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Al precio que sea E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

Anthony Price, el director más famoso de Hollywood, siempre conseguía lo que quería. Sin embargo, la vida le ofreció un guion de lo más inesperado cuando obtuvo la custodia de su sobrina huérfana. Necesitaba a su mujer más que nunca… pero ella se había marchado tres meses atrás. Charlotte no sabía si la paternidad cambiaría las prioridades de Anthony, pero no podía darle la espalda a una bebé inocente… ni al hombre al que seguía deseando.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Jules Bennett

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Al precio que sea, n.º 12 - diciembre 2018

Título original: Whatever the Price

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-059-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CHARLOTTE Price deslizó la mirada desde el hombre que pronto iba a ser su exmarido al bebé dormido que él sostenía en brazos.

–¿Anthony?

Charlotte volvió a mirar al único hombre al que había amado con cada fibra de su ser, el hombre del que quería divorciarse. Pero el bebé que sostenía en brazos llamó aún más su atención.

Célebre director de Hollywood, Anthony Price no parecía cómodo con aquel bultito envuelto en una manta rosa, de la que sobresalía una pequeña mata de pelo negro.

Y, hablando de pelo, el de Anthony también estaba revuelto. Llevaba los tres botones superiores de la camisa sueltos y una gran mancha de algo parecido a leche en uno de los lados.

Su marido con un bebé en brazos… De no haber estado tan conmocionada, Charlotte se habría reído ante la ironía de la situación. Siempre había querido tener un hijo con Anthony… pero él nunca había encontrado el momento adecuado.

–Es la hija de Rachel –dijo él con su voz bronca y áspera.

Rachel era la hermana de Anthony, que había muerto en un accidente hacía menos de una semana, dejando atrás una niña de ocho meses.

Charlotte sintió una dolorosa punzada en el corazón mientras miraba a la niña. Abrió un poco más la puerta del apartamento de su mejor amiga, que en aquellos momentos estaba de vacaciones.

–Pasa y acuesta a la niña –dijo mientras se apartaba de la puerta.

Tan solo había llevado un poco de ropa y algunas cosas esenciales al apartamento, pues no sabía cuánto iba a tardar en tener un sitio propio. Pero allí estaba, pudiendo contar con el tiempo a solas que necesitaba para pensar bien las cosas… aunque siempre llegaba a la misma conclusión en lo referente a su matrimonio.

Su vida junto a Anthony había acabado. Por mucho que se hubiera empeñado en lo contrario, por mucho que quisiera que Anthony la amara como se merecía, no había podido ser.

Y ahora que estaba allí, no pudo evitar preguntarse por qué había ido a verla. ¿Podía atreverse a pensar que Anthony quería arreglar las cosas? ¿Estaría dispuesto a acudir al terapeuta que le había sugerido?

Se había trasladado al apartamento de su amiga en junio, y los casi tres meses de incómodas llamadas, por no mencionar la única vez que Anthony había ido a verla para hablar, ocasión en que acabaron haciendo irresponsablemente el amor, habían llegado bruscamente a su fin. La comunicación siempre había sido un problema durante los nueve años que había durado su matrimonio. Sin embargo, el sexo nunca lo había sido.

Pero hablar era inevitable… y de algo más que del bebé que Anthony llevaba en brazos. Ella tenía una cita el viernes para presentar la demanda de divorcio.

–Me da miedo tumbarla. Ha llorado todo el camino –dijo Anthony, con un matiz de pánico en la voz–. Le he dado un biberón, me lo ha devuelto todo encima y luego no ha parado de llorar. Hemos viajado tres horas y no se ha dormido hasta hace unos minutos.

Charlotte tomó a la niña en brazos y la dejó con cuidado en un amplio sillón. Luego tomó un par de cojines del sofá y los colocó de manera que la niña no pudiera caerse si se movía. Después señaló la cocina para que Anthony la acompañara.

–¿Qué está pasando? –preguntó en cuanto estuvieron en la cocina.

–Tienes que ayudarme con Lily.

–¿Qué? –preguntó Charlotte, asombrada. Anthony no había ido a verla porque la amara y quisiera recuperarla. Ni siquiera había acudido por sexo. Estaba allí porque no podía ocuparse del bebé. Resultaba irónico que quisiera jugar a las familias ahora, después de haber utilizado durante muchos años su trabajo como excusa para no tener hijos.

