AMANTE Y ESPOSA - Lynne Graham - E-Book
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AMANTE Y ESPOSA E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

Estaba a punto de convertirse en la amante de su marido... Cuando Vivien Saracino se convenció de que Lucca, su millonario marido, tenía una aventura lo abandonó de inmediato. Aunque estaba embarazada de él, no podía vivir bajo el mismo techo que el hombre que le había roto el corazón. Ahora Vivien acababa de descubrir que quizá Lucca no fuera tan culpable como ella había creído y decidió volver a seducirlo para salvar su matrimonio. Pero Lucca no iba a aceptar una sencilla reconciliación. Volvería con ella, pero a su modo... ¡serían amantes!

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Seitenzahl: 203

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Lynne Graham. Todos los derechos reservados.

AMANTE Y ESPOSA, Nº 1581 - abril 2012

Título original: The Mistress Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0002-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

NO ESTABA seguro de que quisieras verlo… -con el tono incómodo de alguien que estuviera disculpándose de antemano por una posible ofensa, el primo de Lucca, Alfredo, dejó sobre el elegante escritorio un periódico sensacionalista.

Un solo vistazo a la sonriente rubia que lucía sus curvas orgullosa bajo los estridentes titulares y Lucca Saracino se quedó helado. Era Jasmine Bailey, la mujer cuyas mentiras tanto habían contribuido a la destrucción de su matrimonio. De acuerdo con las noticias de sociedad del día anterior, había llegado aún más bajo revelando con todo lujo de detalles todo lo que se había atrevido a hacer para conseguir sus quince minutos de fama. En tan desinhibido relato, la ex modelo de publicaciones para hombres confesaba haber inventado la historia de su noche de pasión con el multimillonario italiano Lucca Saracino.

-¡Deberías demandarla! -instó Alfredo con la vehemencia y la poca sofisticación de un recién licenciado en Derecho con ganas de demostrar su potencial.

Sería un esfuerzo inútil, reflexionó Lucca torciendo su amplia y sensual boca en un gesto lleno de sarcasmo. Sabía que no obtendría ningún beneficio arrastrando a los tribunales a aquella golfa barata y con ella, su propia reputación, arruinada hacía ya algún tiempo. Lo que era más, su divorcio estaba a punto de ser definitivo puesto que Vivien, su inminente ex esposa, lo había declarado culpable con una rapidez y una falta de confianza que habría dejado lívido a cualquier marido. Implacable ante cualquier explicación, Vivien había asumido el papel de víctima y había abandonado el hogar conyugal animada por su amargada y ambiciosa hermana, Bernice. Se había negado a escuchar sus continuas declaraciones de inocencia y había optado por dejarlo, a pesar de estar embarazada del que sería su primer hijo. La misma mujer que lloraba a mares con las películas de Lassie se había convertido en piedra ante él.

-¿Lucca…? -intentó Alfredo recuperar su atención rompiendo un silencio que cualquier otro empleado de Lucca habría reconocido como una señal de aviso.

No sin esfuerzo, Lucca suprimió un gruñido de protesta mientras trataba de recordarse a sí mismo que si un muchacho tan poco cualificado como su primo estaba trabajando para él, era únicamente por caridad. Alfredo necesitaba desesperadamente añadir algo de experiencia laboral a su limitadísimo currículum. Lucca había comprobado que era inteligente pero poco práctico, concienzudo pero con poca inspiración, bien intencionado pero sin tacto alguno. Mientras otros levantaban el vuelo, Alfredo seguía caminando con lentitud, a veces de un modo enervante.

-Te debo una disculpa -continuó diciendo el joven evidentemente empeñado en soltar lo que había preparado-. Yo no creí que esa Bailey te hubiera tendido una trampa. Todos pensamos que realmente habías tenido una aventurilla con ella.

Con la confirmación de la poca fe que tenía en él ese sector de la familia, Lucca se tapó los ojos oscuros y tristes.

-Pero nadie te culpó de absolutamente nada -se apresuró a decir-. Vivien simplemente no reunía las condiciones…

-Te recuerdo que Vivien es la madre de mi hijo. No quiero oírte hablar de ella si no es con el respeto que se merece -murmuró Lucca con frialdad.

