cunas, dando a entender que era una habitación para gemelos, y unos motivos amarillos se repetían en las sábanas y en las pantallas de las lámparas.

Kade contuvo la respiración, conteniendo el impulso de salir corriendo de allí.

¿Cómo podía Jessica dedicarse a algo que tanto daño les había causado? Sintió que toda aquella ira que sentía hacia ella se concentraba en su pecho. Ya estaba listo para enfrentarse a ella.

Entornó los ojos y se fijó en el puñado de personas que había allí. Estaban al fondo, detrás de un mostrador en el que había una antigua caja registradora. Consciente de que su presencia podía estar de más, pasó entre el grupo conteniendo la respiración y teniendo cuidado de no tocar nada, e imprimiendo en sus pasos una seguridad que no sentía.

Resultó innecesario, puesto que al llegar junto a ella, tenía los ojos cerrados. Jessica estaba tumbada en una camilla, con el médico de la ambulancia afanándose en subirle la manga del brazo derecho y un par de agentes de policía al lado, un hombre y una mujer, libreta en mano.

En cualquier otra situación, ver a Jessica habría sido como recibir un puñetazo en el estómago, pero encontrarla así le resultaba insoportable.

Le recordaba la lección que su matrimonio le había enseñado. Aunque su deseo más ferviente había sido protegerla, había sido incapaz de hacerlo.

Observándola, advirtió los sutiles cambios que se habían operado en ella. La blusa blanca y la estrecha falda gris que vestía le daban un aire de madurez, y llevaba unos cómodos zapatos planos. Tenía un aspecto serio y profesional, lo que le produjo un gran alivio, si así se podía llamar a lo que sentía.

Era evidente que Jessica no pretendía seducir a los hombres. Se la veía muy formal. Su imagen era la de la pragmática empresaria en que se había convertido, en vez de la artista que siempre había sido. Por lo que recordaba, el único día en que había visto a Jessica sin vaqueros había sido el día de su boda.

Seguía teniendo el pelo del color del trigo, pero lo llevaba más corto, lo que les confería mayor elegancia y madurez a sus rasgos. Quizá fuera el hecho de que hubiera perdido peso lo que hacía que sus facciones destacaran, especialmente los pómulos. No llevaba ni pizca de maquillaje. De nuevo, Kade volvió a sentir alivio. Era evidente que no se había molestado en resaltar su ya de por sí belleza natural.

A pesar de que estaba pálida y magullada, y de que iba vestida de manera discreta para no llamar la atención, Jessica le provocó lo mismo que siempre, a pesar de que no quería sentir nada por ella.

Desde el primer momento en que había visto su rostro risueño en la universidad, se había quedado cautivado. Sentada en un banco con unas amigas, se había quedado mirándolo mientras él cruzaba una explanada de césped en dirección a una clase a la que llegaba tarde.

Su corazón había hecho lo mismo que en aquel momento: se había parado. Nunca había llegado a aquella clase. En su lugar, se había dirigido hacia ella y hacia su destino.

Jessica Clark no había sido una belleza al modo tradicional. En aquella primera ocasión, la había visto vestida con una camiseta rosa y unos vaqueros cortos deshilachados, y con unos mechones de su brillante melena escapando de la coleta en que la llevaba recogida. Las uñas de los pies se las había pintado del mismo color que la camiseta.

Habían sido sus ojos los que lo habían cautivado, tan verdes y brillantes como los de un duende. Su sonrisa resultaba contagiosa, cálida, llena de energía y entusiasmo por la vida.

Pero dos años de matrimonio, la habían despojado de toda aquella alegría efervescente. Y, por lo que se adivinaba por la curva de sus labios, no la había vuelto a recuperar. Una sensación gélida se apoderó de su corazón. Nunca había sido suficiente para ella.

Aun con aquel pensamiento en la cabeza, deseó acercarse a ella.

Le sorprendía querer besarla en la frente y apartarle el pelo de la cara. Pero en vez de eso, la tomó del brazo y reparó en que no llevaba anillos.

–¿Estás bien?

