Vidas Contrastadas - Leah Dempster - E-Book

Vidas Contrastadas E-Book

Leah Dempster

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Beschreibung

Ella le ofreció más de lo que estaba esperando.

¿Podría él darle a ella todo lo que ella necesitaba?

Viudo y padre de cuatro hijos, Matt Pendleton es todo trabajo y nada de diversión. Entre la vida como detective de homicidios y el cuidado de sus niños, hay poco tiempo para el esparcimiento. Desesperado por algo pasión y conexión, Matt contrata a una dama de compañía para pasar la noche.

Pero una noche se convierte en mucho más.

Emily Coulter es hermosa, carismática y fuertemente independiente, decidida a hacer su propio camino en el mundo. Cegados por su atracción mutua, ninguno pudo resistir su intenso deseo. Pero el pasado de Emily con un dominante vicioso contradice el presente de Matt como policía y papá.

¿Pueden dos personas con Vidas Contrastadas encontrar una manera de unir sus vidas en una sola?

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VIDAS CONTRASTADAS

LEAH DEMPSTER

Traducido porMARIA JIMENEZ

Derechos de autor (C) 2015 Leah Dempster

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2022 por Next Chapter

Publicado en 2022 por Next Chapter

Arte de la portada por Hellvis

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Querido lector

Notas

UNO

Deslizando la llave dentro de la ranura, Matt abrió la puerta y entró a la habitación del hotel. Después del intenso calor que se sentía al exterior durante el mes de julio, el aire fresco bombeando constantemente por el aire acondicionado de la lujosa habitación, fue un agradable respiro. Con incertidumbre, se puso de pie junto a la puerta durante un par de segundos, y a continuación soltó el mango escuchando como ésta se cerraba con un silencioso silbido. ¿Qué demonios estaba haciendo? El sudor frío sobre su frente no tenía nada que ver con el calor al exterior, y sí mucho que ver con la razón por la cual estaba de pie en una maldita habitación de hotel a las tres en punto de la tarde.

Él era un policía, por el amor de Dios. Esto era un error, un error de juicio, del cual él sabía que iba a arrepentirse más adelante. Tocando ligeramente la llave con las uñas de sus dedos, se debatió durante un minuto, tratando de decidir si quedarse o darse vuelta, regresar al vestíbulo, pagar la cuenta e irse inmediatamente.

El problema era que había estado angustiadamente solo, una situación que no había mejorado durante dieciocho largos meses. Necesitaba a alguien, quería desesperadamente una mujer con quien hablar, que le ayudara a soportar su situación. Aunque sólo fuera por un rato, quería pensar que alguien se preocupaba por él. Con seguridad tenía un montón de gente que se preocupaba por él, pero no de la forma en que él lo necesitaba en ese momento. El dolor era constante, acumulándose en sus costillas hasta sentir que su pecho iba a explotar.

Todo esto era culpa de Paul. Fue una sugerencia suya, después de unas cuantas cervezas el viernes en la noche, lo que hacía que Matt estuviera allí parado en ese instante. Paul Mecelli era un compañero extraordinario, un buen hombre y un amigo leal. El venía incitando a Matt —desde hacía ya varios meses— que comenzara a salir de nuevo con una mujer; insistiéndole en volver a la acción. Cuando Matt había refutado, Paul lo había provocado sin parar hasta hacerle perder la compostura, para finalmente gritarle que él no tenía ni idea de cómo invitar a salir a una mujer. Había pasado mucho tiempo, él estaba muy viejo, y en primer lugar no se sentía cómodo con tal sugerencia. De ahí venía entonces la idea de Paul, quien conocía a alguien que podría ayudarle a Matt. Inicialmente Matt había rechazado la idea de plano, sobre todo una vez que Paul le había explicado exactamente lo que su plan implicaba.

Pero él necesitaba desesperadamente una mujer. Al principio, no había sido tan difícil lidiar con ello, él había estado tan sumergido en su dolor, y con un excesivo sentido de pérdida, que la idea de sexo era completamente ajena a él. Sin embargo, ahora después de que los meses habían pasado y su deseo sexual había vuelto, frecuentemente se encontraba con erecciones capaces de incrustar clavos en la pared y no era capaz de aliviar el problema por sí mismo. Por qué no podía, él no lo sabía. Él no era siquiatra, y realmente no tenía intenciones de visitar uno. Todo lo que él sabía era que necesitaba la suavidad de una mujer, el confort que una mujer podía brindarle, y nada más iba a aliviarle ese dolor perpetuo.

—La última oportunidad, Matty. Te quedas o te vas, —se murmuró la pregunta a sí mismo, mirando alrededor de la habitación en búsqueda de una respuesta que no estaba fácilmente disponible. Era una habitación agradable, el hotel estaba en el centro y lejos del distrito en donde él trabajaba, lo último que necesitaba era que alguien lo viera entrar allí y que adivinara lo que estaba haciendo.

—¡Mierda! ¿Podría realmente seguir adelante con esto?

Recordando el consejo de Paul, decidió permanecer, al menos el tiempo suficiente para conocer a la mujer. Siempre podía arrepentirse. Ignorando la voz dentro de su cabeza, aquella que intentaba decirle que era un cobarde, Matt cruzó la habitación y se agachó para estudiar la pequeña caja de seguridad que se encontraba en el piso del guardarropa. Sacó la billetera de su bolsillo trasero y la colocó en la caja de seguridad, junto con su placa, y las llaves de su automóvil. A pesar de que Paul le afirmara que ésta era una buena mujer, Matt no quería correr el riesgo de que lo dejara limpio. Tantos años de trabajo en la policía lo había convertido naturalmente cauteloso con los extraños.

El baño lucía esterilizado, blanco puro y limpio resplandeciente. Matt se echó agua sobre la cara, mirando su propio reflejo en el espejo antes de quitarse la humedad de su piel. La persona que lo miraba en el reflejo no lucía terriblemente mal, considerando por lo que había pasado los pasados dieciocho meses. Unas cuantas líneas adicionales alrededor de sus ojos. Su cabello oscuro estaba empezando a mostrar algunas canas sobre sus sienes. Él pensaba que aún lucía bien para ser un hombre iniciando sus cuarenta, y por enésima vez se cuestionaba la decisión que había tomado. ¿Qué pasaría si no le pareciera atractiva? ¡Mierda! ¿Qué tal si no se le parara, después de todo esto? —Sus pensamientos fueron suficientes para empaparse en sudor frio nuevamente y lavarse su cara por segunda vez.

