111 historias de personas con diabetes - Susana Ruiz Mostazo - E-Book

111 historias de personas con diabetes E-Book

Susana Ruiz Mostazo

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Beschreibung

Manu tiene un sueño: ser profesional de ciclocross. Miriam despegó su vuelo médico a los cinco años, antes de sobrevolar la sierra de Cádiz en parapente. Rubén, un apasionado de Japón, la magia y el sushi fantasea con viajar algún día al país nipón. Mari Jose, gran fan del grupo U2, llamará a su perro de alerta médica Bono, como el cantante del grupo. 111 historias de personas con diabetes reúne los testimonios de aquellos que luchan por sus sueños y afrontan los retos diarios de coexistir con una enfermedad crónica, la diabetes.

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Primera edición digital: julio 2023 Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com Imagen de la cubierta: Irene E. Jara Ilustración de la contraportada: Miriam Serrano García Maquetación: Irene E. Jara Corrección: equipo de Libros.com Revisión: Isabel Bravo de Soto

Versión digital realizada por Libros.com

© 2023 Susana Ruiz Mostazo © 2023 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-19174-83-3

Susana Ruiz Mostazo

111 historias de personas con diabetes

Para Frederick Banting, el descubridor de la insulina, con todo el cariño por parte de toda la comunidad azul.

Gracias a tu descubrimiento diste una nueva oportunidad a las personas con diabetes.

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Prólogo

111 historias de personas con diabetes

Conclusiones

Agradecimientos

Mecenas

Contraportada

Prólogo

 

En un momento complicado, en plena pandemia, confinamiento, covid, miedo y angustia, logré sentarme en mi escritorio para poder escribir y recordar todos los momentos vividos años atrás, desde el momento del diagnóstico en diabetes, con once años, y cómo había luchado por perseguir mis sueños y adaptar la diabetes a la vida que yo quería vivir.

Las palabras brotaban de mi interior sin cesar, los recuerdos se sucedían uno tras otro ayudándome a mantener la compostura en los momentos convulsos de la pandemia. Escribir y expresar desde mi interior lo que sentía y había vivido se convirtió en mi válvula de escape durante aquellos meses. También compartir más tiempo con mi marido y nuestro pequeño Lagun, nuestro Golden.

Las imágenes de los valles, collados, cimas de montañas, senderos, cascadas, empezaron a sucederse sin parar en mi mente, devolviéndome la sonrisa, serenidad y felicidad que necesitaba. Con cada imagen revivía cada una de las emociones vividas durante los últimos años. No se podía viajar, ir a la montaña, ni tan siquiera salir de casa más que para lo imprescindible. ¿Por qué no hacerlo con la mente?

Fui capaz de llevar a cabo un viaje en el tiempo hacia mi pasado, transportándome a los lugares y momentos donde conocí las montañas. También durante los que descubrí países increíbles como Egipto, Rumanía, Italia, Kenia, Francia. La maquinaria utilizada para tal hazaña fue muy sencilla y rudimentaria. Tan solo tuve que hojear viejos álbumes de fotos reveladas y pasar el tiempo releyendo pequeñas anotaciones escritas en mi diario viajero.

En aquel viaje mental, atrapando viejos recuerdos y vivencias, tuve que atravesar un túnel oscuro, coger fuerza, parar a respirar y expresar desde mi interior, de la forma más honesta y sincera, lo que había supuesto para mí atravesar una crisis de ansiedad.

Seguí retrocediendo en el tiempo para revivir mis primeros años con Carlos, mi marido, mi experiencia en Francia, recordar a mis grandes amigos, volver a estudiar secretariado y bachillerato. Las vacaciones con mis padres, mi hermana, los ratos con mis primos y familia, las charlas con mi querido abuelo Serafín… Sin darme apenas cuenta, había retrocedido a mi niñez. En aquel instante, hice un alto en el viaje. Me bajé en aquella estación de mi vida en la que tenía once años.

De repente, de nuevo estaba subiendo aquella horrible e interminable cuesta de mi pueblo una Noche de Reyes de 1993. El cansancio había empezado a apoderarse de mi escuálido cuerpo, que había perdido kilos en las últimas semanas. Las ojeras volvían a marcar fuertemente mi rostro, aquella sensación de sed constante secaba mi boca de forma tormentosa. Las incesantes ganas de orinar y de comer y beber sin parar habían vuelto…

Cierro los ojos para sobrellevar de la mejor manera todas aquellas sensaciones tan desagradables, intentado continuar mi viaje hacia otro momento de mi vida más placentero. Sin embargo, cuando por fin soy capaz de abrir los ojos, descubro aterrada que la situación ha empeorado, me encuentro tumbada en la cama del box de un hospital, rodeada de sueros y aparatos extraños. Un habitáculo lúgubre, tenebroso, desde el que se escuchan ruidos inquietantes, y de repente un insoportable silencio.

Cuando me encontraba a punto de romper a llorar, tras la cortina del box, aparece una mujer muy sonriente. No la conozco, pero me transmite tranquilidad logrando calmar mi ansiedad. Se sienta a mi lado y me sonríe. Le pregunto quién es y qué está ocurriendo. Ella, sin dejar de sonreír, me susurra: «Hola, Susana, sé que estás asustada. Estás en un hospital porque te acaban de diagnosticar diabetes. ¿Sabes qué es?». La mujer me coge con cariño de la mano y empieza a explicarme qué es la diabetes y en qué consiste.

Según la escucho, empiezo a asustarme más, ella me tiene cogida la mano y yo se la aprieto cada vez con más fuerza. Ella observa mi reacción. Siente mi miedo en sus manos y decide parar de hablar de la diabetes para pasar a ponerme su mano en mi frente, pidiéndome que cierre los ojos y observe. «Vamos a hacer un viaje juntas», me dice, «¿confías en mí?». «Sí», contesto balbuceando…

Poco después de cerrar mis ojos, siento su mano apoyada sobre mi frente, que empieza a desprender calor y calma en mi interior. Poco a poco desaparecen mis inquietudes por las inyecciones de insulina o cifras de glucosa. Empiezo a visualizar grandes montañas, collados, senderos, países lejanos e increíbles, estampas heladas, fiordos, lagos, dunas del Sahara. Observo diferentes rostros de personas que deben ser amigos, siento vivencias y experiencias extraordinarias, auroras boreales, icebergs. Gélidos paisajes que transmiten calma, serenidad.

De repente, el rostro de un hombre, siento que es alguien muy especial. Se llama Carlos. Junto a él siento una emoción muy fuerte que debe ser lo que los adultos llaman amor. Nos cogemos de la mano y nos adentramos en un mundo nuevo donde empezamos a subir montes, caminar por senderos, montañas, viajamos por diferentes países del mundo, en barco, ferris, avión, caminando, Kenia, Rumanía, Francia, Italia, Nepal, Groenlandia, Elbrús, Kilimanjaro, Meru, Marruecos, Toubkal, Sahara, Rusia… Junto a nosotros nuestro inseparable Golden, Lagun.

Recorremos diferentes puntos del país impartiendo charlas, contando a las personas con diabetes cómo perseguir sus sueños… Conociendo a personas increíbles con las conectaré para siempre. De repente, siento una gran turbulencia en mi interior…, empiezo a visualizar imágenes nada agradables. Gente con mascarilla, llantos, encierros…, UCIs sobrecargadas de gente. Quiero abrir los ojos, sin embargo, la mujer me calma con su mano de nuevo y sigo observando. Me encuentro escribiendo en un escritorio, alcanzo a ver el título del manuscrito: Los sueños no tienen cima… Libro donde narro todas las experiencias descritas anteriormente.

