A pesar de todo… ¡qué linda es la vida! - Enrique Chaij - E-Book

A pesar de todo… ¡qué linda es la vida! E-Book

Enrique Chaij

0,0

Beschreibung

La obra que usted tiene en sus manos es una magnífica respuesta al sentimiento universal de tener buen ánimo y encontrar que la vida, a pesar de todo, es hermosa y puede tornarse más radiante cada día. Son diez amenos capítulos donde se repasan los principios básicos que añaden felicidad a la existencia.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 230

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



A pesar de todo... ¡qué linda es la vida!

Enrique Chaij

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido
Tapa
Prefacio
1 - La belleza de la vida
2 - Cuando hay armonía en el hogar
3 - En sana convivencia con el prójimo
4 - Con una mente madura y equilibrada
5 - Cuando reina la alegría
6 - Con estas fórmulas de éxito
7 - Aun en medio del dolor
8 - Libre de malos hábitos
9 - No estamos solos
10 - Tengo un amigo

A pesar de todo... ¡qué linda es la vida!

Enrique Chaij

Diseño de tapa: Leandro Blasco

Diseño del interior: Giannina Osorio

Ilustración de tapa: Shutterstock

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e - Book

MMXX

Es propiedad. © 2003, 2020 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-209-1

Chaij, Enrique

A pesar de todo... ¡qué linda es la vida! / Enrique Chaij. - 1ª ed. - Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo digital: Online

ISBN 978-987-798-209-1

1. Superación personal. I. Título.

CDD 158.1

Publicado el 25 de junio de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: [email protected]

Web site: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Prefacio

Dondequiera vamos, nos encontramos con personas desconformes, cargadas de problemas y enfermas de melancolía. Pareciera que cada vez quedaran menos corazones alegres en el mundo. Y aunque son muchos los que se esfuerzan por sonreír, a cuántos de ellos les brota apenas una expresión de gris indiferencia. En la intimidad de su ser, muchos viven el drama de aquella señora que decía a su médico: “Por favor, doctor, déme algo para levantar el ánimo. No sé qué me pasa, pero siempre estoy deprimida. Necesito sentirme más contenta”.

La obra que usted tiene en sus manos es una magnífica respuesta a este sentimiento humano tan universal. En sus páginas, de estilo ameno y coloquial, usted descubrirá cómo “a pesar de todo” la vida es hermosa y puede volverse más radiante cada día. A lo largo de sus diez capítulos, cargados de anécdotas e incidentes, este libro le brindará sobrada oportunidad para repasar los principios básicos que añaden felicidad a la vida. Tanto el alma abatida como el espíritu alegre disfrutarán de esta lectura.

Buena parte de esta obra contiene diversos temas del conocido programa radiofónico Una Luz en el Camino, cuyo fundador y director es el Dr. Enrique Chaij, la voz recibida con deleite por millones de oyentes. Leer aquí su palabra escrita será como escucharlo a través del éter, con su característica llaneza y calidez.

A medida que usted avance en la lectura de estas páginas, espontáneamente examinará su vida interior en actitud de autoanálisis. Y, a no dudar, tal actitud reflexiva le proporcionará un alto beneficio espiritual. Al mismo tiempo, le abrirá las puertas a una convivencia más armoniosa dentro y fuera de su hogar.

Cuando estas y las muchas otras palabras del autor salieron al aire, los oyentes escribieron, en respuesta: “Toda nuestra familia goza de mayor felicidad por escuchar este espacio”. “Sus palabras cotidianas fortalecen mi espíritu y me ayudan a comenzar mejor el día”. “Desde que lo escucho soy otra persona”. Y palabras semejantes a éstas han expresado los lectores de las ediciones anteriores de esta obra.

Confiamos que usted se sumará a este unánime testimonio. Y que además añadirá: “Es cierto, A PESAR DE TODO... ¡QUÉ LINDA ES LA VIDA!” Tal es el sincero deseo del autor y de

LOS EDITORES

Capítulo 1

La belleza de la vida

. . .Cada jornada se vuelve un canto de alegría, cada obstáculo una oportunidad para triunfar, y cada ventaja material una expresión de gratitud al Creador.