Un suave golpe a la puerta de la habitación lo sobresaltó, sujetó el lavabo por unos segundos, respirando profundamente. Con una última mirada a su reflejo en el espejo, exhalo un profundo respiro y caminó hacia la puerta, sintiéndose como un hombre condenado que se dirigía hacia la horca.

Cuando abrió la puerta, se hizo evidente que no iba a tener problemas de excitación. Su pene tenía juicio propio, tomándole solamente algunos segundos en ponerse duro como una piedra mientras miraba silenciosamente a la mujer parada en el pasillo.

Ella no era una mujer alta, ni siquiera en sus elegantes tacones; no podría medir más de un metro setenta. Impecablemente arreglada con un corto y atractivo vestido negro, sus piernas desafiaban su corta estatura, dando la impresión de ser más largas, perfectamente formadas, y él se moría de ganas de pasar sus dedos por las suaves y brillantes medias negras que llevaba puestas. El vestido acentuaba perfectamente sus senos, su angosta cintura y sus curvilíneas caderas.

Matt forzó la mirada hacia su cara, advirtiendo una sonrisa en sus labios y dándose cuenta de que la estaba detallando por más tiempo del que debía.

Ella le ofreció su mano y él la tomó, disfrutando la suavidad de su piel.

—¿Matt? Soy Sienna.

—Hola Sienna. Pasa. —El dio un paso atrás y ella entró a la habitación, dándole la oportunidad perfecta para descubrir que su figura trasera era tan endiabladamente atractiva como la delantera. No parecía posible, pero él se excitaba aún más mirando la suave cadencia de sus caderas al caminar.

Empujando la puerta para cerrarla, él la siguió dentro de la habitación, y permaneció torpemente junto al televisor. —¡Mierda! Él nunca había sido torpe en su vida. ¿Qué se supone que debería hacer ahora? ¿Habría un protocolo para este tipo de situaciones? Nunca en su vida había estado con una prostituta, aunque había conocido bastantes y arrestado otras tantas, sin interés alguno por llevar la cuenta, nunca se había reunido con una de ellas para tener sexo. Hasta ahora.

Sienna colocó su bolso sobre la mesa y se volvió hacia él. —Es un placer conocerte, Matt.

—Tú no pareces una prostituta. —Las palabras salieron de su boca antes de poner a funcionar su cerebro y la sombra que cruzó sus bellas facciones no pasó desapercibida por él.

—Matt, Soy una dama de compañía. Y curiosamente, tu pareces un policía. —Ella arqueó su ceja—. ¿Es esto una emboscada?

—¿Qué? No, no en absoluto. —Quería tranquilizarla y darle a entender que no quería que se fuera. Él no quería estropear el momento, aun cuando no estaba seguro si podría llegar a tener relaciones sexuales con ella—. ¿Realmente piensas que, si esto fuese una trampa, Paul me hubiese facilitado tu teléfono?

Sienna lo pensó unos segundos antes de responderle. —Me imagino que no. Él es un buen hombre.

—Sí, —admitió bruscamente—. Sí que lo es.

—¿Es tu compañero de trabajo? —Supuso ella.

—Si. Hace ya ocho años. —Ella era una cosita linda; tez suave y rosada, labios capullo de rosa, brillantes ojos azules que se llenaron de una miranda inquisitiva mientras lo observaba en silencio. La palabra bonita le quedaba corta, Matt rectificó devolviéndole la mirada, no era simplemente bonita, ella era hermosa. La sangre que corría por su ingle pulsaba dolorosamente mientras pensaba lo que le gustaría hacer con esos labios e imaginaba como introducirse profundamente en su boca.

Hubo un silencio pronunciado mientras se miraban con cautela el uno al otro y Matt maldijo su falta de experiencia. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Qué diría a continuación? Hacía más de quince años que había salido por última vez con una mujer, y esto no era precisamente una cita amorosa, se recordó a sí mismo con firmeza. Esto era un acuerdo de negocios, estaba pagando por sexo, la mujer que estaba parada enfrente de él era una prostituta quien vendía su cuerpo para ganarse la vida.

—¿Te gustaría que me desnudara? ¿O preferirías si te desvisto primero?

—preguntó Sienna cortésmente.

Matt suspiro profundamente, pasándose los dedos por su cabello. No le gustaba ninguna de las dos opciones. —¿Podemos tomarnos algo primero? ¿Tal vez hablar un poco? —Él se encogió internamente, sabiendo que había sonado como un tonto.

Sienna lo estudió por un largo momento, antes de asentir. —Claro. —Ella saco una silla que estaba debajo de la mesita y se sentó, cruzando sus piernas con delicadeza. Matt echó un vistazo al contenido de la neverita—. ¿Cerveza? ¿Vino? Aquí hay Chardonny y Merlot.

—¡Ah! realmente preferiría una bebida sin alcohol, regálame una limonada.

Matt sacó la soda de la nevera y la vació a un vaso antes de entregársela. Él tomó una Corona para él y bebió un trago de la botella antes de sentarse. Tenía la oportunidad de estar con una hermosa mujer, pero estaba allí sentado acariciando una cerveza. ¿Qué demonios estaba haciendo?

El incómodo silencio se extendía por un largo minuto, y luego dos. Sienna estudiaba discretamente al hombre sentado frente a ella junto a la mesa. Él era alto, de hombros anchos y musculosos. Con su sólida apariencia, lucía un poco ridículo sentado en una endeble silla y ella se imaginaba que debería sentirse mucho más cómodo en una gran reclinable silla de cuero. El traje gris oscuro ocultaba lo que ella imaginaba como un cuerpo bien tonificado, pero al paso que al cual él se estaba moviendo, dudaba que iba a llegar a conocerlo detalladamente antes de finalizar la tarde. En la mayoría de sus citas no había pérdida de tiempo; comenzaba a trabajar inmediatamente. Ella tenía un par de clientes a quienes les gustaba hablar y eso le parecía bien, pero este hombre parecía querer salirse de su propia piel. Su nerviosismo no correspondía con la fuerza y poder de su físico, ni con la dureza de su mandíbula cuadrada. Podía ver el músculo de su mandíbula temblando mientras acariciaba la Corona y miraba hacia todos los lados del cuarto, menos a ella.

Sienna percibió que debajo del rudo exterior, él estaba luchando con la situación actual. Paul la había telefoneado una vez se había concretado la cita, previniéndola sobre el posible nerviosismo de Matt. Claramente, había sido una declaración subestimada; el hombre no estaba simplemente nervioso, estaba en un profundo estado de ansiedad. Recordando las palabras de Paul y su promesa de un bono en caso de poder ayudarle a su amigo, Siena le habló —Matt, no sé cómo funcionan las cosas en tu mundo, pero en el mío hablar requiere del uso de las palabras. —Sienna alzó su vaso y bebió un trago de limonada, un brillo se asomó en sus ojos azules. Matt tomó otro sorbo de cerveza, mordiéndose los labios pensativamente—. Mierda, lo siento. Nunca antes había hecho esto y pienso que fue un error. —Se puso de pie suspirando profundamente—. Siento mucho hacerte perder tu tiempo.

Este tipo iba a desertar. Sería la primera vez para Sienna y ella sonrió, tratando de simpatizar con su obvia incomodidad. Ella no sabía nada acerca de él, pero aun así sentía pesar y quería hacerlo sentir mejor. Se paró y dando unos pasos se puso al frente de Matt, quien miraba fijamente hacia el piso, evitando su mirada.

—Matt, tú ya has pagado por mi tiempo, —Sienna se estiró y comenzó a aflojar su corbata—, está bien si no deseas tener sexo, está bien si no deseas hacer nada en absoluto. Es tu dinero. —Le ofreció una leve sonrisa—. Al menos déjame intentar relajarte un poco, ¿listo?

—¿Cómo vas a hacer eso? —preguntó Matt bruscamente.

—Soy una mujer con muchos talentos, Matt. —Él era tan alto, que ella tenía que empinarse para quitarle el abrigo, y Sienna pasó sus dedos sobre sus tensos hombros mientras retiraba el abrigo y lo dejaba cuidadosamente en el espaldar de la silla. —¿Por qué no te acuestas en la cama, y yo te hago un masaje?

—¿Un masaje?

Santo Cielo, él parecía tan desconfiado. Típico de un policía. Él probablemente veía a todo el mundo de una forma sospechosa, suponiendo que cada persona que él conociera tuviese una segunda intención. —Sí Matt. Un masaje. —Sienna retiró la corbata de Matt de su cuello y la dejó caer en la mesa, y despaciosamente comenzó a desabotonar su camisa—. Ni siquiera voy a pedirte que te desvistas, simplemente quítate la camisa y recuéstate en la cama.

—¿Siempre eres tan impetuosa? —se quejó, pero Sienna estaba contenta de que él se dejara llevar hacia la cama.

—Siempre. —Sienna corrió las sábanas de la cama hacia atrás mientras observaba como Matt se dejaba caer sobre el colchón. Recostado sobre las almohadas, se encontraba rígido y pesado, su alta figura vibraba de tensión. Con una breve mirada, ella confirmó que también había bastante tensión en su ingle, según lo indicaba el bulto que se formaba en sus pantalones grises.

Sienna se quitó sus tacones y se subió a la cama sonriendo —¿por delante o por detrás?

—¿Perdón? —Inmediatamente sonó cauteloso de nuevo y Sienna miró hacia el techo con desconsuelo.

—Deseas que te haga un masaje por delante, —ella pasó sus dedos por su abdomen, mirando los tensos músculos—, ¿o por la espalda?

—Mierda, no lo sé.

Sienna suspiró profundamente. —Por delante, creo. Ya estoy disponible. —Subiendo un poco el borde de su falda, Sienna deslizó su pierna sobre el torso de Matt, acomodándose sobre su cuerpo y comenzó a masajear sus hombros.

Ella iba a provocarle un orgasmo. Ni siquiera habría tenido la necesidad de tocarlo para que él explotara. Ella estaba inclinada hacia adelante, y sus cálidas piernas envolvían su torso, masajeando sus hombros con un toque tan delicado que sus muslos estaban prácticamente cantando de regocijo. A medida que se movía hacia arriba y abajo, podía sentir su ingle presionando, hirviendo y abriéndole un agujero en su estómago.

—Estás demasiado tenso, —le recalcó Sienna, mientras trabajaba sus hombros—. De haber sabido que esto era lo que iba a hacer hubiese traído mi aceite de masajes.

—Se siente muy bien, —admitió con voz ronca y cerrando sus ojos. A medida que Sienna se movía, sus pechos se levantaban y presionaban contra el corpiño de su vestido y Matt estaba luchando contra el deseo de levantar sus dedos y pasarlos sobre su piel, lo cual podría hacer si así lo quisiera ya que él estaba pagando por eso, se recordó a sí mismo tristemente.

—Levanta tu brazo por favor. —Sienna rozó su brazo y Matt lo hizo tal cual se lo pidió, permitiéndole acceso a la parte superior de su brazo. Sienna comenzó a masajear su bíceps cuidadosamente y él permaneció con sus ojos cerrados, súper consciente del sutil aroma a jazmín que impregnaba su nariz.

—Es obvio que trabajas duro, ya que tu cuerpo se vuelve tan tenso.

—Soy un detective. Puede ser un trabajo bastante estresante, —murmuró Matt.

—Paul dice que ustedes dos trabajas largas jornadas.

Matt abrió un ojo, mirándola desconfiadamente. —¿Qué tanto conoces a Paul? —La idea de Paul teniendo relaciones sexuales con esta mujer era una locura; Paul había estado felizmente casado por más de cinco años. No podía creer que su compañero de trabajo estuviese siéndole infiel a Mandy, pero daba la impresión de que esta mujer conocía muy bien a Paul.

—Si lo que quieres saber es que, si he dormido con Paul, la respuesta es no. Él es un amigo.

—¿Cómo se conocieron? —Su curiosidad de despertó, se encontró a sí mismo deseando saber más acerca de esta pequeña y atractiva ninfa sentada sobre su torso.

