A las órdenes del griego - Lynne Graham - E-Book
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A las órdenes del griego E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

"Yo siempre consigo lo que quiero… y te quiero a ti". Ganar millones y acostarse con mujeres hermosas no podía hacer que Bastien Zikos olvidase el lustroso pelo negro y los desafiantes ojos azul zafiro de Delilah Moore. De modo que estaba dispuesto a hacer lo que tuviese que hacer para conseguir que la única mujer que lo había rechazado volviese con él. Si Delilah quería salvar la fallida empresa de su padre, debería acceder a sus demandas: ser su amante, ponerse sus diamantes y esperarlo en la cama. Pero ¿qué haría el exigente magnate cuando descubriese que su rebelde amante era virgen?

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Seitenzahl: 176

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Lynne Graham

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

A las órdenes del griego, n.º 2429 - diciembre 2015

Título original: The Greek Commands His Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7253-0

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

SE HA terminado, Reba –anunció Bastien Zikos con tono categórico.

La guapísima rubia con la que hablaba lanzó sobre él una mirada de reproche.

–Pero nos llevamos muy bien.

–Yo nunca he dado a entender que esto fuese algo más que... sexo –replicó él, impaciente–. Y se ha terminado.

Reba parpadeó rápidamente, como si estuviera intentando controlar las lágrimas, pero Bastien no iba a dejarse engañar. Lo único que podría hacer llorar a Reba sería un cheque por una cantidad pequeña. Era dura como una piedra... y él no era más blando. Cuando se trataba de las mujeres no tenía compasión. Su madre, una buscavidas de primera categoría, con lágrimas y emociones ensayadas, le había enseñado a desconfiar y despreciar a su género.

–Te has aburrido de mí, ¿verdad? –dijo ella con tono de reproche–. Me advirtieron que te cansabas pronto y debería haber hecho caso.

Bastien, alto y atlético, hizo un gesto de impaciencia. Reba había sido un entretenimiento fantástico en el dormitorio, pero todo había terminado.

Además, le había regalado una pequeña fortuna en joyas. Él no tomaba nada gratis de las mujeres, ni sexo ni ninguna otra cosa.

Bastien dio media vuelta.

–Mi contable se pondrá en contacto contigo –comentó, burlón.

–Hay otra mujer, ¿verdad? –insistió la rubia.

–Si la hay, no es asunto tuyo –replicó él, sus oscuros ojos helados, las atractivas facciones duras como el acero, antes de darle la espalda.

Su conductor estaba esperando fuera del edificio para llevarlo al aeropuerto y una sombra de sonrisa suavizó la dura línea de su boca mientras subía a su jet privado. ¿Otra mujer? Tal vez sí, tal vez no.

Su director financiero, Richard James, ya estaba sentado en la opulenta cabina.

–¿Puedo preguntar qué secreto encanto hay en este pueblo al que vamos y sobre la incluso más aburrida empresa fallida que has adquirido recientemente?

–Puedes preguntar, pero no prometo responder –replicó Bastien, estudiando perezosamente las últimas cifras de la Bolsa en su portátil.

–¿Entonces hay algo especial en Repuestos Moore que yo desconozco? –preguntó el fornido hombre rubio–. ¿Una patente, un nuevo invento?

Bastien lo miró con gesto burlón.

–La fábrica está situada sobre una parcela que vale millones. Además, tengo mis razones.

–Hacía años que no comprabas una empresa en ruinas –comentó Richard, sorprendido, mientras los ayudantes personales de Bastien y su equipo de seguridad se sentaban en la parte trasera de la cabina.

Bastien había empezado comprando y vendiendo negocios para conseguir el mayor beneficio posible. No tenía conciencia sobre esas cosas. Los beneficios y las pérdidas eran lo único importante en el mundo de los negocios.

Tenía un gran talento para detectar las tendencias del mercado y ganar millones. Poseía un cerebro privilegiado y la disposición fiera y agresiva de un hombre a quien nadie se lo había puesto todo en bandeja de plata. Era un multimillonario hecho a sí mismo que había empezado desde abajo y se enorgullecía de su independencia.

Pero en ese momento no estaba pensando en los negocios. No, desde luego. Estaba pensando en Delilah Moore, la única mujer que lo había rechazado, dejándolo atormentado por el deseo y furioso por tan frustrante experiencia. Su ego habría resistido el rechazo si de verdad no estuviera interesada en él, pero Bastien sabía que no era así. Había visto el anhelo en sus ojos, la tensión en su cuerpo cuando estaba cerca, había reconocido una nota ronca en el tono de su voz.

