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La literatura ofrece un vasto abanico de posibilidades para dejarnos llevar o para escaparnos a realidades alternas. Desde la pluma poética hasta la narrativa, pasando por el ensayo y la prosa, cada género o estilo puede ofrecer una experiencia única para movilizar nuestros sentidos. A través de las palabras, se pueden evocar sentimientos tales como: la alegría, la esperanza, la tristeza, e incluso la melancolía. Cada línea escrita puede transportar al lector a mundos imaginarios o hacerle reflexionar sobre su propia experiencia. Lorenzo Cerdan amalgama la poesía con los relatos, transformándolos en vehículos poderosos para expresar emociones, y es a través de esos géneros que nos sumerge en temas filosóficamente profundos, que sacan a flote estados de ánimo y cuestiones existenciales como el amor, la amistad y los deseos. Definitivamente, Voces en la niebla es de esos libros que invitan a la reflexión y a la introspección. Tenerlo a mano puede ser reconfortante para encontrar claridad o simplemente para recordar que no estamos solos a la hora de iniciar nuestros viajes internos.
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Seitenzahl: 135
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Cerdan, Lorenzo
Voces en la niebla / Lorenzo Cerdan. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Guardián Literario, 2024.
(Biblioteca de autor)
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-8346-87-8
1. Cuentos. 2. Poesía. I. Título.
CDD A860
© 2024, Lorenzo Cerdan
Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.
El guardián literario es un sello de Editorial Bärenhaus
Todos los derechos reservados
© 2024, Editorial Bärenhaus S.R.L.
Publicado bajo el sello El guardián literario
Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.
www.editorialbarenhaus.com
ISBN 978-987-8346-87-8
1º edición: junio de 2024
1º edición digital: mayo de 2024
Conversión a formato digital: Numerikes
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.
La literatura ofrece un vasto abanico de posibilidades para dejarnos llevar o para escaparnos a realidades alternas. Desde la pluma poética hasta la narrativa, pasando por el ensayo y la prosa, cada género o estilo puede ofrecer una experiencia única para movilizar nuestros sentidos. A través de las palabras, se pueden evocar sentimientos tales como: la alegría, la esperanza, la tristeza, e incluso la melancolía. Cada línea escrita puede transportar al lector a mundos imaginarios o hacerle reflexionar sobre su propia experiencia.
Lorenzo Cerdan amalgama la poesía con los relatos, transformándolos en vehículos poderosos para expresar emociones, y es a través de esos géneros que nos sumerge en temas filosóficamente profundos, que sacan a flote estados de ánimo y cuestiones existenciales como el amor, la amistad y los deseos.
Definitivamente, Voces en la niebla es de esos libros que invitan a la reflexión y a la introspección. Tenerlo a mano puede ser reconfortante para encontrar claridad o simplemente para recordar que no estamos solos a la hora de iniciar nuestros viajes internos.
Lorenzo Cerdan nació en 1994, en Barranqueras, pequeña ciudad del Chaco. Se mudó a Córdoba en 2014, donde cursó la licenciatura en psicología por 6 años. Vivió allí por casi una década, y hace algunos años dejó el país para poder aprender de cerca sobre otras culturas. Actualmente, no tiene residencia permanente y su estilo de vida se mantiene siempre ligado a la literatura. Voces en la niebla es su primer libro de poemas y relatos.
IG: @loorenzocerdaan
Escribimos, en parte, porque exploramos, nos adentramos para conocer y redescubrir nuestra libertad. Pero no por esto, dejaremos de lado la estética. Queremos indagar el no-lugar de la libertad, experimentarla y perderla otra vez. Sondear los profundos lugares de nuestra existencia, es nuestra voluntad irrenunciable.
El lenguaje del texto es nuestra herramienta, y la elegimos porque con ella elegimos, inevitablemente, la lengua materna. Aquello que nos cobija cuando estamos desamparados. Aquello que nos mueve como individuos en el tiempo, e ignora el nacionalismo o la institución. Porque no es más que nuestra, de cada uno. Entonces, nos comprometemos a usar lo que se nos ha dado, pero sin pudor de transformarlo.
