Paternidad aquí y ahora - Máximo Peña - E-Book

Paternidad aquí y ahora E-Book

Máximo Peña

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«Una obra alejada de los tópicos sobre la paternidad, con herramientas prácticas para antes, durante y después del nacimiento. Es el libro que me hubiese gustado leer antes de convertirme en padre». Adrián Cordellat Por fin un libro que reconoce que la maternidad tiene el potencial de generar una crisis en el hombre: pérdida de control, confusión, disminución de la intimidad sexual, sentimientos de exclusión y conflictos. El feminismo ha supuesto una revolución en toda la sociedad, y también dentro de la familia. Para muchos hombres, el paso a la paternidad supone un cambio dramático que puede causar una crisis vital. Ser padre hoy significa adoptar un papel diferente al de la generación anterior: participar activamente en los cuidados del bebé, asumir que deja de tener el control y que ya no es el centro de la relación de pareja. Pero también es una oportunidad para madurar y aprender. Máximo Peña hace una reflexión sobre el papel del padre desde la filosofía, la neurociencia y la psicología, y ofrece consejos prácticos para antes, durante y después del parto.

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PATERNIDAD AQUÍ Y AHORA

 

 

© del texto: Máximo Peña, 2023

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: septiembre de 2023

ISBN: 978-84-19662-24-8

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Àngel Daniel

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

SUMARIO

1.    EL MIEDO A SER PADRE

Dos más uno no es tres

Sentirse mal está bien

La odisea de la paternidad

Otras formas de paternidad y feminismo

Los padres, en pañales

2.    EL DESEO DE SER PADRE: ¿BIOLOGÍA O CULTURA?

¿Existe el instinto paterno?

Deuda de vida

Narcisismo y masculinidad amenazada

Envidia de la maternidad

Paternidad deseada, negada o inesperada

Entre lo evolutivo y lo social

Trascendencia y espiritualidad

3.    ¿ESTAMOS EMBARAZADOS?

Embarazo en la mujer, crisis en el hombre

De la covada a la colada

¿Quién decide sobre la criatura durante el embarazo?

Cuando la paternidad se trunca

Cómo acompañar a tu pareja durante el embarazo

Educar a los futuros padres

4.    EL PARTO ES DE ELLA

Una historia muy real

El parto: ¿un asunto de mujeres?

La pareja: ¿acompañante ideal o estorbo?

¿Cómo se han sentido y qué piensan las mujeres?

¿Qué dicen los padres de su experiencia como acompañantes?

Cada pareja, un caso distinto

El padre, en el limbo

¿Coach, testigo o compañero de equipo?

PRAN de parto

Psicoeducación para acompañantes

5.    PUERPERIO Y POSPARTO: CUARENTA DÍAS Y MIL NOCHES

Todo por la díada

El padre: preocupación secundaria para la madre

El nacimiento del padre

¿Qué puedo hacer por la madre?

¿Qué puedo hacer por el bebé?

¿Qué puedo hacer por mí?

El método Estivill funciona; la silla eléctrica, también

Los bebés sí se enteran

6.    PSICOPATOLOGÍA DE LA PATERNIDAD: DEL MALESTAR INDIVIDUAL AL COLECTIVO

¿Sufren los padres depresión posparto?

Papá es un mamífero

¿Por qué es importante hablar de la salud mental de los padres?

¿Cómo sé si tengo depresión por paternidad?

Propuestas para mejorar la salud mental de los padres

¿Qué puedo hacer por mi salud mental?

7.    ¿EXISTE EL SEXO DESPUÉS DE LOS HIJOS?

La reinvención de la pareja

Las relaciones sexuales pueden esperar

Elogio de la masturbación

Cómo aumentar la probabilidad de tener sexo con mi pareja

8.    NUEVAS PATERNIDADES Y FEMINISMO

El otoño del patriarcado

Nuevas masculinidades, viejos hábitos

Nuevas paternidades: poner el cuerpo en los cuidados

La lección de Héctor: quítate la armadura

De padrazo a motopapi

Modelos de paternidad

Paternidades activas e igualitarias

Padres usurpadores o troyanos

Paternidades del cuidado

9.    LA REVOLUCIÓN DE LOS CUIDADOS

Aquí cuidamos todos

Como si la maternidad no existiera

Darle poder a la infancia

La revolución de los papás

AGRADECIMIENTOS

REFERENCIAS

A Maya, mi hija,con la esperanza de que vivaen un mundo libre de machismo.

«De él (Ulises) nacido me dice mi madre,

pero yo por mí mismo no lo puedo saber:

¿qué mortal reconoce su sangre?

