Más vida, menos cáncer - Emilia Gómez Pardo - E-Book

Más vida, menos cáncer E-Book

Emilia Gómez Pardo

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«Un libro imprescindible en el que la experiencia como científica y los conocimientos en nutrición de Emilia Gómez Pardo se aúnan magistralmente para formar parte del día a día de todos los hogares». Pilar Peña, Dra. en Biología y paciente de cáncer La palabra «cáncer» está teñida de miedo y dolor. Y con razón, la evidencia científica es abundante y sustenta el dato de que una de cada tres personas lo vamos a padecer a lo largo de nuestra vida. Pero esta enfermedad no es inevitable, hasta el punto de que la mitad de los cánceres más comunes se podrían evitar actuando sobre nuestro estilo de vida y sobre los factores externos que podamos controlar. En este libro, la doctora en Biología Molecular Emilia Gómez Pardo, nos ayuda a tomar conciencia de cómo mejorar nuestros hábitos para lograr una vida de salud y longevidad. A través de los avances científicos más punteros en la investigación contra el cáncer, Gómez Pardo pone negro sobre blanco los riesgos que suponen acciones equivocadas y nos ofrece soluciones sencillas, alejadas de la ola de modas y falsas creencias a la que estamos expuestos hoy en día. La crítica ha dicho... «Un libro claro y riguroso. Después de leerlo, decidirás qué quieres hacer: protegerte o arriesgarte». Lola Manterola, presidenta de la Fundación CRIS contra el cáncer «En la era de la información, faltaba un libro que inspirara a prevenir enfermedades como el cáncer basado en documentación científica». Graziella Almendral, directora de Indagando.tv «Este libro desmonta mitos y nos abre los ojos a la capacidad que tenemos cada uno de disminuir las posibilidades de desarrollar un cáncer y otras enfermedades importantes». Marta Villa, oncóloga pediatra en H.M Hospital

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MÁS VIDA, MENOS CÁNCER

 

© del texto: Emilia Gómez Pardo, 2023

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: mayo de 2023

ISBN: 978-84-19662-16-3

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: El Taller del Llibre, S. L.

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

Emilia Gómez Pardo

MÁS VIDA,MENOS CÁNCER

ÍNDICE

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN. POR QUÉ ESTE LIBRO Y POR QUÉ AHORA

1.  Estilo de vida, una polipíldora sin efectos secundarios

2.  Entendiendo el cáncer

3.  Las premisas de una vida oncosaludable

4.  Peso

5.  Nutrición y alimentación

6.  Vida activa: aliada contra el cáncer

7.  Alcohol

8.  Tabaco

AGRADECIMIENTOS

NOTAS

Para Andrés, Julia y Manuel. Por ser y estar. Siempre.

PRÓLOGO

Por fin un libro que con palabras claras y sencillas nos cuenta cómo podemos evitar la enfermedad y, en caso de que esta nos haya atrapado, cómo luchar contra ella. Gracias, Emilia.

Se refiere a las grandes plagas de nuestra época: cáncer, enfermedades cardiovasculares, diabetes y Alzheimer. Y cómo con un estilo de vida saludable podemos reducir el 50 % de los cánceres, el 80 % de las enfermedades cardiovasculares, el 80 % de las diabetes y el 40 % de Alzheimer.

Todo ello soportado en la experiencia científica, sin cuentos ni pócimas a los que muchas veces nos entregamos cuando estamos sufriendo una de estas horribles enfermedades.

Porque este libro va de ciencia, no de dogmas, no de creencias ni de mitos. Son verdades científicas comprobadas. Basta leer la preparación y experiencia profesional de Emilia, así como la amplia bibliografía que nos ofrece. Doctora en Bioquímica y Biología Molecular y máster en Nutrición y Salud. Treinta años de experiencia profesional, y ahora dedicada a la consultoría, comunicación y divulgación de la ciencia en relación con la alimentación y el estilo de vida saludable; docente e investigadora.

Pero este libro, sobre todo, es para ti, que estás sano, o para cualquiera de los que estamos enfermos.

Yo soy una de estos últimos. Desde hace trece años sufro un cáncer incurable, mieloma múltiple, y tengo que deciros que aplicar las recomendaciones de Emilia me ha ayudado física y mentalmente a sobrellevar mi enfermedad con una buena calidad de vida.

