Zudacaz - Rey Barhu - E-Book

Zudacaz E-Book

Rey Barhu

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Beschreibung

Se siente raro, pero no le importa porque. No le importan las razones, ni la manera en que funciona todo a su alrededor. Antes sí, antes todo era diferente y existía una pizca de curiosidad innata en todo que lo impulsaba a entender y buscar respuestas a preguntas que aparecían inevitablemente en su cabeza. Pero ahora no. Ahora solo persiste el deseo. Solo existen objetivos puntuales y simples, carentes de cualquier significado más allá de la satisfacción inmediata. Está bien así, o si no lo está, en verdad no le importa. Nada más importa, solo actuar según la necesidad, según el deseo, según el instinto.

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Seitenzahl: 508

Veröffentlichungsjahr: 2018

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ZudacaZ

Rey Barhu

ZudacaZ

 
Editorial Autores de Argentina

Rey Barhu

Zudacaz / Rey Barhu. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

342 p. ; 20 x 14 cm.

ISBN XXX-XXX-XXX-XXX-X

1. Novela. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Maquetado: Eleonora Silva

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

“Es muy complicado pensar en el futuro cercano. Es difícil prever con absoluta seguridad cuáles serán los momentos que experimentaremos, por ejemplo, en una semana desde ahora. Podemos pensar, analizar probabilidades en base a nuestros actos y estudiar los hechos que afectan nuestro contexto, pero semejante tarea involucra demasiadas variables, tantas que hasta las mentes más brillantes y poderosas, son incapaces de establecer una realidad futura digna de confianza ciega. Esta ignorancia natural es normal y no podemos cambiarla sin importar cuanto lo deseemos. Sin embargo, la posibilidad de estar preparados de mejor o peor manera, sí es algo que nos acontece y es algo que depende sólo de nosotros. Aunque mucha suerte y casualidad se interpongan en nuestro camino, nosotros somos quienes determinamos nuestro presente y por eso pase lo que pase, debemos actuar instante tras instante para poder existir, para poder continuar, para poder sobrevivir.”

Fragmento de la autobiografía del doctor René Remchaic.

1. Un nuevo destino

¿Qué nos depara el futuro? ¿Cómo estar preparado? Ezequiel pensaba en esto, aunque de una manera algo superficial y convencional. Cuando reflexionaba en lo que iba a suceder, se limitaba a razonar cuantos días de descanso le correspondían en su trabajo o con cuánto dinero contaba. Ezequiel no contemplaba un futuro que involucre a desconocidos o a conocidos que le caigan de mal humor. Su mundo era pequeño y se limitaba al recorrido que realizaba todos los días de trabajo a bordo del colectivo 51 y de la programación televisiva que admiraba cuando llegaba a su casa. Su estilo de vida no distaba mucho del que pudiera experimentar un ciudadano regular y por eso las tareas sociales del día a día como ser esposo y padre moldeaban su carácter. Claro que no es tarea fácil ser un adulto responsable, pero, en definitiva, su desempeño dejaba mucho que desear. En más de una ocasión, la palabra divorcio se escuchó en su hogar y otras tantas veces las lágrimas se apoderaron del rostro de su hija cuando los caprichos y necesidades de la pequeña no fueron atendidos de manera debida. Así, el mundo de Ezequiel se desarrolló con dificultad, inestable, dubitativo, pero siempre avanzando. Distraído por su trabajo como conductor de colectivo, los días pasaban y su vida continuaba, de esa manera era más fácil para él, pero tal actitud sólo servía para apartar del foco central una realidad que demostraba que pronto, si no había un cambio drástico en su actitud, iba a quedarse solo, al igual que todas las personas que solamente piensan en sí mismos.

Su estado de ánimo, por lo general, era el de una persona exaltada, que siempre hablaba con voz en tono muy alto y con modales brutos y descuidados. Cada vez que alguien iniciaba conversación acerca de política internacional, acerca de los índices de pobreza en África o se mencionaba información acerca de agujeros negros en los rincones de la galaxia, Ezequiel contestaba con total autoridad, asegurando que la verdad absoluta era exactamente como él la relataba. Tal vez tenía razón. Para él, era lógico pensar que los líderes mundiales tramaban iniciar la tercera guerra mundial, sólo para encubrir una invasión alienígena que hace años había llegado a nuestro planeta con amenaza de destrucción, a menos que se construyeran enormes cultivos subterráneos en parajes desérticos que servirían de alimento para los habitantes de una tierra distante. Estas definiciones provocaban la burla de la mayoría de sus compañeros de trabajo, pero debido a su personalidad amistosa y agradable, mantenía una buena relación y ellos siempre lo incluían en los almuerzos y cenas grupales de la semana.

Era fácil notar como Ezequiel había alcanzado el punto en que intentaba evadir por completo sus responsabilidades familiares, porque siempre trabajaba horas extra y el poco tiempo que pasaba en casa, lo utilizaba para dormir o ver televisión en solitario. Fueron muchas las veces en que su temperamento provocó discusiones terribles debidas a no asistir a los actos escolares de su hija, cumpleaños importantes o incluso cenas cotidianas. Resulta que el futuro de Ezequiel, aparentaba complicado, pero quién sabe si lo que aconteció era necesario. La realidad es que debido a situaciones extremas, el hombre aprendió a ser una mejor persona. La mejor imagen que pudiera conseguir solo fue posible gracias al trato con desconocidos amigables y la necesidad total de sentirse importante, al menos para las personas que anhelaban de corazón que su fortaleza los protegiera.

Durante años, la ilusión de sentirse un hombre responsable y buen sostén familiar, fue impulsada por la ignorancia que le deparaban largas jornadas laborales. No significaba que su condición de chofer de colectivo, fuera la causa y razón de su insensibilidad y escases de sabiduría, sino que era su actitud personal, la que tenía como estandarte la cobardía y la falta de compromiso, lo que lo colocaba en una posición que nunca sugería ver más allá de sus propias narices. Sin darse cuenta, Ezequiel utilizaba su condición de profesional de la conducción para ayudar a justificar su calidad de hombre, la cual según su pensamiento, no dejaba cabos sueltos en el sentido del cumplimiento de sus tareas familiares. Un día tradicional en su vida, comenzaba a eso de las seis de la mañana, cuando se despertaba, se daba una ducha, desayunaba con café, té o mate y luego caminaba unas pocas cuadras hasta la parada de colectivos, donde subía a una de las unidades de transporte que lo llevaba hasta la terminal central, donde comenzaba su jornada laboral a eso de las siete de la mañana. Una vez que se aseguraba de que todo en su vehículo funcionara bien y poseyera una limpieza decente, emprendía viaje para realizar recorridos de dos, tres o cuatro horas a través de la zona metropolitana de la provincia de Buenos Aires, de acuerdo al ramal que le tocara. Al principio realizaba la cantidad mínima de recorridos que le pidiera la compañía, para completar días de ocho horas de trabajo. Con el pasar de los años, agregó a su itinerario un viaje de ida a veces y otro de vuelta otras veces, para encontrarse realizando jornadas agotadoras de doce horas de trabajo o incluso más, con un solo día de descanso semanal. Por supuesto que la paga por las horas extras era bien remunerada, pero tanto su esposa como los compañeros de trabajo le aconsejaban que descansara un poco más, puesto que no había necesidad real de hacer un esfuerzo tan grande. Cuando finalizaba su día, retornaba a casa realizando el mismo viaje que en la ida pero en dirección contraria. Comía con voracidad los platillos que su esposa cocinaba y se iba a dormir. No había realmente algo más para destacar en su vida. Se puede agregar que los días que no trabajaba, Ezequiel se levantaba tarde, después del mediodía y se la pasaba mirando televisión, recostado en la cama o en el sofá hasta que fuera la hora de dormir, como si esperara con ansias que el día de descanso acabara.