Ya he perdido las ganas de vivir. Todo es tristeza para mí”. Así se expresaba una señora que acababa de perder a su marido, y cuyo hijo único era inválido. Sin embargo, una de sus amigas le dijo a esta mujer: “No debes desesperar. Todavía hay esperanza; conserva el buen ánimo”. Años más tarde, el hijo inválido sanaba y contraía matrimonio con una buena muchacha. Luego llegaron los nietos. Y, con ellos, la felicidad se reinstalaba en el corazón de la atribulada mujer.

¿Qué había ocurrido en su vida? Primero, lo veía todo negro y destilaba un continuo pesar. Después, aprendió a valorar lo que tenía –su hijo, su salud, sus nietos, su trabajo y su fe –, y se transformó su actitud mental. Descubrió que existen razones valederas para sobreponerse al dolor y para gozar con las pequeñas y las grandes bellezas de la vida.

Traslademos la experiencia de esta mujer a la nuestra. ¿Tenemos hoy salud, trabajo, alimento, vestido y albergue hogareño? Entonces, ¿no hemos de sentirnos satisfechos y agradecidos por ello? Con frecuencia pretendemos disfrutar de grandes alegrías –que quizá nunca llegan–, mientras pasamos por alto las pequeñas satisfacciones diarias que, bien tomadas, pueden alentar nuestro espíritu.

Esa espumosa nube blanca que matiza el azul del cielo, esa avecilla canora que se acerca a nuestra ventana, esa suave sinfonía de luz de cada amanecer, esa lluvia serena que humedece y fecunda la tierra, esa flor perfumada que adorna el jardín, ese niño que irrumpe en el mundo con su llanto vital, ese hijo que va creciendo y triunfando, ese gesto cálido del amigo leal, esa estimulante expresión de ternura conyugal, esa alentadora palabra de consejo paterno, esa sonrisa sincera que podemos dar y recibir. . . Todo esto y muchísimo más, valorado como un regalo del Altísimo, ¿no es un modo de embellecer la existencia y hacerla digna de vivirse con un canto en el corazón?

Veamos en el presente capítulo de qué modo, y tan frecuentemente, solemos malograr nuestra felicidad, cuando con un espíritu positivo es posible disfrutar de dicha interior.

¿Motivos para quejarnos?

Don Pedro, hombre que pasaba el medio siglo de vida, ese día había tenido varios contratiempos en su trabajo. La jornada había sido agotadora, y él había expresado sus repetidas quejas ante su patrón y sus compañeros.

Al regresar a su casa, en el vehículo en que viajaba, vio a una jovencita atractiva de cabellos dorados. Parecía tan alegre y vivaz. . . Pero cuando se puso de pie para descender del vehículo, la niña no pudo disimular que le faltaba una pierna y que usaba muletas. Sin embargo, mientras descendía, ¡sonreía! Entonces don Pedro se dijo para sí: “Y pensar que hoy me he pasado el día quejando, aun teniendo las dos piernas sanas”.

Más tarde, nuestro hombre se acercó a un quiosco para comprar algunas golosinas, y el muchachito que las vendía le pareció encantador. Tan contento lo vio, que se quedó conversando con él. Cuando se despedía, el chico le dijo: “Gracias por sus palabras, señor. Usted sabe, yo soy ciego”. Entonces, don Pedro musitó con emoción estas palabras: “Dios mío, perdona todas mis quejas. Yo veo bien con los dos ojos, y este niño está contento sin ver nada”.

Cuando ya se acercaba a su casa, observó a un grupo de niños que jugaban con mucho entusiasmo. Y a pocos metros de ellos había un chico que simplemente miraba cómo jugaban los demás. A nuestro hombre se le ocurrió preguntarle por qué no jugaba con sus compañeros. Pero el niño lo miró con gesto suplicante, sin decir palabra alguna. El pobrecito era sordo. Tras un saludo cariñoso, don Pedro siguió su camino, diciendo: “Señor, gracias porque puedo oír. Ayúdame a dominar mi espíritu quejoso”.