Debía mantener las distancias a toda costa. Era obvio que sus ideas sobre el amor eran diametralmente opuestas. Lo más triste era que sabía que Anthony la amaba a su manera… aunque amaba aún más conseguir un gran éxito de taquilla.

Pero había acudido a ella en busca de ayuda, lo cual resultaba bastante revelador. Anthony nunca se había mostrado vulnerable, nunca había necesitado nada de nadie, y nunca hablaba de sus sentimientos. Si no estaba trabajando, estaban desnudos. Charlotte no entendía por qué le había costado tanto darse cuenta de que, a pesar de que lo amaba, se merecía algo mejor.

–Soy el pariente más cercano –dijo Anthony, con la garganta atenazada por la emoción–. Somos la única familia que le queda a la niña, Charlie.

El diminutivo que Anthony le puso cuando estudiaban en la universidad había perdido su encanto. Charlotte volvió la mirada hacia el cuarto de estar antes de asimilar lo que acababa de decir Anthony.

–Espera… ¿Qué quieres decir con que «somos» su única familia?

–Rachel nos nombró tutores de la niña en su testamento. Ya que fue inseminada artificialmente, no hay un padre que pueda discutir su decisión.

Charlotte tuvo que apoyarse contra la encimera. Siempre había soñado con tener un bebé, un marido, pero eso fue antes de que decidiera dar por terminado su matrimonio, antes de que la prensa del corazón y su marido destruyeran sus sueños y su espíritu, antes de descubrir que estaba embarazada mientras él rodaba en el extranjero, antes de perder a su bebé y tener que sufrir a solas aquel dolor. Nunca le había hablado a Anthony de aquel bebé y su pérdida.

–No podemos ocuparnos del bebé de Rachel, Anthony. Estamos separados.

–No dejas de recordármelo cada vez que llamo –murmuró Anthony–. Yo también estoy asustado ante esta responsabilidad, pero no tenemos elección. Rachel es la única hermana que conocí mientras crecía. Seguro que lo comprendes.

Oh, no. Charlotte no estaba dispuesta a dejarse dominar por el recuerdo del dolor que sufrió tras la pérdida de su hermana gemela a la tierna edad de diez años.

–No es que no lo comprenda. Sabes que sí lo entiendo. Pero hay cosas que no pueden ser, Anthony –añadió con toda la firmeza que pudo.

Su mente se llenó de preguntas. No sabía por dónde empezar, qué hacer. Aquello no podía estar pasando. Necesitaba mantener las distancias con Anthony si quería sobrevivir y volver a llevar una vida normal. Pero ¿cómo iba a lograrlo si se veía obligada a convertirse en madre instantánea de su sobrina?

–¿Sabías que Rachel nos había nombrado tutores de su hija? –preguntó–. Nunca lo habías mencionado.

Anthony negó con la cabeza.

–No lo sabía. Hace años comentamos que, si alguno de los dos tenía hijos, el otro aparecería como su tutor en el testamento, pero no se volvió a mencionar el asunto tras el nacimiento de Lily. La niña es nuestra, o al menos lo será dentro de noventa días, cuando los tribunales decidan.

Charlotte sintió una nueva punzada en el corazón al escuchar a Anthony hablar de Lily como si fuera suya. Ella le habría ofrecido aquel regalo en cualquier momento de su matrimonio, pero los sueños y la carrera de Anthony siempre habían sido lo prioritario.

–¿Y qué quieres que haga? –preguntó a la vez que alzaba levemente la barbilla–. No esperarás volver a jugar a las casitas conmigo, ¿no? No funcionaría.

–No tenemos otra opción. El testamento establece que nosotros somos los tutores, y aparecemos como pareja casada. Los tribunales darán por finalizada la tutela dentro de noventa días. Concédeme noventa días. Eso es todo lo que te pido. No les des motivos para que me quiten a Lily. Luego decidiremos qué es lo mejor para la niña. Quién sabe… incluso puede que así arreglemos las cosas entre nosotros.

A Charlotte no le gustaba nada que intentaran manipularla, y no le gustaba verse obligada a convivir con el hombre que había hecho añicos su matrimonio… aunque aún fuera capaz de encender su deseo con una sola mirada de sus sensuales ojos grises. ¿Cómo iba a ser capaz de pasar con él tres meses? Lo mismo daría que fueran tres años. El dolor que experimentaría al final sería el mismo.

