Antes de que caiga el telón - Gema Cantos - E-Book

Antes de que caiga el telón E-Book

Gema Cantos

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Beschreibung

Gala siempre ha soñado con actuar en una obra de teatro cuyo público no esté compuesto únicamente por los familiares y amigos de sus compañeros de elenco. Ella quiere ser parte de algo más grande, de algo que los desconocidos quieran ver. Así que, cuando finalmente la cogen como la Elizabeth suplente en una representación de Orgullo y Prejuicio, no puede creer en su suerte. Aunque no vaya a actuar en la Gran Vía de Madrid, sí que lo hará en un teatro de La Latina con un papel protagonista. Y no solo eso, al ver actuar a Enzo, el Mr. Darcy principal, los deseos de hacerlo junto a él harán que sienta un amor por esta afición como nunca lo había sentido. Sin embargo, él no se lo pondrá tan fácil; porque, aparentemente, la odia sin motivo alguno…

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antes de que caiga el telón

Gema Cantos

Primera edición en esta colección: mayo de 2023

© Gema Cantos, 2023

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2022

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19655-45-5

Diseño e ilustración de cubierta: Marina Abad Bartolomé

Adaptación de cubierta y fotocomposición: Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

PRIMER ACTOCapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11ENTREACTOCapítulo 12SEGUNDO ACTOCapítulo 13Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Capítulo 18Capítulo 19Capítulo 20Capítulo 21Capítulo 22Capítulo 23Capítulo 24EpílogoAgradecimientos

Para todas aquellas personas que, como yo, quisieron brillar sobre un escenario, haciendo reír, llorar y temblar a quienes las vieran.

«Hay en mí una obstinación que me impide doblegarme ante la voluntad de los demás.

Mi valor aumenta cuando tratan de intimidarme.»

Orgullo y prejuicio, Jane Austen

PRIMER ACTO

Capítulo 1 Principios de junio

La gente suele sorprenderse cuando le digo que no tengo ninguna intención de dar el salto a la gran pantalla, porque casi nadie entiende la diferencia que hay entre ser actriz de cine o de teatro. En el cine, si una escena sale mal, se puede repetir. Pero en el teatro no. Cuando te subes al escenario, lo haces sabiendo que solo tendrás una oportunidad de hacerlo bien.

Algo así como la vida. Una y no más.

No me cansaré de decirlo: la lista de pros es interminable. Por ejemplo, el público no se queda embobado frente a una grabación durante horas, ni puede coger un mando y presionar «pausa» para enrollarse con su novia, ni puede comentar todo lo que está pasando con el de al lado. ¡Ah! Y lo mejor de todo es que, al contrario que los de una película o serie, los actores de teatro pueden decidir quedarse quietos como estatuas y juzgar al idiota que ha decidido ignorar el aviso de silenciar los móviles.

Me encanta hacer eso.

Bueno, me encantó la única vez que pude hacerlo.

La verdad es que no sé por qué estoy hablando como si mi próxima actuación fuera a ser en Broadway o incluso en la Gran Vía de Madrid, junto al musical de El Rey León (ojalá saber cantar para participar en algún musical), porque solo he conseguido papeles en obras pequeñas y en lugares pequeños y, además, apartados del centro, donde el público se componía tan solo de familiares y amigos de los actores.

No quiero que se me malinterprete: me encanta actuar, y lo haría en medio de un parque o de un centro comercial. Pero, ya que voy a hacerlo, me gustaría que fuera en un sitio que nos diera la oportunidad de que la gente supiera que está pasando frente a un teatro, ya que, quizá así, se interesaría por nuestra propuesta. Me gustaría que los carteles de promoción de la obra dejaran de encontrarse en el corcho de novedades de un colegio para estarlo en alguna fachada de una calle concurrida.

Por eso la audición de hoy es tan importante.

