Una cita con el destino - Jules Bennett - E-Book

Una cita con el destino E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

Miniserie Deseo 215 Cuando dos ex se encuentran en una gala de disfraces... ¡y se quitan las máscaras! Delilah Preston tenía una cita a ciegas en una fiesta de disfraces... ¡y resultó que su cita no era otro que su futuro exmarido, Camden Preston, con quien estaba en trámites de divorcio! Debido a la química que todavía existía entre ellos, ella aceptó una última aventura con su aún marido en la isla privada de Cam antes de romper su matrimonio para siempre. Sin embargo, lo que él pretendía con esa escapada era reconquistar el corazón de su mujer.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Jules Bennett

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una cita con el destino, n.º 215 - agosto 2023

Título original: Second Chance Vows

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411800044

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

El corsé le apretaba demasiado, pero como ya estaba en la fiesta, no había vuelta atrás.

Por desgracia, el disfraz mal ajustado era la menor de las preocupaciones de Delilah Preston esa noche. ¿Por qué había aceptado tener una cita a ciegas con un hombre? Su divorcio aún no era definitivo, pero Alisha Martin había sido muy persuasiva y nunca aceptaba un no por respuesta.

Así fue como Delilah se encontró vestida de negro, desde el antifaz hasta el corsé, pasando por los pantalones de cuero y los tacones de aguja. Incluso se había pintado las uñas de negro para la ocasión. Ir disfrazada de sombra le parecía divertido, o al menos lo más divertido que estaba dispuesta a hacer en esta etapa de su vida. Si no se encontraba cómoda con la situación, siempre podía escabullirse disimuladamente. No es que hubiese estado de humor para fiestas en los últimos meses precisamente.

Algo muy normal cuando un matrimonio se desmorona y se convierte en un montón de pedazos irreconocibles.

Pero era la primera vez que salía en un mes y tenía que ponerle remedio a su falta de vida social o acabaría volviéndose loca. Quedarse en casa viendo una serie tras otra era cada vez más deprimente.

Alisha Martin era una nueva clienta de Angel‘s Share, la destilería de bourbon que Delilah poseía con sus hermanas. Elise, Sara y Dee habían empezado su andadura en la destilería hacía más de una década, cuando compraron el viejo castillo en el corazón de la región del bourbon. La impresionante estructura de piedra les había parecido el lugar idóneo para emprender su negocio. Sabían que necesitaban algo único que las diferenciara en aquel difícil mundo de hombres. ¿Qué mejor lugar que un castillo abandonado?

Y el nombre les había resultado fácil. Cuando el bourbon entraba en un barril para envejecer, parte del líquido se evaporaba, y un viejo dicho decía que la porción que faltaba era enviada a los ángeles.

A Delilah le encantaba el trabajo que hacían. Por no hablar de toda la gente increíble que habían conocido a lo largo de los años. Se habían asegurado una sólida base de clientes y también habían hecho grandes amistades gracias a sus contactos.

Alisha había estado en la destilería varias veces durante el último mes para hacerse con una variedad de bourbons y ginebra para Home Sweeter Home, su evento benéfico. Delilah era una persona tan generosa y solidaria que, cuando Alisha insistió en que acudiera a la fiesta de disfraces para el orfanato infantil, no pudo negarse.

Pero entonces Alisha le había enviado un mensaje de última hora diciéndole que había un chico muy agradable que estaría bien que ella conociera y que también estaría en la fiesta. En ese instante, Dee no tuvo tanto reparo en decirle que no acudiría, pero su mensaje no recibió ninguna respuesta de vuelta por parte de Alisha. De acuerdo. Todo lo que tenía que hacer era entrar, ver a Alisha, hacer su donación y escabullirse. El traje negro era perfecto para una misión así de sigilosa. Delilah respiró hondo y subió los escalones de hormigón que conducían a las puertas de doble cristal de The Grandeur, una mansión histórica convertida en espacio para eventos. Los recepcionistas le franquearon el paso y Delilah les dedicó una sonrisa.

Nada más entrar, la música, las risas y el alboroto la golpearon de lleno. Aquello no era lo suyo. A ella le gustaba estar tranquila en su despacho, donde podía concentrarse en el negocio y en sus nuevos clientes. Le encantaba la paz, lo cual resultaba irónico si se tenía en cuenta que últimamente su vida no era nada pacífica.

Lo que no soportaba era que el corsé se le clavara en los huesos. Resistiendo el impulso de querer arrancarse el traje, Delilah entró en el salón de baile y echó un vistazo a la gente. Tenía que haberle preguntado a Alisha de qué iría disfrazada. Tardaría un siglo en encontrarla; todo el mundo llevaba una máscara.