Lo esencial de nuestra herramienta es que nos permite establecer cierta intimidad con el otro, sin conocer aún su rostro. El lector, la lectora, buscan (a veces sin saberlo) su propia libertad y recorren la nuestra. Se dijo que mientras ellos nacen, nosotros morimos, pero también ellos nos harán nacer una, y otra vez. Navegaremos juntos y separados, aun cuando las velas no se inflen. Como sólo los hombres y mujeres que ansían ir más allá pueden hacerlo.
Personalmente, no me resigno a la desmesurada estupidez del día ni al engaño de un aparente discurso emancipado, que tiene su fundamento en el ego. Agradar o entretener no son mis intenciones. Estas dos circunstancias no implican para nada la bondad de una producción, o su calidad.
Ahora bien, sé que soy parte de una minoría, pero, ¿no han temblado imperios ante unos pocos? No soy tradicionalista, ya que sé que la tradición es un salón en el edificio cultural en el desenfrenado andar de las sociedades. Confío en los ideales humanistas, pero por ahora el partido no me interesa. Me aleja de él, menos que sus personajes, su discurso dislocado, invertebrado y sin realidad material.
Me encuentro aquí, ejerciendo una forma de libertad sumamente extraña, la del artista. Una que otros han conquistado antes para nosotros, y otros la han malentendido. No me abochornan los massmedia, pero su público, hambriento sólo de discurso, me tiene sin cuidado. Me encuentro mirando el mundo desde una minoría que no ve un consumidor, sino un individuo listo para un desafío, para responder ante lo que se avecine, responder con la pregunta. Así creceremos.
¿Habrá que recuperar el rol del artista, del escritor y, por ende, del lector? ¿Desencajarlo del polémico enunciado Bestseller? Arrancarlo nuevamente de la estadística, que colabora con la pobre voluntad de descubrir de los lectores y la desesperación de un escritor separado del Ser a través del arte. Aclarar que no nos interesa ser exclusivamente productores de objetos y ocios.
Me guía la plena existencia del individuo en su realidad. Es verdad, él mismo se debe a una realidad política, pero previamente a una íntima voz que clama dentro, una que viene de lo inarticulado y lo posiciona antes otros, lo hace dócil. Aferrándose al momento, aceptando su posición en su geografía.
Algunos quieren divorciar al arte de la metafísica, de cuestiones existenciales, sólo porque no saben digerirlo, o les cuesta un poco más de lo normal. Al parecer, les gusta pensar que existir es un hecho meramente orgánico.
Reencontraremos esta belleza nuevamente, en la metafísica del arte. Pero, ¿cómo? Aceptando un compromiso, uno que puede abarcar a cualquier producción del espíritu, porque justamente es previa a un hecho material. ¿No basta con que el pintor se comprometa en el momento de su visión, antes de poner el pincel sobre el lienzo, para que su creación esté comprometida? ¿O que el compositor busque en su existencia primera como humano, para que su canción lo esté? También, así sea con el escultor, el poeta y ¿por qué no? con el jardinero.
Basta que en tu soledad que es caos y silencio, te comprometas para ver lo que precede a la forma básica de las cosas. Ahí nos dirigimos, a la experiencia previa.
Lector, lectora: Si estas elocuciones, fruto de días extraños, felices y desolados, en sus diferentes voces, entonación y extensión, lograran aventurarte en la circunstancia de la pregunta, que trasluce este mundo de insondable belleza y horror, de caos y orden constante. Su voluntad sería cumplida. Y así, espero también puedas romper mis cadenas, invitándome a la discordia, a ese más allá del texto. Nos encontraremos entonces dichosos, frente a ese abismo que llamamos libertad, una y otra vez.
No quiero ser,
el que años de gloria sueña,
no sea, se me escape
la única promesa sería:
Ser aquí y ahora.
Ser yo, no cosa, que quizás sea.
