Una Peligrosa Aventura - Barbara Cartland - E-Book

Una Peligrosa Aventura E-Book

Barbara Cartland

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Beschreibung

La Guerra contra Francia ya duraba demasiado y en aquella aldea de Inglaterra, lejos del fragor de la Batalla, Novella sentía que su vida era tediosa y rutinaria. Cuando un desconocido irrumpió en su casa herido y pidiéndole ayuda, no podía creer que aquello sucediera de verdad, y menos aún, que la llegada de aquel hombre la introduciría en el aventurero mundo del espionaje. Pero Inglaterra merecía su esfuerzo y la profunda pasión que despertó en ella el desconocido, le dio la valentía necesaria para afrontar todos los peligros.

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Veröffentlichungsjahr: 2013

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Capítulo 1 1813

NOVELLA llevó al trote su caballo hacia el interior de la caballeriza y desmontó.

No había nadie por allí y pensó que el palafrenero estaría probablemente trabajando en el jardín.

Como, debido a la Guerra había poco personal de servicio, los que quedaban no desempeñaban sólo su labor habitual, sino al menos otra más.

Metió el caballo en su cuadra y le quitó la silla. La colgó en el pasillo y regresó a quitarle la brida. Después se aseguró de que tuviera comida y agua fresca.

−¡Has sido un muchacho excelente!− le dijo−. Si tengo tiempo, saldremos de nuevo esta tarde.

Le dio unas palmadas cariñosas, segura de que Heron entendía todo lo que le decía. El animal se frotó contra ella, en señal de agradecimiento.

Al volver hacia la casa andando, pensó que hacía un día muy bonito y que resultaba una lástima tener tantas cosas que hacer en el interior.

Su madre estaba enferma. Aunque Nanny, a pesar de su avanzada edad le proporcionaba una gran ayuda, todavía le quedaban a ella docenas de cosas que hacer. Lady Wentmore no podía salir de su habitación.

Al mirar hacia su casa sintió que la recorría un estremecimiento de emoción. Nada, pensó, podía ser más hermoso. Los ladrillos, que se habían vuelto de color rosa con el paso de los años, los tejados con buhardillas y las pintorescas chimeneas, eran característicos de la época Isabelina.

La casa pertenecía a la familia Wentmore desde hacía generaciones. Su padre, que estaba combatiendo en la Península con Wellington, debía añorar, día tras día, volver a verla. Estaba segura.

"Si terminara esta horrible Guerra" se dijo Novella, "podríamos volver a estar todos juntos y tan felices como antes".

Sintió una oleada de miedo al pensar que su padre podía morir. Se habían dado tantos casos de muertos de Guerra en la aldea. Sabía que la enfermedad de su madre se debía, en parte, al pánico de pensar que quizá no volviera a ver a su esposo.

Novella llegó al centro del antiguo vestíbulo, donde había una enorme chimenea medieval y muros ornamentados. De pronto, oyó detrás de ella un sonido inquietante. Se volvió, sorprendida.

Lo que sonaba eran las pisadas de alguien que iba corriendo. Estaban cruzando a toda velocidad el patio de grava.

Antes de que pudiera preguntarse qué estaría sucediendo, un hombre que subió a saltos la escalinata, entró en el vestíbulo.

Lo miró, asombrada. No era ninguno de sus vecinos, sino un desconocido. Un joven apuesto y, sin duda, un caballero. Sin embargo, en aquel momento parecía muy alterado.

Cuando la vio, se detuvo y dijo:

−¡Por amor de Dios, escóndame! ¡Si me agarran, me matarán!

Novella ahogó una exclamación de asombro. Entonces vio que tenía el brazo ensangrentado y casi hasta la mano.

−¡Me han disparado y me han herido el brazo, pero la próxima vez tirarán a matar!− dijo él.

Miró por encima del hombre, con temor. Novella comprendió que los tiradores de quienes huía no debían estar lejos. Con la rapidez de decisión que era característica de ella, dijo:

−¡Venga conmigo!

Cruzó el vestíbulo y se dirigió hacia un largo pasillo que conducía a la biblioteca. Al llegar abrió la puerta. El desconocido la seguía. Todavía respiraba tan agitado, como al entrar a la casa.