¿Fue su imaginación, o una extraña sombra había cruzado por esos maravillosos ojos azules cuando ella había respondido? —El me ayudó a salir de una mala situación.

—¿Qué tipo de situación?

Sienna se encogió de hombros, su atención se enfocó en un nudo apretado en su hombro. —Tengo como regla no hablar de mi vida personal con mis clientes, Matt.

—¿Cuántos clientes tienes? —Matt abrió ambos ojos y la miró silenciosamente a medida que ella se pasaba de su brazo derecho al izquierdo. Ella era buena, sus mágicos dedos fueron relajando la tensión en su cuerpo y él se estaba sintiendo mucho más relajado de lo que se había sentido desde que llegó, excepto por su erección, que se imponía contra el cierre de su pantalón en un desesperado intento por escapar. Iba a terminar con una permanente huella de cremallera si seguía excitándose.

—Algunos, primordialmente regulares.

—¿Haces esto como trabajo de tiempo completo? —No sabía por qué, pero tenía un deseo ardiente, difícil de apaciguar, por saber más acerca de ella.

—Pienso que esa es otra pregunta personal, Matt

Se movió más abajo de su torso hasta que se encontró descansando sobre su ingle y Matt cerró sus ojos batallando consigo mismo para controlarse. Santa madre de Dios, iba a venirse en sus pantalones ahí mismo si no practicaba seriamente el auto control.

Masajeando los músculos de su pecho, Sienna se enfocó en guardar distancia con este hombre. Era atractivo, extremadamente atractivo, y ella estaba cautivada por él, lo cual iba en contra sus reglas de vida. Los clientes eran clientes, y punto. No generar ningún tipo de apego; no pensar en ellos más que como vales de comida. Dejarlos hacer lo que quieren hacer, acostarse con las piernas abiertas y pensar en cualquier otra cosa.

Sus pezones estaban firmes como cogollos en su pecho magníficamente tonificado y Sienna se lamió sus labios, resistiéndose a la tentación de tirarse para probarlos. ¡Jesús! ¿Qué le estaba pasando hoy? Siena observó detenidamente por debajo de sus pestañas, y le gustó lo que vio. Sus ojos eran encantadores, de color ámbar y enmarcados en unas largas pestañas oscuras. Tenía unas sutiles líneas alrededor de sus ojos y su cabello era marrón ondulado, con un tinte de gris que no le quitaba para nada su encanto. Era evidente que él trabajaba su cuerpo. Paul le había dicho que Matt tenía cuarenta y tantos años, pero tenía el cuerpo de treinta años. Músculos perfectamente tonificados ondulando bajo la piel color oliva, y sus impresionantes cuadritos de chocolatina, que eran de morir. Estaba en perfecta forma tal como le encantaban a Sienna; musculoso, pero no exagerado. Masculinidad perfecta en su forma más hermosa.

Sienna se sacudió mentalmente. Esto era ridículo, ella no quería pensar en Matt Pendleton como algo más que un cliente, y sin embargo la atracción hacia él era inevitable.

Ella bajó las manos, amasando la piel a lo largo de su caja torácica y Matt gimió. —Eres muy buena en esto.

—Gracias. —Deberías considerar hacerte un masaje con más frecuencia. Es un excelente relajador del estrés.

—Sí, probablemente debería. Podrían relejarme cuando mis hijos me estén enloqueciendo. —Sienna notó que su cara se ruborizaba y su cuerpo se volvía tenso bajo sus dedos—. Soy viudo, añadió bruscamente.

Dijo “viudo” como si aborreciera la palabra y Sienna tuvo la idea de que estaba muy incómodo con el tema. —¿Qué edad tienen tus hijos? —Sienna hizo una pausa y lo miró fijamente.

Sus ojos reflejaron sorpresa ante su pregunta, y Sienna pensó que no iba a responder, pero después de un minuto, habló. —Courtney tiene quince años, pero se cree de veinticinco. Harper tiene doce años, Brandon tiene nueve y Millie tiene seis añitos.

Sienna levantó sus cejas. —¡Guau! Estás realmente ocupado. —Volvió al masaje, relajando suavemente los músculos del otro lado de Matt—. ¿Quién se ocupa de ellos cuando estás trabajando? —Los detectives trabajan claramente largas jornadas y debía ser difícil para él ser un padre soltero y mantenerse al día con su carga de trabajo.

Matt se encogió de hombros. —A veces mis padres. Los padres de Caroline también me ayudan, y a veces se quedan en la guardería de la escuela. Soy afortunado; cuento con un gran grupo de amigos que me dan la mano cuando los necesito.

—¿Cómo enfrentan los niños la pérdida de su mamá? —Era evidentemente obvio que Matt no estaba afrontándolo bien, y Sienna se preguntaba si su dolor estaría generando un impacto en sus hijos.

—Ellos están bien.

Su respuesta tenía un tono defensivo y Sienna retomó su trabajo. Matt estaba claramente incómodo con el tema. Terminado el masaje, Sienna se enderezó y le sonrió. —¿Te sientes mejor?

—Sí, —Matt afirmó secamente—. Me siento mejor.

Sienna miró su reloj, revisando el tiempo antes de deslizar una pierna entre las de Matt, apartando sus muslos y descansando sus talones entre sus rodillas. Sienna bajó la mirada hacia el abultamiento que Matt tenía entre sus pantalones y luego volvió la mirada a la suya. —Parece que también estás sufriendo un poco de tensión aquí abajo. ¿Deseas que solucione eso por ti? —Sin esperar una respuesta, le desabrochó y retiró el cinturón, luego le desabotonó los pantalones y lentamente le bajó la cremallera, dándole tiempo suficiente para protestar.

Matt la miró, su expresión era sobria y sus ojos giraban de emoción. Ella le quitó los pantalones y liberó su miembro de los calzoncillos, envolviéndolo tiernamente en sus pequeñas manos. Cuando bajó la cabeza y lo lamió, él se sacudió y gimió en voz alta.

Ella escasamente había cubierto todo el miembro cuando él explotó en su boca.

—Mierda, lo siento, —murmuró.

Cuando se levantó, Siena se lamió delicadamente su boca con los labios.