No ser invisible sueño de mi yo,
que deseando, desespera.
Ahora, no me entrego a la espera,
voy lento,
viviendo el azar que me lleva,
este solo minuto.
(No existe aventura venidera)
el coraje es su moneda.
Lo que en mi cuerpo bulle:
No son generaciones antiguas o venideras,
no son parecidas voces,
ni talentos obsequiados.
Es sangre sin nombre,
no arrebatada del intenso color,
ni guardada para revolución postrera.
Es derramada, para todos y para nadie.
Linfa que escurre entre mis dientes apretados,
y mis labios encarnados como la roca.
Agua que no saciara sed,
Ni llenara caudales,
Tampoco alimentara vida.
Es bebida de una sola vez, de un sólo tiempo.
Es fulgor, de fuego efímero.
El hombre (me refiero a mí mismo) acurrucado en el cómodo silencio de su hogar, no hace otra cosa, más que rebotar en sus rincones interiores, sabiendo que algo que no podrá manejar se avecina. Sabiendo que la tranquila secuencia, mañana otra vez se repetirá. Aun así, no entristece. ¿Para qué renegar de la inevitable condición humana? Las condiciones materiales sujetas a mi existencia (no a la realidad propiamente dicha) no podrán cambiar, es decir, no podrán desmontarse de mi lomo, estado primitivo del humano.
Los propios pensamientos le ensordecen y rápidamente busca acallarlos, huyendo por los más avergonzados caminos del entretenimiento, mientras la taza de café se expande sobre la mesa vacía, una y otra vez. Como cuando se busca silenciar las palabras amordazando una boca, o como cuando se busca apresar el agua del río. ¿Cuánto tiempo duraría una represa? Si se quisiera, para siempre. Por lo que dura el siglo, se podría vivir en ese estado de represión constante. Sin enterarnos nunca.
Pensar estas anomalías, es contar con la posibilidad de que el sistema (entiéndase sistema como conjunto de símbolos, signos, sonidos que colaboran en la interacción de dos sujetos o más), implosione, es chispear cerca de la mecha. Así tan simple, las fallas son siempre internas. Todo sujeto que implosione, es por causa individual, rezago de lo colectivo. Llegar a esta circunstancia no es nada sencillo, diría que es casi azaroso.
Corren con la misma posibilidad que alguien que nunca ha salido del cuarto, intentando hacer una descripción exacta del mundo. Se podría, si él mismo inventara ese mundo, a medida que lo describe. Ahí es donde nos quedamos cortos.
La naturaleza nos supera en fuerza, en belleza y, por supuesto, está más allá de las leyes morales. Pero en imaginación no nos compite, ¿por qué? Porque no la necesita, ella es un hecho ideal, en sí misma. La implosión es un hecho natural, cualquiera podría ser digno de ella, con los requerimientos necesarios. No existe sistema quieto, no existe descripción que dure más de unos segundos. Intentar una recordando el ayer, es útil a medias y bochornoso. Sería conveniente borrar (me daría mucha pena) toda cosa existente. Cuando digo cosa, me refiero a los productos de la industria.
Para la implosión recomendaría: Las artes; las invisibles artes; la soledad bien dosificada; un tiempo de prosperidad; un tiempo de escasez y, por último, cinco meses en el detestable invierno alemán.
Me reposa en la memoria un día:
Tarde de esquina y sol contento,
tierra fría, piedra y voces de revire.
Extraña noche la que trae el recuerdo,
serán las paredes del breve aposento
que silenciosas traen el encuentro,
del que fui y el que soy. En tanto entiendo,
de aquel persiste algo de lo que ahora tengo.
Y así voy entre encuentro y encuentro.
Más no reniego de ese suelo,
que endureció el semblante que ahora luzco.
Intercalo entre mis dedos los versos,
que a estas horas levantan muertos.
