50 malentendidos en la ciencia - Brian Clegg - E-Book

50 malentendidos en la ciencia E-Book

Brian Clegg

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El ser humano, en su capacidad de razonar y discurrir sobre el mundo circundante, siempre tiene un impulso curioso: queremos saber por qué las cosas funcionan de tal o cual manera. De este modo, muchas explicaciones sobre ese universo tienen fundamentos débiles y aun así van pasando de generación en generación sin ser cuestionadas, porque ofrecen seguridad sobre lo que ocurre en el mundo. Brian Clegg se ocupa de mostrarnos que hay (al menos) cincuenta malentendidos en la ciencia que debemos erradicar. Desde la idea de que los murciélagos son ciegos (¡para nada!), o lo que aprendemos desde la infancia: que tenemos cinco sentidos (¡son muchos más!), hasta aquello de que la Teoría del Big Bang explica el origen del universo (en realidad, explica casi todo menos exactamente eso) o que los chimpancés y los gorilas son nuestros ancestros, pasando por la idea extendida de que la sangre es roja a causa del hierro; todo es desmenuzado con lujo de detalles y todos los razonamientos son presentados de manera tal que, al terminar de leer el libro podamos tener una idea un poco más precisa de cuáles son algunos de los mitos sobre la ciencia más aceptados.

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Acerca de Brian Clegg

Briann Clegg nació en Rochdale, Lancashire, en el Reino Unido, en 1955. Estudió en la Escuela de Gramática de Mánchester y luego Ciencias Naturales en la Universidad de Cambridge, con especialización en física experimental. Una vez graduado, luego de un año en la Universidad de Lancaster, obtuvo una maestría en Operational Research, una disciplina surgida originalmente en la Segunda Guerra Mundial para aplicar las matemáticas a las conductas durante la guerra y enfocada hoy en día a la resolución de problemas y la toma de decisiones eficientes en los negocios. British Airways lo contrató como consultor en desarrollo de hardware y software. Allí mismo, llevó adelante desarrollos como reconocimiento de huellas dactilares y dinero electrónico. Más adelante, fundó su propia consultora y hoy asesora a empresas como Sony, la BBC, el Banco de Escocia, entre tantas otras. Entre los temas que más lo apasionan están la ciencia, las matemáticas y la física. Su tarea como escritor siempre fue la de la divulgación, por eso libros como Una historia breve del infinito, Diez patrones que explican el universo y La biblia de la física cuántica fueron tan exitosos. Es la primera vez que 50 malentendidos en la ciencia es publicado en castellano.

Página de legales

Clegg, Brian 50 malentendidos en la ciencia / Brian Clegg. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2024. Libro digital, Otros

Archivo Digital: descarga y onlineTraducción de: Paula Gürtler.ISBN 978-631-6532-22-0

1. Ciencias Naturales. I. Gürtler, Paula, trad. II. Título.

CDD 507.1

ISBN edición impresa: 978-631-6532-21-3

© Michael O’Mara Books, 2022

Título original Lightning Often Strikes Twice

Traducción Paula GürtlerCorrección Federico Juega SicardiDiseño de tapa e interiores Víctor MalumiánRetrato de Brian Clegg Max AmiciIllustraciones internas Peter Liddiard