—No tienes nada de que disculparte Matt.

—No lo sé ... ha pasado mucho tiempo, —dijo Mat secamente.

—Matt, no tienes por qué sentirte avergonzado, o lamentarlo. —Sienna envolvió nuevamente su miembro entre sus manos, el cual seguía firme a pesar del intenso orgasmo—. Déjame hacerlo de nuevo, será mejor la segunda vez.

Matt se levantó sobre los codos. —¡No! Gracias, —dijo con dureza. Se puso en pie y se acomodó apresuradamente antes de cerrar los pantalones.

—¿Hay algo más que pueda hacer por ti? —Preguntó Sienna en voz baja. Había tenido algunos encuentros infructuosos, pero éste se llevaba el premio mayor. El dolor de Matt era evidente en sus ojos, mezclado con una saludable dosis de vergüenza, y una pizca de arrepentimiento. Obviamente deseó no haber hecho esto. Claramente tenía sentimientos intensos por su difunta esposa, y ciertamente no parecía listo para seguir adelante.

—No. Gracias. —Matt se desplomó en el borde de la cama y se negó a mirarla.

Sienna se mordió los labios, respirando hondo caminó torpemente al lado de la cama para agacharse por sus zapatos. Sienna se levantó y recogió su bolso de la mesa. —Adiós, Matt.

Salió de la habitación apresuradamente, sin entender por qué se sentía herida de que Matt no se hubiera despedido de ella.

DOS

“Sienna” había terminado su jornada. Emily salía ahora de la ducha secándose su cabello con una toalla, y desenredándoselo con sus dedos. No había necesidad de hacer algo más, en realidad, no tenía sentido hacer algo más. Sin la peluca —que formaba parte de su personaje de Sienna— su oscuro cabello, naturalmente rizado, salvaje y grueso, enmarcaba su rostro en una aureola de pequeños rizos. No había domadura en el mundo que le hiciera efecto, era así. En contraste directo, “Sienna” tenía el pelo rubio largo y recto, gracias a una excelente peluca y muy conveniente para Emily y su personalidad alterna. Era una manera de crear una barrera entre los dos mundos de Emily, delimitando claramente su trabajo como dama de compañía, y la Emily real.

Encendió la televisión y se sentó en su pequeño sofá mirando la pantalla por algunos minutos, pero en realidad sin ver programa alguno. Luego de la desastrosa cita esa tarde, no quería nada más que mirar un poco la TV, leer un libro, y quizás hacerse un sándwich de comida. Había sido el peor encuentro con cliente alguno desde que había empezado en este trabajo hacía dos años.

Emily escuchó un fuerte golpe en la puerta y la abrió, sabiendo intuitivamente quién estaría al otro lado. Sally Montague, la dueña de Emily, su amiga y empleadora, parada en la entrada y vestida adecuadamente para la apertura del club a las ocho. Emily miró en silencio a la mujer mayor, evaluando el apretado traje de cuero que llevaba, que apenas cubría el volumen curvilíneo de Sally para hacerlo medio decente.

—Cómo te fue en tu cita? —preguntó Sally, entrando en la diminuta cocina de Emily y avanzando hacia la cafetera. —¿Estuvo bien?

—Él estuvo agradable, —confesó Emily, siguiendo a Sally y tomando un par de tazas de la alacena.

—Noto un “pero”, —resaltó Sally mientras servía café en las dos tazas, ella miro inquisitivamente a Emily, esperando una respuesta.

Emily se encogió de hombros, tratando aún de entender su reacción emocional con Matt Pendleton. —Es un viudo. Creo que fue su primera vez, desde que murió su esposa.

—¿No estaba listo? —Sally especuló. Era muy intuitiva acerca de los clientes que seleccionaba para Emily, y la mujer más joven se preguntó cuánto había revelado Matt acerca de él cuando había hecho la cita.

—Definitivamente no estaba listo.

Sally se acomodó en la pequeña mesa del comedor de Emily, acariciando la taza de café entre sus manos. —¿No le funcionó?

Emily sonrió. —Definitivamente no tiene problemas en ese sentido. Creo que él estaba simplemente… nervioso. Él pagó por sexo y terminó con una felación bastante ordinaria.

—¿No querías darle sexo oral? —Sally arqueó una ceja perfectamente depilada, estudiando a Emily intencionalmente—. Él no hizo nada desagradable, ¿verdad? —Sally le había proporcionado a Emily un lugar donde vivir dos años atrás, por solicitud de su amigo, Paul Mecelli. Desde entonces, Sally había permanecido a lado de esta joven mujer y era intensamente protectora de ella. En realidad, era su naturaleza proteger a todos sus empleados. Ya fueran amas de compañía, trabajadores del club o empleados del bar, Sally Montague era una mamá gallina protectora de sus pollitos. A sus cincuenta años, había pasado muchos de ellos construyendo su negocio y había visto cada aspecto malévolo de este estilo de vida, el cual había adoptado desde que era una ingenua joven de dieciséis años.

—No, en absoluto. Él fue bueno, muy bueno. —Emily escondió una pequeña sonrisa. A pesar de la dura apariencia de Sally y su estricto enfoque para administrar Salacious, un club que atendía a la multitud BDSM1 en Seattle, podía ser a veces bastante dulce. Sólo Sally podía usar la palabra “desagradable”, como si estuviera hablando con una niña de cinco años a quien le hubiesen robado su muñeca en la escuela—. Estaba muy nervioso. Creo que realmente no sabía si quería seguir adelante o arrepentirse. Me ofrecí a darle un masaje, y él se excitó, así que le di sexo oral. Apenas había empezado cuando explotó y se sintió avergonzado. —Emily cogió un hilo de algodón perdido en su camiseta, recordando los acontecimientos de la tarde.

—¿Te sentiste atraída hacia él? —No sonaba como una acusación, y cuando Emily levantó la vista, pudo percibir empatía en los ojos de Sally.

—Sí, creo que sí.

—¿Por qué no le sigues la pista? —Sally hizo la sugerencia con entusiasmo, y Emily sonrió; su amiga siempre estaba jugando a la casamentera—. Tengo su número en el archivo.