Los hechos que me dispongo a narrar me fueron referidos por primera vez en mi juventud. Por desgracia se repetirían a las generaciones siguientes, con sus exaltaciones y deformaciones. Creo traer la versión que más se ajusta a lo ocurrido. Conviene avisar que el caso goza de todos los atributos de una ficción, o pareciera consecuencia de alguna mente inquieta, pero nada más lejos de esto.
Como mis intenciones no tienen por finalidad entretener, sino las de recordar y registrar para los anales, es con razón asirlos al tiempo y el lugar. Estos son: la ciudad de Córdoba y ya entrado el nuevo siglo, precisamente el año 2009.
Así, dos especies se vieron enemistadas, dos especies que a grandes rasgos mantenían excelentes relaciones políticas, geográficas y hasta económicas. El humano y el aguilucho.
La alianza, en un principio, refería a cuestiones bélicas. Se acordó un servicio y una retribución económica acorde a la complejidad de la tarea. Como bien es sabido, las grandes urbes, a medida que incrementan su población y territorio, padecen de otros contratiempos engañosamente leves, que, si no se administran con responsabilidad y a tiempo, pueden agravarse.
La paloma bravía, que no mengua su reproducción y que fue introducida a fines de espectáculo, se vio provechosa en un número sin precedentes. Poblaron hasta el más recóndito espacio, sitios como: azoteas, bancos, riscos, chimeneas, bancas y marquesinas, fueron usurpados sin clemencia y sin pausa. Con el sol de cada día aumentaban las sombras grisáceas a centenares.
El motivo de su multiplicación obscena no se limita sólo a cuestiones biológicas, el ave que simula la mansedumbre, oculta motivos más profundos y de interés específico. Su elemento de persuasión es de tal efectividad que disuade toda posibilidad de un enfrentamiento explícito, este es su incansable presencia persecutoria y sus eses tóxicas, que son veneno mortífero. Mediante estos actos, sumieron a la población en el terror. La acumulación de sus desechos y nidos, derrumbó techos, letreros y andamios enteros. La obligación de estar mirando todo el tiempo hacia arriba para evitar ser víctima de un proyectil, fue causa de innumerables problemas en el tránsito peatonal y automovilístico. Ese año, en el mes de agosto, la estadística indicó un incremento del 35% de los mismos. Los barrios aledaños al centro, medianamente pudieron prevenirse y cerrar sus fronteras, monitoreaban el cielo constantemente y se prohibió, por medio de una contravención, arrojar migajas y perecederos sobrantes en los suelos.
La situación era desesperanzadora, nuestra posición rozaba el extremo de lo vulnerable y advertía una invasión total. El servicio de inteligencia, o lo que quedaba de él, contactó con los aguiluchos. Residentes de los riscos de las altas cumbres. El trabajo era claro y urgente: el desalojo y exterminio de las bravías. Los aguiluchos explicitaron sus condiciones de retribución y, aprovechándose de la situación, solicitaron favores. Inmunidad en el turismo cinegético, espacios de aterrizaje privilegiados (no simples árboles) y, por último, la instalación de una base propia. Todo esto era imprescindible para aceptar el trabajo, y debía cumplirse a rajatabla lo negociado.
La especie en peligro, que no contaba ya con el control del asunto, confiados y arrogantes, sellaron el trato con los predadores alados. El 17 de octubre de ese año, se firmaron los designios.
La operación fue planeada con suma medida y resguardo, los aguiluchos contaban con una división de hembras y machos lo suficientemente especializada. Se iniciaría la operación sin rodeos y con el objetivo de atacar su base primordial, en tanto que, si dieran con el éxito, se expulsaría lateralmente a los invasores y luego se procedería con los puestos aledaños y las fronteras barriales. Los humanos estaban descartados del ataque, sólo los aguiluchos podrían intervenir. El número de bravías, siempre en alza, requería de una emboscada que no durara más de tres días (así lo mentó el escuadrón), ya que, pasado ese tiempo, las bravías se habrían multiplicado y reagrupado nuevamente. Se las sorprendería por la noche, momento de descanso y cambio de guardia, en que el terreno está libre de distracciones.