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, marzo 2024

50 malentendidosen la ciencia

Brian Clegg

TraducciónPaula Gürtler

Índice

Introducción

1. Un rayo nunca cae dos veces en el mismo sitio

2. Tenemos cinco sentidos

3. La Estrella del Norte es la estrella más brillante del cielo

4. Las puntas de los dedos se arrugan cuando nos bañamos porque absorben agua

5. El agua es un buen conductor de la electricidad

6. Los humanos tienen cerebros excepcionalmente grandes

7. Hay tres estados de la materia

8. La población de la Tierra está creciendo exponencialmente (y será nuestro fin)

9. Los peces dorados tienen una memoria de tres segundos

10. Los dinosaurios se extinguieron después de que un asteroide chocó la Tierra

11. Newton descubrió la gravedad cuando le cayó una manzana en la cabeza

12. Los átomos son como sistemas solares en miniatura

13. Nada viaja más rápido que la luz

14. La sangre es roja porque tiene hierro

15. Los humanos solo usan el 10% de la capacidad de su cerebro

16. Una moneda arrojada desde la cima del Empire State podría matar a alguien

17. El azúcar pone hiperactivos a los niños

18. En la Edad Media todos creían que la Tierra era plana

19. El vidrio es un líquido viscoso

20. La población mundial actual supera la cantidad de personas que existieron en toda la historia de la humanidad

21. Ada Lovelace fue la primera programadora

22. Los murciélagos son ciegos

23. El arcoíris tiene siete colores

24. El pelo y las uñas siguen creciendo después de morir

25. La sangre humana baja en oxígeno es azul

26. La comida orgánica es mejor para la salud

27. Nacemos con todas las neuronas que tendremos para toda la vida

28. Los lemmings se suicidan en masa

29. El teflón y el velcro son inventos derivados del programa espacial

30. La teoría del Big Bang explica el origen del universo

31. Deberíamos volver a tener la dieta que tenían nuestros ancestros

32. El agua del desagüe baja por diferentes direcciones a cada lado del ecuador

33. No hay gravedad en la Estación Espacial Internacional

34. Los chimpancés y los gorilas son nuestros ancestros

35. Los camaleones cambian de color para mimetizarse con el entorno

36. Cada parte de la lengua responde a diferentes sabores

37. La capacidad de vuelo del abejorro desafía la física

38. Hay que tomar ocho vasos de agua por día para estar saludable

39. Un resultado positivo de una prueba diagnóstica que tiene un 99% de precisión significa que la persona tiene un 99% de probabilidad de tener esa enfermedad

40. La tostada en verdad no cae con la manteca para abajo

41. El Sol es amarillo

42. Las fases de la Luna se producen por la sombra de la Tierra

43. Los antioxidantes son buenos y los radicales libres son malos

44. El bosque tropical amazónico es la fuente del oxígeno que necesitamos para respirar

45. Los mensajes subliminales de los cines se utilizaban para vender refrigerios

46. Las cucarachas pueden sobrevivir a una explosión nuclear

47. El pescado es beneficioso para el cerebro

48. La televisión y las películas muestran imágenes en movimiento gracias a la persistencia retiniana

49. Los cambios evolutivos demoran millones de años

50. La ciencia funciona mediante la demostración de teorías que son ciertas

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Introducción

DESDE HACE MILES DE años, la humanidad ha recurrido al folclore y la sabiduría de los refranes para intentar explicar el mundo que nos rodea. Algunas de esas creencias, producto de la experiencia, luego han demostrado tener una base científica; por ejemplo, el cielo rojizo por la noche es un indicio verdadero de que habrá buen clima a la mañana siguiente1. Así también se confirmó que la corteza de sauce efectivamente sirve para disminuir el dolor, puesto que contiene salicina, una sustancia que en su presentación como ácido salicílico se conoce como aspirina.

Sin embargo, también hay explicaciones y creencias que son falsas y persisten hoy en día, a pesar de la abundante evidencia científica que demuestra lo contrario. A veces, esta sabiduría proverbial tiene versiones que son francamente contradictorias. Por ejemplo, pensemos en el refrán “Muchas manos hacen fácil el trabajo” y “Muchas manos en un plato hacen mucho garabato”. Las creencias populares también pueden convertirse en un ritual que no tiene ninguna conexión con la realidad. Un gran ejemplo es el Día de la Marmota en Estados Unidos (el evento, no la película). Según la leyenda, todos los años el 2 de febrero una marmota sale de su guarida (la más conocida es la criatura semimítica Punxsutawney Phil) y predice cómo será el clima en las seis semanas siguientes de acuerdo con su comportamiento. Si está nublado, y la marmota no hace sombra, el pronóstico es bueno. Pero si está soleado, la marmota en teoría volverá asustada a su guarida al ver su propia sombra, lo que anticipa seis semanas de clima invernal.

