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Christine Rimmer

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Beschreibung

Durante toda su vida de adulta, Lacey Bravo había estado enamorada de Logan Severance, pero el buen doctor, siempre bien intencionado y correcto, jamás había mostrado interés por ella. Bueno, quizás lo había hecho en una ocasión, nueve meses atrás. De modo que la que pronto iba a ser madresabía, con absoluta certeza, que Logan no tardaría en ir a buscarla para pedirle que se casara con él. La única cuestión era saber cuándo pensaba hacerlo.En cuanto Lacey le abrió la puerta, Logan supo que acabarían casados. ¡Pero lo primero era el inminente nacimiento del bebé! Después ya tendría tiempo de sobra para convencerla de que podían llegar a amarse. Y de convencerse también a sí mismo, claro.

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Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2000 Christine Rimmer © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Amor libre, n.º 75 - julio 2018 Título original: The M.D. She Had to Marry Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-9188-746-1

Capítulo 1

En una soleada tarde de finales de junio, al regresar a la vieja cabaña situada tras los pastos del Rancho del Sol Naciente, Lacey Bravo se encontró a Logan Severance esperándola.

Esperaba su llegada en cualquier momento, pero al verlo semioculto entre las sombras que el alero del tejado proyectaba sobre el porche de la cabaña, el pulso se le aceleró y sintió un sudor frío en las manos. Giró el volante sintiéndose empujada en dos direcciones al mismo tiempo. Su estúpido corazón le pedía que corriera a los brazos de Logan. Pero otra parte de ella lo único que deseaba en aquel instante era dar media vuelta y alejarse de allí a toda velocidad, dejando tras de sí una espesa nube de polvo de Wyoming.

Sin embargo, ninguna de las dos posibilidades era una opción real. Si se arrojara a sus brazos, lo único que conseguiría sería crear una situación embarazosa para ambos. En cuanto a lo de salir corriendo... en fin, Lacey ya lo había hecho demasiadas veces durante la adolescencia. Y había renunciado a seguir haciéndolo, consciente de que no servía de nada.

De modo que, con un suspiro de cansancio, abrió la puerta del coche y salió de detrás del volante. Cerró la puerta. Y después, con toda la dignidad que fue capaz de reunir, dado que últimamente tenía cierta tendencia a contonearse como un pato, caminó trabajosamente hasta la parte trasera del vehículo y sacó dos bolsas de comida.

Apenas acababa de cerrar el maletero cuando ya Logan estaba a su lado.

—Ya las llevo yo.

El impulso inicial de Lacey fue protestar, alzar la barbilla y anunciar con altivez:

—Soy perfectamente capaz de llevar mis compras, gracias.

Pero sofocó aquel impulso. Esa respuesta habría supuesto una nueva discusión entre ellos. Y, en aquel momento, estando el bebé a punto de llegar, las oportunidades de discutir sin duda alguna se multiplicarían. De modo que lo mejor era mantener la boca cerrada mientras fuera posible.

Logan deslizó su oscura mirada sobre ella. Lacey llevaba un vestido vaquero de tirantes, una camiseta rosa y unas bailarinas de lona de color azul.

Bailarinas. ¡Ja!, se burló Lacey. Lo que acudió a su mente al pensar en ello fue la imagen de una hipopótamo de una película de Disney, con zapatillas de ballet y tutú.

No, desde luego no estaba en su mejor momento. Y, en cambio, él estaba genial. Magnífico. Moreno, en forma, con unos pantalones caqui y un polo de color crema. Parecía un modelo de un catálogo de Brooks Brothers... Y ella tenía el aspecto de alguien que se hubiera comido una pelota de playa para almorzar. Lacey sabía que eso no debería molestarla. Pero el caso era que la molestaba.

—¿No te ha dicho el médico que a estas alturas del embarazo no deberías conducir?

Ella apretó los dientes y le contestó encogiéndose casi imperceptiblemente de hombros.

—¿Eso es un sí?

Lacey, haciendo un esfuerzo sobrehumano, consiguió no elevar los ojos al cielo.

—Sí, doctor, eso es un sí.

Logan suspiró exasperado.

—¿Entonces qué hacías detrás del volante de ese coche?

—Aprecio mi independencia.