Bien quisiera ser hijo de un padre feliz

al que hallara la vejez disfrutando

en mitad de sus propias haciendas;

pero mi padre es el más desdichado

de todos los hombres: de ese tal

según cuentan nací…».

HOMERO, La Odisea, I, 215-220

1

EL MIEDO A SER PADRE

«Crono se casó con su hermana Rea […] la Madre Tierra y su moribundo padre Urano profetizaron que uno de sus hijos le destronaría. Por tanto, cada año devoraba a los hijos que Rea daba a luz…».

ROBERT GRAVES, Los mitos griegos

A los treinta y nueve años, cuando empecé a intuir que la paternidad se acercaba a mi horizonte vital, a pesar de estar con una maravillosa compañera, salí corriendo. Tenía miedo de convertirme en padre, sentía que algo le faltaba a mi vida y no era, precisamente, un bebé. Mi pareja no había pronunciado palabra alguna al respecto, pero me figuré que eso que llaman reloj biológico de la maternidad (¿existe?) estaba en marcha para ella.

A las pocas semanas de mi partida (dejé Madrid y me fui a Mallorca) ocurrió un suceso singular, a la manera en que son singulares los sueños: soñé que la mujer de la que me acababa de separar estaba embarazada de otro hombre. Al despertar, el malestar emocional que sentía era tan grande que me levanté a toda prisa de la cama, cogí la bicicleta y pedaleé hasta el mar, lanzándome de cabeza en aquellas aguas frías de comienzos de la primavera. Entonces, mientras caminaba hacia la orilla y hacía el gesto inútil de secar el rostro con las manos húmedas, vino a mi memoria un recuerdo antiguo, el de mi padre (ya fallecido), en la playa, con un bañador verde aceituna a rayas negras que usaba cuando yo era un niño.

A partir de allí, y de otra suma de casualidades y voluntades, comenzó a tejerse el reencuentro con mi pareja, y a los pocos meses retomamos la relación. Aún transcurrieron tres años, hasta la mañana en la que Iñaki (el gato) y yo la acompañamos en el baño mientras se hacía la prueba de embarazo. Positiva.

Y nunca nada más fue igual en mi vida.

DOS MÁS UNO NO ES TRES

En ese entonces creía, con ingenuidad, como cree la mayoría de los hombres, que mi mujer y yo seguiríamos siendo los mismos, solo que con una criatura a cuestas. ¡Vaya error de cálculo! Porque la ecuación no es tan sencilla. Si a una pareja de individuos le sumas un bebé, dos más uno no es igual a tres. Ese uno que se suma, la criatura, es inconmensurable, un factor que al ser agregado al sistema lo pone de cabeza, sacudiéndolo y obligando a reinventarlo todo.

«No tengo previsto que esto (la paternidad) suponga un cambio en mi vida profesional», sostuvo el tenista Rafa Nadal al comentar la noticia del embarazo de su esposa, Mery Perelló. Días más tarde, sin embargo, tuvo que retirarse del torneo Wimbledon 2022 debido a una lesión en el estómago. ¡Una lesión en el estómago interfiere con tu carrera profesional y piensas que un hijo no lo hará! La única manera de que la carrera profesional de Nadal, o de cualquier otro hombre, no se vea afectada por el hecho de convertirse en padre es manteniéndose al margen o teniendo tan solo una discreta participación en el proceso. Estar ausente durante las pruebas de seguimiento del embarazo. Asistir al parto desde la distancia. Que durante el posparto sean otras personas las que acomoden el cojín de lactancia a la mujer, le pasen la botella de agua y bañen a la criatura. Que no duerma en la misma habitación que la mamá y el bebé ni se levante por las noches a cogerlo en brazos cuando llore. No implicarse. No mancharse de mierda. Solo así el nacimiento de un hijo no interferirá con la carrera profesional de un hombre.

Nadie impedirá, no obstante, que legalmente seas reconocido como padre y que las fotos en redes sociales así lo testifiquen. Pero si la paternidad no transforma tu vida, entonces, aunque tengas el título de padre, no te habrás ganado una designación de mucho más valor: la de papá. La lengua española, al igual que otros idiomas, establece una diferencia entre padre y papá. Quizás esta diferenciación se justifica porque la condición de padre la certifica un papel y puede no tener más significado que la connotación jurídica. En cambio, el título de papá lo otorgan los hijos y las hijas, y se gana día a día en la interacción y en los cuidados. Existe el concepto de padre ausente, pero no el de papá ausente.

SENTIRSE MAL ESTÁ BIEN

—    «No me siento preparado, es muy pronto para mí».

—    «Me da miedo perder mi libertad, no poder salir a beber cerveza con mis amigos o jugar a la consola».

