Lienzos de otoño - Ángela G. Sanjuán - E-Book

Lienzos de otoño E-Book

Ángela G. Sanjuán

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Beschreibung

«Era un cuadro con alma, una historia; una historia amarilla, naranja y roja. Una historia de otoño y nostalgia, de amor de antes y de ahora. Era pasado y esperanza, un rayo de luz asomando entre las hojas.» Lila tiene el corazón roto y un futuro que la ahoga. Necesita encontrarse, así que decide volver al lugar donde fue feliz, donde siempre será libre. A su pueblo. Allí, encuentra las cartas que guardaba su abuelo Martí. Y en ellas descubre un tipo de amor distinto al que ella conoce. Un amor dulce e inocente marcado por la represión y la injusticia. El camino de Lila avanza entrelazándose con los recuerdos de Martí, como si a través de aquellas cartas, su abuelo la hubiera guiado hacia una nueva oportunidad. Esa que ella estaba buscando. Lienzos de otoño es un viaje a través del tiempo donde pasado y presente confluyen, donde el destino cobra sentido y el amor triunfa por encima de todas las cosas. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Ángela García Sanjuán

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Lienzos de otoño, n.º 328 - junio 2022

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S. A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-774-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

A los que aún no encuentran el momento.

Capítulo 1

 

PRIMERAS PINCELADAS

 

 

 

 

 

Una tarde naranja con reflejos dorados colándose entre la pobre melena de los chopos. El río se escucha todavía cuando cierras los ojos y una imagen se activa en la memoria para aislarte del mundo…

—¿Cómo era ella?

—Era… —Miró hacia el cielo para pensárselo un poco.

—¿No te acuerdas? —pregunté.

Empezó a toser mientras reía.

—No la olvido —respondió mientras surcos de amabilidad se acentuaban en sus ojos—. Ella era como pintar sin salirse.

Una exclamación de asombro salió de mi boca. En aquel entonces, nada era más hermoso —ni más difícil— para mí.

Volvió a reír.

—Pero vivió un tiempo que no le correspondía, en un lugar que no era capaz de entenderla, así que llenó el mundo de garabatos.

—¿Y cómo era ese lugar?

—Gris, pequeña Lila. Aunque la gente lo pintaba con murales de recuerdos. Los valientes salían con sus pinceles dispuestos a vivir y los prudentes aguardaban entre sueños de colores. Pero esa nube… esa nube de tinta lo cubrió todo.

Complicado comprenderlo en aquel entonces, más difícil todavía olvidarlo. Cuando tienes seis años y te gustan los cuentos, aunque no entiendas lo que dice tu abuelo, tus oídos graban las sensaciones que producen sus palabras. Fueron pocos veranos los que pasé junto a sus historias, pero han pasado tantos años y siguen tan vivos, que me pregunto… ¿eran solo eso? ¿Historias?

Capítulo 2

 

LILA

 

 

 

 

 

Vestido azul, zapatos lima y vida de cualquier color menos rosa.

La boda de Olivia estaba siendo de ensueño. Incluso yo, desde mi característica amargura, era capaz de sentir envidia sana de aquel amor. Todo el mundo emocionado, mis amigas eufóricas y yo… disimulando.

Pronto me iría al pueblo a pintar durante unos días. A pintar montañas, paisajes, vida más allá de las personas… Pintaría aquello que no me hiciera daño, aquello que me recordara que merecía la pena vivir a pesar de lo malos que podían ser algunos; de lo malo que podía ser él. Y quizá también aprovechara para pensar si Quim tenía razón, si sería verdad que nadie querría estar conmigo. Nadie que no fuera él, claro.

Pero, de momento, estaba allí, protegida por mis amigas de toda la vida y haciendo un esfuerzo por no joderle la fiesta a ninguna de ellas. Lo intentaría con todas mis fuerzas, de verdad, aunque todos sabemos que una boda no es el mejor lugar donde ir después de dejarlo con tu pareja de tres años. Especialmente si esta ha resultado ser una auténtica mentira. Así me sentía, es decir, eso pensaba cuando me daba cuenta de que no sabía cómo sentirme.

Mi ex —todavía me resultaba difícil llamarle así— estaba presentándose por primera vez. Como si volviera a conocerlo. Como si el Quim que había pasado los últimos años conmigo fuera una construcción de mi mente, un producto de mi imaginación. Sí, seguramente lo fuera. Seguramente lo había idealizado mientras ignoraba todas y cada una de las banderas rojas. Todas-y-cada-una.

Y ahora tenía que estar sola. Ningún drama. Él ya me había dicho que no podría hacerlo, que era demasiado dependiente, que no sabría estar sin él, aunque… Bien, era difícil, pero no estaba tan mal. A pesar de eso, todavía me resultaba complicado verme a mí misma como una mujer libre y empoderada. No porque me hiciera falta ninguna pareja, sino porque me sentía demasiado pequeña. Desde siempre.