En vista de que la época victoriana está tan de moda, a un director se le ha ocurrido trabajar con una adaptación de Orgullo y prejuicio. Me hace bastante gracia, Jane Austen murió unos veinte años antes de que este periodo empezara. Supongo que, si me cogen para el papel de Elizabeth, se lo comentaré. Por todo eso de no hacer el ridículo antes del estreno con la publicidad y tal.

Aunque, para ridículo, el que voy haciendo por las calles de Madrid: como en el anuncio del casting que encontré en soloactores.com el director explicaba que su intención es que todo sea lo más fiel y real posible, se me ha ocurrido la brillante idea de alterar mi apariencia. ¿Y cómo lo he conseguido? Bien, pues me he puesto una peluca de Valeria, mi mejor amiga, me he quitado los piercings que llevo en las orejas y en el labio inferior y he tapado con maquillaje los tatuajes que llevo en los brazos.

Y no, no me siento ridícula por ir disfrazada, porque es algo que tengo que hacer en este trabajo y que me encanta. Me siento así porque finjo que soy otra persona fuera del escenario, y también porque me costó demasiado dinero y tiempo con mi psicóloga aprender a estar a gusto con mi aspecto.

Aun así, este no es mi mayor problema ahora mismo.

Porque, por mucho que lo odie, llego tarde.

Subo las escaleras del metro corriendo y estas me escupen en una de las calles de La Latina; está formada por edificios anaranjados, cortados ahora por la luz del mediodía, que también hace brillar la madera antigua de sus ventanas. La verdad es que, si pudiera permitírmelo, me mudaría aquí sin pensármelo dos veces.

Como soy una negada para la orientación, saco mi móvil del bolso, abro Google Maps y le pido que sea mi estrella de Belén hacia el portal del teatro. Tardo algo más de diez minutos en llegar y, cuando lo hago, me encuentro con una enorme fila de gente agrupada en parejas.

Extraño.

¿Todo el mundo ha venido acompañado? No lo sé. Supongo que siempre viene bien tener a alguien que te anime desde las butacas; de hecho, yo lo habría tenido si Valeria no estuviera demasiado ocupada haciendo su trigésimo cuarto maratón de Crónicas vampíricas; pero… ¿todos menos yo?

Me acerco a ellos y me coloco al final de la fila. Tengo el estómago hecho una bola de nudos, porque no solo estoy esperando que me den el papel, sino también que no se me caiga la peluca o arrojen un cubo de agua desde un balcón, lo que echaría a perder todo el trabajo de maquillaje. Algo que, por cierto, iría muy en mi línea de desgracia con patas.

—¿Qué tal?, ¿nerviosa? —me pregunta la chica de delante. Lleva gafas y se parece a Anne Hathaway, con su sonrisa perfecta y todo, solo que su figura es mucho más pronunciada.

—Ehm… Sí —respondo, aún más alterada. Por poco que sepa actuar, el papel es suyo.

Bajo la atenta mirada del chico que tiene a su lado, hace una pausa para rebuscar en su bolso verde pistacho y saca un pintalabios líquido de color rosa apagado.

—Toma —me ofrece, y con la mano que le queda libre se señala el labio—. Se te nota el agujero del piercing. Creo que puede ayudarte. —Pestañeo varias veces, confusa. Ella sonríe, toma mi mano y me obliga a cogerlo—. Yo también me he quitado los míos —dice mientras se retira el pelo detrás de la oreja y me muestra todos los agujeros que tiene.

—Puedes decirle que no —comenta el chico con un tono divertido, colándose en la conversación—. A Lisa no le entra en la cabeza que a la gente le den asco los gérmenes y eso.

Lisa le saca la lengua.

—Cállate, idiota —le dice.

Me río de manera incómoda y le agradezco la oferta. Luego, saco mi móvil de nuevo, pongo la cámara interior y la uso como espejo.

—¿Y tu pareja? ¿También llega tarde? —pregunta Lisa mientras echa un vistazo a nuestro alrededor.