La biblioteca era una habitación amplia y agradable que tenía las paredes cubiertas de libros. A media altura corría una galería a la que se subía por una escalera de caracol.

También había una enorme chimenea medieval, a la que más tarde se le había añadido una repisa de mármol. A Novella le pareció oír un ruido en el vestíbulo. Corrió nerviosa hacia un lado de la repisa y apretó una de las flores que estaban labradas en el panel de madera. Una estrecha puerta se abrió.

−¡Un pasadizo secreto!− exclamó a sus espaldas el desconocido−. Justo lo que necesito! ¡Gracias, muchas gracias, por salvarme la vida!

Mientras hablaba, inclinó la cabeza y entró en la oscuridad que reinaba en el interior.

−Diríjase hacía la izquierda− susurró Novella−, y llegará a una habitación.

Cerró el panel.

Se alejó de la chimenea, y anduvo hacia el extremo opuesto de la habitación. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que alguien avanzaba por el pasillo. Al minuto siguiente, se abrió la puerta.

Reconoció al hombre que entró. Era Lord Grimston, cuyo Castillo estaba a unos dos kilómetros de allí, junto al mar.

Novella lo había visto en las cacerías y en las Fiestas del Jardín del Representante de la Corona a las que había asistido con su madre.

No recordaba que jamás hubiera ido a su casa y sabía que era porque a su padre no le agradaba. Además, siempre había oído decir que a Lord Grimston no le gustaba relacionarse con sus vecinos.

Por todo ello consideró una grave impertinencia el que se atreviera a entrar en su casa sin ser recibido y anunciado por un sirviente.

Era un hombre de más de cuarenta años que en su juventud había sido muy apuesto. Pero tenía el rostro marcado por su vida licenciosa, las líneas gruesas bajo los ojos y las oscuras arrugas desde la nariz hasta la barbilla, denotaban su estilo de vida.

−¿Dónde está?− preguntó con tono autoritario.

Novella lo miró fingiendo sorpresa.

−Me parece, señor− dijo con lentitud−, que es usted Lord Grimston. He oído a mi padre hablar de usted, pero no nos han presentado.

−¿Donde está el hombre que acaba de entrar en la casa?

−¿Hombre?− repitió Novella−. No sé a qué se refiere, a menos que hable de Dawkins, nuestro Sirviente.

−No hablo de sirvientes− respondió enfurecido Lord Grimston−, sino del hombre que ha logrado escapar de esos tontos que intentaban capturarlo. ¡Sé que se encuentra en alguna parte de esta casa!

−Me temo que se equivoca, señor. Como mi madre está enferma y mi padre combate con Lord Wellington, por el momento no recibimos visitas.

−¡No soy un maldito visitante!− gritó Lord Grimston.

Al ver por su expresión que había escandalizado a Novella, añadió con rapidez:

−Discúlpeme, no he debido lanzar un juramento delante de una dama. Pero estoy enfurecido por haber perdido a ese hombre.

−No puedo imaginar de qué habla, señor− dijo Novella−, pero le aseguro, aunque ignoro a quién busca, que no está aquí.

−¡Estoy seguro de que está!− respondió Lord Grimston−. ¡E insisto en que mis hombres lo busquen!

Novella adoptó una postura muy erguida.

−Ésta es mi casa y, como ya le he dicho a Su Señoría, mi madre está enferma. No creo que usted se comportaría de esta manera tan agresiva, si estuviera aquí mi padre.

−El General, sin duda, no me impediría la búsqueda de ese tipo− discutió Lord Grimston.

−Mi padre habría preguntado la razón de que persiga al hombre en cuestión y también le haría ver con claridad que no está en esta casa.

Como estaba mintiendo, cosa que jamás hacía, Novella cruzó los dedos. A la vez, se decía que no podía ni debía entregar al hombre que había ocultado, a alguien tan despreciable y desagradable como Lord Grimston.

−Diga lo que diga− dijo él−, ¡tengo toda la intención de encontrar a ese hombre y arrestarlo!

−Entonces será mejor que busque en otro lugar. No puedo permitir que sus hombres perturben a mi madre revisando toda la casa. Sería inconcebible que lo hicieran sin mi permiso.

