AMANTE MISTERIOSA - Trish Morey - E-Book

AMANTE MISTERIOSA E-Book

Trish Morey

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Beschreibung

Él la deseaba… Ella lo deseaba… Pero… ¿y el bebé? Durante el baile de máscaras de su empresa, Damien DeLuca se quedó prendado de la misteriosa belleza junto a la que había compartido unas horas de pasión desenfrenada. ¿Pero quién sería aquella mujer? Philly Summers no podía creer que hubiera tenido tan ardiente encuentro con su guapísimo jefe. Ella lo había reconocido inmediatamente, pues llevaba semanas invadiendo sus sueños. Pero Philly había decidido mantener su identidad en secreto… Hasta que descubrió que se había quedado embarazada.

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Seitenzahl: 193

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Trish Morey. Todos los derechos reservados.

AMANTE MISTERIOSA, Nº 1607 - abril 2012

Título original: The Italian Boss’s Secret Child

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0010-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

VAYA día estaba teniendo. Hasta el momento, se había peleado con dos proveedores que le habían fallado y había tenido una acalorada discusión con el director de recursos humanos, que parecía pensar que era buena idea dar a cada empleado una paga extra capaz de igualar el producto nacional de muchos países del Tercer Mundo.

No eran aún las once de la mañana y ya había sobrevivido a varias guerras; era evidente que aquél iba a ser uno de esos días perfectos.

Damien DeLuca tenía reputación de ser un hombre difícil y el empresario más duro y despiadado al sur del Ecuador. Y estaba orgulloso de dicha reputación, al fin y al cabo le había costado mucho tiempo y esfuerzo conseguirla. Como primera generación de australianos, hijo pequeño de unos padres italianos que habían abandonado todo lo que tenían para hacerse una nueva vida en Australia hacía ya treinta y cinco años, Damien había trabajado duro para llegar hasta donde estaba. Desde los humildes orígenes ayudando en la huerta familiar hasta conseguir una beca universitaria a la que le había sacado un magnífico provecho. Siete años después, había abandonado la facultad con dos licenciaturas, un master en gestión empresarial y una amplia variedad de ofertas de trabajo entre las que elegir.

Aquello le había proporcionado el empujón que necesitaba para, dos años más tarde, fundar su propia empresa de software destinado al sector financiero, con la que había dejado atrás a las mismas empresas rivales que habían tratado de contratarlo como empleado.

Unos años más tarde, había absorbido a dos de esas empresas y era reconocido como un innovador de la industria. Ahora las otras compañías lo veían como un ejemplo digno de imitar. No era ningún secreto, no había llevado Delucatek hasta lo más alto siendo indulgente; había logrado todo lo que tenía siendo muy duro, esperando mucho de sí mismo y de sus empleados.

Y lo había hecho solo. No tenía tiempo para socios, ni para compartir el poder de ningún otro modo. Él era el jefe, sencilla y llanamente. Así era como manejaba su vida, tanto en el consejo de dirección como en el dormitorio. Las mujeres que entraban y salían de su vida no tardaban en darse cuenta de ello, aunque a veces alguna pensara que podía cambiarlo, enseguida se daba cuenta de que se equivocaba. Él no las necesitaba.

Damien DeLuca no necesitaba a nadie.

Miró al reloj y frunció el ceño. Enid Crowley, su secretaria personal estaría a punto de volver del descanso con un café para él. Mientras, su director de marketing, Sam Morgan, llegaba tarde a la reunión en la que tenía que presentarle una propuesta para lanzar el nuevo paquete de software de la empresa.

¡Muy tarde!

Damien quitó las piernas de encima de la mesa, sin entender cómo era posible que alguien que necesitara su aprobación para lanzar una campaña de miles de dólares que había definido como radicalmente distinta, no se hubiera dignado a aparecer. Tal comportamiento no auguraba nada bueno para la propuesta. Y aún menos para Sam.

