Al límite de la cordura - Marcos Sanchez - E-Book

Al límite de la cordura E-Book

Marcos Sánchez

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Beschreibung

Este conjunto de poesías y cuentos fueron creados con el fin de entretener, educar y transmitir algunas ideas, valores y conceptos, que han sido vapuleados por la sociedad hipócrita en la que el ser humano se encuentra inmerso. Se mencionan algunos temas que pueden resultar controversiales como: el aborto, las adicciones tecnológicas, o cuestiones de índole sexual que son tratadas de forma cruda. También se pretende honrar las bondades del universo, la perfección de la naturaleza, el amor, los encuentros con animales, o el placer de asombrarse con los viajes. Entre los relatos presentes en esta obra se pueden encontrar respuestas a cuestiones personales o temas actuales: ¿Tiene el coronavirus un inicio sombrío y misterioso? ¿Adónde reside el placer de un sabio que vive en el Tíbet? ¿Qué le sucedió a un sindicalista soñador en búsqueda de poder? Sin dudas, el poder de algunas organizaciones religiosas, empresas con y sin fines de lucro, algunos medios de comunicación, y celebridades famosas, han transformado la realidad a su favor. Sus inescrupulosas decisiones han causado tanto sufrimiento y destrucción, que es muy complejo intentar frenar el desenlace de las miserias que ocurren en el planeta día a día. Cada cual debe poner su granito de arena para detener esta masacre de cerebros, propiciada en gran parte por la tecnología. Este libro es el granito que el autor aporta.

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Seitenzahl: 62

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Producción Editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación Editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Diseño de Interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Sanchez Nadal, Marcos Guillermo

Al límite de la cordura / Marcos Guillermo Sanchez Nadal. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

108 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-680-5

1. Literatura Argentina. 2. Literatura Juvenil. 3. Cuentos. I. Título.

CDD A860.9283

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina — Printed in Argentina

© 2020. Sanchez Nadal, Marcos Guillermo

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Al límite de la cordura

Marcos Sánchez Nadal

Persecución desleal

Había una vez, en un pequeño y aislado pueblo, un joven llamado Cresticio. Nacido en una familia algo agresiva, era simpático como pocos, testarudo como muchos, algo torpe e intrépido. Siempre estaba buscando la forma de poder escapar de las obligaciones sociales que lo aquejaban de forma regular. Recientemente había finalizado el año escolar y había aprobado todas las materias.

Llegaron las vacaciones de verano, su familia estaba excitada y ansiosa por este suceso, la madre, doña Prepri, organizaba todo. El padre, don Straiser, soñaba todo el año con ese momento, ya que trabajaba tantas horas que pocas eran las ocasiones en las que se podían juntar todos a compartir un plato o a conversar sobre los quehaceres diarios.

—Cresti, ¿estás listo para conocer el mar? —preguntó Don Straiser, emocionado mientras encendía el auto.

—No voy, los chicos me esperan y me quedaré con ellos —contestó Cresti.

Terrible manera de despreciar una invitación, pensó su padre, que pronto comenzó a gritar intentando imponerse ante la voluntad de su hijo para que entrara al vehículo cuanto antes. Comenzó una discusión subida de tono, que pronto terminó en insultos por parte del padre:

—¡Insolenteee, estúpido! ¿Qué tienes en la cabeza, pequeño desagradecido? ¿No te alcanza todo lo que hacemos por vos? ¿Necesitas que te golpee para que me respetes?

—No te enojes de esta manera, es solo que no quiero ir, voy a ver a mis amigos por la tarde.

Doña Prepri trataba de detenerlos, pero sus intentos fueron en vano. Su marido estalló de ira dando un portazo al auto. Le gritó a su señora para que se calle, aceleró rumbo a la estación de gasolina y dejó a su hijo solo, como él lo había pedido.

«Gané la batalla», pensó Cresticio. Por fin, le costó tiempo juntar el valor necesario para imponer su voluntad, pero ahora necesitaba mantenerlo con sus amigos.

Unas horas más tarde, su amigo más allegado, Jiurlu, lo llamó:

—Hola, Cresti, estoy con Ann, ¿podemos ir a tu casa así jugamos a la escondida?

—No puedo, me iré de vacaciones con mis padres pronto —aseguró Cresticio.

