¡A la cancha! - Sergio Gama - E-Book

¡A la cancha! E-Book

Sergio Gama

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Beschreibung

Es la reina, la capitana y la arquera del barrio. Nadie juega como ella y, mucho menos, ninguna otra niña. Pero su reinado se ve en riesgo cuando llega una niña extranjera al barrio, quien representa todo lo que ella no es: goleadora, fanática de Messi, rubia, alta y delgada. Todos la quieren: su mamá la invita a comer, su hermano se enamora de ella y hasta su perro, que adora las lagartijas, se rinde a los pies de la recién llegada. En esta historia, Rena (como le dicen los que le tienen confianza) nos cuenta cómo las dos se encuentran, en la cancha, antes y después de los partidos; cómo no son tan diferentes a pesar de ser opuestas y de mundos distintos; cómo comparten más cosas que el gusto por el pollo y por las grandes comidas; cómo se unirán con un objetivo común y lograrán unir un gran grupo de niñas que aman el fútbol.

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¡A LA CANCHA!

© 2022 Sergio Gama

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición 2022

Bogotá, Colombia

Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

E-mail: [email protected]

Teléfono: (57) 3176468357

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7540-14-9

Editor General: María Fernanda Medrano Prado

Corrección de Estilo: Alvaro Vanegas

Corrección de planchas: Abdiel Casas

Maqueta e ilustración de cubierta:

Juanita Mogollón R. @cizymogollon

Diseño, maquetación e ilustraciones internas:

Juanita Mogollón R. @cizy.gd

Primero edición: Colombia 2022

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Dedicado a mi esposa, a mi hija, a mi papá, a mi mamá, a quienes aportaron a este libro con sus lecturas y a todos los amigos que me han tenido paciencia jugando fútbol, a pesar de lo malo que soy.

1

Ala cancha! —grita Agustín corriendo por la acera.

Me atraganto el final del jugo que mamá había servido y tomo mis guantes que papá dejó sobre la mesa del comedor. Son amarillos con franjas negras pequeñas. Él dice que el color amarillo es muy útil, porque hace que la gente patee a las manos.

—Volvemos en un rato —dice Carlos a mamá y sale corriendo.

—Volveremos cuando haya ganado —canto y mamá sonríe.

—Diviértete, Carlos; diviértete, Rena. Los amo. ¡Cierren para que no se salga el perro! —grita mamá, siempre lo hace cuando vamos de salida.

—¡Nosotros a ti! —gritamos los dos ya desde la calle, pero no creo que mamá nos escuche.

En la cancha ya están todos. O, bueno, casi todos los que sabemos jugar bien… y Agustín. Él es el dueño del balón, y su papá es el presidente de la junta de acción comunal del barrio; por eso es encargado de la cancha del parque del sector. Sin él deberíamos esperar mucho para tener un cupo.

La cancha es sintética y la inauguró hace cinco años un señor viejo, alto y de barba, que, según mi papá, era el alcalde y nadie lo quería. A uno le toca inscribirse y pedir un cupo desde el viernes anterior. El sábado, en el orden en que uno se haya inscrito, el papá de Agustín da los turnos en días y horas que se pueda. Uno no puede escoger mucho, solo sugiere cuál quiere, pero si el cupo ya está tomado, le puede tocar cualquier otro.

Pero Agustín, como es el hijo del presidente de la junta, puede escoger el turno el día y la hora que quiera. Además, a veces, cuando nadie reserva turnos o no llegan los que debían, podemos usar la cancha. Eso es tan bueno que no importa lo mal que juega ni que siempre quiera hablarme. ¿Acaso no ve otros niños para hablar y dejarme tranquila?

Su papá le puso su nombre por un jugador muy importante de su país, pero creo que no le hace justicia. Según me dijo una vez mi papá el Agustín futbolista era un muy buen delantero ecuatoriano, pero nuestro Agustín rara vez hace gol, a pesar de intentarlo muy seguido. Cuando defiende, lo hace más o menos bien.

—Somos 9. ¿Cómo nos organizamos? —dice Agustín y me mira, como si esperara que le dijera algo especial.

—Igual que siempre —ordeno—. Nosotros 4 y ustedes 5. El equipo en el que juego tiene ventaja.

Puede sonar feo que lo diga así, mi mamá me ha pedido que no lo ande diciendo de esa manera, pero es cierto, y ningún niño lo pelea. Ja.

En mi equipo está Iván, que es rubio, el único rubio del barrio, ni su papá es rubio. Casi siempre está rapado, no es muy alto, pero es fuerte y veloz. Viste una camiseta copia de una de la selección de Holanda, azul oscura. Es bueno adelante, hace goles y sabe cabecear muy bien. Los otros que forman el equipo son Mario y Álex, dos hermanos que se llevan un año de diferencia, pero se parecen tanto que a veces les preguntan si son mellizos. Pobres, cómo odian que les digan eso. Menos mal mi hermano y yo no nos parecemos tanto. ¡Ja!

