Ábrete al amor - Sophie Pembroke - E-Book
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Ábrete al amor E-Book

Sophie Pembroke

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Beschreibung

¿Siempre la dama de honor? Violet Huntingdon-Cross siempre era la dama de honor en las bodas, pero lo cierto era que no le importaba, debido a su desastroso pasado amoroso. Entonces conoció al atractivo periodista Tom Buckley y, de pronto, se dio cuenta de que aquel hombre suponía una gran amenaza para su corazón. Tom estaba escribiendo un libro sobre el padre de Violet, pero su hermosa hija lo distraía de su trabajo. Tenía que convencerla de que era distinto de otros periodistas… y ayudarla a descubrir que el amor no era algo que les sucedía a otros.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Sophie Pembroke

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Ábrete al amor, n.º 132 - diciembre 2015

Título original: Falling for the Bridesmaid

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7840-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

EL DULCE olor de los pétalos de rosa llenaba el aire de la tarde y confería al crepúsculo una sofocante calidez. La banda tocaba en el patio. Parpadeantes lucecitas pendían de las ramas de los árboles y en el interior de los entoldados, y la cálida brisa hacía susurrar las hojas.

El escenario era tan encantador que Violet pensó que se pondría enferma si tenía que soportarlo un instante más.

Lanzó una mirada airada a su vestido de dama de honor y se retiró a un rincón para observar tocar a la banda con tranquilidad. Debía esforzarse más por disfrutar de la velada, y tal vez la música la ayudara. La ceremonia de la renovación de votos matrimoniales de sus padres había sido muy bonita, y la fiesta posterior, un éxito. Los Screaming Lemons volverían a subir al escenario, aunque su actuación oficial había terminado una hora antes. Conociendo a su padre, esa segunda actuación sería más tranquila y acústica.

Sacar a su padre del escenario era más difícil que hacerlo subir, y siempre estaba dispuesto a tocar otra canción más. El patio frente al que se hallaba situado el escenario estaba lleno de gente que bailaba, se abrazaba, se besaba o se enamoraba.

Violet frunció el ceño y apartó la vista.

Su familia, por supuesto, no contribuía a mejorar la situación. Apoyada en su flamante marido, lord Sebastian Beresford, conde de Holgate, ni más ni menos, estaba su hermana menor, Daisy; mejor dicho, lady Holgate. Se le hacía difícil creer que Daisy fuera una condesa de verdad, pero no tanto como asimilar la leve hinchazón de su vientre bajo su vestido verde esmeralda de dama de honor, cuidadosamente elegido para la ocasión.

Unos meses más, y Violet sería oficialmente la tía solterona de la familia. ¡Por Dios! ¡Si ya hacía los arreglos florales de la iglesia casi todos los fines de semana! Tal vez debiera adoptar un gato de tres patas y comenzar a hacer ganchillo.

En realidad, le gustaría aprender a hacerlo, pero ese no era el tema.

Seb tenía la mano puesta en el vientre de su esposa, y la sonrisa de Daisy se hizo más ancha al ofrecerle el rostro para que le diera un beso. Violet se dio la vuelta porque, de pronto, se sintió violenta por estar mirando.

Pero, por desgracia, su mirada se posó en Rose y Will, que se miraban arrobados. Rose era su hermana gemela y su mejor amiga. Violet reconoció que no lo había visto venir. Tal vez cierta atracción, o una aventura. Pero no que Will fuera a abandonar para siempre su estatus de novio que las dejaba plantadas ante el altar y a entrar a formar parte de la familia.

Pero allí estaba Rose, vestida de novia, que se había marchado sigilosamente para casarse en secreto, después de que hubiera acabado la ceremonia de renovación de votos de sus padres.

Tal vez, Violet careciera de un radar para detectar el amor; o tal vez estuviera estropeado. Eso explicaría muchas cosas.