Alfredo se sonrojó y se deshizo en disculpas. Consciente de que su primo había acabado con su paciencia con tanta estupidez, Lucca le pidió que lo dejara solo. Se puso en pie y se acercó al imponente ventanal que ofrecía unas espectaculares vistas de Londres, pero su mirada estaba enfocada hacia algo más interno y sus pensamientos eran sin duda más amargos que la bella panorámica.

Su hijo, Marco, estaba creciendo sin él en una modesta casa donde no se hablaba italiano. La ruptura y posterior separación de Vivien había sido cualquier cosa excepto civilizada; Lucca había tenido que luchar con uñas y dientes para conseguir ver siquiera a su adorado hijo. Todo el mundo lo había culpado de adulterio debido a las sórdidas declaraciones de Jasmine Bailey y desde un primer momento, sus abogados le habían dejado bien claro que sería imposible arrebatarle la custodia del niño a una esposa de reputación intachable como Vivien. A Lucca todavía le hervía la sangre al pensar que ella, que había arruinado su matrimonio con su falta de confianza, hubiera obtenido la tutela del pequeño sin esfuerzo alguno.

Era consciente de que en su situación se había convertido para Marco en poco más que un visitante ocasional y tenía miedo de que el pequeño se olvidara de él entre visita y visita. ¿Cómo podría un niño tan pequeño recordar a un padre ausente durante un mes? Y desde luego Vivien no estaría dispuesta a hablarle del padre que ella misma le había privado de tener. Ahora al menos se daría cuenta de que no contaba con la autoridad moral que ella misma se había otorgado.

Aquel prometedor cambio le daba fuerzas para continuar y echar a un lado tan inquietantes pensamientos. De pronto sintió una satisfacción poco común en los últimos tiempos, aunque no tardó en considerar la posibilidad de que Vivien no viera la noticia de la confesión de Jasmine Bailey. Su esposa era una intelectual que dedicaba poca atención a los asuntos de actualidad y rara vez leía los periódicos.

Automáticamente, llamó a su secretaria y le dio instrucciones de comprar una nueva copia de la relevante publicación para después mandársela a Vivien acompañada de una carta ofreciéndole sus respetos. ¿Mezquino? No lo creía. Su orgullo herido lo impulsaba a atraer la atención de Vivien sobre la prueba de su inocencia.

Era consciente de que iba a arruinarle el día. Vivien estaba acostumbrada a vivir protegida y una mujer tan ingenua como ella se sentía herida con facilidad. Era de esas personas a las que cualquier problema les quitaba el sueño y sin duda se atormentaría cuando se viera obligada a enfrentarse a la evidencia que demostraba que había juzgado mal a su marido. Quizá la justicia natural estuviera por fin de parte de Lucca, pero nada podría compensarle el sufrimiento.

-Jock, haz el favor de salir… -le suplicó Vivien al pequeño terrier de tres patas que se escondía bajo el aparador.

Jock, cuyo nombre hacía mención a un simpático personaje de dibujos animados, permaneció inmóvil. Le habían negado la oportunidad de hincar los dientes en la pierna del reparador de lavadoras y por tanto, le habían impedido cumplir con su deber de proteger a su dueña de un intruso. Se suponía que los perros no se enfurruñaban, pero Jock solía enrabietarse como un niño cuando se veía privado del placer de echar a los hombres de la casa.

Marco soltó una risotada y se dispuso a gatear bajo el mueble en busca de su compañero de juegos. Pero Vivien se lo impidió, aquellos enormes ojos marrones se abrieron de par en par y empezó a dar manotazos para librarse de los brazos de su madre. Cuando vio que no lo conseguía, gritó contrariado.

-No -le dijo tranquila pero tajantemente. Después de una reciente humillación sufrida en el supermercado, no le había quedado otro remedio que llegar a la conclusión de que tenía que aprender a controlar los ataques de genio de su hijo.

«¿No?» Marco miró con evidente perplejidad a la mujer de pelo claro y grandes ojos verdes llenos de ansiedad. Rosa, su niñera, utilizaba con frecuencia aquella desagradable palabra, y también su padre. Pero sabía que su madre lo adoraba y detestaba negarle nada. De hecho a sus dieciocho meses tenía todos los instintos de un tirano que había descubierto que únicamente necesitaba algunas respuestas básicas para obtener el triunfo en cualquier situación: cuando le frustraban algún plan, sólo tenía que agarrar un buen berrinche hasta que le dieran lo que quería. Así que empezó a respirar hondo preparándose para gritar y patalear.

