Una vida de croto - Omar Edgardo Arruiz - E-Book

Una vida de croto E-Book

Omar Edgardo Arruiz

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Mi primera brujería se me ocurrió pensar que es eso, la mezcla de personajes desconocidos entre ellos y por mí, claro, porque fui encontrándolos en cada vuelta de página; algunos muy divertidos, otros no tanto. Hay unos locos en el manicomio que realmente no creí que duraran en la población, hay de todo y muy pocos trabajadores. Una rosa que se asoma por la ventana. Un perro manco cargado de penas. Un ángel de la guarda del otro lado del río. Una bruja y un balsero. Una niña bonita y con bucles. Un croto que muestra su monito, que aunque no esté tan cargado cada vez pesa un poco más y nos cuenta que goza de las estrellas y con la libertad. Mucho amor y algunas resignaciones. La luna ha sido testigo de algunas travesuras y otras noches se escondió dando muestras de falta de coraje. Todos los personajes me contaron sus historias, verdades o mentiras instaladas y narradas desde creencias populares y otras patrañas, que jugando le ponen jugo sabroso a un relato. Queda claro que no soy el culpable de las historias que aquí se leerán, no soy yo, son ellos, los personajes quienes le han dado vida poniéndole colores y perfumes a cada una de las locuras, a veces un tanto cuerdas, con las que te encontrarás. Que cada cuento o relato te alimente las ganas de ir por el que sigue y que te diviertas. Ese ha sido nuestro propósito, el de ellos, los personajes, y el mío.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 196

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


OMAR EDGARDO ARRUIZ

Una vida de croto

Arruiz, Omar Edgardo Una vida de croto / Omar Edgardo Arruiz. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5045-3

1. Narrativa. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Ilustración de portada: Alejandra Rocca.

Instagram: Alejandra Rocca-Manitos Mías.

Tabla de contenido

Prólogo

MOSTRANDO SU ESPEJO ROTO

EL ÁNGEL DE LA GUARDA ENCONTRADO EN UN CAJÓN

MURCIA

ARMANDO Y LA NAVIDAD

UNA FOTO PARA MÍ

EL GENERAL PASÓ A RETIRO

UNA VIDA DE CROTO

LA PLUMA

CLARIBEL; LA DE LOS OJOS CHIQUITOS

LA HOJA BLANCA, EL LÁPIZ, LA COPA, EL VINO Y UN SECRETO

BIENVENIDOS AL MANICOMIO

LA CHAVELA, SUPERSTICIOSA Y REFRANERA, Y SUS AMIGAS

TOTAL, TENEMOS EL CUCÚ

ÉL ES EL DUEÑO

QUE EL LÁPIZ SE ENCARGUE

QUIZÁS FUE UN SUEÑO

UN BRINDIS ESTARÁ ESPERANDO

25 DE JUNIO DE 1978

UN HOMBRE DE TRAJE Y CON SOMBRERO

LA CASA DEL BALCÓN

ME PARECE QUE LO ESCUCHO

UN SÁBADO A LA NOCHE

UNA HISTORIA REAL

UN HOMBRE CON SOBRETODO

EL DUEÑO DEL PERRO MANCO

LOS MATES LAVADOS Y OTRAS YERBAS

“¿Por qué estoy escribiendo?, lo empiezo como a un cuento infantil; había una vez un horario en el que la soledad me ganaba, esa hora hacía un vacío en mí que debía llenar, para lo único que me gusta la soledad es para cuándo tengo que escribir y de eso me di cuenta después. Cuando los sueños son pesadillas y las sueño despierto me hacen daño entonces digo que imaginar una historia me sirve no para ocultar momentos, sino para crear otros y ahí si transito por mejores caminos.

No sé qué o quién, pero alguien me susurró; anda, soña con vos y divertite. Antes de que la marea inunde la costa decidí subirme al médano y mirar las olas desde arriba, por eso escribo. Mi pequeño montículo, el que me permitió elevarme para que no me tape el agua está hecho de palabras sueltas, algunas locas y otras no tan cuerdas, palabras con las que juego sobre un manchón blanco y me hacen pensar en positivo, que no me encierran y me permiten volar y volar, no tan alto, yo sé que no tan alto, pero me hicieron creer que tengo alas.