Will alzó la vista y, esa vez, Violet no pudo apartar la mirada con la suficiente rapidez, ni tampoco evitar darse cuenta de que Rose y su marido hablaban en susurros, tal vez sobre de quién era la culpa de que Violet estuviera dolida de nuevo.

Violet suspiró. No era que no se alegrara por sus hermanas. Se alegraba mucho. Y sabía que la felicidad de ellas no debiera empeorar su lamentable situación personal. Pero lo hacía.

Tragó saliva y se miró los pies. Los zapatos de tacón le oprimían los dedos. Aquello pasaría y, un día podría mirar a toda aquella gente feliz y sonreiría sin esa amargura que amenazaba con teñir todo su mundo.

Pero ese día aún no había llegado.

–Rose cree que estás enfadada con ella, o conmigo –dijo Will, que se le había acercado con las manos en los bolsillos.

Normalmente, la presencia de Will era un consuelo, ya que se trataba de alguien de fiar que la ayudaba a soportar las miradas divertidas, los comentarios susurrados y las ocasionales proposiciones de tipos borrachos que Violet apenas conocía, pero que creían que lo sabían todo de ella y de sus tendencias sexuales.

Ese día, sin embargo, Will solo le recordó que las cosas no volverían a ser iguales.

–¿Enfadada con Rose? –preguntó–. ¿Por qué iba a estarlo? ¿Porque te me ha robado?

La mirada de asombro de Will le indicó que había cometido un error de apreciación.

–No, cree que estás enfadada porque tienes que ir a recoger a ese periodista al aeropuerto esta noche, por lo que te perderás el champán.

Ah, eso. Sí tendría sentido, ya que ella había manifestado su malestar por la llegada del periodista.

–No he… ¿De verdad crees que tu hermana te ha robado el novio? –le preguntó él.

Violet lo fulminó con la mirada.

–Sí, Will. Te he deseado y me he consumido por ti a lo largo de todos tus compromisos matrimoniales y tus espantadas en el último momento. Y finalmente te has casado con mi hermana. Creo que nunca lo superaré.

Su rostro deliberadamente inexpresivo hizo que Will se riera con evidente alivio.

–Vale. ¿Y tampoco estás enfadada por lo del periodista?

–Estoy enfadada por lo del champán. Por lo demás, me las arreglaré.

–¿Estás segura? Sé que estás un poco…

Violet trató de adivinar la palabra que Will evitaba decir.

¿Nerviosa?, ¿preocupada?, ¿paranoica?

Paranoica, probablemente.

–Inquieta por su llegada –dijo él, por fin.

Violet suspiró. Inquieta era un eufemismo. Pero su padre se había empeñado en contar su historia, publicar su biografía oficial, y había elegido a ese tipo para hacerlo. Rose la había mirado con preocupación cuando su padre lo había anunciado, pero incluso ella reconocía que tenía lógica hacerlo entonces, antes de la nueva gira y el nuevo álbum. El periodista tendría acceso exclusivo y le haría entrevistas en profundidad; además poseía muchos contactos en los medios de comunicación.

–Rose dice que es simpático. Lo conoció en Nueva York, antes de que ella volviera a casa.

–Estoy segura de que es un encanto.

Daba igual quién fuera. Trabajaba en la prensa, y la familia solo le interesaba como una historia que pudiera vender.

Violet había aprendido la lección a base de cometer errores.

Will frunció el ceño.

–Tal vez si hablas con tu padre…

Violet negó con la cabeza y le sonrió con dulzura.

–Todo saldrá bien, te lo prometo.

Su padre había tomado una decisión y punto, como siempre. Will, Daisy, Rose o Violet no podían hacer nada. Así que no valía la pena seguir pensándolo. No interferiría y esperaría que todo fuera bien.

¿Qué otra cosa podía hacer?