Con apenas su metro sesenta de delgada estatura, Vivien se limitó a dejar al pequeño en el parquecito, pues ya había comprobado más de una vez lo difícil que resultaba sujetarlo cuando el mal genio se apoderaba de él. Después del día en que se le cayó de los brazos, había decidido que en esas situaciones lo mejor era soltarlo.

-¡Este niño está muy mimado! -le había dicho su hermana Bernice en aquella ocasión, y lo había hecho con tan evidente desagrado, que la tierna y maternal Vivien se había sentido herida.

-Exigente el pequeñajo, ¿no? -había comentado con desaprobación Fabian Garsdale, su amigo y compañero del departamento de botánica-. ¿No has pensado en enseñarle un poco de disciplina?

-Tienes que ser firme con él -le había recomendado Rosa después de que Vivien insistiera en que le explicara por qué el niño no se comportaba de ese modo con ella-. Marco puede llegar a ser muy terco.

Vivien hizo el pino junto al parque. Una distracción a tiempo podía hacer maravillas para cortar sus rabietas. Y así fue, el pequeño se quedó a medias en el llanto para echarse a reír sorprendido ante las piruetas de su madre.

Vivien lo levantó en brazos y lo estrechó con fuerza mientras parpadeaba para eliminar las lágrimas de sus ojos. Todo el amor desesperado que había sentido una vez por Lucca había sido transferido a su hijo. Estaba convencida de que sin Marco se habría vuelto loca de dolor tras el fin de su matrimonio. Las necesidades del niño la habían obligado a enfrentarse a la dura realidad y a inventar una nueva vida para los dos. Pero el sufrimiento que le había provocado la traición de Lucca seguía clavado dentro de ella y tenía que vivir con él día tras día. Siempre había sentido las cosas de un modo muy hondo y ya de niña había tenido que aprender a ocultar la intensidad de sus emociones tras una aparente tranquilidad. De otro modo hacía que los demás se sintieran incómodos.

El ruido de un coche acercándose a la casa por el camino de grava anunció el regreso de Bernice. Jock asomó la cabeza por debajo del aparador, dio un solo ladrido mirando con nerviosismo a la puerta y volvió a esconderse. Un segundo después, se abrió la puerta para dar paso a la mujer alta y castaña que habría resultado preciosa de no ser por la dureza de sus ojos verdes y por su mandíbula siempre apretada en un gesto de descontento.

Indiferente a la entrada de su tía, seguramente porque Bernice jamás le prestaba atención si no era para quejarse de su inmaduro comportamiento, Marco bostezó y dejó caer la cabeza sobre el pecho de su madre.

-¿No debería estar echándose la siesta? -preguntó Bernice irritada al ver al pequeño.

-Estaba a punto de subirlo a su dormitorio -Vivien subió las escaleras preguntándose si el mal humor de su hermana habría sido ocasionado por otro disgusto profesional, lo que le recordó que ella misma tampoco se encontraba en una buena situación económica.

Habría sido cruel sermonear a Bernice sabiendo que tenía que luchar con fuerza para sobrevivir sin champán, caviar y todo ese tipo de lujos. Vivien también se sentía culpable porque era consciente de que su negativa a aceptar ningún apoyo económico de Lucca más que el estrictamente esencial para mantener al niño era la razón principal de sus números rojos. Había puesto su orgullo por encima del sentido común y ahora estaba pagando las consecuencias.

Al menos la casa en la que vivía era pequeña y barata de mantener. Por supuesto, Bernice era de la opinión de que parecía una casa de muñecas; pero en los oscuros días que había pasado sola, a punto de dar a luz y luchando por soportar la vida sin Lucca, aquella pequeña casa se había convertido en una especie de refugio. Además, estaba situada en una bonita zona de campo cercana a Oxford, en cuya universidad Vivien trabajaba tres días a la semana como tutora en el departamento de botánica. Con sus dos dormitorios, tenía el tamaño perfecto para una madre y su único hijo; pero se quedaba algo corta cuando surgía la necesidad de alojar a otro adulto. No obstante, Vivien estaba encantada de tener allí a su hermana y sólo esperaba que tuviera en cuenta la posibilidad de buscarse un lugar más amplio en un futuro cercano. Pero quién habría pensado que la boutique londinense de Bernice acabaría teniendo que cerrar. Su pobre hermana lo había perdido todo: su moderno apartamento en la zona cara de la ciudad, su coche deportivo… por no hablar de la mayoría de sus sofisticados aunque volubles amigos.

