Amor en tiempos de dictadura - Nubia Solà Aliaga - E-Book

Amor en tiempos de dictadura E-Book

Nubia Solà Aliaga

0,0
8,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

De la dictadura que los chilenos vivieron a partir del 11 de septiembre de 1973 se han escrito numerosos libros, centrados en los hechos históricos y en la constante violación a los derechos humanos sufrida por los opositores al gobierno de Augusto Pinochet. Muchos de ellos fueron asesinados, encarcelados, o vivieron la represión, violencia, miedo y exilio durante esos diecisiete años. Dentro de esa historia ya contada, lo que no se ha relatado son las historias de amor vividas en esa época, muchas veces en la clandestinidad. Amor en tiempos de dictadura es en una recopilación de diez testimonios reales tanto de parejas que siguen juntas, como de otros que se distanciaron, o que habiendo quedado solos aún se niegan a olvidar ese amor que compartieron en uno de los momentos más duros de sus vidas.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 194

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Amor en tiempos de dictaduraAutora: Nubia Solà Aliaga Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago, Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: marzo, 2022. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° A-274879 ISBN: Nº 978-956-338-563-2 eISBN: Nº 978-956-338-564-9

Para mi tata Roberto,quien supo enseñarme sobre la historia,sin rencores, sin prejuicios y sin odio.

Y para mi abuela Nubia, un ejemplo de mujer, de madre, abuela y bisabuela.Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Pablo Neruda

Nota histórica

El 11 de septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas de Chile dieron un golpe de Estado bajo el mandato del comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet Ugarte. Este culminó con la caída del Gobierno de Salvador Allende, así como con los asesinatos de opositores, represión, violencia, miedo y violación a los derechos humanos durante diecisiete años.

Desde que retornó la democracia en 1990, se han entregado tres informes oficiales sobre las víctimas que dejó la dictadura. El primero fue el Informe Rettig, emitido por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, creada en 1990 por el presidente Patricio Aylwin. Este documento fijaba en 2.279 los casos de violaciones a los derechos humanos, de un total de 3.550 denuncias recogidas.

Posteriormente, en 2004, se publicó el informe de la Comisión Nacional sobre Prisión, Política y Tortura, conocida como Comisión Valech, creada por el presidente Ricardo Lagos con el fin de esclarecer la identidad de las personas que sufrieron privación de libertad y torturas por razones políticas, a manos de agentes del Estado o de personas a su servicio, entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1990. Sus resultados fueron de vital relevancia para el país, ya que por fin permitían dimensionar el verdadero impacto de los crímenes de la dictadura. El documento consignaba 27.255 víctimas. Poco después, tras un período de reconsideración de datos, se añadieron 1.204 casos, con lo que la cifra quedó en 28.459.

En el 2009, con el objetivo de profundizar la investigación y dar cabida a nuevas denuncias, la presidenta Michelle Bachelet creó una segunda Comisión Valech. Un año más tarde, se publicaron los resultados: al monto anterior se agregaron 9.798 nuevas víctimas, con lo que se superaron los 38.000 casos consignados de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar.

Informaciones recogidas del Instituto Nacional de Derechos Humanos y de la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación.

Prólogo

Uno de los grandes hitos del siglo XX que marcó al país es el golpe de Estado de 1973. Yo, sin embargo, no fui testigo directo de la dictadura. Nací en el 90’, con Patricio Aylwin al mando del país y una democracia en auge. Por eso, cuando surgió la idea de hacer este libro, nacieron también dudas, e incluso miedos, de que las cosas no resultaran como lo había pensado. Es fácil caer en lo típico: recrear los crímenes que se cometieron, lo difícil que era vivir en un mundo clandestino, y cómo el miedo se hizo parte del día a día de muchas personas.

