Atracción inesperada - Primero llegó el bebé - Michelle Douglas - E-Book
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Atracción inesperada - Primero llegó el bebé E-Book

MICHELLE DOUGLAS

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Beschreibung

Atracción inesperada Dominic Wright, un hombre de origen humilde, estaba muy orgulloso de su carrera profesional y suponía que su último proyecto sería el que lo llevaría al éxito. ¿Los contras? Iba a tener que cuidar a la hija mimada del jefe. Bella Maldini conocía la reputación de Dominic y, en lo que se refería a las mujeres, ¡era bastante mala! Sin embargo, si quería que su proyecto saliera bien, debía trabajar con él. ¡Si al menos Dominic no fuera un hombre cínico, complicado y, lo peor de todo, el más sexy que ella había conocido nunca…! Primero llegó el bebé Ben era el mejor amigo de Meg desde la infancia. A excepción de un beso que no había olvidado, su relación había sido absolutamente platónica; pero habría hecho cualquier cosa por ella. Cuando Meg le pidió ayuda para ser madre, Ben se la ofreció sin dudarlo. Sin embargo, poco después, descubrió que quería ser algo más que un amigo. ¿Podría convencer a Meg de que estaba preparado para sentar cabeza y ser un padre de verdad?

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Seitenzahl: 345

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 506 - julio 2020

 

© 2012 Michelle Douglas

Atracción inesperada

Título original: Bella’s Impossible Boss

 

© 2013 Michelle Douglas

Primero llegó el bebé

Título original: First Comes Baby...

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-607-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Atracción inesperada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Primero llegó el bebé

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

IBA a llegar tarde.

«Tarde. Tarde. Tarde».

Bella apresuró el paso y miró el reloj. Debía dejar de pensar que no daría la talla. Llegaría a tiempo a la reunión. Solo estaba siendo paranoica.

Sin embargo, no debería haberse parado para hablar con Charlie. Ni con Emma. Sophie y Connor. Aceleró el paso.

«Un gran fallo. Soy estúpida».

Cerró el puño con fuerza. Teniendo en cuenta lo que había oído la semana pasada, debería haber tenido más cuidado. Debía haber estado más pendiente de la hora. Quería que su padre cambiara su opinión acerca de ella, y no reforzársela.

«¡Mimada, terca, y con cerebro de mosquito! Bella no conoce el significado de las palabras dedicación y trabajo duro». Eso era lo que su padre le había dicho por teléfono a la tía de Bella que vivía en Italia, el miércoles anterior. Bella había descolgado el teléfono de la cocina para hacer una llamada y, sin querer, lo había escuchado todo.

«Y es culpa mía», recordó que eso era lo que había dicho su padre antes de que ella colgara.

Se detuvo en seco. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta al recordar el dolor que había percibido en la voz de su padre. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared. «Oh, papá. Lo siento».

Por haberlo decepcionado. Otra vez. Y porque se sintiera culpable por ello.

Se retiró de la pared y enderezó la espalda. Había cambiado durante los dieciocho meses que había pasado en Italia. Se lo demostraría. Haría que se sintiera orgulloso de ella.

Como para convencerse a sí misma, echó un vistazo a las carpetas de colores que llevaba en la mano y se dio cuenta de que se había dejado los menús en la cocina de la cafetería de Charlie.

Miró el reloj otra vez. Podría continuar hasta la oficina de su padre y llegar a tiempo. O podía regresar a la cafetería, recoger los menús y llegar un poquito tarde pero demostrarles a su padre y a Dominic Wright, su mano derecha, lo organizada y creativa que era.

¿Organización, creatividad y dedicación frente a puntualidad? Sin pensárselo, dio media vuelta y empezó a correr. Al doblar la esquina, oyó el timbre de ascensor y exclamó:

–¡Espéreme!

Pero las puertas se cerraron antes de que ella llegara. Apretó el botón de la pared varias veces, pero no consiguió que se abriera. La luz indicaba que el ascensor había empezado a bajar.

–Maldita sea –golpeó la mano contra la pared.

No le quedaba más remedio que olvidarse de ir a recoger los menús pero, con suerte, las carpetas de colores darían la impresión de organización y creatividad.

Tragó saliva. Siempre y cuando nadie le hiciera demasiadas preguntas acerca del contenido de las carpetas. Katie, la secretaria de su padre, le había enviado el archivo principal la noche anterior, suplicándole en un mensaje: Por favor, ¡no le digas a tu padre lo tarde que te lo he entregado! Bella solo había tenido tiempo de imprimirlo y se había reservado esa tarde para revisar su contenido.

Miró el reloj. Si se daba prisa llegaría a tiempo a la reunión.

«Has de parecer una profesional», pensó mientras avanzaba por el pasillo.

Alzó la barbilla y enderezó los hombros. Tenía que aparentar confianza y seguridad en sí misma. Y sobre todo, capacidad. Tenía que demostrarle a su padre que no se equivocaba al confiar en ella.

Respiró hondo y entró en el despacho. Lo miró y tuvo que contenerse para no besarlo y darle un abrazo. Así no se ganaría su respeto. Sobre todo porque no estaba solo.

–¡Llegas tarde! –le dijo Marcello Luciano Maldini.

Ella miró el reloj y arqueó una ceja.

Él miró el reloj y frunció el ceño.