Entonces, mi mano tomó el control para llevarme un poco de vino a los labios. Un sorbito que me ayudara a tragar aquellas inseguridades.

Volviendo a la realidad, encontré a mis amigas comentando lo preciosa que estaba Olivia. Dios mío, qué cierto era. Jamás había visto nada semejante. Quizá fuera por la magia del momento, por la multitud que se conjugaba en un asombro general, pero mi amiga irradiaba una luz capaz de guiar a cualquier barco en la más intensa de las tormentas. Un faro de amor. Sí, eso era aquella pareja. Porque Matías también iba perfecto, más guapo de lo habitual con aquella mirada de bobo embelesado por la despampanante mujer con la que, a partir de entonces, se comprometería para siempre.

Me sorprendí a mí misma sonriendo mientras observaba cómo ambos se daban un beso. La gente reía, aplaudía y vitoreaba a los novios. Me sumé a ellos como si fuera parte de la fiesta, pero algo seguía lejos. Yo seguía lejos…

Tres años de relación me pesaban en la espalda. Tres años tirados a la basura en los que había estado construyendo algo que pagaría por hacer desaparecer. Sus palabras continuaban persiguiéndome, mi cabeza todavía espantaba las moscas que revoloteaban en su interior, las moscas que habían acudido a toda la mierda que soltó Quim antes de marcharse. En realidad, empezó a soltarla apenas llegó, solo que yo no me había dado cuenta hasta entonces.

Mila me dio un codazo. Justo en el instante perfecto, porque las moscas estaban a punto de hacerme llorar y no era el momento. No, jamás volvería a ser su momento. Once meses después, empezaba a ver la luz al final del túnel, la luz más allá de mi ansiedad, de mis sesiones de terapia, de mis kilos de más, de mi apatía infinita…, la luz más allá del energúmeno de mi ex.

—Nos toca —dijo Mila sonriente.

Joder, lo había olvidado. Me había pasado la boda rezando porque la barra libre empezara lo más pronto posible y resultó que se me había pasado por completo recordar que, antes de eso, antes de ponerme hasta arriba de tequila, tendría que salir delante de todos a cantar para mi amiga.

El vino no era suficiente para ayudarme a soportar el pánico. Todo el mundo nos miraba, Olivia sonreía con los ojos llenos de lágrimas; sus amigas de toda la vida estaban a punto de dar un memorable espectáculo. Porque —y atención a esto— no cantábamos bien, ni siquiera de forma aceptable, pero Raquel creía que sí. Y era muy difícil hacer cambiar de opinión a alguien como ella.

Había montado todo el espectáculo, había elegido la canción, había cambiado la letra e incluso había convencido a Carmen para que saliera a interpretarla. Convencernos a Mila —que se apuntaba a todo— o a mí —que no tenía fuerzas para negarme a nada— no era una misión complicada, pero Carmen… Ella era otro rollo. Mi amiga era la mujer más seria que podías echarte a la cara, un sentido del humor muy negro y una capacidad para ser borde que, a veces, me resultaba envidiable. Y sin embargo allí estaba, vestida de rojo y con un micro en la mano.

Cantamos la canción con la letra que Raquel había inventado, mientras un montaje con fotografías de nuestra más tierna infancia se proyectaba a nuestras espaldas. Pasamos el apuro con más o menos éxito. Al fin y al cabo, ella cantaba y las demás hacíamos los coros. No sabía por qué me había preocupado tanto, estaba claro que Raquel iba a autoproclamarse el centro de toda atención. Y la verdad lo agradecía.

Entonces, antes de que pudiera seguir con mis planes de correr hacia el camarero para que me llenara la copa de vino hasta arriba, escuché las risas de todos los presentes. Me di la vuelta y observé que la proyección de fotos no había terminado. La infancia había sido adorable con nuestros lazos y coletas, pero la adolescencia era una etapa oscura que no teníamos la necesidad de rememorar y, mucho menos, frente a todos aquellos desconocidos. Nos conocíamos desde antes de que pudiéramos recordar y estábamos en su boda; amigas de toda la vida, el concepto estaba claro, ¿no? ¿Por qué incluir aquellas vergonzantes imágenes en las que parecíamos auténticos gremlins mojados que, encima, se creían guapos?

Suspiré y reemprendí el paso hacia la mesa dando la espalda a aquel vídeo endemoniado. Ni siquiera quería saber quién de mis amigas había enviado la foto de mi primer botellón. Yo había sido buena, envié fotos decentes, no había incluido ninguna de cuando Raquel decidió cortarse el flequillo ella misma o de la época en la que Mila se llenaba el cuerpo de tatuajes de pega porque decía que así se encontraba más sexi. Pero quien quiera que hubiese sido, desde luego, se había coronado. Las cinco en un aparcamiento —mejor no comento los outfits— con los ojos bizcos, las manos cargadas de cubatas y botellas de vodka de todos los colores a nuestro alrededor. Más el Jäger. Sí, con Mila nunca faltaba el Jäger.