Me detengo en mitad del proceso, con medio labio teñido de rosa.

—¿Pareja?

Ellos se dedican una mirada que no sé descifrar.

—Sí. En el documento que venía adjunto en el e-mail que nos enviaron explicaba que, si nos presentábamos para el papel de alguna de las parejas, teníamos que hacerlo con la nuestra. Ya sabes, por eso del rollo de que tiene que ser lo más real posible.

Oh, claro.

El documento.

Ese documento de diez páginas de las cuales solo leí tres porque me desesperé con tantas citas de dramaturgos famosos y alabanzas al «teatro de verdad».

—Estará al caer —miento sin pensar. Las palabras se me han resbalado de la lengua, aunque, con lo que han dolido, casi parecían rodeadas de espinas.

—Pues dile que se dé prisa —apunta el chico.

—Sí, claro —aseguro mientras termino de pintarme los labios con una sola pasada. Después le devuelvo el tubo a Lisa y me excuso para alejarme un poco y así hacer una llamada.

Esto es perfecto. Justo lo que necesitaba, vamos. Que el pirado del director siga añadiendo restricciones de las cuales no cumplo ni una. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Subir caballos de verdad al escenario para que tiren de los carruajes? ¿O que a Mr. Darcy lo interprete Colin Firth?

Bueno, la verdad es que no me opondría a esta última.

Abro mi lista de contactos y la reviso de arriba abajo buscando a cualquier chico dispuesto a venir corriendo hasta La Latina para salvarme. Obviamente, no hay ni uno. Estoy segura de que si fuera Elena de Crónicas vampíricas cualquiera de los hermanos Salvatore estaría aquí en un abrir y cerrar de ojos, peleándose por ser mi Mr. Darcy.

Suspiro. Entre mis primos, compañeros de la universidad con los que, con suerte, he hablado una vez y demás familiares, la única opción que me queda es Álex.

Cierro los ojos, pulso el botón de llamada y espero hasta que responde.

—¿Gala? —pregunta, extrañado. La verdad es que yo también lo estaría si él me llamase después de cuatro meses sin dirigirnos la palabra.

Álex es mi ex, el mismo que me dejó para enrollarse con Celia sin remordimientos (hecho que, aunque agradeciese, hizo que nuestro grupo de tres amigas pasara a ser uno de dos). Aun así, tengo que dejar mi orgullo de lado, porque esto podría significar el inicio de mi carrera: una real y seria. Y Álex, por muy imbécil que haya sido, también es actor.

—¿Dónde estás? —pregunto, agobiada.

—¿Por qué? Ah, ya. Te ha llamado mi madre diciendo que está muy preocupada. Dios, de verdad que no sé qué hacer para que te deje en paz. No le entra en la cabeza que ya no estamos juntos.

La verdad es que su madre y yo intercambiamos algunos wasaps de vez en cuando, pero eso no es un problema. Míriam es una mujer maravillosa.

—No. No ha sido tu madre. Escucha —digo con urgencia mientras camino de un lado a otro de la calle y esquivo a todo el que pasa por ahí—, ¿en cuánto tiempo podrías estar en el Teatro Shelley de La Latina?

—¿Cómo?

—Álex, de verdad, no te recordaba tan espeso.

—A ver, Gala, que entiendo lo que estás diciendo, pero no el porqué —se queja él.

—Ah, vale. Pues… —me aclaro la garganta—, el caso es que estoy en un casting para una obra y no me acordaba de que el director pidió que los protagonistas y los secundarios fueran parejas reales.

Álex deja escapar una risita burlona.

—¿No te acordabas o no lo sabías?

Pongo los ojos en blanco. Cómo odio que me conozca tan bien.

—Eso da igual —aseguro mientras trato de preservar un orgullo que hace mucho perdí con él—. El caso es que necesito que vengas y te hagas pasar por mi novio. —Él se queda en silencio—. Por favor.

