Una proposición delicada - Cat Schield - E-Book

Una proposición delicada E-Book

Cat Schield

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Beschreibung

¿Un hijo entre amigos? Ming Campbell había dejado de buscar el amor porque estaba desilusionada, pero formar una familia era lo primero en su lista de prioridades. Y no había mejor donante de esperma que su amigo de toda la vida, el empresario y piloto de carreras Jason Sterling. Pero él tenía una proposición propia: concebir ese hijo a la antigua usanza. Tras el primer beso, las reglas establecidas se desmoronaron. La pasión desatada entre ellos lo complicaba todo: su amistad, la relación con sus familias… incluso el secreto sueño de Ming de tener un futuro con Jason.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Catherine Schield. Todos los derechos reservados.

UNA PROPOSICIÓN DELICADA, N.º 1920 - junio 2013

Título original: A Tricky Proposition

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3106-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

Ni el tintineo de agua de la fuente ni las plantas en la terraza del restaurante lograban calmar la ansiedad de Ming Campbell, que tomaba un té de granada pensando que estaba a punto de cometer el mayor error de su vida.

Bajo la mesa, su diminuta yorkshire terrier levantó la cabeza y empezó a mover la colita, como dando la bienvenida a alguien. Muffin no era un perro guardián, pero sí un buen sistema de alarma.

Con el estómago encogido, Ming levantó la mirada para ver al hombre que se acercaba con un pantalón caqui, polo de manga corta y zapatillas de deporte. La sombra de barba, tan sexy, suavizando su mandíbula cuadrada.

–Siento llegar tarde.

Jason Sterling le puso una mano en el hombro y Ming sintió un escalofrío.

Desde que rompió el compromiso con su hermano, Evan, seis meses antes, cada vez que la tocaba experimentaba esa sensación. Un simple golpecito en el brazo, el roce de sus manos o el de sus piernas cuando se sentaban juntos en un sofá y se le ponía la piel de gallina.

Sus afables abrazos la ponían nerviosa y no podía evitarlos porque Jason le pediría explicaciones y no podría dárselas. De modo que lo soportaba en silencio, esperando que sus sentimientos por él se hicieran más manejables.

Muffin puso las patitas sobre su rodilla y emitió un sonido que era parte ladrido parte estornudo.

Jason la levantó para que pudiese lamerle la cara y, una vez hecho eso, la perrita se sentó sobre sus rodillas, suspirando de contento.

–¿Por qué no has empezado a comer sin mí? –le preguntó, haciéndole un gesto a la camarera.

Porque estaba demasiado nerviosa y no podría probar bocado, pensó ella.

–Dijiste que solo llegarías quince minutos tarde.

Jason era un solterón empedernido, egocéntrico, preocupado por sus carreras de coches y siempre buscando una nueva aventura, fuese una chica guapa o un circuito nuevo. Eran amigos desde el instituto y Ming le quería mucho.

–Lo siento. Había mucho tráfico en la entrada a la ciudad.

–Pensé que habías vuelto ayer.

–Ese era el plan, pero mis amigos insistieron en tomar un par de cervezas después de la carrera y la celebración duró hasta la madrugada. Ninguno estaba en condiciones de conducir cinco horas hasta Houston –sonriendo, Jason puso las piernas sobre una de las sillas libres.

–¿Cómo lleva Max que le saques tantos puntos de ventaja?

Los dos amigos participaban en carreras de coches desde los dieciséis años y competían para ver quién conseguía más puntos.

–Desde que se enamoró, creo que le da igual.

No había visto a Jason tan disgustado desde que su padre se enamoró de una mujer veinte años más joven que él.

–Pobrecito, tu mejor amigo se ha hecho adulto y te ha dejado atrás –se burló Ming. Llevaba escuchando sus quejas desde que Max Case propuso matrimonio a la mujer de su vida.

Jason se inclinó hacia delante, mirándola con intensidad.

–Tal vez debería descubrir por qué la gente pierde la cabeza cuando se enamora.