Aquellas palabras podían parecer una impertinencia, pero Lacey las decía con todo su corazón. El doctor Pruitt, que dirigía la clínica Medicini Creek, no había parado de regañarla para disuadirla de conducir. Y Tess, la esposa de su primo, que vivía en la casa principal del rancho, a menos de un kilómetro de allí, habría estado encantada de poder llevar a Lacey a dondequiera que esta tuviera que ir. Pero para ella un coche, y la posesión de sus llaves, significaba autodeterminación. Y jamás renunciaría voluntariamente a ella.

Excepto, quizá, por el amor de aquel hombre.

Pero no tenía por qué preocuparse. El corazón de Logan tenía otros compromisos.

—Lacey —comenzó a decir él en aquel tono de superioridad que despertaba siempre en ella el deseo de tirarle algo a la cabeza—, en la vida hay ocasiones en las que es necesario renunciar a la independencia. No es bueno para el bebé ni para ti que...

—Logan, ¿te importaría que entráramos antes de empezar a decirme todo lo que estoy haciendo mal?

Él pestañeó. Quizá se le hubiera ocurrido pensar que había empezado a criticarla antes de haberse molestado siquiera en saludarla, se dijo Lacey. Cualquier cosa era posible. Sin decir una sola palabra, Logan tomó las bolas de provisiones y se dirigió hacia el interior de la cabaña. Ella se quedó cerrando el maletero y, tras pasar por delante del lujoso coche de Logan, subió los desvencijados escalones de la entrada. Una vez en el porche, él se apartó para permitir que abriera la puerta. Y después fue ella la que se apartó para dejarlo pasar primero.

Entraron en la zona principal de la casa, una habitación pequeña, oscura y sencillamente amueblada. Lacey adoraba aquella cabaña, se había enamorado de ella nada más verla. Aunque la luz no era muy buena para pintar, la rústica madera de sus paredes era grata a su mirada de artista. Y los diferentes estratos de sombra que se creaban en el interior de la cabaña eran muy interesantes: muy oscuros en las esquinas y complacientemente tenues en el centro de la habitación. Detrás de esa estancia, había un pequeño rincón en el que dormía, orientado hacia el noreste. El baño estaba en el cobertizo, al que se accedía por la puerta trasera.

Logan bajó la cabeza hacia las bolsas que llevaba en la mano.

—¿Dónde quieres que deje esto?

Lacey hizo rápidamente un espacio sobre la vieja mesa de pino, apartando unos libros y una caja de pinturas al pastel.

—Aquí mismo —encendió la bombilla que había encima de la mesa. La luz quizá resultara un poco cruda, pero era funcional.

Logan dejó las bolsas sobre la mesa y retrocedió. Se miraron el uno al otro. Y Lacey se fijó entonces en sus ojeras.

¿Sería solo un efecto de la luz? No, al mirarlo directamente, podía distinguir algo más que la habitual desaprobación en los perfectamente esculpidos planos de su rostro. Veía cansancio. Y también reproche y preocupación.

Se aclaró la garganta y dijo con delicadeza.

—¿Has venido conduciendo desde California?

Logan negó con la cabeza.

—No, he ido en avión desde Reno hasta Denver, allí he hecho un trasbordo a un avión más pequeño que me ha dejado en Sheridan. Y luego he tenido que alquilar un coche para venir hasta aquí.

—Debes de estar cansado.

Logan endureció los labios. Y Lacey comprendió inmediatamente el significado de su expresión. Había ido a cuidarla, quisiera ella o no. Su propia comodidad era lo de menos.

—Estoy bien.

—Bueno, me alegro de oírlo.

Volvió a hacerse un largo silencio. Quizá Logan estuviera sediento.

—¿Quieres beber algo?

Él se encogió de hombros y contestó con una formalidad que sacudió el corazón de Lacey.

—Sí, gracias, me gustaría tomar algo refrescante.

—¿Ginger ale, por ejemplo?

—Sí, estupendo.

Se acercó al refrigerador y sacó una lata de refresco. Se volvió y se acercó a un armario situado bajo el mostrador.

—No hace falta, no me pongas vaso —le dijo Logan.

Le tendió la lata por encima de la mesa, absurdamente consciente de la posibilidad de que sus dedos pudieran rozarse. Pero no se rozaron.

Señaló con un gesto la silla que Logan tenía frente a él.

—Siéntate —le dijo.

Se quedó mirando fijamente la nuez de la garganta de Logan, intentando hacer caso omiso del anhelo que fluía a través de sus venas.

Lo deseaba.