Lo que más le dolía era que Anthony hubiera sido capaz de dejarlo todo por aquella nueva familia cuando nunca quiso hacerlo por ella. Y no era solo Lily. Últimamente estaba pasando más y más tiempo con su madre biológica.

Famosa actriz de Hollywood, Olivia Dane dio a Anthony en adopción en cuanto nació. Después tuvo dos hijos más. Uno de ellos, Bronson Dane, productor cinematográfico, se había convertido en el competidor de Anthony.

–Tu plan no puede funcionar, Anthony –repitió, sintiendo que el miedo atenazaba su corazón–. No puedo volver a vivir contigo. Estoy tratando de seguir adelante con mi vida, y no podré hacerlo si regreso a la vida que me destruyó.

No había pretendido dar voz a sus pensamientos, pero, tras hacerlo, no lo lamentó. Anthony debía hacerse consciente de lo que le había hecho, de cómo sus actos y su egoísmo habían destruido su matrimonio.

–Sé que estás dolida, y no pretendo que las cosas sean aún más duras para ti, pero Lily necesita a una mujer en su vida –rogó Anthony–. Y yo necesito a mi esposa. He llamado a una diseñadora para que acondicione una de las habitaciones para la niña.

Charlotte suspiró y volvió de nuevo la mirada hacia la niña, que, afortunadamente, no tenía idea del torbellino en que se había convertido su vida. Sabía lo que había que hacer para lograr el bienestar y la seguridad de aquella inocente niña, y eso era más importante que los confusos sentimientos que pudiera tener por su marido.

–De acuerdo –dijo finalmente–. Tienes noventa días. Las necesidades de Lily son lo principal. Pero no pienso instalarme de nuevo en nuestro dormitorio. Ocuparé la habitación contigua a la de la niña.

–¿Por qué no compartir nuestro dormitorio? Deja que te demuestre que puedo ser el marido que quieres que sea.

–Tuviste nueve años de matrimonio, Anthony. No puedes intentarlo ahora solo porque te resulta conveniente. Y tampoco puedes esperar que me meta en tu cama. Estoy dispuesta a trasladarme por el bien de Lily, y solo por eso.

Anthony observó su expresión desafiante y defensiva. Estaba claro que no iba a ponerle las cosas fáciles, pero era lo mínimo que se merecía. Después de todos los años que había permanecido a su lado, incluso cuando él había hecho caso omiso de sus necesidades, se merecía su rabia y su enfado. Aunque eso no le impidiera seguir deseándola…

Pero había aceptado trasladarse, de manera que debía aceptar aquella pequeña victoria y aprovecharla bien. Charlotte no tardaría en volver a su dormitorio, que era donde debía estar.

No podía negar que él era el responsable de su separación. Para retenerla a su lado, esperaba poder demostrarle que estaba dispuesto a ser el hombre que necesitaba.

–Comprendo –dijo–. Pero eso no significa que vaya a dejar de luchar por ti y por la familia que el destino nos ha concedido.

La triste sonrisa que le dedicó Charlotte hizo que se le encogiera el corazón.

–Esto no cambia nada, Anthony. Y me rompe aún más el corazón ver lo dispuesto que estás a aceptar este bebé después de lo mucho que deseé tener uno contigo. Así que acepto por Lily, no por ti.

Anthony sabía que la paciencia de su esposa tenía un límite, y que probablemente lo alcanzaría a lo largo de aquellos noventa días.

–Al menos debemos mostrar un frente unido hasta que decidamos qué hacer. Dame una oportunidad a mí también, Charlie. Te necesito.

Anthony reprimió el dolor que sentía cada vez que pensaba en su hermana muerta. No podía desmoronarse. No cuando su vida estaba en juego y Lily necesitaba que fuera fuerte. La estabilidad de la que había disfrutado durante tanto tiempo se estaba desmoronando a su alrededor, y estaba dispuesto a luchar con todas sus fuerzas para recuperarla.

Ya lloraría la muerte de su hermana más adelante, en privado. Había estado a punto de perder a Charlotte por su egoísmo y, dado que se le había concedido otra oportunidad, se empeñaría en recuperarla.