Bella deseaba que sonriera.

Pero él no lo hizo. Ella sí. Se alegraba de verlo. De estar allí. Le estaba muy agradecida por haberle ofrecido esa oportunidad. Hizo un esfuerzo y puso una sonrisa educada y profesional.

–Buenos días, papá. Si llego tarde, te pido mis más sinceras disculpas.

Él pestañeó y, durante un instante, ella pensó que quizá se disculpara por su brusquedad y reconociera que no había llegado tarde. Pero no lo hizo. Se cruzó de brazos y la miró.

–Mi secretaria te ha llamado al móvil y te ha dejado un mensaje diciéndote que la reunión se adelantaba quince minutos.

¡Había llegado tarde! Y todo porque había apagado el teléfono para que no la interrumpieran durante los preparativos de la reunión más importante de su vida.

–Lo siento. Apagué el teléfono para que no me interrumpieran mientras preparaba la reunión.

Su padre resopló y dijo:

–Dominic, me gustaría presentarte a mi hija, Bella Maldini. Bella, este es Dominic Wright.

El hombre se volvió hacia ella y, al ver sus ojos azules, Bella se quedó sin habla.

«Madre mía. Unos ojos azules no deberían dejar sin palabras a una mujer».

«Ni tampoco el cabello pelirrojo».

«Pero la combinación…».

No había creído a Catriona ni a Cecily cuando le dijeron que él era muy atractivo y que tenía el cabello de color rojizo dorado, como la melena de un león.

Se aclaró la garganta.

–Yo… Encantada de conocerlo, señor Wright.

–Dominic –la corrigió él.

¿Ese era el hombre del que dependía su futuro?

Según sus primas, Dominic era el hombre más peligroso de Sídney, gracias a su atractivo y encanto y sería capaz de comerse a una mujer virgen como ella para desayunar.

Sin embargo, por cómo la miraba de arriba abajo, se parecía más a un jefe intimidante que al playboy que Cat y Cecily habían descrito.

No le dijo que estaba encantado de conocerla. Ni tampoco sonrió.

Haciendo un gran esfuerzo, ella continuó sonriendo.

–Aunque sea por guardar las formas, se supone que has de decir que estás encantado de conocerme, Dominic.

Él sonrió y el azul de su mirada se intensificó.

–Encantado de conocerte, Bella.

Cuando Dominic le tendió la mano, ella se la estrechó inmediatamente. No era capaz de pronunciar palabra y tenía el pulso acelerado.

–Encantadísimo –murmuró él.

Bella recuperó la voz.

–Yo también.

Retiró la mano y agarró las carpetas otra vez, tratando de ignorar el cosquilleo que le había provocado el roce de su piel. «A pesar del color de su cabello y de su cálida sonrisa, lo llaman el Hombre de Hielo. No lo olvides», pensó ella.

Eso no cambiaba el hecho de que él era la persona que podía hacer que el padre de Bella cambiara de opinión. Ella tendría que tener cuidado.

–Si habéis terminado de evaluaros –dijo el padre con brusquedad–, ¿podemos sentarnos y comenzar la reunión?

Bella se sentó al lado de Dominic y percibió el calor que desprendía su cuerpo. «Mantén una actitud profesional», pensó, sin dejar de mirar a su padre.

–Dominic, quiero que Bella y tú trabajéis en el proyecto de Newcastle Maldini. Quiero que lo tengáis preparado para la gran inauguración que se celebrará dentro de ocho semanas.

 

 

Una sensación de triunfo se apoderó de Dominic. Encargarse del hotel más emblemático de Marco era el primer paso para hacerse con el mando absoluto del incipiente negocio de Maldini Corporation en el sector turístico. Si el Newcastle Maldini triunfaba, se desarrollaría un plan de expansión que incluiría la creación de una cadena de hoteles de cinco estrellas en todas las ciudades principales de Australia. Después, entrarían en el mercado internacional… Nueva York, Londres y Roma. Las posibilidades eran fascinantes.

Él necesitaba un cambio. Dos meses y medio antes, le había dejado clara su postura a Marco. O le daba un nuevo cargo en Maldini Corporation o buscaría trabajo en otro sitio. Dirigir los proyectos turísticos de la empresa encajaba perfectamente con sus deseos. Marco había cumplido su promesa y Dominic tenía intención de asegurarse de que el Newcastle Maldini cumpliera todas sus expectativas.

Pero no había contado con que lo pusieran a trabajar con la hija del jefe.

La miró y sintió un nudo en el estómago. No se parecía en nada a la niña regordeta y de cabello oscuro que aparecía en la fotografía que Marco tenía en su escritorio. Tampoco a la mujer que él había imaginado montones de veces durante los seis últimos años, mientras se sentaba frente a Marco y escuchaba cómo hablaba de ella con desesperación.

–¿Quieres que Bella trabaje en el hotel? –preguntó sin tratar de ocultar su escepticismo.

Bella se puso tensa. Después se dirigió a su padre.

–¿No le habías contado a Dominic tus planes para que trabajemos juntos? –tragó saliva–. Si tomaste la decisión la semana pasada…

Marco dio una palmada sobre el escritorio.

–Hago las cosas a mi manera, jovencita. Este es mi despacho, y en él mi palabra es la ley –la señaló con el dedo–. ¡Dirijo mi empresa como quiero!

