El juego del cubo - Mayde Molina Jurado - E-Book

El juego del cubo E-Book

Mayde Molina Jurado

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Beschreibung

Una joven viajera emprende un viaje a Shiraz que transformará su vida. Allí conoce a un sabio sufí que la guiará hacia otro lugar aún más fascinante: el que revela los secretos de su mundo interior. ¿Puede un juego ancestral descubrirnos cómo somos ante los grandes retos de la vida? ¿Y si el poder de tu imaginación te llevara a conocerte mejor y moldear tu destino? ¿Te gustaría ver el lienzo de tu vida? El juego del cubo es una poderosa herramienta que te ayudará a conocerte mejor para tomar el control de tu destino.

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Seitenzahl: 82

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Puede consultar nuestro catálogo en www.edicionesobelisco.com

Colección Espiritualidad y Vida interior

EL JUEGO DEL CUBO

Mayde Molina y Amir Zare

1.ª edición en versión digital: enero de 2022

Corrección: M.ª Ángeles Olivera

Diseño de cubierta: TsEdi, Teleservicios Editoriales, S. L.

Maquetación ebook: leerendigital.com

© 2022, Éditions Quintessence

(Reservados todos los derechos)

© 2022, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-832-9

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

El juego del cubo

Créditos

Un cofre por abrir

La llegada a Shiraz

Un viejo perfume

Kansbar, el señor del tesoro

Un lienzo en blanco

El juego

Nota de los autores

Lo que he visto en el desierto

La lectura del desierto

El mirador de la vida

La lectura del cubo

Un turbante en el cielo

La lectura de la escalera

La lectura del caballo

El carnaval del amor

Fuego sobre fuego

La lectura de la tormenta

El oráculo del pájaro

La lectura de las flores

Vidrieras al amanecer

El mensaje de Hafez

El cuaderno del cubo. Claves para leer e interpretar el juego

El significado del desierto

El significado del cubo

El significado de la escalera

El significado del caballo

El significado de la tormenta

El significado de las flores

La vida, como el juego del cubo, es siempre un libro abierto

Agradecimientos

«Todo es un tablero de ajedrez de noches y días,

donde el destino, con hombres como piezas, hace su juego».

OMAR KHAYYAM

«Conocerse a uno mismo no es garantía de felicidad,

pero está del lado de la felicidad,

y puede darnos el coraje necesario para luchar por ella».

SIMONE DE BEAUVOIR

Un cofre por abrir

Todo empezó en una tienda de antigüedades del barrio judío de Barcelona. Nuestros pasos nos habían llevado hasta allí como si supieran más que nosotros.

Ciertamente, buscábamos un regalo para un amigo muy singular, viajero empedernido y coleccionista de arte. Nos había invitado a su casa para una celebración y aún no habíamos encontrado nada adecuado para él.

No es una persona a la que se agasaja con un dulce o una botella de vino.

Maestro en al arte de las fiestas y gran contador de historias, el obsequio que le lleváramos tenía que ser tan único como su espíritu.

La intuición nos hizo entrar en aquel espacio que resultaba angosto por la gran cantidad de objetos que se acumulaban. Como si el mundo entero estuviera allí representado, cada rincón agrupaba artículos de una misma procedencia: reliquias católicas, máscaras e instrumentos africanos, figuritas del lejano Oriente, lámparas Tiffany y otras piezas de art noveau.

Paseando entre aquella caótica colección, ambos nos detuvimos a la vez delante de una estantería. Allí reposaba un solitario cofre de madera labrada con ornamentos geométricos, algunos ya borrados por el tiempo. Por su tamaño modesto, parecía destinado a guardar joyas.

Había captado nuestra curiosidad sin motivo aparente, como si el cofre tuviera sus razones para reclamar atención.

El anciano a cargo del negocio se dio cuenta de nuestro interés y se acercó sigilosamente para decir:

—Esta cajita viene del sur de Persia. Aunque está trabajada con minuciosidad, el objeto en sí no tendría valor… si no fuera por su propietaria.

Al preguntarle ambos qué había querido decir con eso, el anticuario aclaró:

—Llegó hasta aquí junto con las pocas posesiones de la artista a la que perteneció. Debe de ser de las pocas mujeres europeas que han vivido por su cuenta en Irán. Y, además, fotógrafa y escritora.

Eso nos convenció de que aquel era el regalo que llevaríamos a nuestro amigo. Mientras pagábamos un precio muy razonable por el pequeño cofre, intentamos abrirlo sin éxito. Aunque no estaba cerrado con llave, la humedad y el tiempo habían soldado la tapa al resto de la caja.

Como aún faltaban un par de horas para el encuentro, hicimos escala en una tetería del barrio, donde además de servirnos dos tés a la menta nos prestaron un cuchillo.