Al final del libro, el nombre de todas las personas que lo han hecho posible, asociaciones de personas con diabetes donde pude acudir a impartir charlas, familia, amigos…

Gracias a todas esas personas y asociaciones podré contar mi historia.

Luego abro los ojos, más tranquila y calmada. La mujer me sonríe y me dice: «¿Sabes cuál es el número mágico de la diabetes? El 111». «¿Por qué es mágico?», le pregunto. «Eso lo tendrás que adivinar por ti misma en tu próximo viaje…». Sin decir nada más, la mujer, sin dejar de sonreír, se levanta para marcharse. Justo antes de desaparecer tras la cortina del box, observo en su pelo una cinta con el dibujo de un enigmático lince.

Año 2021, convulso también para mí y para todas las personas que quiero. Primero, por una grave operación de espalda que me llevó en julio al quirófano. El año todavía nos depararía más sorpresas desagradables. Fue el año de la publicación de mi primer libro, Los sueños no tienen cima. Sin embargo, estaba siendo un año duro y convulso. La pandemia seguía latente y a nosotros nos había tocado encarar batallas añadidas.

Tras la operación, durante mi baja laboral, decidí recurrir de nuevo a la escritura para evadirme y descansar mi mente. No sabía de qué escribir. Un día, en Laredo, escuchando el susurro de las olas del mar, al atardecer, me vino a la mente una imagen. Todas y cada una de las personas que habían hecho posible publicar Los sueños no tienen cima aportando su granito de arena, demostrándose un cariño enorme y confianza.

Cogí el libro entre las manos y empecé a leer muchos de sus nombres y también a recordar a muchas de las personas a las que la diabetes y las ponencias me había dado la oportunidad de conocer.

Fue entonces cuando mi mente empezó a maquinar el próximo proyecto.

Aquellos recuerdos y una prueba de glucosa con el número mágico acabaron por definirlo.

111 fue la cifra del glucómetro aquella tarde. El número mágico de la diabetes, la cifra perfecta en la que no te encuentras ni en hiperglucemia ni en hipoglucemia, el oasis de la persona con diabetes.

Empecé a hacerme las siguientes preguntas: si todas aquellas personas, niños, niñas, asociaciones de la comunidad azul, me habían ayudado a contar mi historia, ¿por qué no ayudarles a contar yo la suya? Tantos años escuchándome en las ponencias hablar sobre mis experiencias… Había llegado el momento de escucharlos a ellos, darles la voz y dejarles expresar sus vivencias desde dentro. Estaba segura de que cada historia sería diferente, emotiva, importante.

Fue entonces cuando lancé la pregunta a las redes, a la comunidad azul: «¿Quieres contarme tu historia para un nuevo libro, 111 historias de personas con diabetes?». La respuesta fue un tsunami de emails, whatsapps y llamadas donde personas con diabetes conocidas y desconocidas se mostraron abiertas a contarme su historia. Fue entonces cuando se inició el nuevo viaje. Aquel que aquella mujer con la cinta de pelo con el lince enigmático me había anunciado en mi viaje en el tiempo.

Ahora sabía por qué el 111 era tan mágico. Un número y experiencia vitales que se unieron para contar historias que merecían ser contadas, narradas. 111 historias de personas con diabetes es el resultado de un trabajo de casi dos años entre entrevistas, narraciones, montajes de vídeo, edición, maquetación, donde se intenta transmitir quiénes son las personas con diabetes, qué sienten, cómo la viven, cada uno según su forma de ser, su personalidad, su propia experiencia, haciendo suya su historia única y especial.

Este libro me ayudó a reconectar con viejos amigos, hacer nuevas amistades, evadirme de aquel año tan duro en el que mi suegra también sufrió un coma diabético, lo que me obligaría a transcribir algunas historias desde la habitación de espera de la UCI. Intentando hacer un regalo a los demás simplemente ofreciéndoles mi tiempo y mi escucha, ellos me devolvieron su entrega, cariño y amistad. Solo puedo dar las gracias a cada una de las personas que están detrás de cada una de estas historias por prestarse a compartirla con nosotros, contadas desde el corazón. Ojalá que en un futuro cercano sirva para ayudar a las personas que acaban de ser diagnosticadas de diabetes u otra patología crónica, a sus familiares y amigos.

En el libro se encuentran personas increíbles que están muy por encima de su diabetes o patología, acostumbradas y obligadas a portar una mochila impuesta que no les impide perseguir sus sueños, sencillamente porque los sueños no tienen cima.

Ahora sé quién es aquella mujer del box con el lince enigmático: Miriam Serrano, enfermera con diabetes que supo plasmar en un dibujo precioso 111 historias de personas con diabetes.

1. Judith Díaz San Gil

En tierras volcánicas

Icod de los Vinos, pueblecito situado al noreste de la enigmática isla de Tenerife, una de las islas mágicas del archipiélago canario. Icod de los Vinos es además el hogar del Drago Milenario, un árbol considerado por los guanches una manifestación divina terrenal. La playa de San Marcos y la Cueva de los Vientos son otros de los atractivos de este rinconcito del norte de la isla. Aquí pasaría parte de la infancia nuestra protagonista, Judith.

Tenerife está custodiada por la gran montaña blanca, el Teide, de 3.719 metros de altitud, cuya cima, nuestra protagonista, Judith, alcanzaría el día de su cumpleaños, en diciembre de 2019, con treinta años recién cumplidos. Su novio, Romen, guía de montaña, sería el encargado de planificar la ruta, dividiendo la ascensión en dos etapas, pasando la noche en el refugio, donde dormirían unas horas antes de emprender de nuevo el camino, esta vez para ascender por el sendero que les conduciría hasta la cumbre del Teide, cumpliendo con el objetivo de alcanzar su cima a la hora del amanecer. Imagino las sensaciones que tuvieron que invadir en ese momento a Judith, observando la luz y la fuerza con la que irrumpen los días en lo alto de las montañas. Seguramente toda esa fuerza se instaló en ella y le dió ánimos para continuar.

Pero hasta llegar ese día, Judith tendría que recorrer un largo camino, atravesar diferentes etapas, sortear diversas dificultades. Caminar durante años por un sendero repleto de curvas, donde superar grandes desniveles, sufrir caídas, sobresaltos, recorrer un camino repleto de obstáculos que Judith tendría que aprender a solventar antes de sentirse capaz de encumbrar la cima del Teide.

Este camino se inició cuando Judith contaba con tan solo ocho años.

Judith era una niña feliz que vivía junto a sus padres, Miguel y Reyes, en Icod de los Vinos. La infancia de Judith transcurrió en este pueblecito norteño de la isla y a pesar de trasladarse con trece años a Santa Cruz de Tenerife por motivos laborales de sus padres, ella se sentiría siempre originaria de este rincón.

Viviendo todavía en Icod de los Vinos fue cuando ocurrió el debut. Su madre, Reyes, llevaba varios días observándola con preocupación. Notaba a su hija diferente. Judith tan pronto se mostraba muy nerviosa y enfadada como de repente se sentía tremendamente agotada y cansada, falta de energía, algo impropio en una niña de la edad de Judith, de tan sólo ocho años. Un día, mientras Judith terminaba de darse una ducha, su madre irrumpió en el baño.

Judith no acertaba a entender por qué su madre se había quedado totalmente paralizada en la puerta. Su rostro había palidecido de repente. Lentamente, su madre se fue acercando a ella. Estando ya a su lado, la cogió con cariño de la mano, sacándola de la ducha. Reyes se había asustado al observar el cuerpo desnudo de su hija, extremadamente delgado. También observó la palidez de su hija. Estaba claro que algo no marchaba bien.