–Vamos, Will –lo empujó por el brazo–. Vete de luna de miel con Rose. Yo me ocuparé de todo lo de aquí, te lo prometo. Como ya le has mandado un mensaje al periodista con mi número de teléfono, ahora es responsabilidad mía, y creo que conseguiré ir a recogerlo al aeropuerto. Acostúmbrate a estar casado, en vez de temporalmente comprometido.

–De acuerdo. Hasta pronto, cielo.

Le dio un abrazo y un beso en la mejilla y volvió con Rose. Violet volvió a quedarse sola.

Como era habitual.

Pensó que no había mentido a Will. Nunca había pensado en casarse con él, ni siquiera en tener una aventura de una noche. Tenía mucho más valor para ella como amigo, y nunca había sentido la chispa de algo más.

Era extraño que él hubiera sentido esa chispa con Rose, ni más ni menos. Su hermana gemela.

Aunque ya debiera haberse acostumbrado a que la gente viera en Rose algo que nunca veía en ella. Al fin y al cabo, ¿no habían sus padres obligado a Rose a quedarse en casa en vez de volver a Estados Unidos, después de la boda de Daisy, para que pudiera organizar la ceremonia de la renovación de votos y la fiesta? Y eso, a pesar de que Violet estaba allí, le sobraba tiempo y estaba dispuesta a ayudar.

No estaba enfadada, porque conocía el motivo de que sus padres no se lo hubieran pedido a ella: estaban seguros de que no querría hacerlo, de que no estaría dispuesta a tener que relacionarse con tanta gente, con tantas miradas de complicidad.

Y, probablemente, tuvieran razón.

Will no había pensado en ello al decirle dónde estaba la agenda negra de Rose y pedirle que se encargara de que todo fuera sobre ruedas en el concierto de solidaridad de Huntingdon Hall mientras ellos estaban de viaje de novios. Aunque tal vez creyera que ella se la entregaría a alguien de la agencia que habían contratado para realizar el trabajo de Rose.

Violet pensó que podría hacerlo, ya que no sabía nada de cómo se organizaba un concierto para miles de personas. Will le había dicho que Rose había realizado el trabajo más difícil y que ella no tendría casi nada que hacer.

Porque, en caso contrario, habrían buscado a alguien más competente.

Violet negó con la cabeza. Estaba pensando cosas ridículas. No hubiera querido, en ningún caso, organizar la ceremonia de renovación de votos ni, ya puestos, el concierto. Tenía otras obligaciones. Pero como Rose había dicho a su padre que, cuando volviera de la luna de miel, dejaría de encargarse de las relaciones públicas y los conciertos de los Screaming Lemons, alguien tendría que hacerlo. Y Violet no podía dejar de hacer caso a la pequeña porción de su cerebro que creía que debía ser ella.

No, no tenía experiencia ni deseo alguno de relacionarse con gente que se reía a sus espaldas. Se limitaría a llevar a cabo lo que se le daba bien. Como los arreglos florales, por ejemplo.

Los que había concebido para la renovación de votos eran los mejores que había hecho en su vida. Había muchas flores de vivos colores. Eran sorprendentes y memorables, como sus padres. Todos decían que sus flores tenían vida.

Así eran las cosas: veintisiete años en el planeta y eso era de lo único que podía vanagloriarse.

Violet Huntingdon-Cross, especialista en arreglos florales y futura especialista en ganchillo.

No, eso no era todo. Era lo que los demás veían, y a ella no le importaba que fuera así. Todos los días, Violet mejoraba la vida de algunos jóvenes y adolescentes, aunque nadie supiera que era ella. Al fin y al cabo, si se corría la voz de que era una de las personas que contestaba al teléfono de la línea de ayuda a jóvenes con problemas, las llamadas se dispararían para hablar con ella de su propio pasado, o simplemente para hablar con una persona famosa de segunda categoría. Y los jóvenes a los que quería ayudar no conseguirían comunicarse con ella. Así que ayudaba donde podía, aunque desearía hacer más.

