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Zoe Alston, que se tambaleaba por un divorcio atroz, hizo un pacto con otras dos mujeres igual de vapuleadas. Su misión era hundir al impresionante empresario Ryan Dailey y para conseguirlo tenía que sabotear la campaña política de su hermana. El inconveniente era la pasión abrasadora que brotaba entre ellos. Estaba atrapada entre la promesa que había hecho y el hombre que la había devuelto a la vida. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar por la venganza... o por el amor?
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Seitenzahl: 221
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Catherine Schield
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Venganza y placer, n.º 163 - marzo 2019
Título original: Revenge with Benefits
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-529-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Mientras hablaba la conferenciante principal del acto «Las mujeres hermosas toman las riendas», Everly Briggs se fijó en Zoe Crosby y comprendió que era el eslabón más débil de su plan. Antes del acto, había investigado a las asistentes y había elegido a dos mujeres a quienes sus hombres habían maltratado. Durante el cóctel, había hablado con ellas y les había contado que el poderoso empresario Ryan Dailey había hundido a su hermana.
Además de Zoe Crosby, también había animado a London McCaffery a que no contuviera su rabia después de que Linc Thurston hubiese roto su compromiso.
–La tres hemos sido víctimas de un hombre rico y poderoso –comentó Everly pensando sobre todo en Zoe.
Su exmarido había contratado al abogado matrimonialista más despiadado de Charleston y, según los rumores, Zoe iba tener que emplear toda su indemnización en pagar la minuta del abogado.
–¿No os parece que tendríamos que desquitarnos?
–Hagamos lo que hagamos, acabaremos pareciendo las malas –contestó Zoe.
Esas dudas desquiciaban a Everly. Hasta ese momento, Zoe Crosby había estado escuchando y asintiendo con la cabeza. Antes de conocerla, se había imaginado que si había una mujer deseosa de machacar a un hombre poderoso, esa tendría que ser una esposa a la que había engañado uno ellos y a la que, después, había abandonado y había obligado a que defendiera su honor en los tribunales.
Sin embargo, estaba empezando a entender por qué Tristan Crosby había tratado con ese desprecio a su esposa. Era una mujer demasiado pasiva y blanda, no tenía ni metas ni pasión. Tendría que despertar la indignación de la joven de la alta sociedad por cómo la habían tratado y ganársela para esa trama de venganza.
–No si cada una… persigue al hombre de otra –explicó Everly, aunque Zoe todavía parecía preocupada–. Pensadlo. Somos unas desconocidas en un cóctel –siguió Everly, intentando dominar la impaciencia–. ¿Quién iba a relacionarnos? Yo persigo a Linc, London persigue a Tristan y Zoe persigue a Ryan.
–Cuando dices «perseguir», ¿en qué estás pensando? –preguntó Zoe con cautela.
Everly hizo un esfuerzo para no poner los ojos en blanco. Le había parecido desde el principio que Zoe iba a ser demasiado apocada para ser una buena colaboradora en la venganza, pero, al menos, podría manipularla para que hiciera lo que ella quería.
–En el caso de Ryan, su hermana se presenta como candidata del Estado para el Senado.
Everly decidió que lo mejor sería controlar la parte del plan que le correspondía a Zoe para cerciorarse de que Ryan Dailey recibía su merecido por haber metido en la cárcel a su hermana.
Al fin y al cabo, era el responsable de que le hubieran roto el corazón a Kelly y eso había sido lo que había hecho que borrara planos de ingeniería valorados en millones de dólares para atacar a su empresa. Estaba segura de que Kelly no habría reaccionado así si él no le hubiese dado falsas esperanzas.
Zoe frunció más el ceño cuando Everly le propuso que fuera indirectamente a por Ryan.
–Creía que íbamos a ir a por los hombres. No me gusta la idea.
–Como Ryan le destrozó la vida a mi hermana, me parece justo que nosotras evitemos que la hermana de él salga elegida –le explicó Everly con paciencia, aunque empezaba a estar fuera de quicio–. Lo mejor es llegar a Ryan a través de su hermana, ¿de acuerdo?
Zoe asintió levemente con la cabeza y eso no le dio confianza a Everly. Si esa joven de la alta sociedad de Charleston no podía hacer lo que había que hacer, ella tendría que ocuparse personalmente.