Él chasquea la lengua.

—¿Y por qué haría eso?

—Porque me lo debes, Álex.

Aunque no lo vea, puedo imaginarme cómo acaba de fruncir el ceño.

—¿Ah, sí? ¿Desde cuándo?

—Desde que me dejaste, porque no solo me quedé destrozada —explico, y es cierto. El día que rompió conmigo, me pasé horas y horas empachándome de gominolas veganas y con el álbum de Sour de Olivia Rodrigo de fondo, porque pensaba que Álex era el amor de mi vida. Creía que el amor era compartir gustos y aficiones y no estar incómoda con él. Y también creía que el amor suponía tratar de sorprenderlo cada día, aunque él no se molestase en hacerlo conmigo—, sino que también conseguiste reducir mi lista de amigas. Y mi lista es diminuta.

—Más pequeña que un pósit —se ríe, aunque no me molesta. Es algo que tengo asumido, y él lo sabe.

—Álex —digo con tono de súplica.

—Está bien, está bien —asegura, y comienzo a dar saltitos. Lisa y su novio me miran extrañados y trato de arreglar la situación saludándolos efusivamente con un movimiento de la mano—. Estoy por Sol, así que no tardaré mucho.

—Gracias, gracias, gracias.

—Ah, y que sepas que el numerito de drama queen no ha colado. Eres tú la que me debe algo ahora.

Dicho esto, corta la llamada.

Capítulo 2

Álex aparece cuando solo quedan tres parejas en la fila. Por lo que he entendido, nos llaman de una en una para que ninguna copie a la anterior; porque, de nuevo, todo tiene que ser real. Todo debe salir del alma, como si ningún actor hubiera estudiado para ello o no nos hubiéramos fijado en otras técnicas para perfeccionar las nuestras.

—Espero que tengas mi parte —dice como saludo. Al acercarse, aproxima su rostro al mío, como si fuera a besarme, pero no lo hace. En cambio, me mira con una mezcla de confusión y asco—. Espera… ¿Llevas puesta una peluca? ¿En serio? ¿Para un casting?

A pesar de que ha pasado casi medio año, apenas ha cambiado. Sigue llevando el pelo revuelto y esa camisa verde que tanto le gusta y que va a juego con sus ojos, y que, como siempre, está arrugada. Sin embargo, al mirarlo, tengo que levantar la cabeza y me pregunto si es posible que siga creciendo con veinticinco años.

—Shhh… —le mando callar—. Era necesario —murmuro.

—Lo que digas —se encoge de hombros—. Entonces, ¿tienes el guion?

—Sí, sí —respondo, algo hastiada, mientras rebusco en mi bolso; pero, aparte de varios tickets de compra arrugados, horquillas y demás accesorios, no hay nada. Mierda—. Eh…

Álex echa la cabeza hacia atrás.

—Dime que no me has hecho venir hasta aquí para nada.

—¡Te juro que lo guardé aquí esta mañana! —me excuso mientras continúo con la infructuosa búsqueda.

—Es obvio que no lo has hecho, o estaría ahí —dice mientras señala el bolso con la mano.

El novio de Lisa vuelve a hacerse un hueco en la conversación.

—Podemos dejaros uno. Hicimos una copia extra por si acaso.

Álex suspira, aliviado, y cierra los ojos.

—Gracias, tío —contesta, y le ofrece la mano para que este se la estreche—. Y perdona, Gala es un desastre.

—De nada —dice sonriente mientras le da la copia y, aparentemente, ignora el segundo comentario.

Debo de haber roto varios espejos y pasado por debajo de alguna escalera, porque acabo de presenciar una perfecta unión entre machos que se creen con la necesidad de justificar la personalidad de la chica con la que están (o, en mi caso, con la que fingen estar) a otro hombre. No sé cuántas veces he escuchado a un chico decirle a otro entre risas: «Perdónala, tío, es que su estómago no tiene fin» cuando la chica ha comido casi la misma cantidad de comida que ellos, o «Es que tiene mal genio» cuando este ha hecho algo que claramente iba a enfadarla.