Algunos momentos lindos de mi vida se pasean por acá.”

TODOS LOS RELATOS Y CUENTOS DE ESTE LIBRO CONTIENEN HECHOS Y PERSONAJES FICTICIOS, CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES MERA COINCIDENCIA.

Lucías hermosa cuando nos cruzamos,

Tus ojos brillaban, los míos también

La luna que estaba en cuarto creciente

Quiso ser testigo de ese amanecer.

Aquella noche de tormenta y sin nubes, no imaginé que ibas a estar en mí libro, pero sí en mí vida. Gracias, Zulma.

Prólogo

“La hoja blanca acariciada por un lápiz está queriendo una historia, la copa espera lo mismo del vino. El papel y la copa, aguardan que le diga de mis horas[…]”

Toda la vida le dije a mi abuelo Omar, o como todos lo conocemos: Cacha, que tenía la maña de hablar en difícil. Más de una vez le tuve que pedir que me diga en criollo qué era lo que estaba queriendo expresar porque todo lo dice con metáforas o lo ilustra con ejemplos. Nunca me imaginé que esa maña fuera un don que tenía latente esperando casi 70 años a ser usado. Con la ayuda de maestros ha ido refinando en estos años ese hablar difícil para convertirlo en el arte de contar cuentos.

Aquí la palabra arte no la uso con liviandad, sino con todo el sentido de la palabra. Para Aristóteles el arte tiene tres componentes claves: el ser una imitación de la vida, la técnica para narrar y la catarsis. Las dos primeras se explican solas y son banales, no constituyen lo que propiamente es el arte, una máquina podría hacer lo mismo. En la catarsis está la clave del arte. Ella se produce cuando el artista logra en la ficción sacar algo real de sí mismo, de su interior y lo propone al espectador para que este también saque lo suyo propio, lo que tiene adentro.

Además de hablar difícil, otra cosa que caracterizó al Cacha durante su vida fue el jugar a la paleta, esa era su catarsis pero cuando esta no le sirvió más como cable a tierra, porque la vida se puso más densa y ya no bastaba narrarla en un partido, recibió de arriba este regalo de hacer catarsis con su maña de hablar difícil.

Él nos ofrece ahora parte de su camino interior, de la catarsis que hasta ahora ha hecho y con estos cuentos nos propone, a nosotros lectores, recorrer nuestros propios caminos hacer nuestra propia catarsis. Los personajes como el general retirado, la pluma que desprendida sigue volando y otros de estos cuentos, llenos de sabiduría, de la que no se adquiere en grandes universidades, sino en la vida misma como los dichos de la Chavela (aunque ella no los sepa usar), producen a quien los lee gran empatía y nos permiten a nosotros también sacar lo que tenemos dentro.

Cada uno de estos cuentos, algunos cómicos, otros más dramáticos y otros más contemplativos son piedras de un mosaico que unidos forman un hermoso retrato de mi querido abuelo. Les deseo a los lectores que se dejen enamorar por estas narraciones y llevados de la mano del Cacha puedan recorrer sus caminos, armar sus propios mosaicos con estas piedras, que en eso está la belleza del arte.

Le doy gracias al Cacha por permitirme ser parte de esta obra que tiene tanto cariño, tiempo y dedicación y me despido ahora de ustedes, lectores, los dejo con mi abuelo y firmo con uno de los títulos más lindos que Dios me pudo regalar.

Tomás Della Penna, nieto de Cacha Arruiz.

MOSTRANDO SU ESPEJO ROTO

El espejo roto devuelve tantas figuras como pedacitos tenga y de sus parcelas salen partes de la historia, de la vieja y de la nueva también, de la primera se recuerda al mago, al malabarista y al que sabía de extraterrestres, cuando hablaba del amor y del manejo que en ese campo creyó tener… y sin que haya sido una pregunta espera una respuesta, que lógicamente está implícita en un guiño que le devuelve ese rincón, contra el marco.

