Uno por cinco - María del Valle Manríquez - E-Book

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María del Valle Manríquez

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Beschreibung

"–Ya ve, los argentinos hemos enmudecido nuestras voces y las voces de los otros y, sin embargo, tantas historias personales y tantas palabras no dichas se nos cruzan a diario en nuestro camino, somos nosotros los que evitamos escucharlas." "1x5. Crónica de una pesadilla" es una novela histórico – política sobre la desmesura del poder. En ésta se recrean episodios vividos por los argentinos durante el período comprendido entre los primeros años de la década del '40 hasta los últimos del '60, especialmente aquellos acaecidos durante el segundo gobierno de Perón a los que se compara analógicamente con nuestra actualidad política. La narradora cuenta la historia de una familia provinciana cuyos integrantes pertenecen a dos partidos políticos opositores entre sí, el peronismo y el radicalismo. El eje movilizador del relato lo constituye el descubrimiento de una fosa en un cementerio donde yacen cuerpos de NN, tanto civiles como militares. Este hecho y la relación del mismo con un recuerdo de su infancia, son el acicate para que la protagonista investigue y se contacte con varias víctimas de las persecuciones y, también con familiares de fusilados por la dictadura militar de la Revolución Libertadora, que se convierten a su vez, en narradores de otras historias vividas en aquellos años de luchas y hostigamientos políticos.

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Seitenzahl: 547

Veröffentlichungsjahr: 2015

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María del Valle Manriquez

1 por 5

Crónica de una pesadilla

Editorial Autores de Argentina

Maríquez, María del Valle

   Uno por cinco : crónicas de una pesadilla / María del Valle Maríquez. - 1a ed. . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-404-1

   1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini © 2015 María del Valle ManriquezE-MAIL: [email protected]

A mis queridos hermanos, ciudadanos honestos y trabajadores que, como tantosotrosargentinospadecen, día a día, las vicisitudes políticas en nuestro amado país.

Deseo expresar mi agradecimiento a Víctor Manuel Alberto Cugniet Bau, por su invalorable colaboración en el desarrollo de la escritura de este libro.

*Como en el ajedrez en el mundo ficcional o posible, autor y lector mueven las piezas que les permitan develar el enigma. Los personajes de esta novela como la historia narrada son ficcionales, aunque aludan, algunas veces, a instituciones, personalidades, o sucesos históricos, políticos y económicos.

“…a una acción violenta vamos a responder con otra más violenta y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos…”

Juan Domingo Perón

Índice

PrimeraPARTE

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

SEGUNDA PARTE

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Epílogo

Referencias bibliográficas

PrimeraPARTE

una historia lejana

Uno

El salón estaba colmado, había numerosas personas de pie en los pasillos. El panel en el que intervendría con otros periodistas y escritores, por su inquietante actualidad, había atraído la atención del público que visitaba la Feria. Minutos más tarde, me correspondió el turno para exponer, comencé a hablar:

“En estos días, la vorágine de las campañas políticas para las próximas elecciones, nos demuestra una vez más todas las estrategias inasequibles y paradójicas de la desmesura del poder. Muchos de los candidatos y, aún, varios de los funcionarios gubernamentales, deseosos de obtener el ansiado sillón de Rivadavia utilizan los argumentos más ruines, las expresiones más abyectas, las bajezas más pérfidas para atacar a sus oponentes. Que razón tenía Hemingway en “La enfermedad del poder” cuando dijo:

“Era teoría de Ryall que un político o un patriota tan pronto como llegaba a una posición suprema en un estado, a no ser que no tuviera ambición y no hubiera buscado el puesto, siempre empezaba a mostrar los síntomas de lo que el poder le estaba haciendo. […] Ryall dijo que uno de los primeros síntomas de la enfermedad del poder era en cada hombre la sospecha de los que lo rodeaban; luego venía una gran quisquillosidad en todos los asuntos, incapacidad para recibir las críticas, convicción de que era indispensable y de que nada se había hecho bien hasta que él llegó al poder y de que nada se haría bien otra vez a no ser que él permaneciera en el poder […]”

En nuestro país, la “enfermedad del poder” es tan real, como convincente y devastador su concepto que afecta, indistintamente, a varios integrantes tanto de los Poderes Ejecutivo como Legislativo y Judicial.

¡Cómo nos gustaría a los ciudadanos que nuestro país deje de ser el motivo de la disputa y corruptela convirtiéndose, de una vez y para siempre, en el objeto legítimo de la reconstrucción nacional y republicana de todos los argentinos!

La sociedad argentina como otras sociedades se configura sobre un sin número de similitudes y diferencias: religiosas, étnicas, culturales, políticas, lingüísticas. Sin embargo, todas éstas suman si se quiere, verdaderamente, consolidar la paz y el progreso de la nación. Lograrlo no es un sueño irrealizable, pero para esto es necesario que aprendamos a respetar al Otro, tanto si este Otro es un individuo como una institución. Repito, no es un sueño irrealizable, para obtenerlo sólo debemos aprender a disuadir los argumentos de nuestros oponentes, sin agravios, de este modo comenzaremos a crear las condiciones necesarias para proteger debidamente a nuestros conciudadanos. Es imprescindible dejar atrás el caos. Para alcanzar la meta es conveniente exigirnos a nosotros mismos cumplir las leyes y reclamar a nuestros gobernantes que ellos las cumplan y las hagan cumplir, en beneficio de toda la comunidad. También debemos obligarlos a desechar el favoritismo o clientelismo al que son tan proclives. Desde sus orígenes, los sucesivos gobiernos de nuestra nación, han inclinado la balanza hacia el clientelismo, beneficiando a grupos corruptos en desmedro del resto de los ciudadanos. Esto lo conocemos muy bien, no es nada nuevo, es una de nuestras señas de identidad. Pero… ahora que incursionamos nuevamente en un año de elecciones presidenciales ¿seremos capaces de producir el giro necesario que nos permitiría el cambio? ¿Podremos cambiar nuestra mentalidad y, por una vez, una sola vez, anteponer a nuestros intereses personales los intereses de la Nación? El flagelo que nos azota corroe las entrañas de la República. Con el esfuerzo de todos, podremos elegir los representantes más aptos e idóneos que lleven adelante, democráticamente, al país. ¿Obtendremos, en esta oportunidad, un país creíble y confiable? ¿Nuestro propósito será esta vez el crecimiento de la República Argentina o lidiaremos como tantas otras veces en el pasado y en nuestro presente con funcionarios corruptos, ineficaces, deshonestos? Un futuro incierto nos espera, ninguno de los candidatos que se postulan para la gestión tienen el carisma de los grandes líderes. Mientras tanto, nuestro país padece las consecuencias de un gobierno que ha avanzado en los últimos años, de tropiezo en tropiezo, de inoperancia en inoperancia, de mentira en mentira, burlándose encarnizadamente de los ciudadanos de la Nación. Los sucesos vividos en las últimas semanas nos demuestran cabalmente las consecuencias nefastas que la “enfermedad del poder” puede producir en aquellos que la padecen, esta hybris ha arrastrado a toda nuestra Nación a una vorágine de espanto, a un agujero negro que nos tiene atrapados en sus horribles fauces.”

Pero yo no iba a hablar de este tema, yo estoy aquí para contarles una historia, una historia lejana, una historia de medio siglo atrás en un barrio pequeño de casas bajas, veredas extremadamente limpias, bordeadas por profundas acequias y calles de tierra, regadas dos veces por día, según lo estableciera en aquellos años un decreto municipal. La gente del lugar recuerda que se multó a un gobernador de la provincia por no cumplir con la reglamentación vigente en la época: “cada vecino, para asentar el polvo, debía regar dos veces por día el espacio de calle que correspondía a su vivienda”. Era otra época, otras costumbres, otro ritmo de vida. Era un tiempo en que la gente laboriosa, después de una jornada intensa de trabajo, sacaba sus sillas y se sentaba sobre las veredas de sus casas disfrutando de la tranquilidad y el silencio de las primeras horas nocturnas. Como les decía, yo estoy aquí para hablar de una historia, una historia relacionada con la construcción de un barrio, aledaño a mi barrio. Pero no puedo contar esa historia sin primero narrar algunos episodios referidos a la casa en la que transcurrió mi infancia.