Incluso estando tan gorda como una vaca, llevando en sus entrañas el bebé que entre ambos habían creado, habría caminado con gusto sensualmente hacia él y habría posado sus labios sobre aquella garganta morena. Con infinito placer, habría recorrido su deliciosa piel, que habría saboreado con la lengua y...

Lacey interrumpió bruscamente aquellos peligrosos pensamientos, no quería seguir alimentando su rica imaginación. Además, con todo lo que había engordado en el último mes, le habría resultado imposible caminar sensualmente hacia él.

Logan dejó la lata en la mesa.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le preguntó.

—Siete semanas.

Él esperó, con la intención clara de recibir una respuesta más elaborada. Pero como Lacey no añadió una sola palabra más, le preguntó:

—¿Por qué?

Ella desvió la mirada, pero en cuanto fue consciente de que lo había hecho, volvió a mirarlo a la cara otra vez.

—¿Por qué no? Este rancho ha pertenecido a mi familia durante cinco generaciones. Mi primo segundo, Zach, lleva ahora las riendas del negocio.

—Eso no contesta mi pregunta. ¿Por qué decidiste venir aquí?

—Me lo sugirió Jenna —al pronunciar el nombre de su hermana, Lacey se dio cuenta de que había estado evitándolo. Por su propio bien o por el de Logan, no estaba segura. Pero ya la había mencionado. Y el mundo no podía detenerse—. Ella y Mack pasaron unas cuantas semanas aquí el año pasado.

Ya estaba. Había pronunciado los dos nombres prohibidos. El de la mujer a la que Logan amaba. Y el del hombre que se la había arrebatado.

Lacey observó atentamente su reacción. Pero Logan no parecía dispuesto a compartirla. Su rostro permanecía inescrutable. De hecho, ni siquiera pestañeó.

—¿Jenna sabe... lo nuestro? —preguntó con cautela.

—Sí.

—¿Y sabe que ese bebé es mío?

Lacey asintió.

—Le conté lo que había pasado poco después de que sucediera, y lo del bebé hace unos cuantos meses. Jenna quería que me quedara con ella y con Mack hasta que naciera.

—¿Y por qué no lo has hecho?

Lacey lo miró fijamente. ¿De verdad quería oír la respuesta? Aparentemente sí, porque en caso contrario no habría cometido la estupidez de preguntarlo.

Se encogió de hombros.

—No quería entrometerme en su felicidad. Y Jenna también está embarazada. Su bebé nacerá en septiembre.

Logan bajó la mirada hacia la mesa que los separaba. Parecía estar mirando las bolsas, o la lata de refresco... O, sencillamente, evitando mirarla a ella.

—Bueno, Jenna siempre quiso tener muchos hijos —comentó.

—Sí, es cierto.

Logan volvió a alzar su oscura mirada.

—Así que te viniste aquí.

Ella asintió.

—Es un lugar tranquilo y hermoso. Y tengo familia a mi alrededor, dispuesta a ayudarme en caso de que sea necesario. Es el lugar ideal para que nazca mi hijo.

Logan dejó que se hiciera un largo silencio entre ellos antes de anunciar:

—Deberías haber venido conmigo.

Estupendo, se dijo Lacey. Acababan de llegar al tema esperado. Y sabía lo que iba a tener que oír a continuación, por supuesto. Lo había sabido desde que lo había visto delante de su casa. Antes de eso, incluso. Había sabido lo que Logan Severance haría desde el día que había sido capaz de asumir que estaba embarazada. Lo sabía porque lo conocía.

Y ella ya tenía su correspondiente negativa, acompañada de excelentes razones, preparada para dársela.

Pero le bastaba pensar en la discusión que se aproximaba para sentirse tan cansada como el propio Logan parecía. Además, empezaba a dolerle la espalda.

Si él quería quedarse de pie, estupendo, que se quedara. Ella prefería sentarse.

Arrastró una silla y se desplomó sobre ella.

Logan esperó hasta que estuvo instalada para hablar... Y hasta que quedó suficientemente claro que Lacey no iba a responder a lo que acababa de decirle.

—El bebé nacerá dentro de una semana, ¿no?

—Sí —Lacey enderezó los hombros y lo miró a los ojos—. Todo va estupendamente. El médico me ha atendido hoy en cuanto he llegado. Me está tratando muy bien.

Logan le dirigió una mirada irritantemente escéptica.

—¿Has estado siguiendo la dieta?