¿Es fácil? No. ¿Compensa? Sí.

No es fácil porque nuestra alimentación cotidiana está rodeada de productos ultraprocesados, nuestro ocio pegado al alcohol y el tabaco, nuestra actividad profesional sentados frente al ordenador y soñamos con terminar el día tumbados en el sofá.

Todo eso cambia cuando nos enfrentamos de verdad a la enfermedad y el sufrimiento físico se hace insoportable, todos los sueños se rompen, el mundo se queda sin colores y tememos no poder ver crecer a nuestros hijos.

Es entonces cuando nos preguntamos si, además de llorar, podemos hacer algo. La respuesta es sí, y este magnífico libro nos da las claves.

Después de leerlo, tú decidirás qué quieres hacer: protegerte o arriesgarte. Sus recomendaciones son, como dice la autora, una polipíldora sin efectos secundarios.

Yo decidí tomármela y no contentarme con el inevitable trasplante de médula y las quimioterapias. No es fácil, y no siempre consigo seguir las recomendaciones, pero gracias a este libro entiendo los riesgos que asumo y siento que la polipíldora me ayuda a superar mejor la quimio y a sentirme activa en la lucha contra mi cáncer.

LOLA MANTEROLA

Presidenta de la Fundación CRIS contra el cáncer

INTRODUCCIÓN

POR QUÉ ESTE LIBRO Y POR QUÉ AHORA

«La salud no lo es todo, pero sin ella todo es nada».

ARTHUR SCHOPENHAUER

No recuerdo cuándo se plantó la semilla de la idea, pero recuerdo perfectamente el momento en el que empezó a germinar, proceso lento que hoy culmina con este libro. Fue hace ya unos cuantos años, allá por el 2016. En ese momento estaba involucrada en un gran proyecto dirigido a la instauración de hábitos saludables en adultos con factores de riesgo cardiovasculares. Impartía un taller de alimentación cuando una de las participantes, mirándome a los ojos, me dijo: «Si yo supiera lo que tengo que hacer, lo haría».

Esa frase, junto a la del Premio Nobel Goldstein, pionero en la investigación relacionada con el colesterol, «Nos pasamos media vida arruinando nuestra salud y la otra mitad tratando de recuperarla», quedaron resonando en mi cabeza como un bajo continuo; poco a poco fui entendiendo la urgente necesidad de hacer llegar a las personas información fidedigna basada en la evidencia científica que les permita tomar, en su día a día, decisiones que realmente protejan su salud y eviten la aparición de enfermedades.

De esto vamos a hablar en este libro, de nuestro bien más preciado, la «Salud» en mayúscula, y de cómo protegerla. Nos preocupamos por nuestra salud, es inevitable en el ser humano, pero sobre todo nos preocupamos cuando la hemos perdido. Pero ¿qué es la salud? La línea entre salud y enfermedad es muy fina, en ocasiones difusa, y además ambos conceptos han ido cambiando a lo largo de la historia. En la actualidad, la salud es algo más que no estar enfermo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la define como:

Un estado completo de bienestar físico, mental y social y no solamente ausencia de enfermedad. Es la capacidad de desarrollar el propio potencial personal y responder de forma positiva a los retos del momento que a uno le toca vivir.

La ausencia de enfermedad es, evidentemente, una condición sine qua non para estar sanos, pero la salud solo se logra de forma integral cuando existe un balance adecuado entre los factores físicos, biológicos, emocionales, espirituales y sociales.

La salud es también una condición de desarrollo humano que cada uno, como individuo, debe cuidar y conservar. La responsabilidad de la salud de todos y cada uno de nosotros está, en última instancia, en nuestras manos. Los individuos somos los últimos en una cadena de responsabilidades, en la que cada eslabón es importante. El autocuidado adquiere así una gran importancia, aunque hay que precisar qué entendemos por cuidarnos, porque cuidarse no es cualquier cosa. Cuidarse es tomar decisiones informadas que sean beneficiosas para nuestra salud integral teniendo en cuenta el entorno en el que vivimos.