Mi madre me contó que cuando fueron con mi padre, por primera vez, a conocer los terrenos que ofrecía en venta el gobierno financiados con créditos del Banco Hipotecario Nacional, no les alcanzaba el dinero para pagar el adelanto que se solicitaba. Estaban dispuestos a marcharse con toda la congoja de otra ilusión perdida, cuando conocieron a una pareja que padecía el mismo problema con el anticipo requerido. Como la superficie de los lotes era bastante amplia, ambos matrimonios decidieron comprar uno en forma conjunta, subdividiendo la parcela a los efectos de la escritura. Mis padres prefirieron el sector de la esquina, mientras que sus recientes socios y futuros vecinos se adjudicaron el espacio adyacente. Para pagar el lote mis progenitores y sus condóminos debieron recurrir a sendos créditos con garantía hipotecaria que gravaba la propiedad a saldar a treinta años de plazo, documento que firmaron en el banco. Recuerdo que la última cuota venció cuando mi papá ya había fallecido.

Mi padre era radical. ¡Imagino cuánto dolor y humillación debió sentir al aceptar aquel crédito hipotecario ofrecido por un gobierno peronista! Pero, sin ese crédito, no hubiera podido ofrecer a su familia la posibilidad del techo propio.

Días atrás releí un texto de Osvaldo Soriano, en él se representaban escenas vividas por nuestra familia:

“Mi padre desataba su santa cólera de contreras y mi madre cerraba puertas y ventanas para que los vecinos no escucharan. Tenían mucho miedo de perder el trabajo. Sospecho que mi padre, como todos los funcionarios, se había humillado con un carnet justicialista para hacer carrera en Obras Sanitarias[…]”

No sé si mi padre se humilló o no para obtener el carnet justicialista. Tampoco sé si lo obtuvo alguna vez. Él había nacido a principios del siglo pasado, en los primeros meses del año 1900. Soriano, en su texto, comenta que durante el gobierno peronista, al cumplir los cuarenta años, los empleados estatales podían acceder a un crédito hipotecario que los beneficiaría con la posibilidad de comprar su vivienda propia.

Digo que no sé si mi papá se humilló o no afiliándose al Partido Justicialista, lo que sí sé es que años más tarde, mi padre fue detenido y perdió su trabajo. Lo encarcelaron porque no quiso colocarse el brazalete ni tampoco la corbata de color negro, símbolos representativos del luto, por la muerte de Eva Perón. Pero, esa es otra historia…

“Después del almuerzo pelaba una manzana, mientras oía los reproches de mi madre porque el sueldo no alcanzaba. De pronto golpeaba el puño sobre la mesa y gritaba: ¡No me voy a morir sin verlo caer!”

Mi padre, como el de Soriano, también pelaba una manzana y lo hacía con tanta paciencia que la cinta que obtenía de su cáscara reluciente, no medía más de un centímetro de ancho. Él, también deseaba verlo caer, pero en casa no hablaba de este tema y menos cuando estaba cerca mi madre. Según decía mi padre, ella aunque no estuviera afiliada al Partido Justicialista, tenía ideas peronistas. Tal vez las tenía, no lo sé. Algunos políticos de esa ideología, años más tarde, le solicitaron que abriera en su domicilio una Unidad Básica. Sin embargo, mamá rechazó este pedido y la razón de su negativa fue el respeto que le tenía a su marido. Él era católico, no un católico practicante. Si mi madre se hubiera afiliado al Partido Justicialista y hubiese permitido que se colocara en nuestro domicilio una sede de esa facción política tan odiada, él no se hubiera divorciado porque su religión no se lo habría permitido pero, nunca más le hubiera dirigido la palabra. Bueno, él no era hombre de hablar demasiado, bastaba con su mirada, lo decía todo. Mi madre, por el contrario, siempre tenía motivos para hacer algún comentario. Nunca chismes, ni embustes, ni tonterías, aunque siempre, siempre tenía la última palabra y…la primera, también.

Yo nací en el ‘45. En aquel tiempo los partos se atendían en el domicilio, por eso vine al mundo en esa casa inmensa, con muchas habitaciones y largas galerías por las que circulaban infinidad de rostros, para mí desconocidos, aunque me llegara el sonido de sus voces familiares al pequeño refugio de los brazos de mi madre.

Algunas veces, conversando con mis hermanos, he preguntado por la distribución de esa casa porque han pasado muchos años y ya no la recuerdo. Nos mudamos de allí cuando yo era muy pequeña. Ellos me contaron de la puerta cancel, de las baldosas blancas y rojas con arabescos, de los techos altos, en el del comedor colgaba una antigua y pesada araña con caireles, me hablaron de las enormes ventanas que daban a la calle San Martín, de los patios con parral, de la espaciosa cocina en la que se reunía la familia a las horas de la comida. El artefacto en que mi abuela cocinaba era de hierro negro, a leña, las llamadas “cocina económica”. Lanonnase levantaba muy temprano para encender el fuego que no sólo proporcionaba el calor ambiental sino que permitía la cocción de los alimentos del día. Me describieron también los canteros que separaban la galería de los patios, en unos se plantaban flores de distintas clases y en otros, los que se ubicaban cerca de la cocina, se sembraban muchas de las verduras que consumíamos diariamente. Ya no se ven muchas casas como ésa, las pocas que quedan en pie han sido refaccionadas y restauradas adaptándolas a la época actual, otras están inhabitables o simplemente derruidas.

Lo cierto es que nací en el ‘45 y en esa casa dí mis primeros pasos.

Pero déjenme contarles, como les decía mi nacimiento se produjo en 1945, en un año clave para la política del país. Juan Domingo Perón agigantó su figura de líder por su participación en los momentos dramáticos vividos en San Juan, en el año anterior. El 15 de enero de 1944, la Ciudad de San Juan fue devastada por una terrible catástrofe, un terremoto “que en pocos minutos segó más de diez mil vidas y produjo heridas en casi cinco mil habitantes”. Muy pocas viviendas quedaron en pie después de la onda sísmica. Debido a que los incendios y desmoronamientos se ensañaron con la Ciudad de San Juan y zonas aledañas se suspendieron los servicios más elementales, entre otros el de comunicaciones. Por lo tanto, la provincia quedó aislada del resto del país. Inmediatamente, tanto el Gobierno Nacional como diversos Gobiernos Provinciales prestaron toda clase de apoyo solidarizándose ante la emergencia.

En ese entonces, el Coronel Perón estaba a cargo de la Secretaria de Trabajo de la Nación y, ayudado por la actriz Eva Duarte, organizó una campaña nacional de recaudación de fondos para los damnificados sanjuaninos. Este hecho fue fundamental para la futura carrera política de Perón quién, unos meses más tarde, viajaría a la provincia de Mendoza para imponer a la Virgen del Carmen de Cuyo, la banda de Generala del Ejército (la Virgen fue designada por San Martín en el año 1817 como Patrona del Ejército de los Andes). Cuando llegó a esta ciudad, una concentración obrera lo aguardaba en la Plaza Independencia, aclamándolo como futuro Presidente de la Nación. Tal vez, como dije anteriormente, ése fue el motivo, o quizás fue, porque desde octubre del año anterior, Perón había asumido la Presidencia del Departamento Nacional del Trabajo, reteniendo el cargo de titular de la Secretaría del Ministerio de Guerra, bajo las órdenes del General Edelmiro Julián Farrell, quién ejercía la Vicepresidencia de la Nación. Desde esa fecha, posiblemente, el Coronel se preparaba para asumir algún día la Presidencia, no lo sé, o acaso, lo movilizó la necesidad de modificar la situación en que vivían los trabajadores a lo largo y a lo ancho del país. Lo concreto es que durante este período, el gobierno de turno emite un estatuto al que deberían ajustarse los futuros partidos políticos. No olvidemos que éstos habían sido disueltos en 1943 por considerárselos obsoletos, es decir que ya habían cumplido su ciclo histórico. Debido a las nuevas normas impuestas, Perón renunció a todos sus cargos y se dedicó exclusivamente a la contienda electoral. A pesar de esta decisión, cuatro días después de su renuncia, el 9 de octubre, el gobierno ordena su detención y su traslado a la isla Martín García, aunque tres días más tarde, por razones de salud, se lo deriva nuevamente a Buenos Aires para internarlo en el Hospital Militar.