Oh, ¿por qué siempre tenía que hacerla sentirse como una niña incompetente e irresponsable? A pesar del drástico cambio que se había dado en su relación, en ese momento los años parecían no haber pasado. Ella seguía siendo una mocosa impertinente y él, el malhumorado y atractivo novio de su hermana mayor.

—Lacey, contesta. ¿Has estado cuidándote?

—De verdad, Logan, todo va estupendamente.

Aquella respuesta le valió una mirada de incredulidad.

—¿Por qué no te has puesto antes en contacto conmigo?

—Me he puesto en contacto contigo en cuanto he pensado que sería capaz de soportarlo. Y si vamos a empezar con las preguntas, me gustaría saber por qué no me has llamado para decirme que pensabas venir.

—¿Y arriesgarme a que me dijeras que no viniera? No, gracias.

Lacey sintió que se le secaba la boca. Era una de las muchas molestias del embarazo. Las apetencias surgían de la nada. En aquel momento quería agua. Casi sentía ya el sedoso frescor del agua sobre la lengua. Comenzó a levantarse.

Logan frunció el ceño.

—¿Qué te pasa?

—Nada. Me apetece tomar un vaso de agua, eso es todo.

—Yo te lo llevaré.

—No te molestes, puedo...

Pero él ya estaba en el fregadero. Tomó un vaso de una esquina del mostrador, lo llenó y se lo tendió.

Lacey fijó la mirada en el vaso y, a continuación, miró a Logan a los ojos. Era un buen hombre, siempre lo había sido. Demasiado bueno para alguien como ella. Sintió que asomaba una sonrisa a sus labios.

—¿Sabes? Hace unos años no había ni luz ni agua corriente en esta cabaña. Al parecer, era muy costoso traer el agua y la instalación eléctrica hasta aquí. Pero mi primo Zach instaló las dos cosas el verano pasado. Y gracias a Dios, porque si no, habrías tenido que caminar un buen trecho para ir a buscar agua.

—Limítate a beber —respondió Logan malhumorado.

Aquella vez, cuando le pasó el vaso, sus dedos se rozaron. Los de Logan estaban calientes. Y Lacey se preguntó si a él le habría parecido que los suyos estaban fríos.

—Gracias —bebió. Era justo lo que quería: agua clara y fría deslizándose por su garganta.

—¿Quieres más?

Lacey negó con la cabeza mientras dejaba el vaso en la mesa.

Logan se acercó a una silla y se dejó caer sobre ella. Apoyó los codos en las rodillas y se inclinó hacia Lacey. La luz hacía brillar su pelo oscuro. Y su mirada parecía haberse suavizado.

—No he querido llamarte porque sabía que harías todo lo que estuviera en tu mano para evitar que viniera.

La sonrisa de Lacey comenzó a temblar. Inmediatamente se mordió el labio para impedirlo.

—En eso tienes razón.

—Pero yo no habría permitido que me mantuvieras lejos de ti.

—Lo sé. Siempre haces lo que consideras correcto. Lo has hecho siempre —excepto durante aquellos cinco días de septiembre, le recordó una vocecilla en su interior. Durante aquellos días había hecho cosas que no aprobaba en absoluto. Y las había hecho con ella.

Logan bajó la mirada hacia los pies y después la miró a los ojos.

—Ese bebé lo cambia todo, Lace.

Lacey deseaba acariciarlo. El ligero roce de sus dedos había hecho crecer la atracción que sentía hacia él. Y habría sido tan sencillo deslizar la mano por su pelo, dibujar sus cejas o acariciar nuevamente su boca...

Se sentía inundada de ternura. Logan había recorrido cientos de kilómetros para llegar hasta allí y, sin embargo, no iba a conseguir lo que había ido a buscar. Lo que pronto le diría que quería, lo que él llamaba «hacer las cosas bien».

Como si hubiera conjurado sus palabras, Logan dijo en ese momento:

—Ahora tenemos que hacer las cosas bien.

Lacey se reclinó en su asiento y posó las manos sobre su abultado vientre.

—Tu idea de hacer las cosas bien no es la misma que la mía, Logan.

—Hacer las cosas correctamente es hacer las cosas correctamente.

—Como quieras. Pero la cuestión es que no voy a casarme contigo.

Capítulo 2

Logan ya se esperaba aquella respuesta. Se enderezó en la silla e intentó mantener un tono razonable.

—Antes de que me rechaces, quizá sea conveniente que hablemos un poco. Tú no estás en condiciones de criar sola a un niño y yo estoy deseando...