Mónica, la esposa de Ezequiel, era una mujer cuidadosa, que hacía ocho años había tenido a su única hija junto a él. Mónica trabajó varios años como recepcionista de un restaurante elegante y de esa manera, durante un tiempo había conseguido una posición económica estable. Sucede que los proyectos y objetivos de Mónica no involucraban convertirse en una profesional de élite o aspirar a un puesto de jerarquía imponente en algún establecimiento. Desde sus años de adolescencia, ella proclamó un sueño simple y hermoso, pero que era difícil de sostener sin la participación de otra persona. El deseo de la muchacha era casarse con el hombre de sus sueños y tener muchos hijos junto a él. Tal plan involucraba poseer una casa propia, con jardín de rosas y un patio de juegos para los infantes y una vez al año, viajar todos juntos de paseo a las diferentes regiones de Argentina, tomándose fotos y creando anécdotas que siempre recordarían relajándose en el living comedor. Tal vez para muchos, el sueño de Mónica era bastante tradicional y escaso de originalidad, pero la simple realidad es que esas definiciones no quitaban en absoluto la esencia hermosa y placentera de dicho sueño.

Cuando una de sus compañeras de trabajo y mejor amiga le prometió presentarle a su hermano, un buen hombre soltero que buscaba compañía, el corazón de Mónica se sacudió porque sentía que el momento en que su sueño se cumpliría estaba muy cerca. El entusiasmo aumentó luego de varias citas, donde las risas agradables no faltaron y la atracción física se manifestó. Luego de dos años de noviazgo perfecto, el sueño de Mónica parecía estar completándose paso a paso y rápidamente, porque junto a su novio estaban esperando un hijo, justo en el momento en que habían decidido comprar una casa humilde y bonita. Unos meses después, decidieron contraer matrimonio y unas semanas después plantaron rosas en el jardín, instalaron un columpio y hasta viajaron a las cataratas del Iguazú. La felicidad de la mujer era absoluta y era difícil para ella disimular su enorme sonrisa cuando salía a caminar por el barrio. Finalmente, una niña se unió a la familia, provocando que Mónica dejara de trabajar en el restaurante, pero eso no le molestaba, porque era parte de su plan. Su esposo era un buen hombre y él se sacrificaría para ser el sostén económico. Había conseguido un buen trabajo como chofer de colectivos y estaba muy entusiasmado; lo haría por el bien de su hija y de los hijos venideros. Debían trabajar en equipo y trabajar mucho, pero la recompensa de una familia numerosa y alegre era demasiado atractiva como para no intentar continuar ese camino, así que todo estaba decidido, por lo tanto los tres vivieron un tiempo envueltos en alegría total, sin más preocupaciones que disfrutar los momentos diarios y soñar con los momentos que estaban por venir.

No hubo un momento puntual, sino que fue algo que creció de manera gradual. Cuando la niña tenía alrededor de tres años, Mónica comenzó a notar que su esposo ya no era tan cariñoso como antes. Él mantenía cada vez mayor distancia con el hogar, pasando cada vez más tiempo en el trabajo. El poco tiempo que estaba en la casa, ya no lo usaba para jugar con su hija. Tampoco se dedicaba a realizar las faenas diarias de mantenimiento, como alguna reparación menor o mantener corto y prolijo el césped, y una preocupación más grande también mantenía preocupada a Mónica, porque su sueño de familia grande con muchos hijos, parecía alejado de la realidad debido a un esposo poco atento en el ámbito privado.

A veces Mónica se reprochaba no haber tenido una actitud un poco más agresiva. Ella sentía que en algún momento podría haber sido un poco más acertada con ciertos comentarios y actitudes, para poder convencer a su esposo de que reaccionara y volviera al camino que en un principio comenzaron a recorrer juntos. Llegó el momento en el cual se dio cuenta de que los años habían pasado y que su proyecto de vida estaba muy retrasado, tal vez deshecho. Cuando pasaba tiempo con la niña, conversando y jugando, Mónica también buscaba una alternativa. La esperanza en su esposo se agotaba y pensar en un nuevo plan era algo cada vez más frecuente en su cabeza. El problema radicaba en un apego emocional que la ataba a su esposo y que complicaba la idea que algunas veces cruzó por su mente y que involucraba conocer un nuevo hombre, que tenga sueños más afines a los cuales ella apuntaba. Claro que el lazo emocional existía, porque tener un hijo junto a la persona que se ama es algo que se recuerda toda la vida, pero su temperamento estaba colmándose y cuando tomó conciencia de que había llegado el cumpleaños número siete de su hija y que su esposo no había cambiado, Mónica comenzó a realizar averiguaciones y consultas con algunos abogados acerca de cómo sentenciar un divorcio, aunque todo lo hizo a escondidas, algo que en realidad fue muy fácil, justamente por la falta completa de atención de Ezequiel.

Valentina estaba confundida. Meros recuerdos dentro de su mente le indicaban que la vida podría ser mucho mejor en diferentes aspectos. Aunque su mamá siempre estaba disponible para cuidarla y atender sus demandas, su papá no prestaba el más mínimo esfuerzo, ni siquiera para notar que existía. Habló con mamá acerca del tema en varias ocasiones, pero según ella, papá estaba muy cansado por trabajar tanto y era difícil para él encontrar energías para atenderlas. Por supuesto que eso no importaba para Valentina y no justificaba en absoluto tal actitud, por lo tanto se ponía muy triste cuando pensaba en él. Sobre todo porque ella sentía y recordaba que en algún momento su papá fue un hombre genial, que siempre estuvo ahí para ella, al igual que mamá. Lo ideal sería que él recapacitara y los días de diversión alegre en familia volvieran, pero el panorama no aparentaba muy esperanzador y con el tiempo, hasta los niños pierden la esperanza. Hacía poco, su madre le comentó que tal vez podrían mudarse a una casa nueva, donde vivirían sólo ellas dos. No provocaba gran entusiasmo tal idea, pero luego de que su padre faltara a su cumpleaños número ocho y a su acto escolar como bailarina de folklore, Valentina comenzó a pensar que ese hombre era decepcionante. Un poco de esperanza aún residía en ella, pero solamente infundida por unos pocos recuerdos donde mamá y papá reían juntos hace bastante tiempo.

Un día como cualquier otro, mientras Mónica estaba en casa cocinando algo delicioso y Valentina dibujaba en la mesa del comedor, ocurrió algo inesperado. No era de esperarse, aunque en realidad si era algo que ambas deseaban que pasara, aunque por cómo ocurrieron las cosas, la supuesta alegría que debían experimentar tras la llegada de papá a casa, quizás para compartir de una vez por todas un momento de cálida compañía, quedó en un plano secundario, de confusión y desconcierto. El ruido de la bocina del colectivo las alertó tanto como el mismo vehículo, el cual nunca en todos los años de convivencia visitó la casa. En parte porque eso estaba prohibido por el reglamento de la empresa y también porque el chofer no tenía la más mínima intención de visitar a su familia. Mónica, la mamá de Valentina lo sabía muy bien, es por eso que un momento de gran confusión se apoderó de su ánimo cuando Ezequiel llegó a casa tocando la bocina con bastante insistencia. Una parte de ella, intentaba disimular una sonrisa de esperanza, motivada por la idea de un esposo que por fin decidió retomar el camino de la buena paternidad y pareja afectuosa. La otra parte, estaba muy preocupada, pensando que algo muy malo había sucedido y que ese era el justificativo de una visita sorpresa.