Vaya día. Aquello era lo último que necesitaba en ese momento.

Philly Summers se apretó contra el pecho la carpeta que contenía la propuesta y cerró los ojos para impedir que derramaran las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Quisiera o no, el ascensor tardaría sólo unos segundos en dejarla en el último piso de la Torre DeLuca.

Sam había elegido el mejor día para ponerse enfermo.

En circunstancias normales, Philly habría estado emocionada por que la hubieran llamado para presentar un plan de marketing ante el famoso y temido jefe de Delucatek. Después de tres meses como ayudante de Sam, le había quedado claro que el director de marketing no tenía problema alguno en apropiarse y beneficiarse del trabajo de los demás.

En circunstancias normales, habría pensado que era una suerte tener la oportunidad de presentar un proyecto cuya práctica totalidad provenía de lo que ella misma le había sugerido a su jefe inmediato.

En circunstancias normales…

Pero aquéllas no eran circunstancias normales. Aquel día tenía cosas más importantes de las que preocuparse que de hacia dónde se dirigía su carrera o de tratar de aprovechar las oportunidades que se le presentaban.

Respiró hondo en busca de un poco de fuerza, pero el oxígeno no podía contrarrestar el efecto de aquellas palabras que se repetían una y otra vez en su mente: «Lo siento mucho, pero legalmente no podemos ayudarla. Si estuviera casada…»

¡Si estuviera casada! Eso sí que era una broma. Bryce había arruinado cualquier posibilidad de llegar a estarlo cuando la había abandonado hacía unos meses, apenas una semana antes de la boda. Además, si estuviera casada, no necesitaría los servicios de una clínica de fecundación in vitro, si no que podría haberse quedado embarazada al estilo tradicional.

Pero no estaba casada.

No tenía novio ni perspectivas de tenerlo. No había posibilidad de concebir un bebé, a no ser que recorriera los bares nocturnos en busca de un semental. Se mordió los labios al considerar tal opción; ¿sería capaz de hacer algo así? ¿Merecía la pena llegar a tal extremo para cumplir una promesa hecha a una moribunda?

En su memoria apareció el rostro de su madre, desfigurado por el dolor, aquellas facciones en otro tiempo dulces, se habían endurecido a causa de los estragos de la enfermedad y de la angustia de una pérdida insoportable. Philly sería capaz de cualquier cosa por mitigar el dolor de su madre, por darle alguna esperanza, pero… ¿cómo podría recurrir a una aventura de una noche con un desconocido para cumplir su promesa?

-¡No! -susurró mientras un escalofrío le recorría el cuerpo y su voz retumbaba en el espacio vacío del ascensor. No había más que hablar. Quizá estuviera desesperada, pero tal imprudencia no sería propia de ella. Levantó la mano para secar la lágrima que le bajaba por la mejilla y admitió que probablemente no podría cumplir su promesa.

Quizá tendría que aceptar que no podría darle a su madre el nieto que deseaba más que nada en el mundo… el nieto que necesitaba para volver a sonreír. No era justo pero así era la realidad.

Se iluminó el botón del piso cuarenta y cinco y las puertas se abrieron dándole paso al vestíbulo de la planta de dirección. Philly dio un paso adelante intentando concentrarse en la propuesta que tenía que exponer. Aquella reunión no tenía por qué extenderse mucho, podía defender el proyecto en sólo unos minutos pues, después de haber escrito casi cada palabra que contenía, se lo sabía de memoria.

Después volvería a su despacho y pensaría tranquilamente. No podía rendirse ahora, que todavía tenía tiempo; según el pronóstico de su madre, aún disponía de tres meses para quedarse embarazada. Tres oportunidades de cumplir su promesa. Ya se le ocurriría algo. Tenía que haber una solución.

-¡Sam! Llegas tarde. Pasa.

Aquella voz profunda y cargada de impaciente salió del despacho adyacente a la recepción vacía.

-¡Sam!