Y no iba a perdonarla por juzgarlo de forma tan temeraria. Le había echado en cara su reputación de mujeriego con el desdén de una dama de alta alcurnia rechazando los avances de un matón callejero. Eso lo había encolerizado y dos años después seguía furioso con ella por su falta de respeto.

Y, de repente, el destino había decidido dar un revés a Delilah Moore y su familia. Bastien saboreaba este hecho con satisfacción. En aquella ocasión no se mostraría tan desafiante...

–¿Cómo está? –preguntó Lilah en voz baja al ver a su padre, Robert, en el patio de su casa.

–Más o menos igual –Vickie, su madrastra, una bajita pero voluptuosa rubia de poco más de treinta años, suspiró sobre el fregadero, donde estaba lavando los platos con un niño agarrado a su pierna–. Está deprimido. Ha trabajado toda su vida para levantar la empresa y ahora se siente como un fracasado. Y estar sin trabajo no lo ayuda nada.

–Con un poco de suerte, pronto encontrará algo –Lilah intentó animarla mientras tomaba en brazos a su hermanastra de dos años, Clara.

Cuando la vida te ponía obstáculos lo mejor era buscar cualquier razón para estar alegre. Su padre había perdido su negocio y su casa, pero su familia estaba intacta y todos contaban con buena salud.

En realidad, se maravillaba de haberse encariñado tanto con su madrastra, a quien una vez había detestado. Pensaba que Vickie era una de las «chicas alegres» que tanto gustaban a su padre, pero poco a poco empezó a darse cuenta de que a pesar de los veinte años de diferencia la pareja estaba genuinamente enamorada.

Su padre y Vickie se habían casado cuatro años antes y Lilah tenía dos hermanastros a los que adoraba, Ben, de tres años, y Clara, la pequeña. En aquel momento estaban compartiendo su pequeña casa de alquiler. Con solo dos dormitorios, un salón abarrotado de cosas y una cocina diminuta, era difícil moverse, pero hasta que su padre encontrase trabajo no tenían otra opción.

La impresionante casa de cinco dormitorios en la que Lilah había crecido se había ido junto con la empresa. Su padre había tenido que venderlo todo para pagar los préstamos que pidió al banco en un desesperado intento de mantener a flote Repuestos Moore.

–Sigo esperando que Bastien Zikos le eche una mano a tu padre –le confesó Vickie en un repentino ataque de optimismo–. Nadie conoce el negocio mejor que Robert y tiene que haber un sitio para él en la oficina o en la fábrica.

Lilah tuvo que morderse la lengua para no decir que Bastien seguramente le echaría una mano... al cuello. Después de todo, el multimillonario griego se había ofrecido a comprar la empresa dos años antes y la oferta había sido rechazada. Su padre debería haber vendido entonces, pensó con tristeza.

No era ningún consuelo para Lilah que el propio Bastien hubiese predicho el desastre al saber que la empresa dependía de retener un cliente importante. Unas semanas después de perder ese cliente, Repuestos Moore empezó a hundirse.

–Será mejor que me vaya a trabajar –Lilah se inclinó para acariciar las orejas del dachshund miniatura, que rozaba su pierna en busca de atención.

Desde que su familia tuvo que mudarse allí, nadie prestaba demasiada atención al pobre Skippy. ¿Cuándo fue la última vez que lo sacó para dar un largo paseo?

Inquieta y angustiada por la referencia de su madrastra a Bastien Zikos como posible salvador, Lilah se puso una gabardina y anudó el cinturón en su estrecha cintura.

Era una mujer pequeña y delgada, de largo pelo negro y brillantes ojos azules. También era una de las pocas empleadas que aún tenía un puesto en la empresa Moore. Casi todo el personal había sido despedido y solo el equipo de Recurso Humanos seguía allí para lidiar con el cierre de la empresa. Solo le quedaban dos días de trabajo y después de eso también ella estaría en el paro.

Lilah dejó a su hermano, Ben, en la guardería de camino a la oficina. Era un fresco día de primavera y cuando el viento la obligó a apartarse el pelo de los ojos lamentó no haberse hecho una coleta. Desgraciadamente, llevaba varias noches sin dormir y se levantaba con desgana, sin tiempo para arreglarse.