¿SOMOS CAPACES DE RESPONDER A LOS RETOS QUE NOS TOCA VIVIR?

A lo largo de la historia, la especie humana ha tenido que enfrentarse a muchos retos de salud. El momento histórico es otro y las amenazas también. Durante muchos siglos el mayor desafío para la salud ha sido la lucha contra las enfermedades infecciosas, seguida de la lucha contra la escasez de recursos, alimenticios y económicos. El desarrollo industrial, la modernización y el crecimiento económico han permitido el control de las enfermedades infecciosas, pero, a la vez, han provocado la aparición de nuevas enfermedades.

Hemos pasado de luchar contra las enfermedades infecciosas transmisibles a luchar contra las llamadas no transmisibles —también llamadas enfermedades asociadas al estilo de vida—, como las cardiovasculares, las metabólicas y el cáncer. Los que vivimos en países avanzados somos más longevos, pero es cuestionable que vivamos mejor, ya que lo hacemos con mayor carga de enfermedad. Esta realidad, vivir más pero no mejor, se ha descrito como «los fracasos del éxito».1

Por primera vez en la historia de la humanidad es más probable morir por comer demasiado que por comer demasiado poco, y es más probable morir de viejo que de una enfermedad infecciosa.

Hoy, las mayores amenazas para nuestra salud no son tanto los microorganismos como nosotros y nuestras decisiones, así como la dificultad que tenemos para gestionar la abundancia. Abundancia de productos malsanos y abundancia de información no contrastada que no hace sino confundirnos. Hay que poner freno a la falta de conocimiento y a la falta de estrategias para la gestión de esta abundancia. Es preocupante ver a personas tomar decisiones importantes que ponen en peligro su salud por desconocimiento o, incluso más triste y preocupante, por basarse en un falso conocimiento.

Parafraseando a Hipócrates, hay que distinguir entre saber y creer que se sabe. La ciencia consiste en saber; en creer que se sabe reside la peor ignorancia.

Nunca hemos estado tan preocupados por nuestra salud como ahora. Es la gran protagonista de nuestra vida. Ser sano está de moda. Pero tampoco nunca en la historia de la humanidad ha sido tan difícil mantenerse sano, al menos en lo que depende de las decisiones individuales. Vivir saludablemente se ha convertido en una carrera de obstáculos porque nuestro entorno social dificulta la toma de decisiones compatibles con una buena salud. El ambiente social en el que se desarrolla nuestra vida es un ambiente obesogénico, un ambiente que favorece el desarrollo de la obesidad, ya que estimula hábitos y comportamientos que conducen al exceso de peso. ¿Qué factores componen ese ambiente? La excesiva presencia de tecnología, el sedentarismo, la abundancia de publicidad y estímulos alimentarios que invitan a comer más y peor, los ambientes estresantes, las tensiones y la falta de tiempo para reflexionar y para planificar el autocuidado. Nos hemos convertido en objetivo de la industria agroalimentaria y del bienestar; y nuestra salud, en un producto comercial.

La más famosa compañía de bebidas azucaradas invirtió en 2021 más de 4.100.000 millones de dólares en publicidad.2

Resulta muy sorprendente que, cuanto más nos preocupamos por la salud, más enferma está nuestra sociedad. La preocupación, o supuesta ocupación en nuestra salud, crece en paralelo al número de personas que presentan factores de riesgo o que padecen enfermedades. ¿Cuáles son los problemas que afectan hoy a nuestra salud integral? A nivel físico-biológico, las principales barreras para conseguir el estado de bienestar son la obesidad, los problemas cardiovasculares, la diabetes y el cáncer. También merman nuestra salud física y mental las adicciones, el tabaquismo y el consumo de alcohol, entre otros. Y también afectan a nuestra calidad de vida los males característicos del siglo XXI: desconexión de la naturaleza, falta de adaptación al medio ambiente, ansiedad, depresión y otros trastornos mentales.

La obesidad, el cáncer y las enfermedades cardiovasculares no son algo nuevo. Volviendo a nuestro médico de cabecera, Hipócrates (aforismo número 59) ya decía que los obesos están más expuestos a muerte repentina que los delgados. Pero sí es novedoso que todas y cada una de estas enfermedades se hayan convertido en una auténtica pandemia, que todavía no han tocado techo, porque siguen aumentando.3 En la actualidad, la mayor parte de las enfermedades son causadas por rutinas de estilo de vida que pueden evitarse, fundamentalmente el sedentarismo y los malos hábitos alimenticios.