En este libro, analizaremos cincuenta creencias comunes sobre nuestro mundo que son engañosas o directamente falsas. Algunas provienen del folclore popular; por ejemplo, la creencia de que un rayo nunca cae dos veces en el mismo sitio, una idea tan extendida que se ha vuelto un modo de referirse a un evento que es improbable que se repita. Otras creencias, que por lo general abarcan fenómenos más modernos, provienen de fuentes que aparentan tener respaldo científico.

En la Antigüedad, en los inicios del pensamiento filosófico que hoy en día llamaríamos ciencia, los estándares para producir una explicación o teoría eran mucho menos rigurosos que en la actualidad. Los filósofos antiguos tendían a hacer afirmaciones “científicas” basadas principalmente en razonamientos más que en un examen detallado de la naturaleza. El gran filósofo antiguo Aristóteles, por ejemplo, hizo la infame afirmación de que las mujeres tenían menos dientes que los hombres. Con tan solo contar los dientes, se habría demostrado que esta premisa era falsa, pero la autoridad de Aristóteles como filósofo (que se mantuvo durante siglos) hizo que muchos tomaran la afirmación como un hecho. Si bien no todas las ideas de la era precientífica eran incorrectas, varias permanecieron indiscutidas durante mucho tiempo, por lo que algunas de estas nociones equivocadas persisten incluso hoy en día. Con la leve aclaración de que el gusto y el tacto podrían estar relacionados, fue Aristóteles quien afirmó que hay cinco sentidos (vista, oído, gusto, olfato y tacto). En la escuela se sigue enseñando esto, aunque hace mucho se ha refutado.

Otro posible origen de estas ideas equívocas son los mitos modernos que difunde la cultura popular. Tomemos, por ejemplo, la creencia de que comer alimentos con azúcar hace que los niños sean hiperactivos. Este mito aparece particularmente en los programas televisivos, desde Los Simpson (en que, por algún motivo, se considera que el chocolate europeo tiene un impacto mucho más fuerte) hasta Una familia moderna. Dado que el azúcar es “fuente de energía”, puede sonar lógico que genere hiperactividad en los niños. Esta idea suele afirmarse como si fuera una verdad científica, aunque en verdad se han realizado estudios que demuestran contundentemente que no es así. Sin embargo, una vez que una creencia pseudocientífica se vuelve parte de la cultura, puede ser difícil de desarmar.

En general, las creencias incorrectas de ese estilo no causan ningún perjuicio real, más que la difusión de información incorrecta. De hecho, el azúcar no es buena para los niños, así que, aunque el razonamiento que lleva a reducir el consumo de azúcar para evitar la hiperactividad no es válido, la creencia no es perjudicial. Sin embargo, en otros casos estas creencias pueden ser notoriamente peligrosas. Los cincuenta ejemplos que presentamos en este libro no pertenecen a esa categoría, pues el objetivo es entretener e informar. Sin embargo, ha habido creencias peligrosas —desde la antigua idea de que fumar tabaco era beneficioso hasta la sugerencia más reciente de que la vacuna triple viral causa autismo— que tuvieron un impacto devastador en las vidas de algunas de las personas que las creyeron. En el caso de la vacuna triple viral, el mito posibilitó que se propagara el sarampión, una enfermedad que puede provocar daño cerebral y muerte, entre los niños que no habían sido inoculados.

50 malentendidos en la ciencia, por el contrario, nos presenta conceptos equivocados cuya explicación verdadera nos trae sorpresa y deleite. Cada tema es una oportunidad fascinante para descubrir más sobre la ciencia y desafiar lo que se supone que es cierto. El objetivo de este libro es dar vida a las historias de estos mitos y brindar una explicación clara de la verdad que hay detrás de cada uno.