Judith y sus padres marcharon al centro médico, donde le realizaron varias pruebas. Los resultados llegaron horas después, cuando los tres habían vuelto al hogar. Por eso, cuando sus padres le explicaron que debían ir de nuevo al hospital, Judith no entendía por qué. Acababan de volver hacía apenas unas horas del médico.

—¿Otra vez al médico? —acertó a decir—. ¡No me gustan! —se quejó.

Sin embargo, sus súplicas no sirvieron de nada, en cuestión de segundos estaban montados de nuevo en el coche, volando por la autopista camino al Hospital Universitario de Canarias, en La Laguna.

Nada más llegar y mostrar los informes médicos al equipo del hospital, Judith sería ingresada en urgencias. Después, Judith permanecería ingresada durante dos semanas en el hospital, donde primero se ocuparían de estabilizar sus glucemias para luego iniciar el proceso de formación en la gestión de su enfermedad, tanto a ella como a sus padres. Sobre todo, en la gestión de las comidas y la insulina. Poco a poco fueron explicándoles esta nueva situación, a la que no les quedaba más remedio que adaptarse y aceptarla.

Su hija había debutado en diabetes tipo 1. Por su parte, Judith intentaba asimilar toda la información con la que de golpe la empezaron a bombardear, aprendiendo conceptos totalmente nuevos y hasta entonces ajenos a ella.

De todo aquello, lo que más le aterraba era una cosa, así que, inocente, acertó a preguntar a la enfermera: «Pero, ¿me van a pinchar?». Pregunta oportuna, pensaría la enfermera…

Durante su ingreso, Judith recuerda a una chica de unos quince años con la que entabló una amistad. Las glucemias de esta chica estaban muy descontroladas, le pasaba algo extraño, porque estas situaciones eran habituales para ella. Judith lo recuerda con pesar, ya que todos los niños ingresados, incluida ella, se marchaban del hospital, quedándose esta chica sola ingresada.

El hospital estaba muy bien, tenía un aula recreativa, ordenadores, juegos. Judith iba alternando entre la habitación y el aula de juegos porque era una niña y todas aquellas distracciones la ayudaban a evadirse de la situación tan incomprensible para ella.

Durante los primeros años después del debut, para Judith su diabetes se convirtió en una rutina más que incluir en todo lo que le enseñaban sus padres como parte de su educación. Una rutina más, como cepillarse los dientes, lavarse las manos antes de comer… Además, durante los primeros años, disfrutó de una «luna de miel en su diabetes» (periodo en el que el páncreas conserva algo de insulina antes de agotarse) que la ayudaron a obtener mejores controles glucémicos sin demasiadas complicaciones.

Sus padres indagaron en las causas por las que Judith había podido debutar en diabetes, llegando a sospechar que quizás el origen de su diabetes podía venir del cambio de metabolismo sufrido por la madre de Judith durante el embarazo. Posiblemente, Reyes sufrió una diabetes gestacional que pasó desapercibida, ya que, en aquellos años, no se practicaba a las embarazadas la prueba de la curva de glucosa. Pensaron que quizás aquel hecho pudiera ser el origen. También existían antecedentes de diabetes en los abuelos paterno y materno, ya en edad avanzada.

Recuerda que, durante los primeros años, la diabetes no supuso para ella una gran carga, su vida continúo desarrollándose con normalidad, de forma muy similar a antes del debut. Continuaba acudiendo al colegio, jugaba con sus amigos… Sin embargo, todo cambió durante la adolescencia.

En esta nueva etapa, el periodo de luna de miel se acabó. Hubo que empezar a hacer reajustes de insulina, incrementar el número de controles glucémicos… Fue entonces cuando a Judith la diabetes empezó a incomodarla más. Empezó a sentir que aquella enfermedad le molestaba. Era un incordio y no le gustaba.

Coincidió con la mudanza a la capital, a Santa Cruz de Tenerife, con todos los cambios que trae consigo. Diferente colegio, ambientes, amigos… Cambios que para cualquier persona en edad adolescente pueden suponer un fuerte trastorno, pero que, con diabetes, toda esta situación puede agravarse más. Recuerda que cuando se enfadaba con algo, se enfadaba también con la diabetes, todo lo negativo que le sucedía tenía origen en su diabetes, a la que acabó culpando por todo.

Además, Judith se sentía diferente al resto de sus amigas de la misma edad. Tardó bastante tiempo en desarrollarse. Con quince años pesaba tan solo 33 kilos y seguía teniendo el cuerpo de una niña. La regla no terminaba de bajarle. Sus compañeras estaban en pleno esplendor y ella continuaba con el aspecto de una niña. Todo esto la hacía sentirse a disgusto con ella misma, ansiaba sentirse «normal», comer un helado cuando le apeteciese, tomarse un batido… Todos estos sentimientos la llevaron a empezar a comer dulces cuando quería, sin ningún control, a escondidas. Empezó a picotear lo que quería y cuando quería, sin supervisión. Se dio cuenta de que aparentemente no le pasaba nada negativo por ello, durante un tiempo, claro. Estos actos acabaron por arrastrarla a una situación peligrosa de hiperglucemias constantes, vómitos… Su diabetes estaba totalmente descontrolada y sus padres no conocían los motivos reales. Al final ocurrió: Judith acabó ingresando por coma diabético. Durante el ingreso, en el hospital, los médicos y sus padres descubrieron los motivos que la habían llevado hasta aquella situación tan grave y le llovieron las broncas.

Hubo una intensa charla con los médicos. Pero nunca se preocuparon por indagar y descubrir si había algún problema más de fondo que la diabetes, como, por ejemplo, lo que ella sentía con respecto a su falta de desarrollo como mujer.

Durante el ingreso, estando ya consciente, empezó a pedir agua, pero su boca estaba totalmente pastosa y reseca, le costaba pronunciar correctamente, hablando entre balbuceos. Su madre sufrió segundos de pánico al pensar que la había quedado alguna secuela, pero Judith tan solo estaba intentando pedir agua. Hubo suerte y no quedaron secuelas, tan solo quedó en un susto y una lección muy importante que aprender. Todo aquello la hizo reaccionar y cambiar de actitud.

Reconoce que echó en falta un apoyo psicológico durante el debut o durante aquella etapa de no aceptación de la enfermedad. Se utilizaba la táctica del susto, le hablaban de las secuelas más serias, como la pérdida de un pie, etc. Sabe que eso ahora ha cambiado y que los niños reciben otra clase de apoyo y formación.

Reconoce que, durante un tiempo, a ella también le costó hablar de su diabetes. Aun así, su entorno lo sabía y mostraban preocupación e interés por ella. No sintió discriminación ni le dijeron nada ofensivo por su diabetes, hasta los 19 años, con su primer novio, quien le soltó lo peor que le han dicho en la vida: «Vas a ser un lastre por tener diabetes». Aquellas palabras hirieron profundamente a Judith. En alguna ocasión había llegado a pensar que su diabetes era un lastre, pero jamás que ella, como persona con diabetes, pudiera serlo. Aquella afirmación por parte de aquel chico fue como un fuerte puñetazo en el estómago.

Excepto esta experiencia negativa, casi siempre se ha sentido arropada por la mayor parte de sus familiares y amigos, incluso en el trabajo.

Después de aquella experiencia del coma diabético, empezó a ser mucho más responsable con su salud. Buscaba respuestas en médicos privados para preguntas que hasta entonces no había formulado. Sufrió hipotiroidismo, acudió a un ginecólogo para que la ayudara con su problema de desarrollo, se preocupaba por cuidar sus pies, sobre todo desde la práctica del senderismo; incluso cuando acudía a alguna consulta al dentista le recordaba que ella tenía diabetes.

