Antología - Javier Castañeda - E-Book

Antología E-Book

Javier Castañeda

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Este volumen reúne por primera vez varios relatos de Javier Castañeda publicados a lo largo de los últimos años y el inédito «El hombre hueco». Una compilación repleta de ciencia ficción, enigmas y situaciones inesperadas que hará las delicias del lector intrépido. Contiene los siguientes relatos: El traductor de Dios El motor del mundo El abismo mecánico Nora a través del monitor El hombre hueco

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Seitenzahl: 230

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Javier Castañeda

Antología

 

Saga

Antología

 

Copyright © 2021 Javier Castañeda and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726863437

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

EL TRADUCTOR DE DIOS

Porque en verdad, Alá, el mejor testimonio

Que nosotros podríamos dar de nuestra dignidad

Es el ardiente sollozo que rueda las edades

Y viene a morir al borde de tu eternidad

Los faros, Bod Al-Er

1

Judá odiaba la clase de los jueves. Era cuando le tocaba impartir Los orígenes de la Cábala a una panda de mocosos que no les importaba lo más mínimo lo que decía. Su asignatura claramente estaba destinada para mentes más maduras y despiertas, pero la reciente reforma educativa había optado por complicarle la vida al permitir que se impartiese a chicos que no alcanzaban los doce años de edad. Un despropósito, vamos. Era como intentar enseñarle los problemas del matrimonio a un conjunto de solteros vocacionales. Y por si fuese poco lidiar con su desgana, encima el director del centro había colocado la asignatura a penúltima hora cuando los alumnos estaban ya cansados y habían tenido una hora antes Nomenclatura de los nombres divinos en la que disfrutaban combinando las letras del álef-bet para conseguir aquellas que producían el movimiento automático en los objetos. Al fin y al cabo esos rufianes sólo querían convertirse en los nuevos James Watt, descubriendo un nombre que les permitiera hacerse tan famosos y ricos como el arabesco que halló él y que mejoró de forma exponencial la eficiencia del arabesco de Newcombe.

Por eso su clase era una tortura, pues mientras él intentaba encaminarles por los orígenes del pensar cabalístico que dio lugar al mundo en el que vivían, ellos sólo esperaban impacientes llegar a la siguiente clase, Nefeshmática, donde aprendían los principios del nefesh que les permitirían después combinar y permutar los nombres más simples del movimiento automático, autentico objetivo de toda la educación obligatoria. Era descorazonador, pero a Judá no le quedaba otra, pues desgraciadamente hacía tiempo que a su asignatura se le había colgado el sambenito de inútil.

Abrió el Crátilo de Platón:

—Moisés, lee 435d.

Moisés suspiró y abriendo su libro comenzó a leer:

—Sócrates: «Quizá, Crátilo, sea esto lo que quieres decir: que, cuando alguien conoce qué es el nombre (y este es exactamente como la cosa), conoce la cosa, puesto que es semejante al nombre. Y que, por ende, la técnica de las cosas semejantes entre sí es una y la misma. Conforme a esto, quieres decir, según me imagino, que el que conoce los nombres conoce la cosa».

—Bien, hasta ahí —interrumpió Judá—. ¿Qué relación encontráis entre este texto de Platón y la cabalística posterior?

Todos miraron hacia otro lado pidiendo a Yahvé que no les preguntaran a ellos. Judá recorrió con su mirada el aula hasta que encontró los ojos de David, un oasis en el desierto. Él era su única esperanza, siempre lo era, y en determinadas ocasiones la única razón para no abandonarlo todo. Le miró suplicante y David salió en su ayuda.

—Bueno, los arabescos mecánicos son variaciones del nombre de Yahvé y por tanto lo reflejan. Por eso conocer los nombres de Yahvé es conocer a Yahvé.

—Efectivamente. Conocer el nombre divino es conocer la cosa. Fijaos, ¿cuando conocéis el arabesco que hace que vuestros coches anden, acaso no conocéis realmente qué es un coche? ¿O cuando escribís el nombre en la bombilla para que esta os ilumine, no conocéis lo que es la luz mejor que de cualquier otra forma?