Cuando Mónica salió al patio delantero rodeado por rejas elegantes, con la intención de abrir la puerta y saludar a su esposo, notó de inmediato que las noticias debían ser malas. Le causó mucha preocupación notar que mientras abría la puerta, Ezequiel se bajaba del colectivo a toda prisa. Tropezando y casi cayendo, se acercó a la puerta mientras gritaba con temple desesperada.

– ¡Mónica, Mónica! ¿Dónde está Valentina? ¿Estás bien? ¿Están bien? ¿Les pasó algo?– Ezequiel la tomó del brazo con la intención de ingresar a la casa–Dale, agarrá la nena y subí al colectivo, nos tenemos que ir lejos ¡Dale, apurate!

– ¡Esperá, esperá un poco Ezequiel! ¿Qué te pasa, estás loco? ¿Me podes decir qué te pasa?–Su esposo la arrastró unos metros, tomándola del brazo. Cuando llegaron a la puerta, Mónica se liberó con mucho esfuerzo y levantó la voz– ¡¿Podes para un segundo?! ¡Asustás a Valentina! Escucháme bien– Mónica, sujetó con ambas manos el rostro lleno de preocupación de su esposo y continuó– Ezequiel, no sé qué te pasa, pero hasta que no me expliques que querés no voy a hacer nada.

El hombre agitado, recapacitó un instante, tragó saliva y entendió. A continuación, tomó con cuidado las manos de su esposa y dijo:

– Mónica, te lo pido, por favor. Confiá en mí. No te puedo decir que es lo que pasa exactamente porque no lo sé, pero creo que pasó algo malo en la ciudad y necesito que vos y Valentina vengan conmigo. Tenemos que irnos lejos y rápido. Por favor te lo pido.

La mujer no tenía motivos reales para confiar en ese hombre. Tantos años habían pasado, en los cuales su esposo jamás le prestó atención, que sin dudas la idea de confiar ciegamente en él era muy difícil. Los hechos lo indicaban y tenían lógica, pero hay ciertos momentos de la vida en donde uno elige seguir los estímulos de su corazón, aun cuando estos escapan de toda racionalidad. Algo le decía a Mónica que el hombre no estaba mintiendo y que sus intenciones eran correctas, entonces con rapidez vistió y preparó a su hija y subió al colectivo, preocupada, pero con valor y coraje. Ezequiel ingresó con rapidez a la casa, bajó con una mochila e introdujo en ella diferentes artículos, de los cuales se podía destacar una multi herramienta portable. Enseguida, corrió y subió al colectivo y junto a su familia emprendió viaje con la intención de alejarse de la ciudad.

Roberto «Robbie» González se relajaba junto a sus amigos a la sombra de los árboles de una plaza ubicada en Monte Grande, provincia de Buenos Aires. La música reggae de una banda oriunda de Tigre vibraba en el aire gracias a un pequeño equipo de música portátil. La temperatura era ideal, una brisa ligera acariciaba la piel y la sensación de paz era perfecta. Un grupo de cuatro patinadores se acercaron y se unieron a Robbie y sus tres amigos. Luego, un grupo más de cinco raperos aficionados se unió a la reunión y todos sentados en el césped se dispusieron a disfrutar de la tarde. Era un día típico para la mayoría y ninguno deseaba que los días posteriores sean diferentes. No había lujos para ellos, ni tampoco había más aspiraciones en sus vidas, sin embargo, la alegría desbordaba desde sus sonrisas.

Era una lástima que los padres de Robbie no pensaran igual que él. Su papá era dueño de una de las ferreterías más grandes de la zona y al parecer, pasar tanto tiempo entre herramientas de albañilería, cañerías para sanitarios y membranas aisladoras provocaron que la contemplación del estilo de vida de su hijo sea crítico en mal sentido. Los reclamos del papá siempre recaían en la falta de interés de Robbie por trabajar y estudiar, aun cuando él siempre ofertaba la vacante para empleado de mostrador en la ferretería o sugería asistir a la universidad a seguir una carrera de abogado o ingeniero. Las discusiones en casa eran cada vez más recurrentes y siempre llegaban a un punto muerto en donde Robbie argumentaba que no necesitaba trabajar ni estudiar porque viviendo a su manera era más feliz y eso hacía enfurecer por alguna razón a su papá. Mamá quedaba en medio de la discusión de hombres y siempre agregaba comentarios de índole tranquilizadora para que ambas partes entendieran y tengan mayor paciencia, aunque por lo general todo terminaba con un portazo de papá enojado o un Robbie que se iba a caminar por ahí. A lo largo del tiempo, la familia pareció encontrar cansador y sin sentido continuar con las discusiones hasta el punto en que mamá decidió dedicarse a las tareas de mantenimiento casero, papá a trabajar y Robbie a ser feliz a su manera.

Papá continuamente recibía gente en su negocio y de manera innecesaria ponía en conocimiento de los desconocidos que tenía un hijo desastroso, que a los veintiún años no hacía absolutamente nada. Esto provocó en varias ocasiones que los comentarios de vecinos del barrio lleguen a los oídos de la mamá de Robbie. Era algo vergonzoso según la mayoría de las personas, pero ella prefería contestar con su carisma natural el cual intentaba siempre apaciguar la violencia e ignorar aquellos comentarios pasados de la raya. Ella sabía muy bien que su hijo no era un inútil, porque cuando Robbie no estaba en casa, ella se dedicaba a admirar largo rato el jardín trasero donde montones de plantas bien cuidadas crecían fuertes. No hacía falta regar, ni podar, ni desparasitar. Ella solo se sentaba y merendaba junto a las hojas de potus y helechos. El jardín era hermoso y verde casi en su totalidad y todo gracias a Robbie, quien había desarrollado cierta pasión por su cuidado además de gran habilidad para hacerlo. Varias horas al día, el muchacho trabajaba con dedicación y disfrutaba de los resultados de sus plantaciones, alimentándose casi todos los días de la semana con verduras que el mismo cosechaba. No había mucho más para destacar en la rutina del joven, pasar el rato con amigos, tomar mates con mamá en el jardín y salir a caminar con su novia. Robbie no necesitaba más y lo único que lamentaba era que su padre no estuviera de acuerdo con sus vivencias.

Fueron varias las ocasiones en las que Robbie amenazó con dejar su hogar por no sentirse valorado, al menos por su padre. De hecho, lo hizo varias veces, por lo menos de manera temporal. Una de esas veces, se marchó junto a un grupo de amigos y pudo arreglárselas para vivir sin sus padres durante más de un mes. Durmiendo por las noches en casa de su novia, quien vivía con su abuela aunque no se llevaba muy bien con ella, aunque tampoco muy mal, y ayudando a dos de sus mejores amigos durante el día a vender amuletos artesanales que ellos diseñaban, Robbie demostró que no necesitaba a sus padres para sobrevivir. Era por causa de su madre que en todas esas situaciones siempre decidía regresar a casa con la esperanza de que entre él y su papá se pudiera tejer una relación afectuosa estable. Eso nunca ocurrió, pero al menos pasar tiempo con su madre le sentaba bien y por un tiempo vivía de esa manera, hasta que surgiera una discusión que volviera a separarlos.

