Atrapado en sus mentiras - Julia James - E-Book

Atrapado en sus mentiras E-Book

Julia James

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Beschreibung

Damos quería ser quien se llevase el gato al agua… ¿pero a qué precio?   La tímida arqueóloga Kassia Andrakis, que llevaba una vida tranquila, no podía acabar de creerse que el multimillonario Damos Kallinikos se sintiera atraído por ella. Adentrarse en su mundo era una experiencia embriagadora para ella, y el deseo que veía en sus ojos le daba una confianza en sí misma que nunca antes había tenido. Damos había tenido un claro objetivo en mente cuando había decidido seducir a Kassia: arrebatar un codiciado negocio a su padre, un hombre despiadado y su rival. Sin embargo, la atracción que en un principio había fingido por Kassia se convirtió en algo peligrosamente real, y tenía que decidir qué era más importante para él, si apuntarse un tanto haciéndose con aquel negocio detrás del que llevaba tanto tiempo, o entregarse a la pasión…

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Seitenzahl: 176

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

 

© 2024 Julia James

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Atrapado en sus mentiras, n.º 3171 - junio 2025

Título original: Vows of Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9791370005672

 

Conversión y maquetación digital por MT Color & Diseño, S.L.

 

Índice

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

De pie junto al director de la excavación, el doctor Michaelis, Damos Kallinikos paseaba la mirada por el yacimiento, sin prestar mucha atención a lo que le estaba diciendo sobre las tareas que estaban llevando a cabo. No estaba allí porque le interesaran los asentamientos de la Edad del Bronce en aquella remota isla del mar Egeo, aunque el buen doctor lo creyera. Tampoco estaba allí porque quisiera financiar la excavación, como le había dicho. No, sus motivos eran otros completamente distintos.

Sus ojos se posaron en el grupo de personas que trabajaban en una de las zanjas, muchos arrodillados en la tierra, cavando con infinito cuidado con pequeños picos y palas. Algunos iban y venían, tomando fotos de lo que habían desenterrado y llevando esas piezas a una de las mesas alargadas que habían colocado a la sombra de unos olivos en el perímetro del yacimiento.

Buscó con la mirada a la joven que estaba buscando. No la había visto nunca en persona, pero las fotos que le había mandado el detective al que había contratado eran lo bastante nítidas como para que pudiese reconocerla. También le había enviado un completo informe sobre ella: Kassia Bowen Andrakis, veintiséis años, madre inglesa, padre griego. De la madre no se sabía nada, y él tampoco tenía interés alguno en averiguar nada sobre ella. Al padre, Yorgos Andrakis, en cambio, lo conocía muy bien. Era uno de los hombres más ricos de Grecia, además de uno de los más desagradables, y pretendía hacerse con la misma compañía en la que él estaba interesado, la empresa de transporte y logística de Cosmo Palandrou, pero no iba a permitírselo.

Cosmo había heredado la empresa de su padre y su torpe gestión había provocado huelgas y descontento entre sus empleados, además de la cancelación de muchos acuerdos por parte de sus clientes, pero Damos estaba seguro de que podía reconducir el negocio y que este tenía mucho potencial por explotar.

Andrakis, como acostumbraba a hacer con todas sus adquisiciones, quería comprar la empresa a precio de saldo para trocearla y exprimirla por completo, sacándole todo lo que pudiera para maximizar los beneficios que obtendría con ello.

Cosmo, sin embargo, se lo estaba poniendo difícil. Quería más, y lo que Andrakis estaba dispuesto a ofrecerle, según había averiguado Damos, estaba allí mismo, removiendo la tierra en busca de resto de la Edad del Bronce: Kassia Andrakis, su hija.

Yorgos Andrakis tenía planeado casarla con Cosmo para cerrar con él el trato. Cosmo se convertiría en su yerno y él se haría con su compañía. Saldría ganando, se mirase como se mirase. Solo que él no iba a permitírselo.

Entornó los ojos cuando por fin localizó a Kassia, que estaba trabajando a pleno sol. La joven levantó la vista un momento y se secó la frente con el dorso de la mano antes de retomar su tarea. Sí, no había duda de que era ella.