Sus padres hacían lo mismo. Ayudaban a organizaciones de beneficencia de forma anónima. La única diferencia era que también llevaban a cabo mucho trabajo de ese tipo de carácter público, por lo que todos creían saberlo todo de Rick y Sherry Cross.

Violet no se imaginaba lo que la gente seguiría diciendo de ella. Lo más agradable sería, probablemente, que se había convertido en una reclusa.

De todos modos, eso era mucho mejor que lo que decían ocho años antes.

Sacó el móvil del bolso, miró la hora y volvió a leer el correo electrónico que Will le había enviado con los detalles que le había dado Rose sobre el vuelo del periodista. Thomas Buckley… así se llamaba. Tendría que esforzarse en no llamarlo «el periodista», aunque no estaba de más recordar que la prensa era la prensa, dijeran lo que dijeran los periodistas. Era algo que no quería volver a olvidar.

Había llegado la hora de marcharse. Se quitaría el vestido de dama de honor, agarraría la ridícula tarjeta con el nombre del periodista que Rose le había dejado y estaría en el aeropuerto de Heathrow con tiempo de sobra para tomarse un café antes de que aterrizara el avión.

Se dirigió a una puerta lateral y se detuvo a contemplar a sus padres bailar a la luz de la luna, que acababa de salir. Se miraban tan absortos que parecía que las doscientas personas que habían ido a celebrarlo con ellos no estuvieran allí. Era sabido que Sherry Huntingdon y Rick Cross estaban locos el uno por el otro, pero, solo en momentos como aquel, Violet se creía lo que decían los medios de comunicación.

Y tuvo que reconocer que esa era la verdadera razón de que todo aquel amor la pusiera de los nervios. En su fuero interno, siempre había creído que se enamoraría de alguien con quien tendría una relación perfecta como la de sus padres, como la que sus dos hermanas acababan de iniciar.

En lugar de eso, lo que había tenido era muy distinto. Algo así como el «antiamor», una relación que te destruía por dentro y te convertía en otra persona. Y Violet, sinceramente, no sabía si estaba dispuesta a intentarlo de nuevo.

Le sonó el móvil y ella contestó automáticamente, contenta de que algo la distrajera.

–¿Dígame?

–Pensaba que usted, quienquiera que sea, tenía que venir a buscarme al aeropuerto hace veinte minutos.

El acento estadounidense la sorprendió. Era el periodista. Pero el mensaje de Rose decía que aterrizaría hora y media después.

–Lo siento, señor… –¡por Dios! ¿Cómo se llamaba?

–Buckley –él omitió el nombre de pila–. Y no se disculpe. Haga el favor de venir. Estaré en el bar.

Y colgó.

Violet se recogió la falda del vestido y fue corriendo al garaje mientras rogaba que nadie hubiera dejado su coche bloqueado. Si no, tendría que tomar prestado uno de sus padres. No tenía tiempo de cambiarse ni de agarrar la tarjeta de Rose. Si quería que confiaran en ella para algo más que para los arreglos florales, aquello tenía que salir bien. Y puesto que la mala impresión que se había llevado el periodista sobre ella y su familia ya era irremediable, debía hallar el modo de arreglarlo.

Para empezar, tenía que llegar a Heathrow lo antes posible, antes de que él comenzara a escribir un borrador de su libro. Conocía a los periodistas. La verdad no era óbice para conseguir una buena historia, y, cuando creían que lo sabían todo de alguien, era casi imposible convencerlos de lo contrario.

Y ella ya había conseguido que su familia tuviera mala prensa para el resto de su vida.

Capítulo 2

 

TOM se abrió paso hasta la barra tirando de la maleta. Una cafetería. ¿De qué le servía a esa hora de la noche? Necesitaba un trago como era debido. Pero el vestíbulo de llegadas no era tan bueno como el de salidas. Después de tantos años de recorrer mundo, cabía esperar que lo recordara. Pero normalmente lo recogían en cuanto desembarcaba, y atravesaba a toda prisa el vestíbulo de llegadas antes de salir para el hotel, por lo que no tenía tiempo de mirar a su alrededor.