¿No le ha ocurrido a usted algo parecido alguna vez? Nos quejamos porque tenemos demasiado trabajo, o porque perdimos el que teníamos, o porque no nos alcanza el sueldo o porque los problemas nos golpean de todos lados. ¿A qué se debe que solemos quejarnos tanto? Quizá porque nos detenemos a pensar en algunos objetos y cosas que nos faltan, sin recordar el enorme capital que poseemos si tan solo podemos caminar, ver, oír y hablar.

Si hasta hoy estuvimos quejándonos contra lo que suponíamos que era nuestra “mala suerte”, ¿por qué no cambiar nuestra disposición mental y el tenor de nuestras palabras?

Y ahora preguntémonos: Para embellecer mi vida, yo, que tengo ambas piernas, ¿cómo las uso? ¿Me llevan siempre a los mejores lugares? Yo, que tengo ojos para ver, ¿sé observar lo edificante y constructivo? ¿Tengo una mirada de simpatía hacia los demás? Yo, que puedo oír y hablar, ¿qué cosas escucho y qué palabras pronuncio? ¿Abro mi boca solo para decir lo que es correcto y amable?

Aceptación propia

Cuenta una fábula que había una vez, en la región boreal, un pequeño témpano de hielo que estaba muy descontento con su vida, especialmente porque había conversado con algunas focas que le contaron acerca de las bellezas del sur, donde el mar resplandece bajo la gloria del sol. Pero un viejo témpano, que lo oyó murmurar, le dijo: “Hijo, nuestro destino es permanecer aquí, y debemos estar contentos con las circunstancias y el paisaje que nos rodean”.

Sin embargo, el pequeño témpano no siguió el consejo del mayor. Así que cierto día se separó de sus compañeros y emprendió viaje al sur. “Ahora sí conoceré el mundo”, pensó. Pero lo primero que le ocurrió fue el choque contra un barco, en la oscuridad. Y mientras sufría el dolor del golpe en medio de olas encrespadas, recordó cuánto más tranquila era la vida en su antiguo hogar. Al continuar su riesgosa aventura, un día el sol lo miró desde las alturas y el pobre témpano comenzó a llorar y a llorar.

El calor del sol lo derritió por completo y desapareció en el océano.

En el mar de la vida humana, ¡cuántos seres se parecen a eáte témpano insatisfecho! Siempre disconformes con lo que son y lo que tienen, viven codiciando las aparentes ventajas del prójimo, sin recordar que ellos mismos poseen condiciones que, bien desarrolladas, podrían abrirles la puerta de la alegría y del éxito. Incluso, abundan aquellos que dejan sin cultivar su personalidad y sus propios talentos, y se ponen a imitar servilmente a otros, vendiendo así su propia individualidad. Y, a la postre los tales deben reconocer que no han llegado a ser ni una cosa ni la otra, sencillamente porque no supieron ser lo que debían ser.

¡Cuán importante es aceptarse a uno mismo, y ser uno mismo! De otro modo, ¿cómo podríamos vivir satisfechos y desarrollar los dones y capacidades inherentes a nosotros mismos? Por humildes que seamos, todos tenemos buenas posibilidades de desarrollarnos y de alcanzar una medida aceptable de bienestar y de íntima satisfacción.

Sin aburrimiento

El escritor Arturo Clarke afirma que a menos que el hombre desarrolle una capacidad para vivir mejor, los seres humanos del siglo XXI padecerán de “un aburrimiento total”. El mismo autor pronostica, además, que en el siglo próximo los hogares funcionarán con computadoras, los alimentos serán fabricados de materiales tales como el carbón y el petróleo, y el cultivo de los mares será algo normal.

El paso del tiempo se encargará de mostrarnos si estas predicciones tendrán cumplimiento o no. Pero lo que Clarke afirma acerca del aumento del aburrimiento parece ser algo más real y seguro, ya que ahora mismo encontramos por doquier a gente insatisfecha, sin ganas de vivir. Seres humanos aburridos, enfermos de rutina y monotonía, porque no saben qué hacer, para dónde ir ni qué finalidad tiene su vida.

Pareciera que a medida que aumentan las comodidades tecnológicas, menos grata se hiciera la vida. O como dijo el conocido sociólogo Vanee Packard: “Cada día progresamos un poco más, pero cada día somos un poco menos felices”. ¿No es esta una verdadera paradoja?

