Auge y caída de los Nefilim - SCOTT ALAN ROBERTS - E-Book

Auge y caída de los Nefilim E-Book

SCOTT ALAN ROBERTS

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Beschreibung

¿Qué sucedería si las espiritualidades y religiones antiguas no fueran simplemete leyendas? ¿Y si hubiera algo viviendo y respirando por debajo de la superficie, si existiera una conexión tangible entre el pensamiento religioso y la espiritualidad, entre la ciencia y el mito, entre la interdimensionalidad y la dura y cruda realidad? Los antiguos libros del Génesis y de Enoc nos cuentan que unos seres espirituales conocidos con el nombre de los "Vigilantes" descendieron a la Tierra, mantuvieron relaciones con las mujeres y engendraron una descendencia híbrida llamada nefilim. Estos relatos son tan antiguos como la propia humanidad, narraciones acerca de unas razas subsiguientes que eran una mezcla entre alienígenas y humanos y que han llegado a formar gran parte de la mitología, la leyenda, la religión y también de nuestra superstición. Los nefilim caminaron entre nosotros... y lo siguen haciendo en la actualidad.

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Scott Alan Roberts

Auge y caída de los nefilim

La historia no contada de los ángeles caídos,

de los gigantes en la Tierra

y de sus orígenes extraterrestres

Si este libro le ha interesado y desea que le mantengamos informado de nuestras publicaciones, escríbanos indicándonos qué temas son de su interés (Astrología, Autoayuda, Ciencias Ocultas, Artes Marciales, Naturismo, Espiritualidad, Tradición...) y gustosamente le complaceremos.

Puede consultar nuestro catálogo en www.edicionesobelisco.com

Colección Estudios y Documentos

Auge y caída de los nefilim

Scott Alan Roberts

1.ª edición en versión digital: noviembre de 2016

Título original: The rise and fall of the Nephilim

Traducción: David N.M. George

Corrección: M.ª Ángeles Olivera

Maquetación: Juan Bejarano

Diseño de cubierta: Enrique Iborra

© 2012, Scott Alan Roberts

(Reservados todos los derechos)

© 2016, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-178-8

Maquetación ebook: [email protected]

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org ) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A Raini.

Gracias por quererme a lo largo del proceso y por soportar

mi almohada vacía durante esas noches oscuras y largas

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Agradecimientos

Prólogo

Prefacio

Introducción

Capítulo 1. La todopoderosa ciencia

Capítulo 2. ¿Quién es el padre? De Elohim a los nefilim

Capítulo 3. El faraón-dios de Israel. ¿Quién fue Moisés en realidad?

Capítulo 4. El efecto pancultural

Capítulo 5. Los Vigilantes

Capítulo 6. ¿Influencia alienígena?

Capítulo 7. Constantino: un emperador, un dios

Capítulo 8. Los nefilim

Capítulo 9. … Y aún después

Capítulo 10. ¿Dónde se encuentran ahora?

Conclusión

Epílogo

Bibliografía

Agradecimientos

Aprendí dos cosas mientras escribía esta obra: una es que es bastante menos amedrentador escribir un libro que acabarlo; y dos, que el proceso en sí mismo estaría menos plagado de distracciones y retrasos si mi oficina estuviera fuera de mi casa. E inmediatamente después de haber dicho esto, quiero dar las gracias a mi mujer, Raini, que hizo todo lo que estuvo en su mano para ayudar a mantener el proceso fácil, mientras se ocupaba de nuestro pequeño hijo, Flynn. Quiero agradecerle todas las tazas de café y las comidas que me trajo a mi escritorio mientras tenía los ojos fijos en esta pantalla de ordenador y tecleaba. Eso es amor. Su creciente embarazo alcanzó todo su esplendor durante la redacción de esta obra, al tiempo que veíamos cómo nuestra hija daba patadas mientras le leía y releía este libro en voz alta. Sin Raini, esta monumental tarea habría sido un proceso mucho menos placentero, y quiero expresar lo feliz que estoy de que estuviera a mi lado.

Mi querida amiga Marie D. Jones, una escritora sólidamente establecida, no ha sido sólo una amiga, sino también una gran y sabia consejera. Fue Marie la que vio mi manuscrito antes de que fuera siquiera realmente un manuscrito, y me animó a que siguiera con él hasta que adquirió su forma actual. Ha sido de gran ayuda, escuchando mis problemas, preocupaciones, quejas, emociones y frustraciones del todo agotadoras. Quiero darle las gracias por leer, criticar y animarme. Sin ella, este libro no se hubiera hecho realidad.

Craig Hines es un verdadero amigo y una enorme inspiración. Desde el día en que nos conocimos, nos hemos enzarzado en muchas conversaciones plagadas de filosofía, teología, cosmología y prácticamente cualquier cosa acabada en «-logía». Es un verdadero erudito y ha sido una fuente y un apoyo inestimable mientras escribía este libro.

Micah Hanks, de la página web GralienReport.com, ha sido un amigo que ha mantenido el fuego encendido en mi interior. Había veces en las que pensé seriamente en abandonar, pero leyó el primer manuscrito y fue una inspiradora fuente de ánimo. Gracias por estar ahí, Micah.

Doctor Charles Aling, aunque puede que no esté de acuerdo con todo lo que he escrito en este libro, quiero agradecerle que fuera la primera persona que me inculcó un amor por los misterios bíblicos y la arqueología. Desde el primer momento en que se sentó conmigo en el abarrotado nártex de nuestra iglesia, cuando tenía doce años y estaba escribiendo un informe sobre el faraón del libro del Éxodo, siempre ha estado dispuesto a ser mi consejero, mi profesor en el seminario y ahora mi amigo. Gracias por el lugar irreemplazable que ocupa en mi corazón y mi mente, y gracias por inculcarme el amor por la historia.

Mis hijas Abigail y Bryn son la luz de mi vida. Siempre han estado ahí creyendo en todo lo que hacía, a cada paso del camino. Ahora ya son independientes y quiero hacerles saber cuánto creo en ellas.

Sam, estoy muy contento de que estés aquí. Perdona por todas las caminatas y excursiones aplazadas mientras terminaba este libro. Espero, con ilusión, pasar más tiempo contigo en las próximas semanas.

