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En una fiesta de disfraces organizada por la monarquía de Palisades, el multimillonario Damon no pudo evitar seducir a una mujer. Al cabo de unas semanas, Damon descubrió que la enmascarada belleza del encuentro sexual más apasionado de su vida era la princesa Eleni y que él la había dejado embarazada. Para evitar que Eleni se viera metida en un escándalo, a Damon no le quedaba más remedio que hacer lo inimaginable… ¡Casarse con la princesa!
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Natalie Anderson
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor enmascarado, n.º 2687 - marzo 2019
Título original: Princess’s Pregnancy Secret
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total oparcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, ycualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios(comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por HarlequinEnterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales,utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la OficinaEspañola de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-503-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
DAMON Gale ojeó el perímetro del concurrido salón de fiestas evitando otro grupo de mujeres sonrientes cuyas máscaras con plumas no conseguían ocultar su apetito al observarle.
No debería haberse deshecho de su máscara tan pronto.
Volviendo la espalda a otra silenciosa invitación, bebió un sorbo de champán. Las mujeres querían más de lo que él quería de ellas. Siempre. Cuando tenían una aventura amorosa con él, con límites perfectamente claros, invariablemente acababa en resentimiento y recriminaciones.
«No tienes corazón».
Damon sonrió cínicamente mientras ese eco resonaba en su cabeza. Su última conquista le había soltado esa cantinela pocos meses atrás. Y sí, era verdad, no tenía corazón y se enorgullecía de ello.
Además, ¿qué importaba eso? Estaba allí por una cuestión de negocios, no de placer. Esa noche iba a zanjar de una vez por todas un desastre ocurrido hacía décadas y al día siguiente se iba a alejar de ese paraíso sin volver la vista atrás. El hecho de estar allí otra vez había abierto viejas heridas.
Sin embargo, había aguantado traspasar la opulenta entrada, subir la escalera de mármol y pasar por cinco antecámaras, cada una más grande y lujosa que la anterior, hasta llegar a la brillante monstruosidad del salón de fiestas. El balcón interior de la enorme estancia estaba lleno de gente famosa y de la alta sociedad ansiosa por lucirse y vigilar a los demás.
El palacio Palisades tenía como objetivo reflejar la gloria de la familia real y hacer que la plebe se sintiera tan irrelevante como fuera posible. Se suponía que debía provocar admiración y envidia. Sin embargo, tanta pintura, tanto tapiz y tanto dorado le cansaban la vista. Estaba deseando quitarse la chaqueta del esmoquin y correr por uno de los senderos paralelos a la preciosa costa; no obstante, no le quedaba más remedio que quedarse allí y hacer el paripé un rato más.
Damon apretó los dientes y esquivó el objetivo de la cámara de uno de los fotógrafos oficiales. No tenía ningún interés en aparecer en un blog de las redes sociales. Durante años se había visto obligado a asistir a numerosas fiestas como aquella; principalmente, para demostrar la supuesta unión de sus padres y así maximizar las ventajas políticas que los contactos podían proporcionarles.
Tal falsedad le amargó el champán.
Por suerte, sus negocios no dependían del interés y la aprobación de la gente rica e influyente. Gracias a lo bien que iba su empresa de software, tenía tanto dinero como cualquiera de las personas que estaban allí aquella noche. A pesar de lo cual, había ido a esa fiesta para aprovecharse de esa gente, aunque solo fuera por una vez.
Buscó con la mirada el sitio en el que había dejado a su media hermana hacía diez minutos. Los inversores que le había presentado parecían escuchar interesados la animada e inteligente conversación de ella.
El único favor que su media hermana había aceptado de él era que le introdujera a algunas personas, negándose a permitirle financiar su investigación. Eso le irritaba, pero no podía culparla. Al fin y al cabo, apenas se conocían y ambos evitaban verse implicados en el daño que las infidelidades de sus padres habían causado. Ella era orgullosa y eso él lo respetaba. Pero él había intentado subsanar, en la medida de lo posible, el sufrimiento causado por tantas mentiras y engaños, y por la total falta de remordimientos de su padre.
Damon se apartó de la multitud en busca de un instante de tranquilidad hasta que llegara el momento de poder escapar de aquel lugar.