Mientras estos hechos ocurrían en la Capital Federal, en el cinturón suburbano, al conocerse la noticia de su internación, los trabajadores paralizaron prácticamente todas las actividades y, sus simpatizantes se movilizaron masivamente dirigiéndose al nosocomio en el que Perón había sido internado. Más de cinco mil personas exigían la libertad de su líder. Horas más tarde de ese mismo 17 de octubre, una multitud avanzó hacia Plaza de Mayo reclamando con el mismo fin. Para aplacar los ánimos, cerca de media noche, se mostraron juntos Farrell y Perón en el balcón de la Casa Rosada. El segundo había renunciado previamente a las palmas del generalato, retirándose así de la vida militar. Una vez que la multitud comprobó la libertad del caudillo, comenzó a desconcentrarse.

Días más tarde, el 24 de octubre se funda el Partido Laborista, línea madre del justicialismo. Dicho partido estaba integrado por dirigentes laborales. Su carta orgánica lo definía como una asociación que aglutinaba a los trabajadores que desearan emanciparse política y económicamente luchando por los beneficios de la masa obrera.

Pero volvamos a nuestro relato. A mis dos años y medio nos mudamos a la casa nueva construida por mi padre en el terreno adquirido. El día de la mudanza, viajé con mi papá en la cabina del camión que transportaba nuestros enseres, aferrada a mis dos muñecas favoritas, ¡bah! las únicas que tenía. Yo adoraba esas muñecas, una era una pepona de largas piernas y cara sonriente con hoyuelos pintados en sus mejillas.

El nuevo barrio era muy distinto del anterior. Había muy pocas casas, algunas en construcción y, otras, bastante viejas. La nuestra estaba ubicada en una esquina que daba a dos calles sin nombres, ambas eran de tierra. Paralelamente a una de éstas corría un canal. Muchos de los terrenos eran baldíos, potreros en donde los chicos del barrio jugaron durante muchos años a la pelota. Como en las calles no había luz eléctrica, en las noches de verano nos entreteníamos persiguiendo y atrapando a las luciérnagas que iluminaban con sus farolitos las sombras nocturnas.

La casa nueva era muy linda, tenía techos de tejas, amplios dormitorios con ventanas enrejadas y pisos de madera lustrada. También había un gran living-comedor con un hogar a leña, la boca de éste estaba revestida en piedra y su parte superior era de mármol italiano de color rosa muy tenue. Todas las habitaciones se comunicaban con una galería interior. A través de ésta se tenía acceso a otras dependencias: baños, cocina, lavandería y garaje. En el patio, se erguía una escalera que conducía a una pequeña terraza y a otra habitación.

Días atrás, leyendo periódicos antiguos, encontré un artículo sobre un episodio de la Historia Argentina, éste puede servirnos de clave para aclarar los sucesos que, tantas veces, durante décadas se han vivido y repetido en la política de nuestro país:

“–Máteme, si quiere, pero no renuncio.

–No soy tan ingenuo para convertirlo en mártir.”

El diálogo tenso, crispado, sucede entre el vicepresidente Martínez y el general José Félix Uriburu, jefe de la triunfante revolución del 6 de setiembre. El general esgrime un arma. El fogonazo de un fotógrafo eleva la tensión y las voces. Martínez no quiere renunciar. Uriburu ordena su detención en la misma Casa de Gobierno. Intervienen amigos personales y logran convencer a Martínez de que presente su dimisión. Lo hace, no sin reclamar que un general de la Nación se atreva a derrocar al gobierno elegido por el pueblo […]”.

A partir del gobierno de facto de Uriburu de 1930, las Fuerzas Armadas consideraron que únicamente ellas podían custodiar todos los valores e instituciones del país. Sobre ese falso principio se desarrolló el nacionalismo de los años posteriores que, en nombre de la defensa de la patria, inició una saga de golpes militares contra los pocos gobiernos democráticos que ocuparon la Casa Rosada.

Pero volvamos a nuestra historia del barrio y de la casa nueva. Pasaron pocos años desde la mudanza y se alteró la tranquilidad del lugar. Topógrafos, ingenieros, arquitectos, oficiales y suboficiales vestidos con ropa de fajina, conscriptos y obreros circulaban en un ir y venir ajetreado por las calles adyacentes. Pronto comenzaría la construcción del “Barrio de Oficiales del Ejército”, escasamente a una cuadra de nuestra vivienda.

–Pero, ¿sabe cuántas casas van a construir?

–No sé, no tengo la menor idea.

–Cincuenta.

–¡¿Cincuenta?! ¡Jesús, María y José! ¿Cómo que cincuenta?

–¡Sí! ¡Imagínese! ¡Cincuenta en dos manzanas!

–¿A quién se le habrá ocurrido semejante locura?

–¡Vaya a saber quienes vienen a vivir! ¡Lo único que nos faltaba! Además, como a los militares los trasladan cada dos o tres años, siempre habrá desconocidos viviendo en el barrio. Piense que todo el personal del Ejército tiene prioridad para este gobierno o, ¿acaso estos oficiales no son también militares? En este sentido, nosotros nos veríamos perjudicados porque quedaremos relegados en todo. Aquí todavía no han conectado los servicios básicos: gas natural, cloacas, asfalto, ni siquiera la energía eléctrica. Sin embargo, hay muchos barrios que ya los tienen instalados. Por otra parte, el Ejército no permitirá que pasen líneas de colectivos dentro del barrio o por calles cercanas. No nos olvidemos que ahora hasta nuestro barrio pasará a convertirse en zona militar.

–Bueno, tampoco hay que tomarlo así, esto último puede ser para nosotros un beneficio.

–También es un perjuicio, porque tendremos que caminar siempre varias cuadras. Piense que entre nuestros vecinos hay gente que vuelve muy tarde de trabajar, como es el caso de la señora Saturnina que es enfermera y, a veces, regresa demadrugada.

–¡Qué barbaridad! ¡Tiene razón! ¡No lo había pensado! Ya lo decía yo, estos terrenos estaban demasiado baratos y con muchas facilidades para pagarlos. “Cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía”, dice el refrán.

–Usted tiene razón, aunque podemos perjudicarnos o no, no nos olvidemos que lo que beneficie a los militares también puede beneficiarnos a nosotros pero, igualmente, creo que deberíamos hablarlo con el resto de los vecinos y unirnos. Si es necesario, convocaremos a una reunión para intercambiar opiniones. Averiguaremos qué consecuencias puede traer aparejada la construcción del Barrio de Oficiales, antes de que sea demasiado tarde.

–Sí, pero igualmente, los militares no dejarán de llevar el proyecto del barrio adelante. Dicen que esas tierras las donó Perón.

–¿Perón?

–Sí, Perón o alguno de sus subalternos. ¡Vaya a saber! Lo cierto es que los terrenos son del Ejército y los militares construirán en éstos su barrio. Mientras que nosotros deberemos pagar hasta el último terrón de tierra. ¿Se da cuenta? ¿No es lo que yo le decía? Nosotros pagaremos las hipotecas por treinta años y ellos, porque son militares, reciben las casas gratis.