Solo esperaba que quienquiera que fuera la mujer que Rose había elegido para ir a recogerlo mirara los mensajes telefónicos y viera que le había mandado uno diciéndole que se encontrarían en la cafetería.

Echó una ojeada a la carta que había en la barra e intentó decidirse. Había consumido tanta cafeína las dos semanas anteriores que le temblaban los músculos permanentemente. A eso había que añadir la falta de sueño, por lo que no estaba seguro de que lo que necesitara fuera otra dosis de líquido oscuro. Lo que necesitaba, desde luego, era una cama enorme con sábanas limpias, una ventana con persiana y veinticuatro horas de descanso.

Nada de lo cual sería posible hasta que apareciera aquella mujer.

Pidió un descafeinado, dejó la chaqueta y el ordenador portátil en un taburete y esperó a que le llevaran el café. Si hubiera volado en primera clase, o incluso en clase business, podría haber bebido gratis todo lo que hubiese querido en el avión. Pero aquel viaje había tenido que pagárselo de su bolsillo. Los viejos hábitos tardaban en desaparecer, y algo en su interior se negaba a pagar mucho más dinero por un asiento mejor, aunque el dinero hubiera dejado de ser un problema para él. No, desde luego, como el que había sido en su infancia.

Su carrera como periodista musical había despegado en los años anteriores. Había recorrido un largo trecho desde su primera historia importante, diez años antes.

Así que podía haberse permitido viajar en primera. Y, si hubiera recordado que la bebida era gratis, probablemente lo hubiera hecho.

Agarró el café que le tendía la chica desde detrás de la barra, se sentó a una mesa y se dispuso a esperar. No sabía cuánto tardaría la mujer que iba a recogerlo, pero podía trabajar un poco mientras la esperaba, a pesar de que le pareciera que los ojos se le iban a salir de las órbitas si no los cerraba pronto.

Al menos, el trabajo compensaba que hubiera tenido que viajar desde Nueva York. Una historia como aquella podría consagrarlo. Se convertiría en la persona a la que acudir para todo lo relacionado con los Screaming Lemons, y eso era dinero del bueno en aquella industria. Le daría acceso a los nuevos grupos y podría elegir sobre lo que quisiera escribir.

Ya se había hecho un nombre en las revistas musicales, las páginas web e incluso las revistas dominicales más importantes. Pero aquel viaje y aquellas entrevistas serían algo más: se traducirían en un libro. Eso era lo que Rick Cross le había prometido. Y Tom iba a asegurarse de que el hombre cumpliera su palabra.

Le molestaba haberse perdido todos los acontecimientos que había habido en la familia Huntingdon-Cross los dos meses anteriores, pero ya no había remedio. Se había comprometido con otro proyecto en Estados Unidos. De todos modos, ¿quién hubiera podido prever que una de las famosas hijas de Rick y Sherry se casaría y estaría embarazada en el plazo de ocho semanas? ¿Y qué habría sido de Rose? Había aparecido hacía poco en la prensa, en una foto con su famoso novio, que era el mejor amigo de su hermana Violet. O eso creía recordar. Tal vez hubiera sucedido algo y se lo hubiera vuelto a perder. Lo único que tenía era un mensaje de texto que había leído al desembarcar, con un número telefónico de contacto y la información de que, debido a circunstancias imprevistas, otra persona lo iría a buscar.

Tom suspiró. Tendría que asegurarse de conseguir buenas entrevistas con toda la familia. Y, dondequiera que estuviera Rose, al menos una de las hijas seguía viviendo con los padres, probablemente la más famosa, si se pensaba en los famosos de Internet.