Una ráfaga azul llamó su atención al aproximarse a una de las columnas de mármol alineadas a lo largo del salón. Era una mujer, apartada, con la atención fija en un grupo situado a unos metros de distancia. Llevaba una peluca en diez tonos de azul, el pelo de la peluca le llegaba a la cintura. Una máscara de encaje negro le cubría la mitad superior del rostro. Los hombros, los pómulos y los labios despedían destellos azules y plateados.
Damon, incapaz de ignorar el modo en que ese vestido largo marcaba con claridad un cuerpo ágil, de exquisitas curvas y largas piernas, se detuvo. A pesar de los polvos brillantes que cubrían el rostro y los hombros de la mujer, pudo advertir que la tez de ella era morena. Debía de pasar tiempo al aire libre y, por supuesto, no se conseguía tener un cuerpo así pasando las horas muertas tumbada al sol.
Era una mujer en forma, en todos los sentidos, pero fue su innegable feminidad lo que le dejó sin respiración. La puntiaguda barbilla, los pómulos altos y los redondos y perfectos labios formaban un conjunto sumamente delicado y bonito. El cuerpo del vestido azul marino apenas podía contener esos abundantes pechos.
La mujer, absorta, no se había fijado en él. Pero Damon sí se estaba fijando en ella. La máscara no lograba ocultar la angustia de la mujer. El aislamiento de ella le conmovió.
Le entró un incontenible deseo de hacerla sonreír.
También quería acariciar la estrecha cintura de ella y palpar la irresistible mezcla de suavidad y fuerza que aquel cuerpo prometía.
Despacio, comenzó a acercarse a ella. La mujer permanecía en la sombra, oculta, casi invisible.
Los pechos se le hincharon al respirar profundamente. Damon se detuvo momentáneamente, a la espera de que ella avanzara. Pero, al contrario de lo que había esperado, la mujer retrocedió con expresión apesadumbrada.
Damon frunció el ceño. Él tenía motivos para evitar fiestas como aquella, pero… ¿por qué una joven tan hermosa deseaba ocultarse? Lo normal era que tuviera compañía.
Y decidió que iba a ofrecerle la suya.
Con su copa en la mano, agarró otra de un camarero que pasaba con una bandeja y se dirigió al rincón. Ella detuvo su retroceso para pasear la mirada por el salón con una expresión mezcla de nostalgia y soledad que le conmovió.
–¿No te atreves? –preguntó él sin pensar.
La joven se volvió hacia él y, al verle, agrandó los ojos. Notó las dos copas, miró a espaldas de él y agrandó más los ojos al darse cuenta de que estaban solos, apartados del resto de los invitados.
El evidente recelo de ella le hizo sonreír.
–¿Es la primera vez que vienes a un sitio así? –preguntó Damon–. La primera vez suele intimidar.
A pesar del polvo azul, la vio sonrojarse.
Damon sonrió aún más al imaginarse la respuesta de ella si se arriesgara a sugerir algo más atrevido. La miró de arriba abajo y su cuerpo se tensó. Se dio cuenta de que ella lo había notado y continuó sonriendo, insinuándole su interés. Se miraron a los ojos, pero la joven continuó sin pronunciar palabra.
Sola. Sin compromiso. Y, casi seguro, sin experiencia.
Hacía mucho que Damon no trataba de conquistar a una mujer. Las mujeres le perseguían más que él a ellas. Evitaba los intentos de las mujeres de hacerle comprometerse, le aburría tener que justificar su negativa a tener una relación estable. Estaba harto de lo que las mujeres querían: dinero, poder y un hombre con experiencia.
Pero la situación actual era diferente, llena de posibilidades. Esos ojos de un azul intenso y el mohín de los labios de ella le resultaban irresistibles.
No había tenido la intención de seguir allí, en la fiesta, y mucho menos había esperado que una persona despertara su interés. Sin embargo, ahora que ya había cumplido con lo prometido a Kassie, le entraron ganas de divertirse.
–¿Cómo te llamas? –preguntó Damon.
A ella se le dilataron las pupilas como si la pregunta le hubiera sorprendido, pero continuó callada.
–Está bien, te llamaré Blue.
–¿Por el pelo? –preguntó ella alzando levemente la barbilla.
Damon tuvo que hacer un esfuerzo para evitar quedarse boquiabierto al oír el tono ronco de esa voz.