–Dicen que muchos de los oficiales que vivirán aquí, lo ayudaron el año pasado cuando fue el terremoto de San Juan.

–No me niegue que es su obligación, para eso juraron servir a la patria, pero regalarles los lotes… y los mejores. Mire, cuando yo las vine a ver, quise comprar un terreno en las manzanas situadas en el centro del barrio y no como tuve que hacerlo en la periferia, frente del zanjón. Cuando solicité el lugar elegido, me informaron que esas manzanas ya estaban reservadas.

–Le digo más, para que usted se dé cuenta de la diferencia, hace una semana, el arquitecto se fue por un rato y dejó los planos sobre ese atril que trae consigo. Entonces, con Delfina, la vecina que vive en nuestra misma cuadra al lado de la panadería, estuvimos mirándolos. ¡No sabe qué casas! ¡Son de las que se ven en las películas!, De dos pisos, con varias habitaciones, jardines con quinchos y parrillas, algunas, las ubicadas sobre las esquinas, hasta tienen espacio para pileta de natación porque los terrenos son más grandes. Delfina y yo, nos quedamos sin palabras por el asombro, completamente mudas. Después de ver los planos nos fuimos. ¡No vaya a ser que nos encontraran husmeando lo que no debíamos! ¡No crea usted que somos unas metidas, unas chismosas, pero era tanta la intriga!

–Con mayor razón, tenemos que movernos, no permanezcamos de brazos cruzados ya que después será demasiado tarde para lamentarnos. Yo hablaré hoy mismo con mi marido. Necesitamos que los hombres defiendan nuestros derechos por el bienestar de nuestras familias.

–Tiene usted razón, yo hablaré con el mío. Movilicemos a las otras mujeres. Todas debemos presionar así nos escuchan. Les avisaré a las vecinas que viven en las casas contiguas a la mía y les pediré que ellas hagan correr la voz. Por mi parte, trataré de informarles a todas las que pueda.

–Yo también se lo comunicaré a todas las que viven sobre la calle del zanjón, incluso a la señora de Guzmán, porque por su negocio pasa mucha gente a la que puede decírselo.

–Bueno, ahora tengo que irme porque se me hace tarde para preparar el almuerzo.

–¡Qué barbaridad! ¡La hora que es! ¡Yo también me voy! La veo en un par de días para saber si hay novedades.

–Todo saldrá bien, hay que tener fe.

–A gente como nosotras, la fe es lo único que no nos falta.

–Hasta pronto.

–¡Hasta pronto! ¡Buena suerte! ¡Vamos hija, no te quedés atrás, se ha hecho muy tarde! ¿No me escuchás? ¡Dejá de jugar! ¡Vamos a casa!

Desde la década del treinta, el estado prestó más atención sobre las grandes variables económicas del país y, también fortaleció el desarrollo y la promoción industrial tomando en cuenta el crecimiento del mercado interno. Sin embargo, estas medidas adquirieron especial ímpetu en el transcurso del primer gobierno peronista con la implementación del Plan Quinquenal.

Perón, le solicitó a Figuerola, su Secretario Técnico, que estudiara los informes del Comité Nacional de Posguerra para fijar las pautas de largo alcance respecto de la industrialización, el fortalecimiento del agro y la ganadería, la protección a las industrias manufactureras y de base minera. Basándose en estas pautas el gobierno fomentó las investigaciones científica y tecnológica, racionalizó la producción, construyó grandes diques para generar energía eléctrica y el mejor aprovechamiento del agua en zonas desérticas y semidesérticas, combatió el proceso inflacionario y cubrió las necesidades de importación para activar la producción. El informe del Plan, presentado por Figuerola, fija “cuatro etapas esenciales para establecer las necesidades previsibles de materia prima nacional, combustibles, energía, maquinarias y transportes”. Por otra parte, decidido a incentivar la eficiencia en la producción estableció un programa mínimo de cinco años denominado Plan Quinquenal que tendía a la descentralización industrial, promoción de nuevas zonas, diversificación de la producción y programación del emplazamiento de las fuentes de energía, caminos y transportes.

En su primer discurso al pueblo argentino, Juan Domingo Perón afirmó que la Nación debía ser “socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. Dichos objetivos se incorporaron a la reforma constitucional de 1949 ya que no estaban contemplados en la Constitución de 1853. Las “tres banderas del justicialismo”, como suele llamárselos, se incluyeron en el Preámbulo de la Carta Magna de 1949 y tuvieron su origen en dos claros referentes de la época. En lo nacional, había cobrado protagonismo un sector social, anteriormente inexistente, el de la clase obrera. La inclusión de sus derechos era la respuesta del justicialismo a las luchas sindicales recientes y a la reivindicación que de éstos habían hecho los partidos de izquierda y el anarquismo durante más de cincuenta años. En lo internacional, Perón buscó distanciarse de la bipolaridad capitalismo-comunismo. El primer polo, es decir, el capitalismo estaba representado por los países receptores del Plan Marshall en Europa. Este plan, con aportes económicos estadounidenses, estaba destinado a la reconstrucción de las naciones europeas después de la Segunda Guerra Mundial, mientras que aquellos países que se alinearon con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como es el caso de Alemania del Este, Hungría, Rumania y otros, respondían a la ideología de gobiernos marxistas. El líder justicialista, por tales motivos, se ubicó en una tercera posición, alternativa de las dos anteriores, a la que definió “ni capitalista, ni comunista: peronista”, repetida en sus cánticos por las masas obreras con la modificación en “ni yanquis ni marxistas: peronistas”.

Las apreciaciones sobre la reforma de la Constitución de 1949 y sus contenidos sociales, económicos y políticos coincidieron, en nuestra sociedad, con las tendencias ideológicas que profesaban cada uno de los bloques.

–Es una clara maniobra re-electoralista.

–Se pretende justificar los avances para la reelección con postulados ficticios de un engendro doctrinario como es el del peronismo.

–En mi opinión, la incorporación de los derechos sociales inscribe a la Constitución de 1949 en la vanguardia constitucionalista, entre aquellas Cartas Magnas como la mexicana, la alemana de Weimar o la española de 1931.

–Para mí es un paso clave para que el gobierno de Perón gire su conducción hacia formas totalitarias, respaldándose en los principios de la nueva constitución.

–Ustedes ven fantasmas en todos lados, por mi parte creo que la Constitución de este año, efectiviza los propósitos denunciados por el general en el cuarenta y siete, incluyendo no sólo los derechos del trabajador a percibir una retribución justa, a capacitarse, a desempeñarse en condiciones dignas de trabajo, preservando su salud, su bienestar, su seguridad social y defendiendo sus intereses profesionales, sino que también toma en cuenta los derechos especiales incorporando los correspondientes a la mujer, a los niños y a los ancianos.

–Yo considero que lo único que guía a los constituyentes oficialistas es la modificación del artículo 77 para que Perón pueda ser reelecto. Esto queda demostrado por la elección directa de presidente, vicepresidente y senadores nacionales.

Y si no, tomen en cuenta las palabras de Italo Argentino Luder que fueron el argumento decisivo para defender la reelección, él habla de un ejecutivo fuerte y de Estado Argentino, confundiendo el concepto de estado con el de gobierno: “…el nuevo estado argentino debe ser garante del bien común y, a diferencia de lo preferido por el liberalismo, debe contar con un ejecutivo fuerte”.

–Lebensohn tuvo razón cuando dijo que la convención era una farsa y comparó a Perón con Mussolini.

–Insisto que el único interés del oficialismo es la reelección presidencial.

Las voces de los políticos, representantes del pueblo de la Nación Argentina, se pierden en el largo y nebuloso camino de la Historia. Otras voces, otras representaciones ocuparán el entramado de las indignas vicisitudes que ha vivido y vive el pueblo argentino.