—Y si eso es así —replicó David—. ¿Por qué Platón también dice que es mejor conocer las cosas directamente? ¿No significaría eso que deberíamos por tanto conocer a Yahvé de forma directa y no a través de sus nombres?

A Judá le asombraba que alguien hubiese leído el Crátilo sin que nadie se lo exigiese.

—Bueno, pero eso es porque Platón todavía no había conocido el auténtico poder del nombre. ¿Quién fue el primer pensador que vio y estudió un golem?

—Aristóteles —respondió de nuevo David.

—Efectivamente. Fue él el que sirvió de nexo de unión entre el pensamiento griego y el pensamiento judío posterior. Por eso en esta asignatura estudiamos los antecedentes de la cábala, no la cábala misma.

—Pero…

Y en ese momento sonó la campana. Todos se levantaron como si llevasen escrito un arabesco aéreo en el culo.

—Mañana seguiremos —le dijo a David que abandonó la clase cabizbajo.

Judá recogió sus cosas y salió del aula, para encontrarse de frente con el director del instituto que le estaba esperando.

—¿Tienes un segundo?

Judá asintió y le acompañó hasta el despacho.

—Toma asiento —le ofreció amablemente el director. A Judá no le gustaba el tono demasiado dulce que estaba utilizando—. Tenemos que hablar de Los orígenes de la Cábala.

—¿Qué ocurre? ¿Por fin se me va a hacer caso y se va a colocar dos cursos mas adelante, cuando los alumnos pueden tener ya los conceptos suficientes para entenderla? —Judá sabía perfectamente que no estaba allí por eso.

—No. Verás. Hemos tenido quejas de varios padres que no comprenden porque sus hijos tienen que estudiar esos autores herejes.

—¿Ahora son los padres los que establecen las materias a impartir? Y no son herejes, precisamente lo que yo enseño es que estos autores plantearon los mismos problemas que nosotros hemos resuelto posteriormente.

—Sí, pero esos griegos eran politeístas. Y el caso es que no creo que para el próximo curso vayamos a ofrecer tu asignatura.

—No me lo puedo creer —dijo Judá indignado—. ¿Y quien les explicará quienes fueron los padres de la Cábala y cómo se llegó hasta el momento actual? ¿Crees que es posible descubrir nuevos arabescos que funcionen sin conocer el pensamiento anterior?

—Yo no sé nada de esos griegos y aquí estoy.

Todos sabemos como has llegado hasta ahí, pensó Judá.

—Pues afortunadamente Einstein no compartía esa visión e hizo una tesis sobre la interpretación cabalística que Agustín de Hipona hizo de Platón —replicó Judá con vehemencia—. Y Enrico Fermi, sí, sí, Fermi, publicó un artículo donde explicaba cómo Tomás de Aquino adaptó el pensamiento de Aristóteles a la cábala. Todo ello justo antes de dar con las claves que condujeron al «Nombre explosivo».

—Eso no son mas que exageraciones. Y además, no sé porque te preocupa que desaparezca, tú puedes impartir Gramática aplicada o Principios de cabalística.

—Sabes que hace años que renuncié a ello. Y no volveré a hacerlo. Mira donde nos ha conducido el auge de la nomenclatura.

—Pues la decisión ya está tomada. Hazte la idea de que este es el último año de Los orígenes de la Cábala.

Judá se levantó y se marchó del despacho dando un portazo. Hacía tiempo que desgraciadamente el sistema educativo únicamente buscaba formar nomencladores que descubriesen los nombres que hacían funcionar el mundo, olvidando que la educación no debería sólo crear trabajadores, sino sobre todo formar personas que fuesen capaces de convivir en una sociedad que cada vez se volvía más egoísta. Formar y no seleccionar debía ser el objetivo de la enseñanza. Por eso ese aspirante fracasado a nomenclador no iba a enseñarle lo que era importante. Sabía que si eliminaban su asignatura se quedaría para hacer sustituciones esporádicas en el mejor de los casos. Pero incluso eso era preferible que volver a traicionar el nombre de Yahvé.

En el aparcamiento se metió en su coche, introdujo la llave en el contacto y la giró para completar el nombre que hacia girar las ruedas, y que fue hallado en su forma moderna por Carl Benz. Las ruedas comenzaron a rotar y sólo el freno de mano que elevaba el coche un par de centímetros del suelo impidió que este saliese disparado. Lo quitó y soltando lentamente el pedal del freno que llevaba inscrito otro nombre en él, controló la potencia de las ruedas. Suavemente se dirigió hasta su casa.

En la cocina su mujer Ruth preparaba la comida. La saludó sin ni siquiera darle la mano, tal como mandaban las normas mas estrictas del shomer negiah.

—El horno se ha vuelto a estropear —le dijo ella con la misma frialdad—. No calienta a más de cien grados.

Judá se quitó la chaqueta y abrió la puerta del horno para revisar el nombre.

—No sé por qué no podemos comprar uno patentado como todo el mundo —le reprochó su mujer.

 

Judá no le culpaba por su mal humor, pues no era la primera vez que pasaba. El arabesco que producía el calentamiento de la resistencia lo había encontrado él y obviamente no era perfecto, pero se negaba a pagar el precio que pedían por un horno que incorporaba un nombre ya probado. Las corporaciones creían que por hallar y registrar lo que Yahvé había dispuesto de forma gratuita tenían derecho a cobrar por ello.

—Lo arreglaré mañana —tendría que permutar de nuevo alguna de sus letras genéticas para ver si encontraba un nombre mas estable—. Pero hoy ¿podremos comer algo? Me muero de hambre.

Sentados a la mesa Judá recitó el berajot correspondiente y cuando terminó miró a su mujer.

—Van a eliminar Los orígenes de la Cábala. El próximo año no tendré asignatura que impartir.

—Pero puedes dar Nefeshmática, ¿verdad?

—No colaboraré otra vez en algo que avive más la ira de Yahvé.

—Ya estás con eso —le recriminó su mujer—. Judá, no sabemos cual es la causa de la décima plaga. Y tenemos que pagar muchas facturas.

—Todavía hay infinidad de trabajos que los golem no pueden realizar. En realidad cualquiera que requiera hablar, así que si tengo que meterme a comercial lo haré. Pero no pienso dar Nefeshmática ni nada similar.

Cuando terminaron de servirse, Ruth retiró la ensalada con un gesto brusco y lanzó sobre la mesa un arroz especiado que había hervido usando un arabesco de plástico que sumergido en el agua la llevaba al punto de ebullición.

Judá entendía a Ruth. Había sido una niña de la guerra y durante años vivió en la pobreza más absoluta. Para ella la idea de sufrir una situación remotamente similar le producía escalofríos. Y al fin y al cabo, él era el que debía procurar por ella. Pero no lo haría a cualquier precio.

El timbre de la puerta le sacó de sus pensamientos. Ruth la abrió y un hombre alto y afable le extendió la mano. Se la estrechó y volvió la cabeza hacia el salón.

—¡Es Ismael! — gritó a Judá—. Vamos, entra. No te quedes ahí.

Ismael le dio su abrigo y Ruth lo colgó de una percha.

—¿Cómo estáis? —dijo educadamente.

—Pregúntale a tu hermano que el próximo año dejará de ser profesor.

Judá le invitó a sentarse en el sofá.

—¿Quieres un whisky?

—¿De los tuyos?

—Sí, fabricado con mi arabesco particular.

Ismael asintió.

Ruth mientras tanto puso en marcha el golem aspirador completando el nombre que había dibujado Judá en él.

—¿Qué es eso de que dejas de ser profesor el próximo año? ¿Han quitado tu asignatura?

Judá asintió y se sentó frente a él.

—Pues precisamente venía a ofrecerte…

—No necesito ninguna oferta.

—Si no sabes de qué te voy a hablar. Por una vez escúchame.

—Escúchale —gritó Ruth desde la cocina—. Tiempo para negarte tienes.

Ismael sonrió ante el apoyo de su cuñada y después de beber un trago de whisky, continuó.

—Sabes que hace años, ¡siglos! que soñamos con volar.

—Si ya volamos.

—Sí, con aviones. Pero esa técnica se basa en un arabesco que imprime la velocidad suficiente al avión para que con la aerodinámica del aparato este consiga despegar y mantener el vuelo. Pero yo me refiero a levitar. ¿Por qué no hemos sido todavía capaces de hallar ese nombre?