Flynn, aunque eres demasiado joven para que recuerdes estas cosas con claridad más adelante en la vida, tus muchas interrupciones, las veces que has volcado mis tazas de café y las ocasiones en las que has llamado mi atención en general se ven eclipsadas por mis maravillosos recuerdos de ti sentado en mi regazo mientras tecleaba. Eres toda una alegría para mí y una respuesta viva a la pregunta «¿Por qué?».

A todos aquellos de vosotros que habéis disfrutado leyéndome y escribiendo a lo largo de los años, gracias por vuestro apoyo, vuestro ánimo y por estar ahí.

Prólogo

La primera gota de agua salpicó su cabeza de forma inesperada, haciendo que detuviera su trabajo y mirara hacia arriba. Se quitó el sudor de la ceja, esforzándose por enfocar, con sus ojos cansados, la oscuridad que se estaba formando en el cielo. Le cayó otra gota sobre la piel y volvió a posar su mirada sobre la tierra. Su propio reflejo formaba ondas caóticas en los charcos recién formados a sus pies. A medida que se empezó a reunir una muchedumbre a su alrededor, estiró sus manos temblorosas hacia sus herramientas y las acumuló entre sus brazos. Era el momento.

—¿Es este, Noé, el gran diluvio de tu Señor, hombre chiflado? –le gritó uno de los que estaba observando, incitando así al resto de la multitud a reír burlonamente.

De repente, resonó el ruidoso chasquido de un trueno y cortó en seco las risas libertinas. Todos se quedaron callados al instante, a medida que les subía el desasosiego por la garganta, igual que crecían los charcos debajo de sus pies.

Noé corrió hacia el arca, mientas las voces ansiosas de sus familiares le llamaban desde el interior de la estructura de madera. Su avance se veía interrumpido mientras caminaba fatigosamente a través del barro y el agua. Aunque su sandalia quedó atascada en el barrizal, la dejó atrás, quedando descalzo, y siguió corriendo. Rehusó verse desalentado por los gritos constantes y los chillidos de terror de sus perseguidores. Sus hijos lo conminaban a que se apresurara a subir a bordo y empezaron a cerrar el portón.

Noé podía oír, desde el interior, los gritos de las personas a las que antaño llamaba amigos, que arañaban y golpeaban la estructura de madera con sus puños ensangrentados. Se recostó contra una viga de apoyo, intentando, desesperadamente, recuperar el resuello. Al poco rato cayó al suelo, hecho un mar de lágrimas. La cacofonía era demasiado terrible para como para soportarla y amenazaba con conducirle a la locura. Pese a ello, pronto encontró alivio, ya que quedó ahogada por el golpeteo de la lluvia, como si miles de piedras estuvieran aporreando el tejado. Quería ayudarlos, pero sabía que era demasiado tarde para ellos. Había pasado ya demasiado tiempo mucho antes de que la lluvia siquiera hubiera empezado a caer.

De forma muy parecida a las ondas creadas por la lluvia en la historia de Noé, los sucesos que rodean a esta leyenda épica han fluido a lo largo de la historia hasta llegar a la actualidad. Sin embargo, al igual que el efecto colateral natural de tales ondas, las imágenes cristalinas y los reflejos generados por las aguas tranquilas del pasado se han distorsionado ahora y son difíciles de comprender. Se espera de nosotros que le encontremos sentido, pero los siglos de represión y persecución, las agendas políticas, las guerras e incluso las actividades rutinarias del mundo han arrastrado las pistas y los datos necesarios para aportar claridad a la situación.

Por ejemplo, mucha gente insiste en que conoce la historia del Arca de Noé, pero la amplia mayoría sólo conoce la versión simplificada y censurada en gran medida que les enseñaron cuando eran niños. Los relatos antiguos que describen el apareamiento de seres angelicales con los humanos, el nacimiento de su descendencia híbrida conocida con el nombre de nefilim y las desastrosas consecuencias de estas relaciones son del todo desconocidas para la mayor parte de la gente. Semana tras semana, los fieles acuden en manada a los lugares de culto para oír sermones y recibir orientación sagrada en sus vidas, aunque no se les explican algunos de los detalles o implicaciones más importantes de la historia. La mayoría de estas personas se mostrará feliz de explicarte cosas sobre Noé, su familia, la construcción del arca, cuántos ejemplares de cada especie animal se encontraba a bordo, etc., pero su semblante se amustiará hasta mostrar desconcierto con la mera mención de los nefilim.

«¿Los nefa… qué?».

Exactamente.

Es justo ésta la razón por la que tenía que escribirse un libro. Si nunca has oído hablar de los nefilim, esta obra te servirá como excelente introducción a este tema. Incluso aquéllos versados en los conocimientos populares arcaicos sobre los ángeles caídos encontrarán información nueva e interesante que añadir al campo cada vez mayor de materiales de investigación y notas. Scott Roberts es el guía ideal para aquellos que deseen revisar este complejo tema, además de para aquellos que estén aprendiendo sobre estas ideas por primera vez.

Descubrí, en primera instancia, las investigaciones de Scott Roberts en las páginas del ejemplar de junio de 2008 de la revista TAPS Paramagazine, en su artículo sobre la raza antediluviana de seres llamados nefilim. La fascinación y la pasión de Scott por el asunto eran evidentes, y me conmovió que citara mi libro Gateway of the Gods (editorial Numina Media Arts, 2007), como fuente principal y lectura recomendada para su público. Desconocía que mientras le estaba escribiendo un mensaje de agradecimiento por reconocer mis investigaciones en su artículo, él estaba pensando en si ponerse en contacto conmigo. Tras algunos intercambios de correos electrónicos y llamadas telefónicas llenas de entusiasmo, había nacido una nueva amistad.