–Por la añoranza que veo en tus ojos –«y por tu bonita boca».
–¿Qué es lo que crees que añoro?
Vaya pregunta. Prefería no contestar.
–¿Y tú, cómo quieres que te llame? –preguntó ella.
–¿No sabes quién soy? –Damon arqueó las cejas.
La joven sacudió la cabeza.
–¿Debería saberlo?
–No –respondió él, encantado–. No soy tan importante. Y, por supuesto, no soy un príncipe.
Un breve destello asomó a los ojos de ella, pero desapareció al instante.
–Estoy pasando unos días en Palisades y estoy soltero –declaró Damon.
–¿Qué necesidad tengo de saber eso?
–Ninguna –Damon se encogió de hombros, pero continuó sonriendo. Después, le ofreció una de las dos copas de champán–. ¿Por qué estás aquí sola?
Ella aceptó la copa, se la llevó a los labios y bebió un diminuto sorbo. Una mujer cautelosa. Intrigante.
–¿Te estás escondiendo? –preguntó él.
Ella se lamió los labios, se miró el vestido y se alisó la falda.
Nerviosa. Sí, estaba nerviosa.
–Eres preciosa –añadió Damon–. No necesitas preocuparte por tu aspecto.
A pesar de volver a enrojecer, la joven alzó el rostro. En la mirada de ella Damon vio una seguridad en sí misma que le sorprendió.
–Eso no me preocupa en absoluto.
Vaya. La joven tenía más seguridad en sí misma de la que él había creído en un principio. Y eso le gustó. Le entraron ganas de quitarle la peluca para averiguar de qué color tenía el pelo. Aunque el disfraz era precioso, quería ver el tesoro que escondía.
–En ese caso, ¿por qué no estás ahí con los demás? –preguntó Damon.
–¿Y tú? ¿Por qué no estás tú también con los demás? –le miró fijamente mientras esperaba una respuesta.
–A veces, venir a este tipo de cosas se debe más a la necesidad que al placer.
–¿Este tipo de cosas? –repitió ella en tono burlón.
–Aunque depende de quien esté.
–Sin duda, este tipo de cosas te resultan más placenteras cuando hay hermosas mujeres, ¿no? –comentó ella con voz ronca y la respiración forzada.
Damon se dio cuenta de que aquella joven se estaba divirtiendo. Iba a seguirle el juego.
–Naturalmente –mientras bebía un sorbo de champán, la miró por encima del borde de la copa–. Al fin y al cabo, soy un hombre –añadió Damon encogiéndose de hombros.
Los ojos de ella, de un azul imposible, brillaron.
–Quieres decir que eres un chico al que le gustan los juguetes. Una muñeca aquí, otra allá…
–Por supuesto –respondió Damon–. Jugar con muñecas es un pasatiempo divertido. Igual que puede serlo coleccionarlas.
–Ya.
Damon se inclinó hacia delante, irrumpiendo en el espacio privado de ella para susurrarle:
–Pero nunca rompo mis juguetes –prometió Damon–. Cuando juego, tengo mucho cuidado con ellos.
–Ah. Bueno, si tú lo dices, debe de ser verdad.
–¿Y tú? –preguntó Damon, aunque ya conocía la respuesta–. ¿Tienes por costumbre venir a este tipo de sitios?
¿Le gustaba a ella jugar también?
La joven se encogió de hombros.
Damon volvió a arrimarse a ella y le deleitó oírle la respiración.
–¿Trabajas en el hospital?
La fiesta de aquella noche era un evento anual para recaudar fondos con fines benéficos y también una celebración en honor del personal del hospital.
–Hago… cosas allí –ella bajó los párpados.
–En ese caso, ¿por qué no estás con tus amigos?
–No los conozco bien.
Quizá la acababan de contratar y había ganado una invitación en la rifa entre el personal del hospital. Quizá por eso no había hecho amigos todavía, aunque no tardaría mucho en tenerlos. Seguro que algún cirujano se fijaría pronto en ella y, en nada de tiempo, perdería la tendencia a ruborizarse.
De repente, le molestó la idea de que otro hombre la estrechara entre sus brazos. Se sintió posesivo.
–¿Quieres bailar? –preguntó Damon aproximándose un paso más a ella.