En las encuestas de salud, el porcentaje de personas que se identifican como sanas es muy alto. En España, por ejemplo, siete de cada diez personas aseguran llevar un estilo de vida saludable.4 ¿Se ajustan estos datos a la realidad?

Veamos algunos indicadores del desarrollo socioeconómico:

• Las enfermedades asociadas al estilo de vida se cobran a nivel mundial la vida de 41 millones de personas cada año. Siete de cada diez personas mueren prematuramente a causa de ellas y mayoritariamente por enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes y enfermedades pulmonares crónicas.

Para hacernos una idea de la magnitud de esta cifra, podemos compararla con la cifra de una situación tristemente conocida por todos. A 12 de junio de 2022, tras dos años y medio de pandemia, alrededor de 6,3 millones de personas habían fallecido a nivel mundial a consecuencia de la COVID-19. En estos dos años y medio, ¿cuántas muertes prematuras se han producido a causa de las enfermedades de estilo de vida?

• La obesidad se ha triplicado desde 1975. Hoy, más de 1.000 millones de personas en todo el mundo son obesas: 650 millones de adultos, 340 millones de adolescentes y 39 millones de niños. En España cuatro de cada diez niños presenta exceso de peso.

• El cáncer sigue incrementándose. En 2040 se calcula que habrá 28,4 millones de nuevos casos de todo tipo de cáncer, un aumento del 47 % respecto a los 19,3 millones de este año.

• Las enfermedades cardiovasculares también aumentan. En 1990, a nivel mundial 271 millones de personas sufrieron un evento cardiovascular. En 2020, 523 millones de ciudadanos vivieron un episodio de ese tipo, el doble que veinte años antes.

• La diabetes se ha cuadruplicado en el mundo desde 1980. En España se diagnostican 400.000 nuevos casos cada año.

A la vista de estos datos, hemos de reconocer que estamos ante una crisis de salud sin precedentes. La buena noticia es que conocemos, al menos, una parte importante de la solución al problema. Entonces, ¿cómo hemos llegado hasta este punto y por qué las previsiones son pesimistas?

Seguramente no acabamos de percibir la gravedad de la discrepancia que existe entre la percepción de una sociedad que se declara saludable y la realidad de una sociedad en la que las enfermedades aumentan. Parece evidente que no se está haciendo lo suficiente o, al menos, que no se está haciendo bien para prevenir y controlar las enfermedades que tienen su origen en un estilo de vida no saludable. Tenemos que preguntarnos si queremos condenar a las generaciones futuras a morir demasiado jóvenes o a vivir vidas de mala salud con la consiguiente pérdida de oportunidades. La respuesta es, claramente, no. Sin embargo, desde 2016 hay datos que apuntan a que la esperanza de vida de generaciones futuras, por primera vez en la historia de la humanidad, va a disminuir5 y esta disminución ya es una realidad en Inglaterra.6 De la misma manera que hay investigaciones que sugieren que las que hasta ahora eran enfermedades de personas mayores están adelantando su edad de aparición a edades mucho más tempranas.7 Vivimos con prisas y todo se va adelantando, la pubertad, la edad de inicio del tabaquismo —que supone adelantar en cinco años los problemas cardiovasculares—, la edad a la que se empieza a beber, la edad a la que se empieza a ser obeso; todo, cada vez más jóvenes.

Cuando las estadísticas de enfermedades crónicas son tan alarmantes, no es difícil deducir que en los próximos años tú o alguno de los tuyos enfermará prematuramente. No podemos normalizar esta situación, ni normalizar los síntomas, ni normalizar la enfermedad. No podemos limitar nuestra salud a la gestión de la enfermedad. No podemos convivir con esto y asumir que hacerse mayor conlleva ciertas dolencias que creemos inevitables. Necesitamos tomar conciencia de que hay que actuar, y, sobre todo, de que podemos hacer mucho para ponerle freno a la epidemia de enfermedades del estilo de vida.