En aquella tarde con amigos, donde escuchaban música en la plaza a la sombra de los árboles, Robbie hablaba acerca del tema con uno de sus amigos, quien se había peleado con sus padres y buscaba consuelo, consejo y asilo. Él contaba y compartía su experiencia intentando ser de ayuda y al mismo tiempo, los demás compañeros aportaban sus ideas y apoyo. Artesanos, patinadores, músicos y Robbie, quien podría ser considerado un jardinero, conformaban el grupo que casi todos los días se juntaba en el mismo lugar. La tarde transcurría lentamente pero el espectáculo y la diversión no faltaban. Por momentos los trucos en patinetas sorprendían a todos al igual que la batalla de rimas de los raperos, quienes con alma de poeta hacían enojar a su contrincante, aunque siempre guardando una cuota de respeto implícita y conocida por los participantes. El humor de todos parecía ser el ideal y el muchacho que llegó con algo de tristeza por discutir con su familia sonreía reconfortado por la compañía. Cuando todos estaban agotados y la ronda de charla filosofal en donde la novia de Robbie y los amigos artesanos sacaban a la luz comentarios sabios y cuestionamientos que provocaban pensar más allá de lo común y ordinario, ocurrió algo que destruyó toda la paz y armonía del lugar.

Un estruendo muy poderoso y lejano similar a un trueno hizo poner de pie a Robbie y todos sus amigos. Poco a poco todos alzaron su mirada sobre la plaza, muy alto, pero no tanto. El cielo celeste e impecable era interrumpido por una nube blanca gigantesca con algunos tonos grises y otros tonos naranjas causados por el sol. La nube parecía extenderse a cada segundo sobre todo el cielo intentando cubrir toda la ciudad. Los rostros estupefactos de todos los presentes comenzaron a desprender muecas de miedo y pánico. Las interrogantes de tono filosofal dejaban de ser complicadas y rebuscadas y comenzaban a ser simples y concisas ¿Qué era eso? Dicha pregunta era realizada en todas las formas y maneras posibles, pero la información era nula y por eso las dudas eran totales. De manera instintiva, las piernas comenzaron a moverse en dirección opuesta al punto de gestación de la nube, lenta pero constantemente. La novia de Robbie pidió por favor que todos se alejaran de ese lugar y busquen resguardo. Por desgracia para él, la nube de apariencia tóxica parecía extenderse rápidamente de manera tenebrosa. Entonces recordó de inmediato a mamá, quien estaba sola en su hogar, al otro lado de la estación de ferrocarril. También recordó la ferretería de su padre. Los amigos de Robbie le pedían por favor que lo acompañaran lejos del lugar, pero él se negó totalmente. Sólo su novia accedió a ir con él, aun cuando los instintos de supervivencia recomendaban alejarse lejos del radio de la nube. Era imposible saber cuáles serían los motivos de tal aberración natural y también saber cuáles serían sus consecuencias. Solo como una premonición, como una especie de sensación o corazonada, todos los presentes entendían que esa entidad producía un aura maligna que pronto, de una manera u otra, dañaría a todos los habitantes que permanecieran apresados debajo de su sombra gaseosa. El bienestar de la familia era vital para Robbie y alejarse de la ciudad sin ellos estaba fuera de discusión. A puro trote ligero, la operación de rescate había comenzado y el muchacho y su novia se dirigieron a la casa de los padres. Debían apurarse, quien sabe que peligros cernía sobre sus pisadas.

Hay quienes creen que la fama y la fortuna son capaces de doblegar el espíritu noble de los corazones más aguerridos. Quienes creen en ello aseguran que valores como la gloria y el honor no existen, que solo son meros inventos de la humanidad para justificar actos de diferente carácter. Este tipo de personas no confía en nuestra raza pero aunque no quieran, existen individuos que desafían todas sus creencias y que devuelven la fe en la humanidad, o al menos ponen en duda la idea que intenta convencernos de que el dinero y el poder son las cosas más importantes en la vida.

Un ejemplo claro de este tipo de personas inspiradoras de confianza, es el de Diego Alberto López. Su vida siempre giró en torno a una profesión que disfrutaba sinceramente. Las personas lo reconocían en la vía pública con respeto y afecto. No era para menos, después de todo era participe protagonista del mundo del futbol, un espectáculo que despierta pasión incomprensible y locura sana en todo el territorio argentino. Según él, existen dos tipos de futbolistas profesionales en el mundo, aquellos que aman el deporte y aquellos que no. Claro que él se consideraba uno de los enamorados del deporte y es por eso que disfrutaba de todos los días de trabajo. Siempre mantenía una actitud positiva, que buscaba soluciones en equipo ante los problemas y que festejaba los triunfos en conjunto antes que cualquier acierto individual. La humildad y el compañerismo eran sus ideales principales y al mismo tiempo las armas que lo ayudaban a evitar convertirse en un futbolista del otro tipo. Diego consideraba que aquellas personas que se dedicaban al futbol por el simple hecho de ser hábiles para realizarlo o porque anhelaban adquirir beneficios económicos como consecuencia, no eran dignas de respeto y que el único resultado que provocaban era ensuciar y confundir el ambiente y la esencia del deporte. Él lamentaba que durante mucho tiempo las personas de este tipo habían aumentado su número y eso conllevó a destruir la nobleza espiritual de competencia y disciplina, convirtiéndolo en un negocio espectáculo el cual carece de verdaderos valores de enseñanza pulcra y sólo sirve para entorpecer la mente de los más jóvenes.

Los pensamientos de Diego siempre estuvieron ordenados y nunca hubo dudas en su accionar. Esto conllevó a que su trabajo duro poco a poco brindara sus frutos. La realidad demostraba que sus habilidades técnicas nunca fueron destacadas. Desde pequeño llegó a una de las escuelitas de futbol por el simple hecho de encontrar tal actividad como la más divertida que jamás hubiera experimentado. El regocijo irracional que sentía al patear el balón era tal que durante todos los años de infancia pasó muchísimas horas diarias jugando, divirtiéndose, entrenando. Fue de esa manera que aun careciendo de efectivas características para el juego, podía hacerse un lugar en cualquier equipo donde su personalidad amigable y enorme hambre de gloria siempre daban una prima general que muchos no lograban observar a simple vista. Eran los ojos de los entrenadores, aquellos que son más agudos para ver más allá de las simples jugadas de pizarrón, los que veían gran potencial en Diego y por eso atravesando los años de adolescencia, el muchacho siempre era tenido en cuenta y apoyado por el cuerpo técnico y los jugadores más experimentados en pos de resaltar sus aptitudes y habilidades no tan evidentes.