Lord Grimston se dio cuenta de que era verdad. Permaneció unos minutos indeciso, aunque evidentemente lo hacía con el propósito de encontrar a su presa. Entonces, de forma inesperada y con voz muy diferente miró a Novella y dijo:

−Ha crecido desde la última vez que la vi y se ha convertido en una jovencita muy hermosa.

La miró de arriba a abajo, de un modo insultante. Levantando un poco más la barbilla, ella respondió:

−Si no me equivoco, señor, estoy oyendo a sus hombres entrar en el vestíbulo. Sea tan amable de decirles que permanezcan afuera hasta que terminemos nuestra conversación.

Lo dijo con tal dignidad que parecía mayor de lo que era. Cruzó por delante de Lord Grimston y avanzó por el pasillo. Lo hizo sin prisas y sin mirar atrás para comprobar si él la seguía. Él miró a su alrededor por la biblioteca, lanzó un juramento entre dientes y salió de la habitación. Cuando Novella llegó al vestíbulo, ya estaba casi a su lado.

Tres hombres buscaban tras la escalera, una cómoda y en un gran reloj de caja. En el mismo tono que había usado con Lord Grimston, dijo:

−No han sido invitados a esta casa, a si que por favor, esperen fuera hasta que tengan permiso para entrar.

Los hombres le parecieron más bien rudos y no se parecían en nada a los habitantes de la localidad. La miraron sorprendidos. De pronto, un tanto avergonzados, empezaron a andar hacia la puerta.

Entonces apareció Lord Grimston. Se detuvieron y lo miraron, como en espera de sus órdenes.

−Hagan lo que dice la señorita!− ordenó−. Los llamaré cuando los necesite.

Ellos se tocaron las gorras, que no se habían quitado y bajaron la escalinata hacia el Patio.

Lord Grimston se detuvo frente a la chimenea.

−Mire, muchacha− dijo−, no debe interponerse en el camino de la justicia. Insisto en llevarme conmigo al hombre que sé que está en algún lugar de esta casa.

Si habla de justicia, señor mío− respondió Novella−, supongo que será algo que habrá que discutir con el alguacil del Condado, a quien mi padre conoce bien. Si usted envía a buscarle y le dice cuál es el problema, por supuesto que cooperaré en todo lo que él me pida.

Novella vio, por la expresión que apareció en el rostro de Lord Grimston, que lo último que deseaba era que el alguacil interviniera en lo que estaba haciendo. Había sacado una carta de triunfo ante la cual él no tenía respuesta. Sin embargo, como si no aceptara ser derrotado por una muchacha, insistió:

−¡No hay necesidad de armar tanto lío! Yo ya había arrestado a ese hombre, pero se me ha escapado. Todo lo que deseo es revisar la casa y llevármelo a donde no cause más problemas.

−Eso es algo que, hasta donde yo sé− dijo Novella−, ese desconocido no ha hecho. En cambio, el comportamiento de Su Señoría me parece muy extraño, se comporta de un modo que nunca había presenciado hasta ahora.

Durante un momento Lord Grimston pareció ligeramente avergonzado. Entonces dijo:

−Es usted muy lista para salirse con la suya, pero estoy decidido a no irme con las manos vacías.

−Muy bien, si insiste, sus hombres pueden revisar la casa, siempre y cuando no molesten a mi madre.

Hizo una pausa antes de añadir:

−Pero creo que mi padre tendrá algo que decir del comportamiento de Su Señoría. Y no dude de que se lo informaré en cuanto regrese a casa, después de combatir por su país contra Napoleón Bonaparte.

Al decirlo, avanzó y abrió la puerta que conducía al salón. El corazón le latía frenético mientras se dirigía hacia la ventana que daba al jardín de las rosas. Sin embargo, pensó que se había comportado como su padre habría esperado que lo hiciera.

Mientras tanto, Lord Grimston se dirigió hacia la puerta principal. Sus hombres esperaban al pie de la escalinata.

Su faetón estaba detrás de ellos, y también había una carreta en la que pretendían llevarse a su prisionero. Desde lo alto de la escalinata, Lord Grimston dijo a sus hombres con voz gruesa:

−¿Están seguros de que el hombre al que buscamos ha entrado aquí?