Cada vez me alegro más de que Álex me dejara.

—Lisa y Sergio —los llama un hombre que ha abierto la puerta lo justo para hacerse oír—. Os toca.

—¡Nos vemos luego! —se despide de forma entusiasta Lisa, que sostiene con fuerza su guion—. Suerte —añade, y, por su expresión y su tono, noto que es sincera.

La envidio y admiro a partes iguales.

—Igualmente —respondo—. Y gracias por todo.

Agradezco dedicar el poco tiempo que tenemos libre a ensayar, porque la verdad es que no me habría gustado nada tener que escucharlo hablar sobre lo bien que les va a él y a Celia. Afortunadamente para mi yo actual, Álex es mucho mejor actor que novio, y su madre lo obligó a ver con ella la película de Orgullo y prejuicio de 2005 hace algo más de un año. Dios, cómo adoro a Míriam.

Cuando nos disponemos a hacer la cuarta lectura de la escena, escuchamos la puerta del teatro abrirse.

—¿Gala? —El muchacho, por primera vez, se asoma a la calle—. Ehm… ¿Y esto? Solo aparece tu nombre.

—Sí. Es que… se me olvidó pasaros el suyo. Es Álex —añado, y me sorprende la cantidad de mentiras que he dicho en menos de una hora, a pesar de que se me da horrible hacerlo.

Apunta la nueva información en una hoja enganchada en una tablilla de madera.

—Perfecto —responde—. Pues podéis pasar ya.

Ambos asentimos y lo seguimos. Primero, cruzamos el vestíbulo del teatro, que, más que una entrada, es una especie de bar de tapeo para amenizar la espera de los espectadores, y luego, después de pasar el atril donde se comprueban las entradas, llegamos a un minúsculo pasillo con una puerta a nuestra izquierda y unas escaleras que van hacia abajo.

El chico elige la puerta que da directamente a una acogedora sala con unos cuarenta asientos y un escenario que grita mi nombre. En la primera fila hay sentados un hombre y una mujer de algo más de treinta años y, en el resto, los demás actores. Reconozco a Lisa en la tercera y la saludo con una sonrisa.

—Gala y Álex para Elizabeth y Mr. Darcy —anuncia el muchacho antes de abandonarnos a nuestra suerte.

—Adelante, por favor —dice el hombre, que nos invita a subir al escenario—. Soy el director, Nicolás, y ella es mi ayudante, Raquel —añade, presentando a la mujer a su lado.

Nicolás tiene el rostro redondo y con un aire aniñado y, si no fuera por su enorme barba, no me cabe duda de que aparentaría la mitad de su edad. Raquel, en cambio, tiene toda la pinta de que podría ser una abogada de prestigio en los Estados Unidos: va vestida con un traje celeste y lleva un maquillaje sencillo y correcto.

Una vez subidos en el escenario, Álex y yo nos colocamos el uno frente al otro, esperando dirección.

—Página veinticuatro, la línea que empieza por «La interrupción del señor Williams…».

Ambos pasamos las páginas como locos hasta llegar a la correcta, que examinamos hasta encontrar la línea señalada.

—Cuando queráis —añade Nicolás con un tono neutro.

Álex se sacude el cuerpo y las manos para deshacerse de todos los nervios mientras yo me quedo plantada en el sitio. La verdad es que esta parte ha estado siempre al final de mi lista de cosas favoritas del teatro, porque no he conseguido asimilar que nadie va a reírse de mí por ello. Recuerdo que en mi antiguo grupo de teatro la directora nos animaba a encontrar nuestra particular manera de relajarnos antes de actuar: un chico decidió que la suya sería inflar y desinflar varias veces los mofletes y una mujer de mediana edad, recitar en alto el alfabeto al revés. Por mi parte, yo sonreía de manera incómoda y repetía una y otra vez que eso no me hacía falta.

