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No puedes escapar del enemigo… ¡Cuando eres su esposa! Tras pasar toda la vida sola y desamparada, la alegría que sintió Bianca Mason's al conocer la familia que creía perdida, pronto se convirtió en un gran desaliento. Su abuelo, agonizante, le ordenó que se casara con Luca D'Alabruschi, el italiano despiadado que había antepuesto sus privilegios y su dinero a ella… A pesar de que ella no tenía más elección que comportarse como una buena prometida, Bianca no perdonaría, ni olvidaría el dolor que Luca le había provocado. Sin embargo, a medida que pasaban los días, los recuerdos de su apasionada aventura se hacían presentes… Y era evidente que el odio que había entre ellos sólo ocultaba el intenso deseo que todavía existía entre ellos.
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Seitenzahl: 190
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
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© 2025 Julia James
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Su novia perfecta, n.º 3184 - septiembre 2025
Título original: Marriage made in Hate
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9791370007713
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Bianca despertó furiosa y con los puños apretados. Había tenido el mismo sueño una vez más. Un sueño recurrente con muchas variaciones, pero que siempre terminaba de la misma manera. La sacudida de una mano y aquellas palabras impacientes y cortantes.
«Se ha terminado, Bianca. ¡Terminado! Acéptalo».
Y Luca alejándose de ella…
Bianca permaneció tumbada mirando al techo. Tenía el corazón acelerado y deseaba que aquel sueño, aquel recuerdo, se desvaneciera.
¿Acéptalo? Ella había tenido que aceptarlo. Él la había rechazado de manera tajante, terminando así su relación con ella. La había abandonado, se había marchado de Londres, de Reino Unido. Había regresado a su vida en Italia.
–Venimos de mundos muy distintos –le había dicho él.
Y no se refería a que ella fuera inglesa y él italiano. Los separaba algo más aparte de su nacionalidad. Él había regresado a su vida aristocrática en Italia, y no quería seguir divirtiéndose con mujeres como ella…
Bianca Mason, nacida en East End, criada en una vivienda de protección estatal, camarera en un bar.
«No era suficientemente buena para él».
Excepto para el sexo, por supuesto…
Los recuerdos invadieron su cabeza antes de que ella pudiera evitarlo. Había bastado una mirada para que ella se derritiera por dentro…
«Oh, cielos. Lo deseaba tanto…».
Bianca había sido incapaz de resistirse, aunque tampoco había querido hacerlo. Solo había querido abrazarse a él, ardiente de deseo, y desnudarlo. Quitarle la corbata de seda, desabrocharle la camisa blanca, retirarle la chaqueta del traje. Entrelazar las piernas con él y acariciarle el torso mientras lo besaba, sintiendo la erección de su miembro que indicaba el deseo que sentía por ella.
Apenas consiguieron llegar al dormitorio del estiloso apartamento que él tenía en la ciudad. Le había retirado el top y levantado la falda para quitarle la ropa interior de encaje y sentarla sobre su regazo en la cama mientras la besaba. Ella tenía el cabello suelto y la melena caía sobre sus hombros. El deseo que ambos sentían era cada vez mayor.
Conteniendo un gemido, y con una enorme fuerza de voluntad, dejó de pensar en ellos. Había tenido seis años para aprender a hacerlo. Seis largos años para no pensar en los tres meses que había pasado con Luca, y durante los que había olvidado todas las precauciones que debía tomar en relación a los hombres. Se había enamorado de él, y había estado consumida por el deseo… Hasta que llegó el día donde todo se desmoronó a su alrededor.
«Se ha terminado, Bianca. ¡Terminado! Acéptalo».
Y al ver que ella no lo conseguía, él le soltó el motivo por el que debía hacerlo. Con brusquedad. Con unas palabras que no había podido olvidar. Y que nunca olvidaría.
Que habían cambiado su vida.
Bianca miró el reloj. Todavía no había sonado la alarma, pero decidió levantarse para no seguir recordando a Luca.
Salió de la cama y se dirigió al baño que había junto a su habitación. El piso era muy pequeño, pero suficiente para ella. Podía pagar el alquiler y estaba cerca de la parada del autobús que la llevaba al trabajo. Situado en un barrio de las afueras de Londres, no se parecía en nada al lugar donde había crecido.
Igual que su vida tampoco se parecía a la anterior.
«La he dejado atrás por completo. Y eso incluye todo lo que me sucedió entonces. Y, sobre todo, la toxicidad del tiempo que pasé con Luca».