Desde entonces, me han entrevistado varias veces en el programa de radio de Scott, e incluso he hablado junto con él en presentaciones en colaboración en conferencias sobre temas paranormales. Uno de los principales rasgos de Scott es su entusiasmo por hacer preguntas y aprender, y frecuentemente se queda fascinado por el proceso de examinar e interpretar las pruebas. Está igual de cautivado ahora que hace años (o tal vez incluso más) por este tema. Más allá de eso, no obstante, se encuentran su voluntad y su determinación para enseñar y compartir lo que ha aprendido a lo largo de los años, incluyendo los altibajos, las dificultades y los callejones sin salida con los que se ha encontrado. Puede que Scott y yo no siempre coincidamos en ciertas interpretaciones o teorías, pero ambos reconocemos y respetamos que no siempre existen respuestas definitivas a las preguntas que planteamos, y que cada uno de nosotros está buscando piezas distintas del mismo rompecabezas.

De forma parecida a cómo mi libro sirvió de inspiración y como una pieza del rompecabezas para Scott, deseo que también encuentres la misma emoción y curiosidad en las siguientes páginas. Puede que ya tengas otra pieza del puzle y que todavía no seas consciente de ello, y que acabes descubriendo que al final tiene sentido después de leer Auge y caída de los nefilim. Al igual que Noé, permanece atento y sé consciente de las ondas. Reconoce los patrones y encontrarás tus respuestas. Juntos quizás seamos capaces de resolver el enigma de nuestro pasado para que, en última instancia, podamos cumplir nuestro destino.

«Cuadra el círculo».

Craig Hines

Autor de Gateway of the Gods

Pittsburgh, Pensilvania

www.gatewayofthegods.com

Prefacio

Mucha gente me ha preguntado muchas veces qué es exactamente lo que inició mi viaje por esta senda. Sólo puedo responder que fue mi curiosidad insaciable.

Este libro es la culminación de la búsqueda de toda una vida para encontrar las respuestas a las preguntas que parecen incontestables. Sin embargo, no es exhaustivo en sus conclusiones. Es más bien como un vistazo hacia lo que creo que es uno de los mayores eventos en la historia de la humanidad, con ramificaciones trascendentales y con sólo un indicio de lo más sutil en cuanto al descubrimiento de las respuestas.

Estoy seguro de que obtendré críticas por las conclusiones a las que he llegado, además de por las cosas que he pasado por alto o he obviado deliberadamente, pero siempre estaré abierto a un buen debate.

Que la humanidad experimentó una interrupción en su pasado lejano es algo indiscutible en mi mente. La cuestión de la interferencia extraterrestre en nuestra genética y nuestro linaje es, sin duda alguna, una realidad, aunque es algo que se debatirá en mayores templos del saber y bastiones del pensamiento que se encuentran más allá de mi alcance y mis logros.

Aunque este pequeño libro ofrece mis conjeturas académicas y mis conclusiones fundamentadas, también he intentado ser del todo honesto y por completo transparente a la hora de confiarte, lector, mis pensamientos, mis opiniones, mi cháchara y mis rotundas quejas sobre no sólo la materia en cuestión, sino acerca de las filosofías y la pompa religiosa motivada políticamente con las que me he encontrado a lo largo del camino.

Déjame manifestar, para que conste, que no he pretendido ofender las sensibilidades religiosas de nadie, ya que sigo profesando la fe en la que me criaron y educaron; pero he visto, a lo largo de los años, que siempre había un elemento que dejaba un hueco tan grande en mi teología que tenía que ir en su búsqueda y abordarlo, como si estuviera buscando esa pieza que me faltaba del rompecabezas entre las grietas y las cavidades del cómodo sofá del cuarto de estar.

Aun así, y pese a que ésa era la intención de este libro, me encuentro con que cuanto más investigo, estudio y hurgo en busca de hechos, más preguntas afloran a la superficie. Es como conducir un vehículo nuevo y reluciente por el campo, por una carretera de tierra, de color amarillo ocre, en un día caluroso de verano. Cuanto más lejos conduzcas en busca de tu destino, más polvo levantas, y al poco, el lustre de tu vehículo queda completamente cubierto del fino polvillo del descubrimiento.

Y aquí es donde me encuentro hoy. La búsqueda de los nefilim ha levantado mucho polvo, así que prepárate para leer más poniéndote tus gafas de seguridad metafóricas, a no ser que quieras que el polvo te entre en los ojos. Lee con una mentalidad abierta y permite que las cosas que puedan provocarte consternación se asienten para que sean, simplemente, una parte del proceso.

El mundo tal y como lo conoces está a punto de enfrentarse a una perspectiva completamente nueva, y la historia de los nefilim es mucho mayor de lo que nunca hubieras imaginado.

Scott Alan Roberts

30 de agosto de 2011

Introducción

Cuando era niño, pasé demasiadas noches tumbado en el tejado del garaje de la casa de mi madre. Contemplaba, con los brazos cruzados detrás de mi cabeza, el cielo estrellado, consumido por mis fantasías infantiles de convertirme en el capitán de una nave espacial que «viajaría con valentía» hacia esa negrura infinita en busca de nuevas formas de vida y nuevas civilizaciones. Pese a ello, se trataba de algo más que el simple hecho de cultivar un producto de la cultura pop y de la ciencia ficción de las décadas de 1960 y 1970 lo que alimentaba mi curiosidad. Algo muy dentro de mí me decía que no estábamos solos en este tramo infinito del universo en expansión, y tenía el deseo de conocer las respuestas a las antiguas preguntas de «¿Por qué estoy aquí?» y «¿De dónde vengo?». Esas preguntas probablemente no estaban tan articuladas en mi mente como lo parecen al explicarlas aquí y ahora, pero me reconcomían, entonces igual que hoy, a algún nivel primordial e indefinido de mi constitución genética. En el interior de cada ser humano pensante y racional yace esa bruma nebulosa y sin respuesta que sale a la superficie cada cierto tiempo, anhelando obtener respuestas. Y pese a ello, durante la mayor parte de nuestra vida, avanzamos arrastrándonos a lo largo de los años, completamente inconscientes de que esos deseos arden en la profundidad de nuestro interior. Suprimimos, de manera subconsciente, cualquier idea salvaje y rara de que puedan existir respuestas más allá del reino de lo que pensamos que ya sabemos y aceptamos. Los seres humanos caminan por este mundo sintiéndose completamente desconectados del gran mundo y del universo a su alrededor. Hemos olvidado, como especie, cómo llevar cabo esta conectividad, y esto liga con todos los aspectos sobre cómo nos percibimos a nosotros mismos, a nuestros seres queridos, a nuestra política, a nuestros empleos y a nuestra carrera profesional, a nuestras deidades y a nuestro lugar en el orden de las cosas.