—    «No sé si quiero convertirme en padre».

—    «La maternidad es un proyecto de ella, pero no estoy seguro de que sea un proyecto mío».

—    «Ser padre conlleva una responsabilidad económica que no sé si podré asumir».

—    «Me da miedo no estar preparado, cagarla, no estar a la altura».

—    «Temo actuar como mi padre, convertirme en él».

—    «Si mi mujer tiene un hijo nacerá un competidor, al que ella querrá más que a mí».

—    «Soy una persona defectuosa, no sé si vale la pena que alguien como yo tenga descendencia».

—    «El planeta es un lugar inseguro, peligroso, sombrío. ¿Para qué traer un hijo a este valle de lágrimas?».

—    «Si no sé cuidar de mí mismo, ¿cómo cuidaré de un bebé?»

—    «De niño no recibí el amor que necesitaba, me siento incapaz de darlo».

¿Te identificas con alguno o varios de estos miedos o pensamientos negativos? Se trata de inseguridades típicas de los hombres ante el escenario de la paternidad. También es posible que te sientas abrumado, acobardado, agitado, agobiado, alterado, angustiado, ansioso, apático, arrepentido, asustado, aterrado, aturdido, celoso, confuso, conmocionado, contrariado, decaído, desconcertado, disgustado, distanciado, dolido, escéptico, fastidiado, frío, impaciente, incapaz, incómodo, indiferente, inquieto, intranquilo, irritado, malhumorado, melancólico, mortificado, nervioso, paralizado, pasivo, perplejo, perturbado, preocupado, reacio, retraído, sobresaltado, susceptible, temeroso, tenso, trastornado…

Sentirse inseguro, hacerse un montón de preguntas ante un evento vital de primera magnitud como convertirse en padre es normal, y constituye una respuesta adaptativa sana que abre el camino para el cambio personal. Querer ser un buen padre, esforzarse por mejorar con nuestras criaturas lo que hicieron con nosotros en la infancia puede convertirse en un valioso propósito de vida.

Pero la paternidad puede ir mucho más allá: si hacemos caso a la idea de que lo privado es también político, la implicación de los hombres, de cada hombre, en el cuidado y la crianza, en equidad con las mujeres, tiene el potencial de convertirse en un factor de cambio social.

LA ODISEA DE LA PATERNIDAD

La paternidad podría ser comparada con un viaje iniciático del cual nunca regresaremos idénticos a como éramos antes de partir. La mujer que da a luz y la pareja que la acompaña son y no son las mismas personas al salir del hospital que al entrar. Ingresaron una mujer y un hombre, salen una madre y un padre, llevando consigo a una criatura destinada a revolverlo todo, irremediablemente, para siempre. Con un hijo o una hija tu vida cambiará. Más allá de lo maravilloso, lo bueno, lo regular y de lo malo, la pareja previa al nacimiento habrá de reconstruirse o fracasará.

La poeta y ensayista Adrienne Rich, en su obra Nacemos de mujer (1976), reflejó con acierto una idea con la que muchas mujeres se han sentido identificadas: la maternidad no es una experiencia unívoca, que signifique lo mismo y se experimente igual en todos los casos. La paternidad, tampoco. De hecho, no existe nada como la paternidad; existen hombres de carne, hueso, sudor y, con suerte, lágrimas, que se convierten en padres. Conviene, pues, hacerse consciente —y este es el objetivo de este libro— de algunos de los retos comunes que muchos padres experimentan desde que reciben la noticia de que un hijo o una hija de su autoría viene al mundo hasta que… ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo se deja de ser padre?

La paternidad no se acaba nunca: se transforma. Una vez adquirida, la condición de padre no se pierde jamás. Simplemente, cada etapa del desarrollo de los hijos conlleva asumir roles distintos. Incluso si no estás presente, si desapareces, dejando solos a la madre y al bebé, seguirás siendo padre: un padre ausente. Pero no serás papá.

OTRAS FORMAS DE PATERNIDAD Y FEMINISMO

Las personas agrupadas bajo la etiqueta LGTBI+ (Lesbianas, Gais, Transexuales, Bisexuales, Intersexuales y cualquier otra orientación sexual o identidad de género posible) pueden aproximarse a la maternidad y a la paternidad desde ángulos que trascienden mis conocimientos y experiencias, así como al objetivo de este libro. Soy una persona cisgénero o cis (que experimento concordancia entre mi identidad de género y mi sexo), escribiendo para otras personas cis. En la medida de lo posible intentaré hacer referencia a la pareja en lugar del hombre, pero a veces la palabra hombre es insustituible porque es a ellos a quienes me refiero.