–No se lo dijiste porque pensabas que se negaría a trabajar conmigo.

Marco no dijo nada. Dominic sabía que lo que había dicho Bella era cierto. Si él lo hubiera sabido antes, habría buscado cualquier excusa para no aceptar el puesto. Y Marco habría cedido. Marco no quería perderlo.

Se aclaró la garganta y preguntó:

–Marco, ¿cuál es el papel que crees que Bella puede desempeñar en el hotel?

–Bella dice que puede crear el restaurante de mis sueños. Centrará su experiencia en las cocinas y los comedores. Tú, por supuesto, estarás a cargo de las operaciones.

Dominic asintió.

–Y tú, hija mía, le consultarás a Dominic todo lo necesario.

–Por supuesto.

Dominic no se dejó engañar. A pesar de su boca sensual y sus cautivadores ojos color caramelo, Bella era una mujer caprichosa en la que no se podía confiar. Marco le había dado múltiples oportunidades para que se estableciera en su carrera profesional, pero ella las había desaprovechado todas. Su aparente docilidad no era más que una fachada para agradar a su padre. Quizá fuera capaz de engañar a Marco, pero Dominic no tenía intención de dejarse hechizar por su falsa sonrisa. No era como su padre.

–No sabe nada acerca de sistemas ni de gerencia –le advirtió Marco–. Solo tiene conocimientos de cocina, así que tendrás que enseñarle muchas cosas.

Marco debía estar bromeando. Bella no permanecería en ese trabajo más de lo que había permanecido en cualquier otro. Dominic no estaba dispuesto perder el tiempo en transmitir sus conocimientos a alguien que no los apreciaría.

Miró a Bella y después a Marco. Se fijó en que él miraba a su hija con amor y algo se removió en su interior. Marco era una de las pocas personas a las que Dominic quería. Apretó los dientes. En consideración hacia Marco, debía darle a Bella el beneficio de la duda, al menos durante el tiempo que durara aquella reunión.

–De acuerdo –asintió–. ¿Crees que Bella tiene algo que aportar?

Marco enderezó la espalda.

–Bella, enséñanos los menús que has preparado con tanto esmero. Dijiste que hoy tendrías las muestras preparadas.

–Me temo que ha habido un pequeño problema –cruzó las piernas y se alisó la falda–. Me he dejado los menús en la cocina de la cafetería. He estado revisándolos con Charlie.

Se hizo un silencio extraño. Dominic dudaba de la existencia de los menús y, a juzgar por cómo Marco evitaba mirarlo a los ojos, sabía que él también pensaba que eran producto de la imaginación de Bella.

–Si queréis puedo ir a la cafetería ahora mismo para recogerlos. O describíroslos verbalmente.

Dominic se aclaró la garganta. Bella y Marco se volvieron para mirarlo.

–¿Por qué no dejamos los menús para otro día? Hay tiempo de sobra –señaló las carpetas que Bella tenía en el regazo–. ¿Por qué no nos cuentas lo que has traído?

Bella se humedeció los labios y agarró las carpetas con fuerza. La princesita no tenía tanto aplomo como él pensaba. Estaba nerviosa. Quizá había sido injusto con Bella. Quizá aquello fuera importante para ella.

–Las carpetas, Bella –dijo él.

–No hay nada especial en ellas –se encogió de hombros–. Solo llevo la documentación que mi padre me envió sobre el hotel y la información que he empezado a recopilar sobre Newcastle.

–Imagino que habrás leído la información que tu padre te envió.

–Por supuesto –dijo sin mirarlo a los ojos.

Dominic trató de disimular la furia que lo invadía por dentro.

–¿Serías capaz de decirme el número de empleados que estarán a tu cargo en el restaurante?

–Me temo que no puedo recordarlo. Apenas he tenido oportunidad de echarle un vistazo a los documentos.

–Ya. Entonces, ¿podrías contarnos qué información relevante has recopilado sobre Newcastle?

–Yo, um… Es la segunda ciudad más grande de New South Wales, y se hizo próspera gracias a la industria siderúrgica. Y, um… También es conocida por la belleza de sus playas.

–¿Así que no tienes nada más que un conocimiento general del lugar?

–Estoy en ello.

–¿Puedo ver las carpetas?

–¿Por qué?

–Permíteme.

Bella miró a Marco confiando en que interviniera, pero él permaneció en silencio. Finalmente se las entregó a regañadientes.

Dominic hojeó el contenido de la primera carpeta. Tal y como había dicho ella contenía información sobre el hotel. Sin embargo, era evidente que las hojas no habían sido manipuladas por nadie. No era de extrañar que no pudiera recordar las cifras del personal que tendría a su cargo. Ni siquiera las había leído.

La segunda carpeta tenía folletos y recortes de revistas sobre Newcastle. Al menos, en eso no había mentido.

Cuando se disponía a abrir la tercera carpeta, ella dijo:

–Esa es personal. Yo…

Él sacó un catálogo de lencería.

Bella se apresuró para arrancárselo de las manos.

–Una amiga tiene una empresa. Me pidió que le echara un vistazo. No tenía dónde guardarlo.

Dominic tenía claro cuál era el material de lectura que ella prefería. Le devolvió las carpetas.

De pronto, experimentó un sentimiento de fatiga, vacío y apatía. Intentó ignorarlo.