1. Un rayo nunca cae dos veces en el mismo sitio

Los rayos son una fuerza aterradora de la naturaleza. Antiguamente se creía que estos dramáticos relámpagos y estruendos en el cielo eran obra de los dioses (el trueno es solo el sonido que produce el rayo al viajar por el aire, no es un fenómeno separado). Hoy sabemos que los rayos se producen por una acumulación de carga eléctrica en las nubes —probablemente debido a que las partículas de hielo se golpean entre sí y hacen que los electrones cargados se alejen de los átomos—, pero sin duda continúan siendo una fuente de energía asombrosa.

Un relámpago típico carga una cantidad de energía similar a la que produce una planta eléctrica de tamaño mediano en un segundo, pero esa energía se emite a una velocidad mucho mayor. En el momento de la descarga de la energía eléctrica, las moléculas vuelan por el aire a una velocidad tal que la temperatura del aire puede oscilar entre los 20.000 °C y 30.000 ºC, más de cuatro veces la temperatura de la superficie del Sol. Esta explosión, que atraviesa las moléculas del aire, es lo que forma el estruendo característico del trueno.

Aunque quizás no veamos tormentas eléctricas con frecuencia, no son un suceso aislado en absoluto. Mientras estás leyendo esto, probablemente estén ocurriendo alrededor de dos mil en todo el mundo, y haya un promedio de ocho millones de rayos por día (suelen ser más frecuentes en verano, pero siempre es verano en alguna parte). La mayoría de los rayos viajan de nube a nube y nunca llegan al suelo, pero aquellos que caen y unen las nubes a la Tierra son los responsables de su temida reputación, y los que producen los resultados más devastadores: árboles destrozados, incendios, y la muerte de humanos y animales.

A medida que se tomó conciencia de los peligros que acarrean los rayos eléctricos, se buscaron formas de reducir el riesgo de su caída. En la actualidad, es frecuente que haya pararrayos en los edificios altos. Desde la época de Benjamin Franklin hay dos teorías acerca de su funcionamiento. Los pararrayos pueden reducir la probabilidad de que caiga un rayo mediante la reducción de la diferencia de voltaje entre el cielo y el techo cuando se induce un voltaje en el pararrayos, o pueden conducir la descarga del rayo hacia la Tierra por un camino seguro. En la práctica, hay poca evidencia que confirme que alguno de esos dos mecanismos funciona de verdad. Sin embargo, antes de su desarrollo en el siglo XVIII, hubo otra opción, aún más dudosa, basada en la premisa de que “un rayo nunca cae dos veces en el mismo sitio”, llamada “piedra de rayo”.

Esta medida de prevención medieval consistía en usar una piedra a la que se creía que ya le había caído un rayo. Esta piedra se colocaba en un sitio de riesgo, por ejemplo, la chimenea de una casa, donde había altas probabilidades de que un relámpago incendiara un techo de paja. En realidad, estas piedras eran por lo general puntas de hacha de la Edad de Piedra, pero se creía que la piedra había tomado esa forma luego de que le cayera un rayo. Si se colocaba una de estas piedras en el lugar que se buscaba resguardar, la aversión del relámpago por volver a caer en el mismo sitio concedería la protección necesaria.

Con frecuencia, esta frase se utiliza no para hablar de los relámpagos en sí, sino como un refrán que expresa la improbabilidad de que algo vuelva a ocurrir. Aunque el primer uso del refrán no está identificado con certeza, parece datar del siglo XIX. Por ejemplo, aparece en un periódico australiano de 1851, y más gráficamente en la novela estadounidense de 1860 Thrilling Adventures of the Prisoner of the Border [“Las emocionantes aventuras del prisionero de la frontera”], de P. Hamilton Myers. En este libro, los protagonistas acaban de sobrevivir por poco al golpe de una bala de cañón. Uno le dice al otro: “No temas, Brom. Sentate sobre la bala si querés estar a salvo. Un rayo nunca cae dos veces en el mismo lugar, y me imagino que una bala de cañón tampoco”.