Debía de ser él. Sólo había hablado con él una vez, nada más empezar a trabajar en la empresa hacía tres meses, cuando había contestado al teléfono de Sam. Había sido una conversación muy breve, pues Sam le había arrancado el auricular de las manos al darse cuenta de con quién estaba hablando, pero en las pocas palabras que le había dirigido, había podido percibir el poder y la exigencia del hombre al que todo el mundo llamaba el Número Uno.

Se estiró el bajo de su discreto suéter de punto, tratando de no pensar en el comentario que había oído en la cafetería sobre que DeLuca imponía más que el Padrino.

-¡Sam!

Philly se estremeció sobresaltada. ¿Qué demonios se había creído ese tipo? Quizá fuera su jefe, e incluso un genio de los negocios, pero ella no estaba de humor para soportar la prepotencia de nadie. Así que respiró hondo y empujó la puerta del despacho.

Enseguida vio el cuerpo al que pertenecía aquella voz profunda y potente y se quedó paralizada. Aquella figura alta y fuerte tapaba justo el rayo de luz que inundaba la habitación, con lo que se quedaba iluminada como si se pudiera ver el aura que la rodeaba.

Philly ya sabía el aspecto que tenía DeLuca pues lo había visto en multitud de fotografías; conocía aquella mirada calculadora y aquellas cejas pobladas. Tenía un pelo oscuro y unos rasgos que envidiaría cualquier estrella de cine.

Sí, conocía su aspecto, y aun así sintió una especie de descarga que le recorrió la columna vertebral. Ninguna fotografía hacía justicia a su verdadero aspecto, ninguna fotografía la había preparado para aquel rostro que le hablaba de peligro, emociones. Y quizá, sólo quizá, algo más…

Capítulo 2

Y TÚ QUIÉN eres?

La mujer ataviada con un traje marrón oscuro pareció erguirse, tenía la boca abierta como si algo la hubiera sorprendido mientras lo miraba a la cara. Agarraba la carpeta como si de un escudo de defensa se tratara y, a juzgar por el pequeño tamaño de su cuerpo, no estaba de más un poco de protección.

-Tú no eres Sam -dijo él en tono acusador.

Cerró la boca de golpe y levantó la barbilla. Tenía los ojos chispeantes, unas chispas que aumentaron en el momento en el que sus labios esbozaron una sonrisa.

Damien se relajó momentáneamente. Ya no parecía tan poquita cosa con aquella sonrisa. De hecho, era bastante guapa; de un modo nada sofisticado, pero guapa. Desde luego las gafas de carey y el traje marrón sin forma alguna no la favorecían en absoluto.

-Señor DeLuca -dijo ladeando la cabeza y tendiéndole la mano-. Me habían dicho que era un genio. Es obvio que es cierto.

El brillo de sus ojos color avellana le hizo suponer que aquello no había sido un cumplido.

Damien respiró hondo para recuperar el aire que parecían acabar de arrebatarle, mientras ella seguía sonriendo y tendiéndole la mano como si no hubiera un mensaje oculto en lo que acababa de decir.

-Soy Philly Summers, de Marketing. Encantada de conocerlo.

Miró aquella mano que lo esperaba y después volvió a observar la sonrisa fingida de su rostro y supo que estaba mintiendo. Estaba tan encantada de conocerlo como él de ver a la señorita Ratoncillo Marrón en su despacho. ¿Quién demonios se creía Sam Morgan para enviarla a ella? Le estrechó la mano rápidamente y sintió rabia al comprobar que alguien tan diminuto podía tener una mano tan firme.

-¿Dónde está Sam? -le preguntó dándose media vuelta para volver a su cómoda butaca de cuero.

Ella se quedó unos segundos titubeando, como si no estuviera segura de si la habían invitado a entrar, pero por fin dio unos pasos hacia el escritorio.

-Supongo que ahora ya estará en casa. Tiene gripe. Hace media hora casi se cae en su despacho, así que se ha ido a casa en un taxi.

