Amor entre fogones - Heidi Rice - E-Book

Amor entre fogones E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

Bianca 3065 Su química era irresistible. ¿Podría Renzo redimirse con ella? No la quería allí. Tras estar a punto de perder la vida en un accidente de tráfico, Renzo Camaro se había retirado a la finca que tenía en la Costa Azul, donde se había aislado por completo. Hasta que llegó a ella una cocinera nueva que iba a despertar en él apetitos que llevaban un tiempo aletargados… Jessie Burton sabía que tenía que pasar página y para ello debía aceptar aquel trabajo. No obstante, Renzo ya no era el hombre mujeriego al que había entregado su inocencia años atrás. ¡Aunque siguiese volviéndola loca de deseo! Y ella debía permanecer inmune a su atracción si no era capaz de perdonarle el daño que este le había hecho.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Heidi Rice

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor entre fogones, n.º 3065 - febrero 2024

Título original: Redeemed by my Forbidden Housekeeper

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805919

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

JESSIE clavó los tacones nuevos en la alfombra roja que cubría las escaleras de mármol del edificio del siglo XVIII que albergaba el Palais Theatre de París en aquella noche de finales de verano, y se sintió como una princesa por primera vez en la vida.

«¡Muérete de envidia, Cenicienta!».

Buscó la invitación en el bolso que le había tomado prestado a su prima Belle y se la enseñó al portero con el corazón en un puño. El hombre sonrió y se la devolvió, no la acusó de ser una impostura ni la echó de allí a patadas.

«De momento va todo estupendamente, respira».

Tomó aire temblando mientras atravesaba el vestíbulo junto al resto de elegantes invitados y llegó a un enorme salón colmado de lámparas de cristal que colgaban del altísimo techo pintado.

Estudió con la mirada semejante esplendor. La habitación estaba rodeada de columnas de mármol y estatuas doradas y vio bajar por las enormes escaleras de estilo rococó a un ejército de camareros vestidos con elegantes uniformes negros que llevaban en las manos bandejas repletas de copas de champán y canapés.

Increíble.

Había dejado a Belle y a su hijo Cai en Niza para viajar a París dos semanas antes, casi sin pensarlo, sabiendo que su prima necesitaba pasar tiempo a solas con el padre de Cai, Alexi Galanti. No obstante, en las dos últimas semanas también se había dado cuenta de que, con la vuelta de Alexi, ella iba a tener que buscarse la vida.

Había pasado los últimos cuatro años con Belle, desde que esta se había presentado en su casa embarazada y sola. Y cuando Cai había nacido, se habían convertido en una familia. La primera familia de verdad desde que su madre se había marchado de casa cuando ella era adolescente.

Pero ya tenía veinte años y a pesar de que le encantaba su trabajo como cocinera, para el que se había formado desde los dieciséis, era una profesión que exigía demasiadas horas y que no permitía tener vida social. Y dado que Belle y Cai se habían mudado de Londres a Niza, ya no iba a poder contar con su compañía.

Al ver encima del tocador de Belle la invitación al famoso baile de disfraces que su exjefe, Renzo Camaro, celebraba en París todos los años, se la había metido en el bolsillo sin pensarlo, con la vaga idea de utilizarla para obligarse a darle un cambio a su vida.

Belle no iba a echarla en falta. Ya le había dicho que no tenía tiempo ni ganas de asistir al fastuoso evento con el que Camaro celebraba el inicio de la temporada automovilística, y Jessie había decidido que tenía que salir de su zona de confort y hacer nuevos contactos de trabajo entre la élite a la que Belle pertenecía gracias a su trabajo como experta en investigación y desarrollo de la Súper Liga de automovilismo. Habían hablado muchas veces de la posibilidad de que Jessie abriese un negocio de catering y fuese su propia jefa, pero, hasta entonces, nunca había tenido el valor de promocionarse.