En los últimos años ha emergido una nueva figura, la de los padres solteros por elección. En la mayoría de los casos, estos hombres acceden a la paternidad a través de la gestación subrogada, término jurídico que designa la práctica de pagar dinero para que una mujer alquile su vientre y tenga un hijo para ti, entregándolo al nacer. Como no quiero contribuir a normalizar una práctica de ética dudosa, que constituye una forma de explotación sexual de mujeres pobres a fin de satisfacer a adultos que confunden su deseo con un derecho, no haré referencias específicas a estos casos.

Asimismo, a lo largo del libro utilizaré tres palabras problemáticas para lo que se conoce como feminismo hegemónico, es decir, el feminismo dominante en buena parte del mundo académico y de los organismos internacionales, de raíz beauvoirista (por Simone de Beauvoir). Las tres palabras problemáticas son mujer, madre y maternidad. ¿En qué sociedad vivimos para que el uso de las palabras mujer, madre y maternidad pueda ser considerado problemático? ¿Problemático de qué? Según sostienen diversas autoras desde la llamada segunda ola del feminismo, la maternidad como mandato contribuye a perpetuar el rol doméstico y la faceta de cuidados de la mujer, que así se mantiene subordinada al hombre. En 1949, cuando Beauvoir publicó El segundo sexo, esta manera de aproximarse a la maternidad como un yugo del que la mujer debía ser liberada tenía mucho sentido. Pero siete décadas más tarde, quizá, sea más arriesgado luchar porque la sociedad reconozca el valor y la importancia que tiene la experiencia de las mujeres que se convierten en madres, sin que esto signifique que ser madre sea el destino único, obligatorio o más importante de la mujer. Si las mujeres dejaran de quedarse embarazadas y de parir, la humanidad se extinguiría en cien años. Y los siguientes cien años, y el resto, serían años de soledad sobre la Tierra. Ese valor biológico específico de las mujeres es de tal calado que merece ser reivindicado y puesto entre las principales prioridades sociales por atender. Para muchas mujeres, eso también es feminismo.

Sin embargo, a las madres se les deja solas. A los padres que se implican y desean cuidar, también se les deja solos. A las familias, cualquiera que sea su forma, se les deja solas. Da igual qué sector del espectro político gobierne: a las principales protagonistas de la reproducción sexual humana no se les acompaña, ni se les protege, ni se les sostiene, a fin de que lleven adelante el embarazo (si y solo si lo desean), den a luz a las criaturas y cuiden de ellas, de manera cercana, durante la exterogestación (los nueve meses siguientes al nacimiento), con el apoyo de las parejas, que de forma progresiva y en consonancia con las necesidades evolutivas y psicoemocionales de los recién nacidos, irán asumiendo el rol que les corresponde frente a las mujeres y los bebés, hasta construir una situación de equidad en torno a la crianza.

LOS PADRES, EN PAÑALES

La paternidad pertenece a esa categoría de acontecimientos que no hemos vivido nunca y de la cual no tenemos experiencia. El hombre que se convierte en padre está en pañales respecto de cómo cuidar a un bebé. Nos convertimos en padres sin saber qué hacer, cuál es nuestra función, qué rol debemos asumir. La mayoría de nosotros, a diferencia de las mujeres, y como consecuencia de una educación no igualitaria, es probable que nunca hayamos tenido en brazos a un bebé hasta coger el nuestro.

Las escuelas para padres, que deberían ser propiciadas desde los organismos públicos, navegan entre la insignificancia y la inexistencia. Nadie nos ha dicho nada de cómo se hace y tampoco nos hemos preocupado por averiguarlo. Lo normal en esas circunstancias es equivocarse, muchas veces. El que la mayoría de los hombres arribe a la paternidad sin ninguna instrucción previa revela el grado en que la sociedad no valora en su justa medida la labor de quienes traen hijos e hijas al mundo. Desde cualquier punto de vista (económico, político, sociológico, psicológico, etc.) tener hijos, cuidarlos, sostenerlos, educarlos y apoyarlos hasta que sean capaces de elegir sus propios caminos, constituye una función que debería contar con toda la ayuda institucional y grupal. Sin embargo, en la mayoría de los casos la maternidad y la paternidad se viven como experiencias solitarias, desgastantes, no reconocidas ni subvencionadas y sin recibir el sostén del grupo.

Se le atribuye al poeta cubano José Martí aquello de tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Me atrevo a sugerirte que cambies el orden: primero, planta el árbol, luego, escribe el libro y, por último, ten el hijo. Porque después de que nazca el bebé es posible que no sepas dónde guardaste el azadón o cuál era el cuento que querías contar. Aunque, también es cierto, la experiencia de la paternidad puede hacer posible que tanto los árboles que siembres como los libros que escribas tengan raíces más profundas.