Emily sacudió la cabeza. —No es un dominante, Sally. Dudo incluso que sepa acerca de todo esto. —Emily agitó su mano extensivamente alrededor de la habitación, pero no precisamente refiriéndose al pequeño apartamento en el cual se encontraban, sino al club de abajo, al trabajo de dama de compañía, y la propia naturaleza sumisa de Emily, lo que hacía cualquier intento de contactar de nuevo a Matt Pendleton, completamente imposible.

Sally resopló. —¡Por el amor de Dios, Em, es un policía! Dudo que haya algo en Seattle que no conozca.

—Conocerlo y entenderlo son dos cosas completamente diferentes y tú lo sabes, —protestó Emily—. Tiene cuatro hijos; este no es el tipo de cosas en las que un hombre como Matt Pendleton se involucraría.

—No sabrás si no lo intentas —replicó Sally.

Emily se tomó toda su taza de café y fue al mostrador para servirse una taza más. —Soy una dama de compañía, Sally. Vendo mi cuerpo para ganarme la vida. Seamos sinceras; un hombre en la situación de Matt Pendleton nunca consideraría una relación conmigo, absolutamente no. Incluso si lo hiciera, no funcionaría. Soy una sumisa y necesito un dominante. —Emily regresó a la mesa, revolviendo su café.

Durante un largo rato Sally miró a Emily, y Emily le devolvió la mirada, negándose a dejarse intimidar. Al ser sumisa, Emily sabía que era un enigma, con la capacidad de ser muy fuerte y al mismo tiempo albergar el deseo de tener un hombre que la dominara en el dormitorio. Fue precisamente ese deseo lo que la había traído a la vida de Sally hacía dos años, después de un encuentro con un dominante que casi la mata. Paul había llegado a la puerta de Salacious con Emily, rogándole a Sally que la cuidara y la mantuviera a salvo por un “un rato”. Ese rato se había convertido en dos años y habían creado una relación fuerte y amorosa entre las dos mujeres. Golpeando contra la mesa sus perfectas uñas arregladas, Sally observó a Emily durante otro minuto completo antes de hablar, —¿Qué quieres que haga si él pregunta por ti de nuevo?

—Ponlo en la lista de clientes bloqueados. No quiero verlo de nuevo, —respondió Emily, luego de pensarlo un largo rato.

Sally suspiró, levantándose de la mesa. —Está bien. ¿Vas a bajar al club esta noche?

Emily negó con la cabeza, ofreciendo a Sally una pequeña sonrisa. —No, por esta noche yo paso.

—¿Quieres que te mande comida?

—No, me haré un sándwich. Quizá estudie un poco. De pronto me acuesto temprano. —Honestamente, Emily no estaba segura que hacer con su noche. Intentar sacar a Matt Pendleton fuera de su mente, en donde se había instalado desde hacía algunas horas. Ni siquiera una hora de terapia de compras lograría sacar a este hombre de su cabeza, y generalmente esto la calmaba cuando algo le molestaba.

—Está bien entonces. Me voy. —Salí le tiró un beso a Emily mientras salía y Emily se dejó caer de nuevo en el sofá, cuestionándose si había tomado la mejor decisión.

Sally entró a su oficina para revisar sus mensajes antes de bajar. Los viernes por la noche, Salacious era siempre agitado y la media hora antes de abrir eran los últimos minutos de calma que ella tenía antes de que la locura empezara.

Sentada en el borde de la silla de cuero de su escritorio, Sally se puso sus gafas —sus cincuenta años no le habían modificado su ego— y comenzó a tomar nota de los mensajes del buzón que requerían alguna acción. Su atención se despertó por una grave voz masculina y familiar. —Este es Matt Pendleton. Me gustaría ver a Sienna de nuevo. Mi número es 5552486. —Después otro par de mensajes mundanos de proveedores, y seguidamente un mensaje que hizo sonreír a Sally—. Es Matt Pendleton de nuevo. Me gustaría hablar con Sienna. Tú tienes su número. —Después de haber escuchado algunos otros mensajes, Sally rio fuertemente al oír nuevamente la misma voz, la cual sonaba impaciente—. Soy Matt Pendleton. Este debe ser el único maldito sitio de damas de compañía que no responde llamadas un viernes por la noche. Por favor haz que Sienna me llame 5552486.

Era una pena que Emily lo hubiese puesto en la lista de clientes bloqueados, pero siendo consciente, Sally sabía que no tenía muchas opciones. La lista era manejada por Emily, una medida de precaución para que las niñas tuvieran la opción de vetar a sus clientes dado el caso que estos las hicieran sentir incomodas o que se hubieran comportado mal. Sally nunca había quebrantado la lista; si una de las chicas de su pequeño grupo de damas de compañía no quería atender a un cliente, era su decisión y Sally no intervendría. En este caso, Sally se preguntaba si era lo correcto. Matt Pendleton no había hecho nada para hacer infeliz a Emily, la hizo sentir incómoda. No de una mala manera, juzgando por la emoción que Sally pudo percibir en los ojos de Emily.

Recostándose sobre la silla, Sally miró los monitores sobre su escritorio, que mostraban un flujo continuo del club abajo. Ya el bar estaba lleno de clientes y ella realmente necesitaba bajar para recibir y estar entre la gente, pero la situación confusa de Emily le robaba su atención. Sally solo estaba siendo honesta consigo misma y tuvo que admitir, que no quería poner a este hombre en la lista de clientes bloqueados de Emily. Pudiese ser que no fuera un dominante, pero el interés reflejado en los ojos de Emily era difícil de ignorar. Además, él podría aprender a ser dominante; muchas de las personas que visitaban Salacious por primera vez no habían descubierto su verdadera naturaleza, no sin antes haber examinado cuidadosamente su sexualidad y Matt Pendleton podría tener todas las características de un dominante. Era un policía, la mayoría de los policías que Sally conocía era de naturaleza dominante, usaran o no esta característica en el dormitorio.

Golpeando pensativamente el teclado con su esfero, Sally soltó un suspiro. No importaba si Sally pensaba que esto era o no era un error, Emily estaba en su derecho de elegir los clientes que deseaba ver y ella había solicitado que este hombre hiciera parte de su lista de clientes bloqueados. En contra de su propio juicio, Sally cumplió la petición de Emily y lo anotó en los registros. Matt Pendleton no estaría autorizado para ver a Sienna de nuevo, y Sally tomó el teléfono para informarle de su decisión y apaciguarlo con la oferta de otra persona.