No obstante, una vez allí, bajo las brillantes luces, rodeada de personas elegantemente enmascaradas, ataviada con el vestido rojo que había comprado de segunda mano en una tienda del Marais y las tarjetas de visita que había hecho imprimir en el bolso, se preguntó qué estaba haciendo en aquel lugar.

Era cocinera y, aunque pretendiese ganarse la vida cocinando para personas como aquellas algún día, nunca podría sentirse cómoda en el elegante ambiente de Belle porque siempre había sido la prima tímida, que prefería quedarse en casa cuidando de Cai cuando Belle había tenido que asistir a eventos de aquel nivel.

«No eres una princesa, idiota. Ni siquiera eres una mujer de negocios. Eres una impostora».

La orquesta tocó una serenata de Mozart para dar la bienvenida a los invitados, pero ni esta, ni el tintineo de las copas y los platos, ni el murmullo de las conversaciones que había a su alrededor consiguieron ahogar los atronadores latidos de su corazón. Buscó entre la multitud, con la mirada parcialmente tapada por la gasa del antifaz que había fabricado con un retal de encaje, por si encontraba algún rostro conocido que pudiese aliviar aquella sensación de estar fuera de lugar que, de repente, le oprimía el pecho.

Entonces se dio cuenta de que se había equivocado. Aquel no era un lugar para hacer contactos de trabajo. Era una fiesta demasiado liberal, ruidosa y… emocionante.

En ese momento encontró con la mirada a Lorenzo Camaro, el anfitrión y exjefe de Belle, que nunca se había fijado en ella las veces que habían coincidido. Y la sensación de inseguridad estuvo a punto de asfixiarla.

Estaba apoyado en la barandilla que había en el piso superior, mirando hacia abajo como si se tratase de un rey, vestido de esmoquin. Su pelo moreno brillaba bajo la luz. La «rata de alcantarilla surgida de la nada», tal y como lo había catalogado la prensa especializada en carreras automovilísticas cuando su equipo, el Destiny Team, había aparecido de repente y se había hecho con la Súper Liga.

Solo tenía treinta años, pero su equipo ya llevaba diez compitiendo con el Galanti, el equipo de Alexi. Parecía aburrido y distante a pesar de que tenía a dos mujeres muy bellas a su lado que se esforzaban por coquetear con él como si su vida dependiese de ello…

Camaro era el único asistente a la fiesta que no llevaba máscara. No se había molestado en intentar tapar la misteriosa cicatriz que tenía en la mejilla izquierda, probablemente, porque formaba parte del mito en el que se había convertido. Lo único que se sabía era lo que se rumoreaba de él desde hacía años, que procedía de algún suburbio marginal de italianos.

El esmoquin negro acentuaba su altura y su musculoso e imponente físico, pero fue la increíble belleza de su rostro lo que llamó su atención y le hizo sentir calor en el vientre.

Aquello la sorprendió.

Camaro estaba completamente fuera de su alcance. Era como si estuviese en Marte, no, en Saturno, que era el planeta más alejado del planeta Jessie. Y era la primera vez que tenía aquel efecto en ella, tal vez porque cuando lo había visto en otras ocasiones siempre había hecho lo posible por pasar desapercibida.

Además, no había ido allí a buscar el amor. Había ido para intentar montar el negocio con el que siempre había soñado.

Pero una vocecilla en su cabeza empezó a cuestionar todas sus motivaciones y la sensación de ser una total impostora aumentó.

¿De verdad se había tomado tantas molestias por trabajo, o solo había sido una excusa para disfrazarse y conseguir… que Renzo Camaro se fijase por fin en ella?

La idea la abochornó, pero no pudo desecharla del todo, lo que la avergonzó todavía más.

Tal vez lo mejor sería volver a la agradable casa de huéspedes en la que estaba alojada en Montmartre. Entonces, la mirada de Renzo se clavó en la suya y su cerebro dejó de pensar.

