Ángeles y vampiros II - Vanesa Mammoliti - E-Book

Ángeles y vampiros II E-Book

Vanesa Mammoliti

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Beschreibung

La profecía comienza a dar sus primeros pasos. Todas las fuerzas tienen una parte del manuscrito, sin embargo la tercera, de la cual depende la victoria final, permanece oculta y es buscada con ahínco tanto por las hordas de la luz como por los séquitos de la oscuridad. A su vez, Nadhel Vlad Daimon consigue su propósito, ingresar en las altas esferas sociales de Europa. Poco a poco, usa sus influencias en todas las culturas generando guerras y aumentando su ejército de vampiros. Mientras tanto, Elena y Ámbar intentan hallar el paradero de Esteban y Lyon, quienes deberán realizar un entrenamiento especial a manos de Jofiel, uno de los siete arcángeles.

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Seitenzahl: 418

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Ángeles & Vampiros II: La Hechicera

La Hechicera

Vanesa Mammoliti

Editorial Autores de Argentina

ÍNDICE

PrefacioLa primera hechiceraLa nueva amanteUn nuevo compañeroBenjamín SutlerEl reencuentroLa bodaLa muerte acechaRevelaciónEl entrenamientoEl avisoDetrás de las huellas del enemigoEl castilloCaminos separadosEl beso del enemigo.El origenArgentina – Capilla del SeñorLa orden del Dragón y la CruzLa cruz sagradaEpílogo

1

Mammoliti , Vanesa Ángeles y vampiros II, la hechicera. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Autores de Argentina, 2014.

E-Book. ISBN 978-987-711-239-9

1. Narrativa Argentina. 2.  Novela. CDD A863

Editorial Autores de Argentina www.autoresdeargentina.com Mail: [email protected] Diseño de portada: Fabio Téllez Modelo de tapa: Mariela Molleker Corrección: Diego Dattoli Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

2

Todos y cada uno de nosotros hemos librado de alguna u otra manera nuestras propias guerras. Este libro está inspirado en esas personas con las que me he cruzado en la vida, en “los ángeles y en los vampiros”que conocí.

“No te rindas, por favor no cedas.

Aunque el frío queme. Aunque el miedo muerda.

Aunque el sol se ponga y se calle el viento.

Aún hay fuego en tu alma. Aún hay vida en tus sueños.

Porque cada día es un comienzo nuevo”

Mario Benedetti.

Quiero agradecer especialmente a estos bellos ángeles:

Patricia licht, Mirta Negri, Cristina García, Fer P,

Vilma Ferrari, Sergina Rasch, Feli y Gloria, Claudia Schulz,

Lore Ingenito, Yamila Ferreira, Daira Mirabete, Rosario Traverso,

Diana Barrea y Pilar Tzicas Silva.

A mis padres y a mis suegros por acompañarme siempre.

A mi esposo por todas esas noches de desvelos, por apoyar mis sueños.

A mi hermano que jamás suelta mi mano.

A Marie y Any mis hermanas de la vida.

A Gisela S. Bustos Corbalan y Juan Manuel Longobardo, los organizadores de Monster Walk Buenos Aires, personas maravillosas

que aceptaron a Nadhel entre sus monstruos.

A todos ustedes lectores que me acompañaron

en la primera parte y aún siguen allí.

A Fabio Téllez por su creatividad en la maravillosa portada,

a Diego Dattoli por sus sugerencias y sus enseñanzas

y a Mariela Molleker por ser parte de mi vida y sueños.

Gracias a la Editorial Autores de Argentina

por su profesionalismo y su amable atención.

Gracias

3

Para mis hijos.

“Pues a sus ángeles mandará acerca de ti,

Que te guarden en todos tus caminos.

En las manos te llevarán,

Para que tu pie no tropiece en piedra”.

Salmos 91: 11, 12

4

PREFACIO

Ámbar se levantó de la cama, la pesadez en el ambiente la agobiaba hasta ahogarla. Aún era de madrugada. En el hotel en el que se alojaba junto a Elena, reinaba el silencio. Dentro de la habitación, el sonido rítmico de la respiración de su compañera de cuarto acunaba el ambiente.

Caminó hasta la mesa de tres patas, ubicada en la esquina próxima a la puerta de entrada, tomó una jarra y se sirvió un vaso de agua. Ingresó al baño, abrió la canilla y enjuagó su rostro con agua fría, la cual emergió con poca fuerza. Enfrentándose al espejo, descubrió las huellas de la preocupación ilustradas entre sus cejas, en tanto que su rostro demacrado se estampó en su reflejo.

Cerró la canilla, se dirigió al ventanal con salida al balcón y deslizó un panel de la cortina. Por un breve instante, disfrutó del diseño que las estrellas plasmaron en el firmamento nocturno.

Destrabó el pestillo del ventanal y salió al balcón. La brisa fresca la envolvió y su desabillé bailó al compás. La trenza que armó en su cabello horas antes de acostarse, le permitió mantenerlo lejos de su rostro.

Observó las calles vacías, pronto oyó el eco de unas voces, sin embargo las imaginó lejanas.

Con sus manos apoyadas sobre la baranda, arqueó su cuerpo hacia atrás e inspiró profundamente, con los ojos cerrados, en pleno goce de ese momento de calma.

Una brisa helada se filtró por entre sus piernas, a su vez, un escalofrío se adueñó de su cuerpo. Con los ojos abiertos, volteó hacia el interior de la habitación; de pie, junto a Elena, una figura oscura la observaba.

Ámbar gritó con voz aguda.

La figura tomó a Elena del cabello, al tiempo que quitó la capa de su cabeza, con lo cual su rostro quedó al descubierto. Se trataba de un semblante anguloso y perverso; de ojos rojos, cabello azabache y colmillos prominentes. Un rostro conocido e inolvidable.

¡No! ¡Suéltala! – tartamudeó Ámbar.

Tras sonreír, el hombre engrapó sus colmillos filosos en el cuello de Elena, sin dejar de mirar a Ámbar.

Ámbar saltó de su cama, agitada y temblando. La pesadilla había sido tan real… Le costó un tiempo serenarse y regresar a ese espacio, tiempo y lugar. Observó a Elena: dormía. Su respiración era regular, serena como ella.

Apenas se mantuvo en pie, Ámbar avanzó hasta el ventanal. En esa ocasión, chequeó que los pestillos estuvieran bien cerrados. Fue hasta su bolso, del cual tomó la cruz que le quitó a su madre antes de partir a esa travesía, una cruz perteneciente a su bisabuela, un objeto que por alguna razón la otorgaba cierta paz. Con una de las cintas para atar su cabello, anudó la cruz. Al llegar al ventanal, la colgó de la perilla, luego sintiéndose más relajada se sirvió un vaso de agua.

