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Ayer nomás es una obra íntima y evocadora a través de tres relatos entrelazados, donde la memoria y la nostalgia se convierten en los hilos que tejen esta obra. Cada historia, cargada de vivencias auténticas y personajes reales, nos ofrece un vistazo profundo y conmovedor a la vida familiar y personal del autor. El primer relato rinde homenaje a sus padres, quienes dejaron un legado literario que ahora resurge con fuerza y vitalidad. A través de sus escritos, cuidadosamente enmarcados en un contexto que revela las motivaciones detrás de cada palabra, el autor nos invita a conocer a dos personas cuya influencia marcó su propio camino en el arte de escribir. Los siguientes dos relatos nos trasladan a un pasado cercano, donde el humor y la nostalgia se mezclan en capítulos breves y vibrantes. Aquí, el autor se convierte en el protagonista de sus propias anécdotas, compartiendo experiencias deportivas y culturales de su juventud con una frescura y autenticidad que capturan la esencia de esos momentos. Estas historias familiares, llenas de personajes entrañables y situaciones reales, nos permiten sentirnos parte de un mundo donde la risa y la reflexión van de la mano. Ayer nomás celebra la memoria y la herencia familiar, invitándonos a reflexionar sobre nuestro propio pasado y las personas que han dejado una huella imborrable en nuestras vidas.
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Seitenzahl: 222
Veröffentlichungsjahr: 2024
Producción editorial: Tinta Libre Ediciones
Córdoba, Argentina
Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo
Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.
Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.
Cejas, Jorge Adrián
Ayer nomás : tres historias de un plumazo / Jorge Adrián Cejas. - 1a ed - Córdoba : Tinta Libre, 2024.
188 p. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-631-306-071-9
1. Cuentos. 2. Relatos. 3. Relatos Históricos. I. Título.
CDD A863
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Impreso en Argentina - Printed in Argentina
© 2024. Cejas, Jorge Adrián
© 2024. Tinta Libre Ediciones
Padres nuestros
Uno de los motivos que me impulsan a escribir sobre nuestros padres es el de llevarlos siempre en la memoria personal y familiar. La energía y la espiritualidad que aún campean en nuestro diario vivir los hace siempre presentes, siempre vivos, siempre nuestros.
Más allá de mi punto de vista sobre el recorrido afectivo y material que ellos me brindaron, mi deseo es arrojar luz en esa línea histórica que recorrieron sus vidas, desde sus nacimientos hasta la actualidad. Con un detalle: hablar de sus escritos. Esos rastros de tinta que describen rostros propios y ajenos, que describen ideas, sentimientos, valores, deseos, miedos, nostalgias, esperanzas.
Este deseo tuvo su origen cuando me encontré con escritos, textos, documentos pertenecientes a los dos. Creo que esos papeles me esperaban. Fui encontrado por ellos. Al menos eso fue lo que sentí en esa circunstancia. Al fin, una simple impresión personal.
Fue un día en que pisaba por última vez aquella casa de la calle French al 1853 del barrio Colón en Aguilares. Casa a la que llegamos en el año 1970 y que ahora, por ausencia definitiva de sus moradores, pasó a manos de nuevos dueños en el año 2018. Fueron cuarenta y ocho los años durante los que aquella morada albergó las historias de vida de nuestros padres y las nuestras, sus hijos.
Estos papeles estaban dentro de una bolsa plástica sobre el piso de la galería del fondo. Fue lo último que retiré, ya que la casa se vendió, y pensé desde aquel día que esos escritos debían tener un valor importante y significativo para ellos. Ni más ni menos. Son escritos que indican decisiones y acciones de padres comprometidos con lo colectivo, lo familiar, lo solidario, y que atravesaron nuestras vidas.