Sintió que el corazón se le salía por la boca y que la bola de fuego que tenía en el abdomen ardía todavía más.

«No me lo puedo creer», pensó, sintiéndose incapaz de apartar la mirada de él.

Se dijo que tal vez Jessie Burton fuese, al fin y al cabo, tan dependiente y patética como su madre.

Pero antes de que le diese tiempo a salir corriendo, la modelo que había al lado de Camaro rompió el extraño hechizo agarrándolo por las mejillas y dándole un beso en los labios. Y él le devolvió el beso, lo que hizo que Jessie pudiese soltar por fin el aire que había estado conteniendo en los pulmones.

Al parecer, Renzo se había olvidado de ella. No había habido entre ellos un extraño momento de conexión. Jessie se lo había imaginado todo.

Apartó la mirada por fin mientras Camaro seguía devorando a la modelo y la multitud los aclamaba.

Jessie se avergonzó de haberse sentido atraída por él. Renzo Camaro podía ser el hombre más atractivo del mundo, pero era un mujeriego y un completo cretino, conocido por seducir a cualquier mujer bonita que estuviese a setecientos kilómetros a la redonda de su inmenso ego.

«No eres tu madre. ¿Por qué ibas a querer que se fijase en ti un hombre así?».

Un camarero pasó por su lado con una bandeja llena de copas de champán y Jessie tomó una y le dio un reconfortante sorbo. Las burbujas le hicieron cosquillas en la lengua mientras los invitados a la fiesta seguían jaleando al anfitrión y ella se negaba a admirar el espectáculo.

Extrañamente, en aquel preciso momento le vino a la mente lo último que le había dicho su madre antes de desaparecer de su vida cuando tenía quince años:

–Nunca confíes en un hombre guapo, sobre todo, si tiene dinero, cariño, porque nunca podrás mantener su interés por mucho tiempo.

Nunca le había dado importancia a aquel consejo porque sabía que había hecho referencia al «inútil de su padre», un hombre que, según su madre, era mejor que no hubiese conocido, pero al que Jessie siempre había anhelado conocer. Sin embargo, en aquel momento, mientras bebía champán, empezó a preguntarse si aquello no sería la única verdad que le había dicho su madre en toda su vida.

Aunque ella tampoco tenía interés en atraer a un hombre como Camaro, tal vez estuviese bien poder estar de acuerdo en algo con su madre.

Las luces se atenuaron y la música cesó antes de ser reemplazada por el ritmo de un famoso grupo de rap que acababa de empezar a actuar en un salón contiguo. La gente se dirigió hacia allí y Jessie no pudo evitar levantar la mirada al balcón, pero Camaro y la modelo habían desaparecido.

Era probable que se hubiesen ido a terminar lo que habían empezado en la suite de él.

«Que lo disfrutéis».

El champán que había bebido demasiado deprisa hizo que la decepción que sentía por Renzo y por su padre, y por todos los hombres que le habían prestado atención alguna vez, se transformase en aversión.

Dejó la copa medio vacía en la bandeja de un camarero que pasaba por su lado con dedos temblorosos.

«No has venido a ligar con ningún hombre. Has venido porque quieres montar un negocio de catering». Y aunque no fuese a repartir las tarjetas de visita, al menos podía enterarse de lo que implicaba organizar un evento como aquel.

Había ido a investigar y a hacer algún contacto, si surgía la oportunidad, para Jessie Burton Catering. Se dejó llevar por la música y probó uno de los canapés, un delicioso rollo de espinacas y trucha ahumada que se deshizo en su boca, y, de repente, se le ocurrió una idea.

¿Por qué no disfrutar de la velada? ¿Por qué no darse a la buena vida para variar? Al fin y al cabo, ¿cuándo iba a tener la oportunidad de volver a asistir a un evento como aquel?

Llevaba en el bolso, junto a las tarjetas de visita, los preservativos que tenía desde la universidad y que no se había atrevido a utilizar. Ni siquiera sabía por qué los había metido ahí, salvo porque siempre había pensado, desde muy joven, que era mejor no correr riesgos.