Por supuesto, al igual que muchos niños que crecieron en Estados Unidos a finales de la década de 1960 y en la de 1970, asistí a la escuela dominical (catequesis) y me hablaron de los orígenes del hombre desde la perspectiva del primer capítulo del libro del Génesis, y durante muchos años de mi vida ésa fue la única fuente a la que acudía, subconscientemente. Fue como si los relatos de la creación estuvieran asentados, desde hacía mucho tiempo, en esa mente de un niño pequeño que no se cuestiona cómo funcionan las cosas. Las curiosidades y las preguntas que surgieron más adelante en la vida desde las profundidades de la mente quedaron, de algún modo, aplastadas, sumariamente, por las enseñanzas que habían introducido en mi cabeza muchos años antes.

Pero poco podía saber yo (ya que era algo que nunca me enseñaron, sino que siempre lo pasaban por alto, lo evitaban, era algo sobre lo que informaban mal o que nunca mencionaban) que el mismísimo libro del que extraíamos dogmáticamente nuestro génesis u origen ocultaba mensajes secretos, misteriosos y codificados sobre los orígenes, las visitas y seres que no eran de este mundo. Lo que antaño se aceptaba sin preguntas como la sustancia mística, mágica y milagrosa de las antiguas historias bíblicas adoptó una perspectiva muy distinta una vez que me abrí a la idea de que esas historias contenían más cosas que las que me habían explicado y que había mucho más cociéndose bajo la superficie que lo que me habían enseñado.

Retírate, por un momento, a un lugar situado en algún punto de un pasado más sombrío, antes de los días de la disciplina psicológica moderna y los avances científicos. Una época en la que nosotros, la especie humana, creía que el destino, las enfermedades, las aflicciones y las casualidades fortuitas de nuestra vida estaban firmemente arraigadas en lo espiritual y lo sobrenatural. A medida que fuimos evolucionando en nuestra tecnología y nuestras ciencias, aprendimos más y más sobre la mente y el cuerpo, la expansión del universo y la entropía, la tectónica geológica y el movimiento de nuestro sistema solar alrededor de una estrella más o menos pequeña que ardía en la galaxia llamada Vía Láctea. A lo largo del camino, dejamos de lado nuestra confianza en lo etéreo, dejando en la cuneta nuestra necesidad de dioses, diablos y, en medio de todo ello, cada casta de ángeles, demonios y espíritus. Desconectamos, en conjunto, nuestros corazones, y dirigimos nuestra mente hacia el pragmático metodológico, permitiendo que la ciencia y el pensamiento escéptico suplantaran, de forma exitosa, a la fe en ese gran «algo mayor que nosotros mismos». El Hecho Cuantificable se convirtió en el sustituto inevitable del meollo brumoso del mito y la leyenda. Y aunque puede que no nos hayamos desprendido por completo de todo sin distinguir el grano de la paja, hemos logrado convertirnos, con éxito, en una cultura que descarta cualquier cosa que no pueda medirse con el método científico, echando a un lado las dispersiones relativas a la fe empírica e incluso cualquier adherencia a cualquier cosa que huela a un sistema de creencias espirituales más antiguo.

El empeño primordial que ocupa la mayor parte de la historia registrada de la especie humana (tras la historia de la guerra, que parece, lamentablemente, que es sinónima de la historia de la humanidad) es la gran cruzada en pos del descubrimiento: la búsqueda de los quiénes, los qués, los dóndes, los porqués y los cómos de nuestra existencia. Y pese a ello, mientras intentamos, en esa búsqueda, ceñirnos a fuentes estrictas y cuantificables, nos hemos desprendido de lo espiritual; lo inocuo, lo insustancial, los desechos transportados por el aire, que cuando, de hecho, los buscamos, parecen impregnar cada faceta del ser, hasta la misma chispa de la propia vida.

Por lo tanto, ¿qué sucede si las supersticiones obsoletas, que ya se nos han quedado pequeñas y que hemos desechado (las cosas relacionadas con los reinos no vistos y no deseados), tuvieran en realidad su base en algún tipo de verdad? ¿Qué pasaría si las banalidades supersticiosas que apartamos a un lado, hacia la amplia franja de nuestra posición escéptica y científica fueran, en realidad, el elemento probatorio de las cosas no vistas, la sustancia de un universo muy real que radicaba y funcionaba justo por debajo de la superficie del mundo visible y tangible que hay a nuestro alrededor? ¿Qué sucede si en realidad existe un código fuente viable y legítimo que, en ocasiones, encuentra su camino a través de la barrera que separa lo vaporoso de lo real. ¿Qué pasa si la ciencia no es la quintaesencia de este universo y en realidad estuviéramos rodeados de fuerzas del bien, el mal, la luz y la oscuridad? ¿Qué sucede si en realidad existen seres vivos y dinámicos que viven y funcionan por debajo del velo de la dimensión del aquí y el ahora?

Casi cada cultura antigua tiene sus crónicas, sus fábulas mitológicas de seres sobrenaturales que llegaron a la Tierra con el objetivo de entremezclarse con los humanos. Y de esos antiguos encuentros surgieron los muchos relatos subsiguientes de un Diluvio Universal ancestral impuesto por un dios o un ser superior con el fin de barrer la descendencia generada por el apareamiento sobrenatural entre esos seres y los humanos. En el conocimiento antiguo y pancultural se hace referencia a estos seres con el nombre de ángeles, demonios, espíritus, e incluso dioses. La pregunta que solicita respuesta es si formaban parte de alguna jerarquía espiritual de seres angelicales o demoníacos o si sólo se les etiquetó como tales por falta de un mejor conocimiento. ¿Estamos fijándonos en el contacto empírico de los humanos con los seres angelicales y demoníacos, o son estos indicadores sobrenaturales la única forma de etiquetado ilustrativo de la que disponía el hombre antiguo para comprender a quién y qué se encontraron y experimentaron? ¿Había seres sobrenaturales que descendieron y cohabitaron con los humanos, legando una descendencia de gigantes (tal y como afirman muchas culturas) o existe una conexión física y extraterrestre? ¿Había una puerta abierta desde otra realidad dimensional a través de la cual seres (que podrían ser descritos por el hombre antiguo como, nada más ni nada menos, que angelicales o demoníacos) visitaron este plano dimensional?