Zoe Crosby, Alston, se recordó, se miró en el espejo con los dedos clavados en el brazo del asiento forrado de plástico barato de la peluquería. Ya era oficial. A partir de ese día marcaría la casilla de «divorciada» en cualquier impreso que le preguntara su estado civil. Aunque llevaba un año recordándose que ella no tenía la culpa, la vergüenza por el fracaso la dejaba sudorosa y desdichada.
–¿Estás segura? –Penny, la peluquera, le pasó los dedos entre el sedoso pelo–. Tienes un pelo maravilloso. Es impresionante el color caramelo con reflejos rubios. ¿Estás segura de que no te conformarías con que cortara unos centímetros?
Zoe apretó los dientes y sacudió la cabeza.
–No, quiero que me afeites la cabeza.
La peluquera pareció más apenada, si eso era posible.
–No es asunto mío y eres tan guapa que puedes llevar el pelo de la longitud que quieras, pero traicionaría a mi profesión si no te disuado de que hagas algo tan radical.
Tristan había sido muy especial con su pelo. Había querido que le llegara exactamente hasta los pezones, consideraba que esa era la longitud perfecta. No le había dejado que llevara mechas o que se lo cortara a capas. Tenía que ser como una cortina sedosa cortada en recto. Tampoco le había dejado que se lo rizara o se lo recogiera en un moño cuando estaba con él. Había sido una de las muchas maneras de controlarla.
Zoe fue perdiendo el valor y suspiró. Había entrado en la peluquería dispuesta a afeitarse la cabeza como si así le diera un corte de mangas a su ex. Tristan ya no podía controlarla más y eso era estimulante, pero deshacerse de todo su pelo quizá fuese llegar un poco lejos. Aun así, tenía que hacer algo para señalar el día que se libró definitiva y felizmente de Tristan Crosby. Miró las fotos de mujeres con distintos cortes de pelo que había por la pared y se fijó en una.
–¿Qué te parece ese? –Zoe señaló a una morena con el pelo muy corto y de punta–. Aunque yo lo quiero rubio platino.
–Te quedaría muy bien con tus facciones –contestó la peluquera con alivio.
–Adelante.
Zoe volvió a mirarse en el espejo una hora y media más tarde y no se reconoció. Había desaparecido esa esposa de un próspero empresario de Charleston que llevaba conjuntos de jersey y chaqueta o vestidos con flores. La había sustituido una chica moderna con camiseta estampada y unos vaqueros negros desgarrados. Se estremeció mientras se pasaba los dedos por el nuevo peinado.
A Tristan le espantaría esa transformación radical.
¿Cuándo dejaría de tomar decisiones para agradar a su exmarido? Tenía que pensar en lo que le gustaba a ella. Además, tenía otro motivo para cambiar su aspecto.
Salió de la peluquería, fue a una perfumería para comprarse una barra de labios y una sombra de ojos de un color que la esposa de Tristan Crosby no habría podido llevar jamás. Una vez en el aparcamiento, se montó en el coche y se maquilló.
Con más seguridad en sí misma por su nueva imagen, puso el coche en marcha y se dirigió a la sede de la campaña de la candidata Susannah Dailey-Kirby. Pensaba ofrecerse voluntaria, hacerse indispensable y reunir todos los trapos sucios que pudiera para hundir a la gemela de Ryan Dailey. Everly le había propuesto esa estrategia para darle su merecido a él por lo que le había hecho a Kelly.
En su momento, le pareció bien. No tenía ni la más remota idea de lo que tenía que hacer alguien para vengarse. Mientras estuvo casada con Tristan, solo había intentado sobrevivir a su maltrato psicológico y no le habían quedado ni fuerzas para maquinaciones ni agallas para llevarlas a cabo.
Pero había conseguido acumular decenas de miles de dólares de su asignación durante el matrimonio. No se había criado en la indigencia precisamente, pero su familia sí vivía al día y a ella le gustaba la independencia económica que le ofrecía ese dineral secreto que tenía. Aunque debería haberse dado cuenta de que Tristan lo consideraría una amenaza para su autoridad. Cuando lo descubrió, le reclamó ese dinero y vigiló sus gastos más de cerca. Sin embargo, eso, en vez de intimidarla, hizo que estuviese más decidida y que confiara menos en los supuestos amigos y aliados.