La fuerza que imprimió en su voz fue deliberada. No quería que nadie percibiera el pánico que había sentido al imaginarse el mundo sin Jessica.

Jessica abrió los ojos. Siempre había tenido los ojos más bonitos que había visto en su vida. Sin poder evitarlo, recordó el momento en que con la mirada clavada en la suya, había avanzado hacia el altar. Molesto consigo mismo, apartó aquel recuerdo.

En aquel momento, la luz de sus ojos se veía apagada. Aun así, por su expresión al verlo, Kade deseó ser el hombre que ella siempre había pensado que era. Por un instante, deseó tener un ápice de esperanza.

Capítulo 2

 

LA EXPRESIÓN de Jessica se tornó en sorpresa al ver que se trataba de él.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Jessica, frunciendo el entrecejo.

¿Que qué estaba haciendo allí? Le había pedido que fuera.

–¿Se ha dado un golpe en la cabeza? –preguntó Kade al enfermero.

–No, no me he dado ningún golpe en la cabeza.

–Posiblemente –respondió el sanitario.

–¿Qué estás haciendo aquí? –repitió Jessica.

Recordaba muy bien aquel tono que revelaba cierta ira bajo sus palabras.

–Me pediste que viniera –le recordó Kade–, para hablar de …

Miró a la gente que los rodeaba y no fue capaz de terminar la frase.

–Ah, ya me acuerdo. Habíamos quedado para hablar de… –dijo ella, y se detuvo para suspirar–. Vaya, Kade, lo siento, se me había olvidado completamente que ibas a venir. Llevo una mañana de locos –añadió como si necesitara explicarse.

–Ya lo veo.

–¿Quién es usted? –intervino la agente de policía.

–Soy su marido.

Técnicamente, seguía siéndolo.

Kade estaba a solo unos centímetros de Jessica, una pequeña distancia física en comparación con el abismo emocional que los separaba. Un campo de minas lleno de recuerdos se extendía entre ellos y arriesgarse a cruzarlo podía hacerlos saltar por los aires.

–Creo que tiene el brazo roto o fracturado –le dijo el médico a Kade y luego se volvió hacia Jessica–. Vamos a tener que trasladarla al hospital para hacerle una radiografía. Voy a avisar para que estén preparados.

–¿A qué hospital? –preguntó Kade.

–No hace falta que vengas –dijo Jessica, de nuevo en aquel tono, olvidándose de su reciente disculpa.

Tenía razón, no tenía por qué ir con ella.

–Aun así, me quedaré más tranquilo cuando sepa que estás bien.

–No.

Kade conocía muy bien aquel tono. Había tomado una decisión y nada la haría cambiar de opinión, por muy irracional que estuviera siendo.

–Creí que había dicho que era su marido –intervino la agente de policía.

–No hace falta que vengas al hospital –repitió Jessica.

Trató de cruzarse de brazos, pero la férula del brazo derecho se lo impidió y después de tres intentos, se dio por vencida, y volvió la vista a él.

¿Por qué insistía en acompañarla al hospital? ¿Acaso se sentía obligado a cuidarla? ¿Alguna vez había dejado de sentirse responsable de ella?

–Pensé que era su marido –repitió la policía.

–Así es –dijo Kade con una voz tan firme como el día en que se habían casado.

 

 

Jessica sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. «Su marido».

Se quedó observándolo. Estaba con los brazos cruzados sobre el pecho y lo tenía tan cerca que podía percibir su olor. Se le veía formidable en aquella postura.

A pesar de su mirada intimidatoria, Kade seguía siendo el hombre más atractivo que había conocido jamás, y estaba segura de que la agente de policía también pensaba lo mismo.

Jessica nunca se había cansado de mirarlo, ni siquiera cuando su relación había empezado a hacer aguas. Incluso en ocasiones, eso solo había servido para complicar más las cosas.

Al observarlo en aquel momento, se sintió resignada. Aquella mañana, Kade llevaba un bonito traje de verano, seguramente hecho a medida. Completaba su atuendo con una camisa de algodón blanca y una lujosa corbata de seda.