Sin embargo, tener buena parte de la cara cubierta no era algo tan malo, porque no le cabía la menor duda de que sus suegros estarían por allí.

Corrección: los que iban a ser sus exsuegros. Eran de los que anteponían el dinero a las personas. Y por eso no les gustó nada que su único hijo se casara con una chica adoptada y de origen humilde.

Delilah se guardó el bolso bajo el brazo y se abrió paso entre la multitud. Supuso que si se dirigía hacia el escenario, en la parte delantera del salón de baile, quizá Alisha estaría allí y Dee podría pasarle la donación rápido y fácilmente. Así podría escaparse tan sigilosamente como había entrado y no tendría que enfrentarse a los padres de Camden ni conocer al hombre misterioso con el que Alisha le había tendido una trampa.

–¿Delilah?

Se giró al oír la voz familiar y forzó una sonrisa.

–Alisha. Su clienta y nueva amiga estaba deslumbrante con su traje de diosa blanco y dorado. Con su melena rubia ondulada y sus llamativos ojos verdes, su aspecto era absolutamente impecable, como el de una actriz de cine.

–Sabía que eras tú –dijo Alisha mientras se acercaba–. No sé de qué vas disfrazada, pero te envidio por lo guapísima y en forma que estás.

Delilah se echó a reír.

–Soy una sombra y, créeme, este disfraz disimula muy bien los michelines. Algunas personas perdían peso durante una ruptura, pero Delilah parecía estar ganándolo… No podía evitar consolarse con todos los dulces que encontraba a su paso durante los últimos meses.

–Bueno, me alegro mucho de que hayas podido venir –continuó Alisha–. Acabo de hablar con el hombre del que te hablé. Llegó justo antes que tú, así que es el momento perfecto.

Delilah se encogió de hombros.

–Te agradezco que quieras hacer de Cupido, pero en realidad todavía no me encuentro bien como para conocer a nadie nuevo. De hecho, ni siquiera estoy divorciada aún.

Alisha puso una mano en el hombro de Dee.

–Es irónico que digas eso porque él me acaba de decir lo mismo. Escucha, él es muy agradable, así que tal vez te venga bien hablar con alguien que está pasando por lo mismo. A veces hablar con un extraño es terapéutico.

Tal vez tenía razón. Las únicas personas que realmente conocían su situación eran sus hermanas. Delilah no llevaba bien el fracaso, le costaba asimilar que su matrimonio se había acabado, pero Camden y ella ya no estaban en la misma sintonía y, aunque la atracción y la química seguían estando ahí, no les serviría de mucho.

Alisha se apartó el pelo de la cara y Delilah vislumbró una impresionante piedra en su dedo anular.

–¿Es nuevo? –preguntó Delilah–. Es precioso.

Alisha sonrió.

–Así es. Acabo de volver de unas cortas vacaciones que han acabado tomando un rumbo bastante diferente al que esperaba.

–Vaya, qué intrigante –dijo Delilah con un tono risueño–. Estoy deseando que me lo cuentes todo cuando estés libre.

–En cuanto pueda, quedamos para comer y te cuento todos los detalles. –Alisha sonreía de oreja a oreja. Últimamente, el amor rodeaba a Delilah por todas partes. Estaba realmente feliz por los afortunados, pero en el fondo se sentía mal y deseaba que su propio matrimonio no se hubiera convertido en un desastre tan desgarrador.

–Oh, allí está. –Los ojos de Alisha se posaron sobre el hombro de Delilah mientras sonreía y saludaba a alguien–. Es el que va vestido de pirata con el parche en el ojo.

Delilah miró a su alrededor hasta que encontró al desconocido que Alisha había descrito. Aquel hombre sexi con pantalones negros ajustados y camisa blanca de volantes que la miraba fijamente con el único ojo que tenía no era ningún extraño para ella.

Era su marido.

 

 

Camden estuvo a punto de decirle a Alisha que no asistiría, aunque le agradecía la invitación. A pesar de que ya se encontraba bien para socializar, no le apetecía conocer a nadie nuevo. Pero, en cuanto puso un pie en la fiesta, se dio cuenta de que no era así y se alegró de haber ido. Por suerte, sus padres estaban fuera de la ciudad, así que al menos no había tenido que enfrentarse con ellos cara a cara. Llevaba tiempo esquivando sus llamadas y hubiera sido bastante incómodo.