-¡Ni te molestes en preguntarme qué tal me ha ido la entrevista! -advirtió su hermana cuando Vivien volvió de acostar al pequeño-. Esa vieja bruja prácticamente me ha acusado de mentir en el currículum. Pero yo ya le he dicho lo que podía hacer con su asqueroso empleo.

-Vamos -trató de decir Vivien algo desconcertada-… Seguro que no te acusó de mentir.

-No ha hecho falta… ha empezado a preguntarme cosas en francés y yo no sabía qué demonios me estaba diciendo -narró Bernice furibunda-. Yo sólo había puesto que tenía conocimientos de francés, ¡no que fuera bilingüe!

Aunque no tenía la menor idea de que su hermana mayor hubiera estudiado francés en su vida, intentó calmarla con palabras de consuelo y comprensión. Pero Bernice no apreció tal intento.

-¡La culpa de que me hayan humillado así la tienes tú!

-¿Yo? -preguntó Vivien desconcertada.

-Todavía estás casada con un hombre increíblemente rico y sin embargo nosotras nos morimos de hambre -explicó con tremenda amargura-. Siempre estás quejándote del poco dinero que tienes y haciendo que me sienta culpable… Estoy buscando trabajos que están muy por debajo de mi nivel, mientras que tú te pasas el día sentada en casa cómodamente mimando a Marco como si fuera un príncipe.

Vivien estaba horrorizada por el profundo resentimiento que estaba mostrando su hermana y se sentía responsable.

-Bernice, yo…

-Siempre has sido muy rara, Vivien. ¡Echa un vistazo a tu vida! -continuó diciendo con igual desprecio-. Vives aquí en mitad de la nada, con un perro monstruoso y tu precioso hijo y jamás haces nada ni vas a ningún sitio que merezca la pena. Tienes un trabajo aburrido, una vida aburrida, siempre has sido la persona más aburrida que conozco. ¡No me extraña que Lucca tuviera una aventura con aquella rubia tan sexy! ¡Lo que es un misterio es que alguna vez se casara con alguien tan insignificante como tú!

Vivien observó consternada el final de tan terrible diatriba y la salida explosiva de su hermana. Enseguida se apresuró a almacenar todas aquellas palabras en el subconsciente mientras acariciaba a Jock, que se había echado a temblar por efecto de unos gritos a los que no estaba acostumbrado. Trató de recordarse que Bernice estaba pasando un mal momento que habría sacado de sus casillas a cualquiera. Nadie sabía mejor que Vivien lo duro que era construir una nueva vida sobre las cenizas de la pérdida y la destrucción. Y resultaba especialmente difícil para Bernice, que nunca había tenido que renunciar a nada, acostumbrada a unos privilegios que siempre había disfrutado sin preguntarse por qué.

Sin embargo Vivien había crecido creyéndose una persona afortunada. Sus padres biológicos habían fallecido en un accidente de coche cuando ella era sólo un bebé, pero pronto la había adoptado la acomodada familia Dillon. Su única hija, Bernice, tenía por aquel entonces tres años y la pareja había decidido adoptar otra hija para que a su niña nunca le faltara compañía.

Nadie la había tratado mal en la familia Dillon, pero Vivien sabía que no había respondido a las esperanzas del matrimonio de que se convirtiera en el alma gemela de Bernice. Entre ellas nunca había habido nada en común y la diferencia de edad nunca había hecho más que intensificar su disparidad. Consciente de su fallo, Vivien había crecido con la sensación de ser una continua fuente de decepciones para la familia. Los Dillon habían esperado que Vivien se convirtiera en una señorita femenina como Bernice, a la que le habían encantado la moda, los caballos y el ballet antes de interesarse por los hombres y la intensa vida social. Sin embargo Vivien siempre había sido tímida, introvertida y resultó ser también la más torpe de la clase de ballet. Los caballos la habían aterrado sólo un poco menos que los hombres, lo que la había hecho huir de las fiestas como de la peste. Se había convertido en un ratón de biblioteca desde el momento en el que había aprendido a leer; y sólo se había sentido segura de sí misma en el mundo académico, donde su inteligencia siempre había sido recompensada con notas inmejorables. Sin embargo los logros conseguidos en ese terreno no habían hecho más que incomodar a sus padres, que encontraban anormal que una joven de su edad estuviese tan interesada en estudiar.