Después, Judith conoció a su actual pareja, Romen. Un chico muy activo deportivamente, que trabajaba como guía en la isla, hacía rápel, escalada, senderismo… A Judith últimamente le insistían para que empezase a hacer deporte. A Judith no le gustaban los gimnasios, pero con Romen, su chico, descubrió un mundo nuevo, donde el senderismo pasó a ser su práctica deportiva preferida, y le aportaba serenidad, felicidad y un buen control glucémico.

Romen fue el que empezó a proponerle experiencias nuevas relacionadas con el senderismo. A Judith le encantaba la fotografía, quería fotografiar toda la isla de Tenerife y el resto de las islas de Canarias, pero para ello primero debía ser capaz de llegar a los rincones que quería fotografiar. Para alcanzar muchos de estos recónditos lugares se requería una buena forma física y ser capaz de caminar durante bastantes horas. Así que empezó a llevar a cabo rutas con grupos de senderismo de la isla. Empezó a tener en cuenta que iba a estar desarrollando una actividad física durante horas y que debía planificar el control de su diabetes. Pronto fue consciente de lo bien que les sentaban a sus glucemias la práctica del senderismo. Era un ejercicio con una intensidad progresiva. También le ayudó a mejorar su estado físico y relajar su mente. Cargada a cuestas con la mochila y la cámara recorriendo los diferentes rincones de la Isla, se paraba a fotografiar todo aquello que le llamaba la atención, captando momentos y paisajes que le hacían sentirse protagonista de un programa de televisión como Lonely Planet o Un país en la mochila. Se sentía inmersa en un programa de televisión de aventuras y viajes que le apasionaban.

Luego llego el rápel, la escalada, deportes que le permitían descansar a ratos y que no le provocan hipoglucemias fuertes, con los que al igual que el senderismo conseguía un buen control de su diabetes.

Encontró en la fotografía y el senderismo sus dos pasiones, su fuente de inspiración, las cuales le aportaban la estabilidad emocional que necesitaba, ayudándola en el control de su diabetes.

Después llegarían las travesías largas, como el GR Hierro, una travesía dura que se inicia a nivel del mar y que prosigue de forma vertical casi desde el principio, con continuos desniveles. La isla del Hierro, además, no cuenta con muchas sombras. Cuando ella y su pareja la recorrieron, era verano y el calor fue sofocante. Se preocuparon de llevar agua de sobra, casi siempre portando Romen más peso que ella. Romen, su enfermero particular, el sherpa perfecto, el encargado de marcar el paso en las rutas.

El GR Hierro se inicia cerca del faro de Orchilla. Va ascendiendo hasta la ermita de los Reyes, alcanzando el punto más alto en la isla en Malpaso, de 1.500 metros de altitud. El descenso es por otro lado. Se atraviesa la isla de oeste a este, llegando a Tamadustre.

El GR 131 recorre todas las islas del archipiélago canario. Es un GR duro, intenso y con grandes desniveles. Las etapas más intensas se encuentran en la isla de la Palma y en Tenerife, y las de menos altitud y con menos desniveles corresponden a las islas de Lanzarote y Fuerteventura.

Dos años atrás, ya había vivido tres grandes experiencias que le habían proporcionado una dosis extra de autoestima. Fue consciente de que podía viajar sola, se había sentido capaz de llevar a cabo viajes que implicasen cierto esfuerzo físico durante la aventura. Simplemente requería una buena planificación previa. Estas experiencias le hicieron sentirse autónoma por primera vez. Las decisiones que tomase dependían tan solo de ella misma, lo que le aportó madurez y empezó a creer en sí misma y en las capacidades que tenía.

Estas experiencias tuvieron lugar durante los dos viajes que realizó entre los años 2017 y 2018, recorriendo varias etapas del Camino de Santiago. Primero en 2017, cuando decidió realizar el Camino de Santiago francés, caminando durante veinte días los trescientos kilómetros que separan León de Santiago de Compostela. El primer paso fue conseguir que en casa aceptasen y respetasen su decisión. Luego, Judith contó con el apoyo incondicional de su pareja, quien la ayudó a preparar y planificar con mimo toda la ruta. Concretando, dónde pararía a comer, dormir, teléfonos de emergencia, números de taxi, medicación, bolis de insulina, recetas, geles de glucosa, agua… Y adaptando las distancias y etapas a su condición física, teniendo en cuenta la carga de su mochila.

Supuso su primer viaje en solitario, consigo misma, donde pudo conocerse mejor. También supondría su primer viaje fotográfico. Judith caminaba colgada de su cámara de fotos, sintiéndose en algunos momentos como una auténtica japonesa ansiosa por captar cada momento y paisaje que le regalaba el camino. Judith se sentía libre para parar cuando ella quisiera o decidiese, sin depender o condicionar a nadie.

Incrementó los controles de su glucemia durante la aventura, sobre todo al inicio, por precaución, para comprobar que todo estaba bajo control y ganar confianza. Observaba los perfiles de las rutas del día siguiente y comprobaba si a mitad de la etapa dispondría de alguna cafetería o supermercado donde poder comprar algún tentempié.

Recuerda que, durante el camino, su teléfono móvil sonaba a menudo, llamadas de familiares y amigos que mostraban su preocupación, la animaban y le daban fuerzas para recorrer los siguientes kilómetros.

Se sintió libre por primera vez en mucho tiempo, sentía que su diabetes ya no era un lastre para ella. Se desvaneció de su mente la idea que durante tantos años le había perturbado, pensando que ella era un lastre.

Pero esas palabras y pensamientos terribles habían quedado enterrados para siempre.

Durante el camino, Judith aumentó sus ingestas de carbohidratos, disfrutando de las comidas: quemaba todo con los kilómetros de cada ruta. Desayunaba dos veces, la primera, nada más levantarse hacia las siete de la mañana, la segunda, sobre las diez de la mañana, para cargar de nuevo las pilas y poder continuar con el camino.

Las mañanas las dedicaba a caminar, disfrutando de cada paso. Las tardes las pasaba tranquila, dedicándose a explorar y conocer el pueblo donde pasaría la noche. Durante esta experiencia fue disminuyendo su dosis de insulina basal. Se preocupaba por cargar sus reservas de glucógeno para estar a tope al día siguiente y poder disfrutar de un nuevo día de senderos y aventuras.

Después de vivir alguna etapa más dura que otra, recuerda haber entrado ilusionada a la plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela.

En 2018, contenta con la experiencia del año anterior, decidió recorrer las etapas entre Valenza-Tui y Santiago del camino portugués. Resultó algo más llevadero en cuanto a esfuerzo físico, contando con menos desniveles que el camino francés. Durante una semana recorrió los senderos siguiendo de nuevo las flechas amarillas del camino para llegar de nuevo a Santiago de Compostela.

Sus ganas de seguir conociendo nuevos lugares y viajar fueron creciendo en su interior, marchando a un segundo viaje fotográfico hasta el Sahara, donde estuvo tres días disfrutando de las dunas e inmortalizando con su cámara la fuerza del desierto.

Enseguida aprendió la dinámica para llevar a cabo senderismo, viajar, hacer deporte y llevar a cabo todas las actividades que ella quisiera, adaptando la diabetes a la vida que ella quería vivir. Para las rutas de senderismo, agua, comida, distancias, planificación de rutas, conocer desniveles y kilómetros a recorrer, teniendo en cuenta la temperatura, ya que el calor solía afectar a sus glucemias.