Matt golpeó su teléfono celular contra el banco de la cocina, supremamente molesto con la llamada que acababa de recibir. ¡Por el amor de Dios! La mujer había sido amable y educada, pero extremadamente decidida. Sienna no estaría disponible para él en el futuro y esto lo había disgustado al máximo. Era bienvenido a concertar una cita con otra dama de compañía, bla, bla, bla.

El no desea ver a nadie más. Él quería ver a Sienna. No había una razón urgente de su deseo, solo una erección que se negaba a ser domada. Al llegar a casa después del fiasco en el hotel, Matt había inicialmente desechado la idea de volverla a ver. Sus padres estaban cuidando a los niños hasta el domingo por la noche; debería de alejarse por unos días y despejar su cabeza. Esclarecer hacía a donde se dirigía su vida. Entre el trabajo y los niños, no pareciera haber un minuto para él y era abrumador. La tensión de trabajar en homicidios estaba afectándolo, y el estrés a su vez estaba afectando a los niños. Las largas horas, el depresivo trabajo, las fallas del sistema de los tribunales para hacer justicia lo estaban derrumbando y la situación se estaba volviendo imposible como padre soltero. Todos los hijos tenían problemas como consecuencia de la muerte de su madre, y Matt no sabía cómo manejarlo, ni qué hacer con ellos. Caroline había sido el pegamento que mantenía unida la familia, y sin ella todo se había ido al infierno.

La casa vacía se burlaba de él, el fantasma de Caroline una presencia sin fin cuando los niños no estaban allí. Era menos doloroso cuando ellos estaban en el hogar y la casa se llenaba de ruido; con ellos ausentes, la casa que él y Caroline habían construido cuando se casaron por primera vez era una cáscara vacía, una prisión llena de dolorosos recuerdos.

Desde que había llegado a casa de regreso del hotel, Matt ni siquiera había entrado en la sala, en vez de eso paseaba por la cocina como si fuera un extraño en su propia casa. Más de una vez, desde la muerte de Caroline, había pensado en vender y en mudarse, pero los niños eran felices allí, sus escuelas estaban cerca y era un barrio seguro para vivir. Sus vecinos eran agradables, los niños tenían amigos cerca y él sabía que su ya frágil relación con Courtney sería destruida si él sugiriera mudarse.

Probablemente debería llamar a su mamá, ir a recoger a los niños y llevarlos a casa. La idea de estar solo hasta el domingo por la noche era casi insoportable. Podría también llamar a algunos de sus amigos, hacer algunos planes, pero no le gustaba la idea de ser aceptado solo por compasión. Otro problema de ser un viudo eran las invitaciones de amigos, bien intencionados, a cenas en las cuales él era el hombre raro, o invitaciones a fiestas donde era constantemente presionado hacia una mujer soltera que sabían que era “perfecta” para él. Matt se encogió. No, definitivamente no.

Lo que él realmente deseaba era ver a Sienna de nuevo. A pesar de saber que era una prostituta, Matt se dio cuenta de quería verla, hablar con ella de nuevo. Se sintió fascinado por la hermosa joven, quería saber más sobre ella. No quería otra reunión inútil con Sienna en una habitación de hotel.

Él quería llevarla a una cita romántica.

Matt se mordió el labio pensativamente y sacó una cerveza de la nevera. Debía estar loco, ella era una prostituta y él era un policía. Él no sabía nada de ella, aparte del hecho de que tenía un súper cuerpo ardiente y una cara de ángel.

Siguiendo su corazonada, Matt tomó su teléfono celular y marcó un numero familiar, esperando impacientemente mientras comenzaba a repicar.

Paul Meccelli contestó al tercer repique. —Hola amigo. Sin duda estás llamando para agradecerme por los sabios consejos.

—Quiero su número telefónico.

—Tú tienes el número

Matt se mordió los labios para evitar gritarle a su compañero. —No el número de su agencia. Quiero el número con el cual pueda contactarla directamente.

—No puedo hacer eso compañero. —La voz de Paul sonaba alegre, pero Matt notó la precaución en su tomo, que confirmaba sus sospechas. Paul sí tenía el teléfono de Sienna, pero no tenía intención de dárselo a Matt.

—Dame el número por favor Paul. Por favor.

—No puedo Matt. Tienes que llamarla al número telefónico de negocios.

—Ella no va a recibir mis llamadas.

Paul sonó desconfiado con esta respuesta. Más que desconfiado, molesto. —¿Qué le hiciste? —preguntó.

—¡Nada!

—Debiste haber hecho algo para que ella te hubiera puesta en la lista de contactos bloqueados.

—¿De qué? ¿Qué diablos es una lista de contactos bloqueados?

Paul suspiró. —Sally mantiene a sus chicas a salvo y lo más importante, es que les da la opción de elegir a sus clientes. Si a alguna de sus chicas no les gusta un cliente, o se sienten incómodas, pueden solicitarle a Sally que pongan a ese cliente en la lista de contactos bloqueados. A las chicas no se les pedirá de nuevo que atiendan a ese cliente.

—¡Qué diablos! Yo no le hice nada a ella.

—¿Nada en absoluto? —Preguntó Paul de forma inocente.

—Eso no es asunto tuyo Meccelli, —gruñó Matt.

—Sí, sí que lo es, si tú la lastimas.

—¿Qué carajos te pasa a ti? ¡Yo no la lastimé! De repente yo soy un maldito paria, y la mujer que maneja el negocio dice que debo elegir a otra persona.

—¡Ah!

Matt se pasó los dedos por el pelo, frustrado. —¿Ah, ah, qué?

—Estás por fuera amigo. Si tú la hubieras lastimado, Sally te hubiera prohibido contratar cualquiera de sus chicas. Obviamente es una decisión que Sienna ha tomado por razones personales.

—Pues bien, quiero conocer esas razones. Dame su número telefónico Paul, —demandó Matt.

—No puedo. Sería una invasión a su privacidad.

—Quiero verla, —insistió Matt, no importándole si sonaba como un idiota—. Tengo que verla, Paul.