Con la paternidad se abre la posibilidad de que conozcas un tipo de amor que antes no conocías, distinto del amor erótico o de la amistad que sientes hacia tu pareja. Los griegos tenían una palabra específica para nombrarlo, storgé, el amor hacia los hijos. Quien lo ha sentido sabe de lo que hablo. Te queda la última croqueta en el plato, tu hija te pregunta si te la vas a comer, tú te mueres de ganas por llevártela a la boca, pero respondes que no, «no me apetece, ya estoy lleno, cómetela», dices, mientras tú tragas saliva y ella, la croqueta. Se trata de un amor que cuando piensas que ya no puede crecer más, sigue creciendo a lo largo de la infancia, un amor tan grande que llegamos a creer que estaríamos dispuestos a dar nuestra propia vida a condición de que la de ellos permanezca. Hasta que llega la adolescencia, con su efecto matizador de los afectos…

En la Poética, Aristóteles introduce el término anagnórisis en referencia al giro narrativo que lleva al descubrimiento de datos esenciales de la identidad de un personaje. Pues la maternidad y la paternidad funcionan como una especie de anagnórisis que nos revela asuntos desconocidos hasta ese entonces de nosotros mismos.

Traer al mundo criaturas humanas es algo previsto por la naturaleza; cuidarlas está en la biología de hombres y mujeres, función que se ha ido sofisticando a través de la cultura. Lo verdaderamente asombroso es que, a través de la maternidad y la paternidad, cuando se viven con plenitud de vinculación, presencia y cuidado, también nos damos a luz a nosotros mismos.

¿Quién no sentiría miedo?

2

EL DESEO DE SER PADRE:¿BIOLOGÍA O CULTURA?

«¿Eres un hombre al que sea lícito desear un hijo? ¿Eres el victorioso, domeñador de ti mismo, dueño de tus sentidos, el señor de tus virtudes? […] ¿O hablan en tu deseo la voz de la bestia y la necesidad? ¿O la soledad? ¿O el descontento de ti mismo?».

NIETZSCHE, Así habló Zaratustra

En 2012, antes de que mi mujer se quedara embarazada, hice una práctica en la que visualicé la posibilidad de convertirme en padre. Sentado en postura de meditación, concentrado en la respiración, dirigí la atención hacia el corazón. El cuerpo me devolvió una sonrisa. Me sentía listo para la paternidad.

Según este relato, yo habría tomado la decisión, más o menos consciente, de ser padre. Pero no siento que haya sido así. La consciencia y el pensamiento racional no son suficientes para explicar el inicio del proceso de convertirnos en madres y padres, lo que se conoce con el nombre de transición parental.

En mi caso, la decisión comenzó a gestarse, sin darme cuenta de ello, al menos tres años atrás, al invadirme el recuerdo de mi padre en la playa. O, tal vez, el deseo de ser padre tiene su génesis en la infancia y se va construyendo a través de las distintas etapas del desarrollo, en un largo proceso de maduración y aprendizaje.

¿Cuándo comenzamos a ser padres? ¿Al recibir la noticia? ¿En algún momento del embarazo? ¿Después del nacimiento del bebé? ¿O somos padres desde mucho antes, al surgir en nosotros el deseo, desde la primera vez que lo imaginamos? El deseo configura la acción, que depende en buena parte de nosotros. Pero el deseo mismo no nos pertenece; brota en las entrañas señalando un camino posible. Podemos construir un relato según el cual hemos sido nosotros los que decidimos traer criaturas al mundo. Pero el deseo, desde mucho antes, estaba ahí.

¿EXISTE EL INSTINTO PATERNO?

Instinto, palabra esquiva, difícil de definir, que parece inventada por el diablo. El diccionario de la Real Academia hace referencia a «pautas de reacción», «móvil» al que se le atribuyen actos o sentimientos, «razón profunda» de la que no nos percatamos, «facultad», «impulso», «movimiento divino», «propensión natural e indeliberada» e «inspiraciones sobrenaturales».

Si colocamos la maternidad y la paternidad a la luz de la antigua distinción que hacía Aristóteles entre potencia (aquello de lo que somos capaces) y acto (aquello que, en realidad, hacemos), podemos ver con claridad que devenir madre o padre es una capacidad saludable de los cuerpos humanos. Luego, cada persona, en el marco de su experiencia vital, decide si convierte el potencial reproductivo en acto reproductor.