–¿Qué titulación tienes, Bella?

Ella lo fulminó con la mirada.

–Si mi padre no pone pegas con ese tema, no sé por qué ha de ser asunto tuyo.

–Es asunto mío porque yo seré el máximo responsable del hotel. ¿Marco?

–Mi hija ha estado trabajando durante los últimos dieciocho meses en el restaurante de su tío.

–¿Eras la responsable del funcionamiento diario?

–A veces.

Dominic negó con la cabeza y se volvió hacia Marco.

–Esto no va a funcionar. Bella no tiene la experiencia necesaria para un puesto de tanta responsabilidad.

–Será capaz de hacerlo con tu ayuda.

Dominic deseaba volverse para no ver cómo Marco le suplicaba con la mirada. Estaba en deuda con él, pero ¿ser cómplice del último capricho de Bella? Un capricho que provocaría la decepción y el arrepentimiento de Marco. Se apretó el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar.

–Quizá tengas razón –dijo Marco, dando un suspiro–. Quizá esto no sea más que el sueño de un hombre mayor.

Dominic levantó la vista. Ante sus ojos, Marco parecía envejecer.

 

 

–¡No!

Bella se puso en pie. Dominic no podía hacerle eso. ¡No podía! Miró a su padre y, al ver la expresión de su rostro, se acordó del día en que él vio sus notas del instituto.

–Ningún Maldini ha suspendido jamás en el instituto –le había dicho él. Después se había dado la vuelta sin decir nada más. Había cancelado la cena con la que se suponía iban a celebrar su graduación y se había marchado.

Bella no podía permitir que se marchara de nuevo.

–No le hagas caso a Dominic –dejó las carpetas sobre la mesa–. Puede que no tenga experiencia demostrable, pero tengo talento y predisposición para ello –miró a Dominic–. ¿Cuánto valoras la determinación y el talento, Dominic?

Él la miró, provocando que se le acelerara el corazón.

–Mucho

–Yo tengo ambas cosas. Y en unas cantidades que hasta tú te sorprenderías.

Él no contestó. Ella miró a su padre y sintió un nudo en el estómago al recordar cómo había reaccionado cuando ella le dijo que había dejado la carrera universitaria. Él apenas había sido capaz de mirarla. Y ella había sentido que algo moría en su interior.

Eso no podía suceder otra vez. No lo permitiría.

Bella se volvió hacia Dominic.

–El mayor deseo de mi madre era que mi padre llegara a construir el hotel de sus sueños algún día. Era un sueño que ambos compartían. Y algo que yo también deseo. Papá, sabes que es cierto.

Ese era el motivo que ella había repetido para conseguir que él le diera la oportunidad de trabajar en el Newcastle Maldini. Se lo había suplicado una y otra vez hasta que él había aceptado. Y Dominic no iba a impedirlo.

Respiró hondo. Antes de su estancia en Italia habría aceptado que Dominic la evaluara. Y no se habría atrevido a correr un riesgo así. Pero Italia la había cambiado. Allí había encontrado su pasión. Y algo que se le daba bien. Había descubierto lo que quería hacer con el resto de su vida. Y que tenía algo que ofrecer. Algo bueno y verdadero.

–Papá, a mamá le hubiera gustado que me dieras esta oportunidad.

Tal y como esperaba, su padre se conmovió al oír que mencionaba a su madre.

Marco suspiró y miró a Dominic.

–Era lo que más deseaba Francine…

Bella necesitó todo su valor para mirar a Dominic. ¿Transigiría y le daría una oportunidad? La expresión de su rostro era ilegible.

–¿Crees que puedes hacerlo? –preguntó él por fin.

–Sí –contestó ella con firmeza.

Dominic miró al padre de Bella durante un instante y, después, otra vez a ella:

–¿Trabajarás duro?

–Sí –repuso ella.

Bella no podía dejar de mirarlo a los ojos, aunque no tenía ni idea de lo que estaba pensando. Pero la mirada de sus ojos azules le recordaba los cálidos días del Mediterráneo… Y sus cálidas noches. Una ola de calor invadió sus mejillas, su cuello, sus pechos…

Despacio, Dominic sonrió. Ella tampoco sabía qué significaba. Era el tipo de sonrisa que nadie le había dedicado antes. Sin dejar de mirarla, se dirigió a su padre:

–Marco, quizá Bella merezca que confíes en ella. La decisión final has de tomarla tú.

–¿Estás dispuesto a trabajar con Bella?

–Trabajaré con ella si eso es realmente lo que quieres.

Marco le dedicó una amplia sonrisa a Dominic y Bella sintió que se le encogía el corazón.

–Y siempre y cuando sea eso lo que ella quiera también.

Ella alzó la barbilla y contestó:

–Por supuesto que quiero.

–Entonces, está todo arreglado.

Ella tragó saliva. Pronto merecería que le dedicaran esa clase de sonrisas. Su padre estaría orgulloso de ella. A no ser que lo estropeara todo.

«Por favor, no permitas que lo estropee todo», suplicó en silencio.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DOMINIC permaneció sentado mientras Bella explicaba los planes que tenía para el restaurante y el tipo de comida que quería servir. Había algo en aquella mujer que lo irritaba. Ni siquiera sentir rabia, indignación o desprecio le servía de alivio.