El resultado lo hacía parecer el presidente de una gran compañía de Calgary y así era. Su empresa, Oilfield Supplies, suministraba servicios a la frenética actividad de los yacimientos petrolíferos de la zona de Alberta. Con su esfuerzo, su ambición y su inteligencia, el ascenso de la compañía en los últimos años había sido meteórico.

Nadie le había regalado nada. Había trabajado en pozos de petróleo para pagarse la universidad, y había aprendido el oficio desde abajo. A pesar de su ropa, tenía un aire rudo. Kade Brennan, con sus piernas largas, su fuerte pecho y sus anchas espaldas, irradiaba un fuerte magnetismo.

Tenía el pelo castaño oscuro y, a pesar de cómo se lo peinara, siempre parecía incontrolable. En aquel momento lo llevaba muy corto.

Iba perfectamente afeitado, dejando ver la perfección de su rostro masculino: buena piel, pómulos altos, nariz recta, labios gruesos y barbilla prominente.

Su mirada, profunda y sexy, era del color del mar. Era de un tono que solo había visto en una ocasión, en la gran isla de Hawái, cuando habían ido allí de luna de miel. Pero mucho antes de eso, casi desde el momento en que lo había conocido, no había podido dejar de imaginarse cómo sería un hijo suyo. ¿Tendría sus ojos o los de ella, o tal vez una combinación de ambos?

Aquello le resultaba más difícil de soportar que el dolor que se extendía por su brazo, a pesar de las bolsas de hielo que le habían puesto para aplacarlo.

«Su marido».

Sintió que el ritmo de su corazón se alteraba ante lo que en otra época había significado, además de por todo lo que sabía de aquel hombre, todas esas intimidades que solo una esposa conocía. Sabía que tenía cosquillas en los pies, que le gustaba el olor de los limones, que si lo besaba detrás de la oreja se volvía…

Jessica apartó aquellos pensamientos, molesta por el rumbo que estaban tomando. Con lo que había pasado entre ellos, ¿cómo era posible que se sintiera así al verlo?

Teniendo en cuenta todo lo que se interponía entre ellos, sentía como si se estuviera traicionando a sí misma por desear volver a sentir sus brazos rodeándola, su aliento junto a la oreja, sus labios apoderándose de los suyos y su cuerpo aferrado al de ella.

«Su marido».

Sintió que se quedaba sin fuerzas. ¿Dónde estaba su autoestima cuando más la necesitaba? ¿Dónde estaba aquella seguridad en sí misma que creía que había recuperado? ¿Dónde estaba aquella convicción de que la vida seguía adelante, de que podía recuperar los sueños que había dejado de lado?

Jessica había descubierto que no necesitaba a nadie para conseguir sus propios sueños. De hecho, se había dado cuenta de que todo aquello con lo que había soñado era mucho más fácil de alcanzar sin un hombre a su lado, especialmente uno como él, tan seguro de tener respuesta para todo.

Jessica estaba convencida de que Kade nunca aprobaría el secreto que guardaba. Era un secreto que le producía una gran alegría, tanta como la que le había causado en una ocasión la ecografía cuya foto guardaba en un bolsillo cerca de su corazón. Había tomado la decisión de adoptar un bebé.

Aunque de momento era tan solo una idea, quería que todo quedara resuelto entre Kade y ella antes siquiera de presentar la solicitud. Recordó que debía ser fuerte para afrontar aquella reunión con Kade, e ignoró aquel inesperado deseo.

Había estado ensayando durante una semana antes de llamarlo, practicando un tono de voz neutral y planeando al detalle la reunión de aquella mañana.

Por desgracia, ser víctima de un robo no formaba parte de sus planes. No se podía creer que en mitad de aquel caos se hubiera olvidado de que había quedado con él.

Eso era, eso explicaba cómo se sentía en aquel momento. Se había dado un buen golpe. El dolor del brazo era intenso y, a pesar de lo que le había dicho al médico, era posible que también se hubiera golpeado la cabeza en el altercado. Quizá, tal vez quizá, podía permitirse cierta flaqueza dada la situación.

Claro que en aquel momento debía mostrarse fuerte ante él y no vulnerable.