Yo quería hacer algo distinto. Mi visión era mostrar un aspecto del alma humana que muchas veces se deja de lado, pese a ser uno de los fenómenos más importantes y a la vez recurrentes en nuestras vidas: el amor. Ese sentimiento que se refleja, desde que nacemos, en los lazos que entablamos prontamente con nuestros padres, hermanos, abuelos y tíos, y que va mutando de a poco en la adolescencia, cuando empezamos a sentir, por primera vez, un cariño especial por otra persona –¡alguien que hasta hacía poco no era siquiera parte de nuestras vidas! Esa emoción, tibia e inocente en un principio, con el tiempo se transforma en algo capaz de mover lo que sea. Es entonces cuando nacen los sueños; cuando las personas se abren de pronto a la idea de compartir su vida con alguien más, de formar una familia, de envejecer juntos hasta, como muchos aspiran, que la muerte los separe.

Amor en tiempos de dictadura viene a mostrar esa realidad que vivieron muchos chilenos cuando se vieron en un espacio y tiempo en que tenían que vivir el amor, sin importar de qué manera fuese.

Muchos me preguntaron: “¿Por qué hablar del pasado?”. “¿Por qué volver a tocar este tema?”. La respuesta es que como periodista siempre he sentido una responsabilidad social. Se quiera o no, los comunicadores tenemos el deber de informar a las personas, de manera que cada uno pueda armarse su propio juicio sobre la información entregada. En este caso, creo firmemente que un país sin pasado no tiene un futuro: jamás aprenderá de los errores cometidos, ni tampoco de los logros alcanzados. Es importante dejar grabado, en los testimonios de los ciudadanos, aquello que sucedió; contar cómo personas comunes y corrientes hicieron muchas veces lo imposible por mantenerse con vida, mantener a sus familias y a sus amores, aunque en ocasiones eso significara ser más fiel a sus sentimientos que a su propia racionalidad.

Amor en tiempos de dictadura es una recopilación de diez testimonios reales, de parejas que siguen juntas y de otros que terminaron solos, que se distanciaron, y que aún se niegan a olvidar ese amor que compartieron en uno de los momentos más duros de sus vidas. Entrevisté a personas que se emocionaron, lloraron e incluso se enojaron al recordar aquellos tiempos en que se enamoraron y vivieron un amor que muchas veces terminaron perdiendo. Los relatos son enteramente verídicos, y corresponden a entrevistas que se realizaron personalmente a cada uno de sus protagonistas.

Así, los testimonios reunidos en este libro intentan desviar, al menos por un momento, esa atención que décadas de publicaciones han centrado en el debate político de la dictadura, para iluminar otro ángulo de la historia. Son relatos sobre el amor y la fuerza sobrenatural que tiene en nuestras vidas; sobre cómo somos capaces de aguantar hasta lo impensado con tal de proteger a otro, sea en el contexto que sea.

Sin importar la tendencia política del lector de estas líneas, tengo la certeza de que será capaz de reconocer el precioso valor de estos testimonios, narrados en primera persona. Son historias de gran humanidad que marcaron vidas, que provocaron alegrías, tristezas, risas y llantos, y que demuestran que el amor es una fuerza y coraje, en cualquier tiempo o contexto, capaz de dejar una marca eterna.

Nubia Solà Aliaga, 31 años. Santiago, Chile.

Owana y Manuel

La primera vez que vi a Manuel fue en Székesfehérvár. Se trata de una ciudad de Hungría que queda a sesenta kilómetros de Budapest, la capital. Yo había llegado ahí con mis padres que eran exiliados políticos: mi madre había estado presa un año, y cuando salió nos fuimos para allá. En ese tiempo debo haber tenido unos dieciséis o diecisiete años, y esa fue la primera vez que lo vi. Él era un hombre más grande, de unos veintiocho años. Llevaba una guagua en sus brazos; era su hija América que había nacido hacía poco.