La soledad de estar casada con Tristan era casi tan espantosa como el maltrato psicológico y emocional al que la sometía. No debería haber dejado que Tristan la convenciera para que abandonase la universidad en el primer curso y organizase una boda por todo lo alto en vez de haberse sacado el título. Mientras recorría el pasillo de la iglesia como si flotase en una nube, meses antes de haber cumplido veintiún años, había creído de verdad que el resto de su vida sería un cuento de hadas… y lo había sido en cierto sentido, Tristan había resultado ser como el rey malvado que cobraba tributos desmesurados a los campesinos y castigaba a sus súbditos cuando estaba de mal humor.
Ella no había tenido amigos de verdad, como quedó de manifiesto a raíz de la separación y el divorcio. Nadie movió un dedo para apoyarla o ayudarla. Se había convertido en una paria dentro de su estricto círculo social cuando Tristan fue contando historias falsas sobre su infidelidad. Nadie la había creído cuando había negado las acusaciones.
La sede de la campaña de Susannah Dailey-Kirby estaba bastante cerca del albergue de animales donde era voluntaria una vez a la semana. Le encantaba estar con animales, pero Tristan no le había dejado tener un animal de compañía.
Aparcó en el centro comercial y fue por la acera hasta el local de la campaña. Se había pasado una semana observando las entradas y salidas del personal y para reunir valor para presentarse.
Algunos días le costaba saber si la rabia por el fracaso del matrimonio iba dirigida contra Tristan o contra sí misma. Su parte racional culpaba a Tristan por sus expectativas irracionales, pero su parte emocional echaba la culpa a las carencias de ella.
Tenía que centrarse en la tarea que tenía entre manos o todo se iría al traste. Estaba reiniciando su vida como Zoe Alston y eso abría todo un abanico de posibilidades, pero antes tenía que cumplir con su compromiso.
Tomó aire para reunir valor y abrió la puerta. Había esperado que aquello fuese un hervidero de actividad a pesar de que todavía faltaba un año. Sonó una campanilla cuando entró, pero nadie se dio cuenta. La misma campanilla sonó cuando cerró la puerta. Todo el mundo estaba mirando una pantalla de televisión muy grande. Se sintió como una intrusa, pero avanzó dos pasos. Entonces, titubeó y no supo si seguir o retirarse. Era un momento aciago. Cuatro personas formaban un semicírculo alrededor de un hombre alto y delgado con el pelo canoso, tupido y muy bien peinado. Había teléfonos que sonaban en distintas mesas, pero nadie les hacía caso.
Tardó un par de segundos en comprender que alguien más se había presentado como candidato y que, al parecer, era algo espantoso. Se dio cuenta de que no era el mejor momento para presentarse como voluntaria y empezó a darse la vuelta para marcharse por donde había llegado cuando se chocó con alguien.
Captó un olor a colonia de hombre y todos sus sentidos se aguzaron. Seguía desorientada por ese olor tan viril cuando su hombro derecho impactó contra un pecho duro como una peña. Rebotó como un gatito que hubiese chocado contra un mastín. Se tambaleó y podría haberse caído si él no la hubiese agarrado de un brazo. La agarró con fuerza, la sujetó y el corazón se le desbocó.
Su mirada se encontró con unos ojos grises de una intensidad increíble. Se quedó hipnotizada, hasta que cayó en la cuenta y tragó saliva, asustada.
Era Ryan Dailey.
No habían pasado ni treinta segundos desde que había puesto en marcha su participación en la conspiración para vengarse y ya se había dado de bruces con su objetivo. Su mentón firme, su mirada aguileña, sus espaldas inconmensurables y su sonrisa sensual tuvieron un gran efecto. Sintió un hormigueo en todas las terminaciones nerviosas y un calor que le subió por el cuerpo hasta concentrarse en las mejillas.
–¿Está bien? –le preguntó Ryan Dailey.
Tenía una voz grave y profunda.
–Sí –fue lo único que consiguió contestar ella.
–Soy Ryan Dailey –se presentó él mirándole con detenimiento los pelos de punta, los carnosos labios oscuros y la vestimenta despreocupada–. El hermano de Susannah.
Mientras la escudriñaba, ella se fijó en su traje azul marino, su camisa blanca y su corbata azul claro. Aunque llevaba unas botas con tacones de diez centímetros, lo que la elevaba hasta el metro setenta y cinco, él le sacaba una cabeza.