–Pensé que no ibas a casarte nunca –dijo ella, intentando disimular su agitación. Si Jason se enamoraba locamente de alguien, la dinámica de su amistad cambiaría. Ya no sería su mejor amiga.

–No te preocupes por eso –replicó él, riendo.

Ming miró pensativa la ensalada griega que la camarera había puesto delante de ella. En el instituto se había enamorado de Jason… un amor imposible, claro. Salvo por un breve interludio en el baile de graduación, y él se encargó de repetir mil veces que había sido un error, nunca había parecido verla más que como una amiga.

Cuando se fue a la universidad, el tiempo y la distancia no habían matado sus sentimientos por él, pero sí le habían dado cierta perspectiva. Aunque por algún milagro Jason se enamorase locamente de ella, no haría nada al respecto. Le había dicho muchas veces lo importante que era su amistad para él y que de ningún modo querría perderla.

–Bueno, cuéntame –empezó a decir Jason, mirándola por encima de su hamburguesa–. Has dicho que tenías que hablar de algo serio conmigo.

Y en la media hora que había estado esperándolo, Ming había empezado a sentir pánico. Normalmente le contaba todo lo que le pasaba… bueno, casi todo. Cuando empezó a salir con Evan había temas de los que no hablaban… sus sentimientos por su hermano sobre todo. Pero había aprendido a guardarse cosas y le costaba más trabajo del esperado abrirle su corazón.

–Voy a tener un hijo –dijo por fin, conteniendo el aliento mientras esperaba su reacción

Jason, que iba a llevarse una patata frita a la boca, se quedó inmóvil.

–¿Estás embarazada?

Ming negó con la cabeza.

–Aún no. Pero, con un poco de suerte, lo estaré pronto.

–¿Cómo? No estás saliendo con nadie.

–Voy a acudir a una clínica de fertilidad.

–¿Y quién va a ser el padre?

Ming clavó el tenedor en una aceituna.

–Tengo tres candidatos: un abogado, un atleta y un fotógrafo de vida salvaje. Cerebro, cuerpo y alma. Aún no me he decidido.

–Parece que llevas algún tiempo pensándolo. ¿Por qué es la primera vez que oigo algo al respecto? –Jason apartó su plato.

Ming suspiró. Siempre había podido hablar con él de cualquier cosa, pero salir con su hermano lo había cambiado todo.

–Tú sabes por qué rompimos Evan y yo –le dijo. Desde el principio, Evan le había dicho que no quería formar una familia, pero había pensado que cambiaría de opinión–. Tener hijos es algo muy importante para mí.

Había decidido ser odontóloga precisamente porque le gustaban los niños. Ellos alegraban el mundo y le hacían sonreír de modo que, a cambio, ella les daba unos dientes perfectos.

–¿Se lo has contado a tus padres?

–No, aún no.

–Porque sabes que tu madre no reaccionará bien cuando sepa que vas a tener un hijo sin estar casada.

–No le gustará, pero ella sabe que deseo formar una familia y ha aceptado que no voy a casarme.

–¿Por qué no vas a casarte? Tienes que superar tu ruptura con Evan.

–Ya he superado mi ruptura con Evan.

–Seguro que hay alguien perfecto para ti en alguna parte y tarde o temprano lo encontrarás.

Imposible porque el único hombre con el que podía verse a sí misma estaba decidido a no casarse nunca, pensó ella, frustrada.

–¿Cuánto tiempo debo esperar? ¿Otros seis meses, un año? En un par de meses cumpliré treinta y dos y no quiero perder más tiempo sopesando los pros y los contras o preocupándome por la reacción de mi madre cuando en mi corazón sé perfectamente lo que quiero. Estoy decidida, Jason.

–Ya lo veo –dijo él, estudiándola con sus ojos de color azul turquesa.

–Y me gustaría que tú estuvieras de acuerdo con mi decisión.

–Eres mi mejor amiga –le recordó él, con expresión sombría–. ¿Cómo no voy a apoyarte?