Sumergió su rostro en el agua del baño y sintió la frescura ingresando por sus poros, aliviando el sudor. Según percibió, las ojeras fueron más grandes que sus ojos. El miedo aún recorría su interior.

En cuanto regresó a su bolso, tomó el cuaderno de notas de Lyon. Si bien durante el viaje lo leyó por completo, después de su pesadilla, sentada en la cama, decidió leerlo por segunda vez. Necesitaba aprender a defenderse. El diario de Lyon, cuna del relato de sus enfrentamientos, detallaba las alternativas para detener a los vampiros. Por lo tanto, era la única ayuda para Ámbar en aquél entonces.

5

LA PRIMERA HECHICERA

La camioneta se trasladó con dificultad por el terreno lodoso. Desde hacía 3 días, llovía copiosamente. En reiteradas oportunidades, el conductor asomaba su cabeza por la ventanilla. Las hojas de los árboles, pegadas en el parabrisas, obstaculizaban la visión, a causa del implacable viento que las arreaba tras arrancarlas de las cercanas ramas. Por su parte, el agua caía como un cascada descontrolada.

Dos kilómetros después de sortear un frondoso bosque, la estrambótica camioneta Ford, armada con diversas partes no relacionadas con su construcción original, giró a la derecha, por lo cual tomó una ruta sin carteles, bien escondida y casi invisible. El conductor avanzó en línea recta. Una vez que pasó frente a un roble de tamaño desproporcional, dobló a la izquierda sin abandonar su marcha. El viento, a su vez, sacudió al vehículo, pero, pese al bamboleo, no cesó su marcha.

Unos tramos más adelante, la camioneta ingresó en un páramo límpido y claro, semejante a una visión o a un espejismo: un pequeño pueblo perdido en el tiempo y en el espacio se alzó ante ellos. A corta distancia, se distinguía el humo procedente de las chimeneas de algunas casitas bajas. La camioneta enfocó su trayectoria rumbo a la más pequeña y precaria detoda ellas, ovalada a diferencia de las restantes viviendas. El conductor y su acompañante descendieron del vehículo, con sus cabezas cubiertas con los tapados que llevaban puestos. Hecho eso, corrieron hacia la puerta de entrada. No anunciaron su llegada, pues una anciana les abrió la puerta antes de que la llamaran.Acompañados por las hojas danzantes en el aire, hallaron refugio en aquél hogar.

Dentro de la pequeña casa, el clima era cálido y reconfortante. Los pisos eran de piedra, en tanto las paredes, el techo y el mobiliario eran de madera color caoba clara y sugestiva. Sobre un rincón entre las brazas, dentro de una vieja olla de hierro, el agua hirviente presentaba una galaxia de burbujas a un paso de reventar. A corta distancia, había una mesa rústica y maciza, con patas anchas sobre las cuales una vela centellaba luz bailarina. En triangular tres tazas, unos trozos de pan y queso aguardaban a sus comensales. Dos habitaciones sin puertas se abrían paso, a través de sendos laterales.

Karen retiró la capa de su cabeza, se sacudió el agua y las hojas impregnadas en su tapado. Luego miró la mesa servida con una sonrisa, incapaz de enmascarar su tristeza. Aunque no había anunciado su visita,la anciana los esperaba. Karen volvió su rostro a la longeva, quien permanecía de pie frente a la puerta cerrada observándolos. Con profundo afecto, la saludó:

-Hola, mi querida Nanny, qué bueno volver a verte-

La anciana caminó hasta ella con pasos cortos y medidos. Cuando estuvo frente a Karen, deslizó su mano callosa y áspera por el rostro de la mujer. Sin pronunciar palabra, se apartó de ella avanzando hasta la pesada olla; con unos trapos la retiró del fuego.

Mientras la anciana preparaba una infusión de hierbas y frutos rojos, Karen y Justin, su esposo, colocaron sus tapados mojados sobre una silla.

Karen frotó sus manos, tenía frío y un profundo cansancio. Habían viajado desde Saint Augustine, Florida, Estados Unidos hasta Argentina, en un viaje agotador y largo. Apenas arribaron al puerto de Buenos Aires, ignorantes del descanso, se trasladaron hasta Capilla del Señor, allí Karen pidió ayuda a Juan Manuel para que les alquilara la camioneta que los llevaría a casa de Nanny, su abuela, quien vivía alejada del mundo y de la civilización; escondida en un pueblo oculto al margen del crecimiento del mundo y del andar diario. Con paso firme, Karen caminó hacia la desgarbada anciana. Tras suspirar hondamente, suplicó:

– Nanny, por favor, necesitamos tu ayuda –

Sin embargo, la anciana llevó un dedo a sus labios resquebrajados, pidiéndole silencio. Sin mirarla, continuó con su labor. Karen, con el ceño fruncido, dudó un instante. A pesar del fastidio provocado por la actitud de su abuela, decidió sentarse en la silla y esperar. Justin imitó a su esposa sentándose frente a ella, de modo que el asiento de la cabecera quedó disponible para la anciana.

La edad de la anciana era una verdadera incógnita, su rostro, plagado de pequeñísimas arrugas, era claro y limpio, sin manchas, casi trasparente. Su cabello beige y plateado terminaba en un rodete a la altura de la nuca. Sus ojos azules como el cielo en verano brillaban con la vivacidad de una jovencita. Estatura pequeña; su cuerpo, que se había encorvado, la obligaba a caminar con su mirada siempre anclada en sus pies. Cada cierta cantidad de pasos, se detenía. Con esfuerzo, levantaba su rostro para observar hacia adelante.

La anciana sirvió una infusión roja con aroma a arándanos y fresas, sentándose con esfuerzo en la cabecera. En ese momento, con un gesto de cabeza, les pidió que bebieran. La infusión, aunque demasiado aromática, resultó agradable al paladar, devolviéndoles el calor requerido por sus cuerpos. Comieron un trozo de pan y queso, debido a la presión generada por la mirada penetrante de la anciana. Sin decir nada, los obligó a comer, pese a que lo único que deseaban era hablar con ella.

En silencio aguardaron a que la anciana terminara su parte, engullida con extrema lentitud. Los nervios de Karen al borde del colapso.

Durante esos minutos eternos, Karen acomodó su cabello detrás de su oreja muchas veces como si tuviese una lucha interna con él. Refregó sus manos una y otra vez. Cuando la anciana finalizó su bebida, sin decir nada, tomó las tazas de Karen y Justin, a la cuales observó un rato en silencio.

Las colocó nuevamente sobre la mesa, luego miró a la pareja y les dijo:

–Su hija está en peligro.

Karen se sobresaltó al oír tal declaración; hacía varios meses que no tenía novedades de Ámbar, su única hija.