Abrió el ordenador portátil y buscó las notas sobre la familia. Se alojaría en Huntingdon Hall, la casa de los padres. Se había pasado semanas recopilando antiguas entrevistas, artículos y fotos de la familia, y creía que lo tenía todo bastante asimilado. Y tras haber hablado con Rose en Nueva York y por teléfono mientras preparaba el viaje, creyó que contaba al menos con un aliado, hasta que ella decidió marcharse sin despedirse.

Lo más probable era que hubiera recibido una oferta tan buena que no hubiera podido rechazarla, por muchos inconvenientes que supusieran para otro. Los hijos de los famosos… siempre egocéntricos, a pesar de lo simpática y normal que Rose le había parecido al conocerla.

Solo había hablado una vez con el hombre al que iba a ver: Rick Cross, estrella del rock y padre de familia. Las entrevistas de las que disponía se remontaban a treinta años antes, cuando los Screaming Lemons empezaban a ser importantes. Pero se habían convertido en viejos roqueros, y tenían que esforzarse mucho más para escandalizar o sorprender.

Parecía que Rick quería que se escribiera un libro con la historia de la banda y la de su familia.

Tom le había preguntado por qué se había decidido en aquel momento. No podía ser por dinero, ya que el grupo seguía vendiendo muchas recopilaciones de grandes éxitos y los programaban frecuentemente en la radio, por lo que no importaba que su último disco no se vendiera bien. Pero lo único que le había dicho Rick era que había llegado el momento.

Tom miró sus notas para recordar los datos más pertinentes.

La mayoría de los ingleses y de los estadounidenses conocían a Rick Cross y podían contar su historia, al igual que la de su esposa, la hermosa y rica exmodelo, Sherry Huntingdon. Ambos causaban impresión por la fama de él y la familia de ella.

Después estaban las hijas. Daisy, la pequeña, era la nueva lady Holgate, lo cual le iba como anillo al dedo, pensó Tom. Al fin y al cabo, si tenías fama y dinero, un título era lo único que te faltaba, sobre todo en el Reino Unido.

Las gemelas eran unos años mayores: tenían veintisiete años. A Rose la conocía personalmente porque había vivido en Nueva York los años anteriores, aunque había decidido volver a Inglaterra y quedarse allí, por lo menos hasta que se celebrara el concierto benéfico.

Y después estaba Violet. Tom se había divertido mucho buscando información sobre ella. Pensarlo lo hizo sonreír.

Se produjo una conmoción en la cafetería y alzó la vista. Parpadeó al ver a una alta mujer rubia, con un vestido ridículo y zapatos de tacón. ¿Era Rose? ¿O la falta de sueño lo hacía alucinar?

–Lo siento –gritó la mujer, por lo que Tom pensó que era real. Las alucinaciones no gritaban.

Hizo un movimiento negativo con la cabeza para espabilarse y cerró el ordenador portátil. Parecía que quien lo iba a buscar había llegado. Por fin podría tumbarse en la cama y dormir una semana, o al menos hasta que Rick Cross lo llamara para realizar la primera entrevista.

Por toda la información que había leído, Tom estaba seguro de que a Rick no le gustaba madrugar.

–Rose –dijo él al tiempo que se echaba la bolsa de viaje al hombro y agarraba la maleta–. Creí que te habías ido. No tenías que haber venido hasta aquí porque la idiota a quien le pediste que me viniera a recoger se haya olvidado. Podría haber tomado un taxi.

Rose lo miró con los ojos muy abiertos.

–Ah, no pasa nada, Thomas. No pasa nada, Thomas.

¿Por qué repetía su nombre? ¿Y por qué, de repente, lo llamaba Thomas en lugar de Tom? Habían hablado muchas veces e incluso habían comido juntos una vez. No podía haberse olvidado de pronto.

A menos que…

Esbozó una leve sonrisa.

–Lo siento, Violet. Creí que eras tu hermana. Y me llamo Tom.