Manuel había llegado a Székesfehérvár con su esposa y sus dos niños. Su hijo, quien se llamaba igual que él, tenía seis años, y América tenía meses. Manuel estaba allí entregando su testimonio a todas las familias chilenas exiliadas que estábamos en esa ciudad. Éramos como cuarenta familias. Esto pasó en 1977 o 1978; así lo calculo porque Manuel vivió un episodio represivo en 1976 en Chile por el que estuvo detenido. Lo balearon, lo torturaron, incluso desapareció por un tiempo, pero después lo expulsaron del país y logró llegar a Europa. Allá hizo una gira por países y ciudades contándoles a los chilenos lo que estaba pasando, ya que no era como ahora en que se sabe todo de un segundo a otro. Los mismos chilenos que vivían en Chile no preguntaban mucho, había miedo.

Si bien Manuel estaba haciendo una gira de denuncia ante los gobiernos internacionales, también estaba con la comunidad chilena que estaba allá exiliada. Un día, asistí a este evento organizado por ellos y ahí estaba él. Obviamente eso fue todo, no me pasó nada. No lo encontré buenmozo, pero sí me pareció potente el testimonio, era demasiado fuerte lo que nos contó. Admiré su valentía, su capacidad de estar dando a conocer su historia, pese a todo lo que le había sucedido. Me encantó la idea de familia que él tenía, me gustaron muchas cosas de su persona. Ojo que todo esto en un contexto muy de la época de idealizar al dirigente, al comunista.

Lo volví a ver en ocasiones contadas. De hecho, ellos tenían una organización que se llamaba “Comisión exterior”, que era la comisión de las Juventudes Comunistas1 en el extranjero y que tenía sede en Budapest. Yo era militante de la Juventud Comunista, y en algunos eventos coincidíamos con Manuel. No eran muchos, pero coincidíamos. Y así llegó un momento en que me fui de Székesfehérvár a la capital a estudiar, con mi hermana que ya vivía allí. Ahí tuve la posibilidad de encontrarme más seguido con Manuel.

Cuando lo volví a ver, esta vez en una situación de más cotidianidad, él ya era un hombre separado. La verdad de las cosas es que siempre lo admiré por su capacidad de liderazgo, por su forma de explicarnos a los jóvenes lo que estaba pasando, por qué estábamos luchando. Hay que entender que yo llegué a Hungría a los catorce años. Todo lo que sabía sobre política y la situación en Chile era por mis padres, por los adultos; todas las cosas por las que teníamos que pelear nos las enseñaban ellos. Además, yo vi a mi mamá pasarlo súper mal. Aunque el gobierno húngaro hizo todo lo posible para que nos sintiéramos de la mejor manera, no era lo mismo que estar en el propio país. Uno había dejado a los amigos del colegio, del barrio, todo era difícil. Nosotros, como jóvenes, teníamos más posibilidades de adaptarnos e insertarnos, y hacer una vida entre comillas normal, pero siempre ves a tus padres sufrir el exilio.

Cuando volví a conversar con Manuel, me pareció un hombre atractivo. Yo tenía veintiún años y ya era una mujer en todo el sentido de la palabra, además porque la forma en que maduramos todos los que vivimos esto fue distinta. A lo mejor hoy en día una niña de veintiún años es más inmadura, es diferente… Pero yo sí tenía cierta madurez por todo lo que había pasado, así que obviamente empecé a fijarme en este hombre, aunque él no me “pescaba” ni en bajada, entre otras cosas, por la diferencia de edad que teníamos que eran once años. Además, yo era muy buenamoza, tenía mis atributos y después, con el tiempo, él me reconoció que pensaba que si yo me fijaba en él o que si lo enamoraba, iba a ser un juego para mí.

Yo me formé en un país socialista en donde se tienen otras ideas, en donde la mujer tiene un empoderamiento distinto, y yo no tenía ningún problema con tratar de conquistar a un hombre. Además, tenía la personalidad para hacerlo. Nadie me iba a tildar de nada, ni poner apellidos de ningún tipo. Se entendía que mi derecho de conquistar, coquetear y enamorar a una persona era el mismo de cualquier ser humano.