Mario se peina igual que Falcao, el corte que tenga en ese momento, él lo copia. Álex, en cambio, se lo deja largo y solo va a la peluquería cuando los profesores de su colegio lo regañan. Por como lo tiene ahora, la próxima semana tendrá que hacerlo. Yo creo que usan peinados tan distintos para no parecerse. Los dos usan camisetas del PSG, de las azules oscuras. Ellos saben que siempre van conmigo, que yo siempre uso negro y que lo mejor es estar uniformados. Somos los de oscuro. ¡Ja!

En el otro equipo, los claros, están mi hermano y Agustín, que siempre trae una camiseta amarilla, ya sea de la selección Colombia o de la selección de Ecuador; aunque sé que todas las veces lleva una oscura en una bolsa, esperando estar con nosotros. También juega con ellos Camilo, muy buen delantero que jamás quita un balón. A veces viene con camiseta de Brasil o con la de Argentina. Las ocasiones en que hemos jugado juntos lo he regañado muuuuuuuchísimo. Odio a los que juegan como estrellitas que solo quieren marcar goles. ¡Ja!

Los otros dos son un poco… gorditos, pero corren muy bien y hacen muy buenos pases, Jorge y su primo Brayan. No son goleadores, pero saben pegarle duro al balón y, cuando tienen suerte, me hacen uno o dos goles. Los dos son fanáticos de la Juventus y usan camisetas claras de ese equipo o, cuando las tienen sucias, se ponen sus camisetas de la selección de Uruguay, que es de donde proviene su abuelo.

Solo Agustín, Jorge y Brayan usan camisetas originales, los demás, nos conformamos con nuestras camisetas copia, algunas viejas, otras un poco rotas y, casi todas, desteñidas.

Cuando están por dar el primer toque, de una casa diagonal a la cancha, sale una rubia flacucha con una camiseta del Barcelona, la de visitante, la verde fosforescente. Odio esos colores chillones. Además, para hacer todo aún peor, tiene el 10 y Messi estampados. Guácala Messi. Todo el mundo sabe que los dos mejores de la liga española de los últimos tiempos estuvieron en el Real Madrid: Cristiano Ronaldo y Keylor Navas. En ese orden.

—¿Puedo jugar? Les falta uno para quedar completos —dice emocionada.

—Esa es la nueva del barrio. Qué linda —susurra mi hermano y los dos primos que estaban junto a él asienten.

—Gracias, no hacen falta niñas —digo.

—Sí, dale. Juega —corean Brayan y Jorge.

—No hace falta —me quejo—, así ya estamos equilibrados.

—No, Renata —grita mi hermano—. Que Agustín juegue con ustedes y la nueva con nosotros. ¿Bien?

—Sí —corean todos, sobre todo Agustín.

Uf. No puedo decir nada. El problema no es tener al tronco de Agustín en el equipo, yo puedo hacer lo que él no sea capaz de hacer, incluso goles, a pesar de estar tapando. No. El problema es esa niña, esa flacucha. No se necesitan más niñas.

—Me llamo Idalý.

—Hola. Yo soy Carlos, tú juegas conmigo. Los del equipo somos… —Mi hermano señala a cada uno y dice su nombre para la flacucha esa.

Mientras tanto, Agustín corre a su bolsa y saca una camiseta, también original, de Ecuador, una de visitante de un azul oscuro muy bonito. La había visto por televisión en partidos contra Colombia, pero, en vivo, es aún más linda.

Bah.

Cuando mi hermano acaba la presentación de los jugadores de su equipo, los demás niños la saludan muy contentos. Incluso los de mi equipo van y la saludan. Puedo ver cómo botan la baba por ella.

Bah.

Quieren que juegue porque les pareció bonita. Seguro es mala y se creerá Messi.

—¿Vamos a jugar o vinieron a hacer visita? —grito y todos toman posiciones.

Por fin comienza el partido.

Mi hermano recibe el balón y la flacucha comienza a correr por la banda izquierda. Le hace un pase largo, aunque por el otro lado Camilo está libre. En otro momento se habría molestado, pero está tan embobado con esa niña que ni le importa. Hombres.

Ella deja que el balón rebote una vez en el suelo y patea con la pierna izquierda. Qué duro. Lo saco con los puños y se va al tiro de esquina. Por el golpe me duelen los dedos, las muñecas… hasta los codos. Qué dolor. Intento disimular, para no darle la satisfacción a esa flacucha de que crea que es buena. Ay, pero no lo hago bien. Todos notan mi dolor. Ay. Mi hermano viene hacia mí. Ay, duele. Quiero llorar.

—Sin taponazo —regaña Agustín.

—¿Estás bien, Renata? —me dice Carlos.

—¿Estás bien? —preguntan en coro Álex y Mario.

—Claro. Pffff. Apenas si sentí el golpe, esa flacucha no es nada —digo desafiante, pero la verdad es que quiero llorar. Ay, me duele. De los codos a los dedos, me duele todo. No sé cómo una flacucha así puede patear tan duro. Debe ser extraterrestre o algo así. Dios mío, qué fuerza. Qué dolor.

—Perdón… yo… —intenta decir la flacucha con cara de miedo y pena.