Hubo un corto silencio al otro lado de la línea y Matt giró impacientemente la botella de cerveza entre sus dedos, esperando desesperadamente que su compañero comprendiera lo importante que esto era para él, que entendiera que Matt necesitaba ese número. Hizo una mueca, necesitaba desesperadamente ese número, pero no sabía por qué. ¿Qué significaba esa urgencia de ver una mujer con la cual había pasado una tarde desastrosa? ¿Qué diablos le estaba pasando? Tal vez necesitaba visitar un siquiatra.

—Está bien Matt. Tú ganas, te daré el número de su celular, pero tienes que prometerme que no la lastimarás.

—No deberías tener que pedirme eso.

—Sí, si debo pedírtelo. Ella es una buena mujer Matt. ¡Diablos! No sé qué es lo que estás pensando; no tengo ni idea de que es lo que vienes pensando desde que murió Caroline. Te di el número de la línea de negocios de Sienna porque pensé que podría ayudarte a atravesar este momento difícil, pero en todo caso ella es más frágil que tú. Será mejor que te asegures de no hacerle nada que la lastime. Si lo haces, ten por seguro que seré yo quien te patee las bolas.

—De acuerdo, dijo Matt con brusquedad. Ahora dame el maldito número.

TRES

Ella contestó el teléfono al cuarto repique y contestó vacilante, con una suave pero cautelosa voz. —¿Hola?

—¿Sienna?

—¿Quién es? —La sospecha era evidente en su tono, y Matt supuso que no le gustaba recibir llamadas de extraños.

—Matt Pendleton.

Hubo una larga pausa después de que se identificara. —¿Cómo conseguiste este número? —Ser honesto parecía ser la mejor estrategia—. Tu jefa me dijo que tu no volverías a verme de nuevo. Contacté a Paul Meccelli y le supliqué hasta lograr que me lo diera.

—No debiste haber hecho eso.

—Sí, lo sé. Soy un cretino; no debí haberle preguntado. —Matt se detuvo, inhalando bruscamente—. Quiero verte otra vez.

Hubo otro largo silencio en el otro lado de la línea y Matt contuvo su respiración, esperando una respuesta.

—No creo que sea una buena idea.

—¿Por qué me hiciste poner en la lista de contactos bloqueados? ¿Hice algo que hiriera tus sentimientos? —preguntó en voz baja.

—No.

—¿Entonces por qué? ¿Por qué te niegas a verme de nuevo?

—No esperaba que quisieras verme otra vez después de nuestro encuentro esta tarde, —respondió ella.

—Sí quiero, —dijo firmemente—. Quiero verte de nuevo Sienna. —Él no sabía porque estaba tan decidido, pero lo estaba, y Matt se reconoció a sí mismo que verla de nuevo estaba siendo mucho más importante en su vida de lo que debería ser.

—Está bien, —dijo ella, después de otro corto silencio—. Haré que te retiren de la lista y podrás hacer una nueva cita.

—No quiero hacer una nueva cita, —dijo Matt—. ¿Qué estás haciendo en este momento? ¿Ya comiste?

—Matt, no es así como funciona esto. Emily sonó insegura y Matt decidió aprovechar la ventaja mientras la tuviera.

—¿Saldrías a cenar conmigo? Conozco un pequeño lugar; es relajado, discreto. Ni siquiera tienes que vestirte elegante, es muy casual.

—Eso suena más a una cita social que de negocios.

—Sí así es. —Sintió un gran alivio en su pecho. Ella no se estaba negando a su invitación, lo que le daba una luz de esperanza. Decidió presionar a su favor—. Cenemos juntos Sienna.

Ella debería decir que no. Su mente le indicaba firmemente que la respuesta era no, aunque su corazón la presionaba para decirle que sí. Había múltiples razones para decirle que no; ella sabía que debía rechazar educadamente lo que podría terminar en un desastroso error. Él era un cliente, y ella una dama de compañía. Él era un policía con una familia; ella era una sumisa que necesitaba un dominante. Él no podría ni remotamente entender sus elecciones de estilo de vida, y además no se había recuperado de la muerte de su esposa. Por mucho que Emily quisiera decir que sí, sabía que apenas él se enterara de todo acerca de ella, saldría corriendo y sin dudarlo consideraría su estilo de vida abominable. A pesar de todos los argumentos, cuando le respondió, ella misma se sorprendió de su respuesta. —Está bien.

—Magnífico, te recogeré. ¿Cuál es la dirección?

Oh diablos. Debió haberle dicho a Matt que se encontraría con él en el restaurante, pero, aunque el pensamiento le cruzó por su mente, Emily decidió que, si ella iba a seguir con esta locura, debería poner todas las cartas sobre la mesa. —Conoces Salacious?

—¿Ese antro en el centro de la ciudad?

Emily sonrió para sí misma cuando escuchó la sorpresa en su voz. —Sí, ese antro.

—Oh sí, sí lo conozco.

—Nos encontramos a la entrada. ¿Cuánto te demoras en llegar?

Matt hizo un rápido cálculo mental. —Veinte minutos.

—De acuerdo. Te veré entonces. —Emily colgó la llamada y permaneció inmóvil con su celular agarrado en la mano. No podía detener la alegre sonrisa que se dibujaba en sus labios, ni ignorar el pequeño salto de alegría en su corazón. A pesar de todas sus dudas, sentía hormigueos al saber que Matt quería verla de nuevo.

Salacious estaba ubicado en el extremo norte de la ciudad, una vieja bodega convertida en lo que posiblemente sería el club más discreto de Seatle. Por supuesto que el Departamento de Policía de Seatle tenía conocimiento de su existencia, pero era el único que nunca causaba dolores de cabeza a los más fino de Seatle. Nunca los llamaban a resolver problemas de peleas, o lidiar con borrachos, el lugar seguía las reglas de forma rigurosa y nunca causaba el más mínimo problema. Dado el tipo de club que éste era, Matt pudo entender porque el deseo de mantenerse por fuera del radar. Él había escuchado todo tipo de rumores acerca de lo que sus miembros se dedicaban, y mientras se parqueaba al frente del edificio, se preguntaba por enésima vez porqué Sienna se encontraba allí.