Desde la partida de la joven, Karen sólo recibió una carta en la cual Ámbar le contaba que estaban bien y que habían arribado al puerto de Cobh, sin embargo había transcurrido bastante tiempo desde aquél único contacto.

Desesperada y en vilo, Karen decidió consultar a su abuela. Las mujeres de su familia contaban con un poder especial para presentir y predestinar: tenían el don de la videncia. No obstante, Karen sabía que su abuela poseía un don superior a todas. Un don extraordinario al cual había dejado de utilizar hacía muchos años cuando decidió pasar sus últimos días en el pueblito escondido, olvidándose del mundo; acompañada únicamente de sus recuerdos.

Karen abrió su bolso y sacó el vestido blanco usado por Ámbar durante la noche trágica, a partir de la cual la vida de todos dio un giro de 360 grados. Acercándose a su abuela, le dijo:

–Pertenece a Ámbar, mi hija – explicó, tras entregárselo. En contacto con la prenda, la anciana seechó hacia atrás con un movimiento involuntario. Sus ojos azules se tornaron blancos. Con una voz grave, en una lengua extraña, comenzó a hablar. Se mantuvo en esa posición por un tiempo, interminable para la pareja. De pronto, su mirada azul regresó a ella y dejó la prenda sobre la mesa. Levantada de su asiento, caminó en silencio hasta la puerta de entrada y abrió la puerta.

La lluvia había cesado, un tenue arco iris asomó detrás de las copas de los árboles. Desesperada por la falta de respuesta y el profundo silencio que la estaba enloqueciendo, Karen abandonó la mesa en intensa corrida hacia la anciana, mientras que con las lágrimas a punto de desbordar desde sus ojos, le suplicó:

–Por favor, Nanny, te lo suplico, dime algo sobre mi hija-

Sin embargo, cuando su mano posó sobre el brazo de la anciana, el rostro de ésta se transfiguró, por lo que, con voz estruendosa y galvanizada, vociferó: “Las tinieblas invadirán la tierra. Los muertos vivientes gobernarán las naciones, pues el Imperio del Soberano Oscuro traerá la esclavitud de todo mortal. Aquél que es mitad ángel-mitad demonio podrá salvar o contribuir a la destrucción de la raza humana. La puerta ya ha sido abierta”.

Al concluir, la anciana se desmoronó y estuvo a punto de caer de rodillas, pero la reacción inmediata de Karen lo impidió, justo cuando Justin corría a socorrerla. En cuanto la ingresaron a la casa, la ayudaron a sentarse en un sillón con amplio respaldo. La anciana los miró con sus ojos de niña: sus arrugas centenares no escondían la belleza que trascendió las huellas y los surcos de los años. Cansada y con pocas fuerzas, dijo: – “La niña me necesita, debo hallarla y hablar con ella. Ayúdame, Karen, a preparar las cosas. Partiremos de inmediato, es imprescindible que encuentre a la niña”.

Karen, de pie, ayudó a su abuela a levantarse del sillón, mientras Justin se apresuró a revisar la camioneta.

– Gracias, Nanny– susurró Karen en el momento que avanzaba con la anciana del brazo a la habitación contigua, con un río de lágrimas recorriendo sus mejillas.

6

LA NUEVA AMANTE

Su cabello endrino brillaba aún en la noche más oscura. Sus ojos atigrados e hipnóticos resplandecían; siendo un imán de las miradas masculinas. Los labios gruesos formaban una boca de fresa, hilvanaban en los hombres el irrefrenable anhelo de saborearla. Su figura esbeltade líneas curvas era la estructura exacta para su seductora y elegante vestimenta. Solía usar zapatos con tacos fuera de lo convencional, altísimos, exclusivos, confeccionados a su medida, con los que se movía con tanta naturalidad como si fueran parte de su propio cuerpo. Su nombre; Sophia Sheppard.

Sophia deslizó levemente la pesada cortina a fin de observar a través del amplio ventanal. Era una tranquila noche de luna llena. Los transeúntes aún paseaban por las calles húmedas de Irlanda. Una mujer con un pequeño sombrero pasó en ese momento, acompañada por un hombre, el cual dirigía sus movimientos con su mano apoyada sobre su hombro. – “¡Qué ridículos!” – pensó Sophia e imaginó la vida de esa mujer, clavada horas en una casa, manteniéndola limpia y agradable para su esposo-amo, mientras criaba niños inquietos conforme pasaba su vida a la espera de su hombre, deseosa de su aprobación y temerosa de sus enojos. Ese esposo disfrutaría de salir al mundo, de estar con cuánta mujerzuela deseara, en tanto, la esclava de su esposa lo aguardaría sumisa sin proferir palabra alguna. Ella jamás aceptaría esa vida. Estaba convencida de que había nacido para brillar y tener el poder del mundo en el puño de su mano. Caminó lentamente hacia el espejo con marco labrado en oro. Le agradó su reflejo: bella e irresistible como un vaso de agua fresca en el desierto. Era consciente de que no había nacido hombre capaz de escapar a su encanto. Su rostro de muñeca rusa robaba centenares de halagos.

Risueña, levantó los pliegues de su vestido para observar sus torneadas y largas piernas. Esa noche era una noche muy importante, había trabajado duro por conseguir lo que, según ella, sucedería: el Duque Maurice Desmond, por fin, le pediría que se convirtiera en su esposa y ella aceptaría asombrada, con su mejor expresión de felicidad, pues hasta se sabía capaz de colmar sus ojos de lágrimas.

Él no debía tardar, pasaría en su limusina e irían a cenar al Darkey Tower, el restaurante más moderno y lujoso de la ciudad. Después, en algún momento de la noche, le daría la sortija que ella ya había encontrado husmeando entre sus cosas. El Duque deslizaría sus viejas y temblorosas manos por su rostro de porcelana. Si bien el pensamiento le ocasionaba un revoltijo en su estomago, lo complacería hasta tenerlo en su poder.

Desde hacía un año, el Duque Desmond era viudo. Matar a su esposa no fue una tarea sencilla como Sophia imaginó desde un principio, sin embargo lo consiguió. Sophia, inmiscuida en sus vidas, cumplió el papel de víctima: la joven rica huérfana había perdido a sus padres en un accidente fatal. Con su carnada brillante, ganó la confianza de los Duques, quienes la albergaron en sus vidas haciéndola participe detodo acontecimiento. Como los duques no tenían hijos, la anciana duquesa la trató como a una hija. Al principio, ambas salían a la opera, al teatro y a comprar elegantes atuendos en prestigiosas boutiques. Asimismo, acompañaban al duque Desmond a todos los eventos sociales a los cuales elcitado debía concurrir. Nadie jamás sospecharía de qué alguna mala intención surgiese de esta nueva relación. En ese sentido, Sophia era heredera de una gran fortuna, además contaba con la belleza y el apellido para vivir fácilmente en la alta sociedad. Los duques confiaban ciegamente en ella: admiraban tanto sus talentos como su habilidad para recitar extensas prosas y versos, aprendidos por su persona con notable rapidez, también, con significativa gracia, interpretaba algunas melodías en el piano.

Con el paso del tiempo, la salud de la Duquesa comenzó a complicarse. El médico de la familia, asombrado por la extraña enfermedad de aquella mujer cuya única dolencia en su vida fue su imposibilidad de engendrar hijos, no pudo hacer nada para ayudarla. La duquesa, cuál un árbol pierde sus hojas en el otoño hasta quedar las ramas desnudas, desmejoró día a día. Consumía pocos alimentos. No lograba retenerlos en su estomago. Nadie imaginaba que la joven de rostro angelical la envenenaba de a poco, conforme oficiaba de enfermera y pasaba horas junto a ella cuidándola y consolándola. El duque apreciaba a su mujer, había sido una buena compañera pese a no haberle dado hijos. Aunque desde hacía años que no se interesaba en obtener la compañía de jovencitas, le resultaba imposible evitar asomarse cada vez que Sophia dejaba la puerta entreabierta de su aposento. Cuando observaba cómo se desvestía, el duque se olvidaba de que debía verla como a una hija.

Tras el fallecimiento de la duquesa, Sophia permaneció con el Duque, adulándolo sobre el buen esposo que había sido. Dejó a entrever cuán dichosa sería cualquier mujer de ser su esposa, incluso aseguró que ella cambiaría su fortuna por alguien como él. Llenó sus oídos y su mente de ideas de un descendiente, de deseos y sueños frustrados, hasta que logró tenerlo a sus pies. En aquel entonces decidió que era conveniente volver a su hogar, hasta que él fuese por ella.

El tiempo había llegado, pronto se convertiría en la esposa del poderoso Duque Maurice Desmond.

Matar a sus propios padres para heredar su fortuna no había sido suficiente. Sophia deseaba más, el poder era lo único que realmente le importaba. Los hombres la deseaban, las mujeres la envidiaban, pero ella anhelaba que todos le temieran.Su meta era que tan solo una palabra suya pudiese infringir el suficiente temor.

Debería soportar al duque un tiempo, mientras se sumergía en su mundo entre las más altas esferas: reyes, el gobierno, empresarios industriales. Finiquitada esa etapa, correría el duque el mismo destino que la duquesa.

Una vez que acomodó su escote, la gargantilla de diamantes de su madre brilló frente al espejo. Apenas arregló uno de sus bucles negros, esbozó una sonrisa satisfecha. Caminó nuevamente hasta el gran ventanal, sin embargo sintió una presencia a su espalda, por lo cual giró de inmediato y saltó de asombro al comprobar que no estaba errada. Un hombre de pie a mitad del cuarto la observaba.

¿Qué hace usted aquí?- preguntó, a un paso del grito-¿Quién le permitió ingresar?-

El personal dormía. Ninguno de sus sirvientes en su sano juicio se atrevería a dejarloentrar sin anunciarlo antes. La habitación estaba en penumbras. El hombre avanzó hacia un rayo de luz de luna, que ingresaba desde la calle. Cuando se quitó la capa de su cabeza, la observó con una pequeña mueca de burla en su rostro. Sophia no sintió temor, en tanto para su asombro y desconcierto notó que el hombre no tenía apariencia de ladrón, su porte y vestimenta correspondían a la de un caballero.

-¿Quién eres?-preguntó Sophia nuevamente, pero esta vez la prepotencia menguó en su voz.

-Buenas noches, mi reina – saludó él- Soy el Barón Nadhel Vlad Daimon–se presentó, tras inclinar la cabeza y ensayar una reverencia como si se tratara de un saludo a la realeza. Sophia hizo una mueca involuntaria con su boca, le agradaban los halagos, pero se mantuvo firme mientras estudiaba al individuo. El título de Barón hizo qué inconscientemente los ojos de Sophia brillaran de avaricia. ¿Sería cierta tal presentación?, ella pensó.

Nadhel, luego de una carcajada, señaló–No te deslumbres por el título de Barón, pues tengo mayores planes para ti, pienso convertirte en Reina– aseguró.

Un haz de incredulidad cubrió el rostro de Sophia. Debía tratarse de un loco, abundaban en esos tiempos, creyendo ser alguna personalidad importante, ella pensó. Nadhel se aproximó unos pasos:

No estoy loco– dijo- Acaso ¿crees qué puedes compararme con uno de esos débiles mentales?- su voz sonó amenazante.

Ella dió un pequeño salto en el lugar por haberle interpretado el pensamiento, pero no bajó la guardia.

¿Entonces deberá decirme que hace un Barón a estas horas de la noche, en la casa de una dama y sin haber sido invitado?-preguntó Sophia, conforme rodeó sigilosamente un estante, del cual, disimuladamente, tomó un pequeño pero filoso puñal, gracias al cual se sintió un poco más segura.

Luego, agregó:

–¿En qué puedo ayudarlo, estimado Barón?-

Nadhel, a 5 mts de distancia cuando ella pronunció estas palabras, en un pestañeo apareció detrás de la joven:

-¿Piensas matarme?–inquirió, susurrándole al oído:

Si es que acaso me dieras motivo, no dudaré en hacerlo- respondió ella con frialdad, mientras giraba para tenerlo en frente. Nadhel lanzó una de sus carcajadas salvajes:

Mi reina–dijo él-Tú matas todo lo que se interponga en tus planes y debo confesarte que yo pienso interponerme. Además, hermosa mía, debo informarte que tú sí me has invitado a pasar a tu hogar, pues la maldad que rige tu vida me ha abierto la puerta-

Sophia, mantuvo el silencio y lo observó:

Lo cierto es – agregó Nadhel, mirándola fijamente – que hoy no saldrás con el viejo decrépito con quien pretendes casarte- ordenó– Hoy te quedarás conmigo-

Sophia enfureció de pronto “¿Quién era ese loco para interponerse en su camino?” pensó.

Furiosa, inspiró profundo y lo miró a los ojos por primera vez,desafiante. A pesar de la penetrante mirada de Nadhel, ella no bajó sus ojos atigrados, por su parte, él la observaba de pies a cabeza con descaro. Sophia alzó su voz:

Caballero, si no se retira en este instante de mi casa, haré que mis sirvientes llamen a la policía y yo misma me aseguraré de que lo encierren por un largo tiempo–aseguró.