Se metió bajo la ducha y permitió que el agua borrara los últimos retazos del sueño y de sus recuerdos.
Luca se sentó en la silla que le ofrecía el médico del hospital. Estaba muy tenso.
–¿Y cuál es el pronóstico? –preguntó.
Sabía que su tono era cortante, aunque no lo deseara.
El oncólogo lo miró. Estaba acostumbrado a dar malas noticias, pero nunca le resultaba fácil.
–Se ha retirado el tumor primario, pero el cáncer se ha extendido a otros órganos. Desgraciadamente, eso significa que es terminal. Siento tener que contarle todo esto.
El doctor miró a Luca.
Luca permaneció inexpresivo.
–¿Hay algún tratamiento?
El médico asintió.
–Cuando se haya recuperado de la cirugía le administraremos un tratamiento que, si funciona, le prolongará la vida.
Luca cerró los puños.
–¿Cuánto tiempo? –preguntó.
–No puedo decírselo con seguridad. La medicación no funciona con todos los pacientes. –Hizo una pausa–. Estamos hablando de meses durante los cuales se podría contener el cáncer. Quizá seis. No creo que más. Después, el equipo de cuidados paliativos se ocupará de que esté lo mejor posible.
–Comprendo. –Luca hizo una pausa–. Gracias por contármelo. Necesitaba entender la situación. ¿Cuándo se encontrará lo bastante bien como para salir del hospital?
–En casa necesitará cuidados de enfermería –le advirtió el médico.
Luca asintió.
–Me ocuparé de ello. Estará bien cuidado. Y se alegrará de volver a casa –dijo con dificultad antes de ponerse en pie–. Gracias por todo lo que está haciendo por él.
Se volvió para marcharse y sintió un nudo en el estómago al enfrentarse a la verdad.
Matteo se estaba muriendo.
Aliviada, Bianca se acomodó en el taxi que la llevaría a la estación.
–Bueno –dijo su jefe, Andrew, al sentarse a su lado–. No ha ido tan mal, ¿no? –sonrió–. Lo has hecho muy bien. No es fácil dar la primera presentación.
–Espero que no pareciera muy nerviosa.
–Lo has manejado muy bien, Bianca. –La tranquilizó Andrew–. Lo estás haciendo muy bien, Bianca le dedicó una sonrisa.
Ella sonrió también. Había trabajado muy duro y había conseguido lo que pensaba imposible para alguien como ella.
«Aunque ya no soy la misma persona».
Había dejado atrás su manera de ser, y todo lo que tanto había deseado. Tenía una nueva vida a partir de las cenizas de su vida antigua, y Luca D’Alabruschi y todos sus antepasados aristócratas de sangre azul podían irse al infierno.
La idea le proporcionaba gran satisfacción. Luca merecía caer en el olvido y pudrirse.
Luca recorrió el camino de grava y detuvo su deportivo frente a Villa Fiarante. La casa estaba rodeada de cedros y el sol iluminaba las ventanas de la enorme fachada. A Luca le resultaba una imagen familiar, casi como si fuera su segunda casa. Su padre había trabajado en el Cuerpo Diplomático y siempre estaba destinado en el extranjero. Durante la ausencia de sus padres, se habían quedado a cargo de Luca, Matteo y Luisa. Matteo era un buen amigo de la familia y el padrino de Luca, y Luisa ya había fallecido. La relación entre Luca y ellos se hizo todavía más estrecha, tres años atrás, cuando sus padres murieron trágicamente en un accidente aéreo.
Así que Matteo Fiarante era la persona más cercana que tenía Luca. Y él estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ayudarlo. Ese día era el primero que iba a visitarlo desde que le habían dado el alta después de la cirugía, diez días antes. ¿Cómo lo encontraría?
Estaba preocupado, y así se lo mostró a Giuseppe, el mayordomo de toda la vida que fue quien abrió la puerta.
–¿Cómo está? –preguntó Luca sin preámbulos.
–Aguantando, me atrevería a decir –contestó Giuseppe con cautela–. Tu visita lo animará, si me permites decir tal cosa.
–Gracias… Es alentador. –Luca hizo una pausa–. Debemos cuidar de él… todos nosotros –añadió.
Giuseppe asintió.
–Por supuesto. –Inclinó la cabeza.
Luca sonrió. Giuseppe estaba dedicado a Matteo y Luca sabía que podía confiar en él plenamente.
–No anuncies mi llegada. Entraré sin más.