Había decidido apoyarla aunque Ming sospechaba que seguía procesando la noticia y aún no había decidido si era un error…

Y hasta ese momento no sabía lo importante que era para ella la reacción de Jason.

–¿Has terminado de comer? –le preguntó unos minutos después, buscando a la camarera con la mirada–. Debo volver a la clínica. Tengo un paciente en quince minutos.

Jason insistió en pagar la cuenta a pesar de sus protestas.

–Pero si he sido yo quien te ha llamado para invitarte a comer…

Mientras él metía unos billetes bajo el salero, Ming tuvo que arrancar a Muffin de las rodillas de Jason, donde parecía encontrarse muy a gusto.

–¿Dónde está tu coche? –preguntó él.

–He venido andando. La clínica está a dos manzanas de aquí.

–Yo te llevaré –Jason tomó su mano, haciendo que sintiera un escalofrío.

El aroma de su colonia masculina se infiltró en sus pulmones… era en momentos como aquel cuando sentía la tentación de cancelar todas sus citas para irse a casa de Jason y terminar de una vez con aquel deseo que la volvía loca.

Por supuesto, nunca haría eso. Encontraría la manera de domar a la loba que se había instalado bajo su piel. Ella siempre había sido la más conservadora, la que más estudiaba, la que hacía planes para el futuro; y Jason el que actuaba por impulso, el que salía de fiesta y, aun así, conseguía graduarse con las mejores calificaciones. Y a quien le gustaba llevar una vida personal sin ataduras.

Jason abrió la puerta de su coche, un Camaro de 1969. Aunque solo eran amigos, siempre la trataba con la misma caballerosidad con la que trataba a las demás mujeres.

Para que pudiera sentarse, Jason tuvo que apartar un trofeo del asiento y, a pesar de la indiferencia con la que lo tiró en la parte trasera, Ming sabía que era una fuente de orgullo para él y que terminaría junto a muchos otros en su casa.

–¿En qué estás pensando? –le preguntó mientras se sentaba al volante del poderoso coche.

–En demasiadas cosas –respondió Ming, acariciando la cabeza de Muffin.

–Hazme una versión resumida.

–Da igual, porque he cambiado de opinión.

–¿Sobre qué?

–Sobre lo que iba a pedirte… Pero ya da igual.

–Llevas semanas actuando de forma muy rara. ¿Se puede saber qué te pasa?

Ella suspiró, derrotada.

–Me has preguntado quién iba a ser el padre de mi hijo y la verdad… había pensado que fueras tú. Pero he decidido que no sería buena idea.

Jason se quedó en silencio mientras aparcaba el coche frente a la clínica. El anuncio había sido como un puñetazo. Que quisiera tener un hijo no era una sorpresa, pero que quisiera un hijo suyo lo había pillado por completo desprevenido.

¿Los sentimientos platónicos hacia él se habrían convertido en sentimientos románticos?

No, no lo creía.

Ming era su mejor amiga desde el instituto, la única persona con quien había compartido sus miedos cuando su padre intentó suicidarse. La única chica que lo escuchaba cuando hablaba de sus objetivos y quien lo hacía entrar en razón cuando tenía dudas.

En el instituto, las novias iban y venían, pero Ming siempre había estado allí, inteligente y divertida, sus ojos almendrados llenos de humor. Ella le había dado apoyo emocional sin las complicaciones de una relación. Si cancelaba sus planes, Ming nunca se enfadaba y nunca protestaba cuando tenía mucho trabajo y no podía ir al cine o cuando olvidaba llamarla. Gracias a ella mantenía los pies en la tierra.

Habría sido la novia perfecta si él hubiese querido arruinar una amistad de tantos años por un breve romance. Porque estaba seguro de que tarde o temprano encontraría a otra chica y ese sería el final de su relación.

Jason estudió su rostro ovalado durante unos segundos.

–¿Por qué yo?

Ming esbozó una sonrisa, pero sus ojos negros eran inescrutables.

–Tú serías la elección más lógica.

