Vivir entre extraños - Reina Roffé - E-Book

Vivir entre extraños E-Book

Reina Roffé

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Beschreibung

"Toda obra de arte es autobiográfica". Este fue el primer pensamiento que vino a mi mente al terminar de leer los siete relatos de Reina Roffé que son siete obras de arte. En casi todos, la protagonista es una escritora argentina que ―según sabemos― vive desde hace varias décadas en España. En el libro aparece un "alter ego" o el propio "yo" de la autora, que rememora vivencias, ideas y sentimientos, para transmutarlos en algo mayúsculo, que supera lo real, conformando así su elaborada y seductora construcción literaria. En este caso ―con chispazos de recuerdos, añoranzas y lúcidas observaciones―, da la impresión de que Roffé está presente en cada una de las tremendas historias que nos va contando, en primera o en tercera persona, y que suceden en distintos momentos de su vida. El sentimiento de destierro en la protagonista, que se traslada de un texto a otro, es primigenio, consubstancial. Refugiada ―desde su infancia en Buenos Aires― en su cápsula, en su mundo, va escurriéndose entre las personas y las geografías, con el deseo de huir y fugarse de situaciones y de seres que le son hostiles. Y el resultado de ese desamparo existencial son estos relatos, que presentan sin anestesia, la más audaz, sincera y conmovedora de las confesiones. Como narradora, la temática de Reina Roffé es siempre atrapante, transgresora; en lo formal, su estilo es bello y elaborado. En su esencia moran una poeta y una ensayista, una pensadora escéptica y decepcionada que yo calificaría como "casi cioraniana" por esa "vitalidad del pánico" y ese su "apagón interno" que ella misma afirma albergar.

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Contenido

Prólogo

Vivir entre extrños

El atropello

De madrugada

El exilio interior

Viaje a Salamanca

La familia de Ángela

Sueños, nada más

Landmarks

Cover

Vivir entre extraños

Relatos de soledad y desarraigo

Vivir entre extraños

Relatos de soledad y desarraigo

Reina Roffé

Prólogo de Alina Diaconú

Roffe, Reina

Vivir entre extraños : relatos de soledad y desarraigo / Reina Roffe ; Prólogo de Alina Diaconú. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Hugo Benjamín, 2024.

Libro digital, Amazon Kindle

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-631-6548-15-3

1. Literatura Argentina. I. Diaconú, Alina, prolog. II. Título.

CDD A863

© 2024, Reina Roffé.

© 2024, Hugo Benjamín Levin.

Publicado bajo el sello Hugo Benjamín®

Riglos 108, 2.º A, C1424.

Fotos en tapa e interior: Archivo Instituto Cervantes de Madrid (2017).

Corrección: Dana Babic.

Diseño de colección: Alessandrini & Salzman.

Diagramación eBook: Maitreya Arte y Diseño

1.ª edición abril 2024.

ISBN 978-631-6548-15-3

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin permiso previo y escrito del editor.

Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Dedicado a…

Prólogo

Perdida en los mares del mundo

Conocí a un crítico y coleccionista de pintura*, cuyo principal libro comenzaba con esta frase: “Toda obra de arte es autobiográfica”.

Este fue el primer pensamiento que vino a mi mente al terminar de leer los siete relatos de Reina Roffé que son siete obras de arte.

En casi todos, la protagonista es una escritora argentina que —según sabemos— vive desde hace varias décadas en España. En el libro aparece un “alter ego” o el propio “yo” de la autora, que rememora vivencias, ideas y sentimientos, para transmutarlos en algo mayúsculo, que supera lo real, conformando así su elaborada y seductora construcción literaria.

En mi opinión, las diferencias entre relato y cuento son un tanto relativas, en cuanto que no existe realidad sin fantasía, ni fantasía sin realidad. De todos modos, estamos aquí en presencia de narraciones dictadas por la memoria, más que de lucubraciones imaginarias. La autora también produjo singulares obras de ficción (La rompiente, El cielo dividido, Aves exóticas, entre otras).

En este caso ―con chispazos de recuerdos, añoranzas y lúcidas observaciones―, da la impresión de que Roffé está presente en cada una de las tremendas historias que nos va contando, en primera o en tercera persona, y que suceden en distintos momentos de su vida.

Constantemente encontramos a una mujer sola, solitaria y desarraigada, exiliada ―en primer término― de sí misma, en un deambular entre extraños (incluida su propia familia), que la hacen sentirse extranjera, siempre diferente del resto del mundo circundante, siempre incomprendida y aislada.

