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A buen fin no hay mal principio, también traducida y conocida como Bien está lo que bien acaba es una comedia de William Shakespeare.En torno a 1860, al tiempo que culminaba su obra Los miserables, Victor Hugo escribió desde el destierro: "Shakespeare no tiene el monumento que Inglaterra le debe". A esas alturas del siglo XIX, la obra del que hoy es considerado el autor dramático más grande de todos los tiempos era ignorada por la mayoría y despreciada por los exquisitos. Las palabras del patriarca francés cayeron como una maza sobre las conciencias patrióticas inglesas; decenas de monumentos a Shakespeare fueron erigidos inmediatamente.
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Veröffentlichungsjahr: 2016
A buen fin no hay mal principio
William Shakespeare
Dramatis personæ
EL REY DE FRANCIA.
EL DUQUE DE FLORENCIA.
BELTRÁN, Conde del Rosellón.
LAFEU, anciano señor.
PAROLLES, secuaz de Beltrán.
El mayordomo de la condesa del Rosellón.
LAVACHE, bufón de la casa de la condesa.
Un paje.
LA CONDESA DEL ROSELLÓN, madre de Beltrán.
ELENA, dama protegida de la condesa.
Una anciana viuda, de Florencia.
DIANA, hija de la viuda.
VIOLETA y MARIANA, vecinas y amigas de la viuda.
Señores, oficiales, soldados, etc., franceses y florentinos.
ESCENA.- El Rosellón, París, Florencia, Marsella.
Acto primero
Escena primera
EN EL ROSELLÓN.- APOSENTO EN EL PALACIO DE LA CONDESA.
Entran BELTRÁN, la CONDESA DEL ROSELLÓN, ELENA y LAFEU, todos de luto.
LA CONDESA.- Al separarme de mi hijo, entierro a mi segundo esposo.
BELTRÁN.- Y yo, señora, al partir, lloro de nuevo la muerte de mi padre; pero he de atenerme a las órdenes de su majestad, de quien soy ahora pupilo y por siempre vasallo.
LAFEU.- Vos, señora, hallaréis en el rey a un esposo; y vos, señor, a un padre. Él, que tan bueno es en toda ocasión, necesariamente ha de ejercer sus virtudes tratándose de vosotros, cuyos méritos harían nacer la bondad donde no existiese. No hay que temer, por tanto, que os falte allí donde abunda.
LA CONDESA.- ¿Qué esperanza hay en el restablecimiento de su majestad?
LAFEU.- Ha renunciado a sus médicos, señora, bajo cuyas prácticas perdía el tiempo en esperanzas, sin conseguir otro resultado sino perder por siempre toda esperanza.
LA CONDESA.- Esta joven tenía un padre (¡oh, cuántas tristezas remueve este tenía!), cuyo talento era casi tan grande como su honradez. De haber sido iguales uno y otra, hubiera hecho a la naturaleza inmortal; y la muerte, falta de trabajo, habría permanecido ociosa. ¡Ojalá, por la salud de su majestad, viviera todavía! Tengo para mí que hubiese desaparecido la enfermedad del rey.