Que el cielo los ayudara. Los bebés no eran precisamente su fuerte y, ya que estaba siendo totalmente sincero consigo mismo, debía reconocer que, en realidad, le aterrorizaban.

A Charlotte se le humedecieron los ojos.

–No puedo sustituir a la madre de Lily. Nadie puede hacerlo.

–No te estoy pidiendo que la sustituyas –replicó Anthony a la vez que le tomaba la mano a Charlotte–. Te estoy pidiendo que la quieras y la cuides. Solo te pido que mantengas la mente abierta en lo referente a nosotros. Nunca quise perderte, Charlotte. Nunca.

Charlotte parpadeó y una solitaria lágrima se deslizó por su piel de porcelana. Pero no apartó la mirada.

–Solo me trasladaré si se cumplen determinadas condiciones.

–Di cuáles.

Charlotte retiró la mano de la de su marido y se cruzó de brazos.

–No pienso dormir en tu cama. Nunca.

Aquello era demasiado fácil. Anthony sabía muy bien cómo manipularla en el terreno de la seducción, sabía dónde y cómo acariciarla. Pero sería mejor no mencionar eso y permitir que Charlotte pensara que era ella quien controlaba la situación… como haría cualquier marido listo. Era una lástima que hubiera aprendido tan tarde la lección.

–De acuerdo. ¿Qué más?

–Nuestro acuerdo solo será temporal. Cuando pasen los noventa días y el tribunal conceda la tutela, nuestros abogados redactarán un contrato en el que estemos de acuerdo.

De manera que había hablado con su abogado. Daba igual, pensó Anthony. Tres meses era tiempo de sobra para recuperarla.

–Me parece bien.

–Ni el bebé ni el hecho de que vayamos a vivir bajo el mismo techo cambian nada entre nosotros. Lily es la prioridad número uno. ¿Está claro?

–Como el agua.

 

 

–Bienvenida de vuelta, señora Price.

A pesar de lo incómoda que se sentía, Charlotte sonrió a Monique, la empleada doméstica que había estado con ellos cinco años.

–No estoy exactamente de vuelta, pero gracias.

Monique asintió con una sonrisa mientras seguía recogiendo la sala de estar, en la que Charlotte había organizado numerosas fiestas para los trabajadores del Hospital Infantil. Aquellas fiestas siempre tenían lugar cuando Anthony estaba fuera. La labor de ayudar a los hospitales colmaba un gran vacío en la vida de Charlotte.

Al comienzo de la carrera de Anthony se sentía tan orgullosa de su trabajo, de su talento, que asistió a casi todos los estrenos y entrega de premios. Pero, cuando los sueños de Anthony se convirtieron en una obsesión y ella se volvió casi invisible, se resignó. De manera que se mantuvo en un segundo plano y se centró en su trabajo de voluntaria en el Hospital Infantil.

Estrechó a Lily con fuerza contra su pecho.

–He hecho que pongan tus cosas en la habitación cuyo balcón da a la piscina, como pediste –dijo Anthony mientras subían la elegante escalera curva del vestíbulo.

–Me ha sorprendido que aceptaras tan rápido que ocupáramos habitaciones separadas –comentó Charlotte cuando llegaron al rellano.

Anthony la tomó por el codo y le hizo volverse.

–Aunque estoy dispuesto a respetar tus deseos, te advierto que no pienso renunciar a volver a conquistarte.

Charlotte experimentó un miedo atenazador, pero no de Anthony, sino de sí misma. ¿Cómo iba a resistirse a su marido? Nunca había sido capaz de hacerlo.

Para que la vida de Lily fuera relajada y estable, debía poner toda su voluntad. Lo principal era el bienestar de la niña. Si lograba centrarse en ello, tal vez lograría olvidar que una mera mirada de Anthony podía bastar para excitarla.

Fueron a la habitación que Anthony había hecho preparar para la niña. Las paredes rosas y el mobiliario blanco recién comprado conferían al lugar un ambiente fresco y sosegado. Aquella era la habitación que ella había esperado utilizar para su bebé. Había pasado un año desde que abortó, y sostener a Lily en brazos hizo que afloraran todos los dolorosos recuerdos de aquella época. Miró a la niña mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Pensar que Rachel nunca vería dar sus primeros pasos a Lily, que nunca la llevaría al colegio ni asistiría a su boda, hizo que se le encogiera el corazón.

–¿Te encuentras bien? –preguntó Anthony.