—Logan, ya te lo he dicho. «No» es una palabra de dos letras que sirve para exponer una respuesta negativa. Olvídalo —se levantó—. No vamos a casarnos.

—¿Por qué no?

Lacey se quedó mirándolo fijamente. Después se golpeó la frente con la mano, como si acabara de comprender algo.

—¿Qué te pasa, Logan? ¿No eres capaz de averiguar la respuesta por ti mismo?

—Ahórrate el teatro. Limítate a contestar a mi pregunta. ¿Por qué no?

Musitando algo ininteligible, Lacey sacó de las bolsas una caja de galletas y otra de cacao en polvo y se acercó a la antigua cocina de madera.

—Siéntate —le ordenó Logan, frustrado.

Era lo peor que podía haberle dicho y lo sabía. Pero aquella mujer tenía algo que hacía aflorar el aspecto más tiránico de su personalidad.

¿Por qué le ocurriría eso? La verdad era que no tenía ni idea. Se consideraba a sí mismo un hombre razonable, atento a las normas. Y sabía que era un hombre razonable, educado. Podían preguntárselo a cualquiera que lo conociera.

Lacey hizo caso omiso de su orden. Se acercó a la cocina y colocó las galletas y el cacao en una estantería. Después se volvió nuevamente hacia la mesa y se colocó frente a él. Su vientre estaba tan abultado y tan bajo que Logan sospechaba que el bebé ya estaba buscando la salida.

Quizá faltara menos de una semana para que su hijo llegara al mundo.

Tenían que casarse.

Lacey se acercó nuevamente a las bolsas. Logan se levantó.

—Lace, déjalo ya. Sabes que tenemos que hablar de esto.

Ella sacó la mano de la bolsa y se apartó un mechón de su dorado pelo de la frente.

—No, del matrimonio no pienso hablar.

—No estoy de acuerdo contigo, Lacey. Creo que es precisamente sobre el matrimonio sobre lo que tenemos que hablar. Creo que...

Lacey levantó ambas manos.

—Espera. Escucha. Tú eres el padre de este bebé. Y, por supuesto, quieres que él o ella sea parte de tu vida. Lo comprendo y lo acepto. Pero te aseguro que no es necesario que...

—Es absolutamente necesario. Vas a tener un hijo mío y un hijo necesita un padre y una madre.

—Te lo acabo de decir, Logan. Este bebé tendrá padre y madre. Lo único que ocurrirá es que sus padres no estarán casados.

—Para un niño es importante que tanto su padre como su madre vivan con él.

—Una situación que no siempre es posible.

—En nuestro caso es perfectamente posible. Quiero casarme contigo. Los dos estamos solteros. Yo tengo una buena vida y te aprecio. Y, créeme, en el fondo de tu corazón, tú también me aprecias. Sé que a veces soy duro contigo, mucho más duro de lo que tengo derecho a ser. Pero funcionará, te lo prometo.

Lacey no contestó, se limitó a mirarlo meneando la cabeza.

Logan pensó rápidamente en más argumentos a su favor.

—Tenemos... una historia común. Sé que te conozco y que tú me conoces de verdad. Podemos llegar a disfrutar de una agradable vida en común, estoy seguro.

Lacey continuaba en silencio.

Entonces a Logan se le ocurrió algo grotesco.

—¿Hay otro hombre? ¿Es eso?

Lacey cerró los ojos y tomó aire.

Y Logan comprendió que si hubiera otro hombre, no querría saberlo. Lo cual era completamente irracional. Por supuesto, si había alguien más, tenía que saberlo.

Volvió a preguntárselo.

—Lace, ¿hay otro hombre?

—No —contestó con voz suave—. Nadie. No ha habido nadie después de ti. Y tampoco lo había habido durante mucho tiempo antes de ti, si quieres saber la verdad.

Logan sintió un inmenso alivio.

—Bien. Entonces no hay nada que te impida casarte conmigo.

Lacey retrocedió y volvió a sentarse nuevamente en su silla.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Lace...

—No, Logan, no voy a casarme contigo —alzó la mirada hacia él. Sus ojos azules irradiaban un brillo desafiante, estaba absolutamente decidida a hacer las cosas mal.

Y él volvía a impacientarse.

—¿Por qué no?

Lacey lo fulminó con la mirada.

—Continúas preguntándolo. ¿De verdad quiere saber la respuesta? ¿De verdad quieres que te lo diga?

No, no quería.

Pero no iba a decírselo a ella.