Atrás había quedado la época en la que su madre se mostrara preocupada de forma constante por ella, llegando a relacionar cualquier enfermedad o síntoma común, como una gastroenteritis o cualquier otra dolencia, con la diabetes. Ahora observaba que Judith empezaba a manejarse sola, que era autosuficiente y que además y lo más importante, era feliz.

Judith piensa que en diabetes se abandona la parte psicológica, tanto en el debut como con el acompañamiento durante la vida de una persona con diabetes. Cree que falta conciencia social en general con esta enfermedad. La mayor parte de las personas piensan que consiste en no ingerir glucosa. «Debemos tener en cuenta hasta el grado de madurez de una fruta, el índice glucémico de los alimentos…». Le molestan los tópicos, como el de que la persona con diabetes es obesa y no se mueve.

Como anécdota, una amiga incluso llegó a preguntarle una vez si los mosquitos le picaban más por tener la «sangre dulce» al tener diabetes… Su contestación fue: «¿Piensas que tengo un panel de miel en el culo?».

Le preocupa la cantidad de personas con diabetes que hay en el archipiélago, la falta de difusión con respecto a otras enfermedades como la celiaquía, aun siendo una patología que afecta cada vez a más personas. Reconoce que en algunas ocasiones llega a ser algo brusca cuando le preguntan cosas que ella ve como obvias. «Si no me pongo insulina, me muero».

Con los años, los síntomas de las hipoglucemias también han variado, ahora siente cansancio, no las vive con tanta ansiedad. Se considera una persona curiosa, inquieta y ecléptica.

Reconoce que, en varias ocasiones al año, se siente agobiada, con ansiedad y que la terapia le ayuda a llevarlo mejor.

A una persona a la que acaban de diagnosticar diabetes no le endulzaría la verdad. Sin ser cruel le diría que no es un camino de rosas, que su situación va a cambiar, su estado de ánimo le va a afectar a su diabetes y al revés, en su día a día. Sería realista. Y por supuesto le aconsejaría apoyo psicológico.

A su diabetes le diría que ya que vamos a estar juntas las dos, que se porte bien con ella, que ella también lo va a hacer. Que pueden ser equipo.

Lanzaría un aro azul de agradecimiento a sus padres y a su pareja.

Como advertencia: una hipoglucemia a algunos compañeros del colegio, que llegaron a ser crueles.

A los que afirman y sentencian sin tener conocimiento de la enfermedad: «El otro día me sentí mareada, quizá tenga diabetes». «Mi amiga tiene diabetes y solo se pincha una vez».

Le gustaría que desapareciese la expresión «tengo azúcar alto».

A la sociedad y a los familiares y amigos de las personas con diabetes les pediría que, además de mostrar interés por sus glucemias, lo hiciesen por su estado de ánimo al cargar con una «mochila tan pesada». Una mayor empatía hacia las personas que padecen esta patología. Pide más interés por conocer la enfermedad y evitar soltar afirmaciones desde la ignorancia o el desconocimiento.

Estoy segura de que, desde la cima del Teide, a 3.718 metros de altitud, la montaña blanca, Judith escuchó unos suaves susurros provenientes de las fumarolas del cráter del volcán. Mientras disfrutaba de un maravilloso amanecer en la cumbre, empezó a escuchar unas palabras motivadoras que la llenaron de seguridad y fuerza, haciéndole sentir capaz desde aquel momento de perseguir sus sueños.

Algo que, hasta el momento, había creído imposible. Desde la cima del Teide el sentimiento de limitación se desvaneció, teniendo la convicción de que, si en alguna ocasión no fuese capaz de alcanzar algún sueño o se sintiese incapaz de hacer algo, la diabetes no tenía por qué ser el principal motivo.

Judith empieza a proyectar en su mente nuevos proyectos. Realizar por completo el GR 131 del archipiélago canario, recorriendo los senderos de todas las islas y fotografiando cada rincón con su cámara de fotos. Quiere ser la protagonista de sus propias aventuras. Seguro que su amigo, el Teide, la ayudará a cumplir sus sueños.

2. Pedro Gallego Arroyo

Goool

Salamanca, ciudad de Castilla y León con historia, arquitectura y leyendas. Su centro histórico fue declarado patrimonio mundial por la Unesco.

Lo mejor para conocer la esencia de esta ciudad castellana es dejarse perder por sus calles para ir descubriendo los tesoros que guarda: la Plaza Mayor, donde los salmantinos quedan para tomar algo con los amigos. Visitar las dos catedrales puede ser otra interesante oportunidad para embriagarse de la cultura y la historia de esta ciudad. En una de las puertas de la catedral nueva, la Puerta de Ramos, los turistas buscan con entusiasmo la figura de un astronauta esculpido en piedra. Si quieres sumergirte en el mundo de la brujería acude a la Cueva de Salamanca, donde dicen que el diablo imparte clases. Imprescindible visitar la Casa de las Conchas si crees en el tesoro oculto en su interior. Para los románticos sin remedio y amantes de la tragicomedia en la ladera de la antigua muralla salmantina, a los pies del río Tormes, está el huerto de Calisto y Melibea, un jardín de unos 2.500 metros cuadrados inspirados precisamente en la tragicomedia de Fernando de Rojas, La Celestina.

Salamanca cuenta con un ambiente juvenil importante debido a la universidad de la ciudad, una de las más antiguas de España.

Aunque a Pedro y Belén seguramente lo que más les gusta como pareja es caminar por su ciudad recorriéndola a golpe de zancada mientras entrenan, corriendo. Justo cuando la luz del atardecer cae sobre la ciudad y baña con un color especial a sus monumentos. Es entonces cuando se dejan llevar por las sensaciones de trotar entre los antiguos muros de piedra con historia. Estoy segura de que de vez en cuando se entretienen escuchando las leyendas que los monumentos de Salamanca les narran a su paso…

«Goool», gritó Pedro eufórico al observar como el balón entraba en la portería después de una jugada magistral de su compañero de equipo.

Este grito de triunfo formaría parte de la vida de Pedro. Primero, durante sus años como futbolista profesional, jugando como central, militando en diferentes equipos: en el Foterra C.F., el San José, el C.D. Ribert y el Unión Deportiva de Salamanca. Desde los diez años, el fútbol se convirtió en algo muy importante en la vida de Pedro, marcándole para siempre. Su vida ha estado unida a este deporte en diferentes formas: como aficionado, como futbolista profesional, masajista, preparador físico y, en la actualidad, a través del centro médico al que pertenece.

Pese a sus ganas de lucha para mantenerse el máximo tiempo posible en la alta competición, con la ilusión y el sueño de llegar a jugar en primera división, llegó el momento en el que tuvo que abandonar su etapa como jugador profesional al no contar con el nivel suficiente para jugar en la élite. Pedro bromea diciendo que no pudo engañar durante más tiempo a los entrenadores, teniendo que aceptar su abandono como jugador profesional. Sin embargo, esto no supuso desligarse de su gran pasión, el fútbol. Continuó unido a él de una forma diferente, viviendo y observando los partidos desde el banquillo. Me imagino que sufriendo con cada jugada de su equipo. Sintiendo las faltas pertrechadas hacia su equipo como propias, celebrando los penaltis y goles encajados como propios, teniendo que controlar a sus piernas deseosas de saltar al campo. Sin embargo, continuaría aportando su apoyo al equipo fuera del campo de juego, ejerciendo como masajista, preparador deportivo… En 1993 volvió a la Unión Deportiva Salamanca como masajista. Años que recuerda con cariño y durante los cuales consiguieron ascender a primera división.