¿Estaría al tanto de las intenciones de su padre? Porque, si lo estaba, dudaba mucho que estuviera dispuesta a prestarse a ello. ¿Qué mujer lo estaría? Cosmo Palandrou era tan desagradable y repugnante como el propio Yorgos, y físicamente tampoco tenía mucho a su favor: tenía sobrepeso, bolsas bajo los ojos, papada… No, era imposible que Kassia Andrakis quisiera convertirse en la esposa de Cosmo.

Sin embargo, iba a asegurarse de que ella ansiase otra cosa, algo que desbarataría los planes de su padre y le dejaría a él vía libre para hacerse con la compañía de Cosmo cuando este descubriese que Kassia sería la última mujer con la que querría contraer matrimonio…

Se volvió hacia el director de la excavación.

–Fascinante –murmuró–. ¿No podríamos acercarnos para que pueda ver mejor el trabajo que realizan?

Justo en ese momento, Kassia se estaba incorporando con un fragmento de cerámica en la mano. La ocasión no podía ser mejor.

–¿Esa es una pieza que acaban de desenterrar? –le preguntó al director, señalando en dirección a Kassia con la cabeza.

Y, sin esperar una respuesta, echó a andar hacia ella, hacia la mujer que, aunque aún no lo supiera, pronto acabaría en su cama y comiendo de su mano…

 

 

Kassia sintió como una gota de sudor le rodaba entre los senos. Tenía la camiseta empapada por el calor y los pantalones de algodón llenos de polvo y tierra. Mientras se dirigía a una de las mesas donde colocaban cada hallazgo para que fuera catalogado, escrutó el fragmento que acaba de extraer de la tierra, parte de una botija de cerámica de dos asas, de las que se usaban tres mil años atrás para almacenar aceite de oliva.

–Kassia, ¿qué tienes ahí?

La voz del director de la excavación la hizo detenerse y girar la cabeza. Abrió la boca para contestarle, pero ninguna palabra llegó a cruzar sus labios. Sus ojos se vieron atraídos, como por un imán, por el hombre que estaba junto al doctor Michaelis. No podría estar más fuera de lugar con ese traje de chaqueta y pantalón gris claro, que parecía hecho a medida y debía ser bastante caro. Y era, sin duda alguna, el hombre más guapo que había visto nunca…

 

 

Damos se obligó a sonreír; solo lo justo. Así que aquella era la hija de Andrakis… No podría haberla imaginado más distinta de las mujeres que solían interesarle; no había en ella la menor sofisticación. Claro que había estado arrodillada en el suelo a pleno sol, así que debía disculpar su rostro encendido, el tiznón de tierra en la mejilla y los mechones que habían escapado de su recogido.

En cuanto a lo que llevaba puesto… Sacudió la cabeza mentalmente. Una camiseta holgada en un color mostaza muy poco favorecedor, unos pantalones de algodón anchos con las rodillas manchadas de tierra. El conjunto lo completaban unas zapatillas de deporte gastadas y cubiertas de polvo. Era alta y desgarbada, y con esa ropa sin forma alguna era imposible deducir nada de su figura, y probablemente era mejor así.

No, Kassia Andrakis no le resultaba atractiva en absoluto. No estaba muy seguro de poder llevar a cabo su plan después de todo. ¿Sería capaz de flirtear con una mujer así y llevársela a la cama? Apretó los labios. Que no se sintiera atraído por ella era irrelevante. Para él no era más que un medio para conseguir sus fines.

–¿Podría mostrarnos la pieza? –le pidió.

Ella ni se movió. Ya se había quedado paralizada al levantar la vista, cuando el director la había llamado y sus ojos se habían posado en él. Parecía un conejo deslumbrado por los faros de un coche.

–Eh… Pues… Bueno… –balbució, como si no fuera capaz de hablar de forma coherente.

El director de la excavación salió en su auxilio.

–Déjame ver… Sí, no hay duda… esta es la curva del cuello de una botija. Y a juzgar por el ángulo de la curvatura, debía tener al menos veinte centímetros de altura. ¿Habéis encontrado el resto?