–Soy Zoe…
Se quedó en blanco antes de que pudiera decir el apellido. Había sido Zoe Crosby durante ocho años, pero eso era agua pasada.
–Encantado de conocerte, Zoe.
Ryan llenó al incómodo silencio y, a juzgar por el brillo de interés de sus ojos grises, lo había dicho sinceramente.
–Encantada de conocerte.
Zoe no podía dejar de mirarlo, pero sí tuvo temple como para levantar un codo e indicarle que ya no necesitaba que la sujetara. Él soltó los dedos que la atenazaban y se apartó un poco, pero ella siguió sintiendo el hormigueo en la piel por debajo de la cazadora de cuero negro.
–Eres nueva en la campaña de Susannah –comentó él.
–¿Por qué lo dices?
–Me habría fijado en ti si hubieses estado antes.
El comentario le despertó palpitaciones en las entrañas. Además, el interés que se reflejaba en sus ojos era demasiado penetrante. Por eso, Zoe decidió representar el papel de voluntaria entusiasta sin nada que ocultar.
–Me encantaría trabajar de voluntaria en la campaña, pero me parece que hoy no es el mejor día para estar aquí. Me parece que están muy ocupados. Ya volveré en otro momento.
–No te marches –Zoe sintió una oleada de calidez por su embaucadora sonrisa–. Ven, te los presentaré.
Zoe, para su propia sorpresa, le sonrió.
–Me quedaré por aquí y tú me llamas si tienen tiempo.
Él asintió con la cabeza y siguió su camino. Ella se quedó mirándolo, horrorizada y emocionada a la vez. ¿Ese era Ryan Dailey?
Aunque había dicho que se quedaría, salió a la calle para tomar aire y escapar del ambiente cargado. Le habría resultado imposible hundir a un hombre tan formidable. Ryan Dailey no era Tristan. No parecía de los que disfrutaban siendo despiadados. Eso no significaba que no fuese peligroso, sobre todo, después de lo que le había pasado a la hermana de Everly, pero ella no se sentía en peligro… al menos, por el momento.
–Interesante… –farfulló Ryan para sí mismo.
Ese choque le había despertado algo que llevaba mucho tiempo dormido: el deseo. ¿Cuándo fue la última vez que vio una mujer y quiso acostarse con ella para satisfacer sus necesidades más elementales y deleitarse con toda una serie de fantasías obscenas?
La química entre ellos le había alterado. Seguía percibiendo su presencia mientras se dirigía al fondo de la oficina. La colisión había desencadenado una reacción en cadena por todo el cuerpo. Se desinfló en cuanto se acercó al grupo de personas que estaban delante de la televisión. Se había acabado la noticia sobre la presentación de Lyle Abernathy como candidato al Senado, pero acababa de empezar la discusión sobre qué hacer. Ryan se incorporó al grupo y se fijó en la expresión sombría de Gil Moore.
–Hola, Gil.
–Hola, Ryan. Supongo que ya lo sabes.
–¿Lo de Abernathy? Sí.
–Va a perjudicarnos –comentó el director de campaña.
–¿Qué tal lo lleva Susannah?
–Ya sabes su lema. No dejes que te vean padecer.
Ryan asintió con la cabeza.
–Por cierto, ha venido alguien para ofrecerse como voluntaria. Se llama… –Ryan se dio la vuelta y vio que Zoe había desaparecido–. Maldita sea.
No podía soportar la idea de no volver a verla.
–Me parece que se ha largado.
–Creía que no era el momento adecuado.
–Espero que no la hayamos ahuyentado –comentó Gil–. ¿Te has quedado con su nombre?
–Zoe –no era gran cosa, y menos para localizarla–. ¿Te importaría avisarme si vuelve? Tenía el pelo rubio y muy corto y una cazadora de cuero negra. Un estilo muy desenfadado.
–Estaremos al tanto –le prometió Gil.
–Gracias –Ryan le agradeció que no le hiciese más preguntas–. Iré a ver qué hace Susannah.
Fue hacia el despacho de su hermana gemela y la encontró detrás de su mesa mirando el ordenador. El pelo largo y moreno le caía como una cortina lisa y lustrosa hasta el traje azul cobalto. Tenía el hermoso rostro relajado, como si no le hubiese importado lo más mínimo que se le hubiese complicado tanto la campaña.