¿Hasta dónde somos conscientes, en el sentido de ser plenamente responsables, de las decisiones que tomamos y de las acciones que emprendemos? Doscientos años antes de que Sigmund Freud inventara el psicoanálisis, el filósofo Baruch Spinoza escribió:

Los hombres creen ser libres solo a causa de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan […] quienes creen que hablan o callan, o hacen cualquier cosa por libre decisión del alma sueñan con los ojos abiertos (Ética, III, 2).

¿Sueñan con los ojos abiertos quienes creen que tomaron de forma consciente la decisión de tener (o de no tener) hijos? El mismo Spinoza estableció un principio filosófico que se aplicaría a todos los seres, vivos o inertes: «Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser» (Ética III, 6). ¿No constituyen la maternidad y la paternidad una doble forma de perseverar en el ser, como individuos y como miembros de la especie humana? En mi caso particular, tengo pocas dudas: veo a mi hija y me veo a mí en ella; sé que cuando muera no moriré, que permaneceré de algún modo en su ser, como mi padre muerto permanece en mí.

Diferenciándolo de lo instintivo, pero estrechamente relacionado, Freud introdujo el concepto de pulsiones, las cuales representan «los requerimientos que hace el cuerpo a la vida psíquica», y constituyen «la causa última de toda actividad» (Esquema del Psicoanálisis, 1938-1940). Para el creador del psicoanálisis existe un número indeterminado de pulsiones, que él, basándose en una teoría de la psiquiatra rusa Sabina Spielrein, sintetizó en dos: pulsión de vida o Eros y pulsión de destrucción. La libido, según la teoría freudiana, es la energía que subyace y alimenta a la pulsión de vida, que busca satisfacer las necesidades congénitas del individuo, incluyendo la actividad sexual. ¿La maternidad y la paternidad son reflejo de la libido y representan a pulsiones contenidas en la más general pulsión de vida?

Buena parte de los estudios sobre la mente y el comportamiento humanos rechazaron las pulsiones freudianas por considerarlas suposiciones imposibles de cuantificar, pero la idea que se echó por la puerta principal se coló por la ventana de atrás, con la irrupción del concepto de impulso o drive, que también postula la existencia de cierto estado energético del organismo previo a la acción.

«La naturaleza humana hace posible las guerras, pero no es su causa», escribió Richard Barnet en su libro Las raíces de la guerra (1973). Parafraseando a Barnet, podemos decir que la naturaleza humana hace posible la maternidad y la paternidad, pero no es su causa. Toda conducta humana está, invariablemente, afectada por el entorno en el que se desarrolla. Los genes no propician conductas en el vacío, sino en compleja interacción con el ambiente (epigénesis), en contextos sociales específicos de aprendizaje. Hablar solo de instinto materno o paterno para explicar el deseo de tener hijos podría ser una simplificación excesiva.

Es lícito aceptar en los seres humanos la existencia de una predisposición biológica que influye en determinados comportamientos, pero que no los determina. La conducta humana es compleja (empezando por el hecho de que quien busca explicarla comparte dicha humanidad) y difícilmente atribuible a un solo factor. En este sentido, sería reduccionista hablar del instinto materno o paterno como una condición que, por sí sola, sustente el deseo de traer hijos e hijas al mundo.

La palabra instinto, como la utilizaron dos de los fundadores de la etología moderna, Konrad Lorenz y Niko Tinbergen, hace referencia a una pauta fija de acción, característica del desarrollo evolutivo de una cierta especie (filogenia), que se pone en marcha ante un estímulo específico. Pero el desarrollo de la investigación científica sobre el comportamiento animal y humano ha rechazado o, cuando menos, matizado el papel de los genes como explicación unilateral de la conducta. El antropólogo Ashley Montagu, en su obra The Nature of Human Agression (1976), señala:

Sí, existe efectivamente una inmensa brecha entre la humanidad y otras especies, brecha que se ha ido ensanchando a lo largo de un período de más de cinco millones de años como consecuencia de la singular historia evolutiva de la especie. Pero esto no significa que «no haya quedado nada de nuestra herencia biológica». Ha quedado mucho. De hecho, apenas existe forma de conducta humana que no tenga alguna relación con nuestros orígenes animales. Mas eso no significa que tal relación determine necesariamente cualquier forma de conducta humana. Pueden influir. Pero es muy distinto decir que determinan, gobiernan, resuelven o regulan la forma o el contenido de la conducta humana.