Vio a la anfitriona del evento al otro lado de la sala y se dirigió hacia ella. Alisha estaba junto a una mujer vestida de negro con una máscara que le cubría los ojos. Oh, demonios…

Seguramente se había disfrazado para que nadie supiera quién era, pero él lo sabía. Camden conocía muy bien cada palmo de aquel cuerpo, ya que habían compartido la misma cama durante los últimos cinco años.

–Delilah, este es Camden, el hombre del que te hablé.

Cam esperó a que Alisha terminara la presentación antes de tenderle la mano.

–Es un placer.

Dee se quedó boquiabierta y él no pudo evitar sonreír cuando le puso la mano encima. Aquella chispa de química entre ellos no envejecía, parecía no querer apagarse nunca. Si un matrimonio pudiera mantenerse unido tan solo por el sexo, no estarían en la situación en la que se encontraban ahora.

Pero sus trabajos, su familia y la falta de comunicación les estaban llevando por un camino que nunca pensó que tomarían.

Camden quería recuperar a su mujer. No lo había ocultado, pero Delilah afirmaba que ya había aguantado bastante y que no veía que avanzaran en la dirección que ella necesitaba. No podían poner sus futuros en la misma balanza y, solo por esa razón, ella le había pedido que presentara los papeles del divorcio, lo que él hizo a regañadientes.

No se le escapaba la ironía de que él se ganaba la vida así. Era abogado de divorcios, y nunca pensó que su bufete trabajaría en su propio caso.

–Oh, perdón –añadió Alisha–. Los del catering me están llamando.

En cuanto les dejó solos, Delilah se cruzó de brazos y le dijo:

–¿Qué haces aquí?

–Alisha es hermana del nuevo empleado de nuestra empresa –contestó Camden–. ¿Y tú de qué la conoces?

Delilah señaló a una camarera que se paseaba con una bandeja de vasos y cócteles.

–Están sirviendo nuestros licores esta noche.

–¿Dónde están Sara y Elise? –preguntó él.

–Mis hermanas estaban ocupadas esta noche, así que me tocó a mí hacer acto de presencia.

Estaba seguro de que eso la cabreaba. Delilah era callada y prefería permanecer entre bastidores. Mantenía la cabeza gacha y la energía alta. Era apasionada en todos los aspectos de su vida, desde su trabajo hasta su matrimonio… Y él no la había apreciado como se merecía cuando la tuvo.

La música cambió de alegre a algo más lento, con un ritmo sensual. Camden contempló su traje ceñido al cuerpo y la media máscara que dejaba al descubierto sus labios rojos… demasiado tentadores. Siempre le había gustado el contraste de su piel oscura con el pintalabios rojo. Y ella lo sabía. Cada vez que salían, siempre se ponía su tono favorito, exactamente el que llevaba ahora.

Camden se acercó a Delilah y le puso una mano en la cintura.

–Baila conmigo –la invitó él.

Delilah le sostuvo la mirada sin apartar sus ojos oscuros. Camden quería arrancarle la máscara y verle toda la cara, pero a una parte de él le gustaba ese encanto. Y quizá a ella también. No se había marchado y no había dicho que no, así que al menos era un paso adelante con respecto a su último encuentro, cuando la había besado en un cuarto trasero durante otro acto público. No la había vuelto a ver desde la gala en Angel’s Share para celebrar el lanzamiento de su bourbon de diez años, así que no habían hablado de lo que ocurrió en aquella habitación.

–Cam…

Él la agarró del brazo y la acompañó hacia la pista de baile, deteniéndose primero ante una mesa para dejar el bolso. Ella no se opuso, pero él la conocía perfectamente y sabía que estaba repasando mentalmente todas las razones por las que era una mala decisión. Mientras que él estaba repasando todas las razones por las que era la mejor decisión.

Con un movimiento experto, Camden la hizo girar y le dio un ligero tirón hasta que cayó contra su pecho. Las manos de ella se aferraron a sus hombros y su delicado tacto casi chamuscó su fina camisa.

–No deberíamos hacer esto –murmuró Delilah, pero no hizo ademán de apartarse.

Camden empezó a balancear su cuerpo contra el de ella moviéndose al ritmo de la música. Delilah deseaba huir, pero no quería montar una escena.

–¿Por qué? –le preguntó él–. ¿Porque tienes miedo?

–No tengo miedo de nada.

–¿No? Entonces, ¿por qué no me has devuelto los mensajes desde que nos dimos aquel beso?

Delilah bajó la mirada. Camdem quería que fueran un equipo, quería que ella fuera suya para siempre.