En algunos de los escritos apócrifos y no canónicos (aquellos libros excluidos de las Escrituras bíblicas por el concilio de Nicea, durante el reinado del emperador Constantino, en el año 325 de la era cristiana) se nos habla de un grupo de seres conocidos con el nombre de los «Vigilantes» u «Observadores» que «orbitaban» alrededor de la Tierra con el mandato divino de «vigilar» a la humanidad, pero que también deseaban hacerse cargo de la tarea autoimpuesta de descender a la Tierra para enseñar ciertas habilidades a los seres humanos, dando esto como resultado, en última instancia, una cohabitación y las relaciones sexuales. El resultado fue una raza que consistía en una progenie divina llamada nefilim.

La palabra nefilim encuentra su fuente en las Escrituras bíblicas, tanto canónicas como no canónicas, y ésa es la razón por la cual las investigaciones de este libro se centrarán en esos textos, por lo menos a modo de punto de partida. «Y había gigantes en la Tierra en aquellos días, y también después –dice el libro del Génesis– cuando los Hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron para sí mujeres de entre todas las que les gustaban». Los descendientes que surgieron se convirtieron «en los héroes de la antigüedad, hombres de renombre». La traducción literal de este pasaje dice algo así como: «Los Vigilantes llegaron y tomaron para sí a esposas humanas, tantas como querían. Sus hijos fueron los nefilim de la antigüedad, los gigantes». También pueden encontrase relatos de estos seres en el libro de Jaser o en el de los Jubileos, y en los Manuscritos del mar Muerto descubiertos más recientemente, El libro de los gigantes. Los antiguos irlandeses escribieron sobre dioses gigantes y brillantes llamados Tuatha de Danaan, que más tarde se convirtieron en los jefes élficos de la cultura popular y la mitología celta. Las culturas de Oriente Medio y de Mesopotamia tienen a los Anakim (Anunna/Anunnaki) y a los Refaim (junto con otros seres y razas a los que se describía como descendientes de antepasados nefilim gigantes. Las mitologías escandinavas hacen referencia al Niflheim, el submundo gobernado por la diosa Hel. Los Vedas y los Puranas hindúes hablan de un gigante-dios antediluviano (de antes del diluvio), Daitya, y de la raza de Andanari gigantes. Las culturas nativas americanas hablan de criaturas muy esquivas, gigantes, peludas y de pies grandes que vagan por los bosques de América, del mismo modo que las gentes que viven en las zonas montañosas del Tíbet explican leyendas ancestrales de criaturas igualmente huidizas y gigantes que viven en el Himalaya. Los antiguos griegos tienen a sus Titanes, y los antiguos sumerios disponen de su epopeya del diluvio de Gilgamesh, el gigante que era mitad dios y mitad humano. Aunque estos pueblos, religiones y culturas son muy diversos, sus mitologías de gigantes e inundaciones, pictografías y folclore parece que tienen vínculos comunes e históricos. En las siguientes páginas estudiaremos estos variados relatos y mitologías, extrayendo las conexiones y similitudes obvias (y no tan obvias).

Si, como yo, asististe a clases de catequesis de niño, se nos enseñaba que Dios envió un gran Diluvio Universal a la Tierra para aniquilar la «maldad de la humanidad», salvando sólo a un hombre virtuoso y a su familia junto con una pareja de cada especie animal que poblaba el planeta y con siete de aquéllas ritualmente puras. Todos se refugiaron en una barcaza durante unos ciento veinte días, esperado el final del diluvio y a que las aguas se retiraran. Esta misma historia se explica en muchas otras crónicas antiguas, con giros distintos en la trama y un elenco diferente de personajes; pero lo que es común a casi todas las historias es el relato sobre seres extraterrestres (de «extra»: procedente del exterior; y «terrestre»: de este mundo, de la Tierra) que descendieron a la Tierra con el fin de entremezclarse con los humanos y tener hijos con ellos. Y lo que es común a la mayoría de los relatos ancestrales es la ira de un ser superior que lanzó su «juicio» o castigo sobre la Tierra en un intento por destruir, como resultado de ello, a los descendientes híbridos, aunque aparentemente en vano, ya que se dice que estuvieron «en la Tierra en aquellos días, y también después».

Las tradiciones culturales de todo el mundo disponen de mitos y leyendas que hablan de seres angelicales que descendieron a la Tierra y se relacionaron con los seres humanos, llevándoles a algún tipo de destrucción cataclísmica y a nivel mundial de la humanidad que dejó muy pocos supervivientes. Cuando se compara el análisis de las lenguas usadas en los distintos relatos, surgen hechos descaradamente parecidos, que revelan características compartidas entre las diferentes fábulas culturales, corroborando un mito colectivo: seres de carne y hueso que fueron adorados como dioses se relacionaron con la humanidad de la forma más íntima.

Aunque existe una carencia de pruebas repetibles a nivel científico, existe un conjunto de historia registrada combinada con diversos textos de religiones existentes que constituyen un cuadro más amplio de razas y eventos antediluvianos. Como estas cosas no pueden cuantificarse con los estándares del método científico, ¿asienta la diversidad de relatos ancestrales algún tipo de prueba verificable de un híbrido entre razas interdimensionales o interplanetarias? Creo que sí, y es esto lo que abordaré en las páginas de este libro. Aunque los datos no son repetibles para la experimentación científica, las crónicas históricas hablan alto y claro. Cuando existen mitos tan localizados en regiones geográficas que se ven repetidos, una y otra vez, por otros mitos originarios de otras zonas geográficas muy lejanas, hay cierta metodología científica en juego. Hay un mensaje revelado.