Al principio era un poco un juego, porque yo era muy de que si quería algo, lo iba a conseguir; típico de la inmadurez de la juventud. Pero me fui dando cuenta de que a él yo realmente no le interesaba y eso me empezó a picar. Decía “Qué onda este gallo, cómo no me pesca”. Entonces decidí cambiar de táctica y abordarlo.

Yo tenía a mi favor que, por esas razones de la vida, ellos tenían que hacer reuniones y visitas protocolares a embajadas, organizaciones, etc. Las Juventudes Comunistas eran reconocidas por su diplomacia. Pero como Manuel no hablaba húngaro y yo sí, empecé a acompañarlo a los eventos. Era una oportunidad para estar más cerca suyo. Me ofrecí de forma voluntaria, obviamente como compañeros militantes y ahí comencé a conversar mucho con él, y me empecé a enamorar, pese a que él no estaba “ni ahí” conmigo. Me encantó su filosofía, su onda, porque, aunque era una persona muy inteligente, que es lo primero que me enamora a mí, me llamó la atención que él sabía tanto de lo que estaba pasando. Era como si viviera en Chile. Leía la prensa chilena, se informaba de todo, me hablaba como si estuviera allá, y eso me sorprendió, lo encontré tan potente, además de su nostalgia política.

Nos empezamos a hacer amigos y a tenernos confianza. Hablábamos cosas que él no tenía con quien más hablar. Vivía solo, su exmujer se había ido a Italia y nunca volvió. Para él fue terrible, porque quería mucho a sus hijos; no era solamente “el papá del domingo”, sino que él quería vivir con ellos, sentirlos cerca. Fue un momento muy duro.

El tema es que se negó a todo conmigo, no quería nada. Esto duró mucho tiempo, hasta que un día le dije: “¿Qué onda contigo? Tú me gustas, somos adultos”. Quedó algo impactado, me respondió que yo era muy chica, que pensaba que para mí iba a ser un pololo más, y que él venía saliendo de una ruptura, que no estaba en condiciones de nada y menos con alguien con mis características, joven, buenamoza, que yo iba a tener tantos pretendientes y que a la primera me iba a ir. En el fondo, él no quería aventurarse. Le dije que lamentaba sus prejuicios, que el amor es el amor y que no tiene edad, que no tiene nada que ver con lo físico, que yo me sentía enamorada. Quería hacerle entender que lo que a mí me gustaba de él no tenía nada que ver con la edad, ni con lo físico.

Ante su negativa, yo seguí insistiendo. Cuando se iba de viaje, lo iba a dejar al aeropuerto. Estaba todo el día pendiente de él. Fueron más de seis meses persiguiéndolo.

¿Cuándo noté que hubo algo? Una vez que volvió a Budapest luego de haber estado de viaje en Latinoamérica. Al llegar me regaló unas poesías escritas por él, muy decidoras. Por otro lado, un día fuimos a una reunión cerca de Praga, en donde llegaba gente de las Juventudes de todo el mundo; yo era joven y, claramente, había varios compañeros buenosmozos. Entonces, en una de las pausas de la actividad, él me dijo que saliéramos a ver la nieve. Nos quedamos un rato conversando y se nos pasó un poco la hora. Cuando volvimos, entramos los dos y toda la gente nos gritaba “¡Uuuuhhh!”, molestándonos porque habíamos llegado juntos y más encima tarde. Pero lo que hizo la inflexión, creo yo, fue que después de esa reunión nos quedamos los más revoltosos cantando y riéndonos un rato. Entonces llegó Manuel y se enojó, pero fue como de la nada. Esa, para mí, fue la primera escena de celos que me hizo. ¿Qué onda?, pensé, porque nos vio y nos dijo, enojado, “¿Cómo se les ocurre estar aquí?”. Y solo estábamos cantando. Me acuerdo que me llamó personalmente y me comentó: “Oye, Owana, tú tienes que colaborar con esto”. Y sentí cómo las mujeres sentimos cuando hay celos. Eso me hizo pensar en que quizás tenía una oportunidad. Cuando volvimos a Budapest, lo encaré, le dije que me había hecho una escena de celos, que se dejara de negarlo y que lo intentáramos.