Pero Delilah había empezado a querer más de lo que él pensaba que podía darle. Su carrera profesional le exigía una dedicación total y su mujer se iba quedando cada vez más atrás en su vida. Y además estaban sus padres, que siempre se esforzaban por insinuar veladamente que el origen social de Delilah no estaba a la altura del suyo. Él se encogía de hombros ante los comentarios de sus padres y Cam no se daba cuenta de hasta qué punto Dee se lo tomaba a pecho.

Durante años, todas esas diferencias fueron creciendo y enquistándose, hasta que un día Dee simplemente se hartó. Estaba cansada de discutir y tenía la sensación de estar metida en un bucle de discusiones. Pero él quería cambiar todo eso. No tenía ni idea de cómo, pero tenía que hacerle ver que eran el uno para el otro. Nunca había perdido nada en su vida y lo último que quería era perder a su mujer.

–Ese beso fue un error –le dijo entre dientes.

–A mí no me pareció un error. –Camden deslizó su mano hacia la parte baja de su espalda y la estrechó más–. Sentí que querías más.

Sus ojos se clavaron en los de él.

–Lo que quiero y lo que puedo tener son dos realidades muy diferentes.

Así que ella le quería. Sabía que esa parte de su relación nunca moriría, pasara lo que pasara. Ahora, si podía encontrar la manera de conciliar los deseos y las necesidades de ella y ser fiel a sus propias necesidades, volverían a estar en igualdad de condiciones.

Quizá solo necesitaban eso: volver a lo básico. Quizá deberían empezar de nuevo y sentar unas bases sólidas. Todo en su vida juntos había sido ajetreado y apresurado, desde la agenda de él y sus viajes por todo el mundo para atender a su clientela de alto nivel mientras creaba su propio bufete hasta la creación de Angel’s Share, la destilería que ella y su hermanastras habían emprendido juntas. Estaba muy orgulloso de ella y de todo lo que había conseguido. Pero quizá no se lo había demostrado lo suficiente.

–No hay nada malo en ceder a tus deseos –dijo él regresando de sus pensamientos para centrarse en la mujer que tenía en sus brazos–. Ambos somos adultos que nos deseamos.

–No está bien –sentenció Dee.

Camden la hizo girar y la acercó lentamente a una de las mesas que su empresa había patrocinado. El hecho de que ella admitiera en voz alta que lo deseaba le pareció una victoria que debía celebrar y aprovechar. No podía haber lugar para la negatividad, no si quería seguir adelante con ella.

–Lo que está mal es ignorar que cuando estamos cerca ambos queremos arrancarnos la ropa.

Delilah se quedó quieta mirándole fijamente y él supo enseguida lo que ella estaba pensando. Llevaban cinco años casados y era imposible que le mintiera… o se mintiera a sí misma.

Camden sabía que ella estaba pensando en todo lo que implicaría acostarse con él de nuevo. ¿Merecería la pena correr el riesgo? ¿Volverían a caer en los viejos hábitos y seguirían teniendo un matrimonio roto?

En ese momento, solo le importaba tenerla esa noche. Solo pensaba en tener a su mujer de vuelta en su cama. Ya se preocuparía del resto al día siguiente. Llevaba demasiado tiempo sin ella y era incapaz de quitarse de la cabeza aquel beso que se habían dado hacía tan solo un mes. Y verla ahora con esos pantalones de cuero, el corsé marcando sus curvas y aquellos sensuales labios rojos… le nublaban la mente.

–Sigues siendo la mujer más sexi que he conocido en mi vida –añadió él–. Tan solo te pido una noche. Olvidémonos del divorcio y de discutir, aunque solo sea por unas horas.

Ella cerró los ojos y respiró hondo.

–Así es como nos metimos en este lío, Cam. Cediendo ante nuestros deseos sin pensar en las consecuencias ni en la realidad que nos rodea.

–¿Qué consecuencias? Y la realidad es que ya hemos pedido el divorcio. Ninguno de los dos tiene expectativas. Es una noche, Dee. En tu casa o en la mía. Donde quieras.

Cuando ella abrió los ojos de nuevo, le devolvió la mirada con esa pasión que le resultaba tan familiar.

Nunca habían podido negarse el uno al otro. Su intimidad física no se parecía a nada que hubiera tenido antes y sabía que, si la perdía para siempre, jamás volvería a sentirse así con nadie.

–En mi casa –le dijo ella–. No puedo volver a nuestro… Hogar.

La palabra omitida flotaba entre ellos igual que si la hubiera dicho. Cuando ella decidió que tenían que separarse, él se ofreció a irse y dejarle la casa, pero ella le dijo que necesitaba comenzar de nuevo sin tantos recuerdos a su alrededor.

Esa era otra señal reveladora de que aún lo amaba. Quedarse en la casa que él había comprado antes de casarse solo le recordaría todas las cosas que habían compartido entre aquellas paredes. Demonios, lo vivía cada día, pero intentaba mantenerse ocupado y permanecer fuera de la casa todo lo posible por esa misma razón.

Por mucho que Delilah quisiera borrar esas vivencias juntos en su intento de seguir adelante, él no iba a permitirlo. Su relación había sido apasionada desde el principio, saltándose buena parte de la fase de conocerse y dirigiéndose al altar apresuradamente. Claro que se habían precipitado, pero ¿eso hacía que su relación fuera mala o un fracaso? Se negaba a creer nada de eso.

¿Había presentado los papeles del divorcio? Sí. ¿Se arrepentía? Claro que sí.

Sus padres la habían acusado de buscar dinero y ayuda para su aventura empresarial con ese matrimonio, pero no conocían a Delilah. Ella nunca quiso un dólar de él para su proyecto. Era demasiado orgullosa y testaruda para aceptar limosnas y él la admiraba por ello, aunque su determinación le resultara frustrante a veces.

Había hecho de intermediario durante años entre su familia y su mujer. Delilah se había disculpado, pensando que ella había sido el catalizador que los había separado, pero su único delito había sido abrirle los ojos ante las personas controladoras y superficiales que lo habían criado.

A pesar de estar separados, Camden seguía teniendo un instinto protector con ella. Delilah estaba en una posición vulnerable con su matrimonio desmoronándose y el reciente fallecimiento de Milly, su madre adoptiva. La mujer que había criado a Dee y a sus hermanastras, la única madre que habían conocido. Delilah estaba emocionalmente agotada.

El divorcio todavía no era oficial, pero el tiempo corría en contra. Los papeles finales llegarían cualquier día y entonces ya no tendría vuelta atrás. Pero Camden no había mentido, no iba a pensar en nada más que en pasar esa noche con ella.

La agarró de la mano y buscó la salida más cercana.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

¿Qué estaba haciendo?

Evitar por todos los medios a su futuro exmarido era la única forma que tenía Delilah de superarlo. Entonces, ¿qué hacía acurrucada en el asiento delantero de su todoterreno?

Dejar que él la sacara de aquella fiesta demasiado concurrida le había parecido una buena idea, pero ahora empezaban a ondear banderas rojas en su cabeza y realmente debía empezar a prestarles atención.

Ser imprudente era precisamente lo que la había atrapado en un matrimonio construido sobre unos cimientos que ahora se desmoronaban.

–No te pongas a pensar –le ordenó él mientras conducía por la ciudad–. Casi puedo oír tus pensamientos.

No tenía ninguna duda. Camden Preston la conocía mejor que nadie, incluidas sus hermanas o Milly.

Sus hermanas. Ese era otro tema que pesaba mucho en su mente. Descubrir que sus hermanas adoptivas eran en realidad sus hermanas biológicas… era una noticia que le había cambiado la vida hacía tan solo unas semanas, y todo estaba aún muy reciente.

No le había contado a nadie lo sucedido. Su primer pensamiento había sido recurrir a Camden en busca de apoyo, pero eso ya no podía hacerlo. El divorcio significaba romper todos los lazos y empezar de nuevo.

Sin embargo, allí estaba ella, en el coche de él de camino a su nueva casa, porque ahora era incapaz de volver al hogar que habían compartido. Ella quería a Cam. Claro que sí. Desde que se había marchado, no había pasado un solo día en el que no deseara que él la tocara y la abrazara. Verlo en la gala de la destilería hacía un mes había sido como recibir una bofetada en la cara, le había recordado todo lo que había perdido.

Cuando Cam le pidió hablar con ella en privado, se escabulleron a la trastienda y entonces él la besó. Sin palabras. La había arrinconado contra la pared y le había tapado la boca con la suya mientras sus cuerpos se apretaban mutuamente. Y ella no había sido capaz de pensar en otra cosa desde entonces.

Él siempre había sido capaz de excitarla con solo una mirada, pero aquel beso la había hecho querer suplicarle que la tomara allí mismo, en la trastienda, a pocos pasos de los doscientos invitados que habían acudido a la fiesta.

–Relájate –le dijo él mientras le agarraba la mano, como había hecho infinidad de veces.

Aunque esa noche era diferente. Esa noche no estaban juntos, seguían en lados opuestos de esa línea invisible que se había trazado entre ellos. Y ambos eran demasiado testarudos e impulsivos para cruzarla.

Había cosas importantes, como la carrera profesional