De repente, Álex se convierte en una persona diferente. Endereza su espalda, su expresión se relaja y se acerca hacia mí con un paso seguro.

—La interrupción del señor Williams ha hecho que se me olvide de lo que estábamos hablando —dice él, algo distraído.

Mi turno.

Levanto levemente la barbilla, entreabro los labios y finjo cierta actitud altanera.

—En mi opinión, no estábamos hablando. Lo hemos intentado, sí, con dos o tres temas diferentes, pero sin éxito alguno. Y el siguiente que vayamos a abordar… creo que no puedo imaginarlo.

Álex inclina la cabeza hacia un lado y clava sus ojos azules en los míos. Siento que un escalofrío me recorre los brazos, porque no me miró así ni cuando estábamos juntos. ¿Estará imaginándose a Celia delante de él en vez de a mí? Seguramente. Como le está yendo realmente bien, hago lo mismo y me imagino a otro en su lugar. Así que ahora, en vez del idiota de mi ex, es… es… no lo sé. Leonardo DiCaprio de joven. En concreto, el de la película de Romeo + Julieta.

—¿Qué piensa de los libros? —pregunta, con las manos a la espalda.

Agacho la mirada durante un segundo y luego vuelvo a enfrentarme a él.

—Libros. —Dejo escapar una sonrisilla—. Oh, no. Estoy segura de que no coincidimos en ninguna de nuestras lecturas o, si lo hacemos, no leemos con el mismo sentimiento. —Hago una pausa, tal como indica el guion—. Recuerdo haberle escuchado decir, Mr. Darcy, que usted raramente perdona, que su resentimiento, una vez creado, es implacable. Supongo entonces que es usted cauteloso en cuanto a su creación.

—Lo soy —dice sin dudarlo.

—¿Y nunca se permite que el prejuicio le ciegue?

—Espero que no.

Abro la boca para decir mi siguiente línea, pero el director nos corta.

—Suficiente —se limita a decir, y da por terminada nuestra escena.

Esto no puede ser bueno. Las pocas veces que he visto a un director cortar una escena tan pronto ha sido en dos casos: cuando los actores lo están haciendo peor que un youtuber o un cantante adolescente metido con calzador en una película o cuando ha descubierto a la próxima Penélope Cruz. Y, creedme, lo segundo pasa poco. Muy poco.

Estamos jodidos.

A continuación, se acerca al escenario y se sube a él.

—Gracias a todos por venir. Mi ayudante y yo deliberaremos durante el día de hoy y recibiréis una respuesta esta noche o mañana por la mañana como tarde.

Sin perder ni un segundo, la gente empieza a levantarse y a romper el silencio que se había adueñado de la sala después de nuestra interpretación. Álex me mira y me hace un gesto con la cabeza para que bajemos del escenario.

Ya en el vestíbulo, veo a algunas parejas saliendo por la puerta principal, aunque la mayoría están desperdigadas por la barra y las pocas mesas que hay, tomando algo. Como es normal en la gente del teatro, la mayoría son extrovertidos con ganas de compartir anécdotas con una buena jarra de cerveza al lado. Yo, en cambio…

—Enhorabuena por vuestra actuación —dice una voz femenina que no reconozco.

Sorprendida, me giro a la derecha y me encuentro con, probablemente, una de las chicas más guapas que haya visto en mi vida. Tiene una piel clara y perfecta, unas cejas y unos ojos castaños bellamente perfilados, una nariz llena de pecas y unos labios carnosos, teñidos de un tenue rojo. Su pelo, sujeto por una cinta beige, me recuerda al de Bella de La Bella y la Bestia y no puedo evitar pensar que, si sabe cantar, Emma Watson no tiene nada que hacer contra ella.