Kassia, que seguía con los ojos clavados en él, se obligó a mirar al director.

–Em… Creo que sí… Bueno, desde luego hay más fragmentos. Uno de la boquilla y también varios de una de las asas.

Por su tono parecía distraída, y el rubor no había abandonado sus mejillas. Damos fijó la vista en lo que se suponía que debería estar mirando, la pieza de cerámica.

–¿Y eso que se ve ahí es una especie de decoración? –inquirió señalando un trazo medio borrado, como si tuviese mucho interés.

–Sí, ya lo creo –contestó el doctor Michaelis con entusiasmo.

Empezó a loar las excelencias de la decoración de las piezas de cerámica de ese periodo, y Damos lo escuchó educadamente y luego volvió a centrar su atención en la hija de Andrakis.

–¿Podría mostrarme cómo proceden para extraer de la tierra el resto de fragmentos? Imagino que tendrán que hacerlo con muchísimo cuidado.

Ella tragó saliva.

–¿Mostrárselo…? –balbució, y miró vacilante al director.

Este se apresuró a tomar las riendas.

–Haré que fotografíen esta pieza y que la etiqueten –dijo, tomándola de manos de Kassia–. Tú enséñale a nuestro visitante cómo trabajamos.

Parecía ansioso por que Kassia hiciera lo que le estaba diciendo. No en vano él era un posible patrocinador para su excavación, y estaría dispuesto a satisfacerlo de inmediato en todo lo que pidiera.

Damos vio que Kassia se sonrojaba aún más mientras el director se alejaba.

–Em… –balbució de nuevo.

Damos decidió echarle una mano. La tomó del codo y le dijo:

–Muéstreme su trabajo, por favor. Todo esto me parece fascinante.

Ella lo miró de un modo inesperado. Al principio pensó que era sorpresa, pero luego le pareció que era más bien suspicacia y trató de contrarrestarla con una sonrisa.

–Es que nunca había visitado un yacimiento arqueológico –añadió.

Ella se apartó un poco de él y tuvo que soltarle el codo.

–¿Y por qué se ha decidido a hacerlo ahora? –inquirió.

La desconfianza en su mirada no era propicia a sus propósitos. Necesitaba que se abriera a él, que se mostrara vulnerable.

–Estoy considerando convertirme en patrocinador de una excavación como esta –comentó, echando a andar hacia la zanja en la que ella había estado trabajando.

–¿Por qué? –inquirió Kassia, yendo tras él.

Damos giró la cabeza y respondió en un tono casual:

–Porque es desgravable.

Las facciones de Kassia se tensaron, pero antes de que pudiera decir nada, él se adelantó.

–¿No le parece bien? ¿No cree que es mejor que el exceso de beneficios que obtenemos los empresarios se utilicen para hacer algo a favor del país, de la comunidad?

Ella no respondió, pero, como habían llegado a la zanja, Damos lo dejó correr y le dijo:

–Bueno, enséñeme qué es lo que hacen aquí.

–Tenga cuidado con sus zapatos –murmuró ella con aspereza mientras bajaba a la zanja–. El polvo se te mete por todas partes.

No era muy profunda; tendría como mucho unos treinta centímetros. Las personas que estaban allí trabajando volvieron la cabeza, y Damos vio como una rubia de curvas rotundas lo miraba de arriba abajo.

–Gracias por la advertencia –contestó, bajando a la zanja también.

Se inclinó para tomar una pala pequeña del suelo y se la tendió, pero se dio cuenta de que ella seguía reticente.

–No comprendo por qué le interesa esto… –murmuró, arrodillándose. Su tono ya no era tan áspero, pero tampoco podía decirse que fuera precisamente amistoso–. No le hace falta ver la parte práctica ni mancharse las manos para decidir si quiere patrocinar una excavación.

Por el modo en que lo estaba mirando, era evidente que pensaba que un tipo como él, ataviado con un traje de diez mil euros y zapatos de cuero de cinco mil, estaba fuera de lugar allí. Se acuclilló, la miró a los ojos y le contestó:

–En mis comienzos, antes de convertirme en empresario, yo también me manchaba las manos, créame.