Salvo su amistad con Ángela, personaje que aparece en varios de los cuentos, que es su sostén y su salvavidas en esa España adversa, no halla a nadie empático, confiable y solidario. El sentimiento de destierro en la protagonista, que se traslada de un texto a otro, es primigenio, consubstancial. Refugiada ―desde su infancia en Buenos Aires― en su cápsula, en su mundo, va escurriéndose entre las personas y las geografías, con el deseo de huir y fugarse de situaciones y de seres que le son hostiles, comenzando por su propia madre, una mujer que derrama a su alrededor todas las negatividades.

“La soledad es buena consejera, pero mala compañera”, reza un dicho anónimo que incorporé a mi credo. Según Schopenhauer, sólo las almas extraordinarias tienen como patrimonio a la soledad. Y el resultado de ese desamparo existencial son estos relatos, que presentan sin anestesia, la más audaz, sincera y conmovedora de las confesiones.

En el fondo, la muchacha y la mujer de estas historias busca cierto beneplácito social, y, como todos nosotros, vulnerables al fin, ansía ser amada.

“Necesitaba tanto que me aceptaran y quisieran. Me sentía excluida, impopular” ―admite.

El relato que abre esta selección y cuyo título da nombre al libro, “Vivir entre extraños”, es la síntesis de su niñez en Buenos Aires, en una familia que los psicólogos llamarían “disfuncional”. Está constituida por una madre terrible que se victimiza, exige, manda, humilla, “como si el hecho de dar la vida creara una deuda eterna de un solo y único lado, sin equidad”. Esa madre no tolera el robo inocente de su niña y, asimismo, muestra un lado delirante de su ser: inventa que la bebita que parió tenía las uñas pintadas y que, de tan grande, parecía de seis meses. A esa extraña madre se le suma un padre impasible y un hermano maltratador.

Afortunadamente, como contrapunto, una abuela tierna y amorosa con la cual convive muchos años, la contiene emocionalmente. Tanto, que la pequeña llega a pensar que era, en verdad, hija de la abuela.

Es decir que, desde su infancia y en su propio país, la protagonista sufre por “vivir entre extraños”. ¿Su solución? Irse de la casa. “Huía por un camino bordeado de hogueras para salvarse de la locura, la injusticia, la tristeza y hallar un claro en la espesa, honda noche de los vínculos más íntimos”. Luego de una primera fuga a los dieciséis años, de la cual vuelve, parte de nuevo, pero a otro país. Vive así las nefastas experiencias de una mujer atropellada en uno de los relatos, discriminada en otros o acosada, tanto en el sentido literal como en el figurado, aunque también ―y eso no se narra― tiene “deslumbramientos, revelaciones de seres fascinantes”, pero especialmente monstruosos, que la rodean de sordidez. Todo ello configura su odisea, los “ritos de la travesía”.

Para abordar cada uno de los distintos caminos que toma la protagonista fugitiva, la autora saca su artillería compuesta por una ironía sagaz, punzante y, al mismo tiempo, un autocuestionamiento acerca de su propia identidad, de su peculiar forma de ser, con una fuerte mirada crítica.

En este aspecto, el relato titulado “El exilio interior” es verdaderamente alucinante. En un simposio de autores iberoamericanos que tiene lugar en Madrid, la protagonista escritora cobra su participación sin haber podido participar. La experiencia es desopilante y la manera de describir las impresiones de ese ámbito académico, casi arquetípico, no tiene desperdicio. En la mesa de poetas, hay alguien que se refiere a Dora Maar, la musa de Picasso. La opacada escritora se identifica en ese momento con la admirable fotógrafa y pintora emancipada y valiente que se retira del mundo. Roffé dice: “esa Dora Maar que, un buen día, se alejó de todo y de todos. Pensó en la tristeza de Dora, quizás una tristeza suave como la suya, que la había acompañado siempre. Tenía motivos: los improperios de una sociedad y de unos personajes que le suscitaban enajenación y fastidio”.

Otro cuento antológico, que tiene ese humor amargo es “De madrugada”, con la llamada telefónica de una compatriota desubicada que, luego de décadas de no verse, le pide favores por teléfono como si se hubiesen frecuentado con asiduidad durante todos esos años. Esa invasión sorpresiva e inoportuna le produce insomnios y el terror de volver a caer en las garras de oportunistas y manipuladores.

Buenos Aires y la Argentina toda están siempre presente en la memoria y en el corazón de Reina Roffé, muy pendiente de su país de origen, de su situación, de sus crisis, de su gente, acaso con la ineludible idealización que da la nostalgia. Lo cual no impide que pueda mirar con lucidez la gravedad de los hechos y preocuparse siempre por el sino de su patria, por sus viejas amistades y sus afectos.