Su madre había fallecido de un ataque cardiaco cuando Vivien tenía diecisiete años y su padre había muerto cuando ella estaba en la universidad, después de varios meses de una seria crisis económica. Para Bernice había sido todo un golpe tener que vender la casa y las antigüedades de los Dillon, que siempre había creído que acabarían siendo suyas algún día. Viven no había sabido cómo consolar a su hermana por tal pérdida.

El estridente timbre de la puerta la sacó de aquel repaso de sus fracasos como hija y hermana adoptiva. Un mensajero le entregó un paquete y se volvió a marchar rápidamente.

-¿Qué es? -le preguntó Bernice mientras ella miraba atónita la elegante tarjeta en la que enseguida había distinguido la letra de su marido.

-No lo sé -Vivien frunció el ceño confundida al ver el periódico, ya que había dado por sentado que sería un regalo para Marco.

La confusión se tornó en ira en cuanto reconoció a la exuberante rubia que prometía contar todos sus secretos en la página cinco. Mientras pasaba las hojas se le iba haciendo un nudo en la garganta y un sudor frío le empapaba las manos. ¿Por qué iba Lucca a ser tan cruel de mandarle un artículo sobre Jasmine Bailey? Siguió buscando la página que le importaba haciendo caso omiso a la insistencia de su hermana para que le dejara ver el periódico.

Por fin encontró el titular «SOY RICA GRACIAS A LAS MENTIRAS» y leyó el artículo a doble página sin pestañear siquiera. Con una increíble falta de vergüenza, Jasmine confesaba que la historia de su fugaz aventura con Lucca no había sido más que una efectiva mentira elaborada con el propósito de hacerse famosa y de que la invitaran a las fiestas de sociedad. La noche de pasión desenfrenada que la modelo había relatado sólo dos años antes había sido pura invención.

Vivien se quedó petrificada, una especie de aturdimiento se había apoderado tanto de su cuerpo como de su cerebro. ¿Jasmine Bailey se lo había inventado todo? ¿No había sido más que una cruel mentira? De pronto tenía la sensación de haberse quedado hueca. Lucca no la había traicionado, él no había mentido y ella… ¿Y ella? Ella había preferido pensar lo peor de él y se había negado a aceptar sus explicaciones. Le había dado la espalda a su marido y a su matrimonio. Aquella agonía la estaba devorando viva. Era como caer en un abismo.

-Me equivoqué… Juzgué mal a Lucca…

-¿Que hiciste qué? -preguntó su hermana casi gritando, al tiempo que le arrancaba el periódico de las manos con evidente impaciencia.

Vivien se pasó la mano por la frente cubierta de sudor. La culpabilidad hacía que le retumbaran las sienes y tenía la sensación de no poder afrontar la enormidad de su error. Aquella confesión la había golpeado como golpeaba una piedra contra un cristal haciéndolo pedazos. El mundo que había reinventado se le derrumbaba. En una décima de segundo, había pasado de ser una mujer que creía haber actuado correctamente abandonando a su marido infiel a convertirse en una que había cometido un tremendo error con el que había hecho daño al hombre al que amaba y a su querido hijo.

-¿No irás a creerte esta basura? -inquirió su hermana en tono despreciativo-. Ahora que los medios no le hacen ni caso, Jasmine Bailey haría o diría cualquier cosa para que su nombre volviera a los titulares.

-No… su historia coincide exactamente con lo que Lucca me dijo en su momento, pero… -su voz fue perdiendo fuerza hasta quebrarse con la llegada del llanto que ella luchaba por contener-. Pero yo no quise escucharlo…

-¡Claro que no lo escuchaste! -la interrumpió su hermana-. Eras demasiado sensata como para escuchar sus mentiras. Sabías que, antes de casarse contigo, era un reputado mujeriego. ¿Acaso no intenté yo avisarte?