Casi tan importantes como las referencias y las pruebas físicas y textuales son las implicaciones espirituales que pueden extraerse. Más allá de los relatos de seres gigantes y relaciones entre extraterrestres y humanos, tenemos la espiritualidad del asunto, que abarca los huecos que existen entre las teologías dogmáticas y las creencias sistemáticas mantenidas firmemente, generando una mayor interconectividad entre religiones, culturas y espiritualidades. Yo creo que hay mucho más por descubrir que lo que nos han revelado, y cuanto más conjeturemos, ponderemos, exploremos, investiguemos, estudiemos y meditemos sobre esta amplia variedad de escrituras, hechos, folclore, historias y escritos, más nos implicaremos en una disección y evaluación responsable de la existencia viviente y real de estos seres.

Ahora podrías muy bien preguntarte qué títulos y credenciales tengo para escribir tales cosas con un ápice de autoridad. Podría sustentarlo en mis años de formación incompleta y sin un título en la universidad de estudios bíblicos y mi programa de máster en el seminario como fuentes de buena parte de lo que he aprendido sobre las Escrituras bíblicas, pero como ya he mencionado antes, esa educación me dejó, sencillamente, haciéndome más preguntas sobre las cosas que no me habían enseñado. Si la exploración y el descubrimiento se encuentran en el centro de cada corazón y mente, entonces buscar las respuestas mediante el estudio y la investigación personales es lo que estoy presentando aquí en este libro. Todos somos eruditos, y todos tenemos la responsabilidad de buscar los hechos y la verdad hasta dar con ellos. Aunque, ciertamente, este libro nunca debería usarse como recurso digno de ser citado en relación con la verdad universal sobre estos asuntos, se trata del intento de un hombre por encontrar respuestas que no sigan, sencilla y ciegamente, los dictados de un sistema de creencia única. Pese a que este esfuerzo pueda representar mis primeros años de figuraciones especulativas pulidas por más años de estudios e investigaciones académicas, yo diría que se trata de una obra de mi corazón en contraposición con un tomo de un erudito considerado como la autoridad absoluta sobre los temas contenidos en él. Tengo muchas más preguntas que respuestas, pero estas páginas representan una investigación fundamentada y honesta que te conducirá (eso espero) por el camino de tus propias conclusiones y descubrimientos.

Hay muchas más cosas ahí fuera que las que nos han enseñado. Hay muchísimas cosas ahí fuera que descubrir, desvelar y tratar de localizar.

Y además tenemos esa vocecita tranquila.

Mi amigo Craig Hines, autor de Gateway of the Gods, hizo referencia en su libro a una «vocecita tranquila» que le había estado hablando (no de forma audible, sino en la profundidad de su subconsciente) y diciéndole que «cuadrara el círculo». Al igual que Craig, he luchado por buscar y encontrar las respuestas a preguntas que se encuentran a una mayor profundidad de lo que parece hallarse en la superficie. Durante toda la vida he sabido que hay algo que yace más allá de las fronteras de lo familiar, que llega mucho más lejos que las teologías sistemáticas y los dogmas arraigados. Antes de conocernos en persona, encontré en Craig, mediante el vehículo de sus escritos, un aliado capaz e involuntario en mi búsqueda para hacer que la piqueta cuadrada de mi búsqueda encajara en el agujero redondo del universo.

Hay un pasaje del Antiguo Testamento en el que al profeta Elías, que deseaba encontrarse cara a cara con Dios, se le muestra una secuencia fenomenal de eventos divinos que suceden delante de él mientras se encuentra de pie en la grieta de una pared de roca: viento, terremoto y fuego. El sonido de la teofanía era abrumador, pero fue sólo con la tranquilidad palpable posterior al desastre cuando Dios habló en el sonido del silencio puro. Es ese mismo silencio sorprendente, esa «vocecita tranquila», la que ha susurrado en el oído de Craig y en el mío. Cuando experimentas la quietud calmada de una comprensión reveladora de que los puntos aparentemente aleatorios conectan, un cuadro completo empieza a materializarse y aparece la vista íntegra. Como resultado de ello, tanto Craig como yo hemos, en cierto sentido, tropezado con la conclusión de que se nos ha pedido «cuadrar el círculo»: algo que Craig me recordó en su nota manuscrita privada en la primera página de un ejemplar de su libro, Gateway of the Gods, que me regaló.

Durante la mayor parte de mi vida he insistido en que, tal y como vivimos y moramos en un mundo natural, vivimos y moramos en un mundo sobrenatural. Lo natural y lo sobrenatural son lo mismo, y no existen ni funcionan con independencia el uno del otro. De hecho, no hay un «sobrenatural», sino sólo el mundo y el universo reales que tenemos a nuestro alrededor que viven, respiran, fluyen y refluyen en sus propias formas misteriosas. Para mí, este libro tiene que ver con asumir los esfuerzos religiosos del hombre por explicar lo que no se comprende y encontrar un mejor conocimiento acerca de cosas sobre las que antes pensábamos que sabíamos todo lo que se tenía que saber. Cuadrar el círculo es mi entendimiento de que todas las cosas están conectadas, que todas las espiritualidades están conectadas en una gran red de conocimiento sobre quiénes somos, adónde vamos y cómo se supone que llegaremos allí. Quiero que este libro se convierta en otro esfuerzo para alcanzar esa ecuación, y puede que incluso haya teorías postuladas en estas páginas que provoquen que hagas una mueca, como si te hubieras quedado en pausa, mientras intentas asimilar la información y las conclusiones ofrecidas.

El hombre antiguo fue visitado por seres de otra dimensión, o procedentes de una estrella lejana, que se entremezclaron, reprodujeron, esfumaron y en algunos casos reemergieron en su interacción con la especie humana. Quedan vestigios y pruebas, en todo el mundo y cada cultura, y todo lo que tenemos que hacer es fijarnos. Los antiguos textos bíblicos y apócrifos nos dicen que los nefilim «estuvieron en la Tierra en esos días, y también después…», y «tal y como fue en la época de Noé, así será [al final de los días]».