En su estupendo relato “La familia de Ángela” está sintetizado prácticamente todo lo que le sucede a una mujer sola y desarraigada, viviendo entre extraños, y eficazmente descriptos sus temores, padecimientos e incomodidades en medio de los festejos navideños de la Nochebuena del año 2001 (¡qué año para la Argentina, con el corralito y demás!). La acción se sitúa en Madrid, en la casa de la madre de su mejor ―y única― amiga, Ángela. Todos son españoles y constituyen otra familia “disfuncional”, que la ignora y la discrimina por ser argentina. En ese texto netamente autobiográfico, hacía ya 13 años que Roffé vivía en Madrid (“trece navidades y trece cumpleaños sin un regalo, por simbólico que fuera, porque aquí no tenía familia ni amigos”), dice la voz narrativa, un personaje agresivo, provocador y xenófobo, hermano de su amiga, intenta acorralarla y arruinarle la velada.

La última narración, “Sueños, nada más”, está hilvanada con elementos oníricos. Por su mismo entramado, admite múltiples interpretaciones y lecturas. No obstante, quien haya leído la nouvelleLa madre de Mary Shelley de Reina Roffé, que incluye “Aves exóticas. Cinco cuentos con mujeres raras. Y uno más”, publicado en 2011, podrá encontrar un antecedente o lazo de comunicación con este relato y también con el primero del actual volumen, como si la hija de “Vivir entre extraños” fuera ahora madre (real o imaginaria) de una joven de 18 años que, tras un viaje de pretendido placer, se encuentra atrapada en un ambiente marginal y sórdido durante una larga y tenebrosa noche.

En todos los relatos del libro hay referencias a películas y directores de cine memorables que la autora asocia a las anécdotas descriptas, con lo cual nos muestra su côté cinéfilo, estrechamente ligado a su vida. Así son nombrados directores como Kieslowski, Scola, Frank Capra, Alan J. Pakula, y los films La decisión de Sofía, Un día muy particular, Arsénico y encaje antiguo, Tres colores: Azul, Blanco, Rojo. No faltan tampoco menciones a escritores que son paradigmáticos para Roffé: Alejandra Pizarnik, Julio Cortázar, Antonio Di Benedetto, Virginia Woolf, Elizabeth Bishop, Flannery O’Connor. Y más.

Si tuviera que definir los ejes emocionales de estos recientes textos de la notable escritora argentina, serían: la tristeza, la soledad, la nostalgia, el miedo, el desvalimiento. La tristeza es la cuna de la inspiración de todo escritor, según Agatha Christie. En cuanto a la tristeza y a la nostalgia, Khalil Gibran decía que “debía haber algo extrañamente sagrado en la sal, porque ella está en nuestras lágrimas y en el mar”. Con lo cual habría en esos estados de ánimo algo místico, subyacente.

¿Puede darse una introspección profunda sin soledad, sin temores, sin un sentimiento de orfandad, sin silencios? “Los silencios son lospétalos de tu flor”, escribía Marguerite Yourcenar.

En lo personal, me unen a Reina Roffé varias similitudes y sincronismos: el desarraigo, nuestro destino dividido entre dos países, esas dificultades que siguen siendo mayores para las mujeres en cualquier quehacer que emprendan, la melancolía, la desazón. Como también haber tenido madres terribles. Pero también nos vincula esa fuerza del Ave Fénix, ese coraje de los miedosos, esa osadía de los tímidos.

En el camino literario, también hemos vivido situaciones gemelares. Ambas tuvimos novelas censuradas por la Dictadura Militar en la misma fecha (Monte de Venus fue la de ella), ambas recibimos la Beca Fulbright que nos llevara a la ciudad de Iowa y al “International Writing Program” (en USA) en los años ’80, ambas somos resistentes y resilientes. Tanto que, cuando en uno de sus relatos menciona un sueño donde se le aparece una hermana gemela, me pregunté: ¿no seré yo esa hermana?

Como narradora, la temática de Reina Roffé es siempre atrapante, transgresora; en lo formal, su estilo es bello y elaborado. En su esencia moran una poeta y una ensayista, una pensadora escéptica y decepcionada que yo calificaría como “casi cioraniana” por esa “vitalidad del pánico” y ese su “apagón interno” que ella misma afirma albergar. Los “españolismos” que a veces utiliza se deben a la necesidad de ubicarnos en el contexto ibérico en el cual se desarrollan ciertas acciones.

Por la franqueza de tono confesional que Reina Roffé adopta en sus relatos, por su valentía, por su sentido del humor y del horror, aplaudo la aparición de este libro perturbador que ―estoy segura― va a alborotar y deslumbrar a sus lectores.

* Se trataba de mi padre.

Alina Diaconú

Ya no tenemos el mar,

pero tenemos voz para inventarlo.

No tenemos el mar,

pero tenemos mares que no podremos olvidar.

El mar encrespado de la cólera,

el mar viscoso del destierro,

el fúlgido mar de la soledad,

el mar de la traición y el desamparo.