Y eso hizo. Matteo estaba sentado en la butaca de la biblioteca. Tenía una manta sobre las rodillas y a su lado había una mesa con el periódico, varios libros, una jarra de agua y un vaso.
Luca lo miró un instante. La enfermedad se hacía patente en la expresión de su rostro y en sus pómulos delgados. Al verlo, Matteo se animó inmediatamente.
–¡Luca! ¡Mi chico! ¡Me pareció que había oído tu monstruoso coche!
Luca se rio.
–Siempre me delata, lo sé. –Se acercó a él y le estrechó la mano antes de sentarse en la butaca que tenía frente a la suya.
Giuseppe les llevó una bandeja con café y, cuando se marchó, Luca sirvió una taza para cada uno. Entonces, miró a Matteo.
–Bueno, cuéntame cómo estás.
Matteo lo miró a los ojos.
–Sabes cómo estoy, Luca. Tan bien como yo. Me estoy muriendo. Pero, como dice el poeta, me estoy muriendo con paciencia. La suficiente para poner en orden todos mis asuntos. Ha pasado mucho tiempo. –Miró el reloj antiguo que estaba sobre la chimenea y que había marcado las horas de su vida–. Mucho tiempo.
Bianca llegó a casa del trabajo y abrió la puerta principal del edificio antes de mirar el buzón. Normalmente, solo encontraba publicidad o alguna notificación oficial, sin embargo, el sobre que había ese día no parecía ninguna de las dos cosas. La dirección estaba escrita a mano y el sobre era repujado.
Se dirigió arriba con la bolsa de comestibles que había comprado y, una vez dentro de su apartamento, abrió el sobre y sacó una hoja de papel grueso. Frunció el ceño. Parecía que el remitente era un despacho de abogados.
«¿Qué diablos es…?».
Bianca miró por la ventana. «¿Por qué motivo querrá que contacte con ellos una elegante firma de abogados de Londres?», pensó. Desconcertada, sacó el teléfono del bolso que había dejado sobre la mesa del salón.
Cinco minutos más tarde todavía no tenía explicación. Únicamente una cita para acudir al despacho al día siguiente. ¿Para qué?
No se le ocurría ningún motivo.
Luca regresaba a Roma por la autopista. Eran más de dos horas de viaje y tenía un compromiso para cenar. Había pasado la noche en su casa, ocupándose de los diversos asuntos que surgían en la gran mansión que había heredado. Además del palazzo, la finca constaba de varias granjas, viñedos y bosques y también incluía algunas empresas vinícolas y madereras. Luca tenía contratado al mismo gerente que había contratado su padre. Era una persona muy competente y se encargaba de todo, así que Luca solo tenía que supervisar los diferentes asuntos.
Algún día le gustaría regresar a vivir en el palazzo y convertirlo de nuevo en una casa familiar.
Cuando se casara.
Porque, en algún momento, se casaría.
Era hijo único y debía mirar hacia el futuro. Sus primos vivían lejos y eran personas distantes. No, debía casarse y tener una nueva generación. Al próximo vizconde.
Aunque en Italia los títulos aristocráticos no eran oficiales, en su círculo todavía se utilizaban. E incluso, a pesar de que él no alardeaba del suyo, para él sí tenía un significado. A pesar de que muchas personas no lo comprendieran.
Los recuerdos se apoderaron de él y una imagen apareció en su cabeza.
El cabello rojizo dorado, aquellos ojos de color verde esmeralda y un rostro precioso. Una silueta perfecta, que combinaba una cintura estrecha y unos senos generosos. Esos senos que se ponían turgentes con sus caricias y que él había liberado del vestido que ella se había puesto para que tuviera el placer de quitárselo.
Un placer para él… Y para ella. Ya que ella lo había deseado tanto como él a ella. Y había abrazado todo lo que él estuvo dispuesto a ofrecerle. Dándole placer a la vez.
Era mejor no pensar en ello, así que se esforzó en pensar en la visita que le había hecho a Matteo.
Sus palabras resonaron en su mente.
–He de aprovechar al máximo el tiempo que me queda. Lo comprendes, ¿verdad? Puesto que mi querida Luisa se marchó antes que yo, no le importará.
Luca frunció el ceño. No sabía de qué estaba hablando Matteo, pero no tardó mucho en darse cuenta de que el cáncer no solo estaba afectando a su cuerpo, sino también a su mente. O quizá fuera la medicación tan fuerte que tomaba. Hablaba con coherencia, pero no era el Matteo de siempre. Era más frágil. Tanto física como mentalmente.