Por lo tanto, relájate en tu butaca de lectura favorita, toma tu diminuta lamparita de pinza para libros y devora, absorbe y medita. Muestra tu acuerdo o tu desacuerdo. Por encima de todo, examina y disecciona los materiales contenidos en este libro yendo a ese lugar en el que los adornos de la esterilidad social no puedan alcanzar tu deseo de ver las cosas con unos ojos «más antiguos». Rechaza lo que crees que sabes y observa el mundo y el universo que tienes a tu alrededor con una mirada más fresca, aunque antigua y satisfecha. Saca tus conclusiones basándote en una amplitud de miras, para saber, en lugar de para permitir que lo actual dicte hacia dónde tienes que conducir tus creencias. Hazte preguntas y busca las respuestas a esas preguntas. Disfruta y pregúntate cómo puedes encontrar una forma de cuadrar el círculo.

Capítulo 1

La todopoderosa ciencia

La ciencia está construida con hechos, tal y como una casa está hecha de piedras, pero una acumulación de hechos no es más ciencia que un montón de piedras una casa.

Henri Poincaré, La ciencia y la hipótesis, 1905

Pasé mucho tiempo experimentando cuando tenía ocho años… ordenando a las piedras que levitaran: «Abracadabra». Nunca funcionó. Echaba la culpa a mi pronunciación.

Carl Sagan

Así pues, tengo este montón de piedras, cada una de las cuales representa un hecho científico que podría usarse para construir unos cimientos sólidos de lo que llamo la «casa de los orígenes de la humanidad». Pese a ello, siguen constituyendo una pila desordenada, ya que, aunque cada piedra pueda ser individualmente factual, quizás estén unidas sólo con una argamasa consistente en hipótesis, basándose en la presuposición de que los humanos descendimos de formas inferiores de primates, que a su vez evolucionaron a partir de especies acuáticas incipientes que, a su vez, evolucionaron a partir del lodo primigenio. Aunque estos hechos individuales pueden, de hecho, constituir mi montón de piedras, no pueden formar unos cimientos indestructibles, ya que carecen de una coherencia concreta y sólida como el hormigón. Así pues, la casa permanece en su fase arquitectónica, sin construir. Sabemos dónde queremos colocar las piedras, pero no estamos seguros, todavía, de cómo encajan todas ellas juntas.

La ciencia, tal y como la conocemos, se define como una rama del conocimiento o el estudio del mundo físico o material, que se ocupa de un cuerpo de hechos y/o verdades ordenadas sistemáticamente, que muestra el funcionamiento de las leyes generales aprendidas mediante la observación y la experimentación, reflejando una aplicación meticulosa de dicho hecho y/o principios. La ciencia consiste también en la observación, la identificación, la descripción, la investigación experimental y la explicación teórica de fenómenos que se restringen a la categoría de los fenómenos naturales.

Aunque la ciencia está descubriendo hechos sobre especies divergentes que, a nivel hipotético, demuestran una mutación en la especie, sigue careciendo de ese vínculo definitivo que dé como resultado la exclamación «¡Eureka!».

Esto no invalida los hechos (ese montón de piedras metafórico), pero ciertamente siembra el caos en la hipótesis propuesta.

Para continuar con mi construcción de la casa de la humanidad: la ciencia ha demostrado que existen cinco características que distinguen al hombre de otros homínidos: un neocórtex de gran tamaño, el bipedismo, una dentición anterior reducida con dominio de los molares, una cultura material y un comportamiento sexual y reproductivo singular.1 La ciencia todavía tiene que demostrar que las variantes descubiertas son conexiones reales con la especie humana. Todo lo que sabemos con certeza es que los científicos han descubierto distintos tipos de restos óseos prehistóricos fosilizados, lo que les ha llevado a concluir que están corroborando la línea de ascendencia evolutiva humana, aunque con muchos agujeros en la progresión, y por lo tanto sin vínculos reales. Pero están rematadamente seguros de que tienen razón en sus hipótesis.

Lo que la ciencia y sus practicantes han demostrado es que existen fósiles que aportan pruebas irrefutables de que distintas especies de homínidos caminaron por la Tierra en nuestro pasado primigenio. Lo que han hipotetizado es que están, todos ellos, relacionados con la evolución humana. Incluso los hallazgos de ADN son, en el mejor de los casos, interpolados a partir de lo que los científicos creen que parece estar, en cierto sentido, relacionado con el ADN humano. Recorren el tramo para llegar a este vínculo basándose solamente en la «esperanza» fundamentada de que «probablemente sea así», a pesar de no disponer de pruebas para alcanzarlo sin el más mínimo género de duda. ¿Y acaso no es ésta la misma forma en que los creyentes religiosos se aferran a su versión particular de Dios?

La ciencia tiene una relación amorosa consigo misma. Le encanta sacar pecho y declarar públicamente en favor de sí misma (tal y como hacen muchas religiones), pese a que en los últimos ciento cincuenta años de investigación tras la publicación de El origen de las especies de Darwin en 1859, los hechos que ha acumulado no le ha hecho conseguir superar su punto de partida: su suposición fundamentada de que todos esos hallazgos están, de algún modo, relacionados, demostrando que una cadena intacta de mutación evolutiva dio como resultado al hombre actual.

Aunque la ciencia ha hecho grandes avances en la búsqueda de la identificación de vínculos en la línea de la evolución humana, también se ha visto forzada a asumir saltos cuánticos de fe para acatar las hipótesis preestablecidas. Por supuesto, los miembros de la comunidad científica no lo llamarían fe, pero ésa es la consecuencia práctica.

En un sentido muy real, la ciencia (y uso aquí el término ciencia como representativo del colectivo acumulado de conocimientos, hipótesis, investigaciones y conclusiones encarnados en una única entidad/palabra) se alzó para encontrar e identificar los hechos, y ha establecido su propia «verdad» en un deseo, a veces público y en ocasiones inconsciente, de evadirse de las creencias espirituales y religiosas. La espiritualidad existió mucho antes que la ciencia consolidada, pero en algún lugar de las mismísimas raíces del conocimiento, la ciencia entró en acción tan pronto como alguien alzó la cabeza y dijo: «Hummm. Conozco las estrellas y los restos placentarios de la Gran Diosa en el cielo, dando a luz al sol y a la luna. Pero… ¿es esa sólo una historia o hay algo más…?».