Es evidente que el mito de que un rayo “nunca cae dos veces en el mismo sitio” no puede tener un fundamento real. ¿Cómo puede saber una corriente eléctrica aleatoria dónde cayó antes? A menos que Zeus o Thor lleven un registro de sus blancos, no es una defensa creíble contra los rayos.

En realidad, existen algunos sitios susceptibles a los rayos que efectivamente reciben descargas con una notable frecuencia. En el edificio Empire State, por ejemplo, han llegado a caer quince rayos en una misma tormenta, y caen regularmente alrededor de veinticinco por año. Esta teoría fracasa incluso en relación con las personas. El guardabosques estadounidense Roy Sullivan quedó registrado en el Libro Guinness de los récords como la persona a la que más veces le cayó un rayo: siete en total. Y sobrevivió a todas.

2. Tenemos cinco sentidos

Como mencioné en la introducción, hoy en día seguimos enseñándoles a los niños en la escuela que los seres humanos tenemos cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. En verdad, no está del todo claro cuántos son, dado que en algunos casos es difícil distinguirlos con precisión, pero el número total es sin duda mayor que cinco.

Los sentidos que conocemos, mencionados anteriormente, se identificaron por primera vez en la Antigüedad. El filósofo de la Antigua Grecia Aristóteles estableció los famosos cinco sentidos, pero no estaba seguro de si el gusto y el tacto debían separarse, pues ambos requieren contacto. (Tener cuatro o cinco encajaba bien con su teoría de los elementos. Aristóteles estaba de acuerdo con que los cuatro elementos de la Tierra eran la tierra, el agua, el aire y el fuego, y agregó un quinto elemento celestial, que se conoce como la quintaesencia). Aristóteles basaba su teoría en la experiencia y la argumentación. Es cierto que los cinco sentidos que enumeró son los más evidentes, pero es difícil entender cómo es que no identificó uno más.

Los “colores” de la luz y sus temperaturas

Si extendemos la mano cerca de un objeto caliente que no emite un resplandor de calor —como la base de una plancha, por ejemplo—, podemos darnos cuenta de que está caliente sin tocarlo. Y eso es algo bueno, dado que tocar algo que está caliente puede lastimarnos. Es una protección natural muy útil. Pero ¿qué sentido es el que usamos para detectar ese calor irradiante? Claramente no es la vista, pues es posible detectar que algo está caliente mucho antes de que la temperatura sea tan alta como para que emita un resplandor. El calor no se puede oír, oler2 ni saborear. Se puede detectar el calor gracias a un sexto sentido: la termorrecepción.

Para entender cómo funciona, tenemos que retroceder un poco y analizar qué es el calor. El calor irradiado, que es el tipo de calor al que nos referimos aquí, es una forma de luz. Estamos acostumbrados a que la luz sea visible, pero la luz que podemos ver es solo una pequeña sección en el medio de todo el espectro electromagnético, que va desde las ondas de radio de baja energía hasta los rayos X y los rayos gamma. Los fotones de luz que son demasiado bajos en energía como para que los ojos los detecten se conocen como infrarrojos. Pero, aunque no podemos ver la luz infrarroja, la piel la puede detectar. Se trata de una detección cruda, que no puede identificar el foco preciso del estímulo, pero hay un sentido claramente distinto en acción. Esta detección se debe a unas neuronas especiales que contienen termorreceptores, y que tenemos en la piel para detectar tanto el calor como el frío.