¿Qué tan libre es el libre albedrío? Con el avance en las técnicas de neuroimagen, a partir de las dos últimas décadas del siglo XX, diversas investigaciones sobre el funcionamiento en vivo del cerebro humano han arrojado el mismo inquietante resultado: nuestro cerebro conoce unos segundos antes las decisiones de las que más tarde seremos conscientes (Libet et al.,1982, 1983; Soon et al., 2008). Sin embargo, aunque en un principio estos resultados llevaron a algunos investigadores a cuestionar la existencia misma del libre albedrío (Harris, 2012), el debate tiene muchas complejidades y matices. Por ejemplo, ¿son comparables los procesos cerebrales que llevan a decisiones simples, tomadas en situaciones artificiales de laboratorio, con los mecanismos neuronales involucrados en asuntos trascendentales, en el contexto natural del individuo, como en el caso de convertirse en madre o en padre? El investigador sueco Hans Liljenström (2020), experto en modelos matemáticos de procesos biológicos, sostiene: «Sin duda, nuestras decisiones dependen de factores biológicos (genéticos, neurales, fisiológicos), pero no están determinadas por ellos. También dependen de factores psicológicos, sociales y ambientales, que, en su conjunto, constituyen una compleja red de causalidad».

Instinto, pulsión, libido, impulso, deseo: ¿quién es capaz de trazar líneas que establezcan límites claros entre las fuerzas biológicas que habitan nuestro organismo, como quiera que las nombremos, orientadas a la supervivencia de la especie, y las fuerzas racionales o conscientes que, en apariencia, dirigen el proceso de toma de decisiones en asuntos de vital importancia como la maternidad y la paternidad? ¿Hasta dónde somos capaces de domesticar nuestra naturaleza animal? Franz Kafka, en Informe para una academia, escribió:

Vuestra simiedad, estimados señores, en tanto que tuvierais algo similar en vuestro pasado, no podría estar más alejada de vosotros que lo que la mía está de mí. Sin embargo, le cosquillea en los talones a todo aquel que pisa sobre la tierra, tanto al pequeño chimpancé como al gran Aquiles.

Y parte de esa simiedad que nos conforma se expresa en el deseo de reproducirnos sexualmente. Así, no parece plausible negar la existencia misma del instinto materno o paterno. No hay mayor esencialismo que el de los defensores del triunfo de la cultura sobre la naturaleza, al arrinconar a la biología como parte de la experiencia humana. Somos animales culturales, como nos definió el catedrático en psicología Roy Baumeister. No solo es que no podemos prescindir de la biología: ¡es que nuestra biología es la base a partir de la cual es posible el aprendizaje y la cultura! «Nuestra biología nos permite aprender y cambiar a lo largo de la vida, de modo que las influencias culturales y sociales puedan seguir moldeándonos», afirma Baumeister en su libro The Cultural Animal (2005). Por eso es tan falso el debate entre naturaleza y cultura: porque la segunda solo es posible a partir de la primera.

Por todas estas razones, la pregunta no es tanto si existe un instinto materno o paterno, sino hasta qué punto el instinto influye en el deseo y en la conducta de los seres humanos. ¿Es igual para todas las personas o hay diferencias individuales o de género? ¿Cómo influyen la familia de origen y la propia historia personal en el hecho de desear convertirse en madre o en padre? ¿Qué papel juega la sociedad? ¿Qué otros factores están involucrados, incluido el azar, para que optemos, a veces en contra de nuestros propios intereses individuales, por tener descendencia?

DEUDA DE VIDA

A partir del mito del libre albedrío, tenemos la tendencia a creer que los hijos y las hijas vienen al mundo cuando y como queremos. Sin embargo, es posible relativizar la maternidad y la paternidad como proyectos conscientes. Para la neuropsiquiatra y psicoanalista Monique Bydlowski:

Nosotros mostramos que, en materia de filiación humana, una deuda de vida inconsciente encadena a los sujetos a sus padres, a sus ascendientes. Para los futuros padre y madre, el reconocimiento de ese deber de gratitud, de esa deuda de existencia, es el eje de la actitud para transmitir la vida (La deuda de vida, 2007).

No importa cómo fuimos cuidados (o descuidados) en la infancia, o qué tipo de vínculo tenemos en la actualidad con nuestros progenitores: ellos nos dieron la vida, gratis. ¿Por qué no habríamos de darla nosotros, gratis también?

Esa «deuda de vida inconsciente» con los antepasados, según Bydlowski, se pone de manifiesto en la costumbre de nombrar al hijo varón con el nombre del padre, o de traspasar el apellido como forma de gratitud al clan familiar. Somos los continuadores de una saga de supervivientes. Si fuésemos capaces de profundizar en la vida privada de las diez generaciones de hombres y de mujeres que nos antecedieron, y en todas las causas y azares que hicieron posible nuestra aparición en el mundo, quizá tendríamos más consciencia de lo que vale una vida humana y del logro que implica transmitirla.