CURAMOS MUY BIEN. PREVENIMOS MUY MAL

Si en lugar de poner negro sobre blanco los datos de diagnósticos y prevalencias de la enfermedad pusiéramos el foco en el aumento de la supervivencia o la disminución de la mortalidad, veríamos cuánto hemos avanzado en la gestión y en la curación de las enfermedades. Hasta el punto de que, para muchas de las enfermedades mencionadas, hemos encontrado cura y en muchos casos han pasado de ser mortales a ser crónicas. La supervivencia al cáncer aumenta cada día, para todos los tipos e incluso para los de peor pronóstico, y lo mismo ocurre con las enfermedades cardiovasculares y la diabetes, en las que la mortalidad no deja de disminuir. Pero no olvidemos que la mortalidad solo nos cuenta una parte de la historia. La otra parte son los años de vida saludables perdidos por un estado de salud incompleto.

Esto sucede porque la investigación se ha centrado sobre todo en las enfermedades; ha avanzado tanto que sabemos mucho de la enfermedad, pero, a cambio, sabemos muy poco, comparativamente hablando, del mantenimiento y la promoción de la salud. Esta es, sin duda, la gran asignatura pendiente. En el ámbito de la enfermedad, el trabajo está bien organizado, se sabe quién se encarga de generar conocimiento y quién se encarga de transformar ese conocimiento en un producto que llegue al paciente: medicinas, aparatos, técnicas y métodos. Tenemos un sector sanitario y tecnológico muy potente y profesional que gestiona muy bien la enfermedad. Pero ¿y la salud?

Una parte muy importante de los profesionales sanitarios considera que la desinformación en salud es una tendencia que la pone en riesgo.8

La salud debe trascender los escenarios sanitarios habituales y llegar a todos los sectores de la sociedad, trabajando con un objetivo común. La responsabilidad de promover y cuidar la salud es de todos, de la sociedad en su conjunto. Por supuesto que los gobiernos deben participar, creando entornos de apoyo y contributivos a través de medidas de salud pública. Hace falta una estrategia coordinada entre todas las instituciones que facilite la adquisición de hábitos de vida compatibles con la salud por parte de una mayoría de la población. La transmisión de información clara y sencilla y la capacidad persuasiva del formato en que se transmitan los mensajes pueden hacer que nos cuestionemos los hábitos de vida y que actuemos para cambiarlos. Es decir, la elección más sana siempre debería ser la más fácil de tomar.

En palabras del director general de la OMS, todos debemos actuar porque todos merecemos el derecho a una vida saludable, y entre todos podemos vencer a los responsables de la epidemia de las enfermedades del siglo XXI.

PREVENIR, LA CLAVE DE LA SALUD

«Una onza de prevención vale másque una libra de curación».

BENJAMIN FRANKLIN

El futuro parece estar lejos. Pero siempre llega. La gran dificultad de cuidar nuestra salud de mañana con lo que hacemos hoy es la de tomar conciencia del impacto que tienen nuestras decisiones y nuestros actos. Hablar de actos es hablar de hábitos y de estilo de vida y, por tanto, de cambios de conducta. Algo aparentemente sencillo, como tomarse un medicamento, a la hora de la verdad no lo es tanto. Imagínate, por ejemplo, la situación de aquellos que han sobrevivido a un infarto y que sufren la servidumbre de tener que tomar de por vida varias medicinas para evitar que les pase otra vez. Algo más concreto es difícil de imaginar. ¿No te parece incomprensible que dejen de tomar la medicación? Pues los datos nos dicen que, solo un año después de un problema cardiovascular, la mitad de los pacientes han abandonado el tratamiento. Si esto sucede con una acción relativamente sencilla, como es tomarse unas pastillas, imaginemos entonces lo difícil que es afrontar cambios de hábitos mucho más complejos y que requieren un compromiso mucho mayor. Para conseguirlo necesitamos información correcta y comunicada adecuadamente, que se nos facilite la toma de las decisiones adecuadas y, por último, que cada uno de nosotros asuma su responsabilidad. Las personas tenemos que dejar de actuar pasivamente y pasar a ser parte activa en el cuidado de nuestra salud, responsabilizándonos de los cambios que sean necesarios. Pero, para conseguirlo, se nos tiene que allanar el camino.