Desde que descubrió que Bastien Zikos había comprado la empresa de su padre tenía que hacer un esfuerzo para disimular su aprensión. Pero era la única que no iba a darle la bienvenida al nuevo jefe. Muchos vecinos del pueblo estaban encantados de que hubiera un comprador y algunos creían que el nuevo propietario contrataría a los que habían perdido su empleo.

Solo Lilah, que una vez había visto el brillo helado en los ojos del implacable Bastien, era pesimista. Estaba segura de que no iría al pueblo llevando buenas noticias.

De hecho, si algún hombre la había asustado alguna vez, era Bastien Zikos. Todo en el alto e increíblemente apuesto griego la ponía nerviosa. Su aspecto, su forma de hablar, su actitud dominante. No le gustaba nada y se había apartado lo antes posible... para descubrir, angustiada, que hacer eso solo lo animaba más.

Aunque solo tenía veintitrés años desconfiaba de los hombres tan atractivos y seguros de sí mismos, convencida de que la mayoría eran mentirosos y traidores. Después de todo, su propio padre había sido así una vez, un adúltero cuyas aventuras habían causado mucho dolor a su difunta madre.

No le gustaba recordar esos años traumáticos en los que odiaba a su padre porque no podía confiar en él. Ni las amigas de su madre ni sus empleadas estaban a salvo. Por suerte, ese comportamiento había cambiado cuando conoció a Vickie y desde entonces había hecho lo posible por afianzar la relación con el único progenitor que le quedaba. Solo cuando Robert Moore sentó la cabeza pudo respetarlo de nuevo y olvidar el pasado.

Bastien, por otro lado, tenía fama de mujeriego. Era un depredador sexual, acostumbrado a tomar a la mujer que le gustase. Era rico, astuto e increíblemente atractivo. Las mujeres caían rendidas a sus pies o corrían hacia él en cuanto movía un dedo en su dirección. Pero Lilah había corrido en dirección contraria porque no iba a permitir que un hombre que solo quería su cuerpo pisoteara su orgullo o le rompiera el corazón.

Ella valía mucho más que eso, se recordaba a sí misma como había hecho dos años antes. Ella quería un hombre que la amase y que la apoyase en todo.

Sentirse atraída por alguien como Bastien Zikos había sido una pesadilla para ella y, por lo tanto, se había negado a reconocer esa atracción. Sin embargo, dos años después, aún recordaba la primera vez que lo vio en una abarrotada sala de subastas.

Alto, moreno y devastadoramente guapo, con unos fabulosos ojos dorados rodeados por largas pestañas negras...

Había ido para ver un colgante que perteneció a su madre y que Vickie, sin saber el cariño que sentía por esa joya, había puesto en venta. Lilah había pensado comprarlo en la subasta sin que lo supiera nadie en lugar de contarle a Vickie el disgusto que se había llevado cuando su padre, sin pensarlo dos veces, regaló a su novia todas las joyas de su difunta esposa.

Y la primera persona que vio al entrar en la sala de subastas fue a Bastien, con el pelo negro cayendo sobre la frente, su masculino perfil como de bronce mientras examinaba algo que tenía en la mano junto a un empleado. Lilah se había quedado sorprendida al ver que lo que tenía en la mano era el colgante de plata en forma de caballito de mar.

–¿Qué hace con eso? –le preguntó con tono posesivo.

–¿Y a usted qué le importa? –había replicado él bruscamente, dejándola transfigurada con esos ojos de un castaño casi dorado, realzados por largas pestañas negras.

En ese segundo había pasado de atractivo a absolutamente guapísimo. Lilah se había quedado sin aliento, con el corazón latiendo a un ritmo alocado, como si estuviera al borde de un precipicio.

–Era de mi madre.

–¿Y de dónde lo sacó su madre? –preguntó Bastien, dejándola desconcertada.

–Yo estaba con ella cuando lo compró en un mercadillo, hace casi veinte años –respondió Lilah, sorprendida por la pregunta y, sobre todo, por la intensidad de su mirada.

–Mi madre lo perdió en Londres hace más o menos ese tiempo –dijo él, con ese fuerte acento que la hacía sentir escalofríos, dando la vuelta al colgante para mostrarle el dorso, con dos letras A encerradas en un corazón–. Mi padre, Anatole, se lo regaló a mi madre, Athene. Qué extraordinaria coincidencia que haya sido de nuestras madres, ¿no?