Después, durante los años 2003 y 2004, Pedro fichó por el C.D. Guijuelo como preparador físico, compaginando esta actividad con la clínica que había fundado en 2002 con otros socios y amigos: Pilar d’Alessandro y su padre, Jorge d’Alessandro, fisioterapeuta. Contarían desde el inicio con un apoyo imprescindible, el doctor Jesús Cuadrado. Un proyecto también ligado al deporte: clínica, rehabilitación y deporte.

Su estrecha relación con el deporte y, sobre todo, con el fútbol le permitiría a Pedro desarrollar su profesión actual en la clínica, enfocada siempre al deporte. Pedro tiene la suerte de estar rodeado de amistades y personas de su entorno para los que el deporte también es un elemento fundamental en su vida. Gracias al deporte, Pedro ha conseguido el equilibrio para convivir en paz con su problema, con su enfermedad, la diabetes.

Hasta los 27 años, los jugadores del equipo contrario serían sus únicos rivales, sin embargo, dos años después de retirarse del futbol, Pedro debería enfrentarse a un nuevo desafío. A su vida llegaría un rival con el que no contaba, una enfermedad que llamó a su puerta pasados los treinta años. Una enfermedad crónica, la diabetes, con la que tendría que volver a aprender a vivir y a practicar deporte. Una enfermedad que prácticamente no conocía, siendo para él hasta ese momento algo tan liviano como un leve dolor de cabeza o un mareo, sin tener idea de todo lo que esta enfermedad suponía para la persona que la padecía. Nunca llegó a pensar que la diabetes pudiera ser tan dañina de forma silenciosa y que pudiese comprometer a tantos aspectos de la vida de una persona, que fuera capaz de ejercer tanta influencia sobre la calidad de vida de la persona que la padeciese.

Ahora a Pedro le gusta hablar con la gente y explicarle lo que es la diabetes, a la que Pedro se refiere como el enemigo silencioso, porque no duele; pese a ser un problema de salud importante, nunca puedes saber exactamente el daño que puede estar haciéndote porque no sientes dolor.

Con su nueva situación, tuvo que aprender de nuevo a vivir y a hacer deporte, a planificar las estrategias tácticas que seguir, como en el fútbol. Ahora debía regatear hipoglucemias, observando todas sus opciones en mitad del campo para tomar decisiones, ojeando a sus nuevos rivales: las hiperglucemias, las hipoglucemias, las variabilidades glucémicas, los índices glucémicos de los alimentos. Valorando sus opciones de juego para conseguir buenos pases, el éxito en esta ocasión radicaba en el correcto cálculo de la dosis de insulina, conteo de hidratos o vasos de agua con azúcar para solventar las bajadas de fuerza en cada partido, de cada día de su vida con diabetes. Su atuendo ya no sería la camiseta de su equipo, sino una mochila azul, que cargaría a sus espaldas, llena de plumas de insulina, glucómetros, tiras reactivas, azucarillos, geles…

Su protección para tener en cuenta antes de saltar al terreno de juego ya no serían las espinilleras, sino una buena educación diabetológica que le ayudara a conseguir la victoria en cada partido y, con el tiempo, a ganar la liga de la diabetes: un buen control metabólico de su enfermedad.

Su experiencia táctica para preparar los partidos de fútbol le ayudaría a planificar su día a día con esta enfermedad, siendo capaz de llevar a cabo jugadas maestras, regates mágicos, pases míticos, estrategias nuevas para afrontar nuevos retos o situaciones. Sus dos grandes virtudes, la constancia y la lucha, serían sus grandes aliados. En algunos momentos, su cabezonería le serviría de ayuda, en otros lo traicionaría, llevándole a tomar decisiones arriesgadas y poco meditadas.

Durante todo este nuevo aprendizaje, mientras asimilaba lo que era la diabetes, su moral en ocasiones se vio afectada. Poco a poco fue asimilando y aceptando su nueva situación. El deporte, además de su familia y amigos, fueron sus grandes aliados. Pedro no tenía ningún antecedente familiar con diabetes. Su endocrino le comentó que podría haberlo provocado un cambio metabólico al parar de hacer deporte con tanta intensidad cuando dejó el fútbol.

Los años fueron pasando y el peso de la enfermedad, el agotamiento, las diversas frustraciones y otras circunstancias de la vida llevaron a Pedro a una situación límite nueve años después de su debut. Ocurrió en 2008. Empezó a descuidar el control de su diabetes, no entendía por qué tenía que prestarle toda su atención si no sufría dolor. «Me rebelé, creyéndome más listo que nadie, ignorando mi diabetes por completo». Se convirtió en un negacionista de su diabetes, preguntándose a sí mismo por qué tenía que aguantar eso. Subestimó la fuerza con la que es capaz de irrumpir la diabetes y el daño que puede ocasionar si se la ignora.

Una infección de garganta acabó por complicarlo todo, ya que, debido al pésimo control de sus glucemias mantenidas durante los últimos meses, provocó que su salud se deteriorase, empezando a encontrarse indispuesto en la clínica. Se marchó del trabajo acudiendo a casa de su madre, quien enseguida notó que su hijo estaba raro. Su hermana acabó llamando a su médico, el doctor Cuadrado, quien instó a llamar de urgencia a una ambulancia. Pedro había entrado en coma diabético. Durante veinte horas permanecería así, luchando por su vida.

Reconoce que es el único momento en todos los años con diabetes en el que ha flojeado, siendo derrotado por ella. Aquel coma marcó un antes y un después en el cuidado de su diabetes. Aprendió una lección de por vida: si no cumples las reglas, si haces las cosas mal, el del mazo viene a por ti y te tritura. «En aquel momento me creí más listo que nadie, no quería ser diabético. Negaba mi diabetes. A los nueve años del debut, le pegué un regate a la diabetes que casi me cuesta la vida. Aprendí que no se puede ir contra ella, se deber trabajar de la mano con la diabetes, ser su aliado».

De toda aquella experiencia, Pedro, años después, saca todo lo positivo de aquel coma diabético. Es consciente de que estuvo a punto de atravesar el túnel al otro lado.

Lo que más siente es el daño causado a su familia, quienes sí fueron conscientes de su estado crítico. Su madre, su pareja y su hija. Pero Pedro, cuando despertó en aquella sala pequeña del hospital, fue consciente de que había vuelto a nacer, de que la vida le había dado una nueva oportunidad que no pensaba desaprovechar.

Después de aquel trance vino una larga y dura recuperación. Pedro había perdido veinte kilos, bebía continuamente agua, sus riñones se habían quedado algo tocados. Le costaba caminar sintiendo sus pies como elefantes. Claudia, su hija, fue la que le ofreció su hombro como apoyo para dar los primeros pasos, caminando por la manzana para recuperarse. Una chica que desde los tres años había vivido la diabetes de su padre de frente, aprendiendo a pincharle en ocasiones e incluso a manejar el glucagón. A los seis meses del coma, Pedro se apuntó para correr la San Silvestre de Salamanca. Encontró de nuevo en su amigo, el deporte, el mejor aliado para superar aquellos duros momentos y salir victorioso y más fuerte. Ahora forman un trío genial, el deporte, la diabetes y Pedro. Sin el deporte no podría vivir con la calidad de vida con la que disfruta en estos momentos.

Al abandonar el fútbol como jugador, entró en un mundo de multiaventura, practicando diversos deportes. Uno de los primeros fue el esquí, después llegaría la pesca submarina, la bicicleta de montaña, los trail… El deporte pasó de ser una simple afición o profesión a una necesidad para dominar su diabetes.