—Déjame plantearlo de este modo —continuó Lacey con dura ironía—: si alguna vez me caso, no pienso hacerlo con un hombre que está enamorado de mi hermana.

Logan intentó no sobresaltarse al oír aquellas palabras.

Y fue consciente de la oportunidad que le brindaban. Aquel era el momento perfecto para decirle que no estaba enamorado de Jenna. Pero, de alguna manera, no era capaz de pronunciar aquella frase.

Lacey sonrió con tristeza, sacudió la cabeza una vez más y musitó su nombre en un tono que le hizo desear a Logan agarrarla del brazo, colocarla sobre sus rodillas y palmearle el trasero como si fuera una niña hasta que admitiera que tenía razón y aceptara su propuesta. Hasta que confesara cuánto se alegraba de que estuviera allí y dispuesto a hacer las cosas como era debido.

Pero Lacey no confesó absolutamente nada.

—Tengo mis propios planes —contestó—. Pienso quedarme aquí, en Wyoming, hasta que el niño nazca y yo pueda valerme por mí misma. Después regresaré a Los Ángeles.

Era absurdo, pensó Logan. Imposible. Y una locura también.

—No puedes estar hablando en serio. Es imposible que puedas mantenerte a ti y a tu hijo con trabajos ocasionales y vendiendo tus cuadros.

—Claro que podré. Jenna y yo hemos vendido la casa de nuestra madre. Yo tengo dinero ahorrado y también un coche nuevo, de modo que el bebé y yo podremos ir a donde queramos. De hecho, tengo todo lo que necesito —sus labios llenos dibujaron una sonrisa. Una sonrisa bastante forzada en aquella ocasión—. Además, sé que tú nos ayudarás.

Logan volvió a recordarse que no debía perder la paciencia. Lacey siempre había sido así. Impulsiva y salvaje. Huía cuando las cosas no salían como ella quería. De adolescente, había estado a punto de convertirse en una delincuente, se juntaba con todos los alborotadores de Meadow Valley High. Y después, a los veinte años, se había ido a Los Ángeles para estudiar con un famoso pintor, segura de que podría convertirse en una verdadera artista. Habían pasado seis años desde entonces y todavía no lo había conseguido.

Y, para colmo, se proponía arrastrar a su hijo al sureste de California para que se muriera de hambre junto a ella.

Pero eso no iba a ocurrir.

—Te ayudaré, de acuerdo —respondió—. Nos casaremos y vivirás conmigo. En Meadow Valley puedes pintar igual que en Los Ángeles.

—He dicho que no y es que no.

Logan se cruzó de brazos, principalmente para no acercarse a ella y estrangularla.

—Esto no es como en septiembre. No puedes limitarte a decirme que, como no te quiero y solo estoy contigo por despecho contra tu hermana, ya es hora de que nos separemos.

—Sucede que en septiembre estuviste de acuerdo conmigo, por si lo has olvidado.

¿Se había mostrado de acuerdo con ella? Quizá. Estaba endiabladamente confundido en aquel entonces. Incluso le resultaba difícil recordar lo que sentía.

Jenna lo había dejado por Mack McGarrity.

Y después, como salida de la nada, su hermana pequeña, con la que jamás se había llevado bien, había aparecido en la puerta de su casa con unos maravillosos ojos azules y una tarta de chocolate en las manos.

—Necesitas chocolate, Don Perfecto —le había dicho—. Quilos y quilos de chocolate. Y los necesitas en este momento.

Don Perfecto. Él odiaba que lo llamara así. Había abierto la boca para decírselo. Y también para pedirle que se marchara.

Pero ella lo había empujado y había entrado sin pedir permiso hasta la cocina. Había dejado la tarta en el mostrador y había empezado a abrir cajones. No le había costado mucho encontrar los cubiertos.

—Ah —había dicho—, ya podemos empezar —había agarrado un tenedor, le había pasado otro a él y le había ordenado en tono autoritario—: Come.

Logan había mirado el tenedor y después la tarta.

Y Lacey había adivinado inmediatamente lo que estaba pensando.

—No, sin plato —le había dicho—. Nada de pequeñas porciones cortadas con cuchillo. Hunde aquí el tenedor y métele un buen bocado.

Logan se había quedado mirándola fijamente, había clavado la mirada en sus labios llenos, en su rostro sonrojado, en sus enormes ojos...

Y se había dado cuenta de que estaba excitado.