Ese tono crispado en su voz no había sido intencionado, pero sí lo irritaba que lo criticase la hija de uno de los hombres más ricos de Grecia, nacida con una cuchara de plata en la boca. Kassia bajó la vista y señaló con la punta de su pala un pequeño montículo en la tierra.

–Aquí es probable que haya otro fragmento, pero hay que proceder con cuidado –le dijo–. Así…

Clavó con cuidado la punta de la pala en la tierra endurecida y, con una brocha que tenía en la otra mano, fue apartando la arena que se soltaba. Poco a poco, Damos pudo ver la forma convexa de otra pieza de cerámica.

–Esta –dijo Kassia– es la primera vez en más de tres mil años que la luz del sol toca este fragmento de cerámica.

Había un matiz distinto en su voz, algo que hizo a Damos apartar la vista del fragmento para mirarla a ella. Kassia estaba mirando aquel humilde pedazo de cerámica con veneración, como si fuese un objeto sagrado.

–Tres mil años… –dijo de nuevo–. Imagíneselo… imagine esa era que tuvo lugar hace tanto tiempo. Un mundo tan vibrante como el nuestro, con rutas internacionales de comercio, arte y civilización, aprendizaje, descubrimientos…

Kassia se quedó callada y lo miró. Era la primera vez que hacía contacto visual deliberadamente con él, y Damos se fijó en que sus ojos eran de un color azul grisáceo.

–Este lugar donde nos encontramos –le dijo señalando a su alrededor con la pala– no es más que una pequeña fracción de aquel mundo que se desmoronó hace tres mil años. Se perdió tanto… Y por eso tenemos que hacer todo lo posible para preservar lo que queda de él.

Damos frunció el ceño.

–¿Se desmoronó? –repitió, sorprendido por el interés que sus palabras habían despertado en él.

Kassia asintió.

–Sí, el colapso de la Edad del Bronce en todo el Mediterráneo oriental sucedió repentinamente. La población cayó en picado, los asentamientos fueron abandonados, la calidad de vida disminuyó dramáticamente… Fue una época oscura, muy oscura.

Damos se puso de pie.

–Cuénteme más –le dijo–. Esta noche; mientras cenamos.

No le dio tiempo a que reaccionara, sino que salió de la zanja y se alejó hacia el doctor Michaelis, que estaba junto a una de las mesas donde catalogaban cada hallazgo. El director lo miró esperanzado.

–Fascinante –le dijo Damos–. Me ha parecido tan fascinante que he invitado a su joven colega a cenar esta noche para que me explique un poco más acerca de este proyecto –añadió, señalando con la cabeza hacia la zanja.

El doctor Michaelis se quedó boquiabierto y lo miró con suspicacia. Sin duda estaba preguntándose por qué querría cenar con Kassia. Si se hubiera tratado de la voluptuosa rubia no se habría mostrado tan sorprendido.

–Conozco al padre de la señorita Andrakis –le dijo Damos, con una leve sonrisa–. Cuando supo que iba a visitar esta excavación, mencionó que quizá me encontrase con ella.

Era mentira, por supuesto, pero eso era irrelevante. Además, sí que conocía a Yorgos Andrakis: al fin y al cabo se movían en los mismos círculos de poder de Atenas.

La expresión del doctor Michaelis se relajó. Para él, aquella era una explicación plausible de por qué su adinerado visitante y posible patrocinador querría cenar con una joven como Kassia Andrakis.

–Ah, comprendo –respondió–. Bueno, pues si hay algo más que quiera saber, o que le muestre, no tiene más que decirlo.

Damos sonrió educadamente.

–Gracias, pero lo que he visto ya me ha impresionado, así que consideraré seriamente el patrocinar su encomiable labor –dijo tendiéndole la mano.

El doctor Michaelis se la estrechó, se despidieron y él se dio la vuelta para marcharse. Cuando ya estaba llegando al perímetro acordonado, giró la cabeza y vio que la voluptuosa rubia estaba mirándolo. Kassia Andrakis no. Había retornado a su tarea y no estaba prestándole la más mínima atención.