No obstante, tras la extraña sensación que había experimentado al ver a Camaro besándose con la modelo, empezó a preguntarse si no debería lanzarse en más de un aspecto de su vida.

Belle tenía un hijo maravilloso. Y una carrera increíble. Había un multimillonario muy guapo que estaba enamorado de ella… y en esos momentos debía de estar teniendo el mejor sexo de su vida. Mientras que ella no había tenido ni novio.

Ese debía de ser el motivo por el que había sentido tanto calor cuando la mirada de Camaro se había cruzado con la suya.

¿Y de quién era la culpa?

«Tuya, Jess. Es culpa tuya por haber sido siempre tan miedosa».

Había ido a París sola y se había colado allí con el objetivo de empezar una carrera, pero tal vez lo que necesitaba en realidad era aprovechar la oportunidad para dejar de esconderse de la vida.

«¡A por ello!».

Se sintió nerviosa, aunque no consiguiese perder la virginidad aquella noche, podía al menos darle uso al vestido de Dior de segunda mano y hacer un curso acelerado de cómo ligar.

Iba a hacer que su primera y probablemente última fiesta de máscaras fuese memorable.

Nadie la conocía, lo que significaba que, si no sacaba las tarjetas de visita del bolso, podía ser quien quisiese ser aquella noche. No tenía por qué ser la chica poco femenina que había salido de una casa de acogida con dieciséis años para dedicarse a la cocina, ni la prima tímida, podía ser una mujer fatal vestida de satén rojo aquella noche.

«Cenicienta, sujétame la copa».

 

 

Renzo se preguntó quién sería la chica de rojo y por qué lo tenía cautivado toda la noche. Por qué sentía aquella extraña mezcla de celos y excitación que lo estaba volviendo loco cada vez que la veía bailando con un hombre diferente, todos inadecuados para ella.

Tenía algo que le había hecho pensar en la que había sido su experta en investigación y desarrollo, Belle Simpson, nada más verla desde el balcón, pero eso no explicaba la atracción que sentía por ella. Ni tampoco explicaba que se hubiese sentido motivado a besar a Edina delante de todo el mundo solo porque ella los estaba observando.

Hacía mucho tiempo que no había necesitado ni deseado darle celos a una mujer. Y nunca había tenido que esforzarse en conquistar a ninguna. Lo normal era que solo tuviese que esperar a que ellas se acercasen… Como había hecho Edina.

Y el hecho de que le recordase a Belle tendría que haberlo enfriado.

Belle siempre había sido inalcanzable. A él nunca le había gustado acostarse con mujeres con ataduras porque eso implicaba, a su parecer, demasiado trabajo.

–Renzo, ¿por qué no nos escapamos a tu habitación?

Se giró y vio a Edina mirándolo con ojos de cordero degollado, pero él se sintió aburrido. Cuando se había acostado con ella un mes antes ya le había advertido que nunca se acostaba dos veces con la misma mujer, pero ella se había resistido a entender el mensaje.

«Tal vez no debería haberla besado solo para poner celosa a esa chica».

Apartó la mano de Edina de la solapa de su chaqueta.

–Es mi fiesta –le respondió en voz baja, conteniendo la sensación de fastidio para no montar una escena–. No puedo marcharme.

–Por supuesto que sí –insistió ella–. Supongo que tienes que proteger tu reputación de playboy.

Él vio a la muchacha de rojo bailando y se sintió hipnotizado por el movimiento de su cuerpo dentro de aquel maldito vestido, que se ceñía a sus firmes pechos como si se tratase de una segunda piel.

Sintió otra punzada de deseo y eso lo molestó. ¿Por qué se estaba conteniendo? ¿Por qué esperar a que ella se acercase? Había notado que le gustaba cuando sus miradas se habían cruzado un rato antes. ¿Por qué no se acercaba él? Estaba seguro de que no se había acostado con ella antes, porque, de ser así, no lo intrigaría de aquel modo.