Uno de ellos, que parecía más inteligente que los otros dos, dijo:

−Creo que sí, Señor, pero tal vez diera la vuelta por detrás de la casa. Como sabe, señor, nos llevaba mucha ventaja.

Lord Grimston frunció el ceño.

−¡Debí suponer que organizarían un lío con esto! Bien, busquen en el jardín, tontos, Si no está en la casa, debe haberse ocultado por ahí.

Los hombres se apresuraron a obedecerlo. Corrieron a los lados de la casa, buscando entre los setos y árboles.

Novella los observaba desde la ventana del salón.

La invadió una sensación de triunfo por haber sido más lista que Lord Grimston. Por otra parte, no podía evitar preguntarse qué habría hecho el desconocido para que se lo quisiera llevar prisionero.

−¿Se había equivocado y sería, en realidad, un peligroso criminal?

Había acudido a ella en busca de refugio. Y ella había decidido no entregarlo a alguien tan desagradable como Lord Grimston.

“Tal vez cuando se vaya mande yo a alguien a buscar al Alguacil", pensó.

Era esencial, lo primero, asegurarse de que Lord Grimston se fuera de verdad. No debía estar espiándola cuando soltara al hombre que tenía oculto en el pasadizo secreto.

Desde que era pequeña, a Novella le encantaban aquellos pasadizos secretos que su padre le había enseñado. Le había contado relatos acerca de quiénes se habían ocultado allí.

Allí se habían salvado los católicos perseguidos por los seguidores de la Reina Isabel, cuando sus ancestros construyeron la casa. Durante la Guerra Civil, la casa había sido registrada una y otra vez por las Tropas de Cromwell que buscaban a los Realistas.

A Novella le gustaba inventarse historias en las que se ocultaba de gigantes o duendes que la perseguían. Sin embargo, jamás había supuesto que en la vida real ocultaría a un hombre en peligro de perder su vida.

"En cuanto Lord Grimston se vaya, debo hablar con el desconocido", pensó, "y también vendarle el brazo".

Estaba segura de que debía ser una herida muy dolorosa.

Observó a los hombres que con rudeza se metían entre las ramas de los arbustos. Serían igual de violentos, pensó ella, con el hombre que se les había escapado, si lo encontraban.

Al terminar de revisar el jardín, vio que se paraban a hablar entre ellos. Entonces se encogieron de hombros al comprender que habían perdido a su presa y que ya no podían hacer nada más.

De pronto oyó que Lord Grimston decía detrás de ella:

−Esos idiotas han perdido a ese hombre por el momento, pero puede estar segura de que lo capturaré, tarde o temprano.

Novella se volvió.

−Sólo espero, Señor, que no sea en la propiedad de mi padre. Si regresa usted aquí, tal vez sea tan amable de avisarme. O al menos, de llamar a la puerta si llega de forma inesperada.

Cuando terminó de decir aquello, se dio cuenta de que Lord Grimston estaba asombrado de que ella se atreviera a hablarle de aquella forma.

Entonces, de forma repentina, se rió:

−¡Al menos tiene agallas, muchachita! Supongo que como es tan bonita se creerá que siempre puede salirse con la suya.

De nuevo la estaba mirando detenidamente y mientras le recorrían el cuerpo con los ojos, Novella tuvo la idea de que la estaba deseando en su imaginación. Le hizo una ligera reverencia mientras decía:

−Sea tan amable, señor, de decirle a su conductor que cierre los portones cuando salgan. El portero está en el Ejército y su esposa sufre de reumatismo.

De nuevo, Lord Grimston se rió.

−Debemos volver a vernos, señorita Wentmore− dijo−, en mejores circunstancias. ¿Aceptaría cenar conmigo alguna noche? Enviaré mi carruaje a recogerla.

−Gracias, señor, pero mientras mi madre esté enferma me resulta imposible dejarla.

Lord Grimston hizo una mueca.

−No soy hombre que acepte un no por respuesta. Le concederé a mi prisionero, ya que no hemos podido encontrarlo, pero le juro que la veré de nuevo y muy pronto.

Echó a andar hacia la puerta.

Miró hacia atrás, como si esperara que Novella lo siguiera. De nuevo ella le hizo una reverencia que más bien parecía un insulto. Respirando con fuerza, Lord Grimston cruzó el vestíbulo y bajó la escalinata.