-¿Y a nadie se le ocurrió informarme?

Volvió a ladear la cabeza y frunció el ceño como si pensara que era una grosería preguntarle algo así.

-Pensé que lo habían hecho.

-Pues no es así.

Lo miró unos segundos, parecía a punto de discutir con él, pero después debió de pensárselo mejor.

-En cualquier caso, supongo que lo que importa es que la presentación se desarrolle como estaba previsto. Imagino que tendrá una agenda muy ocupada y quién sabe cuándo volverá al trabajo Sam. Además, necesitamos su aprobación al proyecto hoy mismo si queremos cumplir con los plazos para el lanzamiento del producto.

¿Y creía que tomando la iniciativa iba a impresionarlo?

Pues no se había equivocado, estaba impresionado. Todo lo que decía parecía lógico, ¿entonces por qué se sentía tan ofendido?

¡Porque deberían habérselo dicho!

Muy a su pesar asintió con la cabeza y emitió una especie de gruñido.

-Pero siempre y cuando tenga algo de idea de en qué consiste el proyecto. No quiero perder el tiempo.

Los músculos de su rostro se pusieron en tensión, pero no se movió de donde estaba.

-Haré todo lo que esté en mi mano para no hacerle perder el tiempo. Pero necesitaría utilizar su ordenador, si no le importa. He preparado una presentación en PowerPoint. Está la copia en papel -dijo señalando la carpeta que tenía en la mano-… es sólo para que conste en sus archivos.

Damien se encogió de hombros y le hizo un gesto dándole acceso al ordenador portátil que tenía sobre la mesa.

-Adelante -dijo sin apartarse un milímetro.

Ella se limitó a parpadear. Bien. ¿De verdad esperaría que le facilitara las cosas después de la insolencia con la que había empezado aquella reunión? Si quería utilizar su ordenador, tendría que ir por él.

-Soy todo oídos -la invitó a hablar sonriendo por vez primera. Parecía que había conseguido volverle las tornas a la señorita Ratoncillo. No le extrañaría verla correr a escabullirse en su agujero en cualquier momento.

La vio respirar hondo y siguió el movimiento de su garganta y de su pecho, que se levantó más de lo que habría esperado. Claro que con la chaqueta abotonada hasta arriba, resultaba imposible imaginar qué se escondía bajo aquel traje informe.

-Muy bien -dijo ella rodeando el escritorio hasta colocarse a su lado. Le miró las piernas, que eran una especie de barrera que le dificultaba el acceso al ordenador; pero como si de un objeto inamovible se tratara, se inclinó sobre ellas hasta poder alcanzar el teclado. Algo dulce y afrutado despertó los sentidos de Damien cuando ella se acercó.

Damien se enorgullecía de conocer los nombres de todos los perfumes importantes y sabía catalogar la personalidad de una mujer dependiendo de su aroma. Carmel era una mujer elegante y pulcra que utilizaba un clásico como Chanel N° 5. Alguien cálido y exuberante como Kandy prefería el aroma embriagador de Opium; mientras que Belinda, bella y delicada había elegido Romance.

Pero aquel perfume era nuevo, no se parecía a ningún otro que él conociera. Resultaba tentador y nada sofisticado. Desde luego le iba a aquella mujer como anillo al dedo.

Parecía inocente, pero por lo que había podido ver cuando se había inclinado sobre él, aquella falda escondía formas de mujer. Al volver a ponerse recta, Damien recibió otra oleada de la fragancia. ¿Albaricoque? Olía a albaricoque. Vaya, eso sí era diferente.

¿Qué pretendía ese tipo? ¿No se daba cuenta de que le estaba haciendo un favor? La próxima vez tendría que esperar a que Sam se recuperara de la gripe. Desde luego ella no estaba dispuesta a soportar ese comportamiento precisamente en aquel momento.