Con el mismo ritmo constante de sacrificio y diversión, los atributos deportivos de Diego fueron tan bien valorados, que a los veinte años hizo su debut oficial jugando para uno de los equipos más importantes de Avellaneda, Buenos Aires. Al igual que durante su niñez y durante toda su carrera hasta ese momento, Diego nunca se destacó por ser el mejor. No era el más rápido, ni el más fuerte, ni el más inteligente. Él siempre lo ha negado, pero muchos le han dicho que su característica destacada era la de ser un agradecido al fútbol, que todo su amor y respeto por esta entidad abstracta era correspondido y por lo tanto su éxito, era solo consecuencia de sus sentimientos puros y honestos. Quien sabe cuál era la verdad, pero con el tiempo su perfil bajo y trabajo duro lo coronaron como campeón del torneo argentino. Poco tiempo después, impulsado por su amor al deporte, Diego buscó nuevos desafíos, nuevas experiencias que hicieran que la llama de pasión ardiera más y más. Fue de esa manera que partió hacia Europa, donde durante mucho tiempo pudo disfrutar del deporte que lo fascinaba.

Transcurrieron más de diez años cuando Diego, ya convertido en un hombre de familia, decidió volver a Argentina, en parte por extrañar a los parientes que no veía hace tiempo y también porque consideraba que los objetivos en el otro continente ya habían sido cumplidos. Su país de origen lo encontraba como una figura consagrada, con la misma humildad característica pero con montones de trofeos y reconocimientos internacionales obtenidos con diferentes equipos, algo digno de admiración por todos los seguidores y fanáticos. En varias ocasiones, los periodistas de diferentes medios manifestaron su curiosidad acerca de cuáles serían los nuevos objetivos y metas de un personaje que profesionalmente había logrado triunfar en todo lo que se propuso. Los amantes del deporte se contentaron al saber que algunos meses después, el objetivo que Diego había expuesto como principal fue cumplido. De nuevo como hace muchos años, antes de partir hacia Europa, un nuevo campeonato fue ganado y la figura de Diego alcanzó la gloria e inmortalidad futbolística, aquella tan buscada por todos los jugadores, aquella que plasma el nombre de uno en la mente de las generaciones futuras. El tiempo que siguió a esta nueva consagración encontró la vida de nuestro jugador como un ejemplo de carreara exitosa, un hombre de relaciones íntimas familiares impecables y un profesional respetado por todos.

Todos los aspectos de la vida de Diego aparentaban ser perfectos. Nadie era capaz de suponer que en algún momento eso podría cambiar, por lo menos, no gracias a su accionar. La sorpresa fue completa y demasiado rápida, tan impactante que el mundo de Diego y de todos los argentinos cambiaría para siempre. Como era normal en él, luego de desayunar junto a su esposa relajados en casa, subió a su vehículo y emprendió viaje hacia el campo de entrenamiento de su equipo. Como siempre, llegó temprano a pesar del tránsito que muchas veces complicaba y entorpecía la circulación de los caminos. Tras años y años de rutina que exigía al máximo su físico, la elasticidad y agilidad que otorgaba la sangre juvenil fue mermando, por lo tanto a diario, Diego dedicaba las primeras horas del día a realizar ejercicios de acondicionamiento, elongación y relajación de los músculos con la clara idea de estar preparado para competir sin comprometer de manera indebida su cuerpo. Era muy bien visto y valorado por todos, la imagen de la estrella del equipo entrenando a la par de los jugadores más jóvenes y novatos, enseñando mediante el ejemplo los valores del deporte. Luego de varias horas, el entrenamiento finalizó y como todos los días, de la misma manera que había llegado, Diego se retiró hacia su hogar.

Ese día fue diferente a cualquiera, tanto para él, como para su familia, sus compañeros de trabajo y para cualquier persona del país. Como se aclaró antes, la sorpresa fue mayor gracias a lo repentino de lo ocurrido. No había mucho tránsito, pero el recorrido repleto de semáforos provocaba que la distancia hasta su hogar se recorriera a una velocidad moderada. No suponía la gran molestia para Diego, porque años de trabajo le brindaron la posibilidad de manejar un auto moderno y confortable, el cual le permitía usar aire acondicionado en los días de calor y calefacción en los días de frío. Además, los mejores éxitos del rock nacional siempre estaban presentes en su reproductor de música, entonces el viaje de treinta o cuarenta minutos se volvía bastante apacible y por momentos muy disfrutable. Se detuvo con delicadeza y relajado en el último semáforo camino a su casa. Eso lo hacía sentir muy bien porque sabía que luego de pasar la luz verde, unos dos minutos de viaje continuo le permitirían llegar a su destino. Sus ojos se sorprendieron cuando dos vehículos que se encontraban en la misma posición que él pero del lado opuesto de la calle eran atacados por un grupo de cinco individuos de una forma salvaje. Diego había visto en la televisión y también había sido advertido por sus compañeros de trabajo acerca de ataques furtivos de delincuentes en algunas zonas puntuales de la ciudad. Según le dijeron, ellos atacaban con una modalidad a la que llamaban de estilo «piraña». Estos arrebatos consistían en moverse rápidamente desde escondites a un costado de la calle hacia los autos que estuvieran detenidos y con piedras o cualquier objeto contundente amenazar o directamente golpear a los conductores con el objetivo de robar sus pertenencias y de manera fugaz retirarse de nuevo hacia los escondites para contemplar su botín.

Incluso con la música en un volumen bastante alto, el estruendo de los vidrios reventándose por tremendos piedrazos fue escuchado por un Diego que reaccionó casi de inmediato. La única idea que cruzó su mente fue la de ayudar y preservar el bienestar de los conductores indefensos, por eso bajó de su auto de manera inmediata. Su idea era ayudar y estaba claro, pero de pie en medio de la calle mientras miraba el ataque de los delincuentes voraces, se dio cuenta de lo poco que él era capaz de hacer. Tomó su teléfono celular, considerando llamar al número de emergencias, pero sabía que aunque la ayuda viniera de inmediato, no sería suficiente; los conductores necesitaban ayuda ya, no podían esperar ni un minuto, ni treinta segundos, ni nada. Un leve sentimiento de impotencia lo dominó, pero luego reaccionó y volvió a ingresar a su automóvil. Presionó el acelerador a fondo e intentó de alguna forma persuadir mediante amenaza de embestida a los agresores. Con mucho cuidado cruzó la calle cuidando de no crear un accidente contra otro conductor. Frenó muy cerca de los agresores y accionando la bocina intentó dispersarlos. Enseguida el foco de los ladrones dejó de lado a los automovilistas objetivos y se concentró en el auto que los agredía. Muy asustado, Diego veía como los individuos se subían al capot de su auto y a puro golpe de puño intentaban destruir los vidrios. Diego accionó la reversa y retrocedió bruscamente, haciendo caer a todos los maleantes. De manera increíble, los bandidos que habían quedado desparramados por el suelo se levantaron enseguida y volvieron a arremeter contra el auto detenido. El pánico de Diego era moderado y aumentó a total cuando uno de los salvajes que se subió al vehículo penetró con su brazo el parabrisas delantero luego de dar repetidos golpes de fuerza impresionante. La mano se agitaba dentro del habitáculo a pocos centímetros de la cara de Diego. Los movimientos del conductor intentando esquivar y alejarse de alguna manera para ponerse a resguardo sobre la butaca del auto, se daban a puro reflejo mientras la sangre del brazo cortándose y magullándose contra las astillas del parabrisas empezaban a empaparlo. Justo en ese momento, el chofer desesperado volvió a activar la reversa cuando la ventanilla de su puerta explotó en miles de pedazos y el torso de uno de los atacantes ingresó al interior del auto apresando con sus brazos el cuello de Diego con la intención clara de sustraerlo y volcarlo sobre la calle. El auto se estrelló con fuerza contra un poste que sostenía uno de los semáforos, haciendo caer este último sobre la calle. El bandido envuelto en locura logró su cometido y extrajo el cuerpo de Diego desde el interior del auto y una vez dispuesto sobre la calle, comenzó a golpearlo incansablemente con sus puños dando un impacto severo en la mandíbula y otro en la sien. Los golpes continuaban y para colmo el compañero del bandido, él que estaba sobre el capot del auto y que había salido volando varios metros cuando chocaron contra el poste, se recompuso y se unió a la violencia de puños y un instante después tres compañeros más se agregaron a la paliza frenética.