Excitado a causa de la hermana pequeña de Jenna, maldito fuera.

Había bajado el tenedor, la había acorralado contra el mostrador y le había dicho, sin apartar la mirada de aquel rostro engañosamente angelical:

—¿No crees que deberías volver ahora mismo a Los Ángeles?

A pesar de que intentaba no perder la compostura, Lacey no había conseguido disimular su respiración agitada.

—Le he dicho a Jenna que yo me ocuparía de esto.

—No necesito que nadie se ocupe de mí.

Lacey no había dicho nada, se había limitado a mirarlo con aquellos ojos increíblemente azules.

—Será mejor que te vayas —le había advertido Logan.

Lacey había emitido un suave y tierno sonido.

Y él había inclinado la cabeza.

Se habían comido la tarta poco después de la media noche, ambos desnudos en medio de la cocina, con sendos tenedores en la mano y dándose el uno al otro enormes pedazos de tarta.

Lacey se enderezó en la silla. Logan parecía estar muy lejos. Y se preguntaba qué estaría pensando.

Él pestañeó y el gesto lo devolvió bruscamente a la realidad.

—No quiero analizar lo que pasó el septiembre pasado. Sucedió y ya no hay nada más que hablar. No tomamos las precauciones debidas y ahora vas a tener un hijo mío. Y sabes condenadamente bien cómo me siento.

Sí, lo sabía. Logan era como Jenna. Le encantaban los niños. Quería tener varios hijos. Y también una encantadora esposa que cuidara en casa de sus hijos mientras él salía a curar a todos los enfermos del mundo. Una esposa como habría sido Jenna.

En muchos sentidos, Jenna y Logan estaban hechos el uno para el otro. Era una pena que Jenna siempre hubiera estado enamorada de Mack McGarrity.

Logan le tendió la mano.

Ella sabía que no debía hacerlo, pero la agarró. Él la levantó de la silla.

Rozó a Logan con el vientre. Ambos contuvieron la respiración ante aquel contacto. Lacey liberó inmediatamente su mano y se volvió hacia la mesa, hacia las bolsas que todavía estaban allí, pensando que con aquel movimiento podría lograr distanciarse de él.

Pero no lo consiguió. Logan se levantó y se colocó tras ella, de modo que podía sentirlo, podía sentir su calor en la espalda.

Él le susurró entonces al oído:

—Me necesitas ahora, Lace. No me rechaces. Dame una oportunidad. Puedo casarme contigo y cuidarte. Cuidaros a los dos.

Oh, eran unas palabras preciosas. Y también muy tentadoras.

Pero no funcionaría. Tenía que recordárselo una y otra vez. No funcionaría.

Logan no la amaba. Ni siquiera había sido capaz de decir que ya no amaba a su hermana. Se casaría con ella por deber, para poder cuidar a su hijo.

Y ella se pasaría la vida sintiéndose como una segunda opción, preguntándose si cuando la besaba era a su hermana a la que imaginaba entre sus brazos. Ella no quería eso. Además, eran demasiado diferentes. Si el amor no era mutuo, no había ninguna posibilidad de que su relación funcionara.

Logan posó suavemente la mano en su hombro. Aquel leve roce levantó toda una ola de deseo en el interior de Lacey. Suspiró. La hizo volverse para que lo mirara a la cara. Y sonrió.

—Estoy completamente decidido.

Lacey le devolvió la sonrisa.

—Yo también.

—Bueno, pues veremos quién está más decidido de los dos. No pienso marcharme hasta que no vengas conmigo.

—Entonces vas a tener que quedarte durante una buena temporada en Wyoming.

—Puedo quedarme todo el tiempo que haga falta.

—No creo que puedas quedarte tanto tiempo.

—Ya lo verás.

—¿Y tu trabajo? ¿Cómo se las van a arreglar tus pacientes sin ti?

—No te preocupes por mis pacientes. Tengo compañeros que pueden sustituirme. Ya te lo he dicho, puedo quedarme aquí todo el tiempo que haga falta.

—¿Ah sí? ¿Y dónde piensas quedarte? ¿Has reservado habitación en algún hotel de la ciudad?

—No, me quedaré aquí contigo.

Parecía tan seguro, tan decidido a salirse con la suya... Lacey no pudo evitarlo. Acarició su rostro y sintió la aspereza de su incipiente barba como algo maravilloso. Demasiado maravilloso.

Apartó la mano, pensando en el intenso efecto que una caricia podía llegar a tener.

