Unidos - Lycos Yael Castillo - E-Book

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Lycos Yael Castillo

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Beschreibung

Zacarías solía ser un joven deprimido y sin rumbo en la vida, viviendo en un hogar un tanto caótico y bajo el yugo de el fanatismo religioso de su pueblo; además, un grupo criminal llamado Los Coyotes aterrorizaban al pueblo. Pero pronto todo esto cambiará pues, a partir de un terrible acontecimiento ocurrido la noche de Halloween, la vida de Zacarías tomará un rumbo completamente diferente al tener que compartir su cuerpo con un divino huésped inesperado. Ahora, Zacarías deberá tomar las riendas de su vida y tratar de solucionar los problemas del pueblo mientras trata de descubrir quien es realmente. «¡Yo soy tú! ¡Tú eres yo! ¡Ahora somos uno! ¡Nosotros somos Kanaima!»

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Seitenzahl: 146

Veröffentlichungsjahr: 2023

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Lycos

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: María V. García López

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 978-84-1181-855-1

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

… No es la fiebre, pero puede provocarla; no es el dolor, pero puede causarlo. Y allá, en lo más lejano y profundo de la selva donde aún no ha llegado nadie, aislados seres provenientes de razas y tribus derrotadas esperan por el momento del desquite, envidiosos de la felicidad de todos aquellos con sangre de asesino…

Capítulo I: Religión, ¿consuelo o cárcel?

—El cuerpo de Cristo —anunció el padre Ramón levantando la hostia en su mano frente a mi rostro.

—Amén —respondí casi de manera automática.

Dicen que recibir la eucaristía constantemente te ayuda a ser un mejor cristiano y a vivir más plenamente. Pero, por alguna razón, eso no me estaba funcionando. Mis miedos y preocupaciones continuaban y nunca supe si el dudar de la veracidad del poder de la eucaristía se sumaría a mi larga lista de pecados.

No sabía si también estaba mal el ocultar algunos pecados en la confesión. La idea de contarle mis intimidades a un hombre que desde pequeño nos amenazaba con el infierno se sentía como si estuviera dándole más razones a un verdugo para que me decapitara, mientras afila su hacha.

Cuando leía las cartas con Bruno, sentía en cambio una tranquilidad indescriptible. Obtenía siempre las respuestas que necesitaba. Solíamos encender una vela en un frasco. Usualmente era de color azul para la intuición; adornada con cristales amatista y piedras de bruja —labradoritas—, para potenciar los dones psíquicos. La vela desprendía un delicioso aroma a lavanda. Como protección, un par de ojos de tigre y ruda sobre el marco de la ventana de la habitación de Bruno.

Recibí la comunión y me fui a mi asiento sin saber realmente qué debía de suceder al comer ese trozo de hostia. Nunca había sentido cambio o sensación alguna, y me aterraba preguntarle a los demás si ellos sentían algo con ello.

Después de la comunión, el padre empezó a dar los avisos a la comunidad. Nada interesante, a decir verdad. Retiros para jóvenes que supuestamente cambian tu vida. Pero no son más que teatros muy bien elaborados en los que se aprovechan del sentimentalismo de las personas.

—¡La paz del señor esté con ustedes! —exclamó con afán de que su voz resonara y provocara un eco en las paredes del templo. Me imagino que se sentía «místico» al hacerlo. Como si fuera un santo.

—Y con su espíritu —respondimos al unísono.

—¡La misa ha terminado! Pueden ir en paz —exclamó finalmente.

—Demos gracias al señor —volvió a escucharse el coro de personas respondiendo.

«Y vaya que agradezco que haya terminado», pensé.

Esa misa fue por la tarde, por lo que al salir del templo ya era de noche. Subí al coche con mis padres y arrancamos a casa. Uno pensaría que los padres católicos son respetuosos y amorosos, pero esto no es un cuento de hadas. Apenas avanzamos, mi padre —o como yo prefiero llamarlo, Raúl— empezó a gritarle a mi madre por un problema que tiene con sus hermanas. Parecía que el cuerpo de Cristo realmente había hecho efecto en él; se notaba, pensé con sarcasmo.

Llegamos a casa y solo subí a mi habitación. No quería seguir escuchando los ladridos de Raúl, así que solo busqué mis pastillas para poder recostarme e intentar dormir. Sertralina, para la depresión y ansiedad; risperidona, para evitar los ataques maníacos; y clonazepam, para sedarme y poder dormir. Sonará a que era demasiado. Y lo era. Pero era «necesario». Me recosté y me quedé dormido.

A la mañana siguiente, desperté un poco aturdido por tanto medicamento, como ya era costumbre.

Un día más un día menos, ¡qué más da! Así se siente la depresión. Y los medicamentos no parecían estar ayudando del todo.