NARCISISMO Y MASCULINIDAD AMENAZADA

El pediatra T. Berry Brazelton y el psiquiatra Bertrand Cramer, en su obra La relación más temprana (1993), en un capítulo dedicado al vínculo experimentado por el futuro padre, hacen referencia a la necesidad de «renovar viejas relaciones con personas importantes de su pasado», y destacan el anhelo de asegurar la continuidad del linaje.

Brazelton y Cramer advierten en el deseo paterno rasgos narcisistas vinculados a la necesidad universal de reproducir la propia figura, que se cumple en la identificación con el hijo. «El hijo engendrado por el padre es el padre mismo», leemos en el Mahabharata, un antiguo texto épico y mitológico de la India.

Lo curioso es que, en algunos hombres, detrás de los sentimientos de grandeza y privilegio, de la prepotencia característica del narcisista, de su anhelo profundo de ser admirado, se esconde una debilidad: la sensación de una amenaza constante para la identidad masculina y la necesidad compulsiva de reafirmarla y reforzarla (Brazelton y Cramer, 1993).

En ciertos contextos, la paternidad es un indicador de hombría. Los hombres pueden tener dudas sobre su potencia sexual y su capacidad para dejar embarazada a la pareja (creen que la responsabilidad del embarazo depende de ellos, que la mujer es, tan solo, un contenedor de semen). Según este estereotipo de género, el varón con hijos es más macho que el varón sin hijos, cuya masculinidad está aún por demostrar. Esto explicaría, en parte, la preferencia que muestran muchos hombres por tener un hijo de su mismo sexo:

Un varón, con frecuencia, tiene la misión de aplacar las dudas del padre respecto de su autoimagen masculina […] Para el padre, el hijo varón tiene más probabilidades que la hija de convertirse en portador de sus ambiciones insatisfechas (Brazelton y Cramer, 1993).

Desde la perspectiva psicoanalítica, el deseo masculino de tener un hijo estaría influido por el complejo de Edipo: a través de la paternidad el hombre no solo tiene la ocasión de igualarse con el propio padre, sino que a lo largo de la crianza tendrá la oportunidad de hacerlo mejor que su progenitor. Todo nuevo padre pretende ser un padre mejor que el suyo. ¿Cuántos lo conseguirán? ¿Cómo se mide semejante logro?

ENVIDIA DE LA MATERNIDAD

La psicóloga y psicoterapeuta Karen Horney, la primera feminista del psicoanálisis, confrontando algunas de la teorías sexuales de Freud, escribió en los años treinta del siglo pasado:

Desde el punto de vista biológico la mujer tiene en la maternidad, o en la capacidad de ser madre, una superioridad fisiológica absolutamente incuestionable y de ningún modo despreciable. Donde esto se refleja mejor es en el inconsciente de la psique masculina, concretamente en la intensa envidia de la maternidad que experimenta el niño (Horney, Psicología femenina, 1982).

Mientras que el padre del psicoanálisis propuso que el deseo de tener un hijo solo se plantea a la mujer de forma secundaria, debido al desengaño por la carencia de pene, Horney incorporó el concepto de envidia del útero y rescató el deseo de ser madre como un sentimiento «arraigado primaria e instintivamente en las profundidades de la esfera biológica».

En opinión de Horney, la posibilidad de ser madre no solo afecta la psique de la mujer, sino que también compromete, por su imposibilidad para ellos, la de los hombres:

¿Acaso la tremenda fuerza con que aparece en los hombres el impulso a la actividad creadora en todos los ámbitos no nacerá precisamente de su conciencia de desempeñar una parte relativamente pequeña en la creación de seres vivos, que constantemente les empujaría a una sobrecompensación con otros logros? (Psicología femenina, 1982).

Esta necesidad de sobrecompensación es, quizás, el motivo que subyace a la arquitectura falomorfa, presente en la mayoría de las culturas y civilizaciones, una manera en la que los hombres, de forma oculta para los propios autores, afirman la preponderancia del pene frente a la naturaleza feraz y nutricia del útero.

PATERNIDAD: DESEADA, NEGADA O INESPERADA

A veces, los hombres se convierten en padres sin querer, de forma imprevista; un hijo como consecuencia colateral de las relaciones sexuales. En otras ocasiones, tener hijos forma parte de un proyecto de pareja, fruto de una relación amorosa entre dos personas que aspiran a fundar una familia.

Como recuerda Monique Bydlowski (2007), el deseo de ser padre también puede ser formulado de forma negativa: el deseo de ser madre es de ella, a lo que el hombre se presta. «La paternidad parecería más a menudo ser sorprendida que abiertamente declarada […] Sorprendida, la paternidad no será asumida sino a posteriori