Los brazos y piernas de Diego intentaban de alguna manera bloquear los golpes sin posibilidades de arremeter en contra ataque. Sus energías comenzaban a desvanecerse tirado en el suelo y su guardia flaqueaba. Puñetazos, patadas y todo tipo de impulsos dañinos encontraban su objetivo y heridas considerables y otras más graves empezaban a dejar contusiones y manchas de sangre en todo el torso de Diego. No había pensamientos que cruzaran su cabeza mientras era apaleado. Aunque lo quisiera, la situación lo superaba y cualquier pensamiento que intentara surgir era interrumpido por una alerta nerviosa que le indicaba que había recibido otro golpe. Sus manos y piernas intentaban cubrir las heridas graves que aparecían a cada momento, el dolor era demasiado. Una seguidilla de sonidos estrepitosos llegó hasta los oídos de Diego, que retumbaban de dolor debido a todas sus heridas y los pudo percibir con claridad ya que estos sonidos provocaron dos cosas; el ataque salvaje se detuvo y las manchas de sangre sobre su cuerpo aumentaron. Mucha confusión lo dominaba pero con dificultad pudo abrir sus ojos e intentar admirar el panorama que lo rodeaba. A su lado, uno de los atacantes yacía boca abajo, aparentemente sin vida y sobre su otro costado el maleante que lo sustrajo del vehículo se movía débil sobre su espalda, convaleciente, casi a punto de morir envuelto en un charco de sangre espesa. El grupo restante de tres bandidos, estaba aún sobre él con la posibilidad de seguir hiriéndolo, pero sus cuellos habían girado y prestaban atención hacia un lado mientras exclamaban gritos que parecían proclamar desafío y agresividad. Los ojos de Diego intentaban recuperarse pero el estruendo y mareo sobre su cabeza no le permitía pensar con agilidad. De nuevo, los sonidos estrepitosos volvieron a escucharse en el ambiente, solo que esta vez Diego los identificó con seguridad como disparos de armas de fuego. La cabeza de uno de los tres maleantes prácticamente explotó en varios pedazos y una catarata de líquido rojo volvió a salpicar todo. Más disparos intentaban detener a los malhechores que se pusieron de pie y en definitiva se olvidaron de la víctima que apaleaban, concentrándose en los productores de la amenaza artillera. Ambos salvajes corrieron en dirección de los atacantes mientras continuaban recibiendo balazos. A poco más de un metro de distancia, su vehículo estrellado no le permitía ver que sucedía mientras los disparos se escuchaban y sonidos de carnicería, laceraciones e impactos lo asustaban, al mismo tiempo que le provocaban una curiosidad impulsada por un instinto de supervivencia. Con enorme dificultad, Diego logró ponerse de pie y dio algunos pasos para poder observar que sucedía por encima del auto. En el medio del cruce de las calles se observaba a uno de los delincuentes muerto y al lado los cadáveres de dos policías. De pie, el salvaje sobreviviente miraba hacia todos lados, probablemente buscando una nueva víctima de su violencia. Sus ojos se posaron sobre un futbolista estupefacto que estaba parado ahí. De inmediato, el bandido encaró con la idea clara de destruirlo. Diego retrocedió preso del miedo, sin quitar su mirada del agresor, pero no alcanzó a realizar un escape porque enseguida la velocidad del mismo logró embestirlo y derribarlo. Los puños de nuevo golpeaban el cuerpo maltrecho de Diego quien intentaba como podía cubrirse. El dolor era horrible, pero la necesidad de vivir lo hizo reaccionar. Con toda la fuerza que pudo reunir, tomó con una mano el cuello y con la otra la ropa a la altura del pecho de su agresor soportando los puñetazos inagotables. Ayudado por sus piernas, pudo empujarlo hacia un costado. Con un movimiento rápido se levantó y aplicó una patada directa a la cara del agresor, una patada de futbolista, una patada que conmocionó al bandido dejándolo fuera de combate.

Una muy leve sensación de seguridad se manifestó en su mente. No mucha, pero suficiente como para intentar analizar lo acontecido y lo que debería hacer a continuación. Su respiración volvía al ritmo normal y el dolor en todo el cuerpo aumentaba y era mucho, aunque en cierta manera tolerable. Primero, caminó hacia el medio de la calle, donde observó con timidez los cadáveres de los dos policías y el del ladrón. Siguió caminando hasta los dos vehículos que en un principio fueron atacados pero enseguida se apartó por la repulsión causada al ver los rostros mutilados de los conductores. Diego, en un acto de lucidez espontánea, razonó y se preguntó qué había sucedido. Si el ataque suponía un golpe organizado para extraer las pertenencias de los conductores, ¿Por qué no robaron nada en absoluto? Los supuestos ladrones, solo se dedicaron a golpear intentando acabar con la vida de todos los presentes. Diego no lograba comprender nada y tanto pensar hizo que su cabeza le doliera aún más. Tomando su frente con una de sus manos, alzó la mirada e intentó realizar una respiración profunda a pesar del dolor en todo su pecho y espalda. Lo que vio aumentó su desconcierto, sus dudas y sus preguntas. Naciendo entre las copas de los árboles y los techos de las casas, una nube monumental de humo o vapor de un color blanco con matices grises, se extendía inmensa en el aire sobre toda la ciudad y más allá. Diego reaccionó y recordó que tenía esposa e hijas y enseguida subió a su auto. El vehículo encendió de inmediato, los neumáticos chillaron y derraparon intentando liberar toda la parte trasera que había sido estrellada contra el semáforo. Luego de un esfuerzo considerable logró separarse del poste y Diego continuó su camino hacia casa. Su preocupación era total, debía llegar lo más rápido posible y garantizar la seguridad de su amada familia.

2. Éxito

Para muchos, una pareja de ancianos resulta algo adorable. La idea general de observar a dos personas que pasaron toda su vida juntos enfrentando las adversidades y disfrutando los placeres de la vida, es algo que siempre llena de alegría los sentidos. Quizás porque para muchos, ese estilo de vida es el adecuado y es el que ellos mismos quisieran experimentar cuando los años transcurran. La seguridad infundida por tener alguien con quien contar para el resto de la existencia es demasiado seductora y ha moldeado en definitiva a la mayoría de la sociedad mundial participe del status quo predominante, al menos hablando de los aspectos generales referidos a las relaciones íntimas amorosas entre personas.