Preocupado y triste, continuó conduciendo. Iría a visitarlo otra vez pronto. Se le nubló la vista. Él también debía aprovechar al máximo el tiempo que le quedaba con Matteo. No duraría mucho.
Bianca se había tomado la tarde libre del trabajo y estaba sentada frente al escritorio de un elegante despacho del bufete de abogados que la había contactado.
El abogado mayor, uno de los socios principales, la miró un instante antes de preguntar:
–Dígame, señorita Mason, ¿qué sabe acerca de la familia de su padre?
–¿Mi padre?
Bianca respiró hondo y miró fijamente al abogado. Su vida anterior, de la que había decidido escapar porque era tan tóxica como el hombre que había hecho que ella se alejara, colisionaba con su nueva vida.
–Ni siquiera sé quién es –dijo ella–. Mi madre murió cuando yo era muy pequeña y me crie con mi tía. Ella nunca me habló de ese tema.
No era exactamente verdad. Su tía, la hermanastra soltera de su madre, no había evitado decirle a Bianca que debía sentirse afortunada por no estar en una casa acogida, puesto que no era más que una carga y que su madre se había dedicado a acostarse con unos y otros desde la adolescencia. Bianca no la había creído, porque algunos de los vecinos que recordaban a su madre y que la habían conocido antes de que la atropellara un coche le habían dicho que su madre siempre tenía muchos pretendientes porque era muy guapa, pero que no debía creer lo que su tía le contaba porque era una mujer amargada y celosa.
–Y además es la que cobra tu subsidio, ¡no lo olvides! –añadían.
Bianca estaba convencida de que, si no hubiera sido por el dinero, su tía la habría puesto en manos de los servicios sociales. Su infancia no había sido un camino de rosas. Su tía la había criticado constantemente, advirtiéndole que nunca llegaría a nada, como su madre…
«Quizá por eso fui tan rebelde, sin preocuparme por la escuela, deseando algo mejor que una vivienda social en un edificio destartalado del East End».
¿Ese era el motivo por el que había estado ansiosa por aceptar lo que Luca le había ofrecido?
Desde la adolescencia había tenido mucho éxito con los hombres, pero ella era muy selectiva y no estaba dispuesta a darle a su tía la oportunidad de que le dedicara los mismos comentarios que había hecho sobre su madre. No obstante, cuando Luca entro en ese bar de Canary Wharf, con su aspecto devastador, el resto de hombres del mundo desapareció.
La voz del abogado interrumpió sus recuerdos. Unos recuerdos que no le hacían ningún bien.
–¿Su madre era Shona Mason? –Le comentó también las fechas de su nacimiento y defunción.
«No hace tanto tiempo», pensó Bianca con tristeza. Ni siquiera treinta…
Ella asintió.
El abogado miró los papeles que tenía sobre el escritorio.
–Entonces, tengo que decirle algo que puede resultar de su interés.
Bianca lo miró.
–¿El qué?
El abogado le dio la noticia.
Bianca miró por la ventanilla mientras el avión aterrizaba. Italia. Un país desconocido. Un país al que Luca nunca la había invitado. Sintió una punzada en la piel. La misma que había sentido varias veces desde que, tres días atrás, salió de la oficina del abogado sintiéndose aturdida y confusa. Era como si su nueva vida estuviera colisionando con la vida de la que provenía.
O de la que creía que provenía.
Porque era incapaz de creer lo que aquel abogado le había dicho. Sin embargo, estaba en ese avión por todo lo que el hombre le había contado.
Dadas las circunstancias, Andrew le había dado permiso en el trabajo.
–Por supuesto que debes ir. ¡Es algo extraordinario!
Era una manera de decirlo. Para Bianca, simplemente era milagroso. Esa era la palabra que resonaba en su cabeza.
Después de tantos años…
Luca colgó el teléfono que tenía sobre el escritorio de su oficina. Matteo había insistido en que fuera a cenar con él dos días más tarde. También le había pedido que vistiera de etiqueta.
Por supuesto, Luca había aceptado, aunque le preocupaba que para Matteo fuera un gran esfuerzo invitar a gente. Luca llevaba casi tres semanas sin visitarlo, ya que había tenido varios viajes de negocios. Ginebra, Frankfurt y Bruselas. No obstante, había decidido que se quedaría en Roma por si Matteo empeoraba.
También había decidido mantener una agenda flexible. Y, aunque tenía mucha vida social, en esos momentos no salía con ninguna mujer. Matteo era su prioridad.