—No puedes quedarte aquí —le dijo, casi sin respiración, más para convencerse a sí misma que para convencer a Logan—. Es imposible.

Logan decidió utilizar su ventaja.

—Mira, estás sola. El bebé está a punto de llegar. Ni siquiera tienes teléfono en la cabaña. ¿Cómo te las arreglarás para llamar a alguien si surge una emergencia?

Lacey alzó la barbilla.

—No corro ningún peligro. La casa principal del rancho está muy cerca de aquí... Supongo que has pasado delante de ella para llegar a la cabaña.

Logan asintió.

—Sí, de hecho, paré allí para que me dieran tu dirección. Y está demasiado lejos. Si algo saliera mal, tendrías serios problemas para llegar.

—Tengo un teléfono móvil. Puedo llamar para pedir ayuda en el caso de que la necesite.

—¿Estás diciéndome que ese teléfono tiene suficiente cobertura desde aquí?

—Sí.

Logan chasqueó la lengua con cierto fastidio.

—No siempre, lo leo en tus ojos.

—Pero no importa. Aquí estoy perfectamente a salvo.

—No en el estado en el que te encuentras. Sabes que no deberías estar sola.

Las palabras de Logan empezaban a parecerse demasiado a las de su primo. Zach, y también Tess, no paraban de regañarla últimamente, intentando que se mudara a la casa principal.

En realidad, pensaba hacerlo en cuanto llegara el bebé. Tess ya les había preparado una habitación, con una enorme cama para ella, un moisés, un cambiador y todo lo que el bebé pudiera necesitar.

Pero Lacey todavía se sentía capaz de manejarse sola. Y la cabaña le gustaba. Tenía un aparato de música y un montón de discos compactos cerca de la cama. Disponía de tiempo para leer y hacer bocetos. Hacía poco tiempo, justo antes de ir a Wyoming, había descubierto que ya no era capaz de concentrarse todo lo que necesitaba para pintar en serio. Pero no le preocupaba. Tenía la sensación de que cuando el bebé llegara, retornarían también las ganas de pintar, por mucho que Xavier Hockland, su primer profesor, no lo creyera.

Y, desde luego, sería perfectamente capaz de llegar por sus propios medios a la casa principal cuando llegara el momento del parto. Tess podría llevarla desde allí al hospital.

Logan comenzó a caminar alrededor de la habitación y se detuvo frente a la enorme estufa.

—¿Qué utilizas para caldear este lugar?

—Madera. Aunque últimamente ha hecho tan buen tiempo que apenas he necesitado encender la estufa. Y cuando lo he hecho, me ha bastado tenerla encendida por la mañana para que la casa permaneciera caliente durante todo el día.

—¿Y cómo cocinas?

—De la misma manera, con madera.

—¿Me estás diciendo que has estado cortando madera en tu estado?

Lacey hizo una mueca.

—No. Es Zach el que se encarga de eso. Me mantiene siempre llena la leñera.

—¿Pero tú tienes que cargar la leña hasta el interior de la casa?

—No es nada difícil, Logan.

—Levantar peso no es recomendable en este momento del embarazo. Tu médico debería habértelo dicho.

—Logan, deja de meterte con el bueno del doctor Pruitt. Solo traigo un par de leños de vez en cuando. No hago ningún esfuerzo, de verdad.

Logan se acercó nuevamente a ella.

—Necesitas ayuda, Lacey. Y aunque no quieras casarte conmigo, creo que tengo derecho a quedarme aquí hasta que nazca mi hijo.

Lacey abrió la boca para protestar. Y la cerró sin emitir un solo sonido. Logan tenía razón. Si quería quedarse allí para el nacimiento del bebé, ¿quién era ella para impedírselo?

—¿Quién sabe? —añadió Logan—. Podrías necesitar repentinamente un médico. En ese caso te alegrarías doblemente de que estuviera aquí.

Otro punto para él. Lacey podría ponerse de parto en cualquier momento. Y, Dios no lo quisiera, podía surgir cualquier complicación antes de que llegara al hospital de Buffalo, de modo que no le iría nada mal tener un médico a mano.

¿Pero a quién diablos creía que estaba engañando?, se regañó la joven.

Por debajo de todas aquellas cuestiones sobre el aislamiento de la cabaña, los derechos de Logan como padre o sus habilidades médicas, estaba su estúpido corazón, latiendo desesperadamente y esperando cualquier excusa para mantener a ese hombre a su lado.