Fragmento del poema “Mar” de Reinaldo Arenas

Vivir entre extraños

“Mi madre nunca me dio la mano”.

La asfixia, Violette Leduc

Llega. Vuelve una vez más. ¿Agosto de 1999? Viene del verano y siente cruel el frío húmedo que la envuelve y penetra, algo desolador se mete en sus huesos. Trece horas de vuelo y varias más en esperas, trayectos, diecisiete sin descanso ―calcula―, sin un verdadero descanso. Todavía con el abrigo puesto ―ese largo, negro, de invierno europeo― se deja llevar por su madre hacia el balcón, apenas entra las maletas. Está urgida por mostrarle algún estropicio que escamotea el saludo, ¿un abrazo, un beso? Hace más de un año que no se ven.

―Mirá ―ordena―, quiero que veas eso, pero no lo toques ni lo pises.

―¿Qué tengo que mirar?

―¿No lo ves?

El balcón está como siempre, diáfano y con la misma única planta que se alimenta de la lluvia y se ha vuelto una especie de cactus salvaje lleno de espinas.

―¿Te referís a la planta? ―murmura temerosa de esa cara desencajada y violenta, de ojos velados por el odio.

―¿Estás chicata, vos? ¿No la ves, no ves esa mancha?

―¿La de agua?

―No es agua ―dice como clamando al cielo―. Ojalá lo fuera. Es algo malo, muy malo.

Pide que la deje ponerse cómoda, al menos quitarse el abrigo. Le propone que prepare café y, con el café, hablar de aquello que tanto la perturba. Su madre parece aceptar, no sin cierta contrariedad, y se dirige a la cocina con resignación, como si su hija fuera una idiota irremediable con la que no se puede entender.

El café es La Morenita, de sabor tropical, que seguirá tomando en esa cocina cada vez que regrese. Ha observado algunos cambios en el departamento. A simple vista, le parecen favorables. Años sin que nada mudara de lugar o de aspecto. La austeridad era un principio, no una coyuntura temporal; aunque tuviera dinero, jamás compraba nada por el solo gusto de ver algo intacto entre tanta loza rajada. Conservaba las reliquias de bazar barato con las que se había surtido al casarse, aquello de uso diario; lo bueno o lo nuevo que le habían regalado permanecía aún envuelto. Todo lo que había en la casa, muebles, vajilla, adornos, se remontaba a esa época y había sido conservado contra viento y marea, desafiando el deterioro, las tremendas heridas del tiempo. Esa mujer era, en realidad, la antítesis del ama de casa, que intenta hacer de su hogar un espacio grato y confortable. Nunca había apreciado ese don de caridad y esperanza que hay en las cosas bellas o por estrenar. Hasta los colchones tenían no menos de cuarenta años.

―Es increíble lo que me pasa ―dice indignada.

―¿Qué te pasa?

―Los de arriba, los inquilinos del piso de arriba.

―¿Hacen ruido?

―Si fuera sólo ruido. Ocho meses que los aguanto. No hacen otra cosa que tirarme porquerías.

―¿En el balcón?

―Eso que viste en el balcón, ¿sabés lo que es? Gualicho ―exclama como soltando una bomba.

Al fin lo ha dicho. Al fin afloja su angustia.

―¿Y por qué te van a tirar eso?

Su madre la mira con desdén. Dice:

―Porque un día subí a quejarme. Algo raro pasa ahí, mueven todo y parece que se me va a caer el techo en la cabeza. Fue un error, ahora el tipo me la tiene jurada.

―Vive un tipo solo.

―No, vive el tipo y unos cuantos más, la mujer, los hijos. Pero él es terrible, tiene ojos de brujo. Me echó a los perros encima y tuve que gritar para que me los quitara.

Todos sus relatos, sus dramas, eran recortes para armar. Hablaba como si su interlocutor conociera la historia o creyera que ya se la había narrado con pelos y señales. Por eso, le daba un fastidio enorme tener que aclarar algún punto, volver a contar, responder preguntas. Fastidio que rayaba en lo patológico, como si el otro, el escucha, fuera una especie de malvado que la hacía repetir a propósito para cuestionar su relato o, más grave aún, se hacía el tonto, el desentendido por el gusto de tomarle el pelo, burlarse de ella, y que ella cayera una y otra vez en la trampa de la propia narración.

La hija indaga:

―¿Pero qué es el gualicho exactamente? ―no acaba de preguntar cuando ya se arrepiente.

―Aparenta ser tan inteligente ―dice su madre hablando con alguien innominado y ausente― y no sabe qué es eso. ¡Ni que fuera una caída del catre!

La hija se ríe, no puede más que reírse. La madre también lo hace contagiada o necesitada de capturar un espacio de distensión. Luego, explica, alecciona con calma: