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Antonio, Octavio César y Lépido son un triunvirato que gobierna el Imperio Romano; pero Antonio prefiere pasar su tiempo libre en Egipto como consorte de la reina Cleopatra en lugar de en Roma. La noticia de la muerte de su esposa, y de una revuelta amenazada por el joven Pompeyo, motiva su regreso, para gran desaprobación de Cleopatra.
Se lleva a cabo una reunión entre César, Lépido y Antonio, en la que reconocen la importancia de mantener su alianza. Como un signo de buena fe, Antonio acepta casarse con Octavia, la hermana viuda de César. Cleopatra recibe la noticia de este acuerdo con gran enojo, para desconcierto del mensajero que lo trae.
Esto es solo el principio de la gran obra Antonio y Cleopatra de William Shakespeare.
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Veröffentlichungsjahr: 2021
William Shakespeare
ANTONIO Y CLEOPATRA
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 979-12-5971-052-9
Greenbooks editore
Edición digital
Enero 2021
www.greenbooks-editore.com
ANTONIO Y CLEOPATRA
Marco ANTONIO
Octavio CÉSAR, LÉPIDO: triunviros CLEOPATRA, reina de Egipto CARMIA, EIRA: damas de Cleopatra
ALEXAS, MARDIÓN, DIOMEDES, SELEUCO: criados de Cleopatra OCTAVIA, hermana de Octavio César y esposa de Antonio DEMETRIO
FILÓN
Domicio ENOBARBO VENTIDIO
SILIO EROS CANIDIO ESCARO
DERCETO } amigos y partidarios de Antonio MECENAS
AGRIPA TAURO DOLABELA TIDIAS GALO
PROCULEYO } amigos y partidarios de César Sexto POMPEYO, adversario de los triunviros MENÉCRATES
MENAS
VARIO } amigos de Pompeyo
ADIVINO RÚSTICO
Embajadores, mensajeros, capitanes, soldados, criados.
Entran DEMETRIO y FILÓN.
FILÓN
Sí, pero este loco amor de nuestro general desborda el límite. Esos ojos risueños, que sobre filas guerreras llameaban
como Marte acorazado, dirigen
el servicio y devoción de su mirar
hacia una tez morena. Su aguerrido pecho, que en la furia del combate reventaba
las hebillas de su cota, reniega de su temple y es ahora el fuelle y abanico
que enfría los ardores de una egipcia.
[Clarines. Entran ANTONIO, CLEOPATRA con sus damas CARMIA y EIRA, el séquito y eunucos abanicándola.]
Mira, ahí vienen.
Presta atención y verás
al tercer pilar del mundo transformado en juguete de una golfa. Fíjate bien.
CLEOPATRA
Si de veras es amor, dime cuánto. ANTONIO
Mezquino es el amor que se calcula.
CLEOPATRA
Mediré la distancia de tu amor. ANTONIO
Entonces busca cielo nuevo y tierra nueva. Entra un MENSAJERO.
MENSAJERO
Señor, noticias de Roma. ANTONIO
Me chirrían. Resúmelas. CLEOPATRA
No, Antonio, óyelas bien.
Quizá Fulvia esté enfadada, o quién sabe si el imberbe César no te cursa
alguna orden soberana: «Haz esto o aquello; conquista este reino y libera este otro.
Obedece o te castigo.» ANTONIO
¿Decías, amor? CLEOPATRA
Quizá, no: lo más seguro.
No te quedes más aquí; César
ordena tu relevo, así que óyelo, Antonio.
¿Y la orden de Fulvia, digo de César? ¿De ambos?
¡Pasen los mensajeros! Como que soy reina de Egipto, te has sonrojado, Antonio, y tu sangre
es vasalla de César; si no, tributa rubor cuando Fulvia riñe a gritos. ¡Los mensajeros! ANTONIO
¡Disuélvase Roma en el Tíber y caiga
el ancho arco del imperio! Mi sitio es éste.
Los reinos son barro, y la tierra con su estiércol mantiene a bestias y a hombres. Lo grandioso de la vida es hacer esto, cuando una pareja
tan unida puede hacerlo. Por lo cual,
¡bajo castigo reconozca el mundo entero que somos inigualables!
CLEOPATRA
¡Admirable engaño!
¿Se ha casado con Fulvia y no la quiere? No soy la boba que parezco, y Antonio no va a cambiar.
ANTONIO
… si no lo excita Cleopatra.
Por amor del Amor y sus tiernas horas, no perdamos el tiempo con disputas.
Que no corra un minuto más de vida
sin algún placer. ¿Qué diversión hay esta noche? CLEOPATRA
Atiende a los embajadores. ANTONIO
¡Quita allá, discutidora!
A ti todo te cuadra: reñir, reír, llorar; en ti toda emoción
pugna por hacerse bella y admirada.
¡Nada de mensajeros! Los dos solos pasearemos esta noche por las calles observando a las gentes. ¡Vamos, reina mía!
Anoche lo deseabas. [Al MENSAJERO] ¡No me hables! [Salen ANTONIO y CLEOPATRA con su séquito.] DEMETRIO
¿Tan poco caso le hace Antonio a César? FILÓN
A veces, cuando no es Antonio deja muy atrás la distinción que siempre debe acompañarle. DEMETRIO
Me apena que confirme los rumores
que corren sobre él en Roma, aunque espero que obrará mejor mañana. Queda en paz.
Salen.
[Entran ENOBARBO con otros oficiales romanos, un ADIVINO, CARMIA, EIRA, MARDIÓN el eunuco y ALEXAS.]
CARMIA
Gran Alexas, buen Alexas, archi-todo Alexas, casi perfectísimo Alexas,
¿dónde está el adivino que tanto has alabado ante la reina? ¡Si yo supiera quién será el marido que, según tú, llevará los laureles en los cuernos!
ALEXAS
¡Adivino! ADIVINO
¿Qué deseas? CARMIA
¿Es éste? ¿Eres tú el que conoce el porvenir? ADIVINO
En el libro infinito de Natura sé leer algún secreto.
ALEXAS
Enséñale la mano.
ENOBARBO
¡Traed ya los postres! Y no falte vino para beber a la salud de Cleopatra.
CARMIA
Buen señor, dame la buena ventura. ADIVINO
No la doy, la digo. CARMIA
Pues dímela. ADIVINO
Estarás mejor de lo que estás. CARMIA
Quiere decir de carnes. EIRA
No, te pintarás cuando seas vieja. CARMIA
¡Que no vengan arrugas! ALEXAS
No importunéis su presciencia. Atended. CARMIA
¡Chss…! ADIVINO
Serás más amante que amada. CARMIA
Prefiero calentarme con bebida. ALEXAS
¡Escúchale! CARMIA
¡Vamos con la buena ventura! Que me case por la mañana con tres reyes para enviudar de todos. Que tenga un hijo a los cincuenta al que rinda
homenaje Herodes de Judea. Adivina que me caso con Octavio César y me igualo a mi señora.
ADIVINO
Vivirás más tiempo que tu ama. CARMIA
¡Magnífico! La vida larga me gusta más que el plátano. ADIVINO
Has visto y vivido mejor suerte de la que llegará.
CARMIA
Entonces quizá no tengan nombre mis hijos. Dime, ¿cuánta familia he de tener?
ADIVINO
Si todos tus deseos tuvieran vientre y todos fueran fecundos, un millón. CARMIA
¡Quita, necio! Te perdono lo de mago. ALEXAS
Te crees que sólo tus sábanas conocen tus deseos. CARMIA
Vamos, ahora dísela a Eira. ALEXAS
Todos queremos saber nuestra suerte. ENOBARBO
Esta noche la mía y la de casi todos será acostarnos borrachos. EIRA
Si no otra cosa, esta mano anuncia castidad. CARMIA
Claro, y el Nilo desbordado anuncia hambruna. EIRA
Calla, loca, que no sabes adivinar. CARMIA
Pues si una mano húmeda no indica fecundidad, yo no sé arrimar la oreja.
— Anda, dile una fortuna bien corriente.
ADIVINO
Las vuestras son iguales. EIRA
Pero, ¿cómo, cómo? Explica. ADIVINO
He dicho. EIRA
¿Mi suerte no va a ser una pizca mejor que la suya? CARMIA
Y si fuera a ser una pizca mejor que la mía, ¿dónde la meterías? EIRA
En la nariz de mi marido, no. CARMIA
¡De pensar mal nos libre el cielo! Alexas… ¡Vamos, su buena ventura!
¡Que se case con una que no llegue, te lo pido, buena Isis, y que se muera pronto, y dale otra peor, y luego otra peor, hasta que la peor le siga riéndose a la tumba, cincuenta veces cornudo! ¡Buena Isis, concédeme esta súplica, aunque me niegues algo más valioso! ¡Buena Isis, te lo imploro!
EIRA
Así sea. ¡Diosa querida, atiende la plegaria de tu pueblo! Pues, así como da pena ver a un hombre apuesto casado con una impúdica, también es doloroso ver a un tipo horrible sin cuernos. Así que, buena Isis, obra en razón y dale la suerte adecuada.
CARMIA
Así sea. ALEXAS
¿Sabéis? Si estuviera en sus manos ponerme los cuernos, aunque tuvieran que hacerse putas, lo harían.
ENOBARBO
¡Chss…! Aquí viene Antonio. Entra CLEOPATRA. CARMIA
Él no, la reina. CLEOPATRA
¿Habéis visto a mi señor? ENOBARBO
No, señora. CLEOPATRA
¿No estaba aquí? CARMIA
No, señora. CLEOPATRA
Estaba de ánimo alegre, y de pronto le da por pensar en Roma. ¡Enobarbo! ENOBARBO
¿Señora? CLEOPATRA
¡Búscalo y tráelo aquí! [Sale ENOBARBO.]
¿Dónde está Alexas? ALEXAS
Aquí, a tu servicio. Ahí llega mi señor. Entra ANTONIO con un MENSAJERO. CLEOPATRA
No quiero verlo. Venid conmigo.
[Salen todos menos ANTONIO y el MENSAJERO]. MENSAJERO
Tu esposa Fulvia entró en batalla la primera.
ANTONIO
¿Contra mi hermano Lucio? MENSAJERO
Sí, mas la guerra acabó pronto y la situación los hizo amigos: se aliaron contra César, que, más afortunado, en el primer
encuentro los batió y expulsó de Italia. ANTONIO
¿Hay peores noticias? MENSAJERO
La mala noticia infecta al mensajero. ANTONIO
Sólo si concierne a un necio o un cobarde. ¡Vamos! Para mí lo pasado ha concluido. Oyeme:
a quien me dice la verdad, aunque hable de muerte, le escucho como si me adulara.
MENSAJERO
Labieno —la noticia es dura—
ha ocupado Asia. Su enseña victoriosa ha ondeado desde el Éufrates, desde Siria hasta Lidia y la Jonia, mientras… ANTONIO
… Antonio, ibas a decir… MENSAJERO
¡Señor! ANTONIO
Háblame claro; no suavices los rumores. Llama a Cleopatra como la llaman en Roma, ríñeme como hace Fulvia, censúrame
con todo el desahogo que autorizan
la verdad y el odio. Si no soplan nuestros vientos hacemos brotar la grama; oír nuestros males
es como arar la tierra. Puedes irte. MENSAJERO
A tus nobles órdenes. Sale.
Entra otro MENSAJERO. ANTONIO
¿Hay noticias de Sición? Habla. MENSAJERO 2.°
El hombre de Sición… ANTONIO
¿Viene alguien de allí? MENSAJERO 2.°
… aguarda tus órdenes. ANTONIO
Que pase.
[Sale el MENSAJERO 2.°]
O rompo estas fuertes cadenas egipcias o caigo en la idiotez.
Entra otro MENSAJERO con una carta.
¿Quién eres? MENSAJERO 3.°
Tu esposa Fulvia ha muerto. ANTONIO
¿Dónde murió? MENSAJERO 3.°
En Sición. Su larga dolencia y las demás noticias graves que te incumben aquí constan. [Le entrega la carta. ]
ANTONIO
Déjame.
[Sale el MENSAJERO 3.°]
¡Nos deja una gran alma! Yo lo deseé. Lo que el desdén arrojó de nuestro lado lo queremos recobrar. El placer presente con el giro del tiempo se transforma
en su contrario. Faltando, me es querida. La mano que la empujó querría traerla. De esta reina hechicera he de alejarme. Mi ociosidad incuba mil desgracias,
más que los males que conozco. ¡Enobarbo! Entra ENOBARBO.
ENOBARBO
¿Qué deseas, señor? ANTONIO
Debo irme de aquí pronto. ENOBARBO
Mataremos a las mujeres. Ya sabemos lo mortal que es para ellas un desaire. Padecer nuestra ausencia será su muerte.
ANTONIO
Tengo que irme. ENOBARBO
En caso de necesidad, que se mueran las mujeres. Sería una pena abandonarlas por nada, pero si hay una causa importante, que no cuenten nada. Como tenga la menor noticia de esto, Cleopatra se nos va en el acto. Por mucho menos la he visto yo irse veinte veces. Será porque en ello hay un ardor que la hace amorosa: se va con mucha rapidez.
ANTONIO
Es más lista de lo que pensamos. ENOBARBO
¡Ah, no, señor! Sus emociones están hechas de la flor del amor puro. No podemos llamar vientos y lluvias a sus suspiros y sus lágrimas: son tempestades y tormentas mayores que las que anuncia el almanaque. Eso no es ser lista. Si lo es, ella trae la lluvia igual de bien que Júpiter.
ANTONIO
¡Ojalá no la hubiera visto nunca! ENOBARBO
Entonces te habrías quedado sin ver una gran obra maestra, y sin esta suerte menguaría tu fama de viajero.