¿Estaba buscando un cambio en su relación por medio de un hijo? Él nunca había querido casarse y Ming lo sabía y lo aceptaba. ¿O no?

–¿Por qué?

–Porque eres mi mejor amigo. Lo sé todo sobre ti y la idea de tener un hijo con un extraño me hace sentir incómoda –Ming suspiró de nuevo–. Además, no me importa ser madre soltera y tú eres un solterón empedernido, así que no tendrás una crisis de conciencia ni exigirás derechos de paternidad.

–Ya –murmuró él, pensando que tener un hijo los conectaría de una forma que iba más allá de la amistad–. Tienes razón, no quiero casarme ni formar una familia, pero tener un hijo contigo… –algo en su subconsciente le advertía que dejase de hacer preguntas.

–Somos amigos y no quiero que nada cambie en nuestra relación.

Demasiado tarde.

–Las cosas entre nosotros cambiaron en cuanto empezaste a salir con Evan.

A Jason no le había gustado que saliera con su hermano. De hecho, le había molestado mucho. Si Ming solo era una amiga, debería haberse alegrado de que Evan y ella se hubieran encontrado, ¿no?

–Lo sé –dijo ella–. Al principio fue un poco incómodo, pero no habría salido con él si tú no nos hubieras dado tu bendición.

¿Qué otra cosa podía haber hecho? Él no tenía intención de reclamar a Ming más que como amiga, pero eso no había servido de nada la primera vez que vio a su hermano besándola.

–No necesitabais mi bendición. Si queríais salir juntos, era asunto vuestro, no mío.

Desgraciadamente, saber eso no había puesto las cosas en perspectiva. Al contrario, desde ese momento empezó a ver a Ming como una mujer deseable.

–Pero volvamos al asunto del hijo que quieres tener conmigo.

–No es que quisiera tener un hijo contigo, sino un hijo tuyo –lo corrigió ella–. Solo necesitaría unos cuantos espermatozoides.

Pretendía bromear sobre el asunto, pero Jason no estaba dispuesto a permitirlo.

–¿Y por qué has cambiado de opinión sobre mis espermatozoides?

Ming miraba hacia delante, jugando con las orejas de su perrita.

–Porque tendríamos que mantenerlo en secreto. Si alguien se enterase… en fin, yo no quiero hacerle daño a nadie.

A su hermano, claro. Evan le había hecho daño a ella y, sin embargo, Ming tomaba en consideración sus sentimientos cuando se trataba de una decisión tan importante.

–¿Y si no lo mantuviéramos en secreto? A mi padre le encantaría que uno de sus hijos le hiciese abuelo –dijo Jason.

–Pero entonces esperaría que fueses un padre de verdad –replicó Ming–. Y yo no te pediría eso.

Jason hizo una mueca. Le molestaba que estuviera tan convencida de que no querría saber nada. Hasta diez minutos antes ni siquiera había considerado la idea de formar una familia, pero que su hijo no supiera que él era su padre…

–Supongo que no puedo convencerte para que no lo hagas.

–Lo he decidido: voy a tener hijos.

–¿Hijos, en plural? ¿Ahora quieres formar un equipo de fútbol?

Ming soltó una risita.

–¿Qué te hace tanta gracia?

Ella sacudió la cabeza, la cortina de ébano de su pelo enmarcando sus exóticas facciones asiáticas.

–Deberías ver tu cara.

–Pensé que solo querías tener un hijo.

–Con la fecundación in vitro nunca se sabe. Puede que tenga trillizos.

–¿Trillizos? –repitió él, atónito. ¿Aún no se había acostumbrado a la idea de un hijo y de repente iban a ser tres?

–Es posible –respondió Ming, con una serena sonrisa.

Para una pareja, tener trillizos sería una tarea difícil, pero para una mujer sola…

De repente, empezó a imaginar a Ming sonriendo misteriosamente mientras ponía una mano sobre su abultado abdomen, los oscuros ojos brillando cuando el médico pusiera al bebé en sus brazos por primera vez… y esas imágenes le despertaron una campanita de alarma en el cerebro.