Tuve la grata tarea de revisar, recopilar, leer y decidir los escritos y documentos que forman parte de este trabajo literario. Es un libro para ser leído por quienes queramos echar una mirada hacia atrás, con detalles objetivos y emotivos a la vez. Por ejemplo, el detalle de que, cuando mi mamá Coca nació allá por el año 1929 en villa Alberdi, Tucumán, su papá, Rosario Salica, tenía treinta y cinco años y su mamá, Irene, tenía veintiocho. Fue la cuarta de ocho hijos. Como yo, Jorge, su cuarto hijo de cinco.
De los dos, Elisea Rosa Salica (Coca) y Julio Armando Cejas (Purrete), expondré escritos que quedaron dando vueltas por ahí y que quizás aún nos sigan hablando y aconsejando en los años que nos quedan. A nosotros, sus hijos, principalmente. Y tal vez con generosa decisión les contemos a nuestros hijos, nietos y generaciones venideras quiénes fueron Julio y Coca.
Mientras escribo, escucho música. Esa caricia al alma que me devuelve a esos días y me pone en contexto para escarbar las palabras que necesito, con mis ojos cual dique a punto de derramar su excedente. Louis Armstrong, Oscar Alemán, la colección de grandes bandas internacionales, Ray Conniff, música de películas, Beethoven, Gene Krupa, Sandy Nelson, Julio Sosa, Goyeneche, Alfredo de Angelis, jazz, clásica, los Beatles, Raphael, Alberto Cortez, Víctor Heredia, Roberto Carlos, Hernán Figueroa Reyes, Landriscina, etc. Aquellas perturbadoras y revolucionarias composiciones musicales endulzaron nuestros oídos y espíritus durante nuestra estadía en ese refugio cultural, rodeados de libros, discos, radios. Bienes culturales con los cuales supimos defendernos de las ofensas de la realidad adversa, oscura y genocida que nos rasguñó apenas el alma.
Tuvimos un hogar materialmente construido con el sudor de un asalariado azucarero y de una notable ama de casa. Ambos, trabajos dignos. Además, fueron distinguidos dirigentes sociales comprometidos en su época con el entorno que les tocó en suerte. Cada cual, con su temperamento, sus tiempos, sus no tantas diferencias ideológicas o de fe, con poca o mucha paciencia, con humor, con ironía, con rebeldía, con perseverancia, con amor por lo que hacían.
Pudieron hasta donde se pudo, con la apatía, la indiferencia y la mezquindad de los mismos de siempre. Pero aun así llegaron hasta quienes debían llegar con sus modos y formas de aportar. Todo es discutible, pero lo hicieron, dando siempre un paso hacia adelante para salir del estado en que se encontraban. Esa fue la dinámica que los caracterizó, no guardar lo que se podía compartir: pensamientos, ideas, trabajo, pan, ropa, tiempo, sueños, esperanzas.
Y así se fueron físicamente. Aunque los gestos, las miradas, las palabras y los parecidos quedaron sembrados en nosotros mismos, en nuestros hijos, nuestros nietos y los que vendrán. Esa cadena eterna de la vida que hace que la muerte finja una hipócrita sonrisa por creerse vencedora. Se fueron con la justicia de cerrar sus ojos antes que sus hijos. Justicia de la vida, que los privó de ese dolor.
Dicho todo esto, hoy vuelven ellos, padres nuestros, en estos escritos que el tiempo no se llevó. Leerlos nos llevará tal vez a encontrarlos tal como los conocimos. Y quizás con una fina percepción nos lleve a escuchar sus voces, consejos y risas. Buen viaje, estimade lector.
En primer lugar, quiero destacar este escrito de mamá, titulado: “¡¡David!! ¿Do?”, donde evoca a su hermano menor, David Salica, quien falleció en un trágico incendio producido en una estación de servicio de la localidad de Morón, provincia de Buenos Aires, en el año 1968. Lo escribió el 25 de agosto de 1984, después de dieciséis años. Con un corazón en paz, a los cincuenta y cinco años pudo evocar a su hermano, que había perdido cuando ella tenía treinta y nueve.
En la imagen, el tío David Salica junto a su esposa, Morocha, y sus tres hijos.