Resulta algo gracioso, porque si le preguntan a René Remchaic si alguna vez se ha considerado un anciano adorable; algo que sus hijos siempre le recordaban en las reuniones familiares, solo para hacerlo enfadar, aunque siempre con cariño; él negaba rotundamente tal definición, proclamándose un guerrero de la humanidad, defensor de los más débiles y héroe de los más desamparados. La risa de su compañera fiel, Isabel Nevares, siempre estallaba en tono de carcajada cuando él exclamaba su falta total de lindura, ante los asaltos pícaros de los hijos. El discurso casi calcado, hablado en tercera persona por René siempre decía presente en las reuniones familiares y todos sabían que iba en serio cuando el hombre se ponía de pie, copa de vino en mano y recordaba a todos sus hazañas en épocas donde sus hijos ni siquiera existían todavía. Cuando el agotamiento por la falta de saliva y aire se hacía presente en su físico, era inevitable para él tomar asiento otra vez y cuando todos se quedaban mirándolo luego del discurso memorable acerca de su grandeza, siempre se festejaba el gesto de Isabel, quién dándole un tierno besito en la mejilla le aseguraba que tenía razón y que todos de corazón le agradecían sus acciones, determinando con firmeza la pura y notable realidad que todos admiraban y que desembocaba en un largo sonido de suspiro predominado por la onomatopeya «¡Ah!» coreado al unísono, impregnado de compasión y respeto hacia la pareja anciana.

Dejando de lado la ternura, la verdad era irrefutable. René fue uno de los responsables directos de uno de los descubrimientos científicos más importante y a la vez más desafortunados de la Argentina. Sus conocimientos acerca del universo de los organismos microscópicos lo colocaban sin lugar a dudas como la mayor autoridad competente en todo el suelo patrio y una figura muy respetada en el ámbito internacional. Esa reputación fue obtenida tras largos años de estudio agotador e investigaciones de campo demandantes. Su carrera sin embargo, nunca le sirvió como medio para disfrutar de una vida acomodada, de lujos y placeres burgueses. Tal como él solía exclamar, la mirada analizadora de un tercero podía conocer fácilmente mediante un poco de investigación, que sus años de juventud se desarrollaron en campos de peligro constante y esfuerzo colosal. Para René, trabajar en un laboratorio entre microscopios, cajas de Petri y vasos de precipitado, solo eran una pequeña parte del total del trabajo que un científico debía realizar para cumplir sus metas y objetivos. Cuando las herramientas no existían y la inversión era nula, cualquier progreso se estancaba y la única manera de hacer arder el fuego del descubrimiento era luchar y hacerse escuchar mediante la protesta, el reclamo y la demanda.

Fue en aquella época de la nación, golpeada una y otra vez por gobiernos impuestos mediante la fuerza, cuando René conoció a Isabel. Fue en una marcha de protesta pidiendo aumento salarial para docentes y profesionales de la enseñanza. Allí los dos se conocieron unidos por una causa justa. La atracción fue inmediata y clara desde un principio. Incluso bajo los ataques de gases lacrimógenos que intentaban dispersar sus reclamos, ambos sabían que una vida plena juntos iba a acontecer. Isabel era una maestra de matemática muy apasionada. Su gran entusiasmo por aprender más, siempre la motivaba a seguir estudiando y eso la convencía al mismo tiempo de realizar su mejor esfuerzo cuando debía enseñar a los más jóvenes. Esa pasión era igual en René, quien había logrado mucho en el ámbito académico, puntualmente títulos universitarios y reconocimientos de parte de la comunidad científica. La familia de René gozaba de una posición económica que facilitó a su hijo la inscripción en las mejores instituciones educativas. Ellos nunca manifestaron interés por las incomodidades y desdichas de los habitantes de los barrios más pobres del país, algo que por el contrario, su hijo siempre sostuvo como prioridad y misión principal, seguramente influenciado por uno de sus profesores de la escuela secundaria, un personaje peculiar que llevaba un tatuaje de una hoz y un martillo en su hombro derecho. No era la intención de ellos ayudar a los más necesitados, no porque los detestaran o eligieran no hacerlo por conveniencia, sino que simplemente no les importaba. Había de todas maneras, algo que si despertaba sus intereses, y era el bienestar y la felicidad de sus hijos, por eso tres de ellos fueron colocados en respectivas posiciones laborales cómodas y jerárquicas dentro de la compañía familiar dedicada a la exportación de carne vacuna. Uno de ellos por el contrario, eligió por motivos mencionados anteriormente, un camino de estudio y sacrifico cuyo objetivo era el de ayudar a aquellos que no contaban con su suerte, una fortuna que consistía en una familia que lo apoyaba moralmente y por supuesto, económicamente.

Algunos años eran pésimos, otros malos, algunos buenos y otros excelentes. Subidas y bajadas en el camino del progreso científico envolvían a René y a todos sus compañeros de trabajo a medida que los años transcurrían. La idea general del hombre era lograr una carrera magnífica representando a su país, para que las generaciones futuras encuentren su nombre grabado en las paredes de un hospital o tal vez en los carteles de una calle o en libros de historia medicinal. Dejar un legado que sirva al mundo para ser un lugar mejor era lo único que importaba para René y todos los días de su vida se dedicó a completar ese objetivo. Tales hechos provocaron que su destino laboral siempre lo encuentre atado a una posición dentro de alguna de las instituciones públicas del país, un capricho clavado en su cerebro, una cierta fobia a los organismos privados, por lo tanto el resultado y calidad de sus investigaciones estaba ligado al rumbo que la nación tomara. De una manera u otra, aunque las inversiones y apoyo hacia su trabajo cambiaran continuamente, la mentalidad llena de optimismo y la voluntad imbatible de progreso siempre fueron las mismas.

Como se sabe, René soñaba que un hospital alguna vez llevara su nombre y eso era porque su calidad y conocimiento como microbiólogo estaban enfocados en crear o descubrir una bacteria que ayude a combatir o erradicar definitivamente una enfermedad perjudicial para los humanos. Fue así que sus estudios comenzaron a ser más específicos y con el paso del tiempo, el avance posible en la materia gracias a muchos descubrimientos de sus colegas alrededor del mundo, lo convencieron de continuar buscando la gloria. Cada vez existía más material teórico disponible para estudiar y toda esa información era utilizada por todos los científicos para comenzar nuevas investigaciones.

Poco antes de que el nuevo milenio comenzara, dentro del mar de pensamientos del doctor Remchaic, se comenzó a gestar una idea que avanzaba de manera tímida e imparable a través de su cabeza. La realidad era que la sociedad lo encontraba como un hombre de edad avanzada. Ya no era, por lo menos desde su punto de vista, un joven de ideales puros y temperamento vigorizante, rebelde y revolucionario. Algo que él no negaba y de lo que era consciente, es que sus conocimientos teóricos y prácticos acerca de la materia y su especialización eran realmente sobresalientes. Si bien los resultados no fueron los que él esperaba, es decir no resultaron igual a los que proyectaban sus fantasías juveniles, el aporte a la comunidad y por lo tanto a la sociedad fueron reales. Tal vez guiado por una sed egoísta de triunfo o ambición poco moderada de reconocimiento, René nunca valoró con total sinceridad todos sus progresos y aportes realizados y conseguidos gracias al trabajo de equipo. La cuestión era que su participación siempre estuvo presente en montones de textos académicos de relevancia importante, que reflejaban el trabajo de años o hasta décadas, de muchísimos profesionales seguidores de la bacteriología, pero esa persecución y anhelo por ver su nombre inscripto en la portada de esos escritos, alguna enciclopedia o manual o guía universitaria, no le permitían disfrutar de la única verdad, que demostraba con notoriedad su aporte real, verdadero e innegable a la humanidad.