Edina le tocó la mejilla como lo había hecho en el balcón, pero Renzo estaba a punto de perder la paciencia. Se zafó de ella y le sonrió de manera tensa.

–Me estás obligando a ser franco, Edina. Ya te advertí que nunca me acostaba dos veces con la misma mujer.

Ella dio un grito ahogado.

–¿Cómo puedes ser tan cretino, Renzo? –le preguntó.

Él se echó a reír.

–Porque forma parte de mí.

El insulto no lo molestó. El dinero y el éxito le habían hecho olvidar la dura época de su niñez.

Edina se marchó y él volvió a mirar a la chica de rojo, que estaba bailando sola al otro lado del salón. Entonces, uno de sus pilotos de reserva, Jack Rogers, un joven prometedor, apareció detrás de ella y apoyó una mano en su cadera antes de inclinarse a susurrarle algo al oído.

Ella lo miró con sorpresa y esbozó una tímida sonrisa.

Renzo se sintió furioso y avanzó entre la multitud, hacia ellos. Él se encargaría de que Jack Rogers no tuviese ningún futuro si no apartaba las manos de ella. Porque acababa de decidir que esa noche la chica de rojo sería suya.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TE ha PEDIDO la señorita que la toques, Rogers?

Jessie se giró al oír el brusco comentario y se encontró con Renzo Camaro delante, fulminando con la mirada al hombre que tenía detrás.

–Qué fiesta tan estupenda, señor Camaro –balbució el chico–. No sabía que fuese su chica.

–¡No lo soy! –exclamó Jessie indignada al ver que ambos hombres actuaban como si ella no estuviese allí.

¿Cómo era posible que Camaro le resultase tan atractivo incluso cuando actuaba como un cavernícola? ¿Y por qué se estaba comportando así?

Antes de que le diese tiempo a reflexionar sobre esas cuestiones, el tal Rogers se había marchado, asustado por la reacción de su jefe. Y eso hizo que Jessie se preguntase si se suponía que todas las mujeres que se encontraban allí esa noche formaban parte del harén de Camaro.

La música se volvió más lenta y Camaro se acercó más, sonriendo de medio lado mientras la miraba.

Jessie se quedó sin respiración.

¿Por qué se ponía así? Al fin y al cabo, Camaro se estaba comportando como un imbécil. Otra vez.

–¿Cómo se llama? –le preguntó él, estudiándola con la mirada.

Jessie abrió la boca y estuvo a punto de decírselo, pero entonces se dio cuenta de que no quería que supiese quién era. Había decidido convertirse en otra persona aquella noche… y, al parecer, lo había conseguido porque Camaro nunca la había mirado antes con interés.

–¿Para qué quiere saberlo? –replicó ella en tono provocador, evitando responder a su pregunta.

–¿No le parece obvio? –murmuró él, acercándose más.

Se acercó tanto que Jessie pudo ver las motas doradas que había en sus ojos, pudo aspirar el olor a jabón y a colonia caros, a hombre. Él miró el moño, que le había costado una hora hacerse, y Jessie se dio cuenta en ese momento de que se le habían salido varios mechones de pelo al bailar.

Sintió calor en las mejillas al pensar en que debía de estar hecha un desastre.

Pero lo que vio en los ojos de él no fue desdén, sino aprobación.

–¿Por qué no quiere decirme su nombre? –inquirió él.

Entonces, levantó una mano y pasó el dedo gordo por su rostro y por la máscara, fue una caricia suave, pero eléctrica. Jessie retrocedió y él se echó a reír al ver su reacción. Era una risa genuina y arrogante, también de aprobación.

Antes de que a Jessie se le ocurriese una respuesta creíble, él añadió:

–Si ha conseguido entrar a la fiesta sin estar invitada, no voy a pedirle que se marche.