El tío David murió muy joven, allá por finales del año 1960. No puedo precisar bien la edad, pero aproximadamente tendría unos treinta y cinco años. Trabajaba en esa misma estación de servicio donde ocurrió el incendio, pero el día en que sucedió el siniestro él se encontraba de franco, era su día libre. Fue a cargar combustible en su auto particular, que con tanto sacrificio había logrado tener. Pudo no haber ido, pero decidió ir. ¿Quién sabe cuándo uno debe o no ir a ciertos lugares? ¿Quién piensa que la fatalidad nos espera a la vuelta de la esquina? Al ser seres finitos, nuestra existencia pega un barquinazo en cualquier momento.
Se produjo una fuerte explosión mientras ingresaba al lugar. Falleció a los días. Las noticias de diarios nacionales y provinciales daban cuenta de la tragedia y, además, publicaban el listado de víctimas y heridos. Pude leer el nombre del tío entre los fallecidos.
Recuerdo el dolor inmenso que había en nuestra casa de Ingenio Santa Bárbara. Era el lugar elegido por casi todos los tíos y primos de parte de la familia de mamá para pasear, pasar fiestas de fin de año o vacacionar, jugar, chupar caña, ir a los ríos, andar en bicicleta, jugar al básquet y al fútbol en la cancha del club Juan Manuel Terán. Los hijos del tío David, Deivy, Susy y Fredy, venían desde Buenos Aires a visitarnos. Venía con ellos la tía Morocha, mamá de los primos.
El tío David, así como también los tíos Chacho y Tito emigraron de Tucumán a otras provincias en busca de trabajo. Las fábricas azucareras se cerraron en su mayoría durante el periodo de la dictadura de Onganía, en el año 1966. De manera que muchos obreros y familias buscaron destino en provincias como Córdoba en automotrices y en Buenos Aires, donde llegó el tío David a trabajar en una estación expendedora de combustibles, en el departamento de Morón, provincia de Buenos Aires.
Mi mamá solía recordar lo sucedido el día que falleció el tío. Dijo que durante la tarde-noche se apagaron todas las luces de la casa en forma simultánea y por pocos segundos. En horas posteriores, nos avisaron de su deceso. El desconsuelo de mamá era infinito. Tampoco pudo viajar a Buenos Aires por problemas económicos. Su dolor era aún mayor. Viajaron algunos de mis tíos y mis abuelos.
Durante su infancia, David tenía habilidades y talentos para lo artístico. Era rubio, de ojos grandes, saltones y muy celestes, de buen parecer. Tenía la capacidad de reunir a sus amigos y hermanos de su edad para involucrarlos en sus juegos y en sus dotes de artista. Imitaba al presentador de circo, a los cantantes, hacía de payaso, generaba risas en todo momento.
En uno de los tantos juegos que ocurrían durante la siesta tucumana, terminó escondido detrás de una puerta de un altillo, algo característico de las casas prestadas que cedían los dueños de Ingenio a sus obreros. Con la puerta cerrada y totalmente a oscuras, escondido vaya a saber de cuál amigo o hermano, vio una pequeña luz que ingresaba por el ojo de la cerradura. Con un sol a pleno en el exterior y un gallo que se pavoneaba frente a esa puerta, descubrió que en la pared que daba a sus espaldas se proyectaba la imagen de ese animal, pero patas para arriba. Solo resta imaginar su pícara risa ante tamaño hallazgo. Una imagen en colores para ver un espectáculo extraordinario, similar a una proyección de cine (a las que nunca se tenía acceso) o a una imagen propia de una televisión (que aún no había llegado por esos años).
Como todo artista que goza de una inteligencia precoz, sacó provecho de ese nuevo entretenimiento ante la mirada atónita de sus seguidores. Buscó una hoja de diario y cortó pedazos de papel que hacían la suerte de boletos de entrada para ver ese inusual espectáculo. Sobre este hecho especifico es que mamá evoca a su hermano querido, por los gratos momentos vividos en su infancia. Tal vez, ella con once años y él con ocho.