Recuerdo que corría el año 2011 y Baglietto, Lito Nebbia y el grupo “No lo soporto”, cantaron en la Avenida 9 de julio, una versión distinta de “Aurora”. Esa noche me acordé de tantas otras “Auroras” cantadas al unísono con pequeñas voces infantiles pertenecientes a niños vestidos con sus guardapolvos blancos, chicos de escuelitas rurales o urbanas que entonaban la canción patria, en mañanas muy frías, cuando los sonidos interpretados (que acompañaban el izamiento de nuestra bandera celeste y blanca) escapaban de sus bocas exhalando un hálito que rápidamente se condensaba en vapor. Aparecen imágenes de otras mañanas lejanas en el tiempo pero nítidas en los recuerdos. ¡Tantas vivencias que retornan del pasado! Niños sin costosos juguetes, muchas veces con la ropa zurcida por madres humildes pero cuidadosas porque ese era el único pantalón, o quizás el delantal que se desgarró jugando a la pelota en el patio de la escuela. Mañanas frías, invernales, o mañanas de tibia primavera, no importaba porque la canción salía de todas las bocas “Alta en el cielo, bandera azul y blanca…”

Era otra vida, otro tiempo, otras creencias e ideologías. ¿Era otra Argentina? No lo creo. Tal vez todavía no era la Argentina del caos y la corrupción generalizada que escandaliza. Tal vez teníamos otros valores que hoy no rigen, porque negociados hubo siempre y, si no, recuerden lo que dicen acerca del empréstito de capitales ingleses con el que Rivadavia creó el Banco de la Nación Argentina o el asesinato en el Senado de la Nación por el negociado de los frigoríficos extranjeros. En nuestra historia hay tantos hechosde esta naturaleza que nos faltarían días de nuestras vidas para contarlos. No vayamos tan lejos o, ¿no recuerdan los negociados de Cacciatore y las autopistas? o, ¿el robo a las arcas del estado con los gastos del mundial 78?, ¿no juzgaron al ex Presidente Fernando de la Rúa y a varios senadores y funcionarios por el famoso caso de las “coimas en el Senado”? ¡No hay que olvidar a Menem y Río Tercero! o ¡la venta de armas a Ecuador y Croacia! o ¡María Julia Alsogaray! o ¡Los pollos de Mazzorin! o ¡Los guardapolvos de Bauzá! o ¡La leche de Spadone! o ¡los dólares de Antonini Wilson! o ¡los delitos económicos de Ricardo Jaime, de Felisa Micheli, de Boudou y la compra de Ciccone, o los últimos que involucran a empresas de la Presidente o a su hijo con Lázaro Báez! Y tantos… tantos otros, sedimento de innumerables actos de corrupción que han costado tantas vidas como en los casos de Río Tercero, Cromañon, la tragedia de Once y los ahogados en La Plata y en tantos otros lugares.

Los peronistas han cubierto con un manto sagrado todos sus entuertos, a éstos sí que les calza el dicho “los trapos sucios se lavan en casa”, aunque esta sentencia tenía sentido antes, en otra época, en aquel tiempo en que “Aurora” se cantaba con toda la fuerza de las voces infantiles y adultas, cuando aún se respetaban los símbolos patrios, en los días en que no habían caído todavía los grandes discursos, cuando San Martín, Belgrano, Sarmiento y otros próceres todavía eran recordados por sus valores.

Actualmente no creemos en nada ni en nadie, menos en los políticos de turno. Por algo será…como decían en ese lapso innombrable de una Argentina en que mentes desquiciadas nos gobernaron y nosotros, sí, nosotros permitimos tanta barbarie y desenfreno. ¿O será que “civilización y barbarie” es nuestro lema? Como dice Marcos Aguinis, parafraseando a Belgrano ¡Pobre Patria mía!

Pero volvamos a la historia de mi infancia. Mi padre se levantaba muy temprano, a las cinco de la mañana y le llevaba el mate a mi madre que aún estaba acostada. Comentaban entre mate y mate la lectura de las noticias del diario. Luego él se iba a su trabajo y ella, nos despertaba para que asistiéramos a clases. Esa era nuestra obligación, como la suya era atender los quehaceres domésticos y ejercer como maestra en una escuelita en las afueras de la ciudad. De todos sus años de trabajo como maestra, veinte años los dedicó a dictar clases a niños de primer grado.

Una de las tantas anécdotas que solía recordar y nos contara en nuestra infancia, corresponde a la del día en que llegó hasta la humilde escuelita rural en la que se desempeñaba, un camión cargado de útiles escolares, ropa y juguetes. Nos decía que había tanto asombro y tanta felicidad en las caritas infantiles como emoción en los ojitos brillosos de sus alumnos. Maestros y estudiantes, formaron un círculo alrededor del patio en el que estaban depositando los obsequios, ninguno encontraba palabras para expresar los sentimientos que los embargaban. Los hombres descargaban en ese modesto patio de tierra: zapatillas, guardapolvos, cuadernos, lápices de colores, trenes eléctricos, pelotas, muñecas y hasta bicicletas. Directivos, maestros y alumnos, no salían de su asombro pero mayor fue la sorpresa cuando una mujer que descendió de un lujoso automóvil, dio la orden de retirar todo y gritó que lo levantaran de ese patio roñoso porque se habían equivocado de escuela. Nadie podía creer lo que estaban viendo, changarines presurosos recogían las cajas apiladas en el desolado lugar, mientras la mujerona daba media vuelta y se encaminaba hacia la salida. Todos quedaron estupefactos, petrificados frente a la inesperada medida. Una humilde maestra se adelantó y se paró delante de la puerta de la escuela cortándoles el paso e impidiéndoles que se llevaran lo que restaba recoger. En voz alta le preguntó a la funcionaria: “¿Para la señora Eva Perón, estos niños no tienen los mismos derechos que otros niños?”

El silencio fue absoluto. La funcionaria nacional, boquiabierta, no fue capaz de contestar tamaña insolencia. La maestra solicitó a los cargadores que no levantaran los obsequios restantes. La otra mujer, desfigurada por la ira, tuvo que rectificar, ante todos los presentes, la orden que había dado anteriormente.

El relato transmitido por mi madre difiere del contado en el texto de Soriano, sin embargo, ambas historias pertenecen a ese pasado que rescata la memoria.

“Hasta que un día, un camión del correo se detuvo frente a mi casa y bajaron una caja enorme con una carta breve: “Acá te mando las camisetas. Pórtense bien y acuérdense de Evita que los guía desde el cielo”. Y firmaba Perón, de puño y letra. En el paquete había diez camisetas blancas y una amarilla para el arquero. La pelota era de tiento; flamante, como las que daban en el correo para el Día de Reyes”.

Lo privado y lo público se entrelazan continuamente, las historias contadas y las historias ocultas también.

El 10 de diciembre de 1944, Juan Domingo Perón y Eva Duarte contrajeron matrimonio en la Parroquia de San Francisco de Asís, en la ciudad de La Plata. Ella, prontamente asumiría su rol social, ya que no sólo acompañaría a su esposo y desarrollaría numerosas actividades como voluntaria en la Secretaría de Trabajo y Previsión, sino que en su función de Primera Dama, lo reemplazaría tres años más tarde en un viaje a Europa al que Perón había sido invitado por los gobiernos de España e Italia. Su presencia en el viejo continente, causó tanta admiración que superó todas las expectativas previas. Un frío día invernal del mes de julio, regresó al país luego de dos meses de gira por Europa. Cuando el vapor que la traía de Montevideo ingresó a la dársena, los otros buques que se encontraban en el puerto hicieron sonar sus sirenas saludando a la recién llegada, mientras una multitud le arrojaba una lluvia de flores, homenaje que se intensificó en todo el recorrido que hiciera por la ciudad de Buenos Aires.