Nadhel volvió a reír. La tomó de la barbilla y susurró – Serás la reina perfecta: eres bella, arrogante, petulante y egocéntrica. Te pareces mucho a mí-

Sophia, sin dudar y pestañear, presionó el puñal con fuerza en su mano, insertándolo con ira en la ingle de Nadhel, hasta enterrarlo profundamente tras abrirle una herida en la carne con el metal. Nadhel apenas se movió unos pasos hacia atrás, la miró de soslayo y comenzó a retirar el puñal de su cuerpo. Un charco escarlata se abriósobre su camisa blanca. Nadhel desprendió algunos botones y deslizó su dedo índice por la sangre, luego la llevó a su boca y pasó su lengua por ella, sonriendo. En tanto, Sophia, sin inmutarse, miraba la herida abierta y todavía sangrante.

Yo se lo advertí – se defendió ella.

Nadhel, con su índice en la herida, dijo – Observa, cariño.

En la cumbre del asombro, Sophia vio como la herida se cerró sola hasta quedar la carne intacta. Ella emitió un grito ahogado y se llevó las manos a su boca. Por instinto, se arrojó hacia atrás. Nadhel volvió a soltar otra de sus terribles carcajadas – Impresionante – dijo – He logrado provocar temor en ti, tardé, admito, más de lo que esperaba- señaló feliz con un tono de malicia en su voz, tras guiñar el ojo izquierdo.

Luego volteó hacia ella y la tomó de la cintura, manteniéndola casi en el aire la llevó frente al espejo de la gran sala.

Observa – dijo de pie, frente al espejo.

Sophia contempló lo que el espejo le devolvía: su rostro de porcelana y su figura perfecta. Como siempre, se sintió conforme con lo que veía.

Sigue observando – instó él.

Sophia volviósu rostro al espejo nuevamente, la imagen devuelta poco a poco fue cambiando, llenándose de arrugas y encorvando la postura. Un grito desesperante e incontenible emergió de su ser.

Nadhel aseveró: – Así serás en unos años. Si te unes a mí, podrás permanecer eterna, joven y bella tal como te ves ahora para siempre.

La imagen regresó al presente y ella suspiró.

¿Qué es lo que quieres de mí? –preguntó ella, sin dejar de mirarse al espejo, en busca de alguna señal que no fuese parte de su perfección. Como gotas de lluvia sobre la ventana, Nadhel deslizó sus fríos dedos por el rostro y cuello de la joven. Aunque un escalofrío estremeció el vello de su piel, Sophia nada dijo.

Ya te he dicho: te convertiré en mi reina, pero antes de relatarte mi plan, deberás hacer lo siguiente: el viejo Duque está en este momento doblando la esquina con su auto, tú bajarás y le dirás que deberá disculparte pero hoy no irás a cenar. Excúsate y que tú historia sea creíble. Le dirás que mañana pasarás a verlo– sentenció Nadhel.

Sophia se sintió presa de sus nervios y enfado.

No debes preocuparte- agregó Nadhel –Esta situación aumentará su ansia por verte y su temor a perderte – aseguró.

Luego regresarás a mí y te explicaré todos los detalles de mi plan.

El motor de un auto ronroneó al momento en que Nadhel terminaba de pronunciar estas palabras. Nadhel presionó contra su cuerpo de mármol la amazónica fisonomía de la joven, su aroma a jardín lo embriagaba.

Debes saber – susurró – que si me traicionas, morirás y buscaré en un instante a otra reina –prometió, con una sonrisa siniestra en cuanto la soltó. Sophia, desbordada de furia, salió de la habitación, desacostumbrada a que le dieran órdenes. Mientras tanto, alguien golpeaba la puerta de entrada. Demoró unos minutos en convencer al Duque de que no era necesario que él se quedara a hacerle compañía, tampoco que llamara a un médico. Excusarse por la presencia de malestares femeninos fue una buena táctica, con la cual ruborizó al anciano Duque cercenando toda su insistencia.

Cuando regresó al estudio, Nadhel se hallaba reclinado sobre el gran sillón perteneciente al padre de Sophia, el famoso almirante Sheppard, responsable de hundir cientos de buques enemigos con innovadoras estrategias. Entre sus enemigos y colegas fue conocido como “El invencible Sheppard”. Un tirano, de contextura grande, con pequeños ojos marrones, y frondosa barba castaña, odiaba a los pobres y a los esclavos. A la vez, Sheppard despreciaba a su mujer por haberle dado apenas una hija, cuando para él una hija sólo podía servirpara un buen negocio, ligándola al mejor postor o para que ella lo cuidara a él durante su vejez. De todos modos, le complacía la belleza innata de la niña. Aún siendo una pequeña, hombres de importante rango le habían solicitado contraer matrimonio una vez que Sophia alcanzara la suficiente edad, pero él almirante no pensaba apresurarse. La entregaríaa quien le fuese más útil, eso le había asegurado, tras repetírselo mil veces, a la pequeña Sophia.

La esposa del Almirante Sheppard era una mujer sin personalidad, temerosa de su esposo y de sus castigos, temblaba cada vez que oía los pasos del Almirante al llegar acasa.El susodicho nunca se conformó con el diagnóstico de los médicos luego del parto de la niña: según el doctor, su esposa jamás volveríaa engendrar un hijo. Por eso la repudiaba descargando su ira contra ella. En tanto, Sophia odiaba a su padre. El desprecio de su trato. Su virilidad, su fuerza bruta. Los beneficios que tenía por ser hombre, asimismo, aborrecía a esa madre incapaz de defenderse o de defenderla, la necia siempre agachaba la cabeza comportándose como un títere del tirano. Sin embargo, Sophia no permitiría que nadie le dijese lo que debía hacer. Se lo juró a la luna y a las estrellas desde el balcón cuando cumplió quince años. No sería tomada como un objeto. Era consciente de que había heredado de sus progenitores lo más valioso de cada uno: la belleza de su madre y la inteligencia, energía y soberbia de su padre.

Nadhel se había quitado la capa, en la camisa blanca la mancha de sangre permanecía intacta como firma sobre papel.

¿Sabes acaso lo que cuesta esta camisa? – preguntó Nadhel cuando ella ingresó.

Puedo comprarte otra– respondió Sophia, restándole importancia.

Nadhel rió – Lo que menos necesito es tu dinero –

Aún no entiendo qué quieres de mí –

Cuando Sophia apenas parpadeó, Nadhel la tomó por detrás, esta vez ella se volteó rápido y se colocó frente a él. Con una de sus posturas seductoras, lo observó en detalle: su cabello azabache, sus ojos negros penetrantes, su nariz puntiaguda y sus rasgos angulosos, su piel de porcelana sin marcas, sin vello, su porte erguido, delgado pero macizo, firme como una roca. “No está nada mal” – pensó Sophia.