La joven miró por encima del hombro de él.
–Nadie baila todavía.
–¿Por qué no empezar nosotros?
Ella, rápidamente, sacudió la cabeza, retrocediendo hasta la sombra proyectada por el cuerpo de él, escondiéndose.
Damon supuso que no quería hacerse notar. Demasiado tarde, él sí se había fijado en ella.
–No te dejes intimidar por esa gente –Damon volvió la cabeza hacia la multitud–. Puede que tengan mucho dinero, pero eso no significa que posean buenos modales. Ni amabilidad.
–¿Estás diciendo que tú tampoco te encuentras a gusto aquí, entre esta gente? –preguntó la joven con un inequívoco escepticismo en la expresión.
–¿Se encuentra a gusto alguien?
Ella alzó los ojos hacia los suyos y le sostuvo la mirada durante un prolongado momento. Sus iris eran imposiblemente azules, debían de ser lentes de contacto. Renunció a seguir hablando por hablar. El deseo de abrazarla, de desnudarla, fue sobrecogedor. Se puso tenso, contuvo sus instintos más básicos. Pero quería tocarla. Quería que ella le tocara a él. ¿Y esa mirada? Era una pura invitación. No obstante, tenía la sensación de que ella era tan inocente que ni siquiera se daba cuenta de lo que pasaba.
Pero no pudo evitar que una pregunta escapara de sus labios:
–¿Vas a hacerlo?
Eleni Nicolaides no sabía qué contestar. Ese hombre no se parecía a nadie que hubiera conocido hasta el momento.
Directo. Arrollador. Peligroso.
–¿Vas a hacerlo, Blue?
–¿Hacer qué? –susurró Eleni vagamente, distraída con el claroscuro de la expresión de él.
Era extraordinariamente guapo, alto, moreno y sensual. La clase de mujeriego al que no le permitían que se acercara a ella.
Sin embargo, al mismo tiempo, no era eso solo. Ese hombre le afectaba por algo, y no era solo una cuestión de magnetismo físico.
Cautivaba todos sus sentidos e interés. Sintió algo nuevo. Quería tenerle cerca. Quería tocarle. El pulso le latía con fuerza, el cuerpo le vibraba, los labios y los pechos le palpitaban y sentía desazón en otras partes de su ser.
Él apretó la mandíbula. Ella parpadeó ante la fiera intensidad de su mirada. ¿Le había leído el pensamiento? ¿Sabía ese hombre lo que ella quería hacer en ese momento?
–Unirte al resto de los invitados –respondió él.
Eleni tragó saliva. El corazón le latió con fuerza al darse cuenta de lo a punto que había estado de hacer el ridículo.
–No debería…
–¿Por qué no?
«Por muchas razones», pensó ella presa del pánico.
El disfraz. El engaño. El deber.
–Blue… –insistió él sonriendo, pero la expresión de sus ojos era apasionada.
Había visto deseo en los ojos de muchos hombres al mirarla, pero ese deseo no había sido por ella, sino por su fortuna, por su título, por su virtud. Nunca había salido con un hombre. Nadie la había tocado. Y todo el mundo lo sabía. Había leído las típicas bromas sobre ella en Internet: ¡La Princesa Virgen!
Le enfurecía que su «pureza» resultara tan interesante para algunos. No era algo intencionado. No se trataba de que estuviera conservando su virginidad para el príncipe que decidieran elegir como su futuro esposo. Simplemente, se había visto tan recluida que ni siquiera había podido hacer amigos, mucho menos echarse novio.
Y ahora, al parecer, su príncipe iba a ser Xander, de Santa Chiara, una pequeña nación europea. Xander, desde luego, no se había privado de nada por ella y sabía que, una vez casados, no podía esperar fidelidad por parte de él. Discreción, por supuesto, pero no fidelidad. Ni amor.
–¿Haces siempre tantas preguntas? –inquirió ella adoptando un tono sofisticado en esos últimos momentos de escapismo.