Parecía ser que lo único que me conseguía dar un poco de ese sentimiento de vitalidad era la proximidad del Halloween. Curioso, puesto que, creciendo en una familia católica, no era una festividad que realmente celebrara durante mi vida. Constantemente crecí con el miedo a ella, creyendo que era una fiesta en honor a la obscuridad. O, al menos, eso fue lo que se me hizo creer.

Pero las cosas han cambiado. El fanatismo religioso me había consumido, a tal grado de que tuve que recurrir a dejar la religión católica y el cristianismo en general. No me era muy placentero el creer que algún día mi familia me sería arrebatada y se olvidarían de mí, al pasar por el purgatorio. Y que, de igual manera, yo me olvidaría de ellos al entrar en ese lugar. Claro, si es que llegaba a hacerlo y no era arrojado al infierno por mis pecados y las inseguridades que me provocaba la ansiedad. No me sentía muy identificado con el cristianismo. Sus normas. Sus doctrinas. El apocalipsis. ¡Por Dios! ¿Cómo es que las demás personas no pierden la cabeza con la idea del apocalipsis? La religión me traía todo tipo de sentimientos, menos paz y tranquilidad, lo cual se supone que debe de hacer la religión. Ese tipo de situaciones hacen que te cuestiones si realmente debes adaptarte a la religión o es la religión la que debe de adaptarse a ti. Fuera como fuera, algo era seguro; no quería seguir viviendo temeroso de una segunda venida del salvador, donde seguramente sería juzgado por mis pecados, siendo apartado de mi familia y amigos, sin ellos poder recordarme.

Pues, estando en la gloria del Señor, ¿por qué les habría de importar si Zacarías fuese al infierno? Incluso llegué a pensar en cómo odiaba a Dios, pues me había quitado lo único que había valorado en mi vida: mi familia. Ellos no compartían mi forma de pensar. Llegaban incluso a llamarme hereje o poseído. Y solían darme largos sermones y reflexiones tratando de convencerme de volver a creer en algo que me condenaría. Pareciera que no han leído siquiera la Biblia.

La mayoría de las personas se han hecho una imagen de un Dios muy humano, cuando en las páginas de la Biblia se especifica claramente que él es perfecto, supuestamente. Pero en ella no vemos más que a un Dios iracundo. Uno incapaz de sentir amor como tanto alegan los cristianos, y que el pecado se paga con sangre.

Muy en contra de los deseos de mi familia, yo estaba por celebrar mi primer Halloween. Pensé en, tal vez, disfrazarme de vampiro u hombre lobo. No me venían más ideas a la cabeza.

Siempre me había gustado lo sobrenatural. Como si fuese un llamado. Algo magnético que me vinculara con todo lo paranormal. Mi familia solía verlo como una obsesión pasajera, sin saber que yo lo veía como un estilo de vida.

Pero eso sería algo para pensarse después. Debía levantarme. Quedándome en cama, solo conseguiría una llamada de atención por parte de mis profesores. Solo esperé que mis padres estuvieran aún dormidos. No soportaba ver la felicidad fingida de mi madre, tratando de hacerse la fuerte debido a mi enfermedad. Sabía que mis padres estaban mal. Y sabía que era por mi culpa. Debía de ser difícil tener un hijo enfermo que era incapaz de mejorar. No me imagino el dolor de una madre al saber que su hijo está sufriendo y ella no puede hacer nada al respecto. Pero ¿qué podía hacer yo? Solo tratar de fingir que las cosas mejoraban cuando en realidad todo seguía igual. Solo no quería seguir preocupándolos más. Ya me sentía como una carga para ellos. No quería empeorar las cosas.

Bajé las escaleras y todo estaba tranquilo. Mi familia seguía en cama. Solo tomé una manzana, rellené mi botella de agua y la puse en mi mochila.

Había decidido dejar de usar mis brazaletes de protección, así como dejar de portar mis cristales, pues estando a finales de octubre, el velo entre el mundo de los vivos y los muertos sería más débil. Así que, con suerte, algún espíritu que vague por ahí podría haberse apiadado de mí y terminar con mi vida. Esa era ya mi última esperanza.

Al llegar a la escuela, me encontré con mis amigos: los mellizos Britney y Bruno Hudson. Ellos llegaron con su familia a México desde Alabama, cuando tenían siete años. Desde entonces, hemos sido amigos. Britney era una chica de mediana estatura; cabello largo y color castaño claro; esbelta; y con una mirada que podría enamorar a cualquier chico que quisiese. Incluso a mí. Era una chica muy bonita. Entusiasta, pero muy sentimental. Aunque llegaba a ser algo coqueta. Simplemente esa era su forma de desenvolverse, pues solía tener muchos chicos enamorados de ella. Pero ella nunca había intentado tener una relación. Era algo que no le interesaba de momento. O tal vez estaba esperando a que yo diera el primer paso.