Agarró el ordenador y lo colocó en su lado del escritorio para no tener que seguir inclinándose sobre las piernas del jefe. Prácticamente podía sentir sus ojos taladrándole la espalda, inspeccionando su piel hasta hacerla arder; la ponía nerviosa saber que estaba allí, a menos de un metro de ella, observándola detenidamente.

El hecho de que fuera su jefe no hacía disminuir las sensaciones que estaba experimentando en ese instante. Era pura sexualidad que emanaba de él a oleadas. Ni siquiera el modo en el que se repanchingaba tranquilamente en su butaca podía ocultar el poder que contenía aquel cuerpo. Philly estaba acostumbrada a tratar a sus jefes de igual a igual… pero ninguno le había transmitido tanta sexualidad.

Ninguno la había hecho tan consciente de que estaba con un hombre o de que ella era una mujer.

Cambió de postura, incómoda por el camino que habían seguido sus pensamientos y por el hormigueo que le recorría el cuerpo. Desde luego aquel tipo no estaba poniéndole fácil las cosas; quizá por eso nadie había descrito nunca a Damien DeLuca como una persona fácil.

Imposible, arrogante, genio… ésas eran las palabras que había oído asociadas a su nombre. Pero fácil, jamás. Cuanto antes acabara con aquella reunión y pudiera salir de allí, mucho mejor. Si al menos pudiera concentrarse en la presentación.

Lo cierto era que al verlo desde la puerta le había parecido adivinar en él algo más que lo que había oído de él, otro ángulo, otra dimensión. Pero había sido una alucinación. Ahora que su rostro había salido de las sombras, no era más que otro adicto al trabajo guapo, con éxito y sin demasiada habilidad para tratar a sus empleados.

Con sólo mover la cabeza un milímetro, vio la expresión petulante con la que la observaba mientras ella abría el archivo de la presentación. Bueno, quizá la descripción no era del todo justa; en realidad era un adicto al trabajo increíblemente guapo que desprendía testosterona por cada poro de su piel. Eso sí se ajustaba a la realidad.

Tenía que admitir que las fotografías que había visto de él en los archivos de marketing no le hacían justicia. Lo primero que haría al regresar al departamento de marketing sería buscar un buen fotógrafo que supiera sacarle partido al impresionante material del que disponía. Porque, tuviera los defectos que tuviera, era evidente que aquel tipo tenía unos genes envidiables. Sin duda con su aspecto y su cociente intelectual, sus hijos estaban predestinados a ser guapos e inteligentes, igual que su papá.

Quizá lo que ella necesitaba era un tipo como él…

Los dedos se le quedaron paralizados sobre el ratón y la boca se le secó de golpe. ¿Por qué demonios se le había ocurrido algo así? Parecía que su otro problema estaba empezando a afectarle el cerebro. Ahora estaba teniendo fantasías con sus compañeros de trabajo; o al menos con ése. Y tener fantasías con Damien DeLuca precisamente no tenía ningún sentido; estaba completamente fuera de su alcance. Y, aunque no lo estuviera, había oído que era un soltero empedernido y, a juzgar por cómo trataba a la gente, el tipo de hombre al que sería una locura acercarse…

-¿Ocurre algo?

Philly pegó un bote como si la hubieran pinchado con algo.

-No, no -respondió tratando de ocultar el rubor de su rostro que la delataba-. Ya está… aquí está el archivo.

Tardó varios segundos en reunir fuerzas para volver a mirarlo y comenzar con la presentación.

-¿Qué sabes de ella?

Sin levantar la vista del monitor del ordenador, ni dejar de escribir a la velocidad de la luz, Enid respondió con sequedad:

-¿Por qué debería saber algo?

-Porque lo sabes todo de todos los trabajadores de esta empresa, Enid, ya lo sabes.

Siguió sin mirarlo, pero Damien adivinó algo parecido a una sonrisa en sus labios.

-Se llama Philly, diminutivo de Philadelphia, y vive con su madre, que es viuda. Tenía un hermano, pero tengo entendido que murió en trágicas circunstancias.