Después del intento de suicidio de su padre, Jason había decidido no tener hijos y ni una sola vez en todos esos años había cuestionado esa decisión.

Ming levantó su delicada muñeca para mirar el reloj.

–Tengo siete minutos antes de que llegue mi primer paciente de la tarde.

–Tenemos que hablar de esto.

–Hablaremos más tarde.

–¿Cuándo?

Sin responder, Ming salió del coche y se dirigió a la entrada de la clínica. Con un pantalón negro y un top de punto sin mangas que destacaba sus bien formados brazos, tenía un aspecto tan sexy...

De repente, Jason experimentó una punzada de deseo sorprendente, aterrador.

Murmurando una palabrota, quitó la llave del contacto y salió tras ella.

Con sus zapatos de tacón repiqueteando sobre el suelo de mármol del vestíbulo, Ming se dirigía al ascensor, pero Jason llegó antes que ella y puso la mano sobre el panel de botones.

–La grúa se llevará tu coche si lo dejas en la puerta –le advirtió ella.

–¿Cenamos juntos esta noche? Así podremos seguir hablando.

Las puertas del ascensor se abrieron.

–Ya tengo planes para esta noche.

–¿Con quién?

–¿Desde cuándo sientes tanta curiosidad por mi vida social?

Jason entró tras ella en el ascensor. La consulta estaba en la tercera planta.

La recepcionista levantó la cabeza.

–Ah, ya estás aquí. Billy acaba de llegar.

–Dile que voy enseguida.

Ming dejó a Muffin en el suelo y entró en su despacho para ponerse la bata blanca, pero cuando iba a pasar al lado de Jason, él la tomó del brazo.

–No puedes hacer esto sola.

–Claro que puedo.

Un chico de trece años apareció en el pasillo y Ming esbozó una sonrisa.

–Hola, Billy. ¿Qué tal va el campeonato de béisbol?

–Genial. Hemos ganado casi todos los partidos.

–No esperaba otra cosa de ti. Espérame en la consulta, iré en un par de minutos.

–Ming…

–Te llamaré mañana –lo interrumpió ella. Y, sin esperar respuesta, siguió a Billy hacia la consulta.

Él se quedó mirándola durante unos segundos, impaciente y molesto, pero sabía que no podía acorralarla en el trabajo.

De modo que salió de la clínica y, después de ponerse las gafas de sol, arrancó el poderoso motor de su coche.

Capítulo Dos

Cuando Ming volvió a su despacho después de atender al último paciente, encontró a su hermana sentada en el suelo, con el ordenador sobre las rodillas.

–Hay sillas aquí, podrías usar una.

–Me gusta sentarme en el suelo –con su pelo corto, su ropa ancha y su amor por las fibras naturales, Lily parecía más una activista de Greenpeace que una ingeniera de software–. Me hace sentir conectada con la tierra.

–Estamos a tres pisos del suelo en un edificio de cemento.

Lily se encogió de hombros mientras cerraba el ordenador.

–Solo he pasado por aquí para decirte que me marcho mañana temprano.

–¿Dónde vas esta vez?

Su hermana trabajaba en una empresa de ingeniería con sucursales por todo el país y viajaba constantemente. Y cuando estaba en Houston se alojaba en su apartamento, sin pagar un céntimo.

–A Portland.

–¿Cuánto tiempo?

–Me han ofrecido un puesto permanente allí.

Ese anuncio fue una sorpresa.

–¿Y has aceptado?

–No, aún no. Antes quiero ver si me gusta Portland, pero la verdad es que estoy harta de viajar. Me gustaría quedarme en algún sitio, comprar un apartamento…

–¿Y no te aburrirás?

–Estoy dispuesta a sentar la cabeza.

–¿Y no puedes hacerlo en Houston?

–Quiero conocer a un hombre con el que pueda mantener una relación seria.

–¿Y tienes que irte hasta Portland para encontrarlo?