Dos años más tarde, el sábado 9 de abril de 1949, en el marco del Congreso Nacional de Filosofía, la totalidad del gabinete nacional acompañó al Señor Presidente de la Nación y a su señora esposa, mientras éste expuso los lineamientos de su doctrina política. Perón, el mismo día, les toma juramento de fidelidad a la nueva Constitución a todos los funcionarios presentes. Este acto oficial que se llevó a cabo en la provincia de Mendoza, muestra una vez más los enfrentamientos existentes entre los distintos sectores sociales, mientras una multitud aclamaba al matrimonio presidencial a su paso por esta ciudad, otros ciudadanos manifestaban su disconformidad por la visita del mandatario y su señora esposa.

–¿Viste qué linda es?

–Se ve mejor que en las fotografías de las revistas.

–¡Qué mujer elegante, si parece una modelo!

–¿Te fijaste en el traje?

–¡Qué corte impecable! ¡Se nota la calidad de la tela!

–¿Y el sombrero? ¿Observaste la delicadeza de ese sombrero?

En aquellos días como en la actualidad, mujeres y hombres la amaban, la odiaban y la envidiaban por igual.

–Es una resentida que le hace pagar caro a los antiperonistas las humillaciones que recibió en su infancia y juventud, antes de que conociera a Perón.

–Todos saben que vivían juntos antes de casarse. ¡Dios mío! ¡Qué clase de mujer nos representa! ¡Una cualquiera!

–¡Es la nueva rica hasta para vestirse! ¿No la viste en el noticiero del cine? ¡En su visita a España, cuando la recibió Franco, no se sacó el tapado de marta ni el sombrero con plumas de avestruz a pesar del calor bochornoso que hacía!

Eva, era la “abanderada de los humildes”; “la mujer providente”; “la dama dura del látigo” como dicen sus enemigos más encarnizados; “la representación del elemento más revulsivo y populista del peronismo”; “la mediadora entre el líder y su pueblo”; “la combativa y militante”; “la que simboliza el rechazo a toda negociación y tecnicismo”; “la fundadora a la par de su líder del movimiento”. O se le ama o se le teme. No hay término medio para su aceptación o rechazo.

Dos

1950: el gobierno nacional lo declaró “Año del Libertador General San Martín”, al cumplirse el primer centenario de su fallecimiento. En todo el país se llevaron a cabo innumerables actos oficiales en su honor.

En la ciudad de Mendoza, el día 17 de agosto, a las tres de la tarde, doblaron las campanas de las iglesias y sonaron las sirenas en señal de duelo. Hubo numerosos actos conmemorativos: minuto de silencio, suelta de palomas, plantación de árboles en distintos lugares de la provincia, actos en colegios y asociaciones civiles, iconografía alusiva, entre otros. En la Sala de la Bandera de Los Andes de la Casa de Gobierno de la provincia, desde ese día arde la Antorcha de la Argentinidad.

Durante los meses anteriores a agosto, el vecindario organizó los festejos del acto conmemorativo por la muerte del General San Martín. Participarían en éste, vecinos de barrios aledaños. En la esquina, frente de nuestra casa, se levantaría el palco. Asistirían al acto funcionarios del gobierno, autoridades de la iglesia y militares. Un capellán del Ejército oficiaría la misa. Don Manuel, que era gerente de un banco oficial y hermano de un ministro estaría en el palco y, también, el padre de Carmencita que era oficial del Ejército. Las calles adyacentes serían escenario de los distintos juegos y entretenimientos.

Todas las casas deberían embanderarse y los concurrentes llevarían escarapelas, para que esto se cumpliera, la Comisión Organizadora había hecho una lista para proveerlas a todos los vecinos que las necesitaran. La confección de las primeras les correspondió a las señoras que integraban la comisión, mientras que las segundas quedaban a cargo de las niñas y adolescentes voluntarias.

El programa de las actividades sería el siguiente:

9:30 Recepción de las autoridades y formación del Jurado en el Palco Oficial.

9:45 Ingreso de la Bandera de Ceremonia.

Entonación del Himno Nacional Argentino.

10:00 Misa de conmemoración y bendición de los barrios.

11:30 Retiro de la Bandera de Ceremonia.

11:45 Maratón “La buena Vecindad”.

13:00 Almuerzo (Menú: empanadas, locro, ternera con cuero y postre).

15:00 Competencia de juegos:

Carreras de embolsados,Palo enjabonado.La cincha.Otros.

17:00 Fogones, guitarreadas y bailes folklóricos.

–Mamá, mamá, pasó la señora Delfina y dijo que el programa quedó perfecto, que no hay que hacerle ninguna modificación y que las damas de la comisión dicen que no saben que harían sin usted. Además, pidió que no se olvide de incluir la kermesse. Atenderán los kioscos las señoras y señoritas del barrio, mientras que los hombres deberán encargarse de los entretenimientos que ofrezcan mayor riesgo.

Recuerdo que el día de los festejos vinieron muchos vecinos de los cuatro barrios más cercanos al nuestro, entre los que estaba el “Barrio de Oficiales del Ejército”. Todos participaron en las actividades programadas. Muchos de ellos corrieron la maratón y compitieron en los juegos. No había diferencias entre unos y otros, todos éramos iguales en el encuentro.

La jornada finalizaba y, sin embargo, en los fogones y guitarreadas permanecía la gente que no quería abandonar la fiesta, a pesar del frío de la noche de agosto. Cuando terminó el evento, los vecinos se despidieron abrazándose efusivamente como si fuesen amigos de toda la vida.

Durante el año 1951, se produjo un hondo malestar en las Fuerzas Armadas debido a lo que consideraban la “peronización” del Ejército, situación impulsada por el general Franklin Lucero, Ministro de Guerra de Perón, quién además promovía la candidatura de Eva Duarte al cargo de Vicepresidente de la Nación para las elecciones del mes de noviembre.

Los sediciosos, comandados por el general Benjamín Menéndez, intentaron un golpe de estado el 28 de setiembre de ese mismo año, apoyados por otros militares y muchos civiles que formaban parte de grupos opositores al gobierno. Entre los primeros, estaban Eduardo Lonardi y Juan Carlos Onganía aunque a último momento éstos se negaron a participar; entre los segundos se destacaba el dirigente radical Miguel Ángel Zavala Ortiz.

Los enfrentamientos con el radicalismo se habían gestado, originalmente, durante la convocatoria para la reforma de la Constitución, en 1949, seguían latentes aún. En aquella oportunidad, los representantes radicales se autoexcluyeron de la primera sesión constituyente porque no querían escuchar el discurso inaugural del líder peronista, debido a que consideraron un atropello a los participantes no oficialistas, el obsequio de un sillón que la Fundación Eva Perón le regalara al Presidente de la Convención. En el respaldo se destacaban tres óvalos: el de la izquierda era una réplica del rostro de Juan Domingo Perón; mientras que los otros dos representaban las imágenes de la bandera y del escudo nacional.

Después del levantamiento frustrado de Menéndez más de doscientos militares fueron juzgados y pasados a retiro. La renuncia de Evita como candidata a la vicepresidencia de la Nación, el 31 de agosto de 1951, descolocó a los sediciosos y restó apoyo al intento de rebelión. Sin embargo, este levantamiento frustrado sirvió como ejemplo para que se produjeran diversos conatos de rebelión en las Fuerzas Armadas. El 3 de febrero de 1952, es detenido el coronel retirado José F. Suárez, cuyo proyecto consistía en una operación comando que tomaría la Casa Rosada y mataría al líder peronista. El complot no pudo concretarse porque un militar del Servicio de Informaciones de la Aeronáutica filtró datos sobre el mismo.

Félix Luna califica “de demencial a este intento demagnicidio”.

Mientras muchas sublevaciones sacudían al gobierno nacional, en nuestra pequeña aldea de provincia el barrio crecía. Conectaron la luz eléctrica y las tuberías de gas natural. Los vecinos rumoreaban que pronto instalarían las cloacas y que también asfaltarían las calles. Ya prácticamente no había terrenos baldíos. ¡Hasta los frentes de algunas casas, ubicadas sobre el emplazamiento del zanjón Frías, se modificaron! Los chicos seguíamos jugando en las veredas y, en los atardeceres, los adultos sacaban sus sillas y se sentaban afuera disfrutando de las últimas horas del día.