Nadhel volvió a reír, sus colmillos se asomaron por su boca, pero ella, no los percibió:

¡Tú tampoco estás nada mal! – dijo él entonces. Ella se sobresaltó.

No te asustes. Mi poder supera por mucho lo que tú puedas imaginar. Hay algo que quiero mostrarte – dijo Nadhel.

La situó a su costado derecho tras sostenerla de la cintura. A partir de ese momento, realizó círculos con su mano izquierda, luego dibujó invisibles líneas y figuras; mientras murmuraba palabras sin sonidos audibles. Pronto, tal si fuera magia, la habitación desapareció. Enseguida se encontraron de pie en un inmenso recinto, un salón con paredes de piedra, dos sillas labradas en oro al frente con un paño rojo protegiendo el respaldo. Poco a poco, las paredes de piedra se cubrieron de adornos.

Te prometo -expuso Nadhel-que el esplendor del castillo en el cual vivirás será tan inmenso que satisfacerá tu ego, mi querida reina - dijo Nadhel- Presta atención, amormío-y extendiendo su mano en alto, el lugar se convirtió en un salón de baile, muy iluminado; con hombres y mujeres vestidos de gala; risas, bailes y aplausos. Sophia los observaba, de pronto las personas giraron y al verla se postraron a sus pies. Ella los observó confundida, después notó que su ropa cambiaba: un fastuoso vestido rojo, henchido de pequeños rubíes, la elevaba.

Nadhel susurró – mirá detrás de ti – Ella giró su cabeza y un ejército de hombres erguidos le rendía obediencia. Sophia sonrió con todas sus rosas negras.

Formaré un imperio -sentenció Nadhel – y comandaré un ejército que someterá a las nacionesenteras a mi voluntad. Tú serás mi compañera, permanecerás joven y bella por siempre. Envidiarán tu eterna belleza, pero lo más importante es que los hombres y las mujeres te temerán porque te haré poderosa.

Nadhel movió su brazo y las imágenes desaparecieron, por lo que regresaron a las tinieblas de la habitación.

Te casarás con el viejo – dijo – A partir de mañana, me presentarás como parientelejano. Me vincularás con todos los hombres y mujeres poderosos que se codean con el Duque. Seré partícipe de la boda hasta que llegue el momento de deshacernos de todos los que no nos sirvan.

Nadhel la miraba a los ojos, ella se sentía intimidada como nunca antes. Nadhel tomó el puñal usado por ella un rato antes y se hizo un pequeño corte en su dedo, la sangre espesa y roja oscura se fue deslizando, el demonio acercó su dedo a la boca de Sophia.

Es para ti, mujer, un regalo – dijo. Ella titubeó.

Debes entender que mi palabra es ley y que a partir de ahora, debes hacer lo que yo diga. Sería una pena queperdieras la oportunidad que te estoy ofreciendo, pero si no me satisfaces, me desharé de ti sin contemplaciones-

Sophia no dudó: las palabras de ese hombre eran ciertas. Con completa seguridad en sí misma, tomó la mano de Nadhel y acercó el dedo herido a sus labios. Con sensualidad, deslizó su lengua sobre el trayecto de la sangre, tras clavar sus ojos de tigresa en los de él.

Nadhel sonrió – Buena chica – dijo y añadió-Mi sangre te ayudará, agudizará tus sentidos - al tiempo que deslizaba su mano helada por el delgado y empinado cuello de la joven, quién se estremeció ante un escalofrío envolvente. Nadhel con sus dedos de hielo navegó el profundo escote hasta llegar a la cintura, en pos de asirla con fuerza hacia él. La besó con loco deseo y extremada suavidad sobre el cuello. Mientras los labios de Nadhel caminaban la cálida y tibia piel, sus ojos se tornaron rojos; cual dos llamas encendidas, deseoso por devorar por completo a aquella frágil presa. Sin embargo, Nadhel cerró sus ojos y retrocedió, controlando su instinto asesino. Al rato clavó sus ojos en ella:- Te verépronto – tomó su capa y desapareció de la habitación, tal entró.

Sophia, con los labios sellados, caviló si ese ser no era fruto de su imaginación. Ofuscada y confundida, se dirigió a las habitaciones del personal domestico. Cuando llegó a la puerta del cuarto de su ama de llaves, quiso exigirle explicaciones por no aparecer a auxiliarla. Sinvacilar, golpeó. Al no recibir respuesta, abrió la puerta. Una vez dentro, se encontró con el cuerpo de la mujer en su catre. Despacio, se acercó y descubrió una gran herida sangrante abriendo paso en el cuello del ama de llaves. A su vez, una nota reposaba en su rostro: “Puedes enterrarla, no volverá a despertar” eran las únicas palabras plasmadas a través de una perfecta caligrafía de trazos elegantes y apretados.

Sophia, lejos de la austera habitación, fue por el pasillo al cuarto de la cocinera y las mucamas, sin golpear, giró el picaporte pero la puerta estaba cerrada por dentro. Golpeó varias veces, finalmente una de las mucamas abrió con la preocupación plasmada en sus facciones.

¿Sucede algo, mi señora? – preguntó la joven, asustada.

Sophia, callada, evaluó por un momento, si debía informar lo de René, el ama de llaves. En su mente las preguntas danzaban sin fin, no deseaba verse envuelta en un escándalo: una sirvienta con el cuello roto no era una noticia favorable antes de su boda. La nota nadie la debía hallar, podía involucrarla en ritos extraños frecuentes en esa época, dónde hablaban de muertos que se levantaban de sus tumbas. Sophia, con la mirada en blanco y las respuestas mezcladas en interrogantes, avanzó un paso:

En ese instante, lo supo: la nota era una prueba de la existencia de aquél hombre, quien se inmiscuyó en su vida sin pedir permiso.

Optó por tomar el control de las acciones como tantas veces hizo. Ante el desconcierto de la joven, le ordenó que no salieran de la habitación hasta que ella les avisara. En su aposento, se quitó los zapatos y el vestido. Con ropa de cama, arrastró al ama de llaves: René había estado a su lado desde niña. Se encerró en el cuarto, con el cuchillo de su padre descuartizó parte por parte el cuerpo. Acto seguido, con la cara y el cuello rojos, lo acomodó en un viejo baúl de su madre. Despotricó contra Nadhel, mientras limpiaba la sangre derramada.

Caída la tarde, a cambio de una importante retribución económica, solicitó a su jardinero incinerar el baúl. Según Sophia le informó, contenía recuerdos antiguos dolorosos para ella. Las flamas del baúl consumido latían en sus ojos ambarinos. La evidencia desapareció para siempre en una nube de cenizas.