—Gracias —respondo nerviosa y creyendo haberme adelantado a Álex, pero él está demasiado ocupado saludando a un conocido—. Aunque es más que obvio que estamos fuera.

La verdad es que todo ha sucedido demasiado rápido; ni siquiera me ha dado tiempo a asimilar que el casting ha terminado. Bueno, ni a pensar en cómo lo he hecho sobre el escenario. Mi sensación ha sido… ¿buena, supongo? Es difícil saberlo, porque no puedo verme. Lo único que tengo es mi memoria, y es horriblemente subjetiva. Argh. Solo puedo preguntarle a Álex y, como él sabe perfectamente que lo ha hecho genial, eso me deja a mí como única culpable de nuestro fracaso.

—¿Qué dices? —replica ella, que se ríe como una princesa. Entre Anne Hathaway y esta chica estoy bien fastidiada—. Eso no lo sabes. Además, no nos has visto a los demás.

—Sí, esa es otra. Vosotros me habéis visto, pero yo a vosotros no —respondo, pero me arrepiento al instante. No sé si ha quedado demasiado brusco.

Antes de que pueda contestarme, un chico se acerca a ella y le rodea la cintura con el brazo. Al verlo, me pregunto si me he presentado a un casting de modelos sin saberlo, porque no puedo dejar de mirarlo. Su pelo cae en cascada hasta sus hombros en forma de rizos negros y sus ojos verdes me recuerdan al color de los helechos. Viste una camisa gris y pantalones negros, que resaltan perfectamente su piel de un tono ocre cálido.

—¿Vamos? —le pregunta a ella, y me ignora como si no fuera más que una mota de pelusa.

Ella asiente.

—Espero veros de nuevo —se despide la chica antes de darse la vuelta con él.

—Y yo… —respondo, pero las palabras se pierden entre el resto de las voces.

Capítulo 3

Cuando Terrence Mann, un actor americano, dijo: «Movies will make you famous; television will make you rich; but theatre will make you good»,* claramente no estaba pensando en personas como yo, capaces de destruir cualquier posibilidad de un papel protagonista en menos de un minuto.

Saludo a la hermana de Valeria y arrastro los pies hasta su habitación, marcada por un cartel de colmillos de plástico con un líquido rojo en su interior.

—Has llegado pronto —dice mientras se echa una palomita a la boca.

Como muchos de los días que la visito, la encuentro con los ojos clavados en la pantalla de televisión, que es, literalmente, la única fuente de luz en toda la habitación.

—Porque la he cagado —respondo, y me dejo caer de cara sobre la cama.

Noto que me da algunas palmaditas en la cabeza como consuelo y giro el rostro hacia ella. Ni siquiera me está mirando, la muy…

—¿No te parece subliminalmente racista que todas las brujas que salen en Crónicas vampíricas sean negras? Al menos, las tres primeras temporadas. —Me quedo callada, porque no me toca a mí responder. Bueno, y porque quiere hacerlo ella—. Dicen que las brujas están más conectadas a la naturaleza y, por supuesto, todos sabemos que los negros, al no pertenecer a la civilización, encajamos ahí —añade en tono irónico—. Perdón: todas no son negras. Por supuesto, la bruja original es blanca.

Sus ojos oscuros reflejan el brillo de la pantalla y su piel morena se tiñe de una tonalidad entre grisácea y azulada.

—Si te das cuenta de cosas como esa, ¿por qué la sigues viendo? —pregunto, siguiendo con el tema.

—Porque es mierda. Pero es mierda de la buena. Además —le da a la pausa con el mando y me mira por fin—, se ríen de Crepúsculo.

—Te encanta Crepúsculo.

—Y también reírme de lo malo que es —responde—. En fin, ¿qué decías de haberla cagado?