El pedazo del medio, un poco más grande, quedó colgado del plástico y una realidad sin fantasías hace equilibrio para no pasarse de la raya y no caer en el cuadro de al lado que está mucho más astillado y prendido por la nostalgia al marco que parece de madera. Si bien la foto mal recortada es de un tipo más grande, se ve joven y evalúa, todo se evalúa, la evolución respecto a la imagen anterior muestra los cambios, más curioso, creativo, muy seguro por momentos y en ocasiones dubitativo, con firmes objetivos que le generan dudas, pero estas no lo detienen. Entiende que pasó el tiempo de los malabares, magias y alienígenas, habla de lo terrenal y de cosas lógicas en el espacio de los comunes.

La porción de la derecha es la más grande, de ahí salieron una sonrisa y una cara de preocupación y tantas otras fotografías como las que le ha propuesto. El espejo roto… cuántos se preguntarán para qué se guarda un espejo roto, a las cosas no se las tira así porque sí, por viejas, lo dice convencido de que el espejo roto es una propiedad privada, porque el espejo es una parte de él, es el fiel compañero al que le ha confiado algo a lo que nadie tiene acceso, confidente mudo que hoy devuelve diferentes imágenes borrosas por el deterioro, pero con la misma voluntad.

Este espejo es como el psicólogo cuando hace devoluciones que el paciente quiere escuchar y en ese estado la terapia, casera o en el consultorio, se vuelve llevadera. El espejo roto y su infinidad de pedacitos encargados de devolver diferentes imágenes pareciera que se conforma con la promesa, varias veces escuchada, de pegarle, prolijamente, una por una las porciones… qué iluso, como si un espejo roto tuviera una solución y entonces refleja, más allá de sus rajaduras, lo que el prometedor desea. No habrá arrugas en la frente, claro, y las canas se habrán oscurecido e invitará al paciente a que cierre los ojos y este así se verá más joven y el deterioro será una cosa del futuro o quizás no sea tenido en cuenta y ese paciente, soñador, le contará, otra vez su historia al espejo, que con el mismo nivel de degradación que su interlocutor, escuchará atento que es posible volver sobre los pasos del tiempo para verse con el marco de madera recién lustrado, el vidrio de una sola pieza, con esa foto de ella, sonriente, pegada en el rinconcito de la derecha, arriba. Y el espejo estará de acuerdo porque no es otra cosa que el personaje que vive en su interior, que se permite esta licencia de salir por un rato, enfrentarlo para contarle como está según su estado de ánimo, sin enumerar los pedacitos en los que se han partido. El espejo y él tratarán de no perder alguno de los cachitos, desde hace tiempo andan pidiendo que colaboren con un poco de engrudo para pegar vuestros retazos.

Las calles de la vida lo han visto tocando timbres, mostrando su espejo roto, pasando la gorra, juntando unos morlacos para alimentar el alma cuando con la panza vacía camina por la banquina. Y abrió los ojos y volvió a su día y el espejo sigue ahí, colgado y roto. Le dijo que va a regalarle una de sus pastillas y tal vez, si tiene ganas, le cuente de esas tardes de sillón, quizás, ni esto último, ni las píldoras le pegarán los pedazos, pero por ahí no seguirá quebrándose y eso no es poco.