–No pasa nada. No eres el único que se ha confundido –puso cara de frustración y él se echó a reír.

A Tom le resultaba muy familiar esa expresión, y no por Rose.

–¿Qué pasa? –preguntó ella, sorprendida, por su risa.

Él pensó que tal vez debiera haber tomado café con cafeína porque era evidente que la falta de sueño comenzaba a afectarlo.

–Perdona. Por un momento has puesto la misma cara que en… –al ver la expresión pétrea del rostro de Violet, se calló.

–No, continúa –dijo ella en tono cortante. El humor que Tom había hallado en la situación se evaporó–. Supongo que ibas a acabar la frase diciendo «el vídeo de sexo filtrado a los medios», ¿verdad?

–Lo siento –dijo Tom, que se dio cuenta de que se había disculpado ante aquella mujer en tres minutos más de lo que normalmente hacía en un mes con alguien que saliera con él.

Pero Violet lo interrumpió antes de que pudiera mencionarle la falta de sueño y de control de los estímulos.

–Eso es –afirmó ella en voz más alta de lo necesario–. Soy la famosa gemela Huntingdon-Cross del vídeo sexual, no la que ha encontrado el amor y se ha casado, sino a la que los hombres solo desean para filmarse con ella y colgarlo en Internet. Autógrafos, aquí.

La cafetería estaba prácticamente vacía, pero un par de tipos que se hallaban sentados a la mesa más cercana habían sacado los móviles para grabar. ¿Cuánto valor se necesitaba para plantarse frente al público y reconocer que era la protagonista de un explícito vídeo de sexo que había visto medio mundo? El que solo los ricos y famosos tenían.

–Y parece, por la expresión de frustración y enfado de mi rostro, que ni siquiera fue buen sexo. La verdad es que no lo recuerdo, pero el señor Buckley, aquí presente, ha visto el vídeo lo suficiente para que se le considere un experto. Pueden hacer preguntas, si lo desean. No tengo prisa. Solo me estoy perdiendo la ceremonia de renovación de los votos matrimoniales de mis padres.

Violet se sentó en un taburete de la barra y esperó. Tom sintió que se había sonrojado. Recogió sus últimas cosas de la mesa y se dirigió a la salida. Tal vez Violet Huntingdon-Cross estuviera acostumbrada a exhibirse de aquel modo, pero él no lo estaba.

–¿No hay preguntas? ¡Qué pena! Entonces, será mejor que nos pongamos en marcha –Violet saltó del taburete y fue detrás de Tom.

–Supongo que me lo tengo merecido –murmuró él mientras Violet le sostenía la puerta de la terminal para que saliera. Pero ella había llegado hora y media tarde a recogerlo. Así que la falta de sueño era en parte culpa suya.

–Supongo que sí. Y siento mucho haber llegado tan tarde. Rose se equivocó al darme la hora del vuelo.

Tom se quedó sin argumentos.

–Ahora es cuando te disculpas por humillarme delante de esa gente –dijo Violet.

Tom enarcó las cejas.

–¿Que me disculpe? Tú misma te has humillado, guapa –respondió él, como si una actuación como aquella formara parte de su segunda naturaleza. Podría ser, a juzgar por el vídeo. Le habían dicho que Violet se había calmado en los últimos años, pero pudiera ser que la familia hubiera aprendido a ocultar mejor sus hazañas.

Ella se puso roja como un tomate y pasó por delante de él mientras salían de la terminal.

–He aparcado en el aparcamiento de estancias cortas –le gritó ella.

Tom estaba seguro de que no tenía que haber oído lo que ella murmuró después, pero lo hizo.

–Aunque espero que no tan cortas como tu estancia aquí.

Tom sonrió. Violet Huntingdon-Cross era claramente un buen sujeto para una entrevista. Y, si podía desenterrar nuevos o viejos escándalos de la primogénita de la familia que ayudaran a vender el libro, sería un estúpido si no lo hacía.