Imaginemos otra circunstancia que demuestra la presencia de otro sentido. Estamos en una montaña rusa de un parque de diversiones: el movimiento nos hace girar y caer, y acelerar y desacelerar en general. ¿Cómo sabemos que esto está ocurriendo si tenemos los ojos cerrados? Sin duda, el sentido del tacto está en juego: el movimiento nos empuja a diferentes partes del asiento o contra la barrera. Pero incluso si eso no ocurre, el cuerpo sabe que está en aceleración gracias a un sistema de fluidos en la cabeza que funciona como un acelerómetro. Este sistema registra lo que está ocurriendo para ayudarnos a mantener el equilibrio, una tarea que no se corresponde con ninguno de los cinco sentidos tradicionales.

Otro ejemplo es un sentido conocido como la propiocepción. Pueden ponerlo a prueba en este instante. Cierren los ojos y tóquense la nariz. La mayoría de las personas pueden hacerlo con facilidad, pero ¿qué sentido utilizaron para saber dónde estaba su nariz? Sin duda no pudo haber sido ninguno de los cinco tradicionales. La propiocepción es la conciencia de la ubicación de las partes del cuerpo, y es esencial para manejar nuestra interacción con el mundo que nos rodea.

¿Y el dolor? En algunos casos, parece ser una extensión del tacto. El tacto nos permite detectar la presión en nuestra piel, y si esa presión se vuelve demasiado intensa, la sensación se convierte en dolor. Pero ¿qué pasa con el dolor de cabeza, por ejemplo? Evidentemente no es una respuesta a una presión táctil, sino un estímulo sensorial completamente diferente a partir de la activación de los nervios.

Tenemos también otras habilidades sensoriales más sutiles. Las estimaciones de la cantidad total de sentidos oscilan entre los veintitantos y los treinta y tres, aproximadamente, aunque el psicólogo Michael J. Cohen llegó a indicar cincuenta y tres. Para llegar a este cálculo, Cohen tiene que recurrir a lo que muchos llamarían hacer trampa; por ejemplo, considerar el sentido del aire en la piel como algo diferente al sentido del tacto. Pero algunos animales pueden ir mucho más lejos que nosotros. Los tiburones pueden percibir los campos eléctricos que emiten los seres vivos, y las palomas usan el campo magnético de la Tierra para orientarse en el vuelo. Y aunque la ecolocalización de los murciélagos utiliza el sonido, la habilidad que tiene, similar a la de un sonar, conforma un mecanismo sensorial completamente distinto al oído convencional, más cercano a la vista que al oído.

3. La Estrella del Norte es la estrella más brillante del cielo

La Estrella del Norte o Estrella Polar, también conocida por su nombre científico Polaris, tiene un lugar especial en el cielo nocturno del Hemisferio Norte. El movimiento de las estrellas en el cielo parece estar centrado en Polaris (“parece” porque el movimiento que vemos es causado por la rotación de la Tierra). La Estrella del Norte otorga una orientación muy valiosa a quienes no tienen brújula. Dada su importancia astronómica y práctica, Polaris se ha ganado la reputación de ser particularmente brillante. Pero, en realidad, no está ni siquiera entre las diez estrellas más brillantes que podemos ver, y está en el puesto cuarenta y nueve si incluimos al vecino estelar más cercano, el Sol.

Tenemos que ser más precisos a la hora de definir qué significa “la estrella más brillante”. Históricamente, las estrellas nocturnas incluían a los planetas, las llamadas “estrellas errantes”, pero en realidad estos planetas son cuerpos relativamente pequeños en nuestro sistema solar, iluminados por la luz del Sol. En contraste, el Sol es en sí mismo una estrella, y está lo suficientemente cerca de nosotros como para demostrarnos la magnitud de su energía. También es grande según el estándar de todo lo que lo rodea: más de un 99% de la materia del sistema solar está en el Sol. Por lo tanto, una estrella es un cuerpo celeste inmenso que irradia luz propia, generada por reacciones nucleares que liberan energía.

La forma familiar del Carro grande, parte de la constelación Osa Mayor, señala a Polaris en el Carro pequeño, la Osa Menor.

Pareciera que no es necesario definir qué quiere decir “más brillante”, pero el problema es que no todas las estrellas están a la misma distancia. Cuanto más lejos está