–¿Qué haces aquí? –le preguntó ella entrecerrando los ojos.
–He venido a ver qué tal estás.
–¡Por favor! ¡Mamá y tú! Acabo de terminar de hablar con ella. Estoy bien.
Efectivamente, nada parecía alterar a Susannah, ni siquiera cuando eran pequeños. Ese aplomo le vendría muy bien durante los meses siguientes.
–Lyle es un obstáculo mínimo –añadió ella.
Ryan miró al equipo de su hermana, que estaba hablando en voz baja.
–Me parece que Gil no comparte tu opinión.
–Le gusta preocuparse.
–Y tú no te preocupas lo bastante.
–¿De qué serviría? –preguntó Susannah con el ceño fruncido–. Lyle ha cambiado de distrito porque no iban a elegirlo para un cuarto mandato y es tan arrogante que cree que yo seré una competencia menor que Jeb Harrel.
–Es la primera vez que te presentas…
Y era mujer. Ryan, sin embargo, no añadió la segunda parte. Abernathy arrojaría todo tipo de descalificaciones contra Susannah y el sexo sería una de ellas.
–Soy una candidata fantástica para este distrito y todo el mundo lo sabe –hizo una pausa y sonrió con cierta chulería–. Entre ellos, Lyle Abernathy.
–Eso hará que use todo tipo de artimañas contra ti.
–Estoy completamente limpia –le recordó su gemela–. No puede utilizar nada contra mí.
–Eso no lo detendrá. Se inventará algo.
–Estaremos preparados.
Ryan abrió la boca para rebatirlo, pero comprendió que sería inútil. Susannah Dailey-Kirby no necesitaba su ayuda.
Las paredes que separaban el despacho del resto de la oficina eran de cristal. Tenían persianas por si necesitaba intimidad, pero en ese momento estaban subidas y Ryan se encontró mirando por tercera vez hacia la puerta por donde tenía que haber salido Zoe. Susannah también miró en esa dirección.
–¿Buscas algo?
–A alguien. A tu voluntaria más reciente.
–No veo a nadie.
–Con todo el follón, se ha marchado antes de que alguien le hiciera caso. Esperaba que hubiese cambiado de opinión y volviera.
–Vaya… Tiene que tener algo especial para que estés tan interesado. ¿Era guapa?
–Sí.
Tenía que estar loco para que le preocupara una mujer con la que había hablado menos de un minuto, pero se acordó de que al chocarse con ella se le había borrado de la cabeza todo sobre la política y Lyle Abernathy.
–¿Muy guapa?
–Muy guapa, pero también era distinta a todas las mujeres que suelen gustarme.
–¿Cómo es…?
Ryan se preguntó si podría explicar con palabras su reacción. Conocía a cientos de mujeres al año. ¿Por qué esa en concreto? Era guapa, pero no era la mujer más deslumbrante que había conocido ni había hablado lo suficiente con ella como para saber si era graciosa o lista. Sin embargo, seguía impresionado.
–Vestía como una tía dura. Vaqueros negros y camiseta estampada. Pelo rubio de punta y maquillaje oscuro. Como una mezcla de hippy y roquera.
Él, sin embargo, había captado su vulnerabilidad por debajo de ese exterior rudo.
–¿De verdad? –su hermana no intentó disimular lo divertido que le parecía–. Efectivamente, no parece tu tipo ni mucho menos.
Estaba cansado de salir con mujeres sofisticadas y triunfadoras como su hermana, mujeres que se había impuesto la misión de pasar por encima de todo el mundo. Quería a alguien a quien pudiera ayudar, una mujer que no tuviera miedo de necesitarlo.
–Es posible que necesite a alguien distinto.
A pesar de los errores que había cometido con Kelly Briggs, le gustaba la idea de ser el paladín de alguien y se negaba a renunciar a la arrogancia de estar convencido de que tenía razón cuando actuaba por el bien de alguien. Claro, era posible que en esos tiempos las mujeres no quisieran que las ayudaran o rescataran, era posible que exigieran que las relaciones fuesen equilibradas y ninguno mandara sobre el otro… y él no se oponía, pero ¿qué tenía de malo que bajaran la guardia de vez en cuando y dejaran que el hombre sacara músculo?