Un brillo acerado relumbró en sus ojos. Por mucho que lo ignorara, antes o después acabaría en su cama, tal y como tenía planeado. Solo era cuestión de cómo conseguirlo.

Se dirigió hacia donde lo esperaba su chófer y se subió a la parte trasera del vehículo, agradeciendo de inmediato el frescor del aire acondicionado. Metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacó su pluma y su tarjetero y en una de sus tarjetas de negocios escribió una nota.

–Llévele esto a la joven que está en aquella zanja –le dijo al chófer tendiéndole la tarjeta–. No a la rubia, sino a la otra, la de la camiseta color mostaza.

Cuando el chófer se bajó del coche para cumplir con su encargo, Damos se recostó contra el respaldo del asiento y entornó los ojos, planeando los siguientes pasos en su estrategia para seducirla. Lo primero sería una cena en su yate. Y después… Tendría que sopesarlo con cuidado; había mucho dinero en juego.

En cuanto a Kassia Andrakis… Se aseguraría de complacerla para ganársela, y estaba seguro de que disfrutaría con sus atenciones. No parecía que estuviera muy acostumbrada a recibir mucha atención por parte de los hombres…

Frunció el ceño ligeramente. Aun tomando en consideración que no podía esperar que estuviese hecha un pincel tras haber estado trabajando al sol, arrodillada en una zanja polvorienta, parecía como si no se preocupase lo más mínimo por su apariencia.

Sin embargo, cuando había empezado a hablarle apasionadamente del valor de aquellos fragmentos de arcilla y de la importancia de preservar esos vestigios del pasado, sus ojos se habían iluminado y su rostro se había transformado. Había algo en ella que lo intrigaba.

En ese momento regresó su chófer, que se sentó tras el volante y le informó de que le había entregado a Kassia su tarjeta, como le había pedido. Damos asintió con la cabeza y le dijo que lo llevara de regreso a su hotel.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Sentada en la cama de su habitación en la pensión donde se alojaba junto con el resto del equipo de la excavación, Kassia volvió a mirar el dorso de la tarjeta de negocios que le había entregado el chófer del hombre al que le había estado mostrando cómo realizaban su trabajo. Ahora sabía cómo se llamaba: Damos Kallinikos. El nombre no le sonaba de nada, aunque el doctor Michaelis le había dicho que le había mencionado que conocía a su padre. Según él, sin duda ese era el motivo por el que había sido a ella a quien había invitado a cenar, para que le hablara más de la excavación y tomar una decisión con respecto a patrocinar la excavación.

Ella opinaba lo mismo, porque no podía haber ninguna otra razón para que le diera un trato especial. No era la clase de mujer a la que un hombre tan guapo como él invitaría a cenar; eso lo tenía claro.

Volvió a leer en la tarjeta el nombre de la compañía que dirigía. Tampoco había oído hablar de ella. Un nuevo rico, es lo que parecía. Como tantos otros que se habían enriquecido tras la crisis económica en que se había sumido Grecia en el año 2009, una crisis que había arruinado a miles y miles de personas, pero que también había proporcionado una oportunidad a aquellos con la suficiente astucia o la falta de escrúpulos necesarios como para aprovecharse de la desgracia ajena, adquiriendo a precio de saldo empresas quebradas o al borde de la quiebra.

Era lo que había hecho su padre, aumentando así su ya de antemano nada desdeñable fortuna. ¿Sería eso mismo lo que había hecho Damos Kallinikos? Aunque no fuera así, aún estaba fresco en su mente aquello que había dicho de que financiando la excavación podría desgravarlo de sus impuestos. Sin embargo, tampoco podía olvidar la suplica que le había hecho el doctor Michaelis: «Kassia, confío en que aceptes esa invitación y que hagas todo lo posible para convencerlo de que nos patrocine. Así podríamos continuar con la excavación el año que viene».

Kassia suspiró. Haría el esfuerzo por el bien del proyecto, aunque no se sintiera cómoda con aquello.