Me bebí de un trago la copa mientras pensaba en qué me molestaba exactamente de aquella foto, si las pintas que llevábamos, o recordar lo inocente que era entonces, lo limpia que me sentía, lo entera que estaba antes de que aquel desgraciado me hiciera sentir como el ser más minúsculo del planeta. Quizá lo que me molestara fuera comprobar que seguía teniéndolo presente. Suspiré de nuevo mientras el camarero ya avanzaba hacia mí sin tener que llamarlo. El vino, esta vez, me ayudó a tragar mis recuerdos.

—Llevas buen ritmo —dijo el chico al tiempo que me llenaba la copa.

—Odio las bodas… —respondí haciéndole un gesto para que la llenara más mientras rezaba porque Olivia no me hubiera escuchado decir aquello en la suya.

Mi amiga había estado algo susceptible durante los últimos meses con respecto a la boda, si se enteraba de que estaba odiándola —incluso inconscientemente—, no me lo perdonaría.

—Entonces, nunca trabajes en ellas. —Me guiño un ojo—. No lo soportarías.

El camarero se marchó y yo me quedé sopesando si aquello había sido un corte por quejarme de estar de fiesta mientras él estaba currando o una especie de flirteo.

De repente, sentí caer el peso de Mila sobre mi hombro izquierdo mientras llevaba su copa hacia la mía y silbaba de forma sugerente por lo que acababa de suceder.

—¿Qué ha sido eso, Lila? —preguntó.

En realidad me llamo Violeta, pero Mila siempre encontró divertido cambiarme el nombre, y a mí no me disgustaba porque así era también como mi abuelo solía llamarme. Con los años, Lila se había convertido en el apodo con el que me presentaba a todo el mundo.

—Un camarero —respondí fingiendo indiferencia.

Mila levantó las cejas.

—Uno muy guapo… —Sonrió.

Sí que era guapo, pero tuve que volver a mirarlo cuando Mila dijo aquello para comprobarlo. Así de receptiva estaba. Piel morena, pelo castaño, ojos cándidos y buena espalda.

—Y menudo culazo —añadió Mila mirándolo desde atrás.

Sí, eso también lo tenía. Entonces, lo primero que pensé fue que no, que, aunque pudiera haberlo parecido, era imposible que aquel chico estuviese tonteando conmigo.

—¡Deberíamos pedirle el número para cuando se case la siguiente! —propuso mientras mis amigas formaban un corro a nuestro alrededor.

Nos miramos las unas a las otras pensando quién se suponía que podía ser «la siguiente». Carmen estaba en contra del matrimonio y era la que tenía más papeletas, después de todo, llevaba ya cuatro años con su novia. Raquel tenía demasiados frentes abiertos y quería mantenerlos así. Yo estaba en esa fase de las rupturas en las que el matrimonio suena a mal chiste. Y Mila era un alma libre que… Sí, Mila era impredecible. La típica persona que tan pronto podía decidir marcharse a vendimiar a Francia como aparecer casada y con hijos.

—Pídeselo tú —le dije.

Y en qué momento se me ocurrió, puesto que Mila no era de esas personas a las que podías retar. No conocía la vergüenza o la timidez, era libre en todos los sentidos. Libre de actuar al margen del mundo.

Allí fue, su vestido de volantes rosa era como una cascada de dulces pétalos, su pelo saltaba con cada uno de sus decididos pasos y el eco de sus tacones era como un continuo goteo de «no, por favor» en mi cabeza.

Él, obviamente, no lo esperaba. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa, aunque apenas unos segundos después, sus labios dieron paso a una amable sonrisa y, entonces, me di cuenta del gracioso bigote que coronaba su boca. No había reparado en él hasta entonces, como el de Dalí, aunque más discreto, quizá todavía lo tuviera en proceso de crecimiento, y su barba, más afilada en la zona de la barbilla, le daba un aspecto caballeresco que me retrotraía a aquellos cuentos sobre príncipes y princesas. Aunque, claro, esas nunca fueron las historias de mi infancia.

Mi abuelo optaba por contarme cuentos sobre un asesino de barba azul, un príncipe cuya madre era una ogra que prefería devorar a sus nietos antes que hacerles la merienda, o unos zapatos rojos que no querían dejar de bailar. Supongo que por eso me costaba tanto creer en las historias románticas y felices. O puede que simplemente tuvieran razón mis amigas y estuviera un poco amargada.

El caso es que Mila volvió sonriente pero decepcionada.

—¿Y bien? —pregunté.

Ella rio.

—Dice que está currando —respondió.

—El chico tiene cabeza —dije.