Zoe le intrigaba. Había vislumbrado algo en sus ojos que había despertado su instinto protector, y eso podría ser un problema después de lo que había pasado cuando había intentado ayudar a Kelly Briggs. Ella había confundido sus ganas de ayudarla con una relación sentimental. Cuando le explicó que su preocupación era platónica, ella se vengó y atacó a su empresa con saña.
–Sin embargo, no se trata de mí –siguió Ryan–. Se trata de tu campaña y vas a necesitar toda la ayuda que puedas encontrar. Sobre todo, ahora que Lyle también se presenta.
–Claro –su hermana le sonrió con ironía–. Tú sigue contándote eso. Espero que vuelva. Por el bien de la campaña, naturalmente –Susannah hizo una pausa para que él captara la ironía–. ¿Cómo dijiste que se llamaba?
–Zoe. Con un poco de suerte, volverá.
–Si vuelve, le pediremos todos los datos. No quiero que desaparezca de tu vida por segunda vez.
Ryan abrió la boca para negar que tuviera algún interés, pero suspiró.
–Me parece muy bien. Tengo que irme. Llámame si hay alguna novedad.
Susannah lo agarró del brazo antes de que pudiera marcharse.
–Te quiero, hermano mayor. Te agradezco que te preocupes por mí aunque no lo necesite.
–Es lo que hago –replicó él poniéndole una mano encima de la de ella.
–Lo sé, y yo también me preocupo por ti –dijo ella en voz baja–. Espero que vuelva tu mujer misteriosa y que sea fantástica, porque te mereces a alguien fantástico en tu vida.
–Estoy bien –comentó él automáticamente.
–Claro que estás bien, pero quiero que estés fantástico, y eso podría conseguirlo la mujer indicada.
Susannah se había casado con el primer hombre con el que había salido y vivían como una pareja perfecta. Jefferson y ella llevaban diez años casados y tenían dos hijos, Violet y Casey, de seis y ocho años. Además de ser una esposa cariñosa y una madre excepcional, era abogada de sociedades en el despacho más importante de la ciudad. Cada día se esmeraba para llegar más alto y lo hacía con elegancia y naturalidad.
–Jeff es muy afortunado por tenerte –comentó Ryan–. Me temo que has puesto el listón muy alto para mi futura esposa.
Susannah agitó la mano para quitarle importancia al halago.
–Somos un gran equipo. Yo no podría hacer nada de todo esto sin él.
Ryan la abrazó con fuerza y se marchó mientras se preguntaba si era verdad lo que había dicho su hermana. Aunque ella estaba convencida de que podía sobrellevar todo lo que le hiciera Lyle durante la campaña al Senado, a él no le gustaba el giro que habían dado las cosas. Era el momento de ver a su amigo en el centro de la ciudad. Quizá él supiera qué tretas rastreras podían esperarse hasta el día de las elecciones.
Al día siguiente, Zoe volvió a la sede de la campaña de Susannah con la esperanza de encontrar menos caos y no toparse con Ryan. Aunque el ambiente seguía agitado, la gente ya no estaba en crisis. La recibieron en cuanto cerró la puerta.
–Hola, me llamo Tonya –le saludó una pelirroja muy guapa con vaqueros y una camiseta de Dailey para el Senado–. ¿Puedo ayudarte?
–Sí, vine ayer y…
–¿Eres Zoe? –le interrumpió Tonya.
Zoe se quedó atónita de que supiera su nombre. ¿Ya la habían descubierto? Era imposible.
–Sí…
–Fantástico. Nos alegramos mucho de que hayas vuelto. Ryan comentó que habías venido y te habías marchado antes de que pudiéramos recopilar tus datos.
–Estabais muy ocupados –replicó Zoe con la esperanza de que no se le notara el alivio.
–Nos alegramos de que hayas venido. ¿Has trabajado en alguna otra campaña política?
Zoe negó con la cabeza y Tonya empezó a describirle las distintas actividades en las que podían participar los voluntarios.
–¿Por qué no vienes a mi mesa y me das alguna información básica?
A Zoe no le importó darle su dirección de correo electrónico y su número de teléfono, pero se mostró remisa a darle la dirección de su casa.
–Estoy durmiendo en la casa de una amiga. ¿Puedo darte un apartado de correos?
Tonya asintió con la cabeza, aunque titubeó.
–Supongo que valdrá. ¿Estás buscando una residencia permanente?
–Sí, esa es la idea.