Amarrados al puerto - David Martínez Balsa - E-Book

Amarrados al puerto E-Book

David Martínez Balsa

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Beschreibung

Las relaciones entre adolescentes de un grupo escolar, y de estos con sus familias, durante el aislamiento a que obligó la covid-19, son el hilo conductor de historias donde las diferencias entre personajes llegan a parecer insuperables. ¿Lo son en realidad? Si te decides a navegar estas páginas, tal vez te sientas identificado —o identificada— con algunos de sus protagonistas, y quién sabe si hasta te ayude a solucionar un conflicto, a descubrir que siempre hay una manera de no permanecer Amarrados al puerto.

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Seitenzahl: 68

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Jurado: Janina Pérez de la Iglesia

José  Manuel Espino

José Raúl Fraguela

Edición: José Raúl Fraguela Martínez

Diseño: Víctor Enrique Sánchez Silveira

ilustrador: Ledis Sanregré Pelegrín, Ledisan

Composición: Marisol Ojeda Cumbá

Conversión a ebook: Madeline Martí del Sol

 

 

© David Martínez Balsa, 2022

© Sobre la presente edición:

Editorial El Mar y la Montaña, 2024

 

 

ISBN 9789592752818

 

 

Editorial El Mar y la Montaña

Calixto García # 902 e/ Emilio Giró y Crombet

Teléfono: 21 32 8417

[email protected]

 

Tabla de contenido
El celular de Albertico
La reina Wanda
Roque y el asunto del abuso
Tomás o Sheldon Cooper
Tijeras para Enma
Sandra, la chica selfie
El plan de Carlos
Leo
Sobre el autor

Siempre a la familia, por la fe y el sostén.

A mis sobrinos.

A los niños, por seguir despertando la sonrisa en medio de tanto caos.

Y a mi padre, eterno dueño de todos los libros de este mendigo.

Hay un solo niño bello en el mundo y cada madre lo tiene.

José Martí

 

La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño.

Friedrich Nietzche

 

Los niños comprenden a la gente mucho mejor que los mayores adiestrados que estudian el comportamiento humano.

Eric Berne

 

El celular de Albertico

Alberto —Albertico para las personas mayores, Albe para sus socios y Bertico para las hembras— quiere un celular más que nada en este mundo. No le importan ni la marca ni el tamaño, solo que coja la 4G; así dispondrá de más megas y velocidad de conexión. Al principio había una lista de razones para poseer un celular, oír música y ver películas sobre todo, pero todas se apretujaron hasta conformar una sola, gigante y persuasiva. Y es que Alberto, a sus once años, es todo un hombre, pues tiene novia; no una de mentirita, como las que Rodolfo siempre anda inventándose. No, la suya es de verdad, de carne y hueso, y con el lío este de la pandemia hace rato no la ve.

Con un celular el mundo entero se arreglaría.

Cuando su papá llega del trabajo, en el niño se activala misma inquietud de siempre, esa que lo anima a soltar la pregunta, pero se mantiene callado, un par de decepciones lo enseñaron a resistir las ganas de preguntar. En su silla delante del televisor, siente el beso del padre en la cabeza, le dedica una sonrisa y finge estar demasiado atento a los muñequitos como para andar en saludos, mucho menos preguntando por celulares ni nada de eso. Ya él es un hombre y sabe ser paciente. Si le dijeron “espera”, pues a esperar se ha dicho. Pero su corazón late muy aprisa, lo desconcentra y vuelve a los muñequitos, inútiles en su propósito de calmarle la intranquilidad.

Su papá deja la sala y camina por el pasillo. Albertico salta del sofá y se voltea, dispuesto a ceder. En el último instante recuerda la advertencia: “Si me vuelves a hablar del dichoso celular, te juro que no te lo compro”. Las palabras lo empujan al sofá. El padre sale de su habitación, los pantalones y la camisa del trabajo desaparecieron: ahora usa short y camiseta; sus pies, libres de los zapatos, descansan en unas chancletas azules. Llega al fondo de la cocina, donde la mamá de Albertico prepara la comida. Empiezan a charlar y durante varios minutos el niño afina el oído: ¿discutirán algún tema relacionado con el celular? Tras oír mucho la palabra trabajo, el pequeño desiste de sus funciones de espionaje.