—No se preocupe, ni fue tan fuerte. Es que estaba desconcentrada —le digo mientras intento mover los dedos y las muñecas. Espero no tener nada roto. Contengo el llanto, odio a las que lloran por todo.

El partido se detiene unos minutos hasta que grito:

—A ver, que es tiro de esquina. Todos con marca, que nadie esté solo. Ojo con la flacucha que es alta. Agustín, ojo con ella, que jamás reciba el balón cómoda, ni para cabecear ni para patear. ¿Entendido?

—Sí, Rena.

Si voy a tener a Agustín, que ayude en marca, al menos.

Cobran el tiro de esquina. Salto y le gano a todos, incluso a Iván. Como siempre. Despejo el balón con el puño y sale lejos. La mano que uso para el despeje me vuelve a doler. Ojalá llueva pronto y se acabe el partido.

Como no es cubierta la cancha, jugar en ella con lluvia la daña mucho. No importa quién tenga el turno, debe quedar vacía cuando llueve. Ojalá llueva. Qué dolor.

Quiero llorar.

2

Todo este barrio es de apartamentos y casas hechas en antiguas casonas que han modificado. Me dice mi papá que antes todo este sector eran casas muy grandes y potreros, que así lo conoció él. En ese tiempo, el abuelo compró parte de un potrero en el que había vacas, pero ahora es donde está nuestra casa. La mayoría de las casas de antes fueron derribadas para hacer pequeños edificios de cuatro pisos y casas pequeñas. Al ver las fotos viejas, me cuesta imaginar que donde está la cancha antes hubo un pequeño pozo y siempre había vacas. Qué raro.

Yo estoy en el cuarto de mis papás. Veo la repetición de un partido de semifinales de la Champions. Cuando lo jugaron, hace varias semanas, estaba en el colegio y no pude verlo, así que mamá lo grabó para mí. A ella no le gusta el fútbol, pero sabe reconocer los buenos partidos.

—Hola, Rena —dice papá cuando entra a la habitación.

—Hola, papá —le digo sin ponerme de pie ni sacar las manos de adentro de la toalla con hielos que puso mamá para mí. Ella sabe cómo cuidar ese tipo de golpes, lo aprendió con papá, curándolo después de sus partidos y lesiones. Él le agradece aún ahora todo lo que hacía entonces por él.

—Mamá me contó lo que pasó. Patea duro la nueva del barrio.

—No. Yo estaba desconcentrada.

—Rena… —Papá siempre sabe cuándo miento. Odio que siempre se dé cuenta—, a veces, cuando uno juega así, con amigos, es mejor dejar pasar el balón. Nadie se habría puesto bravo si hubiera sido gol. No es una final de un mundial o de la Champions —señala el televisor.

—No es cierto. Alguien se habría puesto brava. Yo. Además, no me imaginé que le pegara así. Era una flacucha con camiseta de Messi, ¿te imaginas? Hasta de pronto es extraterrestre.

Papá ríe.

—No creo. Es cosa de técnica pegarle duro, no es solo de fuerza. Si uno acomoda bien el cuerpo, puede lanzar el balón muy duro y muuuy lejos. Un día te puedo mostrar si tú quieres…

—A comer, que se les enfría —grita Carlos desde la cocina.

—Vamos —dice papá, me ayuda a poner de pie y quita la toalla de mis manos. No están moradas ni nada. Pero me duelen.

Papá les echa una mirada rápida, por un lado y luego por el otro, las toca y me ve a la cara, esperando una reacción que no hago. Después de sonreír concluye:

—No están rotas, pero sí muy lastimadas.

Ya en el comedor, confirmo lo que el aroma me daba para pensar: mamá preparó pasta con pollo. Mi favorita. Tengo dudas, pero puedo usar bien los cubiertos. Puedo estar segura de que no tengo nada roto.

Como un plato de pasta y, a la mitad del segundo, papá pregunta a Carlos por la niña nueva.

—Es alta, rubia y muy bonita. Se llama Idalý.

Bah.

El comedor es lo primero que uno ve al entrar a la casa, es el centro. De ahí, a un lado está la cocina, al otro la sala y un corredor. Caminando llega uno a mi cuarto, al de mi hermano y, al fondo, al de mis papás, junto al que está el único baño. Me quedo mirando al corredor. Me aburre que hablen de su preciosa flacucha. Bah.

—Idalý es un nombre bonito —dice papá y mamá asiente.

Resoplo.

—Es como el doble de alta que Renata y… —Carlos no completa la oración por ver mi plato y la manera en que como.

—Y ¿qué?... ¿vas a decir que es flaca, no como tu hermana… la gorda? —digo con la boca llena, y pequeños trozos de pasta y pollo a medio masticar vuelan. Unos caen al piso, y sé que Falcao los comerá luego. A veces envidio la vida de los perros, con sus comidas aseguradas y su posibilidad de sobras.

Carlos abre los ojos y mira aterrado a papá. Esa es su estrategia siempre que me va a decir algo feo, pero me adelanto. Bobo.

—Cálmate, Rena —dice papá—. Nadie está diciendo nada sobre ti. Cada uno es a su manera. Y eso está bien.