Novella no se movió hasta que oyó que el faetón se alejaba, seguido por la carreta. Sólo cuando ya no podía oírlos se dirigió a la puerta principal.

Pudo ver la carretera y a lo lejos por la vereda. El faetón ya había cruzado el portón y avanzaba por el camino que llevaba hacia la aldea.

Se preguntó si Lord Grimston habría dejado a alguno de sus hombres espiando la casa. Buscó entre los arbustos que rodeaban el patio. No parecía haber nadie oculto en ellos. De todos modos cerró la puerta y volvió a mirar hacia afuera antes de dirigirse a la biblioteca.

Para no correr riesgos, se acercó primero a las ventanas para asegurarse de que nadie estuviera al acecho desde el jardín.

Tuvo el impulso de cerrar las cortinas, pero pensó que sería un error. Sin duda despertaría las sospechas de cualquiera que estuviera afuera. Miró por las tres ventanas, cuidadosamente. Las aves jugueteaban tranquilas entre los setos de flores. Novella pensó que si hubiera algún desconocido allí oculto habrían volado alarmadas. Finalmente, después de dejar pasar un tiempo razonable desde que Lord Grimston se fuera, se dirigió hacia los paneles.

Abrió la puerta secreta, pero no había nadie cerca de la entrada. Como todavía estaba nerviosa, volvió a salir a la biblioteca. Cogió la llave que estaba puesta en la puerta por fuera, la cerró y echó la llave por dentro.

Entonces metió la cabeza en la entrada del pasadizo secreto.

−¿Está usted ahí?− llamó con voz suave.

No hubo respuesta.

Supuso que el desconocido, como ella le había sugerido habría entrado en la habitación donde los católicos decían Misa en secreto. Estaba un poco alejada de la entrada.

Sabía que el pasadizo era oscuro, aun cuando había algunos lugares por donde se filtraban el aire y algo de luz. Encendió una vela y entró al pasadizo. Cerró la puerta secreta tras ella. Caminó con lentitud, con la vela en la mano. No deseaba que se la apagara una ráfaga de aire inesperado.

Aquello ya le había sucedido una vez con su padre. Habían tenido que encontrar el camino de vuelta en la oscuridad, y lo habían conseguido con cierta dificultad.

Llegó a la habitación.

Era pequeña, pero lo bastante grande para contener un altar con un crucifijo dorado y un reclinatorio. También había algunos cojines para arrodillarse, ya muy gastados. Durante un momento, Novella pensó que no había nadie allí. Levantó la vela y vio que el hombre se había desplomado en el suelo.

Tenía la cabeza apoyada en el reclinatorio. Tenía los ojos cerrados y durante un momento de terror, ella pensó que estaba muerto. Al mirarlo detenidamente, se dio cuenta de que sólo se había dormido. La herida del brazo le sangraba mucho y tenía manchada la manga de la chaqueta.

Lo miró durante unos segundos y como si lo hubiera llamado sin hablar, él abrió los ojos.

Novella lanzó un suspiro de alivio al oírle decir:

−Discúlpeme, pero llevo dos noches sin dormir y me ha vencido el sueño sin que me diera cuenta.

−Lord Grimston y sus hombres se han ido− dijo Novella−, pero se ha mostrado muy desagradable y muy decidido a encontrarlo.

−Eso suponía que haría− respondió el desconocido−, y ahora, ¿cómo puedo agradecerle que me haya dado refugio y que me haya salvado la vida?

−¿Realmente... lo habrían... matado?− preguntó Novella en voz baja.

−¡Sin duda!− respondió el desconocido−, como ve, ya me habían herido.

Miró la sangre que le teñía la mano.

−Voy a curarle y creo que ahora puede salir de aquí sin peligro.

El desconocido se puso de pie.

−¿Está segura? Si Su Señoría está decidido a encontrarme, sin duda habrá dejado algún espía por si salgo de mi escondite.

−Ya he pensado en eso− respondió Novella−, y he mirado por las ventanas de la Biblioteca, pero estoy segura de que no hay nadie.

−Entonces me sentiría muy agradecido si pudiera asearme− dijo el desconocido−, y si no es mucha molestia para usted, también me gustaría comer algo.