Bruno y yo teníamos algo en común. Ambos compartíamos ese gusto por lo oculto. Por lo sobrenatural. Éramos un par de entusiastas de lo paranormal.

Él era mucho más alto que su hermana; más que yo, incluso. Cabello castaño; fornido; y con vestigios de barba. El sueño de cualquier chica. O chico incluso, pues al igual que muchas chicas, había varios chicos interesados en él. Sin embargo, él estaba lo suficientemente ocupado cuidando a Britney como para una relación. Un chico muy varonil diría yo. Tanto que incluso llegaba a intimidar a los pretendientes de su hermana. Pero a Britney no parecía molestarle. Eran muy unidos. La relación de hermanos perfecta, en mi opinión.

—Hola, Zack. ¿Cómo estás? —saludó Britney con su usual positividad, mientras me daba un pequeño beso en la mejilla. Sabe que eso siempre me subía un poco los ánimos. Era algo muy lindo de su parte. Me sonrojé y solo contesté con una pequeña sonrisa apenada.

—Hola, Zack, ¿todo bien? —dijo Bruno, dándome unas palmadas en la espalda. Él es del tipo de chicos que demuestran su afecto de manera física, o al menos era lo que yo notaba que hacía conmigo.

—Claro —contesté, tratando de ser lo más positivo posible.

Entramos a clase y como todos los años, empezó a circular el rumor de una fiesta de Halloween en casa de Dylan, un chico algo excéntrico, pero del agrado de todos; con una posición económica un poco más elevada que la del resto de los estudiantes. Eso le permitía dar este tipo de eventos año tras año. La fiesta me emocionaba un poco. Por fin aceptaría la invitación de Britney y Bruno de acompañarlos a la fiesta.

—¿Entonces? —me cuestionó Britney con una mirada un tanto picara.

—¿Entonces qué? —señalé con una mirada de nerviosismo. Aunque sabía perfectamente a qué se refería.

—Sabes de que hablo. ¿Irás con nosotros a la fiesta? —preguntó con entusiasmo.

—¡Seguro! Estoy cansado de perderme estos eventos —respondí dando un suspiro.

Britney empezó a chillar y dar pequeños saltos en su asiento de la emoción como cualquier chiquilla de colegio.

—¡Genial! Nos vemos en mi casa antes de la fiesta para prepararnos. Estoy ansiosa por ir, ¡y más porque será tu primera fiesta! —exclamó mientras me abrazaba con fuerza desde su asiento.

Algo muy particular de Britney era que tenía algo especial. No sabría describirlo. Era como si la rodeara un aura sanadora y alegre que animaba hasta al ser más deprimido. Esto la hacía muchísimo más llamativa para los chicos de la escuela.

Bruno solo me miraba como si estuviera orgulloso de mí. Como si por fin diera un paso fuera de la depresión. Eso me hizo sentir bien. Ellos me hacían sentir bien.

El resto del día se pasó rápido. Muy placentero desde mi punto de vista. Britney coqueteó un poco con los chicos que la observaban. Le gustaba ser el centro de atención, pero le gustaba aún más provocar los celos de su hermano.

Bruno, en cambio, no estaba tan contento con todo eso. Pero era la rutina de siempre. Se sentía bien estar fuera de la locura que era estar en casa. La escuela era mi lugar seguro. Como si estando ahí con tanta gente, con tantos problemas similares a los míos, me hiciera sentir acompañado. Además, tenía amigos. Y aunque solía dejarme llevar mucho por mi negatividad a tal grado de frustrar a las personas a mi alrededor, ellos siempre estaban ahí para sacarme una sonrisa por más que me resistiera. Amaba su perseverancia. Tal vez era porque se lo tomaban como una cuestión de orgullo. Un reto.

La cuestión era conseguir un disfraz por lo menos decente. Tal vez si me hubiera vestido de negro y me hubiera puesto unos colmillos falsos, hubiera podido llegar como vampiro. Era la opción más rápida y fácil, ya que Halloween estaba a solo dos días. Deseaba tener la creatividad de los mellizos. Ellos siempre se lucían en esas fiestas. Había que esperar a ver con qué nos sorprenderían ese año.

—Hola, Zack. ¿Qué cuentas? Se dice que irás a la fiesta de Dylan este año. ¿Por fin saldrás de tu burbuja? —comentó Alan, uno de nuestros compañeros de clase. Un chico homosexual de cabello obscuro; ojos grandes color avellana; de estatura baja y robusto. Muy querido en el colegio, puesto que tenía una personalidad muy cómica. Siempre estaba haciendo bromas y haciendo reír a los demás. No lo consideraba un amigo muy cercano; más bien, un buen conocido con el que charlaba de vez en cuando.