Descubrió las carreras por montaña e incluso alcanzó algunas cimas de más de cuatro mil metros de altitud como el Brad Home, en Cervinia, experiencias que para Pedro fueron como haber alcanzado la cima del Everest.

Toda esta gran afición por la montaña y las carreras de trail fue inculcada por su gran amiga y entrenadora Chari Espinosa, una de las mejores corredoras de montaña.

Su pareja, Belén, se implicó muchísimo en la diabetes y en el deporte, pasando del gimnasio a la montaña para después acompañar y participar con Pedro en carreras tan duras como Tres Valles. Una carrera que recorre los lugares más mágicos de la Sierra de Francia, en Salamanca, 35 kilómetros de distancia con un desnivel positivo de 2.500 metros. Una experiencia sin duda de gran dureza, salvaje.

De su época como deportista sin diabetes añora los momentos deportivos vividos, pero reconoce que ahora disfruta muchísimo practicando deporte con su mochila azul. Tuvo la suerte de disfrutar del deporte sin diabetes, pero ahora cada segundo lo disfruta y valora más.

Toda esta fuerza la encontró dos años después del coma, cuando conoció a un equipo de deportistas con diabetes de toda España, encabezados por Jon Carro. Un grupo de personas con diabetes que, a través de un grupo de WhatsApp, una equipación con la que se identifican en las carreras como miembros del mismo «club», cuentan sus experiencias en las redes sociales. Expresan sus miedos y sus luchas continuas con la diabetes y con el deporte, ayudan a los demás a solventar problemas o dudas o simplemente escuchan cuando lo necesitas. Te dan consejos, te cuentan sus experiencias hablándote en tu mismo idioma, el idioma que solo las personas con diabetes conocen. El de las hipoglucemias e hiperglucemias y demás vocablos propios de la diabetes.

Así que la parte más positiva que le ha dado la diabetes son las personas con las que se ha encontrado por el camino. Gente que le ha apoyado, como los miembros del DT1, Casimiro Blanco, gente a la que no hubiera conocido si la diabetes no hubiera llegado a su vida.

Pedro tiene grabado en la taquilla de su clínica una frase que le dijo hace veintiocho años el doctor Cuadrado: «Te vas a morir con diabetes, pero no de diabetes, si te cuidas».

Se alegra al ver a deportistas como Nacho Fernández, jugador del Real Madrid y campeón del mundo con la selección española de fútbol, un deportista con diabetes en la élite. Es un claro ejemplo de que con esta enfermedad bien tratada se pueden perseguir muchos sueños.

Hay personas que no padecen diabetes pero que tienen otros problemas, otras mochilas que cargar a sus espaldas. Por eso Pedro está convencido de que «los sueños no tienen cima» para nadie. Que es un mantra para aplicar en la vida de cada uno.

Pedro ha pasado por diferentes endocrinos durante sus años con diabetes. Sus experiencias han sido diversas, dependiendo de la empatía del profesional médico con el que se ha encontrado. Hace años, le dijeron que no podía correr maratones porque esas pruebas eran solo «para gente sana». Aquellas palabras le hicieron abandonar la consulta y pedir el cambio de endocrino. No entiende que aquel profesional pudiera pronunciar aquella frase.

Pensó en un chaval de doce años recién diagnosticado con diabetes al que le dijeran que el deporte se acabó para él porque ya no es una persona sana. La respuesta adecuada es decirle que tiene un problema que va a solventar con diferentes herramientas que va a encontrar en el camino.

Su actual endocrino, Manuel Delgado, sin embargo, fue diferente en su veredicto. Le dijo que, como médico, a ningún paciente suyo le dejaba hacer un maratón o una carrera de cien kilómetros, pero no por tener diabetes, sino porque consideraba que estas hazañas eran una barbaridad. «Pedro, yo no te dejo hacer un maratón ni una carrera de cien kilómetros ni a ti ni a ninguno de mis pacientes, pero si lo haces tráeme resultados, porque yo quiero aprender. Pero ojo, no digas que yo te he dejado, ¿vale?». Esta es una respuesta muy diferente, donde se muestra la empatía y la antipatía de cada profesional hacia el paciente.

Con diabetes también ha vivido anécdotas, como cuando en un bar pensaron que se le había pegado un tapón de botella de agua en el brazo. No le quitaron la bomba de insulina de milagro.

A raíz de una bronca por parte de una educadora en diabetes al decirle que por qué se iba a poner la insulina al baño Pedro empezó a inyectarse la insulina en los restaurantes sin problema. Para ello, los vaqueros deshilachados y rotos empezaron a ser imprescindibles en su vestimenta. Le permitían inyectarse la insulina utilizando la zona rota del pantalón.

Ha colaborado en diferentes ocasiones con la Asociación de Personas con Diabetes de Ciudad Rodrigo. Una asociación que aporta mucho valor y lleva a cabo un gran trabajo en la zona.

En este momento es feliz con su vida, se encuentra en un momento estable y feliz junto con su pareja, Belén, a la que considera la mejor DT3 del mundo, quien se ha implicado en su diabetes de forma total. Orgulloso de su hija Claudia, con 18 años, a punto de iniciar la carrera de Enfermería. Y también de la hija de su pareja, Andrea, otra chica espectacular. Feliz de su gran familia y de todo lo que ha vivido y está viviendo en estos momentos.

Pedro lanzaría un mensaje a la sociedad: «Deberíamos estar más unidos todos, estamos centrados en el sucio y peligroso juego del “y tú más”. Estamos viviendo desde hace dos años momentos muy difíciles, sufriendo numerosas pérdidas en vidas humanas, problemas graves de salud durante esta época de pandemia». A la sociedad le pide que den importancia a la vida, que la valoren.

A los que gestionan el dinero les pide que lo hagan mejor. Sobre todo, poniendo el foco en la sanidad y en las enfermedades que sufren muchas personas. Remarca la importancia de gestionar correctamente a nivel económico los problemas de salud y también a nivel mental. Reconoce que nosotros (en la diabetes) tenemos suerte, ya que considera que tenemos bastantes recursos cubiertos y lo más importante, la insulina, el tratamiento, no como en otros lugares del mundo, donde llega a ser la segunda causa de muerte.

A una persona que acaba de debutar en diabetes le diría que entiende cualquier tipo de comportamiento que tenga. Que es consciente de que al principio el mundo se le va a venir encima, que se va a volver loco con todos los numerosos conceptos nuevos que asimilar. Que es lícito sentirse enfadado, cabreado, pero que con el tiempo aprenderá a aceptarlo y que esto le aportará estabilidad, responsabilidad, más fuerza y salud. Debe aprender a controlar su enfermedad, debe cuidarse para poder seguir disfrutando de la vida.

Pedro reconoce que ha sentido en falta que alguien se interesase por conocer cómo se sentía él como persona y no solo por cómo estaban sus glucemias. Le da rabia cuando a algunas personas hoy en día se les diagnostica diabetes y automáticamente les aconsejan abandonar el deporte, bien por un pésimo asesoramiento médico profesional o por la información contaminada que encuentran en las redes sociales. Considera que el mejor psicólogo para una persona que debuta en diabetes es otra persona con diabetes que tenga la cabeza amueblada y haga las cosas bien. De ahí la importancia de apoyarse unos a otros.