EL ÁNGEL DE LA GUARDA ENCONTRADO EN UN CAJÓN

Había tardado en decidir entre ir o no, podría haber dejado el viaje para la mañana siguiente, pero ya habían sido muchas las idas y vueltas, a duras penas la decisión estaba tomada, —Es ahora —dijo. Entre el empuje del corazón y el miedo a fracasar volaron los días y no quería que vuele otro. Santa, la niña, que ya no lo era, salió del rancho cuando las últimas luces de esa tarde de verano apenas si se metían entre las ramas tupidas. Las sombras se hicieron fuertes en la espesura, el ruido de las hojas secas, al resquebrajarse, marcaba sus pasos. El pañuelo, bataraz, atado en la cabeza, una campera, que de vieja había perdido su azul, mostraba los codos y una falda negra y larga, se perdían detrás de los matorrales y volvían a asomarse en algún claro de la vegetación. Solo el ruido de las hojas seguía su camino. El sol ya sin fuerzas se escondió en una nube y en otra y en otras más. El cielo había comenzado a roncar. La niña siguió su camino sin levantar la cabeza, sus manos aferradas entre sí se retorcían al ritmo de sus pasos, un susurro a modo de rezo se le escuchaba cuando las hojas acallaban su llanto por ser aplastadas. El río no estaba lejos, y se lo escuchaba enojado peleándose con la tormenta que ya estaba sobre el monte. La noche con su negrura ya estaba ahí. Los grillos alardeaban con su canto, camuflados debajo de las hojas verdes. La niña siguió paso a paso queriendo llegar al río. Aguas abajo una bruja la esperaba. La niña presumía con que la vieja le contaría que su búsqueda no era en vano, que era verdad lo que su corazón le decía. Un chancho salvaje salió disparado desde su nido, mostrando los colmillos, y la niña se paralizó, el miedo la ató, en ese momento sintió el deseo de un cobijo, por un instante no se escuchó que las hojas se rompieran debajo de sus suelas. El viento se ganaba en los claros del monte para jugar con su pollera y un remolino dejó expuestas sus piernas bien torneadas, solo así soltó sus manos para que todo vuelva a su lugar, no sin ruborizarse por ese juego del viento. Creyó escuchar otro ruido, el ruido redoblado al quiebre de las hojas en el suelo. Un refucilo le puso un farol por algunos segundos al camino y después la oscuridad se volvió tensa. Otras bullas de animales que corrían la ponían nerviosa, conocedora del camino siguió adelante, ahora sí, con sus manos en posición de rezo, le pedía al Tata Dios que la dejara llegar, y este sabelotodo, de vez en cuando le alumbraba la huella con un relámpago cada vez más largo. Un trueno enmudeció el sonar de las hojas y a sus ecos. Santa se aferró a un tronco y nuevamente le preguntó a su corazón si podría llegar, se sonrió, el corazón le había dicho que nada es imposible cuando de descubrirse se trata. La lluvia mojó sus ropas. Las hojas, también mojadas, ya no hicieron ruido, no se escuchó más ni el crujir, ni sus ecos, solo retumbaba en el pecho de la niña lo que el corazón le había contado. Llegó al río y este mostró que tampoco estaba de buen humor. La canoa que esperó a Santa bailaba sobre una ola. Atrás había quedado el rancho con su soledad, por el que una tarde soleada había pasado un rayo dulce que se le clavó en el pecho. La niña, temblando, buscaba ayuda, miró al cielo negro, que entre las gotas frescas le mandó otro rayito de luz que duró un poco más. El río se tomó su tiempo, de a poco pareció haber entendido a la niña y calmó su ánimo, ya no sacudía a los palos que flotaban, ni a la canoa. La noche, con su silencio, se había apropiado del monte. Otro refucilo muy lejano apenas marcó al hilo de agua, que más manso dejaba avanzar a la canoa. La niña solo trataba de guiarla con un palo que usaba de timón. Llevaba un pañuelito con el que doña Murcia trabajaría para encontrar un destino, ¿vería un amor para toda la vida y con niños jugando, en ese pañuelo blanco? Santa había soñado todo aquello después de ese rayo dulce que se le quedó en el pecho. Imaginó que el agua le limpiaría los pensamientos, aquellos pensamientos que la atormentaron con que la soledad sería su eterna compañía.