—Bueno, cuando vuelvas, llámame así voy. Jiurlu colgó el teléfono.

«Gané de nuevo», pensó el joven, alegre e inspirado por poder estar al fin solo… Aunque… ahora eran los vecinos los que estaban con el volumen de la música elevado. «Eso es sinónimo de fiesta», pensó. Era cuestión de tiempo para que llegaran a su casa e inviten a la familia a comer. Cuando supieran que Cresti estaba solo, seguramente lo acosarían durante una hora para que el joven los acompañe.

Ring Ringgg. —Suena el timbre.

Cresti no contesta, escucha que los vecinos hacen bromas entre ellos y ve que uno comienza a espiar por las ventanas con el fin de poder descubrir a alguien. El joven corre al sótano a esconderse; al abrir la puerta, observa que sus amigos estaban ingresando por la ventana próxima. Corre hasta la cocina y se esconde debajo de la mesada. La ansiedad se hizo presente, se le aceleró el ritmo cardíaco, le sudaban las manos y los temblores no tardaron en hacerse sentir... Escuchó pasos en el comedor, se movió la cortina, un jarrón se cayó al suelo.

Cresti, asustado, confiaba en que, si lo encontraban ahí, iban a pensar que estaba loco, que era un antisociable y un mentiroso… «¿Y qué tal si esto lo hacen porque me quieren matar?» pensó.

De repente, estaba bañado en sudor, el temblequeo era minuto a minuto más intenso. Decidió que dañarse un poco sería mejor que si lo descubrían escondido.

Tomó coraje y se hizo una puñalada en el estómago, desafortunadamente el corte fue demasiado profundo. El dolor fue tan grande que no pudo ya levantarse. Cresticio pasó a otra vida.

El fuerte viento que entraba por la ventana formaba pequeñas olas en la sangre del joven. Mientras salían de la estación de servicio, rumbo a la playa, Doña Prepi, algo triste, le decía a su marido:

—Ya no sé qué hacer con él, siento que se va a volver loco. Lo hubiese pasado tan bien si hubiera venido con nosotros… Cuando lleguemos a la playa, Jiurlu seguro nos va a preguntar por él… Y esa chica Ann seguro que también, creo que le gusta.

—No estoy seguro por qué Cresti no quiso venir, está muy raro desde que toma las pastillas que le recetó ese psiquiatra. Quizás debamos consultar con otro cuando volvamos —dijo Don Straiser.

Al altar del Señor vamos con amor

Juan Pablo era el papa de la iglesia de un pequeño pueblo en Sudamérica. Esta historia transcurre en el año 1962, el cura mostraba una devota fe en su Dios y siempre predicaba las palabras de la Biblia en todas las misas.

Era el ser más amado del pueblo, todos lo adoraban y siempre iban a confesarse con él. Las palabras del casi santo, junto a su personalidad divertida, generaban una confianza desmedida…

El domingo era el día especial, donde los fanáticos de él y de la organización eclesiástica asistían a misa. Sin importar los sermones que daría siempre, se cantaba una canción que el papa amaba:

“Al altar del Señor vamos con amor

a entregar al Señor, lo que él nos dio…”.

Un viernes, una jovencita llegó por la tarde en un estado panicoso, llorando y temblando a confesarse de manera urgente. Juan Pablo, que estaba preparando la próxima misa, dejó la Biblia sobre la mesa y se dirigió al cubículo para escuchar a la joven que se llamaba Ana.

—Pa pa padre, tengo un problema graaa… —Comenzó a llorar la jovencita.

—Tranquila, hermana, acá puedes contarme qué te sucede. El Señor se comunica a través de mí. Saca lo que tienes guardado, esa angustia podré disipar —dijo serenamente el papa.

—Estoy embarazada de Pedro, el verdulero… Le dije y me dijo que me va a dejar porque soy una putita y que no es de él el chico. ¿Qué hago? ¿Cómo lo convenzo?

»No puedo creer que me haya pasado esto. Siempre pensé que no me pasaría a mí.

—Bueno, tranquila. Yo lo conozco a él porque conozco a sus padres. ¿Tus padres qué dicen al respecto? —preguntó seriamente.

—No saben nada…

—¿Qué crees que sería lo mejor para ese niño?

—Quizás, quizás… Podría… no sé, no sé.

—Vamos, dilo.

Ana comenzó a llorar.