–Extraordinaria –asintió Lilah, tan turbada por su proximidad como por la explicación.

Estaba lo bastante cerca como para ver la barba incipiente que oscurecía su mentón y respirar el aroma de su cara colonia masculina. Sin saber por qué, había dado un paso atrás... y cuando chochó con otra persona Bastien alargó una mano para sujetarla, los largos dedos morenos cerrándose sobre su muñeca como un torno.

Lilah, sin aliento y ruborizada, sintió un extraño calor en sitios donde nunca antes lo había sentido cuando su mirada se encontró con la del alto griego.

–¿Puedo ver el colgante antes de que lo guarde?

–No tiene mucho sentido que lo mire, pienso comprarlo –había dicho él.

Lilah apretó los dientes.

–Yo también.

A regañadientes, Bastien puso el colgante en su mano y sus ojos se empañaron al verlo de cerca porque su madre siempre lo llevaba puesto. El colgante despertaba algunos de los recuerdos más felices de su infancia.

–Vamos a tomar un café –dijo él entonces, tomando el colgante para devolvérselo al empleado de la sala de subastas.

Lilah lo miró, sorprendida.

–No creo que sea apropiado si vamos a pujar por el mismo lote.

–Tal vez sea un sentimental. O tal vez me gustaría saber dónde ha estado ese colgante durante todos estos años.

Al final, accedió a tomar un café, pensando que rechazar la invitación sería una grosería.

Y así había empezado su breve relación con Bastien Zikos, recordó con tristeza. Lilah intentó apartar los recuerdos de esa corta semana en la que nunca, jamás, se permitía pensar, sabiendo que debía olvidar a Bastien Zikos.

Sin embargo, nunca había lamentado haberlo rechazado, ni entonces ni en aquel momento. Debía reconocer que lo había buscado en internet y en las fotografías aparecía con un interminable desfile de bellezas. Estaba claro lo que hacía falta para tenerlo contento. Cantidad más que calidad, había pensado a menudo, mientras intentaba convencerse a sí misma de que había tomado la decisión más acertada... aunque él la odiase por ello.

Lilah atravesó las puertas de la fábrica, entristecida al ver los pocos coches que quedaban en el aparcamiento, unos meses antes abarrotado.

Su móvil sonó en ese momento y lo sacó del bolso, pensativa. Era Josh, su antiguo compañero de universidad, para preguntar si le apetecía tomar una copa al día siguiente. Solían reunirse cada seis semanas para cenar y ver una película con los amigos. Josh estaba recuperándose de un compromiso roto y el último novio de Lilah la había dejado en cuanto la empresa de su padre empezó a tener problemas, de modo que ninguno de los dos tenía compromiso con nadie.

–¿Mañana por la noche? –repitió. Le gustaba la idea porque su casa estaba abarrotada y las noches no eran nada relajantes–. ¿A qué hora?

Sus amigos la harían olvidarse de todo durante un rato y dejaría de preocuparse por una situación que no podía controlar. Desgraciadamente para ella, sentía un deseo instintivo de arreglarlo todo, de rescatar a cualquiera que tuviese un problema.

Desde la oficina del piso de arriba, Bastien observaba con atención a Lilah Moore cruzar el aparcamiento.

Seguía siendo la criatura más hermosa que había visto nunca, tuvo que reconocer, furioso por ese pensamiento. Había habido muchas mujeres en su cama desde que conoció a la hija de Robert Moore, pero ninguna de ellas lo había interesado durante demasiado tiempo.

Seguía viendo a Delilah como la primera vez, con el sedoso pelo negro rizado cayendo casi hasta la cintura, los electrizantes ojos azul zafiro y la piel de porcelana. Era perfecta. Incluso con unos vaqueros gastados y botas negras resultaba elegante.

Entonces, como en aquel momento, se había dicho a sí mismo, impaciente, que no era su tipo. Con una sola excepción siempre le habían gustado las rubias voluptuosas. Delilah, en cambio, era pequeña y muy delgada. No podía entender qué la hacía tan atractiva y eso lo irritaba porque cualquier cosa que no pudiese controlar o entender lo sacaba de quicio. En aquella ocasión, se acercaría lo suficiente como para ver sus defectos, se prometió a sí mismo.

–El nuevo jefe está en el edificio –anunció su compañera, Julie, en cuanto entró en la pequeña oficina que compartían.

Lilah, que estaba quitándose el abrigo, se quedó inmóvil.

–¿Cuándo ha llegado?

–El guardia de seguridad dice que aún no eran las siete. Parece que es muy madrugador –respondió Julie, sin poder disimular su admiración–. El señor Zikos se ha traído a todo un equipo y yo creo que eso es bueno, ¿no te parece? Además, es guapísimo.

Por fin, Lilah consiguió dejar el abrigo en el perchero.

–¿Ah, sí? –murmuró, sin mirar a su amiga.

–Está como un tren, parece un modelo. Hasta Maggie, que le ha llevado el café, está de acuerdo –Julie se refería a la señora de la limpieza, famosa por odiar a los hombres–. Pero también me ha dicho que no es su primera visita. Aparentemente, estuvo aquí hace un par de años.

–Así es. Entonces estaba interesado en comprar la empresa.

–¿Y tú lo sabías? ¿Lo habías visto antes? ¿Por qué no me habías dicho nada?

–Con todo lo que está pasando no me parecía importante –murmuró Lilah, sentándose frente a su escritorio y haciéndose la sorda mientras Julie lamentaba su falta de interés por el nuevo propietario de Repuestos Moore.

Un hombre joven de barba bien recortada entró en el despacho una hora después.

–¿Señorita Moore? Soy Andreas Theodakis. El señor Zikos quiere verla en su despacho.

Lilah intentó tragar saliva, nerviosa. Bastien no iba a hacerle daño, por supuesto. Entonces, ¿por qué solo escuchar su nombre la hacía presa de un ataque de pánico?

Mientras subía la escalera respiraba despacio, intentando calmarse. Bastien no querría reírse de ella, ¿no? Había conseguido el negocio a un precio irrisorio y la familia Moore lo había perdido todo, exactamente como él había predicho. A los hombres ricos y poderosos les gustaba presumir a la menor oportunidad, pensó. ¿Pero qué sabía ella de los hombres ricos y poderosos? Después de todo, Bastien era el único al que conocía.

Estaba utilizando el antiguo despacho de su padre y le parecía tan extraño entrar en un sitio tan familiar y no encontrar allí a Robert Moore…

Andreas Theodakis los dejó solos y se preguntó si esa sería una buena o una mala señal.

–Señor Zikos...

–Creo que puedes seguir llamándome Bastien –dijo él, preguntándose cómo demonios podía estar tan guapa con una sencilla falda negra y un jersey ancho de color camel.

Seguía llevando el pelo largo y, de hecho, le habría molestado que se lo hubiera cortado. Seguía habiendo algo extrañamente fascinante en ese pelo tan largo que había llamado su atención desde el primer momento. Y algo igualmente memorable en el contraste entre sus ojos azules y la pálida piel de porcelana.

Obligada a mirarlo de frente por primera vez, Lilah se quedó paralizada, intentando relajar los músculos faciales para no delatarse. Era un ejercicio que había hecho en defensa propia dos años antes. Pero el aliento se quedó en su garganta, como si de repente la hubieran dejado en un lugar oscuro y lleno de peligros que no podía ver.

Bastien debía medir más de metro noventa, de modo que podía concentrarse en mirar su corbata de seda azul, que le quedaba a la altura de los ojos. Pero la imagen que había visto al entrar en el despacho seguía grabada en su cerebro, como marcada a fuego.

Le gustase o no, Julie había dado en el clavo: Bastien parecía un modelo, desde los esculpidos pómulos a la clásica y arrogante nariz, el mentón cuadrado o los generosos y sensuales labios. Lilah sintió que se ruborizaba al notar una oleada de calor entre las piernas y apretó los dientes porque sabía que él lo notaría. A Bastien Zikos no se le escapaba nada.

–Siéntate, Delilah –Bastien señaló una silla frente a la mesa de café, en una esquina del despacho.

–Lilah –lo corrigió ella y no por primera vez.

Siempre había insistido en llamarla por su nombre completo, ese nombre de connotaciones bíblicas que la había avergonzado en el colegio.

–Yo prefiero Delilah –dijo Bastien, con la satisfacción de un felino relamiéndose.