—No lo sé. No he pensado mucho en ello.

—Pues eso es lo que estamos buscando ahora. Un arabesco que nos permita flotar libremente por el aire.

—Ya conoces los problemas de aplicar los nombres a tejido vivo.

—No importa. Con que hallásemos el arabesco que permitiese levitar a un coche sería magnífico. Pero de momento no hemos conseguido levantar ni una pluma. Por eso estábamos pensando en ti. En la compañía todavía se acuerdan de tu trabajo. Mira ese golem —los dos giraron la cabeza para mirar al aspirador—. Es una pequeña joya. ¿Cómo lo hiciste?

—Tiene dos arabescos principales. Uno sirve para moverse por la habitación y esquivar los obstáculos. El otro sirve para aspirar por esa trompetilla —el golem de repente se quedó como dándose cabezazos contra una esquina—. El no haber podido mezclar los dos nombres en uno produce estos problemas.

—¿Ves por qué te necesitamos? Eres el mejor nomenclador que conozco. Con tu técnica y conocimientos y nuestra base de datos podrías alcanzar ese nombre para levitar en poco tiempo.

—Sabes que no volveré a la compañía.

—Vamos, Judá. No seas terco. Esto sería un gran avance para el hombre.

—¿Aunque supusiese ofender de nuevo a Yahvé? Yo no volveré a hacerlo.

—¿Comulgando con las tesis catastrofistas? Nadie ha demostrado que la décima plaga sea un castigo de Yahvé.

—Puedes pensar lo que quieras, pero yo sé que es un castigo.

—Mira que eres reaccionario. Estoy seguro de que el Sanedrín lo solucionará antes o después.

—Pues ya pueden darse prisa porque en un par de generaciones no habrá bebés con los que repoblar la Tierra. Solo hay una solución: dejar de mancillar su nombre.

Ismael se levantó del sillón y Judá le acompañó a la puerta.

—Bueno, hermano, espero que cambies de opinión. La oferta sigue en pie y la compañía estaría dispuesta a pagarte mucho dinero.

—Shalom, Ismael.

—Shalom.

Ruth salió de la cocina en cuanto oyó la puerta cerrarse.

—¿No lo vas a aceptar, verdad?

Judá agachó la cabeza y subió al dormitorio.

La oferta de Ismael era muy tentadora y había provocado un fuerte efecto sobre él. Por eso no podía esperar al Iom Kipur. Sacó un látigo. En él estaba inscrito el Levítico 19:22. Se quitó la camisa con parsimonia y se dio un latigazo en la espalda con violencia.

—Perdóname señor porque he pecado.

Volvió a fustigarse con mas fuerza y un poco de sangre manchó el látigo.

—Acepta la sangre de este cordero tuyo como ofrenda —el tercer latigazo hizo que un hilo de sangre cayese por la espalda— y que mi dolor sirva para expiar mis pecados.

Repitió el ritual hasta que el suelo quedó cubierto por un charco de sangre y una sonrisa se dibujó en su rostro.

 

Al día siguiente se levantó de buen humor. Recitó su Brijot Hashajar para agradecerle a Yahvé que le volviese a insuflar el neshama nuevamente tras la muerte nocturna. Era Yom Shishí, último día de la semana lectivo y no tenía clases, sólo dos horas de tutoría que solía pasar en solitario en su despacho, lo que le permitía desconectar de esos bastardos.

Alguien llamó a la puerta.

—Adelante.

David apareció tras de ella.

—¿Tiene un segundo?

—Claro, pasa.

Cerró la puerta tras de sí.

—Me he enterado de lo de su asignatura. Quería decirle que me parece una injusticia.

—Un reflejo del mundo en el que vivimos. Lo único importante es gente que encuentre nombres, ¿verdad?

—Pero para mí usted es el mejor nomenclador que hay. He leído sus logros y son simplemente increíbles.

—Y muchos de ellos se los debo a haber conocido a estos pensadores clásicos —dijo resignado.

—Por eso me gustaría pedirle ayuda con una cuestión.

—Tú dirás.

—¿Usted cree que es herejía intentar resucitar un cadáver?

Judá se quedó blanco. En ese momento repasó las enseñanzas bíblicas estudiadas a lo largo de años y contestó:

—«Yahvé da muerte y vida, hace bajar al sheol y retornar».

—Samuel 2:6, sí, pero ahí no se afirma que sólo él pueda hacerlo y Yahvé en una ocasión utilizó al profeta Elías para resucitar un cadáver.

—Tienes razón. De hecho creo recordar que hay una antigua secta desaparecida que giraba en torno a la resurrección. Me parece que su Mesías resucitó a gente.

—¡Sabía que debía acudir a usted! ¿Recuerda cómo se llamaba esa secta?

—Cristianismo, me parece. No llegó muy lejos. Se nutría principalmente de esclavos a los que prometía una vida mejor en el más allá. Su problema fue que surgió en un mal momento, justo cuando los golem empezaban a difundirse y los esclavos comenzaron a ser sustituidos por ellos. Pero, ¿por qué te interesa este tema?

—Necesito ayuda y… ¿podría venir esta tarde a mi casa? Así podría enseñarle algo.

—De acuerdo — dijo Judá intrigado—. Esta tarde me pasaré por allí. Pero espero que no estés pensando en hacer ninguna estupidez.

2

Judá estuvo intentando arreglar el horno antes de su cita. Combinó una letra Alef con una Guímel haciendo que la segunda saliese de la primera como el fruto del árbol. Esperaba que este nuevo dibujo que formaban las letras tuviese mayor estabilidad que el anterior.

Salió corriendo porque llegaba ya tarde. Afortunadamente no le costó mucho encontrar la casa. David le esperaba sentado en un banco del jardín que había ante la puerta de entrada. Se levantó nada mas ver a Judá.

—No quiero que nadie se entere de que está aquí. Venga conmigo.

Judá le siguió por la parte trasera del jardín hacia un bosquecillo cercano.

—Si alguien se enterase de lo que estoy haciendo no sé cómo se lo tomarían. Prefiero no arriesgarme.

El bosquecillo se fue convirtiendo en uno frondoso y llegó un momento en el que Judá pensó que ya no podrían avanzar más. De pronto delante de ellos apareció un claro donde había una cabaña de madera no más grande que un garaje. Un candado cerraba la puerta. David sacó una aguja y dibujó un bonito arabesco en él.

—¿Lo has creado tú? —le preguntó Judá.

David asintió.

—El dibujo calienta el candado a una temperatura que solo conozco yo y que con la dilatación hace que se abra. Cualquier otra temperatura no funciona.

—Muy ingenioso.

Judá se acercó a la puerta y un fuerte olor a sangre le golpeó la cara. Miró al interior de la cabaña, pero no vio nada porque una luz le daba directamente en los ojos. Se decidió a entrar sin pensárselo dos veces. Se tuvo que frotar los ojos para estar seguro de que lo que veía era real.

—¡Por Yahvé! ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó horrorizado.

—Por eso quería que viniera. Necesito su ayuda.

Sobre una mesa había varios gatos despedazados como si fueran pollos preparados para cocinar. La sangre teñía el tablero y el suelo. Era una carnicería, pero en el peor sentido de la palabra, pues los cortes parecían hechos por un carnicero ciego con un cuchillo sin filo. Judá solo esperaba que cuando realizó la disección, los gatos no estuviesen vivos.

Una pata trasera separada del resto del cuerpo comenzó a moverse como si diera patadas y una cabeza que todavía lucía el inexperto corte de decapitación abrió un ojo que le miró como suplicándole ayuda. Judá tuvo que salir de la cabaña a vomitar. David se acercó hasta él.

—¿Se encuentra bien?

Judá se limpió con la manga de la camisa.

—¿Qué has hecho ahí dentro?

—Necesito aprender a resucitar un cuerpo y con ellos experimento.

Son solo gatos.

—¡Pero criaturas de Yahvé!

—Y por eso las estudio. ¿No dijo ayer que conocer los nombres de Yahvé era conocer a Yahvé? ¿Y qué mejor forma de conocerle que a través del nombre que nos da la vida?

A Judá no le asombró la astucia del argumento. Y aunque era incapaz de encontrar una replica para rebatirle, deseaba salir de allí corriendo. Pero tenía que impedir que siguiera con esos monstruosos experimentos. Nadie los aprobaría, aunque encontrase en la Biblia millones de referencias a la resurrección.

Venciendo el asco que sentía, volvió a entrar en la cabaña.

Ahora más calmado pudo comprobar que lo que al principio le parecieron varios gatos eran sólo dos troceados y caóticamente distribuidos por la mesa. Se acercó hasta la pata que seguía moviéndose (no tenía valor para mirar a la cabeza decapitada) y la cogió con una mezcla de respeto y repulsión. La sujetó con dos dedos y después la colocó encima de su palma. Por el lado de fuera, la pata estaba afeitada y lucía un arabesco inscrito en ella.

—¿Es este el nombre que le hace moverse?

David asintió.

—Has llegado mucho más lejos que la mayoría. Hacer moverse tejido vivo no es nada fácil.

—El problema es que no es tejido vivo. Fíjese en el arabesco.

—Una permutación del arabesco del golem de Volta, ¿no?

—Así es. Es la única forma que he encontrado para que se mueva. Pero cuando lo intento con el cuerpo entero, no consigo el menor movimiento. ¿Por qué?

Judá no le prestó atención porque ya hojeaba un libro que cogió de una estantería.

—¿Esto es árabe? ¿Sabes lo que te pasaría si te cogieran con estos libros?

—No son míos. Debieron pertenecer al dueño de la cabaña, un «marrano» que seguramente tuvo que huir dejando todo esto atrás.

Estaba traduciendo algunos de esos libros al hebreo. Judá sintió curiosidad.

—¿Y sobre qué hablan?

—Son tratados de lo que ellos llaman ciencias de alquimia, biología incluso algo que llaman electromagnetismo, que creo que es lo que nosotros llamamos nefesh.

Judá cogió uno que estaba traducido.

—¿Fahr Kehn Esseim o el moderno Golem?

—Ese es un libro en el que el doctor Fahr Kehn Esseim busca el arabesco que devuelve la vida a los muertos.

—¿Cuándo ocurrió eso?

—No es real. Es una historia inventada.

Dejó el libro de nuevo en su sitio.

—¿Por qué querría alguien contar una historia falsa? Más les hubiera valido haber abrazado la verdad de las escrituras.

Judá se fijó que sobre una estantería había un hermoso gato disecado. Fue a cogerlo cuando David le paró.

—¡No! Déjelo donde está.

—¿Qué ocurre?

—No quiero que se estropee. No hasta que haya encontrado el nombre para revivirlo.

—Así que es eso.

David agachó la cabeza y asintió.

—Era mi mascota. ¡Es mi mascota! —corrigió—. Necesito que vuelva. Necesito hacerle volver. ¿Puede ayudarme?

Una lágrima corrió por su mejilla.

—Si te ayudase no estaría más que dándole otra razón a Yahvé para que siguiese con la décima plaga —dijo para convencerle.

David se mostró contrariado.

—¿Por qué está tan seguro de que es un castigo de Yahvé?

—Porque no encuentro otra explicación.

David le miró pensativo.

—¿Y si yo le doy una, me ayudará aunque sólo me indique por donde podría comenzar?

Judá se lo pensó un segundo y asintió. Le intrigaba qué otra razón podía haber para la décima plaga.

—Yo no creo que sea un castigo. El auge de los golem comenzó hace casi veinte siglos y hace ya más de dos siglos que Watts inició la revolución de los nombres. Si Yahvé hubiese querido castigarnos por usar sus nombres, ¿por qué no comenzó entonces y esperó más de un siglo para hacerlo?

Judá se encogió de hombros.

—Por eso, porque no busca castigarnos, sino al contrario. Yo creo que la décima plaga es una forma de espolearnos a buscar su nombre propio, el arabesco de la vida. Yahvé sabe que el ser humano sólo progresa bajo presión, ¿o ha olvidado que el origen de los golem está en la búsqueda de un ejército infinitamente renovable que nos sirviese para vencer a los árabes?