Cuando leas el manuscrito original, piensa en alguien a quien conozcas que sea así. Allí veremos a esos muchos que ya no están físicamente, pero que siguen dando vueltas con sus piruetas y ocurrencias en nuestro universo espiritual, al lado nuestro. Quizás, con un gramito de sensibilidad y percepción, podamos ver a quien en esta evocación recuerda nuestra madre.
Tras del texto, esta dedicatoria:
Hermosa dedicatoria de mamá para su esposa, Morocha, y sus hijos. Lo que escribió no sé si fue leído por ellos. Al ser un escrito original (que está circunstancialmente en mis manos) y no una copia, me lleva a pensar que no fue enviado o entregado, vaya a saber por qué razón, como por cuestiones económicas o de tiempo. O tal vez, para que lo escrito superara la prueba del tiempo, y vaya que la superó. En fin, deseo que este hermoso texto llegue a sus destinatarios1 y que, cual crucero del tiempo, siga su rumbo y no sufra el naufragio en las aguas del olvido. Que hoy se recuerde a ambos, ya que es lo justo; no se olvida lo que se ama. Fueron niños como lo fuimos nosotros, tuvieron su infancia feliz. Allí la vida es plena, lejana al dolor y a la pérdida irreparable. Como alguien dijo: la niñez es el paraíso de la vida.
***
Mi papá, Julio Armando Cejas, tenía o sufría de varios apodos. Purrete, Ñato, Nipón. Tal vez algunos más, por el tamaño de su cabeza. Esos calificativos surgían según las etapas que iba atravesando en su vida. Nacido y criado en San Miguel de Tucumán, con vivienda prestada en calle Rondeau al 646 de la familia Sierra, supo tener ese mote de Purrete. Traducido, sería: chiquillo de corta edad, pero, por favor, crece y hazte mayor.
Su madre, a la que solamente la conocemos por su nombre: Rita, fue una mujer criada también por esta familia y pagaba sus días de subsistencia como sirvienta; palabra dolorosa para una trabajadora de hogares, pero que era la categoría a la que las sumían sus patrones. Purrete entendía perfectamente quién era quién en esa inmensa casona, donde sus moradores legalmente constituidos solían rodear una mesa inmensa de madera para el exclusivo almuerzo o cena de sus dueños. Él y su madre, después de servirlos, se alimentaban a solas en otro sector afín a la cocina, donde las sobras de comida era la paga diaria de esta clase acomodada.
Purrete creció y no toleraba más los maltratos a su madre. Solo la benevolencia de una mujer mayor de esa casa, doña María, impedía que fuera echado a la calle por sus reiterados actos de violencia contra quienes hacían uso y abuso de su madre. En ese ambiente hostil y de discriminación, fue forjando su carácter. Más crecido en edad, la calle fue su refugio. Peleas callejeras, tener hambre, levantar alimentos y correr, esconderse de policías, defenderse de abusadores y hasta tener que llegar a última hora a una casa donde él prácticamente se consideraba ya un internado con libertad condicionada.
Su madre sufría de problemas respiratorios y, sin descansos reparadores ni remedios adecuados, su salud fue empeorando. Purrete, no bien hubo llegado a su juventud, fue alcanzado por la obligatoriedad del servicio militar. A su regreso, su madre estaba internada, según los dichos de los dueños de la casa, en un hospital de la provincia de Córdoba. Nunca tenía noticias de ella, nadie le daba información.
Don Sierra le dijo un día que preparara sus cosas porque lo llevaría a trabajar al sur de la provincia en una empresa azucarera. Purrete ya había cambiado su “piel de Judas” (otro estigma para quienes osan defenderse ante las injusticias de la vida) después del servicio militar, así que ya estaba en condiciones para ganar el pan con el sudor de su frente.