La empatía la considera parte fundamental en todos los aspectos de la vida, pero también fundamental en los profesionales médicos, como los educadores, enfermeros y endocrinos que acompañan y asesoran a la persona con diabetes. Pone como ejemplo a una educadora y enfermera, Ana Calvo, quien dispone de empatía y sabe explicar bien las cosas. Quizá sea porque su compañera, Alicia, también tiene diabetes, y este detalle hace que al final sea más cercana con el paciente. Reconoce que, como paciente con diabetes, se ha llevado más críticas que apoyo en demasiadas ocasiones. Comentarios inofensivos pero que calan dentro, como en una cena donde le dicen: «Esto no lo puedes comer porque eres diabético». Por eso considera que la educación en diabetes vendría muy bien también para el entorno de la persona con diabetes.

Si tuviese la ocasión de hablar con su diabetes le pediría más comprensión, ir los dos hacia la misma dirección y no cada uno por su lado. Jugar en equipo, estar más de acuerdo. Quizás habría que llevar a la enfermedad a educación diabetológica y no a nosotros.

Le pediría que nos trate bien, que sabe que, si nosotros no lo hacemos, nos va a dañar. Sabe que en ocasiones la diabetes se le queda mirando y como contestación obtiene siempre la misma frase: «Pedro, tú ya sabes lo que hay», y lo entiende, tan solo le pide que ella también se porte bien alguna vez.

Se ríe confesando lo contento que va mostrando el monitor, mostrando la línea en rango. Lo hace con orgullo, enseñando la gráfica tan perfecta, sin altibajos. Sin embargo, el día en que la gráfica del sensor parece una etapa de puerto en el tour, no la enseña.

Esto es día a día, a veces haciendo lo mismo el resultado es diferente, la diabetes te está esperando todos los días en la mesilla de tu dormitorio nada más despertar para echarte un pulso y ver quién puede más.

Le lanzaría un aro azul de agradecimiento al DT1 por todo lo que ha aprendido con ellos.

Y una hipoglucemia a todos los que están maltratando a las mujeres en Afganistán.

La meta más grande que ha alcanzado Pedro sin duda es la de volver a vivir y aprovechar la oportunidad.

Hubo otro momento especial en su vida, cuando participó en la carrera solidaria en Béjar para la asociación Aviva, para personas con discapacidad de Salamanca.

Aquel día lo recuerda como algo épico. Desde el inicio, la emoción lo embargó por completo al observar a todos los niños en la salida, lanzándole ánimos y agradecimientos por participar. Durante el recorrido hubo mucha gente animando. Pedro se sentía como nunca, con unas fuerzas increíbles, emocionado, fuerte. No sintió cansancio alguno durante los cien kilómetros del recorrido, sino todo lo contrario, ilusión, alegría, fuerza. Sus glucemias le dieron tregua, quizá se dieron cuenta de que la causa lo merecía.

Pedro trotó con la fuerza de un verdadero atleta, entrando a meta rodeado de pancartas portadas por los niños de nuevo que le estaban esperando. Uno de los momentos más bonitos que recuerda haber vivido en su vida. Estoy segura de que Pedro, en todos estos años de carreras, cuando atraviesa la meta, en su interior, escucha una voz que desea gritar con fuerza «¡goool!», recordando los momentos vividos como futbolista, sintiendo que de nuevo le ha marcado un gol a la diabetes.

Siente agradecimiento hacia sus padres, grandes luchadores: su padre, Pedro, que falleció justo dos años después de debutar él mismo en diabetes, y su madre, Amelia, fallecida recientemente en junio de este mismo año, ya que han sido un apoyo incondicional en su vida.

Nando, compañero de Pedro del San José C.F., su capitán. Después de los años juntos en el fútbol, continuaron unidos en las carreras que hicieron juntos: maratón de Lisboa y los cien kilómetros de Béjar (Vetona). El gran capitán de Pedro.

También a sus hermanos y hermanas: Amalia, Marisol, Pepe Luis y Sonia.

Y por su puesto, a Claudia, Andrea, Belén y DT1.

¡Goool!

3. Mónica Ibáñez Ortiz y Nika

Un tándem perfecto

En Alicante, ciudad de la Comunidad Valenciana, situada a orillas del mar Mediterráneo y rodeada por colinas y montañas, viven nuestras amigas Mónica y Nika.

Desde la finca donde viven, observan a lo lejos los montes que rodean la ciudad, el monte Benacantil, en el que se encuentra el castillo de Santa Bárbara, el monte Tossal, que custodia el castillo de San Fernando, la Sierra Grossa, las lomas de Garbines y el tossal de Manises.

«Guau, guau, guau», ladra Nika avisando a su amiga Mónica. Esto ocurre cuando Nika detecta el olor a hipoglucemia en el ambiente. Acto seguido, sale corriendo para llegar al lado de su amiga Mónica para avisarla de que su glucosa está bajando. Cuando Nika se encuentra ya junto a su amiga, emite tres ladridos, poniendo a Mónica sobre alerta y dándole la oportunidad de anticiparse a una bajada de glucosa inminente, evitando que Mónica, con este gesto de su amiga perruna, sufra una hipoglucemia severa. Nika es una perrita labradora negra que vive en una zona rural de Alicante junto con su familia perruna, su papá Sansón y su hermano Noah y, por supuesto, Mónica, su amiga humana. Nika, además de jugar, saltar, zambullirse en el agua y corretear por los huertos y campos, es una perrita de asistencia y alerta médica.

Para Mónica, la llegada de Nika a su vida supuso una gran aliada para el control de su diabetes y sobre todo la ayudó a minimizar las situaciones de hipoglucemia severas sufridas durante tanto tiempo.

Mónica convive con la diabetes desde hace treinta años. Esta irrumpió en su vida de una forma un tanto abrupta, salvaje e inesperada. El diagnóstico llegó cuando Mónica tenía dieciséis años, en plena adolescencia. A esta edad tan complicada para cualquiera, llena de cambios, hormonas alteradas y sentimientos encontrados, Mónica tuvo que solventar un obstáculo más, la diabetes.

Como la mayor parte de las personas que son diagnosticadas con diabetes, Mónica acudió a su médico de cabecera con los síntomas clásicos: sed, pérdida de peso, continuas ganas de orinar, cansancio, fatiga… Su médico de cabecera, tras examinarla y escuchar los síntomas, determinó que Mónica sufría una infección de orina, por lo que le prescribió un antibiótico. Cuando Mónica se levantó de la silla para marchar de la consulta sufrió un desmayo, cayendo desplomada al suelo, inconsciente. Este suceso hizo que el médico optase por realizarle unos análisis de sangre y orina, pruebas cuyos resultados determinaron que Mónica tenía diabetes. Así que «gracias» a ese desmayo, Mónica pudo finalmente ser correctamente diagnosticada.

Desde ese momento la vida de Mónica dio un vuelco. Hasta el momento, la diabetes había sido una desconocida para ella, nadie de su entorno padecía diabetes. Tras el diagnóstico, llegaron las horas con la educadora en el centro de salud, donde fue recibiendo la formación pertinente.

Durante un tiempo prolongado, su diabetes permaneció en estado de luna de miel, por lo que su páncreas seguía funcionando, aunque de forma insuficiente. Esta situación hizo que el tratamiento de Mónica fuese especialmente duro y estricto en cuanto a la alimentación. Al no inyectarse insulina, debía controlar de forma muy rigurosa los hidratos que ingería para evitar que sus glucemias se disparasen. Mónica recuerda comer y cenar solo proteínas con un puñado de acelgas. Cuando salía con sus amigas, optaba casi siempre por agua, en aquellos años no existían todavía las bebidas sin azúcar, pero en ocasiones, cansada de consumir siempre lo mismo, se tomaba una horchata, un limón granizado o un zumo.

Era consciente de que estas bebidas llenas de azúcar serían su merienda. También de que ese día debería prescindir de la cena, permaneciendo en ayunas hasta el día siguiente.