Hoy, cuando al parecer la vida se nos ha hecho más fácil, cuesta mucho más vivir con un poco de alegría y tranquilidad. Todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos aturde y nos preocupa. Y a veces el único modo que encontramos para salir de semejante tormento es volvernos fríos, apáticos, indiferentes. Y así, refugiados en nuestro propio yo, llegamos a sentirnos aburridos. Nada nos alegra ni nos entristece. Todo es gris. Todo es igual. Y no pocas veces, para salir de esa monotonía interior, el hombre recurre a los placeres excitantes, a la aventura o al vicio, para descubrir siempre lo mismo: un tremendo vacío interior.

Pero cuando el hombre remonta vuelo con las alas de la fe y busca la dirección de Dios, el vacío da paso a la plenitud del alma, Dios mismo se convierte en el gran refugio de la vida y se acaba para siempre todo vestigio de aburrimiento. Cada jomada se vuelve un canto de alegría, cada obstáculo, una oportunidad para triunfar, y cada ventaja material una expresión de gratitud al Creador.

Cómo vencer el cansancio

¿No nos llama la atención descubrir casi cada día que muchos a nuestro lado viven cansados? Personas que, arrastradas por el ritmo de la vida moderna, carecen de fuerza y vitalidad; tal vez demasiado atareadas para encontrar un poco de reposo o para disfrutar de un momento de felicidad.

Y como consecuencia de este cansancio, la vida se les convierte en una carga difícil de llevar, una experiencia de dolor con cierta mezcla de resignación. Pero semejante estado físico y anímico no termina allí. También afecta al prójimo, a la familia, al amigo. Más de un problema conyugal y más de una discusión en el trabajo derivan de la fatiga y de la irritabilidad que esta produce.

¿Por qué esta clase de cansancio se ha generalizado tanto en nuestros días? ¿No es acaso porque queremos ir más allá de nuestras posibilidades reales? Deseamos tener más, comprar más, aparentar más. Y con la pretensión de procurarnos una vida más cómoda, debemos trabajar y luchar tanto que finalmente la vida se nos hace incómoda, llena de compromisos y de frivolidades. Y cuando queremos reaccionar, nos damos cuenta de que hemos ido demasiado lejos, que ya no podemos cambiar nuestro nivel de vida, que ya no podemos sacrificar ninguna de nuestras ventajas materiales. Es entonces cuando nos sentimos asfixiados por la vida misma.

Así deteriora y consume la fatiga física. Pero ¿qué diremos del cansancio del espíritu? Es el alma vencida, agobiada de tanto luchar. Es la conciencia culpable que roba la paz interior. Es el corazón dolorido, incrédulo y solitario, que gime por un poco de comprensión. Y este cansancio espiritual incide tanto sobre el cuerpo que a menudo termina enfermándolo.

¿Existe alguna clase de remedio para este doble mal, del cuerpo y del alma? Una actitud mental apropiada puede cambiar totalmente el cuadro. ¿Por qué amar más el dinero que la vida? ¿Por qué someter el cuerpo a una presión excesiva? ¿Por qué buscar la holgura material a riesgo de perder la salud y la tranquilidad? En un sencillo orden de prioridades, todo hombre sensato colocaría en primer lugar su bienestar físico y espiritual, antes que las vanidades y las ambiciones que desgastan la existencia.

Todos podemos sentirnos satisfechos obrando según nuestras fuerzas reales, y no más allá de ellas. Todos podemos experimentar el descanso del alma —sin angustia ni opresión interior— respondiendo a la invitación divina: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (S. Mateo 11:28).

“Mire hacia el sol”

El catedrático alemán Hans Stirn ha declarado que “los trabajadores descontentos enferman con mayor frecuencia y por más tiempo que los satisfechos”. Llegó a esta conclusión después de analizar el comportamiento de trescientos obreros y empleados. Y en su estudio llegó a constatar que la presión de la competencia, los disgustos con los compañeros, las perspectivas de un ascenso y otros factores similares provocaban problemas de salud en los trabajadores. Según él, ciertas enfermedades del sistema circulatorio y del aparato digestivo eran de origen psíquico, a consecuencia de los factores mencionados.

Ciertamente, el descontento conspira contra nuestra salud y nuestra felicidad. Quien está molesto en su trabajo, en su hogar o entre sus amigos, aumenta considerablemente la posibilidad de contraer enfermedades de diversa índole. Quien trabaje siempre preocupado, temiendo la competencia o manteniendo relaciones tirantes con sus compañeros, debería saber que con tal actitud jamás prosperará en su trabajo ni mucho menos, gozará de buena salud y alegría.

¿Cuál es entonces el camino a seguir cuando vemos que nuestro ánimo comienza a volverse negativo y contrariado? El mejor rumbo que podemos tomar es obligarnos a nosotros mismos a pensar en las bellezas de la vida, y luego colocarnos por encima del ambiente hostil que pueda rodearnos.

Si tenemos salud, una buena familia y un trabajo medianamente remunerado, ¿para qué amargarnos, aunque haya quienes lancen sus dardos contra nosotros? Si aprendemos a vivir sabiamente, descubriremos que siempre existen buenas razones para disfrutar de la vida. Alguien ha dicho: “Mire hacia el sol, y las sombras caerán siempre detrás de usted’’. Y esta verdad física es aplicable al terreno de lo espiritual. Mirando al sol del optimismo y de la confianza en Dios, todas nuestras sombras quedan detrás.

A pesar de los hechos negativos que nos circundan; a pesar de los motivos que originan nuestras quejas; a pesar de nuestros errores, sinsabores y cansancios temporarios, la vida es hermosa y podemos hacerla radiante. A pesar de la lucha diaria, de las ingratitudes y las incomprensiones; a pesar de las estrecheces y de los más variados problemas que debamos afrontar, la vida seguirá siendo cautivante y luminosa mientras avancemos mirando a Dios. Entonces las sombras de todos los pesares caerán derrotadas detrás de nosotros, y en tono de triunfo podremos decir: A pesar de todo. . . ¡QUÉ LINDA ES LA VIDA!1

1 2-Q.L.V.

Capítulo 2

Cuando hay armonía en el hogar

El afecto leal es fuente de estímulo y felicidad en el matrimonio.

La amistad entre padres e hijos constituye una riqueza mayor que todos los bienes materiales que se puedan acumular en el hogar.

De los antiguos días del Imperio Medopersa nos llega el siguiente incidente. En uno de sus grandes triunfos, el rey persa Ciro venció a Tigranes, rey de Armenia, a quien tomó como prisionero junto con su esposa. Sin embargo, haciendo gala de gran consideración, Ciro trató con bondad a la pareja real y hasta compartió con ella la misma mesa. Cierto día, a la hora de la comida, Ciro le preguntó a Tigranes qué daría a cambio de la libertad de su esposa, a lo que el rey armenio respondió: “De no haber perdido mi reino en la guerra, se lo daría por mi mujer; pero como no me queda otra cosa que mi vida, la ofrezco gustoso por la libertad de ella”. La historia cuenta que Ciro se sintió tan conmovido por esa demostración de amor conyugal, que decidió librar a ambos.

El amor les dio la libertad. Y, salvando los siglos transcurridos desde entonces, hasta hoy el verdadero amor entre los esposos les asegura libertad: los libra de mil dificultades. Cuando el matrimonio se encuentra enfermo por falta de afecto, la pareja vive esclavizada por las tensiones, las reyertas y la tristeza causada por las desavenencias conyugales. Pero cuando el matrimonio se desenvuelve en un clima de amor profundo, surge por sí sola la libertad que hace feliz a la pareja. Los esposos viven libres de sospechas mutuas y de agonías mentales, libres de malos tratos y de infidelidad conyugal. ¡De cuántos males se libra un matrimonio o un hogar cuando existe amor genuino entre los esposos!

Tiempo atrás, un hombre me contaba el espinoso drama de su hogar. Todo era insoportable y horrible. Desde los insultos más ofensivos hasta los castigos físicos, todo lo inmoral y repudiable era la cuota diaria del trato conyugal entre ese hombre y su mujer. Vivían juntos sin saber cómo ni para qué, sin amor, ni respeto, ni felicidad. ¿Será posible que existan hogares de esta clase sobre la tierra? ¿Puede alguien tomarse el derecho de arruinar la vida de su cónyuge y de sus hijos, simplemente porque su falta de amor lo vuelve frío, cruel y egoísta?

El rey Tigranes estaba dispuesto a dar su vida por su esposa, como resultado del amor que le tenía. Y usted y yo, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar por nuestro cónyuge? ¿Es el nuestro un amor abnegado y desprendido, en favor de ese ser con quien hemos unido nuestra vida? ¡Cuántos matrimonios llenos de problemas podrían gozar de dicha y armonía, si tan sólo cultivaran un amor tierno, fiel y comprensivo!

Pero ¿pueden dos esposos vivir en plenitud de amor y hacer feliz a toda su familia si no solicitan la ayuda de lo Alto? ¿Puede el amor verdadero florecer en el corazón de los hombres si se deja de lado al Creador del amor y del matrimonio?

“Ahora lo quiero”

Una señora entró furiosa, cierto día, al consultorio del psicólogo, el Dr. Jorge Crane, y le confió que odiaba a su marido y que quería separarse de él. Además, añadió la mujer: “¡Quiero hacerle el mayor daño posible!” “En ese caso –le aconsejó entonces el Dr. Crane– le recomiendo que comience abrumándolo con atenciones y cariño. Y cuando Ud. llegue a serle indispensable y él piense que Ud. lo ama profundamente, entonces pida la separación. Esa será la mejor forma de herirlo”.

Meses más tarde, la señora regresó al consultorio para decirle al psicólogo que había seguido al pie de la letra su consejo. “Bueno, ¡cuánto me alegro! —dijo el Dr. Crane—. Ahora es el momento de separarse de su marido”. “¿Separación? –exclamó la mujer– , ¡de ninguna manera! Ahora estoy más enamorada que nunca de mi esposo”.

El destacado profesional había tenido éxito con su consejo. Al recetar el amor como remedio para ese matrimonio enfermo, logró salvar la unidad de todo el hogar. Pero el afecto sincero y sostenido no solo sirve para curar las desavenencias conyugales, sino especialmente para evitarlas, a fin de asegurar la felicidad de la pareja. Cierto esposo le decía hace poco a su mujer: “A menudo pienso qué hubiese sido de mi vida sin ti, y no puedo menos que sentirme feliz por estos años que hemos vivido juntos”. De más está decir que tales palabras de amor y reconocimiento fueron el mejor regalo para el corazón de esa esposa.

Tanto de palabra como mediante las acciones cotidianas, los esposos deben regar la planta del amor conyugal, so pena de verlo marchitar y secarse definitivamente. Es curioso que a veces los esposos rieguen con mayor solicitud la modesta plantita del balcón o el rosal del jardín, que el amor que los ha unido en matrimonio. Y en tal caso, ¿deberíamos luego extrañarnos de que surjan entre ellos desavenencias, tiranteces y reyertas? No, porque la ausencia de amor siempre produce desinteligencias entre los hombres. Y esto es particularmente cierto dentro del estrecho círculo del matrimonio y el hogar.

Señor, ¿cómo anda su afecto con respecto a su esposa? ¿Estará ella feliz porque se siente rodeada del amor fiel y sincero que usted le demuestra? ¿Tiene usted hacia su esposa atenciones especiales, que le brinden estímulo como reina del hogar? La felicidad matrimonial y hogareña está compuesta de actos pequeños, de sencillas expresiones de cariño. ¿Sabe usted prodigarse de esta manera hacia su esposa y sus hijos?

Y usted, señora, ¿acepta con alegría las manifestaciones de afecto de su esposo? ¿Sabe también ser afectuosa con él? Cuando una mujer es realmente cariñosa con su marido, es casi seguro que él también lo será con ella.

El apoyo de la familia

¿Hasta qué medida valoramos el hogar que poseemos? ¿Comprendemos lo que significa para nuestra vida el afecto de nuestro cónyuge y de nuestros hijos? Y frente a cualquier problema que debemos soportar, ¿nos damos cuenta de que podemos resolverlo más fácilmente con el apoyo y la comprensión de nuestros seres amados?