-¿Algo más? -preguntó Damien enarcando las cejas.

-Tiene veinte siete años, es soltera… aunque parece ser que hace un mes estuvo a punto de casarse pero ocurrió algo. Quizá la abandonaran en el altar.

Sí, eso encajaba. Había tenido la impresión de que, a pesar de su brillante presentación, tenía algo en contra de los hombres.

-Por cierto -siguió diciendo su secretaria-. Ya que ha acabado temprano, quizá le gustaría echar un vistazo a sus mensajes -dijo señalando una pila de notas-. Supongo que el más importante ya no le interesará; Sam dejó un mensaje en mi contestador cuando yo no estaba para decir que no iba a poder venir a la presentación.

Lo que quería decir que Philly no se había equivocado, sí que le habían avisado. Así que ahora no tenía nada que echarle en cara y no sabía si eso le gustaba.

-Muchacha insolente -murmuró apoyándose en la mesa de Enid y agarrando uno de los mensajes-. Aunque la verdad es que ha hecho la presentación de un modo muy profesional. Sam habría tardado tres veces más. Pero creo que no le gusto.

-Usted no le gusta a nadie en Delucatek. Es la personificación del jefe maligno y le encanta serlo.

-Pero a ti sí te gusto, ¿verdad, Enid?

Por fin dejó de teclear un segundo para mirarlo por encima de las gafas.

-Le tengo mucho respeto, eso es cierto. Y tengo que admitir que sin usted mi situación económica empeoraría considerablemente. Pero gustarme, lo que se dice gustarme…

Damien levantó la mano antes de que pudiera decir nada más.

-Está bien -dijo con una sonora carcajada porque sabía que estaba bromeando. Estaba loca por él-. ¿Por qué será que eres la única persona en este edificio que no me toma en serio?

-Alguien tiene que hacerlo -respondió con un gesto travieso antes de volver a centrarse en el teclado.

Entonces miró la nota y la leyó.

-¿A quién se le ocurrió que la fiesta de Navidad de la empresa fuera un baile de máscaras?

-A usted -replicó Enid escuetamente-. Dijo que ayudaría a eliminar las barreras entre los empleados. Y a mí me parece buena idea.

-¿Y tú de qué vas a ir disfrazada, Enid?

-Eso tendrá que averiguarlo durante la fiesta, nadie puede quitarse la máscara hasta medianoche.

Damien se encogió de hombros. En realidad era buena idea relacionarse con los empleados. Si tenía en cuenta el ejemplo del departamento de marketing, había muchas cosas en su empresa que él no sabía no tenía la menor idea de que existiera una mujer con tanto potencial como Philly… Desde luego Sam nunca la había mencionado.

Además sería interesante ver de qué se disfrazaban sus empleados. Algunos no tendrían que pensárselo mucho; ya podía ver a la señorita Ratoncillo Marrón… sólo necesitaba unas orejas rosas y un rabo para resultar completamente convincente.

Capítulo 3

PARECES una princesa!

Philly sonrió e hizo una reverencia antes de entrar al dormitorio de su madre.

-¿No te parece demasiado? La de la tienda de disfraces dijo que estaba muy bien.

-No, querida, no es demasiado, es perfecto. Vas a ser las más bella del baile.

-No sé -dijo pasándose la mano por la larga peluca negra.

-Ah, tengo un perfume que nunca me pongo que le irá muy bien a ese traje -recordó su madre señalando hacia la cómoda.

Philly aceptó la sugerencia y se echó unas gotas en el cuello y en las muñecas. Era un aroma exótico, muy diferente al perfume de albaricoque que solía utilizar ella. Bueno, parecía que aquélla sería una noche de cambios.

Ahuecó los almohadones sobre los que descansaba la espalda su madre para asegurarse de que estaba cómoda antes de llevarle un té. Después se sentó junto a ella y le fue dando las pastillas que tenía que tomarse.