Habría resultado fácil apoyarse contra él, buscar su consuelo, pero ¿adónde le llevaría eso? De momento debía permanecer sola con sus emociones.

–Son muchas cosas que asimilar en poco tiempo –susurró Charlotte–. Volver aquí, Lily, la muerte de Rachel…

–Lo sé.

La voz de Anthony, cargada de emoción, conmovió a Charlotte. En sus nueve años de matrimonio, nunca le había visto mostrar aquella clase de emoción. Nunca había mostrado ninguna faceta de su personalidad que pudiera hacerlo vulnerable. Anthony Price era demasiado orgulloso y fuerte como para permitir que nadie pensara que era algo menos que perfecto.

–Siento lo de Rachel –Charlotte se volvió a mirarlo con los ojos brillantes por las lágrimas–. Lamento no haber acudido al funeral, pero me sentía incapaz de hacerlo.

Anthony asintió.

–Lo comprendo. Pero lo importante es que ahora estás aquí. Por Lily.

–Seguro que Lily ha notado que las cosas han cambiado. Tenemos que esforzarnos para que mantenga un ritmo de vida muy regular.

Charlotte se acercó a la cuna para dejar a la niña. Al hacerlo se fijó en que uno de sus cuadros colgaba de la pared junto a la mecedora. Representaba a unas niñas jugando en un prado. Se preguntó si Anthony habría pedido a la decoradora que lo pusiera allí.

Tras dejar a Lily, se volvió hacia Anthony con un dedo en los labios para que no dijera nada y salieron de la habitación. Una vez fuera, sonrió.

–La habitación está preciosa. ¿Volviste a contratar a Hannah para decorarla?

–¿Y a quién si no? Espero que no te importe que le pidiera que colgara ese cuadro tuyo en el dormitorio. Le dije que seguro que lo querrías ahí.

Charlotte no pudo evitar emocionarse al escuchar aquello. Ojalá las circunstancias de la llegada de la niña a la casa fueran distintas…

Anthony avanzó por el pasillo hacia el dormitorio principal.

–Ven aquí para que podamos hablar.

Charlotte se sintió reacia a obedecer al escuchar su tono imperativo. ¿Acaso le resultaba imposible pedir las cosas en lugar de dar órdenes? Todo tenía que hacerse siempre a su manera.

A pesar de todo, entró en el dormitorio que habían compartido durante años, la habitación en que habían hecho el amor incontables veces. Su cuerpo reaccionó al instante, pero Charlotte reprimió de inmediato su deseo. No podía ceder a las pretensiones de Anthony, por mucho que echara de menos sus caricias.

Al mirar a su alrededor comprobó que todo seguía como hacía tres meses, cuando se marchó. Incluso la foto de su boda seguía en la mesilla. Mientras la contemplaba pensó que era una pena que la radiante y joven pareja retratada en ella ya no existiera. Pero solo en las películas se conseguía una segunda oportunidad para arreglar las cosas.

Ojalá les hubiera ido todo bien la primera vez. No podía hacer desaparecer su amor, pero, tal vez, con el tiempo aprendería a convivir con aquella continua opresión en su malparado corazón.

–Dime que no sientes nada al estar aquí conmigo –murmuró Anthony mientras se acercaba a ella–. Sé que sientes lo mismo que yo. Nunca hemos sido capaces de mantener las manos quietas estando el uno con el otro.

Charlotte alzó una mano para que no se acercara más. Sabía que, si llegara a tocarla, toda su determinación se esfumaría.

–Lo que sienta, o lo que sientas tú, es irrelevante. El problema reside en tu obsesión por tu carrera, en que nunca llegaste a abrirte a mí realmente y en que siempre asumiste que el dinero podía comprar la felicidad… concretamente la mía.

–Pareciste feliz una larga temporada, Charlotte. Sinceramente, no sé qué te hizo cambiar ni por qué empezaste a distanciarte de mí –su mirada descendió hacia los labios de Charlotte–. Además, el dinero es lo que te ha ayudado en tus labores de beneficencia para los niños.

De manera que no tenía idea de por qué había empezado a distanciarse de él. Aquello era una prueba más de lo centrado en sí mismo que había estado.

–Mis labores de beneficencia se han basado en donaciones, recaudación de fondos y mucho trabajo –replicó Charlotte.