—¡Por supuesto! Ya me cansé de ser el niño santurrón. —respondí entre risas.

—Espero verte ahí. Sorpréndenos con tu disfraz —contestó finalmente mientras se iba.

.

… Se distorsiona, se agranda o se empequeñece; no hay forma de escapar de él, pues es la venganza misma…

Capítulo II: Samhain

Se llegó el gran día. Y sí, solo me vestí de negro y tomé un par de colmillos falsos. Esperaba prepararme mejor el próximo año.

Bajé las escaleras y ahí estaban mis padres. Podía ver en su mirada que no estaban muy convencidos de dejarme ir. Pero sabían que de alguna forma tenía que superar mi depresión, y estando encerrado en mi habitación todo el tiempo no era la solución. Me despedí de ellos y salí de casa en dirección a casa de los mellizos. Aún era temprano, pero ya se podía ver a los niños con sus disfraces de puerta en puerta. Veía brujas, vampiros, esqueletos y momias. Me resultaba bastante tierno, a decir verdad.

Llegué a la casa de los Hudson. Toqué la puerta y me abrió Bruno. Lucía un increíble disfraz Tutankamón. O al menos eso parecía. Una especie de falda negra con un cinturón grueso con detalles dorados en su cintura. En la parte superior, solo llevaba unas hombreras de color negro con dorado. El disfraz dejaba al descubierto su pecho y abdomen. No tenía pena en mostrar su cuerpo y las personas no tenían problemas con ello. En su ojo izquierdo, se había delineado el ojo de Horus; pequeños detalles que le daban a su disfraz mucha personalidad.

—Pasa —dijo Bruno—, solo espero a que Britney termine con su disfraz; le falta poco, según dijo.

Nos sentamos en la sala y charlamos durante un par de minutos mientras la esperábamos.

—¿Y cómo va todo?, ¿cómo te has estado sintiendo? —preguntó.

—Ya sabes. Nada cambia si nada cambia. Estoy tratando de salir un poco más de casa. Espero que eso ayude en algo —respondí.

—Claro que lo hará —dijo riendo—. Y si no, yo me encargaré de eso —añadió mientras hacia un guiño con el ojo—. Eres mi mejor amigo. No me gustaría que siguieras sufriendo por esta enfermedad.

En ese momento, bajó Britney por las escaleras. Ambos volteamos y solo dijo:

—Bueno, ¿qué tal me veo? —preguntó esbozando una sonrisa y extendiendo los brazos. Tenía un magnífico disfraz de Cleopatra.

—Magnífica, como siempre —respondí.

A decir verdad, se veía tan bella con ese disfraz que no podía quitarle la mirada de encima. Pero siendo sinceros, no sabía si centrar más mi atención en Bruno o Britney. Ambos se veían estupendos.

—Los chicos no te quitaran la mirada de encima. Más les vale que lo hagan —dijo Bruno riendo—. Eso te incluye, Zack —añadió—. Tus miradas son solo para mí. No me esforcé en diseñar esto para que no me des la suficiente atención —bromeó.

—Perdona, hermanito, pero Zacky, estará muy ocupado conmigo —anunció Britney.

—Entonces, vamos —señalé entusiasmado, aunque también algo nervioso.

Ya en la fiesta, todo se veía estupendo. Los disfraces de todos los invitados eran realmente buenos. Incluso me sentí un poco apenado por mi disfraz de último minuto. Pero estaba bien. No me sentía mal y eso era más que suficiente.

De inmediato, nos ofrecieron alcohol. Era de esperarse en una típica fiesta de adolescentes. Britney fue la primera en aceptar. Nunca pensé que llegaría a ver a esa dulce alma pasada de copas. Pero parecía que esa sería la noche. Rápidamente se fue con algunas de sus amigas. Yo me quedé con Bruno, charlando un poco. Nos dieron un par de tragos, aunque realmente yo solo fingía darle tragos, puesto que, con el medicamento, no puedo tomar. Bruno me veía fingiendo y no podía evitar soltar carcajadas.

—Tal vez debí prepararme con un mejor disfraz —comenté.

—Tonterías. Te ves excelente, Drácula. Tan solo mira, ahí hay un par de chicas que no te quitan la mirada de encima —señaló—. ¡Hey! Dejen de ver a mi hombre, ¿sí? —exclamó riendo y extendiendo los brazos. Las chicas rieron igual. Yo me puse algo nervioso con ese comentario. Pero así era Bruno. Nunca sabías con qué payasada podría salir.

Britney lo escuchó y gritó ya muy ebria:

—¡Viene conmigo, zorras! Mi hermano solo cuida que ustedes no se le acerquen, lagartonas.