Debajo de esa vestimenta casi harapienta caminaba una hermosa mujer, con una mirada insegura por no creerle al espejo, siempre se castigó creyendo que la felicidad no sería para ella, hasta que el corazón le golpeó el pecho, sus músculos se pusieron tensos y el deseo le coloreó las mejillas. Doña Murcia solo le diría cómo encontrarlo, hasta ahí sabía, mientras sus pensamientos desordenados por el miedo y las ganas de llegar la confundían. La niña navegaba por el río y una brisa de aire caliente le pegaba suavemente en los cachetes, miraba para el costado buscando compañía y solo unas ramas que flotaban iban a su lado. Era tarde en una noche cerrada para que tan sola vaya aguas abajo, pero valía la pena. Un sueño le había contado que valía esa pena llevarle el pañuelito a doña Murcia. El viento caliente ya era más fuerte, otros truenos que parecían más cercanos anunciaban a más relámpagos que en forma de rayos caían en el agua. La canoa volvió a hacer lo que las olas querían, la niña se aferró fuerte y rezó. La lluvia, intensa, puso demasiada dura a la situación, tuvo miedo, pero ya no podía volver, no quería volver. Un tronco grueso que jineteaba sobre el lomo del río golpeó a la débil embarcación, que tal vez por los rezos no alcanzó a darse vuelta. El rancho de doña Murcia le hizo un guiño con un candil, como pudo ató a la barca en el muelle de palos, totalmente empapada bajó, golpeó apenas las manos, no hizo falta más, doña Murcia le abrió la puerta y con una manta vieja la tapó para que se secara. La niña atinó a saludar, pero la bruja apenas si le tendió la mano flácida, estaba ansiosa por hacer lo suyo, le pidió el pañuelito, que Santa sacó desde sus ropas mojadas, pero hay cosas que solo las brujas pueden explicar, el pañuelito estaba totalmente seco. Doña Murcia levantó apenas la cabeza y con voz muy suave le dijo: —Los ángeles no se mojan—. La invitó a sentarse sobre un caballete tapado con cueros, —Ponete cómoda querida—. La niña temblaba de frío y de ansiedad, la miró con el ceño fruncido a Murcia, que, con una seña, moviendo la cabeza, la convidó con una taza de mate cocido caliente, que estaba servida, mientras planchaba el pañuelo estirándolo con una mano, sosteniéndolo con la otra sobre una tabla lustrosa. La niña aceptó el mate cocido sin pestañar, sus ojos, de los que se descolgaban gotas de agua, estaban clavados en los de doña Murcia, que muy tranquila hablaba con el pañuelo e iba dibujando, imaginariamente con el índice, un par de corazones, una pequeñísima sonrisa se asomó en su rostro. —Estás segura que este pañuelo es tuyo, ¿no? —Sí, sí —contestó la niña, con vergüenza, por si doña Murcia había desconfiado de la propiedad del mismo. Veo dos corazones, y una luz, una luz muy fuerte, entre ambos, comentó la mujer, que no era una vieja, solo una apariencia por su vestimenta y el modo de vida, dobló prolijamente el pañuelo, encendió otro candil, quería que haya más claridad, quería ver alguna reacción en la cara de la niña, le tomó la mano. —¿Querés saber por qué vivo sola? —le preguntó a Santa, la niña, que ya no sentía frío porque el calor de una compañía le había secado hasta la última gota de agua, y con ganas de saber, le preguntó, —¿Por qué?, si sos la que encontrás historias en un trapo, ¿por qué no encontraste otra vida para vos? Murcia se paró y levantando la voz dijo: —Porqué nunca me jugué por un amor, porque fui cobarde, porque siempre le tuve miedo a la turbulencia de las aguas, ganan solo los que arriesgan, los que se aguantan los corcovos del río, esa es la prueba. —Y… ¿entonces? —volvió a preguntar Santa. —Está claro mijita, en el pañuelo está dicho. Volvé. Cuando ates la canoa en el mismo lugar, donde estaba, levantá la cabeza, mirá para el camino que recorriste y vas a encontrar al dueño del eco de las hojas al romperse, no fue un eco. Alguien caminó junto a vos, ese es el hombre que no quiso romper tu sueño de venir hasta acá, para que juntas veamos a la palabra amor grabada en el pañuelo. Se abrazaron, Santa tomó su pañuelo, lo besó y se lo regaló a Murcia, esta, le dijo que no, que lo guardara, que era su ángel de la guarda. Santa le sonrió, estaba feliz, —Quedátelo, él atrae al amor, ya lo viste, es mi manera de pagarte—, agregó. —Te hará falta —contestó Murcia estirando la mano con el pañuelo—, él te trajo hasta acá, él te llevará. Santa y su fervor no escucharon las últimas palabras de Murcia.