Por radio escuchábamos las noticias de Buenos Aires sobre la salud de la Primera Dama.

–¿Escuchó mamá? Ha sido internada.

–Sí hija, lo escuché, más temprano informaron que le hicieron una transfusión de sangre.

–¡Y el marido con tantos problemas!

Evita se despedía con entereza de la vida e ingresaba en el sórdido periplo de los mastines que peleaban por sus despojos y, cuando digo mastines, me refiero a los secuaces, tanto civiles de uno u otro bando (peronistas u opositores) como a los militares que agraviaron y profanaron su cadáver. El pueblo la lloraba. Su fallecimiento fue como su vida, un entrecruzamiento depasiones.

La esposa del Presidente se debatió entre la vida y la muerte durante tres largas jornadas, finalmente falleció el sábado 26 de julio. Al día siguiente de su deceso comenzó el velatorio. La información oficial sobre su muerte se transmitió por cadena nacional. Por el duelo, el Gobierno de Perón decretó varios días de asueto en todo el país y se suspendieron las clases hasta nuevo aviso. Las banderas fueron izadas a media asta.

Los adultos de mi familia, comentaban en voz alta los sucesos transmitidos por radio, en tanto que mis hermanos y yo no podíamos gritar ni jugar en la calle con nuestros amigos, debíamos permanecer en silencio. Aún recuerdo las conversaciones entre los mayores.

–¡Todo el pueblo está de duelo!

–Excepto aquellos inadaptados que pintaron enormes carteles en las paredes con la frase: ¡Viva el cáncer!

–La velarán en el Ministerio de Trabajo y Previsión Social.

–¿Cómo lo sabés?

–Lo escuché anoche en las noticias.

–­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­¡Cómo son estos peronistas, seguro que el velorio dura todo el mes!

–¡Por favor, cállese! –le dijo mi abuela a mi padre y prosiguió –Usted no tiene piedad porque es radical. ¿No se da cuenta que se ha muerto?

–¡Me doy cuenta! ¡Me doy cuenta! ¡Claro que me doy cuenta! Pero no porque se haya muerto la vamos a convertir en santa.

– ¿En santa? ¿Qué dice?

–No lo digo yo, ya corren los rumores de que los peronistas pedirán su canonización.

–Son rumores. No hay que hacerles caso.

–Yo creo que sí, que hay que hacerles caso porque los dichos de sus seguidores pueden convencer hasta a los más sensatos. Primero, usan el poder de la palabra y si esto no resulta, utilizan la fuerza.

Creo que en esto mi padre tenía razón, después los años demostrarían que su premonición era acertada. ¿O no recuerdan el proyecto del Senado Nacional para erigirle un monumento en la Avenida de Mayo y 9 de julio? ¿O la propuesta que en esa época hizo Héctor J. Cámpora en el Congreso para que la proclamaran “Jefa Espiritual de la Nación”? ¿O la norma que establecía a “La Razón de mi Vida” como texto de lectura obligatoria en las escuelas? ¡¿Y qué decir del proyecto aceptado en ambas cámaras para otorgarle el Gran Collar de la Orden del Libertador?!

–¡No puede ser! ¿Estás segura? ¿La máxima condecoración de nuestro país? Si sólo se ha impuesto en muy pocas ocasiones…

–¿Es cierto que cuenta con cuatro mil quinientas ochenta y cuatro piezas, de las cuales tres mil ochocientos veintiuna son de oro y platino y setecientos sesenta y tres de diamantes, rubíes y esmeraldas? –preguntó mi prima.

–¡Niña! ¿Cómo lo sabés?

–Lo leí en una revista.

–¡Escuchen, escuchen! –La voz de mi abuela los hizo callar –Están preparando el Congreso para el velatorio. Dicen por la radio que hay millares de coronas y una interminable hilera de personas que esperan para verla.

Durante varios días, las radios transmitieron en cadena las noticias sobre el estado de conmoción que el deceso de Evita produjo en el pueblo de la Nación Argentina. Asimismo, comentaron sobre la renovación constante de personas en las filas que esperaban a la intemperie durante interminables horas, únicamente para ver el féretro. En muchas oportunidades, los locutores de esos mismos informativos repetían las palabras de la multitud: “Evita, la mártir de los trabajadores”; “Evita, una santa”.

–Por Radio Colonia informan que el gobierno peronista ha contratado los servicios de la empresa norteamericana 20th Century Fox para filmar en colores los actos.

–Radio Colonia es uruguaya, por lo tanto, no depende del gobierno peronista –dijo papá.

–¿Y eso, en qué cambia las cosas? –preguntó mi tío Daniel.

–En qué podremos tener noticias no censuradas –contestó mi padre.

–No veo en qué radica la censura –insistió mi tío.

–Le parece que no hay censura cuando desde hace días la transmisión de las noticias gubernamentales es, únicamente, a través de cadena nacional –respondió encolerizado mi padre.

Como mi abuela llamó a cenar, el diálogo entre mi padre y mi tío se interrumpió y no llegó a mayores. A la semana siguiente de la muerte de Eva, nos enteramos por la misma radio que uno de los sindicatos, el de Empleados y Obreros de la Alimentación, le había solicitado al Papa Pío XII “iniciar inmediatamente el proceso para beatificar y canonizar a Eva Perón”.

–No te lo dije, viste que no eran mentiras los rumores –le dijo papá a mamá.

–Me lo dijiste pero aún así no puedo creerlo. Siempre fui partidaria de Evita, pero pensar en su beatificación o canonización me parece un gran disparate.

–¿Por qué? terció mi abuela, –si era una santa, la “santa de los pobres”, todo el pueblo lo dice.

–Pero mamá, por más que el pueblo la llame la “santa de los pobres” era una mujer, no una santa ni una virgen, era una mujer cuyo mérito excepcional fue defender a su pueblo.

–Ya lo sé, ya lo sé, ustedes lo saben, pero la creencia popular no. El pueblo está convencido que al morir siendo tan joven y bella, su destino es perdurar en el amor y la idolatría de su gente.

La figura de Eva Duarte de Perón trascendió el mero hecho histórico- político y se convirtió después de muerta, en mito. Sobre ella se proyectaron diferentes imágenes identificatorias del peronismo. Para muchos militantes esta figura mítica nació en los orígenes del movimiento, con la movilización del 17 de octubre de 1945, en la que cobró protagonismo. En dicha movilización, como dije anteriormente, se reclamaba la liberación del líder peronista que había sido detenido y enviado a la isla Martín García por razones de salud, según decían. Perón fue trasladado nuevamente a Buenos Aires e internado en el Hospital Militar, acontecimiento que aprovecharon sus seguidores para exigir que lo liberaran.

La participación de Eva en los sucesos de ese día ha sido desmentida por varios investigadores que basan sus afirmaciones en los dichos de testigos. Esta invención sobre su presencia activa en los hechos del 17 de octubre de1945, le permite, a los que la sostienen, posicionar a la mítica Evita en el día y la hora de la fundación del movimiento, junto a Juan Domingo Perón.

El mito de la mujer mediadora, “discípula y escudo de Perón” y “punto de enlace entre el líder y sus descamisados” se transformará años más tarde, para el peronismo de izquierda, en “emblema de resistencia”. Para este sector del peronismo, Evita era la única que podía garantizar “la autentica naturaleza popular y revolucionaria” de este movimiento. La Eva mítica que la organización montonera idealizaba, no se parecía en nada a la Evita conocida en el gobierno peronista.

Después del funeral, las noticias de lo que sucedía en Buenos Aires fueron enrareciéndose cada día más. Los adultos callaban abruptamente cuando los niños estábamos cerca, la radio permanecía encendida de forma permanente. Mis tíos venían todos los días a ver a mi abuela pero, por sus rostros adustos, comprendíamos que algo muy grave estaba sucediendo, no nos hacían bromas como antes, ni tampoco preguntas sobre la escuela y, evitaban participar de nuestros juegos infantiles como era su costumbre.

