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"Ajuani, el pájaro maravilloso" es un libro para niños de singular belleza, los personajes son animales y con ellos recrea su visión ontológica mediante leyendas, magia, ritmo, pasión y humor.
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Seitenzahl: 49
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Título original: Ajuani, el pájaro maravilloso
Edición: Nancy Maestigue Prieto
Diseño del perfil de la colección: Rafael Lago Sarichev
Composición: Randy de Haz Martínez
Ilustraciones y diseño de cubierta: Reynol Álvarez
© Teresa Cárdenas Angulo, 2013
© Sobre la presente edición:
Editorial Cubaliteraria, 2013
ISBN: 978-959-263-045-1
Colección Fabulaciones
Editorial CUBALITERARIA
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Ajuani, el pájaro maravilloso
Barakikeño y el Pavo Real
Caimán
Changó y el Gallo jabao
La culpa del Chivo
La isla de los viejos
Leri y Oún
Oloyou
A Juani, de Córdoba
Con Ajuani, el Pájaro, sucedía algo maravilloso. Cuando se sentía feliz, cantaba. Y cada vez que cantaba, sus plumas resplandecían vivamente. Y como Ajuani siempre estaba dichoso, se parecía mucho más al sol que a sus hermanos.
Además, su canto era prodigioso. Hasta el mismo Creador del Mundo, al escucharlo, dejaba a medias lo que aún faltaba por inventar y se recostaba a Oké, la Montaña, para disfrutar mejor del hermoso canto.
No obstante tener una voz casi perfecta, Ajuani, el Pájaro, no lograba volar.
Mientras las otras aves se remontaban al infinito, él ni a una rama podía subirse.
Todos se burlaban de sus alas contrahechas, de su pico corto y débil y de su cuerpo tan pequeño. Pero también, en secreto, le envidiaban su manera de cantar.
Una mañana de mucho sol, los pájaros se reunieron en la encrucijada del gran árbol Algarrobo.
—¡Hermanos, hoy estamos en este bellísimo lugar, para aclarar un asunto que nos tiene preocupados a todos! —principió un buitre de aspecto siniestro.
Un murmullo de aprobación recorrió las ramas atestadas del árbol. El Buitre sonrió ligeramente y luego de picotear un retoño cercano, prosiguió:
—¡Ya es hora de que se conozca que cualquiera de nosotros puede cantar mucho mejor que ese pajarraco defectuoso!
—¡Así se habla! —exclamó un loro cabezón.
—¡Bravo!¡Bravísimo! —chillaron a coro unas urracas viejas.
—Aquí tenemos al hermano Sinsonte —volvió a tomar la palabra el Buitre—, Pidámosle que nos cante algo.
Entre aletazos de júbilo, el aludido pájaro se adelantó unos pasos y probó a cantar.
Su voz tenía timbres agradables, pero ni remotamente podía compararse con la de Ajuani.
—Es que hace tiempo no practico mis agudos —mintió el Sinsonte.
—No importa, hermanito, la intención es lo que vale —carraspeó el Buitre.
—¡Ahora cantaré yo! —aseguró el Ruiseñor.
—¡Y después nosotras! ¡También queremos cantar! —alborotaron las urracas.
—Hagan silencio, señoras, ¡por favor! —pidió el maestro de ceremonia de mal talante.
—¡Ejem, ejem! —limpió su garganta el Ruiseñor y avanzó con gran porte. Acto seguido, comenzó su canción. Mas, en vez de quedar maravillados, los pájaros se durmieron sin poder evitarlo.
Luego le tocó el turno a la Paloma, a la Cigüeña, al Pavo Real, a la Codorniz y al Pájaro Carpintero. También lo intentaron la Grulla, el Tocororo, el Totí y la Tiñosa. Todos quedaron sin resuello, con las gargantas adoloridas y secas.
En eso, se escuchó un hermoso canto.
—¿Quién canta? ¿Dónde está? —abrió su cola el Pavo Real.
—¡Qué voz tan maravillosa! —dijo el Halcón buscando a lo lejos.
—¡Es linda, muy linda! —corearon nuevamente las urracas.
—¡Callen de una vez! ¡Quiero escuchar!
—¡Silencio, por favor!
—¡Shhhh!
El canto arrulló las ramas del algarrobo y los pájaros se estremecieron. Durante largos minutos permanecieron inmóviles, extasiados ante la bella melodía.
Posado sobre la raíz saliente del árbol, Ajuani cantaba entre sus alitas luminosas.
—No las entiendo —dijo luego de un rato—. Ustedes ya son maravillosas, ¿para qué necesitan cantar como yo?
—¿Cantar como tú? ¿Estás loco? —mintió la Paloma.
—¡No seas pretencioso, no queremos parecernos a ti! —masculló el Avestruz antes de meter su cabeza en un hueco.
—¡Podemos viajar adonde queramos y tú no! —la Cigüeña batió sus grandes alas.
—¡Vemos paisajes que ni te imaginas! —aseguró una gaviota de cabeza blanca como la nieve.
—¡Te pareces más a una gallina que a nosotros! —se burló el Loro.
Los pájaros rieron ruidosamente.
Sin inmutarse, Ajuani aguardó a que hicieran silencio, luego les contestó:
—No necesito tener sus grandes alas. Cuando canto, viajo mucho más lejos que ustedes, y tan rápido que no pueden alcanzarme. Tampoco quiero sus garras. Mi voz me protege de las fieras y acompaña a los amigos. Tengo lo que quiero para vivir tranquilamente. Por eso soy feliz. Si le pidiera algo más a Olofi, sería un malagradecido.
Y sin decir más, se alejó pasito a pasito, cantando alegremente.
—Puede que tenga razón —dijo pensativa la Lechuza—.No cantamos, pero tenemos cosas muy buenas.
Sin embargo, las demás aves no quisieron escucharla. Se sentían burladas.
No podían entender por qué, siendo tan diferente, Ajuani estaba contento.
Entonces ocurrió lo que siempre ocurre cuando un malvado no tiene la razón: inventaron un motivo para vengarse.
El Buitre susurró algo al oído de la Codorniz y esta, alzando un ala, pidió la palabra.
—¡Señores, señoras, señoritas! La cuestión es bastante simple —dijo imitando la postura del Buitre—. No cabe duda de que nuestro hermano tiene un tesoro.
—¿Un tesoro? ¿Cómo, cuándo, dónde lo esconde? —vociferaron las urracas.
—¡No puede ser! ¿Un tesoro?
—¡Oro, oro! ¡Encontró un saco de oro!
—¡Tiene que compartirlo, es de todos!
La Lechuza se acercó a la Codorniz y mirándola fijamente, le preguntó: