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Oviedo es testigo de la decadencia personal de Dani, un joven arrastrado al sórdido mundo de la drogadicción. A raíz de un trágico accidente, se suceden una serie de acontecimientos que lo atraparán en una espiral de autodestrucción, poniendo en grave peligro su propia vida y la de su familia. Con una trama repleta de intriga, suspense y acción trepidante, Almas de cristal se revela como un thriller psicológico intenso, magistralmente trenzado por Antonio Rodríguez Guerrero. En su ópera prima, el autor nos introducirá en el oscuro mundo del narcotráfico, explorando perfiles psicológicos complejos y sólidos que imprimen a sus personajes una profundidad exquisita, invitando al lector a sumergirse en una historia sencillamente sublime con un desenlace que no dejará a nadie indiferente.
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Seitenzahl: 368
Veröffentlichungsjahr: 2023
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© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Antonio Rodríguez Guerrero
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-435-5
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».
AGRADECIMIENTOS
Quisiera comenzar expresando una profunda gratitud a todas y cada una de las personas que se cruzaron en mi camino y apoyaron la gestación de esta novela. La creación de Almas de cristal ha sido un camino arduo, de altas montañas y profundos valles, pero, en cada paso, vuestro aliento y vuestra confianza en mi trabajo me han dado el empuje necesario para seguir adelante.
A mi madre, la crítica literaria más lúcida y honesta con la que he tenido el privilegio de contar. Tu visión aguda y tus palabras, siempre precisas, han modelado mi escritura y han perfeccionado mi voz. A mi padre, siempre dispuesto a escuchar y a aportar. Gracias por tu constante apoyo y por ser un faro en la niebla. Siempre has sido un guía para mí.
A mi hermano, cómplice de esta aventura. Gracias por las largas charlas, las ideas compartidas y tu incondicional apoyo. Tu fe inquebrantable en mi capacidad para llevar a cabo este proyecto me ha dado la fuerza para continuar incluso en los momentos más difíciles.
A Ana, mi mujer, cuya paciencia y apoyo han sido el sostén que necesitaba en los días más oscuros. Tu amor y tu confianza en mí han sido mi refugio, mi motivación y mi esperanza. A mi hijo Mario, mi faro en la tempestad. Gracias por llenar mis días de luz y mi corazón de alegría. Eres la razón para ser mejor cada día.
A los terapeutas de Proyecto Humano Antequera. Gracias por iluminar mi camino y por enseñarme a transformar mis experiencias en una fuente de ayuda para los demás. Cada uno de vosotros ha sembrado en mí una semilla de cambio que, con el tiempo, ha dado fruto en este libro.
A mis amigos, auténticos compañeros en este desafío. Sois testigos de mis alegrías, mis desvelos, mis incertidumbres y mis bloqueos creativos. Cada palabra de aliento, cada sonrisa, cada conversación a altas horas de la noche han sido esenciales para mí. Cada uno de vosotros ha dejado su huella en las páginas de esta obra y, por eso, os estoy eternamente agradecido.
A Alejandro, que con su enorme talento y generosidad ha dado vida a esta obra en formas que nunca imaginé. Tu trabajo audiovisual y tus brillantes contenidos han realzado cada palabra y cada sentimiento que he plasmado en esta novela. Siempre dispuesto a aportar nuevas ideas, escucharme y aconsejarme. Gracias por creer en este proyecto y formar parte de él.
A todos vosotros. Gracias desde lo más profundo de mi corazón. Sin vuestro amor, vuestro apoyo y vuestra confianza en mí, este viaje no habría sido posible. Habéis enriquecido mi vida y mi obra de formas que nunca podría haber imaginado y, por eso, siempre os llevaré en mi corazón.
PRÓLOGO
A continuación te sumergirás en una realidad desafiante y, al mismo tiempo, inspiradora. El tema que aborda esta obra es esencial para comprender un aspecto profundo y, a menudo, mal entendido de la condición humana: la adicción. Esta cruda narración no solo describe la lucha y el sufrimiento, sino que también resalta el poder de la resiliencia, el amor y la capacidad de cambio y redención.
El problema de las adicciones hoy en día sigue menoscabando y perjudicando la vida de muchas personas, aunque la alarma social sobre este tema ha disminuido considerablemente. De forma directa, continúa ocasionando pérdidas humanas, causando daños graves a la salud física y psíquica, a veces irreparables. De forma indirecta o colateral también genera pérdidas en accidentes de tráfico, laborales, suicidios y homicidios; además de daños en la economía y en el trabajo. Muchas vidas malogradas. «Lamentablemente, las adicciones pueden llevar a las personas a cometer este tipo de actos». En los perjuicios no cuantificables, y no por ello menos importantes, destaco el sufrimiento humano de la persona con adicción y de su entorno: familia, amigos, compañeros… que ven como ese ser querido se va destruyendo ante el dolor y la impotencia de no saber qué hacer en muchas ocasiones. Al hablar de adicciones no solo me refiero a sustancias tóxicas, sino que también se debe tener en cuenta las denominadas adicciones sin sustancia que suelen tener las mismas características y afecciones. Esta es la realidad actual. Si se ha desarrollado la adicción hay que acudir a centros especializados y a profesionales adecuados en este tipo de tratamientos. «La terapia me ayudó a entender mi adicción, a aceptarla… Porque es una enfermedad y puede ser tratada», sabiendo de antemano que la rehabilitación es posible, contando siempre con el apoyo de familiares y amigos. «Sus ojos siempre fueron el faro en medio de mis tormentas». También hay que tener en cuenta que una buena prevención integral donde se trabajen todos los factores de protección personales, familiares y sociales, ayudaría a evitar de forma muy eficaz este tipo de problemas.
El autor de esta interesante novela es mi amigo Antonio Rodríguez, al que conocí poco antes de la pandemia. Recuerdo como en los duros y complicados momentos del confinamiento nuestras almas comenzaron a conectar. Actualmente, desarrollamos una apasionante labor que despierta emociones contrapuestas y que consiste en llevar luz a través de la formación en valores y la ayuda al crecimiento personal mediante un programa de prevención de recaídas a personas privadas de libertad. En esos viajes al centro penitenciario me ha ido contando con entusiasmo cómo se ha ido fraguando su novela, preguntándome siempre mi parecer. Antonio es una persona con muchas inquietudes que ha resurgido de sí mismo y que posee infinidad de valores y capacidades. Es bondadoso, generoso, altruista, capaz de amar y entregarse a la familia, amigos y a cualquier persona que lo necesite. Lo distingue una gran humildad que solo poseen los sabios; continuamente pregunta y escucha con mucha atención y ganas de aprender, además de ser muy polifacético y apasionado. Es su primera novela, aunque ya ha publicado un libro sobre el poder del pensamiento positivo, y me aventuro a predecir que en el alma de este autor hay más historias que contar. He visto la ilusión en sus ojos cada vez que hablaba de este libro. La iniciativa de crear este relato parte de una profunda intención de ayudar a los demás: «…Eso me da la fuerza para seguir adelante, para seguir cambiando y ayudando a los demás».
La obra posee una estructura sólida con un ritmo narrativo envolvente, donde los tiempos se manejan con maestría y la redacción es exquisita. El dominio de la prosa es impecable, y ofrece una cercanía amable y una lectura fluida. Las descripciones de espacios y personajes son cautivadoras y los diálogos están hábilmente construidos y rebosan tanto profundidad como realismo en igual medida. Además, se destaca por ser imprevisible, manteniendo al lector en vilo en cada giro de la trama. La agilidad y dinamismo presentes en la narración mantienen el interés en todo momento, haciendo que la lectura sea un verdadero placer. Cada capítulo de esta novela está iniciado e iluminado por una frase relevante de diferentes autores, reflejando el estilo personal y detallista del escritor con sus lectores. Lo que hace que esta obra sea aún más especial es que se trata de una historia realista, con crudeza, narrada casi en su totalidad por su protagonista, Dani. Sus vivencias y emociones se transmiten con autenticidad, generando una conexión íntima con el lector a lo largo de toda la obra. La vida de Dani transcurre en la preciosa capital del Principado de Asturias, huérfano de padre y con un hermano, Jorge, pilar fundamental en su vida y en su rehabilitación. «Su apoyo ha sido mi roca, mi faro en la oscuridad». Nuestro protagonista, desde muy joven, empezó a consumir drogas y los problemas de su adicción le llevan a tener daños irreparables en su vida.
Cerrando este prólogo, deseo que esta obra te ofrezca una nueva perspectiva. La adicción no es un callejón sin salida, sino un desafío monumental que requiere comprensión, apoyo y persistencia. Es una montaña difícil de escalar, pero no imposible. Te animo a sumergirte en esta historia, no solo como un mero espectador, sino como un partícipe en la lucha contra las adicciones, ampliando tu conocimiento, comprensión y, sobre todo, tu empatía. Deja que esta narración te muestre lo que verdaderamente significa luchar contra un monstruo, vencerlo y salir al otro lado como un verdadero héroe.
Jose Luis Berdún Gutierrez
Educador social y terapeuta de Proyecto Humano Antequera
CAPÍTULO 1
«El descontrol es el resultado de permitir que nuestros deseos dominen nuestra razón».
Albert Einstein
Ese día la carretera secundaria norte que rodeaba la ciudad estaba menos transitada de lo habitual. La niebla la cubría casi en su totalidad, y unas pequeñas pero constantes gotas de lluvia hacían imposible ver la línea que delimitaba ambos carriles antes de accionar el limpiaparabrisas.
Y ahí nos encontrábamos Jorge y yo, en ese maldito coche sin saber a dónde ir. Las manos me sudaban y el corazón parecía querer salirse de mi pecho. La ira me invadía por momentos y los golpes al volante se repetían una y otra vez, acompañados de gritos al aire e insultos, seguidos de lágrimas de fuego que resbalaban por mi cara. Cada palabra de Jorge martilleaba mi cabeza y aumentaban mis ganas de consumir en un acto de rebeldía, como quien trata de apagar un incendio con gasolina.
—¡Te he dicho que me des esa mierda! —gritaba Jorge golpeando el salpicadero.
—¡Que me dejes tranquilo, joder! ¿Por qué coño has tenido que aparecer?
—¡Porque quiero ayudarte! —estalló—. ¡Porque estamos hartos de ver cómo te destrozas la vida! ¿Es que no te das cuenta?
Aquellas palabras fulminaron la poca cordura que me quedaba e incendiaron mi furia, que se desataba por momentos. Pisé el acelerador a fondo, maldiciendo y pensando que el esfuerzo que había hecho durante tantos meses tendría la recompensa que tan merecidamente me estaba ganando. Que todo saldría bien y que podría ayudarla a salir a ella también de aquel infierno en el que nuestra vida se estaba convirtiendo. No supe ver que no lo hacía por mí, sino por demostrarle que era capaz de superarlo. Pero el impulso y las ganas de meterme mi raya eran más fuertes que cualquier ayuda, incluso más fuertes que el amor.
La lluvia comenzó a ser más fuerte y el frío empezó a condensar el vaho de nuestra respiración en la luna del coche, dificultando aún más la visibilidad. Antes de que pudiera reaccionar, Jorge se abalanzó sobre mí y agarró con fuerza mi mano en un intento desesperado de arrebatarme aquel pequeño plástico.
—¡Qué coño haces! —grité girando el volante violentamente.
El coche se deslizó acercándonos al borde de la carretera. Podía ver la determinación reflejada en los ojos de mi hermano: no iba a soltarme hasta conseguirlo. En un movimiento rápido y desesperado, lancé un puñetazo a su cara con tal violencia y furia que le hizo golpear la cabeza contra la ventanilla. Sus ojos se clavaron en mí, incapaces de reconocer a la persona que estaba a su lado. Lo agarré de la camisa con fuerza y lo hundí en su asiento.
—¡Te he dicho que me dejes en paz, joder! —le grité cegado por la ira— No eres quién para decirme lo que puedo y no puedo hacer, tú no eres…
Todo ocurrió en un segundo.
El violento sonido del metal se quedaría grabado en mi mente para siempre. La colisión contra el lateral de aquel vehículo a esa velocidad hizo que el coche volcara dando varias vueltas sobre sí mismo; convirtiéndonos en muñecos de trapo dentro de aquel habitáculo mortal. El impacto inicial hizo romper el cristal de mi ventanilla en un golpe seco con mi cabeza, y a partir de ahí se desencadenó una lluvia de golpes en todas las partes de mi cuerpo mientras gritaba e intentaba sujetarme sin éxito para amortiguarlos. Todo ocurrió a una velocidad de vértigo, pero para mí sucedía a cámara lenta, esperando que aquella jaula de metal se detuviera. En una de las vueltas, el vehículo cruzó el arcén empotrándose contra un árbol que detuvo su inercia en seco. No sabía qué había ocurrido. Estaba exhausto y mantuve ese estado quizás durante varios minutos.
Al volver a la realidad intenté soltarme de mi asiento. La sangre manaba por la herida de mi cabeza y empapaba mis ojos impidiéndome ver con claridad. No podía mover el brazo derecho y un dolor agudo corría desde mi mano hasta el hombro. Me limpié como pude la cara y grité horrorizado tras contemplar que parte del hueso se dejaba ver por el antebrazo.
Desvié la vista hacia Jorge, que permanecía inmóvil en el asiento del copiloto mientras un pequeño hilo de sangre corría por su cara. Mi corazón se detuvo al comprobar que no respondía a mis gritos. Luché contra el miedo y me acerqué a él. Me incliné sobre su rostro y tras unos eternos segundos pude percibir su respiración. Estaba allí, débil e inconsciente, pero a mi lado.
Abrí la puerta con dificultad y me arrastré por el suelo abandonando aquel amasijo de hierros, chapas y cristales. Intentaba ponerme en pie mientras sujetaba mi brazo con la mano contraria, pero las piernas me flaqueaban, volviendo una y otra vez a dar con mi cuerpo en el barro.
Al levantar la vista pude ver a lo lejos un coche que, tras haber golpeado el quitamiedos, estaba atravesado por una señal que había arrastrado varios metros, dejando esparcidos por la carretera objetos y piezas de ambos vehículos. Hice el esfuerzo de llegar hasta donde venían los gritos de aquel vehículo con la esperanza de que sus ocupantes estuvieran a salvo. Anduve varios metros tambaleándome y cayendo al suelo, llevando mi cuerpo a un esfuerzo sobrehumano con el fin de alcanzarlos.
Un hombre cayó desde la puerta del conductor y corrió hacia la trasera con gritos de desesperación, golpeándola una y otra vez para abrirla como si su vida estuviera en aquel asiento. Los gritos se volvían más claros a medida que me acercaba y pude distinguir el llanto ahogado de una mujer que chillaba una y otra vez aquel nombre mientras le pedía que se despertara. Las lágrimas se mezclaron con la sangre que resbalaba por mis ojos y mis piernas temblaron hasta caer exhausto e inmóvil a escasos metros de aquel vehículo, donde mi vida se paró en seco ante un pequeño muñeco infantil manchado de sangre, tirado sobre el asfalto.
CAPÍTULO 2
«El amor entre hermanos es el vínculo más fuerte y duradero que existe. Cuando uno tropieza, el otro lo levanta».
Vikrmn
La luz atravesaba las cortinas de la ventana de mi habitación. El sol comenzaba a indicar que debía levantarme para empezar otro día. El ruido de los coches y la gente que transitaba por la calle también empezó a escucharse más claro a medida que salía de aquel profundo sueño que solía tener tras llevar varios días sin dormir. Tras un último bostezo decidí incorporarme. Eché un vistazo a la habitación. Lo último que recordaba era estar en el salón con Nicole consumiendo el último gramo que nos quedaba; ni siquiera hubiera sabido explicar cómo llegué a la cama y tampoco las horas que podría llevar dormido. Había descubierto que los medicamentos hipnóticos en grandes dosis eran lo único que podía hacerme dormir por horas sin notar los síntomas de la cocaína en el organismo. ¿Dónde se había metido Nicole? Miré a la almohada observando la mancha de sangre que había dejado mientras dormía. Últimamente se había vuelto algo habitual tras el consumo, aunque desde hacía varias semanas el problema se había agravado. Cogí una camiseta tirada sobre la cama y me limpié los restos que aún quedaban en mi nariz.
El despertador marcaba las cuatro y trece minutos de la tarde. Hice un esfuerzo para levantarme y recorrí el pasillo que me conducía hacia el salón esperando encontrarme allí con mi chica. Vivía en un pequeño piso que pude comprar después de empezar a trabajar y que desde hacía unos meses pagaba con dificultad. El recibo mensual de estos caprichos, como eran la vivienda e incluso a veces la comida, pasaban a un segundo plano si en el otro lado de la balanza estaban las noches de fiesta y la diversión que en ocasiones Nicole y yo nos permitíamos y que desde hacía algunos meses se habían convertido en algo habitual. La hipoteca y su impago no hacía que me sintiera bien, pero al colocarme todo era diferente.
El piso tenía lo necesario, ubicado en la barriada de Buenavista, no demasiado alejado del centro de Oviedo. Lo primero que me cautivó de aquel lugar fue su luminosidad y la energía positiva que desprendía por todos los rincones, con un color blanco que daba la impresión de estar en el mismísimo paraíso y unas asombrosas vistas del colosal parque Juan Mata. Allí me sentía feliz.
No había ningún rastro de Nikki, como cariñosamente la llamaba. Busqué mi móvil apartando carátulas de algunos CD tirados sobre la mesa esperando ver algún mensaje suyo. En lugar de eso encontré varias llamadas perdidas de mi madre. Supongo que cuando llevas tres días sin saber nada de tu hijo llegas a sentir la desesperación y necesidad de hablar con él y comprobar que todo va bien. Últimamente, la relación con ella se había convertido en conversaciones frías que solían terminar en discusión cuando comenzaba a hablar de mi economía, que parecía ser lo único que le preocupaba. En alguna ocasión tuve que pedirle dinero a ella o a mi hermano para poder llegar a fin de mes y eso le hacía desconfiar de mí. No sabía lo que me pasaba y para cualquier madre eso debía ser motivo de alerta.
—Dani, hijo, ¿estás bien? —preguntó al otro lado del teléfono con voz preocupada.
—Perdona por no haberte llamado antes. He estado con fiebre y quería descansar —le respondí mientras recogía las botellas de ron mezcladas con la ropa interior que habíamos dejado tiradas por todo el salón—. Hoy ya parece que estoy algo mejor, ¿y por ahí? ¿Todos bien?
Había estudiado la manera de evitar sus preguntas en situaciones como esta y una de ellas era desviar la atención para así quitar importancia al problema.
—Me alegra que estés mejor. Tu hermano ha pasado hoy con la niña. Está enorme y muy despierta. A ver si buscas un hueco y vienes tú también a ver a tu madre —me dijo con la voz rota. Ya hacía once años que mi padre falleció y la soledad había ido adueñándose de aquella casa a medida que mi hermano y yo fuimos siendo más independientes—. Te noto la voz rara, ¿estás congestionado de nuevo? ¿Comes bien? —volvió a preguntarme.
—Sí, me duele la garganta y esta congestión no se me pasa.
—Me tienes preocupada, ha llegado otra carta del banco. ¿Tienes algo que decirme? Ya sabes que estoy aquí para escucharte si necesitas contarme algo —se ofreció cariñosamente.
En aquel instante me sentí atrapado entre tantas preguntas y la impaciencia comenzó a apoderarse de mí. No estaba en las mejores condiciones para afrontar aquel interrogatorio.
—¡Mamá, no hay nada que contar! —respondí de manera violenta—. Estoy bien, todo está bien. Seguramente sea publicidad del banco. —Lo cierto es que sabía exactamente lo que querían decirme en aquella carta. Llevaba algunos meses con dificultades para pagar la hipoteca y pedirían explicaciones—. Me cansa cuando te preocupas tanto —respondí con un tono más brusco del habitual. Noté la tensión que se estaba generando con la conversación y decidí darla por finalizada—. Ya te llamaré, ¿vale? Un beso.
Al colgar el teléfono pude escuchar cómo se despedía apresuradamente, sabiendo que no le permitiría terminar la frase. Sentí tristeza al hacerlo. El pesar de una madre destrozada, y sin saber qué me estaba sucediendo, cayó sobre mí como un rayo que me fulminó.
Los hipnóticos aún seguían haciendo estragos en el organismo y en mi cabeza. Me senté en el sofá y busqué alguna colilla que nos hubiera sobrado. Cada vez me costaba más recuperarme de mis consumos abusivos, que eran el preludio a un descanso de varias horas y una vuelta a empezar.
Y allí me quedé sentado, pensando en lo que se estaba convirtiendo mi vida. En estos momentos era consciente de la gravedad de mi situación. Ocurría pocas veces y casi siempre después de estar varios días de fiesta y gastar gran parte de mi sueldo, cuando las secuelas dolían en la mente y el corazón al pensar en las personas a las que estaba haciendo sufrir. Sabía que aquella vida de excesos se estaba apoderando de mi ser poco a poco y los problemas surgían con mayor frecuencia de lo habitual, pero al esnifar la primera raya todo eso desaparecía y el bienestar volvía a mí, aunque esta vez iba a ser diferente. Observaba el desastre de salón en el que me movía, aquella hermosa habitación que compré con tanta ilusión y lo relacionaba con el desastre de vida que llevaba.
Al cabo de un rato volvió a sonar el teléfono y me incorporé para cogerlo creyendo que esta vez Nikki daría alguna explicación de dónde podía estar, pero en su lugar la llamada venía de la persona más importante en mi vida.
—Dani, ¡qué pasa contigo, joder!, ¿otra vez? He estado en casa de mamá. Aún no puedo creer que todavía estés con esa mierda. ¡Te sigues gastando toda la pasta en drogas con la tipa esa que tienes por novia!
Jorge era la única persona a la que permitía hablarme en ese tono. Era el único que había estado a mi lado en los momentos en los que más ayuda necesitaba, pero el hilo de confianza que nos unía se estaba volviendo cada vez más débil y no tardaría en romperse en los sucesos posteriores que me depararía la vida.
—¿De qué hablas? —contesté preocupado por el tono en que había empezado aquel discurso—. Ya no me meto esa mierda. He tenido una avería en el coche, necesito el coche para ir a trabajar, ¿lo entiendes? —Como os he dicho, las mentiras salían de mi boca sin pensar. Tenía una gran habilidad para esquivar los problemas, sin saber que con cada engaño agravaba más la situación y alejaba a las personas de mi lado.
—¿En serio, Dani? ¿Crees que soy imbécil? No me vayas a volver a mentir o esto se acaba. No puedo estar dándote más dinero y tú de mientras pidiendo prestado. Sara y yo lo hemos hablado. Necesitas ayuda.
—¿De qué hablas, Jorge? No necesito nada, es solo una mala racha y no te iba a pedir dinero. Puedes decirle a Sara que se calme; me las arreglaré solo —respondí mintiendo a ambos.
—Dani, eres mi hermano, te conozco y sé que no puedes con esto. —Tengo que admitir que llevaba toda la razón. De un tiempo a esta parte no era dueño de mis actos. Él me conocía mejor que cualquier otra persona y, en realidad, le bastaba con mirarme para saber que seguía enganchado. Había dedicado gran parte de su tiempo en darme largas charlas, seguidas de promesas por mi parte que al final no nos habían llevado a ningún sitio—. No voy a hacer más el gilipollas contigo, Dani, ya no —me dijo—. Mañana a las cuatro te quiero puntual como un reloj en la cafetería de Fede. Tenemos que hablar y, si es posible, no vayas colocado, que la última vez parecía que hablaba con un jodido búho.
El tono de voz de Jorge era muy distinto al de otras veces que habíamos hablado, donde el cariño se dejaba ver. No sabía qué pensar, pero tenía la sensación de que esta vez todo era distinto. ¿Habría llegado ya al límite de mentiras y traiciones? Me consumía la curiosidad de aquella citación tan sumamente importante para él.
—Vale, Jorge. Allí estaré, pero… ¿qué es lo que pasa?
—Dímelo tú, Dani, ¿qué te parece? A las cuatro sin falta o no vuelvas a llamarme, y no vayas a venir con la niñata esa de novia que te has echado. Esto es entre tú y yo y a nadie más le interesa, ¿te enteras?
Traté de contenerme tras el insulto a Nicole para no colgar el teléfono en un arrebato de ira. Era consciente de que él sí había leído aquella carta y sabía exactamente lo que me estaba sucediendo. No me quedaba más que agachar la cabeza y aguantar el tirón como tantas veces había hecho.
—Jorge, Nikky será como sea, pero…
—¿Nikky? ¿Quién coño es Nikky? Te repito, no me importa cómo sea Nikky o Nicole o como quieras llamarla, no quiero que venga y no quiero que me cuentes nada más de ella. Mañana a las cuatro, Dani. No me falles más.
Jorge colgó el teléfono sin darme tiempo a contestar. Sabía que aquella forma de hablarme iba a ser solo el comienzo de una serie de condiciones que tendría que cumplir si quería que siguiera estando a mi lado, pero… ¿de qué se trataría? Nunca lo había visto tan excitado y seguro de sí mismo.
Era consciente de que, si quería tener una vida con mi chica, debíamos salir de aquella espiral juntos. Ya hacía tiempo que esta idea me rondaba en la cabeza. Había comprado algunos libros de autoayuda y relatos de otras personas que habían superado su adicción, pero cada vez que lo intentaba era un fracaso más a sumar en mi lista.
Y mirándome allí sentado, absorto en aquel caos, me preguntaba cómo habría sido mi vida sin este terrible lastre que me arrastraba al fondo del abismo. Tenía treinta y siete años y llevaba nueve siendo adicto a la cocaína; esa era mi realidad. Quizás había llegado el momento de terminar con toda esta vida, pero… ¿Y Nicole? ¿Qué pasaría entre nosotros? Aquella pregunta golpeaba mi cabeza una y otra vez.
Sentía que ya no podía sostener más mentiras para ocultar esto a las personas que me rodeaban y, sobre todo, que ya no podía mentirme más a mí mismo. Conecté con mi madre y su dolor, con mi hermano y el esfuerzo que llevaba años haciendo y unas lágrimas rodaron por mis mejillas. Ya no podía controlarlo y, por más que lo intentara, sabía que la única persona que podría ayudarme era él.
CAPÍTULO 3
«No permitas que alguien se convierta en una prioridad en tu vida cuando tú eres solo una opción en la suya».
Maya Angelou
Volví a mirar la estancia con ropa en el sillón y botellas esparcidas en el suelo y sobre la mesa, junto a una cubitera llena de agua que empapaba todo a su alrededor. Todo impregnado de ese olor tan fuerte a tabaco y marihuana que se recocía y parecía emanar de las paredes.
Llevaba un año viviendo con aquella chica, sí, la desaparecida. Nos habíamos conocido en un after cercano al centro y desde entonces creo que mi relación con ella se había centrado en salidas, sexo, drogas y benzodiazepinas de 10 mg, pero para mí era ideal. El amor de mi vida. Me complementaba y me hacía sentir enganchado a ella como si de otra sustancia más se tratara. A veces hablábamos de dejar ese mundo y crear un hogar, una familia. Lo cierto es que era lo que más deseaba, pero cuando volvía a nuestra realidad sentía que no estábamos preparados para tal responsabilidad. Ella me arrastraba a consumir con mayor frecuencia, pero esto en parte me gustaba, así justificaba mi ausencia de responsabilidad y la culpaba cuando el desfase se nos iba de las manos.
Nikki era como un volcán, nunca sabías cuándo entraría en erupción y estallaría en gritos, agresiones y ausencias prolongadas fuera de casa sin saber nada de ella. Yo intentaba ayudarla, era una buena chica, pero ahora me doy cuenta de que un adicto que mantenía su mismo ritmo de vida no sería capaz de hacerle ver que era posible empezar de cero.
Se instaló con su familia en la barriada de El Cristo cuando solo era una niña. Su padre era un importante agente inmobiliario que se había trasladado a Oviedo desde Chelsea a principios de los noventa para la venta y alquiler de apartamentos de lujo en el centro oeste de la ciudad. Nikki y su familia siempre vivieron rodeados de lujos, con grandes casas, coches de ensueño y fiestas privadas solo aptas para la gente adinerada de la ciudad. No obstante, sus padres no mantenían una buena relación y terminaron separándose.
Sus problemas de adolescente, la muerte de su madre, el encontrarse sola en aquella ciudad y el que su padre hubiera rehecho la vida con otra pareja dejándola al margen, dándole como único apoyo unos ingresos mensuales —que ella rechazó—, le habían llevado a tener una vida basada en la diversión del momento, en no pensar en un futuro y mucho menos en un compromiso de vida en común. Y eso era lo que me alejaba de la idea de formar una familia con ella. Habíamos intentado dejarlo todo atrás en varias ocasiones, pero siempre uno de los dos arrastraba al otro a ese falso mundo en el que sentíamos que éramos la pareja perfecta, rodeados, abrazados y atrapados entre aquellas sustancias.
Trabajaba en una perfumería cercana a mi piso. Era el reclamo ideal tanto para mujeres que en el fondo ansiaban parecerse a ella, como para el hombre que simplemente entraba para ver tal belleza. Tenía el cabello ondulado, castaño, y unos grandes ojos verdes que ponían nervioso a cualquiera que los miraba. Conocía muy bien el efecto que su mirada causaba. Sus perfectos labios y su sensualidad invitaban a la fantasía de cualquier hombre, y su dulce expresión de niña buena, con aquel rostro moreno, terminaba clavándose en la mente de cualquiera. Todo ello, más un fascinante cuerpo y piernas de vértigo. Era una chica dulce en apariencia, sexi y cariñosa con los demás, pero tenía un lado oscuro que solo nosotros conocíamos y que era capaz de disfrazar con caricias y besos que te volvían a llevar de nuevo donde ella quisiera.
La relación de Jorge y Nicole no siempre fue así. Al principio le hice creer que era una chica responsable, que me apoyaba en mis decisiones y me ayudaba a superar mis problemas. La aceptó e incluso pienso que llegó a tenerle cierto cariño. Evidentemente, aquella mentira se había ido descubriendo cuando se percató que, en vez de disminuir mis problemas, estos se habían ido agravando con el paso del tiempo. Yo sabía que ella me arrastraba a aquel mundo engañoso de diversión descontrolada y de falta de responsabilidad y no hacía nada para impedirlo. Me había dejado influir por aquella chica, por aquel cuerpo perfecto, y con ella recorrí los ambientes más oscuros de la ciudad donde fuimos consumiendo nuestra vida entre aquellas sustancias prohibidas noche tras noche. Pero la quería, la quería más que a nada ni a nadie, y eso me hacía defender nuestro amor por encima de todo. A lo largo de mi vida me había dejado manejar por todas las mujeres que desfilaron por ella, supongo que por miedo a la soledad o por falta de amor propio, pero con Nicole se había vuelto algo enfermizo, dejando incluso a mis amigos a un lado, amigos que, por cierto, últimamente escaseaban.
Solíamos coincidir en casa en el descanso para comer. Yo llevaba veinte años trabajando en el mismo sitio, en el polígono de Ferreros, a las afueras. Empecé en aquella carpintería metálica porque mi padre era un íntimo amigo del dueño y desde entonces me había labrado un nombre allí. No es el trabajo que un chaval de dieciocho años desea en su vida, pero me negaba a estudiar y mi padre, que siempre fue una persona muy autoritaria, decidió que era lo mejor para mí, y yo lo acepté. Últimamente, las ausencias injustificadas, el llegar demasiados días tarde y los cambios de humor que provocaba en mí la coca, hicieron que en algunas ocasiones mi jefe me exigiera explicaciones. Yo me inventaba cada vez una excusa nueva, justificando mentiras con otras aún mayores. Esa situación se estaba volviendo ya insostenible; veía peligrar mi trabajo.
El ruido de las llaves sonó a la entrada del piso y, acto seguido, apareció Nikki en el salón con la misma ropa que había llevado los días anteriores. Venía despeinada y sin maquillar, con una expresión de no haber dormido en muchas horas.
—Ya era hora de levantarte, ¿no? —me dijo sentándose en el sofá. Su aliento aún apestaba a alcohol.
—¿De dónde vienes? ¿No has dormido nada? Cariño, ya llevamos dos días con esto, creo que es hora de parar —contesté teniendo en cuenta que al día siguiente debía estar fresco para la conversación con Jorge.
—He ido a por un gramo más, el último —dijo mirándome a los ojos haciéndome un gesto a la espera de mi aprobación—. He cogido el dinero que tenías en la cartera. Ayer me quedé sin nada.
Aquel dinero era lo poco que me quedaba para terminar la semana y me irritó el hecho de que se hubiera tomado la libertad de disponer de él sin consultarlo. Sabía que íbamos a necesitarlo para volver a colocarnos cuando se nos pasaran los efectos de esta última fiesta. Mi papel en esos momentos siempre era el mismo; debía convencerla para que dejara de consumir durante al menos el tiempo necesario para descansar, pero en esta ocasión el agotamiento me había vencido y dormí tanto que dejé que el mono se adueñara de ella sin poder impedirle seguir con su afán de consumir.
—¡Joder, Nikki!, ¿por qué coño pillas sin preguntarme? —Sabía que aquella situación volvería a llevarme al consumo. No podría estar mirando mientras ella se ponía, y menos aún si lo había pagado con mi dinero.
—Tranquilo, mañana te pagaré la mitad, ¿vale? —dijo mientras echaba el contenido de la pequeña bolsa de plástico sobre mi CD favorito de los Red Hot Chili Peppers. Esa era su frase estrella en estos momentos. Falsa, por supuesto, pero una vez más trataba de convencerme y, cómo no, lo consiguió. No necesitaba demasiados argumentos para meterme mi raya. Me había convertido en una persona fácilmente moldeable, sin voluntad.
Nikki hizo un tubo con un trozo de papel, se levantó y se acercó a mí bailando de manera sensual mientras me besaba.
—Venga, tú primero —me dijo al oído mientras frotaba su cuerpo contra el mío y ponía el CD frente a mi cara—. Luego vamos a la cama, no llevo nada puesto…
Sabía perfectamente como atraparme en la tela de araña de sus juegos.
CAPÍTULO 4
«Somos el resultado de lo que hemos pensado, lo que hemos vivido y lo que hemos hecho».
Mahatma Gandhi
El tacto de las baquetas en mis manos golpeando el hi hat y el sonido del bombo a contratiempo me gustaba, sentía que podía hacerlo y me animaba a seguir practicando, sintiéndome convencido de mis capacidades. Lo había aprendido de Jorge. A él le gustaba poner estuches, lápices y todo lo que produjera cualquier sonido encima de su mesa de escritorio para dar grandes conciertos en estadios imaginarios. Yo lo observaba atento, emocionado de poder participar y estar en primera fila. Los ojos de un niño de siete años son esponjas que absorben todo lo que sucede a su alrededor, y viendo a mi hermano tocar con dos lápices Entre dos tierras, despertó en mí la necesidad de ser igual que él. Admiraba todo lo que hacía.
A los quince años pude comprar mi primera batería con la que empecé una afición por la música que continuó hasta llegar a tocar en grandes escenarios en años futuros, en los que me encontraba vivo, lleno de energía y con ganas de comerme el mundo. La compré con el sueldo que conseguía trabajando en La barraca, un bar situado en la barriada de Vallobín, al norte de Oviedo. Este trabajo lo alternaba con el de camarero en eventos sociales. Había empezado a trabajar a muy temprana edad, pese a las peleas que tenía con mis padres. Ellos querían que estudiara, pero no era algo que estuviera en mis planes aun siendo un chaval muy inteligente. Sabía que podía hacer cualquier cosa que me propusiera, siempre que tuviera constancia, y eso era algo que iba innato en mí.
Las relaciones con los demás nunca fueron mi principal atractivo. Desde pequeño me sentí rechazado por mis compañeros de clase. Quizás por ser más tímido, más retraído o, simplemente, porque prefería estar solo. Para un niño de esa edad, el rechazo de los demás puede llegar a convertirse en un serio problema, y más si eres el motivo de críticas, burlas y golpes que van dejando cicatrices en el cuerpo, aunque efímeras, porque las verdaderas se crean en el espíritu y en la mente. Esto me hizo rechazar de manera involuntaria a las personas que me rodeaban y consiguió aislarme.
El instituto fue el comienzo de las malas decisiones que me han acompañado a lo largo de mi vida. Allí conocí a Javier y a Álex, dos chavales evocados al fracaso que me aceptaron como era. Con el tiempo, Álex se había convertido en uno de mis mejores aliados para salir de fiesta. En aquel entonces yo fumaba marihuana, pero la coca no me llamaba la atención, es más, me producía pánico pensar los efectos que podría tener en mí. Cuando los observaba esnifando aquel polvo blanco los miraba incluso por encima del hombro, creyendo que era mejor que ellos.
Mi vida en aquel instituto consistía en pasear los libros de un aula a otra sin saber muy bien qué hacer con ellos y, aunque seguía con mi consumo de marihuana, aún me asentaba sobre unos valores sólidos de honradez y empatía. Fue en el verano del 2001, tras haber suspendido gran parte de las asignaturas, cuando empecé a trabajar en aquella carpintería.
Siempre fui un joven apasionado por el deporte. Practicaba pádel, senderismo, natación e incluso llegué a conseguir alguna medalla en atletismo. Me cuidaba físicamente y presumía de tener un cuerpo ágil y definido. Además, dentro de mis pretensiones estaba aprender a tocar la guitarra, alternándola con los conciertos que por aquel tiempo daba como batería en un grupo de heavy que se hacía llamar Steel Devil.
Fue una noche de feria cuando esnifé mi primera raya en presencia de mis dos compinches. En realidad, me pareció asqueroso el estar vomitando durante el resto de la noche, pero como el tabaco, sigues haciéndolo hasta que consigues acostumbrarte. A partir de ahí mi consumo de alcohol y coca se convirtió en una parte esencial en los conciertos, dándome más energía y calidad como músico. Incluso si no tocábamos, cualquier excusa era buena para buscar al compañero adecuado, capaz de seguir mi ritmo en el itinerario por los diferentes bares de la ciudad.
La muerte de mi padre marcó un antes y un después en mi vida. No era una persona excesivamente cariñosa, pero estábamos muy unidos. Me comprendía y sabía que era muy diferente a mi hermano. Tal vez aquel suceso se convirtió en una de las claves que desarrollaría en mí este comportamiento adictivo y dependiente hacia los demás.
Cuando falleció, Jorge asumió su rol. Su protección y sus consejos siempre me han guiado. Veía en él una red de seguridad y un amigo que nunca me iba a fallar. Me defendía y me ayudaba cuando tenía algún problema. Él siempre fue una persona sana, centrada en su trabajo y en progresar en la vida. Era apreciado por todos y transmitía en sí mismo una seguridad contagiosa. Era consciente de mi adicción y me daba charlas sobre lo que eso podría generar en mí, pero también me salvaba el culo cuando llegaba borracho o colocado a casa. Siempre me costó tomar decisiones y mi inseguridad se dejaba ver cuando intentaba hacerlo, pero ahí estaba él para mostrarme el mejor camino a seguir y darme esa seguridad de la que yo carecía.
Decidí irme de casa poco tiempo después de que se casara con su novia de toda la vida. Sentía que yo también necesitaba mi espacio, mi libertad para empezar a hacer la mía de manera independiente, pero es muy cierto que no estaba preparado aún para eso.
A partir de aquel momento mi vida se convirtió en un torbellino de fiestas, lujos innecesarios, amigos que buscaba y utilizaba para divertirme y mujeres que iban desfilando por ella, como si tuvieran fecha de caducidad en el momento en que las conocía.
La relación con mi madre y mi hermano también empezó a deteriorarse, y las mentiras empezaron a aflorar con mayor rapidez de lo habitual. Tenía que esconder los excesivos gastos de mis diversiones y cada vez me costaba más hacerlo siendo cordial con ellos. La adicción llegó a mí como una gran bola de acero golpeándome en el pecho, rompiéndome, y yo me aferré a ella como mi tabla de salvación ante el malestar de sentirme diferente y, sobre todo, para llenar la sensación de soledad que había arrastrado desde pequeño. No lo hizo de manera rápida, sino que siguió el patrón de la mayoría de las adicciones. En un principio tomaba ocasionalmente en el desmadre de la noche, en el sexo desenfrenado con todas aquellas chicas, para aguantar durante más días de fiesta con mis amigos o, como he dicho anteriormente, para mejorar mi calidad como músico. La subida a la cumbre de la adicción fue a pequeños pasos, pero para cuando quise darme cuenta se había apoderado de mí, haciendo que la bajada a mi mundo más siniestro y dependiente se hiciera a una velocidad vertiginosa.
Mi vida se tornó cada vez más oscura y, lo que inicialmente comenzó como una diversión, entró a formar parte de los más profundo de mí. Ya consumía prácticamente a diario, a todas horas. Daba igual donde fuera o con quién estuviera, necesitaba las drogas para ser yo. Sentía la decepción y el rechazo de los demás a medida que me iban conociendo y se descubrían las conductas negativas y nocivas que iba teniendo en todos los ambientes en los que me movía. Dejé de ser yo mismo, ese muchacho ambicioso, responsable y con ganas de comerme el mundo. En ese punto empecé a manipular a mi familia, amigos y compañeros para conseguir mis propósitos, importándome una mierda si les hacía daño, los hundía o, como en el caso de mi familia, los destrozaba en cada acto violento que tenía hacia ellos.
A veces tengo sentimientos de culpabilidad y vergüenza a partes iguales. También he de reconocer que me cuesta establecer límites con los que me rodean, incluida Nicole, lo que me lleva a una cierta dependencia y a no ser capaz de defender mis propios intereses con ella.
Jorge siempre me observó desde la distancia y estuvo a mi lado en cada caída emocional, en cada nuevo obstáculo que me presentaba la vida o, simplemente, cuando necesitaba un hombro en el que llorar. No me cuesta admitir que siempre tuve una cierta envidia sana de la vida que él había conseguido tener. Tal vez por ser el mayor había tenido ciertas responsabilidades entre las que no cabían mis vicios ocultos. De la manera que fuese, se había convertido en un referente para mí, en un amigo que era capaz de hablarme claramente y decirme lo que pensaba sin tapujos. A decir verdad, era mi único amigo. El resto se había apartado al descubrir mi verdadera personalidad y no aguantaban a un enganchado como yo a su lado que lo único que buscaba era aprovecharse de ellos.
Mientras circulaba por el Bulevar de San Julián de los Prados, destino a mi antigua barriada en Viella, donde habíamos quedado de forma tan apresurada, recordé las tardes de sábados en las que caminábamos y charlábamos por el campo de Matalablima riéndonos y contando anécdotas que nos provocaban una carcajada a ambos. Fueron buenos tiempos, ya pasados, que se habían convertido en disputas entre nosotros, provocadas por mi falta de saber hacer y de conciencia.
Durante el trayecto no paraba de pensar en la conversación que habíamos tenido. No me dijo en ningún momento para qué quería que nos viéramos y eso era algo que me irritaba y me generaba nerviosismo, ya que no había podido prepararme ningún discurso para rebatir lo que me fuera a decir, y en esas condiciones seguro que me iba a pillar fuera de juego. En mi cabeza se agolpaban las ideas, las posibles situaciones que analizaba y en las cuales buscaba una respuesta audaz para salir de aquel aprieto en el que seguramente me pondría. Aquel desconocimiento me irritaba.
Al entrar en mi antigua barriada experimenté una agradable sensación. Me gustaba aquel lugar y me traía muy buenos recuerdos. Estas sensaciones se convirtieron en un nuevo estado de inquietud al divisar aquella cafetería a lo lejos en la que pude distinguir la silueta de mi hermano Jorge sentado en la puerta.
CAPÍTULO 5
«No subestimes el poder de una mano extendida y un oído
dispuesto a escuchar en los momentos difíciles».
Leo Buscaglia
Giré por la avenida San Pedro de los Arcos en la que se encontraba la cafetería Imperial, que desde siempre había pertenecido a Fede, un buen amigo de la familia. Era un señor de unos sesenta años, curtido en la hostelería, que siempre había tenido un bar de barrio donde ofrecía menús para trabajadores de la zona a un precio más que razonable, sin demasiados lujos, pero su trato y amabilidad habían hecho que fuese muy querido en la zona. Nos habíamos criado jugando en ese bar mientras mis padres pasaban grandes ratos en compañía de sus amigos y vecinos. Teníamos un afecto especial por aquel hombre robusto con expresión de pocos amigos, pero en realidad era una persona sumamente cariñosa y simpática. Su mujer, Dolores, nos daba refrescos en secreto después de nuestras correrías y andanzas por el barrio, cuando llegábamos fatigados y sudorosos a pedirle a nuestro amigo Fede unos vasos de agua. Desde hacía algunos años había cambiado los platos combinados y las raciones por cafés y dulces de sobremesa que, según él, daban menos trabajo y no requerían de personal.
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