Teniendo en cuenta que era un hombre rico, soltero y atractivo, no tenía problema para elegir la mujer que quisiera. Y eso era lo que había hecho de joven. No solo en Italia. En el extranjero también se había entregado a muchas mujeres. Interludios placenteros, pero no duraderos. Tal y como habían entendido las mujeres con las que había estado.
Todas excepto una…
Se esforzó para cambiar el rumbo de su pensamiento. No tenía sentido recordar aquel ardiente episodio con Bianca. Todavía se preguntaba si había sido sensato permitirse una aventura tan intensa con una mujer que provenía de un mundo tan distinto al suyo. Aquella noche fatídica, después de una reunión de negocios en Canary Wharf, lo habían llevado a tomar una copa a un bar cercano y, al ver a la mujer que preparaba cócteles en la barra, no había sido capaz de apartar la mirada de ella.
Tenía el cabello color rojizo y lo llevaba recogido. Los rasgos de su rostro eran llamativos y tenía los labios carnosos… Los ojos color verde esmeralda…
Sus miradas se encontraron. Ella se quedó inmóvil, con la botella de vodka inclinada en la mano. Mensaje enviado… Mensaje recibido.
Él se acercó a ella, consciente de que esa impresionante pelirroja había despertado en él un potente deseo que solo admitía un camino.
Hacerla suya. Completamente suya.
Ella accedió fácilmente, y él admitió que el hecho de que fuera tan diferente al resto de mujeres con las que solía salir le resultaba atractivo. No solo porque perteneciera a un mundo distinto. Era una mujer a la que no le gustaba el juego, y fue muy sincera al expresar que lo deseaba tanto como él a ella. Luca se sorprendió cuando ella le confesó que él había sido su primer amante. Que había guardado el momento para una persona que realmente mereciera la pena.
Eso podía haber sido una señal acerca de que Bianca podría no ver la relación de la misma manera en que él la veía… Como un placer pasajero. Una relación temporal. Que quizá ella quisiera… más.
No una simple aventura. Algo más permanente.
Luca terminó su estancia en Londres y, por tanto, cortó la relación con ella.
Confiaba en que Bianca lo aceptara sin más, pero no fue así.
Al decirle que se marchaba de Londres y que la relación había llegado a su fin, ella se aferró a él. Con la cabeza echada hacia atrás y rodeándolo por el cuello, le dijo que no tenía nada que la retuviera en Londres, que estaba dispuesta a acompañarlo a cualquier parte, donde fuera…
Luca tuvo que apartarla de su lado y decirle:
–Se ha terminado, Bianca. ¡Terminado! Acéptalo.
El recuerdo de la expresión de su rostro inundó su cabeza. Sentía haber sido tan duro, pero era necesario. Ella se lo había buscado.
Su expresión era indescifrable. Cuando él terminó de hablar, ella lo miró apretando los labios y no dijo nada.
Él asintió y se marchó. Dejándola allí. Regresó a su vida, a Italia. Y dejó a Bianca formando parte del pasado.
Donde debía quedarse. No había otro lugar para ella.
En ese momento, su única prioridad era Matteo. Estar a su lado mientras fuera posible.
Bianca estaba paseando por los jardines de la villa. Era un lugar tranquilo con senderos pavimentados, setos esculpidos, estanques de piedra y bancos.
Pronto tendría que entrar. A Matteo le gustaba tomar un aperitivo antes de la cena, y ella esperaba ese momento especial. Él no siempre se sentía lo suficientemente bien como para bajar. Tenía días buenos… y otros no tanto.
Bianca notó que la tristeza la invadía por dentro. Él la había recibido con mucho cariño, y la había acogido en su vida… justo cuando debía prepararse para despedirse de ella.
Decidió no pensar en cosas tristes. El momento llegaría, pero hasta entonces no permitiría que nada estropeara lo que se le había concedido.
Concedido de forma milagrosa.
Andrew, su jefe, se estaba mostrando muy comprensivo. Le había dado un permiso indefinido, aunque, cuando Matteo descansaba, ella aprovechaba para trabajar a distancia y estar al tanto de lo que sucedía en casa.
¿Casa? La palabra resonó en su cabeza.
Matteo había dicho que, a partir de ese momento, su casa sería esa. Le había estrechado la mano y le había dicho que no debía pensar en irse.
Ella había asentido de corazón, y él se había quedado tranquilo. ¿Y qué pasaría después?