Cierto comerciante llegó una noche abrumado a su casa. Apenas entró en la sala, se echó en el sofá y hundió con desesperación su cabeza entre las manos. “¿Qué te sucede?”, le preguntó su esposa. “Acabo de declararme en quiebra; lo he perdido todo y hemos quedado en la ruina”, le contestó su marido. A lo que su valiente esposa le dijo: “Todo no se ha perdido, porque te quedo yo y te queda tu familia, que estamos dispuestos a soportar la prueba contigo”. Y su hija mayor, que escuchaba desde la habitación contigua, añadió: “También te quedo yo, para ayudarte”. Al momento se acercó su anciana madre, quien le recordó: “Hijo, no todo está perdido. Todavía tienes salud, tienes una buena compañera e hijos cariñosos que estarán a tu lado. Y, además, podrás tener la protección de Dios, si la pides con sinceridad”.

Cuando el hombre escuchó todas estas afectuosas palabras de aliento, quedó profundamente emocionado, y dijo: “Que Dios me perdone, porque yo creía que lo había perdido todo, y todavía me queda lo mejor”.

¡Cuán grande es el valor de un hogar bien constituido! ¿Qué refugio mejor que este para hacer frente a los peores contratiempos? Cuando la familia está unida por los lazos de un amor estable, el dolor, la adversidad o la prueba se hacen menos punzantes y se pueden vencer con mayor facilidad. La comprensión y el fiel compañerismo de una esposa vigorizan el espíritu del marido. El afecto leal de un esposo estimula y hace feliz a su mujer. La amistad entre padres e hijos ofrece al hogar una riqueza mayor que todos los bienes materiales que se puedan acumular en la casa.

¿Valora usted el hogar que tiene? ¿Se lo dice a sus seres queridos, para alegría de ellos? Si estamos conscientes de que nuestro hogar es un regalo precioso de Dios, ¿no haremos el mayor esfuerzo posible para conservarlo con armonía y unidad? Nuestro hogar merece lo mejor. Y lo mejor es el amor que podamos cultivar en él, y la bendición divina que podamos recibir del Altísimo.

La tercera mano

¿Ha sentido alguna vez el deseo de tener tres manos, en lugar de dos? Quizás esto le haya ocurrido a usted, señora, en algún momento de excesivo trabajo dentro del hogar. Era tanto lo que tenía que hacer, que sus dos manos eran insuficientes para realizar todos los trabajos domésticos. ¡Cuán útil puede ser una “tercera mano” para aliviar las cargas del hogar!

Esa mañana, el marido, un tanto apresurado, le pidió a su esposa que le sirviera el desayuno. Momentos antes le había pedido otras atenciones. Mientras tanto, los hijos también estaban llamando a su madre desde el dormitorio. De manera que la señora, requerida por todos al mismo tiempo, le dijo a su esposo: “Espera un minuto, porque solo tengo dos manos”. Durante toda esa mañana, en su oficina, el marido quedó pensando en las palabras de su mujer: “Solo tengo dos manos”. Pero además pensó en todo el trajín de su esposa: lavar, cocinar, planchar, limpiar, atender a los tres hijos. Y se dijo para sí: “Eso es demasiado para dos manos. De hoy en adelante trataré de ser una tercera mano para ella”.

Tiempo más tarde, este buen marido comentaba: “Desde aquel día yo soy la tercera mano de mi mujer. La ayudo en todo lo que me es posible. Y así la vida se ha vuelto más feliz para ella y para mí”.

¿No. ha advertido usted también que a su mujer le vendría muy bien una tercera mano? No la mano de una sirvienta, ni aun la de los hijos solamente, sino la suya propia, la que usted podría brindar como compañero y amigo de su esposa. ¡Cuánto más agradable y llevadera se vuelve la vida conyugal cuando los esposos se ayudan entre sí! Él, aliviando los trabajos de su mujer y prestándole todo el apoyo que merece. Y ella, haciendo otro tanto, para convertirse en verdadera colaboradora de su marido.