No significaba que aprobara su estrategia. La odiaba. Le había hecho chantaje emocional a Marco para que le diera el trabajo y sin embargo…

El fuego que había incendiado la mirada de Bella y la manera en que su cuerpo se había llenado de vida al ponerse en pie, lo habían descolocado.

Él había pedido un traslado dentro de Maldini Corporation confiando en que el nuevo reto lo ayudaría a aliviar el vacío y el aburrimiento que se habían apoderado de él durante los últimos meses.

Miró a Bella otra vez. Aunque Bella intentara disimular con su actitud profesional él podía percibir el fuego que ardía en su interior e intuía que en ella podría encontrar la respuesta a la sensación de vacío que lo inundaba cuando menos lo esperaba. Ese vacío al que le costaba enfrentarse cuando lo invadía. Un vacío que no tenía motivo de ser.

Se fijó en sus labios carnosos y en su cabello largo y oscuro mientras ella escuchaba lo que su padre le decía y sintió que la piel se le ponía tirante. Cuando Bella cruzó las piernas y se le subió la falda, no pudo evitar posar la mirada sobre su muslo bronceado. Un fuerte calor invadió su entrepierna y todo su cuerpo reaccionó.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no blasfemar. Hacía mucho tiempo que una mujer no le provocaba una reacción así. ¿Y por qué Bella? ¿Y en ese momento? No le faltaba la compañía de bellas mujeres y no era un secreto que le gustaba la variedad. Si Bella hubiese sido otra persona…

Si hubiese sido otra mujer habría intentado acostarse con ella antes de finalizar la semana.

Pero no podía hacerlo. Era la hija de Marco. Y durante los dos meses siguientes tendría que encontrar la manera de trabajar con ella.

Miró las carpetas de Bella que estaban sobre el escritorio de Marco y frunció los labios. ¡Contenían un catálogo de lencería! Pensó en como Bella había engañado a su padre de esa manera tan descarada y, al recordar a todas las mujeres que se habían aprovechado del suyo, sintió que se le helaba la sangre. Bella no conseguiría manipularlo tan fácilmente.

Eso no significaba que no pudiera jugar al mismo juego que ella. Bella no decepcionaría a Marco en esa ocasión. Dominic no lo permitiría. También estaba en juego su reputación.

Bella se volvió hacia él.

–¿Qué opinas Dominic?

Él no había seguido la conversación, pero se encogió de hombros y dijo:

–Opino que va a ser toda una experiencia trabajar contigo, Bella –posó la mirada sobre sus labios–. Respeto tu entusiasmo.

–Gracias.

Dominic esbozó una amplia sonrisa.

–Pero quiero dejar claro que no te haré ninguna concesión solo porque seas la hija de Marco.

–No espero que lo hagas.

–Exijo calidad.

Ella alzó la barbilla y provocó que él deseara besarla.

–Me alegra oírlo.

Dominic se aseguraría de que ella continuara en el proyecto hasta el final. Y de que cumpliera la promesa que le había hecho a Marco. Cuando las cosas se pusieran difíciles y ella intentara escapar, descubriría que la voluntad de Dominic era más férrea que la suya.

Bella iba a recibir su merecido.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

BELLA intentó sonreírle al gato, pero el animal la miró a través de los barrotes de su jaula como si supiera que no era una sonrisa sincera.

–Puede que seas un gato con pedigrí, pero sigues siendo un gato –murmuró ella–. Y estás enjaulado.

Se recolocó la bolsa de viaje sobre el hombro e intentó abrir la puerta con la llave mientras sujetaba la jaula lo más derecha posible. En ese momento, alguien abrió desde dentro y ella se tambaleó hacia delante, dándose de bruces contra un torso masculino.

El torso desnudo de Dominic.

Durante un momento, todo se paralizó. Él. Ella. El tiempo. Incluso Minky, el gato. Cuando el animal maulló, Bella reaccionó y apoyó una mano sobre el torso desnudo de Dominic para separarse de él.

Solo entonces fue cuando se percató del impacto de su cuerpo semidesnudo. Dominic parecía un diablillo dorado con la misión de tentar a toda la población femenina. A Bella le flaquearon las piernas. Era un hombre de anchas espaldas, con el torso y el abdomen musculosos. Y los pantalones vaqueros que llevaba resaltaban sus caderas. Ella se sonrojó y se atragantó al preguntarle:

–¿Qué diablos estás haciendo en mi apartamento? –se fijó en la fina capa de vello que cubría su torso y descendía por su vientre hasta ocultarse bajo la cinturilla de los pantalones vaqueros y se estremeció–. ¿Te he preguntado qué estás haciendo en mi apartamento?

–Ah… Ha habido un problema con ese tema. Al parecer, solo habían reservado un apartamento.

Ella dejó en el suelo la jaula del gato y la bolsa de viaje que llevaba en el hombro.

–Entonces, iré a hablar con el gerente y pediré otro.

–Eso ya lo he intentado.

Bella se disponía a marcharse, pero se volvió al oír sus palabras.

–¿Y?

–Y no hay ningún otro apartamento disponible en este bloque durante las próximas siete semanas. De hecho, no hay ningún otro apartamento para alquilar en todo Newcastle durante los próximos ocho días. Esta semana se celebran tres eventos importantes: un festival literario, un festival de arte y un festival de cultura juvenil. El único alojamiento disponible es una tienda de campaña.

Bella lo miró boquiabierta.

–¡Ánimo, Bella! Este ático es enorme. Hay suficiente espacio para los dos. Ya sé que no es lo ideal pero se trata de trabajo, Bella. O asumes los contratiempos o te vas.

¿Irse? ¡De ninguna manera! No iba a marcharse. Quizá Dominic no la quisiera en su equipo, pero no iba a deshacerse de ella tan fácilmente. Ella frunció los labios y se contuvo para no darle una patada a la bolsa de viaje.

–¿Has dicho que el apartamento es grande?

–Enorme.

–¿Cuántos dormitorios tiene?

–Dos.

Ella lo miró.

–Tendremos que acordar algunas normas de convivencia.

–Como quieras.

Bella se colgó la bolsa de viaje y recogió la jaula del gato. «Norma número 1: ¡nada de hombres desnudos!».

Dominic estiró la mano para ayudarla y ella le cedió la bolsa de viaje. Después, lo siguió hasta el interior del apartamento.

–¡Cielos! –exclamó ella, deteniéndose en seco.

–Sí.

Bella dejó la jaula de Minky sobre la mesa de café y miró a su alrededor. Dominic había abierto las cortinas de terciopelo para que entrara la luz en la habitación, pero era como si la moqueta de color burdeos consiguiera atrapar toda la luminosidad para crear un extraño tono rosado en el ambiente, –¿Qué es esto? –no intentó disimular su espanto.

–Lo primero que se me ocurre decir es que es horroroso, pero creo que es lo que llaman un nido de amor.

«Madre mía. No puede ser». Intentó actuar con frialdad, como si no se sintiera avergonzada. Como si no la hubiera invadido una ola de calor.

–Supongo que debemos de estar agradecidos de que no haya querubines pintados en el techo.

–Espera a ver el baño.

–¡No! –se volvió hacia él–. ¿Hay querubines?

–La imagen de Adán y Eva jugueteando en el Jardín del Edén, con las hojas de higuera colocadas estratégicamente.

«Estupendo». Bella no quería compartir ningún apartamento con Dominic, pero ¿compartir aquel?

Lo miró y se le formó un nudo en el estómago. Se rumoreaba que las mujeres caían rendidas a sus pies muy a menudo. Y se decía que él las recogía del suelo, les sacudía el polvo, les hacía el amor e iba en busca de la siguiente. Ella no tenía intención de caer rendida a los pies de ningún hombre, y mucho menos a los de Dominic pero… ¡Vaya apartamento!

Bajo la ventana había un sofá de terciopelo rosa y, frente al televisor, otro del mismo color pero más pequeño. También había una mesa de comedor con cuatro sillas y una lámpara de araña colgada del techo.

El mobiliario era delicado, femenino y acogedor. Bella se abrazó por la cintura. En ese momento, Minky maulló y Bella se sobresaltó. Retiró la jaula de la mesa de café y comprobó que no se hubiera rayado la madera. Dominic miró al gato y frunció los labios, como si acabara de ver algo que deseaba no haber visto.

–¿Eres alérgico? –preguntó ella. Quizá él preferiría dormir en una tienda de campaña en lugar de compartir la casa con un gato.

–No.

«Maldita sea».

–Pero no me gustan.

–A mí tampoco. Me gustan más los perros.

–Entonces, ¿por qué tenemos un gato en nuestro apartamento?

–No es mío. Le estoy haciendo un favor a una amiga –suspiró–. Solo lo tendré durante una semana, o quizá dos. Si los odias realmente, puedo mudarme a Newcastle más tarde –así podría librarse de aquel horrible apartamento. Y aunque tendría que recorrer un largo trayecto a diario, la idea le resultaba más atractiva que pasar más tiempo del necesario en aquella casa. Con Dominic.

–Podré aguantar al gato una semana o así.

«Estupendo».

Ella miró a su alrededor y se mordió el labio inferior.

–Así es exactamente como yo me imagino un burdel.

–Nunca he estado en un burdel, así que no te puedo decir.

«No, Dominic nunca tendrá que pagar para mantener relaciones sexuales», pensó Bella.

–No es posible que mi padre haya alquilado este apartamento.

–No lo ha organizado él. Habrá hecho la reserva la secretaria de su secretaria.

–Ya. Y por casualidad, ¿tú no conocerás a esa secretaria de la secretaria?

Él permaneció inmóvil. Después se volvió y entornó los ojos antes de cruzarse de brazos.

–¿Me estás preguntando si me he acostado con la secretaria de la secretaria de tu padre?

–Te estoy preguntando si crees que hay alguien a quien esto pueda parecerle divertido –¿a cuántas mujeres les había roto el corazón? ¿Cuántas mujeres estarían dispuestas a aprovechar la oportunidad de vengarse?

–Has oído rumores.

–Advertencias –contestó ella–. Dominic, tienes cierta reputación. Y una mujer sería idiota si lo ignorara. Me han dicho que eres capaz de partirle el corazón a una mujer con la misma facilidad con la que chasqueas los dedos. Es un juego para ti.

Él la miró boquiabierto.

–Soy una mujer y tengo corazón, y ahora estoy atrapada contigo, en este apartamento, y no sé por cuánto tiempo. Tengo intención de hacer caso a las advertencias.

Dominic colocó las manos sobre las caderas.