Mi amiga me miró con picardía.

—¿Qué? —pregunté.

—También ha dicho que podría hacer la vista gorda si se lo pides tú…

Las cejas de Mila se movieron traviesas y, por un momento, mi corazón se aceleró ante la idea de que fuera verdad que el camarero hubiera dicho aquello. Pero pronto recordé con quién estaba hablando.

Le di un codazo.

—¡No ha dicho eso! —exclamé.

Ella volvió a reírse, solo que ahora con más ganas.

—Tendrías que haberte visto la cara —dijo cuando recuperó el aliento—, no te atrevas a volver a fingir que no te interesa ese chico.

Puse los ojos en blanco.

—Es un camarero —respondí.

Mila frunció el ceño.

—¿Desde cuando eres una clasista de mierda? —preguntó atónita.

Sonreí negando con la cabeza.

—Lo que quiero decir es que no volveremos a verlo después de esto —aclaré.

—Si no le pides el número, desde luego que no —insistió ella una vez más.

—¿Quieres parar? —pregunté—. Ya te ha dicho que está trabajando.

Mila se encogió de hombros.

—Como quieras, pero no quiero escuchar ni una queja sobre tu decadente vida amorosa, señorita —me advirtió—. No mientras no estés dispuesta a remediarlo.

La ignoré y continuamos con la boda que, a esas alturas, ya era una verdadera fiesta. Beber, bailar, saltar y gritar a pleno pulmón la letra de aquellas canciones que nos trasladaban directamente a la plaza del pueblo. Un día inolvidable repleto de placeres sencillos con los que me sentí como una cría consentida que podía pasarlo bien con sus amigas, sin pensar en la oscura sombra que le había perseguido durante los últimos meses.

Disfrutamos durante horas, riendo cada dos por tres y llorando otro tanto, el maquillaje era un borrón que reflejaba la montaña rusa emocional que estábamos atravesando. Acabé sin zapatos, como todas las demás, con una uña rota y el pelo revuelto a pesar de los litros de laca. No quería que acabara, no quería volver a la vida real, ni siquiera para disfrutar de las vacaciones que me esperaban después de aquel fin de semana. Me resistía tanto a que la boda de Olivia terminara, que me sorprendió no ser yo la que perdiera el bus de vuelta…

Por supuesto, ese tipo de aventuras eran más propias de Raquel. Se había perdido durante gran parte de la fiesta con uno de los amigos de Matías, uno muy pesado y zalamero había dedicado todos sus esfuerzos a regalarle los oídos a mi amiga. Ella había mordido el anzuelo a partir del trigésimo cuarto piropo —más o menos—, los prados que envolvían la finca les habían parecido el mejor escenario para divertirse juntos y la hora para regresar al autobús una cita sin importancia que ambos dejaron pasar.

Capítulo 3

 

MARTÍ

 

 

 

 

 

Al menos, todavía podían salir a bailar. Aquella generación continuaba arrastrando las consecuencias de la guerra, el mundo que les rodeaba estaba envuelto en las cenizas del que otros decidieron destruir, y sus aspiraciones debían ser realistas. Nada de sueños, nada de ambiciones; solo trabajo y familia.

Pero víctimas de la guerra o no, seguían siendo humanos. Una palabra terrorífica que, al mismo tiempo, es capaz de ser amable. Martí no tenía mucho que ofrecer, era un tipo delgado, que tampoco había logrado crecer, con ojos castaños y demasiadas ganas de enamorarse. Nada que ver con Biel. Su amigo era el típico hombre fornido por cuya atención pugnaba hasta la más coqueta de las damas. Aunque, aquí entre nosotros, Martí era demasiado soñador para percatarse, demasiado fantasioso como para darse cuenta de que un amigo tan resultón podría complicar sus planes. Para él, el amor era más que eso… Si era la indicada, Biel se convertiría en humo a sus ojos.

Aquella noche, después de haber estado trabajando todo el día en el campo, tenían cita en la masía de El Bolero. Toda la juventud del pueblo —y otra parte no tan joven— se congregaba allí para bailar. De vez en cuando, también llegaban algunas caras nuevas de pueblos cercanos, aunque eso no siempre acababa bien. Especialmente si eran de Bonesvistes, el municipio colindante con el que guardaban una rivalidad centenaria. Aunque, de tanto en tanto, también se daban amistades entrañables o romances inesperados.

Allí, en Pinarroig, las fiestas eran más largas, los árboles más frondosos y las mujeres más guapas. Eso era algo que solía decir el padre de Martí antes de que la guerra se lo llevara. Sin embargo, aquella noche, no le quedó otra que desoír las palabras del difunto Mateu Seguí, pues allí, bailando en El Bolero sin reparar en la cantidad de ojos que la admiraban, una mujer «forastera» le robó el corazón al joven con su belleza.