Escuché a mamá que le decía, a uno de ellos, refiriéndose a mi papá: “…lo suspendieron del trabajo porque el muy terco se presentó sin el brazalete negro, de luto. Además, en el barrio se corren muchos rumores sobre él, tan es así, que algunos vecinos peronistas lo ven con malos ojos porque mi marido es radical. Por otra parte, ¿viste cómo es? No ha escatimado oportunidad de hacer comentarios contrarios a la política del gobierno”.

La represión a los opositores, sean estos individuos, partidos políticos, instituciones, empresas…se agravó día a día en el país. Los diarios más conocidos como “La Nación”, “La Prensa”, “Crítica”, “Clarín”, sufrieron las consecuencias del apriete oficial ejercido de diferentes formas. Por ejemplo, “Clarín” fue allanado en 1949 por una supuesta infracción impositiva y, a partir de ese momento, se lo presionó mediante la disminución de las cuotas de papel que asignaba el gobierno. El matutino “La Prensa”, propiedad de la familia Gainza Paz, fue expropiado en 1951 porque su lineamiento era abiertamente antiperonista y pasó a manos de la Confederación General del Trabajo (CGT). “Crítica”, propiedad de Natalio Botana, también fue perseguido y M. Medina, funcionario del gobierno, compró parte de sus acciones y se las regaló a Eva Perón, como así también una medalla que le pertenecía a Botana. Otros diarios también padecieron la persecución gubernamental, tal es el caso de “La Vanguardia”, del Partido Socialista que fue cerrado varias veces y del periódico “La Libertad”, al que le colocaron una bomba. Mientras esto sucedía, una cadena de medios como “La Razón”, “La Época”, “Noticias Gráficas”, “El Laboralista” y “Democracia” aglutinados en A.L.E.A., respondían a la política oficial siendo controlados por el gobierno peronista.

Meses más tarde de estos episodios que atentaban contra la libertad de prensa, estalló un conflicto entre el Poder Ejecutivo y la Iglesia, como consecuencia de la aprobación de ciertas leyes impulsadas desde el gobierno que autorizaban el divorcio vincular y la equiparación de los hijos legítimos con los ilegítimos. Esta legislación no fue aceptada por las instituciones eclesiásticas católicas, suceso que trajo aparejado un distanciamiento irreparable entre ambos sectores.

En el mes de noviembre de 1952 muere el Vicepresidente de la Nación, General Hortensio Jazmín Quijano y, durante el mes de abril del siguiente año, asume dicho cargo el Contraalmirante Alberto Teissaire.

Mis padres estaban cabizbajos y la tensión se hacía sentir en la mesa familiar, sobre todo a la hora de la cena en que nos encontrábamos toda la familia en casa.

–¡Las noticias son alarmantes!

–¡Todos los días hay alguna novedad con estos peronistas! Fijate que como les parece poco los cambios de nombres propuestos, ahora la calle La Plata y la Villa de Las Cuevas pasarán a llamarse Eva Perón, igual que la Plaza Independencia, el Departamento de La Paz, la plaza departamental de Luján, el carril de avenida San Martín, el puente San Julián en Tunuyán, la calle Andes en San Rafael, el carril a Barriales y la calle Lisandro Moyano, en Las Heras. ¡Para qué contarte los lugares que llevarán en el futuro el nombre de nuestro excelentísimo señor presidente!

–Por favor, dejá de lado tus ironías y no comentés esto con nadie más, si te escuchan te van a llevar preso –le dijo mi madre aterrorizada a papá.

–No te preocupés, si me llevan lo único que podrán probar es mi lealtad al Partido Radical y, que yo sepa éste es un gobierno democrático. ¿No dicen eso siempre en sus discursos?

–No sé lo que te proponés, con hablar mal del gobierno no ganás nada. Es más, nos ponés en peligro a todos nosotros. A ver, ¿qué ganás?, decíme, ¿qué ganás?

–¡Mucho! Desahogarme de tanta hipocresía y con eso mebasta.

–Bueno, pero no te desahogués en público. Pensá en nuestra familia y trágate la bronca. Mirá que en el trabajo también están pasando cosas raras.

–¿Por qué lo decís?

–Porque ayer vino gente extraña a la proveeduría. Me avisó José. Yo estaba revisando los pedidos para los comedores escolares. Él me dijo que estuvieron haciendo varias preguntas, se dieron a conocer como del Ministerio pero él no les creyó.

–¡Tené cuidado! Esto se está poniendo demasiado peligroso. ¡Te dije que no aceptaras ese cargo!

–¿Por qué? Si sólo cumplo con mi trabajo.

–¡Ya lo sé! Pero los otros no piensan lo mismo, los otros te ven como una gremialista más.

–Si cuidar que a los maestros no los engañen más es ser una gremialista, entonces lo soy. Si serlo significa enriquecerme como tantos otros gremialistas, entonces no lo soy. Vos bien sabés que yo no recibo nada más que el sueldo que me fijó el estado.

–Sí, lo sé. Pero igualmente tenés que cuidarte, son tiempos muy difíciles para nosotros.

–Ya lo sé. Tengo que cuidarme por todos ustedes que son mi familia y por todos los maestros y alumnos que creen en mí.

–Mirá que muchos creyentes mandaron a sus líderes a la hoguera.

–Por favor, no digás eso ni en broma.

–¡No lo digo en broma, lo digo en serio!

Después de la muerte de Eva, el país pareció desplomarse sin el ángel del gobierno peronista. Perón sentía el agobio de los enfrentamientos entre facciones militares que, aunque fueron sofocados, mostraban el descontento y la disconformidad de las jerarquías más altas de las Fuerzas Armadas, contrarias al movimiento peronista.

Para colmo de males, el esplendor económico posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial se había opacado y, una gravísima crisis se cernía sobre la Nación. Habían disminuido las exportaciones y en contrapartida habían aumentado las importaciones, especialmente las de petróleo, como consecuencia del desarrollo industrial, produciéndose el tan temido déficit de la balanza comercial de la Nación. A raíz de la escasa producción nacional de combustibles, se tomaron medidas drásticas en todos los niveles.

El sector agrario se vio afectado por una fuerte sequía, que ya había sufrido en años anteriores y que perjudicó considerablemente las cosechas. Simultáneamente los precios internacionales de los productos agrícolas bajaron, en la medida en que las economías de los países castigados por la guerra comenzaron a recuperarse. El desarrollo agro-industrial que era financiado básicamente con las exportaciones de sus productos, resultó seriamente damnificado.

Por otra parte, se dispararon los precios de alimentos y artículos de primera necesidad. El gobierno atribuyó la inflación al “agio y la especulación” de comerciantes inescrupulosos.Cuandose investigaba el alza del precio de la carne, se detectó que en uno de esos grupos de especuladores estaba implicado Juan Duarte, el hermano preferido de Evita y secretario de Perón. El líder ordenó que se lo investigara hasta las últimas consecuencias. Su cuñado no pudo afrontar el escándalo y, por tal motivo, dicen que se suicidó.

Como corolario del proceso inflacionario, Perón convocó a la “austeridad” y “a consumir en menores cantidades”, tomando medidas rigurosas que paliaran la crisis como el congelamiento de los salarios, la suspensión de las convenciones colectivas de trabajo y el llamado a todos los sectores para que aumentaran la “productividad”. En ese marco de referencia, anunció el lanzamiento del Segundo Plan Quinquenal y declaró a 1952 como “Año Económico”, aclarando que esta denominación significaba “producir y economizar; sembrar, sembrar, sembrar”. Asimismo alentó a la población a “contraerse para evitar préstamos” ya que consideraba al cooperativismo y al ahorro como las bases de la economía popular, evitando de este modo los malos años por venir.