–¿Y así, sin más, condenas a mi persona?

–No te estoy condenando –dio un paso atrás–. Pero eres un soltero convencido ¿no?

–No hay nadie más convencido que yo.

–¿El matrimonio es…?

–Una fea palabra.

–Yo, sin embargo, soy una chica romántica y creo en el matrimonio, los hijos, y todo eso. Es lo que quiero.

Bella trató de reírse, pero no lo consiguió. Al ver que Dominic continuaba mirándola de pie, con las piernas separadas, se fijó en cómo sus pantalones remarcaban la musculatura de sus poderosos muslos. Deseaba mirar hacia otro lado, pero no lo consiguió.

–¿Quieres decir que no te has ganado esa reputación?

–Te digo que es algo irrelevante.

«¿De veras?». Ella no tenía mucha experiencia con los hombres, pero la semana anterior, en el despacho de su padre, se había percatado de que Dominic la observaba cuando creía que ella no lo veía. Notó que posaba la mirada en sus piernas y que la deslizaba por su cuerpo hasta llegar a sus labios. Al sentir que la inundaba una ola de calor, recordó que aquello suponía peligro.

–O sea, que nos limitamos al trabajo ¿no?

–Eso es –confirmó él.

–¿Te gusta la sinceridad, Dominic?

–Sí.

–Entonces, he de decirte que ir por ahí medio desnudo no me parece un gesto muy profesional.

–¿Te molesta que vaya sin camisa?

–Sí.

Dominic apretó los labios, dio media vuelta y salió de la habitación. Momentos después regresó con una camiseta suelta que le llegaba por debajo de la cintura.

Ella se mordió el labio inferior. ¿Lo había ofendido? No podía permitirse tal cosa. Necesitaba su apoyo para conseguir montar el restaurante de sus sueños. Necesitaba sus buenos consejos para conseguir que su padre se sintiera orgulloso de ella. Si él le decía a su padre que era estúpida… Tragó saliva y murmuró:

–Gracias.

Él no contestó. Al cabo de un momento, comentó:

–Te he dejado el dormitorio principal.

–Eres muy amable –dijo ella.

–Quizá cambies de opinión cuando lo veas.

Su comentario no parecía muy prometedor.

–¿Eso es todo tu equipaje? –señaló las bolsas–. ¿O abajo tienes más?

–No son mías, son del gato –su equipaje seguía en el coche.

–¿Cómo?

Ella le dio una patada a una bolsa.

–Tenemos comida deshidratada, comida enlatada y comida especial. Incluso hay chocolate para gatos.

Dominic la miró asombrado.

–Además, hay una cesta, sus mantas y sus juguetes. Este gato tiene incluso un DVD para cada día de la semana. Se supone que tengo que ponerlos en modo de reproducción continua cuando me vaya de casa, para que no se sienta solo. Es el gato más mimado de todos. ¿Crees que podrás soportarlo?

–Sí –murmuró entre dientes.

–Dime que hay un reproductor de DVD en el apartamento o si no tendré que ir a casa a recoger el mío.

–Hay un reproductor.

Dominic se metió las manos en los bolsillos. Se había puesto una camiseta, pero Bella recordaba a la perfección la musculatura de sus pectorales y de sus abdominales, y el calor de su piel contra su mejilla.

–¿Qué pasará si no le pones el DVD?

Ella negó con la cabeza y miró a la gata.

–Destrozará el apartamento.

–¿Y por qué aceptaste cuidar de ese maldito animal?

–Porque Melanie es mi amiga y nadie más estaba dispuesto a hacerlo.

–No me gusta cómo suena eso.

–Minky es muy revoltoso.

–¿Minky?

–Ni lo menciones. No es mi gata. Yo no le he puesto el nombre. Por mí, la habría llamado Medusa, porque cada vez que me mira me deja petrificada.

Él se rio y a ella se le aceleró el corazón.

–Si me das las llaves de tu coche bajaré por las bolsas.

Sin decir palabra, Bella sacó las llaves del bolsillo y se las entregó. Cuando él se marchó tuvo que respirar hondo varias veces. «El dormitorio. Ve a ver el dormitorio», se ordenó.

Los dormitorios estaban uno frente al otro, y el baño se encontraba al final del pasillo. Asomó la cabeza por la puerta de la habitación de la derecha y se quedó boquiabierta. La decoración no podía ser más chabacana.

Odiaba el color rosa fuerte.

Se asomó al baño.

–¡Puf! –regresó para mirar otra vez el dormitorio. Aquella era su peor pesadilla. El dormitorio, el apartamento y el hombre con el que tenía que compartirlo.

–Diablos, Bella, ¿cuántas bolsas has traído? –Dominic entró en el apartamento y dejó las bolsas en el suelo del salón.

–Estaremos en Newcastle dos meses, ¿recuerdas? –gesticuló hacia el dormitorio–. Es… Es… –no encontraba las palabras adecuadas.

–Sí, lo sé. Y no voy a cambiártelo.

–¿Se supone que eso es una cama? –gesticuló hacia la estructura redonda que había en medio de la habitación, llena de almohadones y cubierta por una mosquitera de color rosa.

–Supongo.

Ella se dirigió al dormitorio de Dominic y vio que estaba medio vacío. Tenía las paredes desnudas y los muebles eran muy sencillos. Aquello no tenía sentido. Y Dominic tampoco le había dado ningún toque personal.