7

UN NUEVO COMPAÑERO

Lyon tomó su cruz. Aquella que alguna vez, hacía varios años, le había obsequiado Martyn para que lo llamara cuando necesitara su ayuda. Por sexta vez en esa semana, la apoyó sobre su pecho y durante 7 veces pronunció el nombre de Martyn, suplicando con anhelo la aparición de su mentor, sin embargo el tiempo pasó y nada sucedió.

Lyon no salía de su asombro. Algo debió haberle ocurrido, por eso no estaba presente. No sabía nada de él, desde la noche en St Augustine,ese momento crucial cuando Martyn se apareció ante él, pues Nadhel había descubierto, tras dieciocho años, la ubicación de Esteban. Aquel día dónde se desató la revolución a la que siempre había temido, aunque jamás se permitió proyectarla en su mente. Desde aquel día, Martyn y él sé habían separado. Pero ahora no respondía al llamado que él mismo sugirió utilizar en momentos de urgencia, por tanto Lyon temía lo peor.

Esteban lo observaba caminar de un lado a otro de la habitación, como un león enjaulado. En medio de murmullos y protestas de Lyon para sí, el joven preguntó:

¿Crees que lo hayan capturado o asesinado? –preguntóEsteban, sin preámbulos. Lyon, intrigado por el comentario, lo miró:

- No lo sé- respondió Lyon-pero no quiero pensar en algo así, él sabe cuidarse muy bien, de todos modos me resulta muy extraño que no aparezca luego del llamado–

¿Qué clase de poderes tiene Martyn?-inquirió Esteban.

Tampoco lo sé con exactitud. Esteban, en realidad, no sé mucho sobre Martyn –señaló Lyon y agregó - Él me prestó su ayuda en varias oportunidades, por ejemplo cuando encontré a tu madre–

Esteban gesticuló con su boca, casi imperceptible cuando Lyon nombró a su madre. El caza vampiros le había relatado toda la historia cuando halló a su madre y lo padecido por ella siendo apenas una niña. Esteban estaba orgulloso de la fortaleza de esa mujer, su protectora desde siempre, priorizándolo aún a riesgo de perder su propia vida.

He pensado que Martyn puede ser un monje, quizá un ángel –sugirió Lyon-Sé que pertenece a una orden, un clan, grupo o como quieras llamarlo, alguna organización relacionada con el símbolo del dragón y la cruz. La imagen del amuleto que te obsequió tu madre– explicó Lyon.

Esteban prestó atención, ansiaba respuestas. Cualquier palabra o frase por mínima podían traer aparejada alguna pizca de respuestas.

Martyn es quién me ha hablado acerca de la profecía que te relaté – continuó Lyon–Es quien me enseñó lo poco que hasta ahora sé, todavía hay demasiados detalles que desconozco –

Esteban tomó del bolsillo de su chaqueta la cruz. La contempló con detalle, desde que su madre le había entregado el amuleto perteneciente a su familia y pasado de generación en generación, no se había despegado de él, solía mirarlo y deslizar las yemas de sus dedos por entre los relieves:

¿No será que mi presencia impide que Martyn aparezca? –cuestionó Esteban.

Lyon levantó la vista, seguía siendo el niño bonito que él conocía bien. Durante la noche sus colmillos descendían y el tono de sus ojos grises con tintes celestes se tornaban negros, pero en el fondo su semblante permanecía intacto.

Todos esos días juntos desde que salieron de Jacksonville, Esteban parecía controlado. No obstante, Lyon sabía que durante las noches una lucha interna se desataba en aquél joven. De todos modos, Lyon no temía ningún arrebato, tampoco que su ahijado se convirtieraen un demonio como su padre sanguíneo. Pese a ello, se mantenía expectante tanto a sus actitudes como a sus posibles cambios, en aras de preservar la vida de las personas a su alrededor y porque Esteban así se lo había pedido.

¿En qué piensas? – preguntó de pronto Esteban. Lyon bajó los párpados y se puso la mano en el mentón, sin responder, temiendo algún día enfrentarse al hijo de la mujer que amaba.

El aroma de tu piel cambia según tu estado anímico-describió Esteban- por ejemplo, cuando temes, tu aroma se potencia. Las pocas veces que te he visto sonreír, el aroma es diferente. Cuando nombraste a mi madre, también se ha modificado, en ese caso se tornó más dulce-atisbó Esteban, con una sonrisa pícara.

¿Alguna otra capacidad oculta?-preguntó Lyon, ruborizado. Lo sabía: cuando hablaba de Elena o pensaba en ella, sus latidos se aceleraban, en tanto su corazón se abrazaba a su mente e inventaba un cuento. Se dibujaba una escena donde ellos se besaban sonrientes, relajados, olvidándose de vampiros y demonios. Estaba seguro que su rostro era capaz de cambiar de color al pensar en ella o que sus ojos podían encontrar un nuevo brillo, pero jamás imaginó que podía cambiar el aroma de su piel y menos que Esteban sería capaz de notarlo.

En realidad sí -aseguró el joven-Hay otra habilidad-señaló.

¿Cuál? –inquirió Lyon; más sorprendido que antes.

Bueno en realidad, no es gran cosa – comentó Esteban – Además no ocurre siempre. Pero hay oportunidades en las que puedo oír los pensamientos, tan claro como si me estuvieranhablando– titubeó Esteban, mientras sentía como crecía una telaraña desde sus pies hasta su cabeza–Sin embargo, no elijo el momento, ni puedo provocarlo, solo… sucede … a veces – concluyó el joven.

Lyon se perdió un instante en la mirada de Esteban. Conocía esa habilidad: la misma que Martyn dominaba con facilidad.

Martyn tiene esa facultad también, seguramente podrá ayudarte a desarrollarla y a bloquearla-comentó Lyon, con serenidad.

-Nadhel también tiene esta capacidad-añadió Esteban, con notable pesar.

Lyon sintió una terrible pena por el muchacho, a quien quería como si fuese su propio hijo. Entendía cuán terrible era para Esteban, después de tantos años, descubrir la verdad sobre su nacimiento, sobre su padre y todo lo acarreado por ser hijo de ese ser demoníaco. Aunque Esteban creció con algunas limitaciones económicas, recibió afecto de sobra a partir de los cuidados de su madre y la amistad de Ámbar. Esos pilares lo mantenían firme para avanzar día a día con la terrible carga.

Disculpa, padrino – dijo Esteban – pero debo decirte que en este momento hueles muy mal –aventuró de pronto con una sonrisa. El rostro de Lyon no limitó la angustia que en su interior crecía. El cazador de vampiros lo miró de reojo – ¿Eso crees?–cuestionó- Te aseguro que es muy poco el tiempo transcurrido desde que tomé un baño –confesó Lyon.