Mucha gente había intentado prevenir a Vivien para que no se casara con Lucca Saracino; de hecho nadie parecía haberse alegrado de su unión. Ni la familia de él ni la de ella. Todos se habían sorprendido de su decisión y habían dudado de que hubiera muchas posibilidades de que tan extraña pareja tuviera éxito. Hasta los que se suponía que les deseaban lo mejor le habían dicho a Vivien que era demasiado tranquila, demasiado reservada y estudiosa y demasiado poco apasionada para un hombre tan sofisticado como Lucca. Ella había escuchado todos aquellos preocupados consejos que habían conseguido hacerla sentirse insegura incluso antes de la boda. Sin embargo al final del día, Lucca sólo había tenido que chascar los dedos para que ella acudiera corriendo contra viento y marea. Lo había amado más que a su propia vida y se había sentido desprotegida e indefensa ante el poder de aquel amor.

-De todos modos, ahora ya estás prácticamente divorciada -le recordó Bernice duramente-. Nunca deberías haberte casado con él. Erais totalmente incompatibles.

Vivien no dijo nada, tenía la mirada perdida en el vacío, inmersa en un torbellino de sentimientos. Lucca no la había traicionado en los brazos de Jasmine Bailey. La chabacana rubia se había colado en el yate de Lucca, recordó Vivien. Haciéndose pasar por una estudiante, Jasmine había conseguido que uno de los invitados de Lucca la contratara para servir de acompañante a su hija en el crucero y al mismo tiempo ayudarla a practicar inglés. Y cuando aquellas detalladas confesiones habían salido a la luz, nadie se había sentido en posición de confirmar o contradecir tales afirmaciones. Nadie excepto Lucca…

Vivien sintió una náusea. Había castigado a su marido por un pecado que no había cometido, en lugar de tener fe en el hombre con el que se había casado. Lucca era inocente, lo que significaba que toda la agonía por la que ella había pasado en los dos últimos años había sido exclusivamente por su propia culpa. Aquélla era una realidad muy dura de aceptar de repente, pero Vivien tenía la suficiente humildad para aceptar su error y dar el paso más importante, disculparse por el daño que le había infligido a Lucca. Sabía perfectamente qué era lo que debía hacer.

-Necesito ver a Lucca… -murmuró enseguida.

-¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho? ¿Para qué demonios necesitas ver a Lucca?

Vivien se encontraba en estado de shock y a pesar de estar actuando con el piloto automático, la aplastante necesidad de ver a Lucca la guiaba como una antorcha en mitad de un túnel oscuro. Hacía casi dos años desde la última vez que lo había visto, pues desde entonces los abogados se habían encargado de todo el proceso legal y una niñera era la que recogía a Marco para llevarlo con él. La acomodada situación económica de Lucca le había permitido no tener que tolerar ningún encuentro personal con su mujer después de la separación.

-Tengo que verlo -mientras hablaba, Vivien estaba ideando torpemente la manera de desplazarse a Londres. Como aquel día le tocaba trabajar, Rosa estaba a punto de llegar para cuidar a Marco y se quedaría allí hasta las seis de la tarde-. ¿Vas a salir esta noche?

-No… no lo he pensado -respondió Bernice sorprendida por el súbito cambio de tema.

-No sé a qué hora conseguiré ver a Lucca. Seguramente no sea una de sus visitas más esperadas, así que supongo que volveré tarde -le explicó con ansiedad-. Puedo pedirle a Rosa que se quede un poco más y acueste a Marco. ¿Podrás tú cuidarlo hasta que yo vuelva?

-Si vas a ver a Lucca, cometerás el mayor error de tu vida -vaticinó Bernice con vehemencia.

-Tengo que disculparme… es lo menos que puedo hacer.

En el tenso silencio que se hizo en la habitación, apareció una luz que iluminó a Bernice.

-Quizá no sea tan mala idea. Podrías aprovechar la oportunidad para decirle que estás completamente arruinada…

-¡Jamás podría hacer eso! -saltó Vivien de inmediato.

-Entonces yo no podré cuidar de Marco -contraatacó su hermana sin titubear.

La rabia y la vergüenza luchaban dentro de ella.

-Está bien… mencionaré el tema y veré si puedo hacer algo…