–¿Bella?

Ella negó con la cabeza y gesticuló hacia el dormitorio de Dominic.

–Ese tampoco me gusta más.

–¿No?

–Es horrible.

Él señaló hacia su dormitorio.

–¿Peor que ese?

–Igual. ¿Por qué no pones algunas cosas personales?

–¿Como qué?

–No sé. Como una colcha colorida o algo así. Algunas fotos… Cualquier cosa.

–Solo vamos a estar aquí dos meses. Me gustan las cosas ordenadas.

–Esto no está ordenado. ¡Está vacío!

Bella trató de interpretar la expresión de su mirada. No podía ser cierto que le gustara aquella habitación. Comprendía que debido a su orgullo masculino detestara el rosa, pero…

Miró de nuevo hacia la habitación de Dominic. «No vivirá así normalmente, ¿no?». Al pensar en ello, algo se removió en su interior, pero no fue capaz de identificarlo.

Sin embargo, reconocía ese vacío. Su padre y ella habían sentido un vacío similar después de que su madre muriera.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

–MUY bien, ha llegado el momento de poner las normas de la casa.

Bella se movió para separarse de Dominic. Él se había acercado a ella mientras comentaban la terrible decoración de la habitación y sus brazos casi se rozaban.

Ella se sentía inquieta y no quería que el aroma a canela que desprendía el cuerpo de Dominic impidiera que se concentrara en su objetivo.

Un hombre que no creía en el matrimonio no iba a distraerla.

–¿Normas?

Bella ya había llegado a la mitad del pasillo. Se volvió y descubrió que Dominic no se había movido. Él arqueó una ceja. Ella tragó saliva. Tenía que encontrar la manera de trabajar y vivir con ese hombre. Cuanto antes lo hiciera, antes podría centrarse en las cosas importantes, como la puesta en marcha de los planes que tenía para crear el restaurante que su padre siempre había soñado.

–Normas de la casa –repitió con firmeza–. Puede que seas el jefe cuando estamos trabajando, Dominic, pero aquí –golpeó la pared–, somos iguales. Pero creo que será mejor que primero tomemos un café, ¿no? –se dirigió al salón–. Y después, será mejor que saque a Minky de su jaula –miró a su alrededor. ¿Dónde diablos estaba la cocina?

Como si hubiera leído su mente, Dominic se acercó a ella y señaló hacia una puerta que estaba discretamente colocada cerca del comedor.

La cocina no era muy grande, pero estaba bien equipada. La máquina de café estaba en la encimera. Bella se acercó y sacó un paquete de café en grano del armario de arriba.

–¿Cómo sabías que estaba ahí?

–Mi padre organizó el apartamento ¿no? O al menos, la secretaria de su secretaria. Pero él les daría las instrucciones.

–¿Y?

–Este es el armario que está encima de la máquina de café. El café en grano siempre está en el armario que hay sobre la máquina de café –señaló el armario que estaba detrás de Dominic–. Ese estará lleno de vino tinto. Del bueno –añadió.

Dominic abrió el armario, sacó una botella y arqueó las cejas.

–Sí que es bueno, sí.

–Lo habrá sacado de su bodega personal. También habrá una caja de bombones caros en la nevera, aunque no hago más que decirle que no los guarde ahí, junto con mi marca favorita de chocolate a la taza.

Dominic abrió la nevera y la cerró de nuevo.

–Tienes razón en ambas cosas.

Ella se encogió de hombros y se volvió hacia la máquina del café.

–Conoce todas mis debilidades.

–Y quiere asegurarse de que tengas todo lo que puedas desear –comentó él.

Y ella supo lo que estaba pensando. Que era una niña mimada que se aprovechaba de su padre. Notó que se le aceleraba el corazón. Lo que su padre recibía a cambio de su generosidad era decepción y sufrimiento. Se volvió para mirarlo.

–Sí, mi padre es muy generoso, pero tú no puedes decir que no te hayas beneficiado de su generosidad.

Él frunció el ceño.

–Sé que lo has hecho. He investigado sobre ti, Dominic Wright.

Notó que él se ponía tenso antes de que pusiera una amplia sonrisa. Dominic se acercó a ella y se apoyó en la encimera.

–¿Y qué has descubierto?

–Que mi padre te contrató un año antes de que terminaras los estudios en la universidad. Corrió el riesgo y apostó por ti.

–Una jugada que salió bien.

–Y que hasta esta semana has estado trabajando en el departamento que se encarga de las compras y fusiones. He de decirte que ese tipo de trabajo no es el que te da la cualificación necesaria para trabajar como director de proyecto en el Newcastle Maldini. Es evidente que mi padre va a apostar por ti una vez más.

–¿Estás diciendo que dudas de mi capacidad para desempeñar mis funciones de manera adecuada?

Bella comenzó a moler el café y aprovechó la excusa para permanecer en silencio.

–¿Bella? –la llamó con firmeza en la voz.

–Estoy diciendo que no voy a darlo por sentado –sirvió dos tazas de café y le preguntó–. ¿Tomas leche y azúcar? –al ver que él negaba con la cabeza le acercó una de las tazas–. Que el hotel sea un éxito es algo muy importante para mí.

–¿Por qué?

–Ya te lo he dicho. Era el sueño de mis padres.