La prevención es ingrata y difícil de trabajar

En primer lugar, porque la prevención es anónima. Nunca podremos nombrar un caso de éxito porque prevenir es evitar un futuro. Un futuro que ya no va a existir. ¿Alguien puede decir que «si yo no hubiera llevado este estilo de vida, hoy tendría cáncer de colon»? Nadie puede decirlo.

Piensa en un medicamento que haya salvado muchas vidas. Piensa en un libro sobre curación del cáncer. Estaría lleno de historias de éxito, con nombres y apellidos. Los investigadores, con nombre y apellidos, que avanzaron en el conocimiento para desarrollar ese medicamento, y los que llevaron a cabo el ensayo clínico en el que se probó la eficacia del tratamiento. Los sanitarios, con nombre y apellidos, que lo recetan, y el enfermo «con nombre» que lo toma y, por ende, se cura. Todos entendemos que la gestión y la cura de la enfermedad bebe de las fuentes científicas, pero no muchos asumen que también la prevención, es decir, la salud, bebe de las mismas fuentes. El conocimiento relacionado con la salud lo generan exclusivamente los investigadores y debe llegar a las personas sin desvirtuar y por los canales adecuados en forma de consejo o prescripción. Sin embargo, en contraste con la curación de enfermedades, en la prevención no están bien establecidos los canales de información y el conocimiento sobre salud generado por la ciencia, y por tanto basado en la evidencia, no llega fácilmente a todos los sectores relevantes ni, en última instancia, a las personas.

En segundo lugar, porque la prevención no se expresa con nombres, se expresa con números; y los números pueden parecernos distantes. Pero los números, cuando se les presta atención, son muy contundentes. Porcentajes, cantidades, edades, nos dan mucha información cuando los sabemos leer. Porque los números son algo más que números: detrás de cada uno hay una persona. Grandes o pequeñas cifras, según el ojo que los ve. Si con este libro se consigue que una sola persona cambie sus hábitos de manera que nunca desarrolle una enfermedad que de otra manera hubiese padecido, ese número 1 se habrá convertido en algo grande.

¿Y qué números baraja la ciencia? ¿Cuántas de estas enfermedades podrían evitarse adoptando un estilo de vida sano? Nada más y nada menos que el 50 % de los casos de cáncer; el 80 % de las enfermedades cardiovasculares; el 80 % de las diabetes y el 40 % de los casos de Alzheimer.9

Así de rotunda, así de aplastante es la ciencia: la mitad de los cánceres se evitarían si llevásemos un estilo de vida saludable.10

Yo te pido paciencia con los números y, además, que hagas el esfuerzo de traducirlos a nombres, que trates de personalizar y te sientas blanco de los mensajes de prevención, de la misma manera que serías blanco de un tratamiento si desafortunadamente cruzaras esa difusa línea que separa la salud de la enfermedad. Por eso te pido también que imagines, cuando leas «uno de cada cinco» o «un 20 %», que ese uno que se puede evitar, que no va a sufrir esa enfermedad, eres tú, o tu hija, o quien tú quieras que sea. Ponle cara e imagina su futuro libre de enfermedad. Y entonces entenderás los números.

¿POR QUÉ AHORA?

Soplan vientos de cambio que tenemos que aprovechar. La frase de Schopenhauer con la que he empezado el capítulo nunca ha sido de tan rabiosa actualidad como cuando en 2020 la COVID-19 empezó a cambiar nuestro vocabulario y, mucho más importante, nuestra vida.

Es mucho lo que hemos aprendido, como sociedad y como individuos, y tenemos que ser capaces de poner en valor ese conocimiento y utilizarlo para combatir las enfermedades no transmisibles, epidemia de hoy y también del mañana si no hacemos algo ya.

Quizás una de las lecciones más importantes que hemos aprendido en los últimos años es que la solución de un problema de salud pública requiere muchos actores, pero sin ninguna duda ha sido la acción individual —llevada a cabo por todos de forma colectiva— la que ha conseguido doblegar la curva de la pandemia.