La canoa esperaba durmiendo en la aparente tranquilidad del río. Santa quiso compartir su felicidad con Murcia, levantando una mano y agitándola, pero la bruja ya había cerrado la puerta de la choza, abrazada quizás al pañuelito que la niña le dejó de compañía, su ángel de la guarda. Aguas arriba Santa empujaba con más fuerzas, su cuerpo vibraba al ritmo del corazón, sus músculos se sentían más fuertes, sus pechos marcaban a la camisa y apuntaban el camino. Deseaba estar en tierra firme y bailar, abrazarse al hombre provocador del supuesto eco de las hojas y no se sintió sola, ese hombre la había acompañado para que Murcia la descargue de toda esa nube que la envolvía y no la dejaba verse, ahora sí le creería al espejo. Cerró los ojos, remó, imaginó, soñó despierta con quién la esperaba en el camino del monte, sintió que le faltaba el pañuelito para apretarlo y agradecerle, una exhalación de felicidad se escuchó junto a un trueno. Por un claro del monte se dio cuenta de que llegaba a destino, se desprendió la camisa, pero volvió prenderla, “Una mujer debe guardar su lugar”, pensó. —En todo caso es algo que debe hacer él —se dijo, junto a una carcajada. En los últimos metros el río había vuelto a ponerse malo, los palos al garete se pegaban con la costa y con la canoa, Santa pensó en el pañuelito, su ángel de la guarda. Como pudo arrimó, ató a una planta de la costa a la embarcación, que ya muy golpeada dejaba entrar agua, se bajó, miró al camino, su figura se dibujaba con los resplandores, extrañaba al pañuelito. La tormenta de verano jugaba a la calma y la rompía con algún trueno ensordecedor, uno de estos se le adelantó a un rayo. Santa tuvo miedo otra vez. Oyó ruido de ramas, los latidos se le aceleraron más aún, un chancho salvaje, con una baba de rabia que le colgaba, pasó al trote a escasos metros de ella, se había imaginado que los pasos eran de quien supuestamente la estaba esperando, según le había dicho Murcia, sus suelas no rompían hojas, el agua las había ablandado, siguió caminando despacio tratando de escuchar el eco, que no retumbaba y le echó la culpa a la humedad del piso. Otro aguacero caía como si se hubiera roto el cielo. Los ojos bien abiertos no aclaraban nada, caminaba por conocer el sendero, de pronto sintió una mano tomándola del brazo que la dio vuelta, gritó de miedo, un relámpago filtró su luz por entre las ramas y le dejó ver la figura de un hombre, —No tengas miedo, caminemos juntos—. Aquel rayo dulce que pasó esa tarde por el rancho estaba ahí, latiendo junto a su pecho, Santa cerró los ojos y vio a Murcia planchando el pañuelito y sintió que las piernas le temblaban, pensó en el valor de haber amansado al río, que el amor se entrega si una se lo ha ganado. La mano del hombre le recorrió la espalda, ella correspondió acariciándole el cuello, quiso agradecerle nuevamente al pañuelito, pero el ángel de la guarda se había quedado del otro lado del río. El primer beso les dio paso a otros más y corrió, y él tras ella. Abrazados gozaron sin decirse una palabra, Santa ya no tenía la camisa prendida y las sombras jugaban a favor, hasta que la luz de otro rayo grabó con fuego a esa unión. Santa quedó sobre él. Los dos cuerpos quedaron pegados, él, apoyado con su espalda a una horqueta, casi con forma de cruz, ella sostenía con una mano a la del joven, la otra apretaba como cuando llevaba el pañuelito, el ángel de la guarda que había encontrado en un cajón.

La luna rompió a una nube y su luz, que se metió por entre las hojas, dio de pleno en la cara de Santa que yacía sobre el pecho del hombre con los ojos abiertos. Cesó la tormenta. Un calor pesado invadió al monte. El ángel de la guarda le había quedado en la otra orilla del río. Murcia se persignó, se lamentó por llegar tarde. —Esa luz estaba entre los corazones, el pañuelo me lo contó—, gritó mirando a la luna. Arrancó con rabia unas flores silvestres para ponerlas junto a ellos. Le cerró los ojos y antes de irse envolvió las manos de ellos con el pañuelo.