Si algo he aprendido de mis años de amistad con Valeria, es que primero van los vampiros y después todo lo demás. Al principio me pareció raro que una chica de veinte años (porque nos conocimos en nuestros respectivos Erasmus, que coincidieron en la misma ciudad de Inglaterra) estuviera tan obsesionada con ellos, y, cuando digo obsesionada, lo digo en el sentido literal de la palabra. Se queja de cada una de las protagonistas de series o películas de vampiros que se asustan al ver a uno, porque ella defiende que lo primero que haría sería ponerse de rodillas y rogarle que la transformara. Todo esto, además, explica que su tesis doctoral vaya sobre la representación del vampiro en el folclore y que esté registrada en todos y cada unos de los foros de vampilievers (que es como se autodenominan los que creen en su existencia), esperando a que, mágicamente, uno la contacte a través de ellos.

—El director nos ha cortado la escena cuando llevábamos apenas cuatro frases —explico, y hundo la cara en un cojín para ahogar un grito.

Ella aspira aire entre los dientes.

—Uh, eso debe de haber dolido. ¿Tan mal lo has hecho? —Hace una pausa—. Espera, ¿has dicho «nos»? ¿Te han puesto con un desconocido?

—Ehm… —contesto, aún sobre el cojín.

Valeria me coge la cara y la gira hacia ella.

—Gala Reyes —dice con un tono solemne, como si fuera un juez y yo el delincuente—, ¿qué ha pasado? O, mejor dicho: ¿qué has hecho?

Me revuelvo en el sitio y me incorporo.

—¿Cómo sabes que he hecho algo malo? Solo he dicho «ehm».

—Porque tienes la misma mirada de culpable que cuando elegiste tú mi cita por Tinder y resultó ser un completo idiota.

Lo de que era un completo idiota es un eufemismo. La verdad es que no sé cómo describir a ese tipo de tíos que se creen superiores a otras mujeres solo porque estas crean en algo que ellos no. Por mi parte, no creo en nada más que en la superioridad de los animales sobre los seres humanos (aunque ese es un tema aparte) y, aun así, sé que Valeria es mil veces más inteligente que yo. Y, en vez de sentirme inferior e indefensa, lo aprovecho para que me hable de todo lo que sabe y presumir de ella. ¿Sabéis lo bien que viene tener siempre a mano la frase «¿A que no sabías que en Europa la gente desenterraba los cadáveres de las personas que creían que eran vampiros?» para romper el hielo?

—Pues resulta que el director es un obseso de lo real, por lo que teníamos que presentarnos con nuestra pareja real para el casting, y, como esto lo decía en algún lugar de un documento de diez páginas, pues no lo había leído. Así que ahí estaba yo, en una fila larguísima detrás de una chica monísima, por cierto, y tenía que encontrar una solución. Y la única que se me ocurrió fue Álex —respondo sin hacer una sola pausa, para que, con suerte, a Valeria se le olvide lo que acabo de decir.

Ella pestañea varias veces, casi acariciando la piel bajo sus párpados inferiores con la extensión de pestañas que se puso hace un par de semanas, y me mira boquiabierta.

—Pero ¿acaso no has aprendido nada de los consejos de las chicas borrachas en los baños de discotecas? Nunca. Llames. A. Tu. Ex —me regaña, y luego me da un golpe en el hombro.

—Ay —me quejo mientras me froto el lugar donde me ha dado—. Era un mal necesario, ¿vale?

Valeria me cuestiona con la mirada.

—¿Lo era?

—Pues sí —respondo agarrando el cojín y colocándolo en mi estómago para abrazarlo—. Pero da igual, porque no nos van a coger.

—Mejor. Así no tienes que verlo —dice, y se apoya en la pared, aunque su moño de trenzas lo hace mucho antes que ella—. ¿Y qué ha dicho Celia? ¿Le parece bien que su novio y su examiga, conocida por ser la anterior novia, finjan ser una de las parejas de enamorados más famosas de la literatura?