El gran conflicto: la ciencia versus la religión versus la ciencia versus la fe

Ha existido un conflicto entre la ciencia y la espiritualidad (la razón versus la fe) desde el principio de la historia, y parece que esa batalla continuará hasta el fin de los tiempos. Para muchos de los que trabajan en los campos científicos, existe la necesidad de erradicar todo lo que no sean hechos, incluyendo la espiritualidad basada en la fe o sus prácticas religiosas organizadas, además de una negación (por lo menos a nivel intelectual) de que entre en juego alguna fuerza divina y poderosa en el universo.

De acuerdo con el biólogo evolutivo Richard Dawkins, los científicos nunca necesitan basarse en la fe, por lo menos «no en el sentido de la fe que significa la creencia en algo de lo que no existen pruebas».2 Dawkins, que es un autoproclamado ateo, dice que, por su parte, cualquier expresión de «fe» se basa, exclusivamente, en el método científico. Está de acuerdo con Dawkins el icono escéptico de la cultura pop, James Randi, que es, por oficio, un mago que actúa en escenarios y un científico escéptico. Se ha hecho todo un nombre desacreditando lo paranormal y lo pseudocientífico, lo que no es, en sí mismo, una cosa mala. Randi dice, cuando habla de su experiencia cuando lo expulsaron de la escuela dominical (catequesis) cuando era niño: «Soy ateo demostrado».3 Desde entonces, ha dedicado su vida y su carrera a encontrar formas de demostrar que la ciencia es el factor esencial cuando se trata de las grandes controversias que rodean a las grandes cuestiones de la fe, la religión y los grandes y misteriosos aspectos desconocidos de la vida y el universo.

El credo de Carl Sagan, que se ha convertido en el ampliamente adoptado credo del escéptico, afirma que «lo extraordinario requiere pruebas extraordinarias».4 En ese mantra, los científicos escépticos que siguen su agenda han erradicado la necesidad de cualquier tipo de creencia basada en la fe, excepto la de sus propios saltos de fe exponenciales en la ciencia y el método científico, tal y como se ha demostrado anteriormente con la incapacidad de encontrar y asentar el «eslabón perdido». Estos mismos escépticos denigrarán por un lado la fe, la religión y la espiritualidad, considerándolas obsoletas y carentes de razón, mientras que, por otro lado, aceptan como hecho las presuposiciones y las teorías todavía no demostradas de cosas como la ascendencia evolutiva. En un sentido muy real, el científico y el ateo escéptico acérrimo han censurando la fe, asentado el escepticismo científico como el nuevo sustituto de la fe, y en su propia lógica se ha declarado, inconscientemente, la nueva religión.

La definición de religión es:

1. Un conjunto de creencias relativo a la causa, la naturaleza y la finalidad del universo, en especial cuando se las considera la creación de un agente o agentes sobrenaturales, que generalmente implica la observancia de oficios religiosos y rituales y que, con frecuencia, contiene un código que gobierna la conducta de los asuntos humanos con un intenso énfasis en la práctica.

2. Un conjunto concreto y fundamental de creencias y prácticas por lo general acordadas por un número de personas, sectas o colectivos.

3. El grupo de personas que acata a un conjunto concreto de creencias y prácticas: un consejo mundial de religiones.

4. La vida o el estado de un monje, una monja, etc.: ingresar en la religión.

5. La práctica de las creencias religiosas; la observancia ritual de la fe.

6. Algo en lo que alguien cree y que sigue con devoción; un aspecto o asunto de ética o consciencia: hacer una religión de combatir los prejuicios.

7. Arcaico. Ritos religiosos.

8. Arcaico. Fidelidad estricta; devoción: un culto al voto de uno.5

Existen una causa y una naturaleza que son reconocidas por la comunidad científica, y ésta muestra un respeto devotamente riguroso a su práctica «religiosa», pero parece que, en conjunto, se queda corta cuando se trata de reconocer un punto de vista espiritual, y colisiona de forma épica con la religión y la espiritualidad. La verdadera mentalidad escéptica y científica debería reconocer más apropiadamente el carácter «desconocido» subyacente a la religión como si fuera un territorio sin descubrir, y en lugar de eliminarla por completo del discurso y la aceptación, situarla, de forma más adecuada, en la categoría de «cosas que no conocemos con seguridad». La comunidad científica, en un intento agresivo por eliminar (o por lo menos reducir) el papel de la religión y la espiritualidad en el terreno de juego, se ha establecido, en un sentido muy real, como la autoridad en todas las cosas que no se pueden verificar. Dawkins etiqueta, una vez más, a la religión de «basura», y al hacerlo se eleva a sí mismo y a sus colegas científicos al estatus de «dioses seglares». Cuando la religión es depuesta por una mentalidad en conflicto, esa mentalidad se promociona a sí misma hacia el elevado escalón de la sustituta de Dios.

La Iglesia de los escépticos

Tengo un amigo que es escéptico, un verdadero creyente en la ciencia y el escepticismo, un devoto de Michael Shermer. He visto a este amigo evolucionar durante los últimos veinte años (o «desevolucionar», según como veas las cosas) de ser un católico, apostólico y romano a ser un ateo escéptico irreductible, tanto que ahora me refiero a él, amigablemente, como un «reverendo de la Iglesia de los escépticos». Se le ponen los pelos de punta con este apodo, pero se lo toma tan a la ligera como el estilo con el que se lo lanzan. Al mismo tiempo, también es un representante del tipo de escéptico que tiene menos interrogantes verdaderos que cinismo inconsciente despliega. Y digamos, para que conste, que yo también tengo una mente escéptica, pero mi escepticismo no ha cruzado la frontera de la fidelidad arrogante tan sólo a aquellas cosas que puedo demostrar mediante el método científico. La ciencia y el escepticismo también deben ser atemperados por una actitud de querer descubrir, aprender, crecer y conocer, y no considerarse como un punto de partida de total negación de cualquier cosa que quede fuera de la ciencia demostrable.

«Las amenazas para la dignidad y la integridad humanas están siendo redobladas hasta alcanzarse niveles extraordinarios de estrés, cuando lo que más necesitamos es sabiduría», dice David Gelernter, gurú de los ordenadores de Yale,6