Ha sido una situación novedosa que ha requerido acciones innovadoras y que ha necesitado de sus propios tiempos. Mientras los científicos generaban el conocimiento necesario para la definición de las medidas de prevención, hubo meses de desconcierto en los que las noticias falsas, los falsos gurús y los oportunistas, sacando partido de la situación de incertidumbre, no solo no contribuyeron ni de lejos a la solución, sino que generaron problemas añadidos, en algunos casos graves. Pero también, como contrapartida, la pandemia ha estrechado el vínculo entre los ciudadanos y la profesión científica como nunca. Ha servido para devolver a la ciencia una confianza muchas veces cuestionada por amplios sectores. No hay duda de que el principal factor que predice el éxito de las medidas de lucha contra una pandemia es la confianza de la población en la ciencia. Cuando nuestra salud está en juego, confiemos en la ciencia, y solo en la ciencia.

Sin embargo, una vez definidas las bases de la prevención de la transmisión del virus, logrado el compromiso de todos y establecidas las medidas adecuadas que facilitaban la toma de estas acciones, has sido tú el que finalmente has decidido usar la mascarilla o no, guardar la distancia social o no, vacunarte o no.

El estilo de vida saludable —ejercicio, alimentación y evitar hábitos tóxicos— es la vacuna y la mascarilla contra las enfermedades no transmisibles. Esto es una realidad, un hecho incontestable, pero también lo es que ni las medidas de apoyo ni el entorno son tan favorables ni el objetivo común está tan claro en esta epidemia de enfermedades del estilo de vida como lo ha estado en la de la COVID-19; por eso hace falta todavía más implicación y más compromiso por nuestra parte.

Hemos aprendido que la prevención al cien por cien, el riesgo cero, no existe. Pero esto no ha impedido que todos y cada uno de nosotros hayamos hecho lo que teníamos que hacer. Asumir esto no es baladí. Es aceptar que hay cosas que escapan de nuestro control, que el azar juega su parte, que el conocimiento humano dista mucho de ser completo y, con seguridad, nunca lo será y que, aunque hagamos todo lo que esté en nuestra mano, no podremos evitar siempre la enfermedad. Pero esto no, se puede traducir en un menoscabo de la prevención ni, por supuesto, de la labor de los científicos.

Quizá cuando hablamos de prevención del cáncer piensas en cierta persona que no fumaba, era deportista, comía bien y murió de cáncer. O, por el contrario, recuerdas a «aquella otra persona» que, aun fumando, bebiendo y un largo etcétera, llegó hasta una edad muy avanzada y nunca padeció cáncer, pero no lo olvides: es una sola persona frente a muchísimas más que encajan justo en el perfil contrario.

Hemos aprendido también que para la prevención nunca es demasiado tarde y nunca es demasiado pronto. En el caso de la COVID-19, la prevención comenzó mucho antes de que apareciera el virus en nuestra vida. Desde el primer día había personas más resistentes, armadas con factores de protección, y otras más vulnerables, carentes de esos factores. Factores de muy diferentes tipos, pero sin duda muchos de ellos tienen que ver con los hábitos de vida. Un estilo de vida sano es y ha sido una fortaleza contra el virus. Y, por el contrario, los hábitos de vida de riesgo, así como sus consecuencias, se han traducido en una mayor susceptibilidad al virus y un peor pronóstico de la enfermedad en personas con obesidad, fumadoras, con problemas metabólicos, etcétera.

La única estrategia para afrontar el futuro con esperanza es confiar en la ciencia y apostar por ella. Este libro va de ciencia. No de dogmas, ni creencias, ni mitos. Y mi intención final es que, con el conocimiento basado en la evidencia científica en las manos, sepas tomar decisiones adecuadas. Las que quieras tomar, tú eliges, pero siendo consciente del impacto que puede llegar a tener esa decisión en tu salud. Los científicos generan conocimiento, este libro te lo brinda, tú decides qué hacer: protegerte o arriesgarte.

Termino con la frase que ha inspirado este libro y agradeciendo a quien me la formuló, con la esperanza de que, tras su lectura, tu respuesta sea afirmativa.

Si supieras qué hacer para vivir diez años más libre de enfermedades, ¿lo harías?