La primera vez que fui a su departamento fue una especie de emboscada, porque él nunca me iba a invitar, y yo, como conocía más o menos su rutina, lo esperé abajo hasta que llegó. Cuando me vio, se quedó súper sorprendido y me preguntó qué hacía ahí. Le dije que andaba visitando a otros compañeros, que uno me había contado que él vivía cerca y que dije ah, voy a pasar a ver a Manuel. Lo noté nervioso. Me dijo que lo esperara un rato, que iba y volvía. Me pareció tan raro, cómo tan roto de dejarme ahí, y claro, mucho tiempo después me contó que había ido a un teléfono público a llamar a una persona para que no viniera: se trataba de una mujer.

Una vez en su casa, preparó comida, cenamos juntos, y me dijo que era tarde, que me tenía que ir. Yo le respondí que no me iba a ir por la hora y que, además, no tenía nada que hacer, así que le pregunté si me podía quedar en su sillón. Me respondió que no, que le complicaba. Para él, todo esto era terrible. Me decía: “Owana, no puedes hacer esto, no corresponde”. Pero le insistí que no me iba a ir y, tras mucho rato, finalmente accedió. Puso música y nos quedamos conversando como hasta las tres de la mañana.

Cuando ya era tarde, me dijo que se iba a ir a acostar. Yo le pregunté si me podía acostar con él y me dijo que no, que habíamos quedado en que no, que yo le había prometido. “Bueno, pero por lo menos dame un beso”, le dije. Él me respondió que no: “Tú sabes que no puedo darte un beso a ti, que no corresponde, que un beso no es solo un beso”. Se complicó tanto que me acerqué y le di un beso yo a él. Me dijo: “Ya, ahí te di el beso, eso nomás, me voy a acostar”, y se fue a la pieza. Le di un rato, hice como que me quedaba en el sillón, y después fui y me acosté con él. Terminamos en lo que corresponde: hicimos el amor.

Al final, se puede decir que lo saqué por cansancio. Él, con el tiempo, me contó lo dolorosa que había sido la ruptura con su exmujer y que había estado súper mal. Yo le dije que el amor era así, que había que vivirlo, y que si se tiene que volver a sufrir, se sufre. Así lo entendía yo en ese tiempo, y así lo entiendo ahora también.

De a poco, Manuel empezó a ceder en sus sentimientos. Al principio fue un amor clandestino, escondido, porque él pensaba que después, cuando yo terminara con él, le iba a dar vergüenza, qué sé yo, cosas ridículas. Yo, también, ayudé a romper con esos prejuicios. La segunda vez que hubo una actividad en el grupo, lo saqué a bailar, lo abracé y le di un beso. Él se quejaba que por qué lo había hecho, que era algo entre nosotros, y que no quería que se supiera, pero bueno, ahí se supo todo.

Estuvimos viviendo un año en Hungría. Estábamos solos. Mis papás habían vuelto a Chile en 1980. Mi hermana se enamoró de un italiano y se fue a Italia. Mi hermano se enamoró de una búlgara y se fue con ella. Y yo me quedé sola, sin familia sanguínea. Todo iba bien con Manuel, pololeábamos, éramos felices, hasta que en un momento él me dijo que se tenía que volver a Chile porque su pasaporte estaba por vencer y tenía que llegar al país antes de que eso pasara. De lo contrario, no le iban a dar el pasaporte, y si no renovaba en la embajada le iban a poner la letra “L”, que significaba que no podía volver a entrar a Chile.

A todo esto hay que agregarle, además, que la exseñora de Manuel, que se había ido primero a Italia, finalmente se había vuelto a Chile con sus hijos. Y a ellos él los extrañaba un montón.