En lo que estaba preparando su bolso de viaje con las pocas ropas de las que disponía, se retiró al fondo a buscar del tendero unas prendas suyas y al volver encontró sobre la cama, al lado de su bolso, un papel amarillento. Un telegrama con fecha del año anterior. Decía: “Hoy murió Rita Ceskas”. Una mano anónima y perversa había colocado ese papel al alcance del criado, que ya había crecido lo suficiente para saber que su madre estaba bien muerta. Nunca más volvió a ver a su madre ni a sus verdugos. Extraña clase social acomodada que mordisquea con saña a los de abajo y, que cuando miran hacia arriba, ya es tarde para darse cuenta de que en la vida todo vuelve.
A sus veintiún años, Purrete iba con rumbo a cambiar de apodo. Viajó en tren hacia el sur con don Sierra y en esas tierras encontró trabajo, amor y familia. Ahora, con el bautizo de Ñato Cejas, llegaba a acomodar su identidad y su vida. Se destacó en el trabajo y en el fútbol de primera división. Ambas cosas dependían del ingenio azucarero Juan Manuel Terán.
Con el tiempo, pasó a la dirigencia social laboral y deportiva. Fue un dirigente muy respetado y conocedor de las necesidades de la gente. Luchó y peleó por los sectores desatendidos. Nunca olvidó sus raíces ni las ofensas de la vida. No deseaba que nadie pasara por lo que él había pasado.
En lo deportivo, se encargó de hacer cumplir el estatuto de Juan Manuel Terán Fútbol Club. Había sido fundado el 15 de marzo de 1922, apenas 4 años antes de su nacimiento, el 29 de noviembre de 1926. La transcripción hecha con una máquina de escribir seguramente fue de su autoría. Esa habilidad adquirida le sirvió en un futuro cercano para conocer a mamá.
El Rojo de Terán iba a tener su etapa de oro con el apoyo económico del dueño del ingenio, don Máximo Terán, de familia acomodada, pero con una visión más compasiva y menos clasista hacia sus semejantes.
Como verán, llegada la lectura hasta aquí, ambos dejaron huellas con sus escritos, cada cual a su manera. Por un lado, mamá, en forma de prosa poética, evocativa, cargada de sentimientos, y papá, con sus escritos en lenguaje técnico, ajustados a reglamentos y articulados, de aquellos que precisan los humanos para respetarse dentro de una institución deportiva.
Para conocerse por primera vez, mis padres previamente tuvieron que aprender a lidiar con máquinas. Mamá, una de coser, y papá, la de escribir. Por aquel entonces, en el pueblo estaban instaladas las monjas religiosas, quienes por medio del obispado tenían un taller de oficios para mujeres del lugar. Jovencitas, esposas y madres de los obreros del ingenio azucarero. A ese lugar concurría mamá. Con el tiempo, surgió la posibilidad de aprender el oficio de escribir a través de una máquina propiamente dicha. Para ello debían concurrir a las oficinas administrativas de la empresa, donde un instructor se encargaría de iniciar las clases prácticas para las interesadas. Fue en ese contexto que se conocieron, según los dichos de ambos.
Gran dicha es tener padres que se pusieron al hombro nuestra crianza de la manera en que la vivimos. Mi gratitud, mi reconocimiento y mi valoración a través de mis propios escritos quedarán para las generaciones venideras.
Sigo en la línea de escritos producidos por mamá. Generados prácticamente en su madurez, los textos tienen que ver con poemas, poesías y evocaciones surgidas de sus emociones y sentimientos hacia el contexto que la rodeaba: nietos, mujer, madre, valores universales y todo tipo de aporte personal que con su pluma pudo demandar en pos de una sociedad que, según su visión, debía ser más compasiva e igualitaria. Les propongo la lectura de algunos textos seleccionados que en ciertos casos precisan la ayuda de un diccionario.