Piensa en Wanda, su novia. Está en un aula distinta a la suya y fue ella quien se acercó a él. Claro, envió una emisaria. “Las reinas siempre mandan mensajeros”; se dijo Albertico cuando recibió de boca de la amiga la declaraciónsutil del interés de Wanda en él. Una semana después, erannovios y habían intercambiado varios besos que movieron a un segundo plano intereses como videojuegos, películas o dulces. Pero, casi al mismo tiempo que se formalizaba el noviazgo, la escuela cerró por lo del coronavirus.

Alberto conocía bastante de la pandemia, gracias a sus padres y a los comentarios que circulaban en la escuela, en el barrio, bueno, por todos lados. Se pegaba fácil y algo tan simple como una tos o un estornudo se volvía peligroso. Lo mejor era andar con nasobuco, lavarse las manos con cloro y mantener las distancias. Eso era lo peor, lo de las distancias.

Y la cosa no iba muy bien, no si andaban cerrando escuelas. Muchos niños se alegraron por ello, lo vieron como una especie de vacaciones adelantadas. Sin embargo, para la estrenada pareja fue la súbita aparición de un muro entre ambos que solo les permitía hablar, sin verse. Por suerte Wanda tenía teléfono y en la misma cuadra de Albertico había uno público. Aun así transcurrían las semanas y el tiempo se dilataba demasiado, más aún porque era imposible salir a la calle a mataperrear, pues si lo agarraban, les ponían una multa a sus padres.

Durante una de sus charlas, Wanda le comentó que su hermana tenía un celular, por el cual podía ella conectarse. Entonces, la idea golpeó a Albertico: necesitaba un móvil. Así no tendría ni que salir de la casa y arriesgarse a un tropiezo con el coronavirus o un policía que lo regresara y de paso multara a sus padres. Podían hablar cada uno desde su cuarto, y hasta era posible verse si utilizaban las video llamadas. Llevó la propuesta al ser más dulce, comprensivo y bello del mundo: su mamá. Y ella le prometió el celular.

Y así ha llegado hasta el atardecer de hoy Albertico, quien intenta tragarse la dichosa pregunta mientras hunde la cuchara en el plato de comida que tiene frente a él en la mesa. Ya se bañó y no ha mencionado ni una sola vez el tema celular. Hoy su padre luce más serio de lo habitual, apenas contesta a las preguntas de la mamá y no habla, solo come. Los tres ven juntos la novela y, alrededor de las diez, Albertico se acuesta. Pero al cabo de media hora de luchar con las sábanas, en busca del sueño que se le esconde, el niño decide arriesgarlo todo. Sabe el único remedio para el insomnio: una respuesta. Se levanta y va en dirección al cuarto de sus padres.No soporta otro segundo este silencio, necesita una respuesta. Necesita su celular.

Se acerca a la puerta entreabierta y, a punto de darle un empujón, escucha la voz:

—De verdad que no sé, Dayana, no sé —es su papá.

La rendija en la puerta solo permite a Albertico ver los pies desnudos de sus padres, encima de la cama. Permanece allí, la cabeza inclinada, oyendo:

—Todavía no sabemos qué pasará, mi amor —dice la mamá.

—Sí lo sabemos —explotó de repente el papá, aunque bajó la voz enseguida—. Ya tuvieron que virar para atrás todo en La Habana por la barbaridad de casos que salieron después de la primera fase. Ahora estamos trancados de nuevo, sin transporte. Y el director declarando a más gente interrupta.

—¿Tú no hablaste con él?

—Sí, pero dice que ahora hay que mantener o aumentar la cantidad de personas que mandan para la casa, y a mí no pueden ponerme a distancia porque soy chofer, no hay plazas donde reubicarme. Interrupto es lo que queda.

Albertico se eriza; nunca entendió muy bien el significado de esa palabra: “interrupto”; pero sabe que es malo, o al menos eso han dicho sus propios padres, en más de una ocasión: “En estos tiempos lo peor que le puede pasar a un trabajador es que lo manden interrupto para la casa”. Y ahora su papá es uno de esos.

Su papá vuelve a estallar:

—¡Coño, a qué buena hora le da por venir a joder a la pandemia esta!