Lamentablemente, después de pensarlo mucho, el partido resolvió mandarlo de vuelta. Para mí fue tan terrible. Estaba mal, muy impactada, no podía creerlo. Quedé destrozada. Pensé, bueno tendré que irme a Chile yo también. Sentí rabia. A veces decía esto se acabó, porque medí por primera vez lo que significaba estar con una persona así, un dirigente con ideología tan fuerte. No lo entendía. Hoy, sin embargo, admiro que alguien pueda poner por delante sus convicciones de esa manera, más allá de que, en ese momento, no lo encontré nada admirable. Incluso pensé que Manuel no me quería tanto, porque cómo no me había consultado a mí antes de decidir, me sentí mal.

Él me decía que no me preocupara, que quizás ni iba a poder entrar a Chile y que se iba a tener que volver de inmediato, pero que yo tenía que apoyarlo. Me empezó a pedir ayuda para que le embalara sus cosas, me daba tareas. Mientras tanto, yo estaba súper mal, pero al final pensé: sea como sea, voy a ayudarlo. Me quedaban quince días con él, cómo no lo iba a hacer. Dos semanas más tarde se fue a Chile.

Al llegar, estuvo un par de horas en el aeropuerto y lo dejaron pasar. Me avisaron que había podido ingresar al país. Eso fue lo único que supe de él por algunos días, hasta que me comenzó a enviar cartas en donde me mandaba poemas. Fue recién entonces que me di cuenta de que él efectivamente me quería. Lo que me ponía en esas cartas era de una profundidad distinta, las poesías eran súper lindas, y me di cuenta de que yo sentía que estaba en una relación. Él me lo decía súper claro, me hablaba de lo que era ser una pareja, que se proyectaba. Y yo lo echaba mucho de menos.

De repente, todos estos recuerdos que había vivido de joven en Chile me empezaron a inundar la cabeza, y comencé a entusiasmarme con la idea de ir para allá también. Mi familia me dijo que estaba loca, pero no me importó nada.

Manuel se había ido en noviembre y yo a los tres meses estaba en Chile. Llegué a la casa de mi hermano en Santiago. No quería llegar a la casa de Manuel porque estaba con sus papás, y yo quería ver primero qué onda y después decidir si nos íbamos a vivir juntos. Cuando llegué, él no me pudo ir a buscar al aeropuerto porque había dado una entrevista a la Revista Hoy2 y desde el partido prefirieron que estuviera algo escondido, así que me fueron a buscar sus hermanas y él llegó en la noche a la casa de mi hermano. Ahí fue el rencuentro.

Hablamos mucho rato, pero le expliqué que me quería quedar ahí. No debe haber pasado ni una semana y él me dijo que no quería vivir sin mí y que me fuera con él. A mí igual me daba lata volver a la casa de sus papás, porque yo me había ido de mi casa a los diecisiete años y nunca más había vuelto. Era difícil, sobre todo porque al llegar a Chile me encontré con una cultura totalmente diferente a la que a mí me había formado. Por ejemplo, me impactó el machismo. Con decirte que en Hungría las mujeres jóvenes no usaban sostenes y nadie te miraba feo. Aquí tenía que usar sostenes, había que cuidarse. Encontraba todo muy raro, pensaba qué extraño este país. Incluso la familia de Manuel era muy patriarcal, y él rápidamente se dio cuenta de que había cosas en que íbamos a chocar. Incluso un día, en la casa de mis suegros, yo me senté en sus piernas y me di cuenta de que algo les molestó. Al rato, mi cuñada me dijo que había sido desubicado. Después empecé a conocer a la gente y entendí muchas cosas, pero siempre me persiguió eso. Siempre me molestó el tema del machismo. Afortunadamente, él encontró trabajo como profesor, arrendamos un departamento y nos fuimos a vivir juntos.

Económicamente, yo era cero aporte, pero como él tenía una situación más estable, estábamos bien. Pero toda la historia de amor en Chile fue muy difícil, primero porque él vivió muchas instancias represivas, por lo que a menudo teníamos que dejar nuestro departamento e irnos a vivir a casas de otras personas.

Manuel se empezó a visibilizar como dirigente. Se creó una Asociación Gremial de Educadores de Chile, que era la AGECH3