Judá no supo que decir. El argumento nuevamente era brillante. Y no sólo a nivel lógico, también apelando al sentido común. ¿No fue Yahvé el que sometió a Abraham a una dura prueba, no para castigarle sino para que demostrase su fe incondicional? ¿Y el pueblo de Moisés no había sido sometido a un penoso peregrinaje por el desierto para llegar a la tierra prometida? ¿Acaso era tan extraño que la décima plaga fuese el camino que había marcado Yahvé hacia la vida eterna, el paraíso en la Tierra?

—De acuerdo. Aunque lo encuentro poco creíble, lo que dices tiene sentido. Y lo prometido es deuda. Te ayudaré en lo que pueda ahora, pero a partir de mañana no quiero volver oír hablar de resucitar a los muertos, ¿de acuerdo?

—Bien —asintió David—. Ahora la pregunta clave, ¿por qué consigo que se muevan las partes individuales pero no todo el cuerpo a la vez?

Judá se sentó en una silla para descansar.

—Hay algo de lo que casi nadie se da cuenta, pero es importante y es que todos los golem están construidos por partes, incluso el aparato mas pequeño, y eso quiere decir que no funcionan con un único nombre. Hay uno o dos nombres principales sí, pero muchas de las partes necesitan nombres auxiliares para funcionar. ¿Te dice esto algo?

—El monstruo de Fahr Kehn Esseim que estaba formado de partes de cadáveres y necesitaba varios arabescos secundarios para tener vida.

Judá suspiró.

—No eres el primero que busca ese arabesco. Un amigo de Volta ya lo intentó primero.

—¿Galvani?

—Sí. ¿Cómo le conoces? —preguntó sorprendido.

David empezó a rebuscar entre los papeles.

—Porque el libro de Sehl Ely está basado en el trabajo de Galvani. ¡Aquí está!

Le entregó los papeles a Judá que comenzó a hojearlos.

—Tal vez ese libro no sea tan falso como parecía.

David sonrió y Judá continuó.

—Galvani conocía a la perfección el trabajo de Volta y quiso ir un poco mas allá. Si Volta había dado vida a la materia inerte con su arabesco iniciando la era moderna de los golem, Galvani estaba convencido de que era posible dotar de vida a los animales muertos. Al fin y al cabo lo que hacen los nombres es actualizar las potencialidades de un cuerpo, ¿no es así?

—Así nos lo ha enseñado usted.

Judá sonrió levemente.

—Pues si un cuerpo ha tenido vida, entonces tiene la potencia de volverla a tener. Esa era la premisa de Galvani. Pero no consiguió nada, sólo mover partes separadas del cuerpo usando una permutación del arabesco de Volta al igual que tú.

—Y la pregunta es ¿por qué?

—Pues porque los seres vivos no están animados por el nefesh, si no por el neshama.

—Pero el neshama no es más que un tipo de nefesh —respondió David.

—¿Y si no fuese así? ¿Y si el nefesh y el neshama fueran manifestaciones diferentes de Yahvé? Por eso intuyo que no habéis tenido éxito ni Galvani ni tú, porque utilizáis permutaciones del nefesh en vez de buscar el nombre del neshama.

—Pero todos los nombres actuales se derivan del arabesco del nefesh. Lo que dice se basa en una intuición con muy poca base científica. Entonces ¿qué le hace suponer que la vida no se deriva del nefesh?

—¿Te suena el nombre de Gödel?

—Sí. Fue un famoso gramático. ¿No habló usted de él en clase?

—Sí, así fue. Este gramático…

—…enunció un teorema.

—Así es. El teorema de incompletitud que demuestra que es imposible derivar todos los nombres de Yahvé del arabesco del nefesh.

—¿Entonces?

—Pues que no todo lo que se mueve, cambia o se trasforma lo hace por impulso del nefesh. Tiene que haber al menos un nombre más que cause el cambio.

—¿Y se sabe cual podría ser?

—Se ha creído descubrir varios nombres originarios, pero ninguno ha funcionado y todos los nombres conocidos son derivados del arabesco del nefesh por lo que sólo quedaría lo que las escrituras llaman neshama, similar lo que los griegos llamaron psiqué,