Deseó ser como otras, que aceptaban de buen grado un matrimonio de conveniencia. Porque era justo eso. Al día siguiente iban a anunciar públicamente su compromiso matrimonial con un hombre al que apenas había visto en su vida y que, por supuesto, jamás habría elegido ella. Le espantaba la idea. Pero esas arcaicas costumbres de la realeza seguían vigentes, la princesa de Palisades no podía casarse con un plebeyo. El disfraz de aquella noche era un pobre intento de sentirse libre aunque solo fuera durante cinco minutos. Los únicos cinco minutos de los que iba a disponer.
–Siempre que algo despierta mi curiosidad.
–¿Y qué es lo que despierta tu curiosidad?
–Tú.
Un intenso calor la invadió. No podía sostenerle la mirada, pero tampoco podía apartarla. Los ojos de él eran realmente azules, de un azul natural, no acentuado como los suyos por lentes de contacto, y eran apasionados. Y veían el anhelo que había intentado ocultar tras la máscara.
Se sentía fuera de lugar, a pesar de que estaba en su casa. Había nacido allí y se había criado allí. Y allí estaba su futuro, dictado por el deber.
–Tienes la oportunidad de vivir esta experiencia… –él hizo un gesto con la mano que abarcaba el salón de fiestas y los invitados–. Sin embargo, estás aquí, en las sombras, escondida.
Él acababa de poner voz a su fantasía, recordándole lo ridículo de su loco plan. Se había encargado de que llevaran a la zona de enfermeras del hospital una gran parte de los disfraces para la fiesta de esa noche. Nadie iba a echar en falta un vestido, una peluca y una máscara. Lo había hecho para conseguir que, aunque solo fuera por una noche, la protegida y preciosa princesa Eleni lograra, durante una noche, hacerse pasar por una chica normal y hablar con la gente como tal, no como una princesa.
Sin embargo, una vez en la fiesta, se había dado cuenta de su error. La gente, en grupos, reía y hablaba con sus amigos, amigos que ella nunca había tenido. ¿Cómo iba a ponerse a hablar con cualquiera sin la coraza que le ofrecía su título? Había estado aislada toda la vida y envidiaba a toda esa gente que se divertía libremente.
La privilegiada princesa Eleni estaba muerta de envidia.
Y ahora… sentía otra cosa, algo igualmente vergonzoso.
–Estoy esperando el momento oportuno –comentó ella con una leve carcajada, recurriendo a tantos años acostumbrada a hablar ocultando lo que realmente pensaba y sentía.
–Lo estás desperdiciando.
Eleni sonrió y, al mirarle a los ojos, notó que él veía demasiado.
–Si quieres pasarlo bien una noche, tienes que salir de aquí –le aconsejó él.
–Quizá no sea eso lo que quiero.
La atmósfera entre ellos se cargó y Eleni, esa vez, tuvo que apartar los ojos de los de él. Pero al bajar la cabeza, él le puso los dedos en la barbilla y la obligó a alzar el rostro nuevamente. Un incontrolable temblor la asaltó.
–¿No? En ese caso, ¿qué es lo que quieres?
No podía contestar a eso.
–Ven conmigo a dar una vuelta por la fiesta –dijo él en voz baja–. Vamos, atrévete.
El desafío provocó en ella un desacostumbrado instinto de rebelión. Ella, que siempre hacía lo que se le ordenaba; siempre leal, cumplidora, serena. La princesa Eleni jamás causaba problemas. No obstante, delante de ese hombre, su espíritu rebelde despertó.
–No necesito que me desafíes a nada –dijo ella.
–¿Estás segura?
El brillo de esos ojos era provocador. Eleni, nerviosa, se dio media vuelta y salió del rincón. ¿Y si la reconocían?
Pero ese hombre no la había reconocido y, por otra parte, sabía que su hermano estaba en otro lugar del salón de fiestas con unos selectos invitados. El resto de la gente estaba con amigos y conocidos. Sí, era posible que nadie se diera cuenta de quién era.
–¿Vienes? –preguntó Eleni volviendo la cabeza.
Tras lanzarle una burlona mirada, él entrelazó el brazo con el de ella y echaron a andar, pasando de largo por la fila de columnas.
Eleni sintió un gran alivio al ver que él no se paraba con nadie para charlar, toda su atención estaba centrada en ella. Se había equivocado al temer que la reconocieran, porque la gente, al mirar en su dirección, se fijaba solo en él.
–Todas las mujeres te miran –murmuró Eleni al acercarse a la última columna–. Y se las nota sorprendidas.