Esteban rió – Te creo, padrino, pero es tu esencia la que huele mal, por momentos, pienso, son esas gotitas que tomas. De acuerdo a mis sentidos, ellas no sólo bloquean tu olor natural,añaden también un repelente-

Lyon lo observó detenidamente – Recuerda que tú tambiénhas bebido-

Esteban, inmerso en el silencio, de nuevo jugó con su cruz, luego, con notable tristeza y mirada palpitante, agregó:

¿No crees que quizás Martyn no quiera presentarse delante de mí? ¿Al menos en este momento?–compartió sus inquietudes.

¿Por qué haría algo así? – preguntó Lyon, arremolinado en confusión- Él ha sido el primero preocupado en protegerte, desde que estabas en el vientre de tu madre-

Esteban lo miró con sus ojos tiernos– Eso ocurrió hace mucho tiempo, antes de que yo me convirtiera en el monstruo que soy ahora-destacó.

Tras acercarse a él, Lyon colocó su mano sobre su hombro:

– No eres ningún monstruo, no quiero que vuelvas a decir algo así. Lo que ha sucedido lo resolveremos. Encontraremos la forma, te lo aseguro.Te conozco lo suficiente y te he observado desde que has sido modificado por él. Séfehacientemente qué eres mejor que muchas personas que he conocido en mi vida-

Esteban hizo una pequeña mueca característica en él, en la cual sonreíahacia un costado de su boca:

– Gracias, padrino –dijo.

Lyon lo abrazó y el joven respondió con el mismo afecto.

Agradezco tú confianza en mí, padrino, pero insisto en que deberías intentar invocarlo lejos de mi presencia. Quizás mi aroma o algo lo están bloqueando. Si quieres, déjame un rato solo, de paso dedicaré una hojeada al libro de John Calmet.

¿Qué libro? ¿Otra novedad?

Lo traje de Jacksonville, el tío de Ámbar lo guardaba en su biblioteca; no he tenido tiempo de verlo desde que salimos de allí. Cuando vuelvas, te mostraré. Creo que te resultará muy interesante-opinó Esteban.

Aunque no estaba de acuerdo con la teoría del joven, Lyon decidió que nada perdía con intentarlo. Era pleno mediodía, el sol se escondía entre las nubes. Lyon caminó hasta el inmenso parque, situado a 2 kilómetros de distancia de la habitación rentada. El aire tibio en su rostro fue una caricia para su piel. Leonard tenía cuarenta años, aunque no los aparentaba. Se mantenía delgado, vital y ágil. Entrenaba a diario. Conservaba, tal habituaba, su cabello muy corto, propicio a su porte varonil y elegante modo de andar.Su chaqueta color marrón había perdido dos botones, sin embargo contaba con muchos bolsillos visibles e invisibles, de modo que la conservaba y utilizaba a diario. Con las manos en los bolsillos laterales, observó a las personas apostadas allí. Era la horadel almuerzo, por lo que el parque estaba casi desolado. Tomó la cruz y la observó, no había descifrado la leyenda grabada en su interior. Al respecto, desconocía el origen, pese a haber estudiado distintas lenguas y culturas durante su juventud. La acarició con delicadeza y la llevó a su pecho nuevamente, con el deseo golpeando las puertas de su alma, pronunció el nombre de Martyn siete veces. Martyn, Martyn, Martyn, Martyn, Martyn, Martyn, Martyn.

Luego caminó hacia un gran tronco, en él se sentó a observar un ave pequeña de color azul brilloso y cabeza negra, con un pequeñísimo pico. El ave armaba con precisión y esmero su nido. Pensó en la fortuna del ave; sin preocupaciones, su vida basada en alimentarse y armar su nido, nada sabía acerca de vampiros, guerras y separaciones.

¡También tiene sus enemigos! ¡Gatos, leñadores!-una voz conocida y anhelada respondió a sus pensamientos.

Lyon giró su rostro, apoyado sobre un árbol, Martyn lo observaba. El padrino de Esteban se puso de pie, ambos fueron al encuentro del otro mediante un efusivo abrazo.

- ¡Por fin, apareces! – exclamó Lyon al instante que se soltaron, feliz de verlo y confundido de notar que Esteban tenía razón. Martyn lo miró, la angustia en sus ojos eran tan notoria; como un relieve de ladera. Lyon insistió– ¿Por qué no has aparecido hasta ahora? Te he invocado en varias oportunidades-

Martyn caminó unos pasos hasta el árbol sobre el cual había estado apoyado y acarició su corteza. Su cabello largo resplandecía.

- No he querido presentarme frente al muchacho-

– Es justo lo que él pensó – dijo Lyon de inmediato.

Martyn le sonrió – Es un joven inteligente-opinó.

Si, no imaginas cuánto –destacó Lyon.

Luego, a unos pasos de él, preguntó:

¿Pero por qué no querías verlo? No entiendo, si has queridoprotegerlo siempre ¿por qué ahora pretendes evitarlo?-

Es mejor así. Él hará preguntas que aún no puedo responder-

Lyon miró su rostro luminoso y angelical; lucía triste y agobiado.

Algo malo sucede, ¿no escierto? –inquirió Lyon.

Si – respondió Martyn y tras una pausa, añadió-Nadhel ha acelerado sus planes de conquista, ha ampliado su ejército a una velocidad impensada, envió discípulos a distintas partes, generando adeptos en cada rincón de la tierra. Ha trabajado en cada detalle. Su versatilidad y conocimientos le han permitido infiltrarse en cada cultura; a cada pueblo le hizo escuchar lo que las masas humanas deseaban oír, conforme les prometía no otra cosa sino sus propios deseos. Su maldad avanza rápido por todo el mundo, ya es muy difícil detenerla. -

Pero ¿no crees que nosotros podemos ayudarlos de algún modo?-

Martyn meneó la cabeza- No, amigo mío, el muchacho aún no está listo para enfrentarlo. Necesita mucho entrenamiento, por eso he venido a verte.Deberán regresar a Irlanda y viajar a Wicklow,al pueblo arklow. Allí deberás hallar a un hombre: su nombre es Jofiel, le dirás que tiene que entrenarlo y le entregarás esto de mi parte -De su cuello, Martyn descolgó una cadena que sostenía una sortija similar a la que llevaba en su mano derecha con el símbolo del dragón y la cruz. Con su mano sobre el hombro de Lyon, aportó:

“Si el agua se torna turbia, si el sol permanece oculto la mayor parte del tiempo, si encuentras más piedras en el camino que transitas, si tus perdidas son mayores que tus victorias, si no ves claridad, no importa hacia donde mires. Aún en esos momentos, levanta tu rostro al cielo y ten Fe. La Fe verdadera mueve montañas y realiza milagros, Amigo mío”.