Lo utilizamos para hacer palanca en la ranura hasta que por fin se abrió. La tapa hizo un crujido seco, como una puerta sellada durante mucho tiempo que por fin revela sus secretos. Dentro del cofre había un viejo cuaderno con tapas de tela ámbar.

Sin duda, había pertenecido a la misteriosa artista.

La llegada a Shiraz

Hace tiempo que mi vida ha dejado de tener sentido. Soy como una cometa rota que avanza y retrocede con los embates del viento. En apariencia lo tengo todo para ser feliz. Poseo, por familia, una situación acomodada y soy libre. Libre y perdida como esa cometa sin rumbo.

Varios periódicos y revistas publican mis reportajes, lo cual me dicen que es notable siendo mujer. No hay nadie que mande sobre mí, aunque mis padres y unos cuantos amigos han intentado convencerme de que no emprendiera este viaje. Los tambores de guerra suenan ya en Europa, y dicen que es cuestión de tiempo que la locura del Führer supere las fronteras de Alemania.

Por supuesto, todos saben que es imposible persuadirme de que me quede en casa, escribiendo aburridas crónicas de sociedad. Justamente porque siento que mi vida no tiene sentido, necesito viajar como el aire que respiro.

Es por eso que estoy aquí, en este coche averiado a las puertas de Shiraz. La que fue en un tiempo la capital de Persia es hoy la ciudad de los poetas, del vino, las rosas y las luciérnagas.

El chófer me dice en un francés casi incomprensible que tendremos que caminar. El mecánico más cercano está a muchas millas de aquí. Nadie vendrá a buscarnos. Mientras carga con la mayor parte del equipaje, me recomienda que me tape la cabeza como un beduino.

—Hombres malos si saben que tú mujer.

Llevo el pelo corto y pantalones, así que muchos aquí piensan que soy un chico. Un europeo loco en busca de aventuras en la provincia de Fars.

El sol del mediodía convierte el camino en un infierno polvoriento. El aire es tan caliente que cada bocanada de oxígeno me quema por dentro. La luz deslumbrante hace que las cúpulas lejanas de Shiraz reverberen como un espejismo en el desierto.

El chófer ha prometido llevarme a un hospedaje cercano a la Mezquita Rosa, pero me parece que un mundo nos separa de allí.

Tengo el estómago revuelto por el largo viaje y siento como si la cabeza me fuera a estallar. Y este calor inhumano… No hay una sola nube. Escribo estas líneas bajo un toldo miserable, mientras aguardamos a que traigan unos borricos que cargarán con el equipaje.

Una anciana sin dientes me ha acercado un cántaro para que beba agua. Al descubrirme el rostro para tomar un sorbo, se ha echado atrás con espanto. Ha descubierto que, además de extranjera, soy mujer.

Me gustaría hablar farsi para decirle que viajo sola con la esperanza de encontrarme conmigo misma.

Un viejo perfume

Tendida en la cama, con el cuerpo empapado de sudor, apenas recuerdo nada de lo que sucedió. Las imágenes se entremezclan en mi mente con sueños que parecen más bien delirios.

Sólo sé que, al pasar junto a las primeras casas que preceden la ciudad, la frente me ardía y empecé a perder la visión. Tuve que apoyarme en una pared encalada, mientras sentía que todo daba vueltas a mi alrededor. Pero ya era demasiado tarde.

Un perro ladró con voz afónica.

Justo después sentí que me hundía en la oscuridad.

Al despertar, estaba totalmente desorientada. No sabía dónde me encontraba ni qué hora era.

Una luz cálida se filtraba por la celosía de madera que cubre la ventana. A los pies de mi cama hay un banco con una jofaina de porcelana y, al lado, unos paños doblados.

Una mujer ha entrado en la alcoba y me ha sonreído mientras me hacía una suave reverencia. Lleva un hiyab oscuro. Su rostro es dulce y atemporal. Debe de tener cerca de sesenta años, o quizás sea mayor.

—Yo Anahi. Usted no preocupar, todo bien. Mi hijo habla francés.

Ha empapado uno de los paños y lo ha pasado suavemente por mi rostro, mi pecho y mis brazos. Creo que me ha bajado la fiebre, aunque aún me siento entumecida.

Al terminar de secarme, me ha acercado agua en una vasija de barro.

—¡Beber! Agua buena de montaña.

Luego ha dado unos pasos para abrir la celosía y he alcanzado a ver en el horizonte lo que me ha parecido una árida cordillera.

De un pequeño armario ha extraído un frasquito de cristal rosado. Ha vertido en un pañuelo de algodón parte de su contenido y lo ha pasado por mis sienes, dando unos pequeños toques también en mis muñecas. Es agua de rosas. Ese aroma me ha transportado a mi infancia, a la casa de mi abuela materna y a sus abrazos, siempre con fragancia de pétalos.

Ahora se oye la voz de un niño a lo lejos y el piar de los pájaros que se recogen en un árbol cercano. Está cayendo la tarde.