A pesar de sus buenas intenciones, aquellas que intentaban día tras día concebir un descubrimiento que salve o ayude a millones de personas en el mundo, su trabajo lo colocó sin darse cuenta, como el autor principal de una catástrofe. Finalmente su nombre sería reconocido, pero para nada en la forma en la que él lo deseaba. Una investigación se inició con los mejores sueños como objetivo pero sin entender por qué, se convirtió en la peor de las pesadillas.

La frustración aumentaba a medida que los festejos de cumpleaños ocurrían. Las fiestas siempre eran de ambiente agradable y contaban con todos los familiares que René e Isabel querían y amaban. Cuando las velas eran sopladas y todos los invitados se marchaban, la sonrisa del doctor cambiaba y se convertía en una mueca de decepción. Uno de esos cumpleaños, fue el que determinó que su edad le permitía mediante los acuerdos sociales vigentes hacer efectivo su retiro de la faceta laboral. En ese momento, la sangre del doctor Remchaic hirvió con la decisión firme e inquebrantable de lograr de una vez por todas, su tan ansiado triunfo.

Todos sus hijos y hasta los nietos pequeños mencionaban orgullosos, siempre que la conversación lo permitiera, los logros académicos de René y sus participaciones en proyectos e investigaciones de renombre mundial. Lo hacían con todas las personas que pudieran y lo hacían porque realmente eran conscientes de la inteligencia y vastos conocimientos que su padre o abuelo poseía. Él se cansaba de agradecerles por el apoyo incondicional, pero dentro de su cabeza, solo había espacio para un reclamo realizado a sí mismo, un reproche que le recordaba que no son muchos los hombres cuyos logros son reconocidos y recordados mundialmente por todos. Intentar sobrepasar su techo, lograr ir más allá eran las metas que harían posible su inscripción en los manuales de la historia. Fue ese anhelo él que lo llevó a realizar su más grande descubrimiento.

Hacía poco tiempo, el doctor había comenzado a inspeccionar con una curiosidad impulsada por ansias de gloria, todas las características concernientes al reino vegetal, apoyado en un enfoque de estudio basado en sus conocimientos teóricos acerca de los microorganismos y la bacteriología. Fue de casualidad que comenzó a hacerlo, pero ni bien se topó con una pista que suponía el comienzo del camino de migajas hacia un nuevo descubrimiento, se dedicó por completo a seguirlo. Tan fácil como tomar una muestra, colocarla bajo la lente de un microscopio y tomar nota. De esa manera el aprendizaje de un nuevo panorama capaz de introducir nuevas herramientas para la creación de insumos médicos, se produjo con una rapidez impresionante. Definir si todos los hechos ocurridos uno tras otro fueron producto de la casualidad o de un destino programado, es una tarea muy complicada y cada quien puede elegir confiar en la creencia que prefiera. De todas maneras, esos hechos ocurrieron de una sola manera y sucedieron exactamente como se cuenta a continuación.

René apuntó su foco de atención hacia la botánica y lo hizo sólo debido a un descubrimiento imposible de ignorar para un científico de su calibre. Investigaciones anteriores lo habían llevado, a él y un grupo de estudiantes compuesto de profesionales novatos que buscaban conseguir su maestría, a embarrarse, mojarse y sufrir el calor húmedo y terrible de los esteros argentinos. Mientras cazadores de todo el mundo intentaban asesinar de manera injustificada a los animales autóctonos de la región y los paisanos locales abordaban los remansos de agua buscando peces, la expedición científica dedicaba todo su esfuerzo y atención a recolectar muestras de un brote de plantas que fue reportado por un colega allegado al doctor Remchaic. El compañero de René, había trabajado codo a codo junto a él en trabajos referidos a bacterias específicas que estudiaron mucho tiempo con la esperanza de descubrir, debido a sus características especiales, un acelerador de cultivos que en sus fantasías ayudaría a combatir la crisis de alimento mundial; algo que al final culminó en una misión completamente fallida, aunque si descubrieron un organismo que añadido como alimento para los hongos de la levadura en lugar del agua o azúcar, podía reducir el tiempo de preparación de la masa de pan unos diez segundos. Si bien los fabricantes y distribuidores de harinas estaban muy contentos vendiendo nuevo polvo para hornear y amasar premium, la verdad era que los progresos de René distaban mucho, tal vez demasiado de la búsqueda humilde de una solución definitiva para la hambruna mundial.

Los recuerdos de decepción tras la frustración obtenida en aquella investigación, no hacían olvidar que el trabajo juntos, había sido muy bueno en el sentido estructural y organizativo, por lo tanto cuando René recibió el llamado telefónico de su colega poniéndolo en consciencia de la existencia del brote repentino y anormal de plantas, partió de inmediato hacia la provincia de Corrientes. Hugo Cobos, su compañero, se había instalado en Colonia Carlos Pellegrini, una localidad ubicada como puerta de entrada hacia los Esteros del Iberá, un extenso humedal que abarca entre quince y veinticinco mil kilómetros cuadrados al noreste de la República Argentina. René, su compañero y todos los estudiantes, debían soportar el calor húmedo insoportable, típico de la zona en la estación veraniega. Eso era debido a que un grupo de plantas cuyo crecimiento desbordado, probablemente con una gestación total del desarrollo completo menor a las veinticuatro horas, fue reportado por los lugareños. De inmediato, el grupo de científicos puso manos a la obra y comenzó a recolectar muestras, las cuales no fueron difíciles de encontrar. Muy cerca de la zona poblada de la localidad, se podían apreciar los especímenes, pteridofitas bastante tradicionales y similares a otras del lugar a excepción de su crecimiento llamativamente veloz. De inmediato fueron llevadas a los laboratorios improvisados bajo toldos y carpas instalados con rapidez para resguardarse del sol abrasador. La fauna local distraía fácilmente a muchos miembros del equipo, que se la pasaban tomando fotografías de los ciervos, venados y yacarés. Eso molestaba bastante a René, quien había asistido al lugar para trabajar y no para hacer turismo. El progreso era lento debido a que solo un grupo de cuatro personas, que incluía a Hugo, dos estudiantes y al propio doctor, analizaba sin cesar los especímenes, mientras los diez estudiantes restantes se dedicaban a jugar y vagabundear por ahí.

Resulta extraño, pero el progreso que aparentaba lento para el doctor Remchaic, aun cuando ni siquiera había transcurrido un día, cambió rotundamente en un instante. La primera reacción del doctor al ver los brotes causantes de su visita, fue de agradable sorpresa. Su mirada de científico lo obligaba a sentir cierto entusiasmo, no porque conocía con exactitud lo que estaba viendo, sino todo lo contrario. Tomó con guantes una de las muestras. Luego de un rato, confirmó consigo mismo lo que sospechaba. René, no tenía la más mínima idea del tipo de planta que sostenía. Sus conocimientos acerca de botánica, eran extensos, pero no eran su especialidad. Enseguida, puso manos a la obra e hizo los preparativos para poder analizar la muestra minuciosamente.

En todo momento, René intuyó que había descubierto algo, pero no fue hasta cinco días después de su arribo, cuando empezó a comprender la magnitud de lo que tenía frente a sus ojos. Cuando un fitólogo de renombre (que llamó sólo para asegurar un conocimiento que él sospechaba) determinó que no existían archivos o información acerca de la nueva planta, las sonrisas se dibujaron en todos los presentes y hasta una botella de champagne fue descorchada. Hasta los estudiantes sin vocación se unieron a los festejos y todo el crédito se le atribuía al doctor Remchaic. Él, de manera increíble era la única excepción a la algarabía general.