1

ESTILO DE VIDA, UNA POLIPÍLDORASIN EFECTOS SECUNDARIOS

«Ser de tal o cual manera depende de nosotros. Nuestrocuerpo es un jardín, nuestra voluntad, la jardinera».

WILLIAM SHAKESPEARE, Otelo

Tendemos a creer que nuestra mala o buena salud se debe a nuestra genética o a cualquier otra circunstancia ajena a nosotros y, por tanto, fuera de nuestro control. Como hemos visto, no es siempre así. Entonces, ¿somos culpables o responsables de nuestra mala salud? No, no somos culpables, pero sí responsables. Cero por ciento de culpabilidad, cien por ciento de responsabilidad. Todos y cada uno de nosotros somos hijos de nuestro tiempo y, para bien o para mal, nos ha tocado vivir en esta sociedad, así que no nos queda más remedio que aprender a vivir en ella. Sabemos beneficiarnos de todo lo que nos ofrece cuando padecemos una enfermedad, pero hemos de aprender a sortear los obstáculos a los que nos enfrentamos en materia de salud.

¿QUÉ DETERMINA NUESTRA SALUD?¿QUÉ ES LO QUE MÁS AFECTA? ¿DE VERDAD ES TAN GRANDE EL IMPACTO DE NUESTRAS DECISIONES?

Podríamos llenar páginas y páginas de preguntas, pero probablemente la respuesta a muchas de las preguntas que nos hacemos la encontramos en la figura 1, en la que se representan los principales factores que condicionan la salud.1

Figura 1. Factores determinantes de la salud.

En el capítulo anterior hemos intentado comprender el amplio concepto de salud: no solo la ausencia de enfermedad, sino una concepción holística que incluye además aspectos sociales y emocionales. La salud es un estado en el que influye todo lo que rodea nuestra vida: nuestra biología, nuestro estilo de vida, nuestro entorno —laboral, ambiental, económico, social— y, por descontado, el sistema sanitario.

Pongamos atención en los cuatro factores que la determinan y en el impacto tan diferente de cada uno de ellos y hablemos de aquellos sobre los que podemos influir. Lo que más impacto tiene en nuestra salud es lo que hacemos (43 %), nuestro estilo de vida, seguido de lo que somos, nuestra biología (27 %). Sobre nuestra biología, edad, sexo y genética, poco podemos hacer. Nuestra capacidad de influencia se reduce simplemente a la adopción de un estilo de vida de bajo riesgo que no acelere el envejecimiento y que reconozca los riesgos asociados al género, así como a cada una de las etapas vitales. Si bien los genes no se pueden cambiar y cada uno de nosotros nacemos con nuestra dotación genética única, sí es posible modular su impacto en la salud, potenciando nuestras fortalezas genéticas y minimizando nuestras debilidades. La genética, salvo en un porcentaje minoritario de enfermedades, no es como la espada de Damocles, una amenaza persistente de peligro, ya que podemos atenuar el riesgo con un estilo de vida adecuado. En la mayoría de los casos no se hereda una enfermedad, sino la predisposición a sufrirla. Para explicar de forma sencilla el papel de los hábitos en nuestro riesgo genético, voy a usar una bonita metáfora del Dr. Celnikier relacionada con la moda. Imaginemos que el ADN es el cuerpo y que las condiciones externas son los vestidos que le ponemos y pueden ocultarlo o desenmascararlo. Si la prenda es vaporosa y transparente, dejará ver el ADN y nuestros genes se manifestarán. En cambio, si el atuendo es opaco y pesado, el ADN no será visible y los genes no podrán manifestarse. Si hablamos de estilo de vida, los vestidos serían la alimentación, el ejercicio y demás hábitos que pueden ser opacos o transparentes, actuando sobre nuestros genes.

El estilo de vida es lo que más influye en la salud, y en la elección de nuestros hábitos de vida tenemos mucho margen de maniobra, y esto es sin duda una gran noticia. Sin embargo, con ser amplio, no es absoluto, ya que las circunstancias sociales, económicas y laborales pueden hacer más difícil llevar un estilo de vida saludable. Pero siempre hay algo que podemos hacer, identificar algún patrón de comportamiento que podamos cambiar y tomar decisiones que no solo no perjudiquen nuestra salud, sino que, por el contrario, impacten positivamente en ella.