El siguiente escrito es un homenaje celestial a la mujer y, en especial, a la mujer madre. Cuando lo leí, no dejé de pensar en mi abuela paterna, Rita, a quien no pude conocer; en mi abuela materna, Irene, que me amó; en mi madre, Coca; en mujeres hermanas, como Deny, Ruth. En Ángeles, mi esposa y compañera de vida. En Rosa María, mamá de Ángeles; en Amalia, mi hija amada, y en Violeta, mi nieta, que es aún una niña y quien tal vez en el horizonte de su vida tome el camino de la maternidad.
“Guerrera de la vida”, una noble descripción poética que surca en una parte de este texto escrito a máquina. Luego fue corregido con lapicera y quedó como una suerte de borrador. Ahora me permito publicarlo definitivamente.
Hay una prolífera producción de escritos de mamá. El siguiente texto, “Azúcar”, lo presentó públicamente como una colaboración hacia la Secretaría de Cultura de la ciudad de Aguilares. ¿Alguien en el municipio habrá leído este poema? No lo sé. Lo recibieron, seguramente. Pero si ha sido leído en profundidad me permito dudarlo. En honor a lo que ella escribió y en su memoria, comparto su pensamiento acerca del oro blanco extraído de los cañaverales tucumanos.
También dedicó su pluma para escribir sobre el capital valioso y humano, como son los hijos y los nietos.
Entre sus papeles, encontré un recorte de revista donde se destaca un texto de una hija a su padre. Es una revista literaria escolar que publica un par de textos ganadores, entre los cuales figura “Mi héroe”, de Paula Cejas (primera nieta), dedicado a nuestro hermano, Negro. Seguramente, un recorte valioso guardado con orgullo por mamá, y hoy lo rescato para darle luz a una pequeña escritora que dedicó tiempo y corazón a cada palabra.
Por el lado de papá, el canal de comunicación de sus escritos estaba relacionado con su rol de jefe de familia, preocupado y ocupado por la manutención de su hogar. Por ello precisó, en algún momento de ahogo económico, dirigirse con la formalidad que exigen las notas a un ministro de la nación argentina. El año fue 1971, y el destinatario, el ministro de Bienestar Social don Francisco Manrique.
Como asalariado del Ingenio Santa Bárbara a cargo de una familia compuesta por siete integrantes en su totalidad, lo cobrado era insuficiente para garantizar la educación de sus hijos. La premura de la situación lo llevó a solicitar una beca de estudio para cada uno de sus hijos. Y lo hizo a través de una laboriosa y bien elaborada carta dirigida a las más altas esferas del poder político nacional. No cualquier padre escribe de la manera en que lo hizo papá.
La envió en agosto de ese año y en diciembre recibió una respuesta. Los invito a leerla. De aquel purrete, chiquillo rebelde de la calle Rondeau a este hombre… ¡uf! Se notará una evolución increíble de su pensamiento en la calidad de la escritura de esa pieza epistolar que a continuación les presento.
La respuesta del ministerio llegó con fecha del 28 de diciembre de ese mismo año. Un día en que se malacostumbra mezclar el concepto de inocencia con las bromas bizarras. Un día que remite a las escrituras bíblicas y que nada tiene que ver con el uso vulgar que la mayoría utiliza para reírse de otros.
En fin, que la nota tenga una fecha estigmatizada como un día de matanzas de inocentes o de ignorantes risotadas no significa mucho. Habría que saber si la derivación a la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) tuvo algún eco favorable al pedido de auxilio económico. No lo sé.
Mientras esperaba respuestas más concretas que las que recibió de nación sobre el tema que le preocupaba, se ocupó de buscar ingresos económicos por fuera de su trabajo habitual. Visto estaba que los sueldos no aumentaban, pero sí el costo de vida. Entonces, acordó hacer trabajos de contaduría para un reconocido negocio de ventas de joyas en la ciudad de Aguilares. Pero pronto aparecieron los conflictos con el comerciante. Por supuesto, a la hora de pagar el trabajo acordado, ellos siempre salían con alguna sorpresa a su favor.
La nota original que más abajo se presenta es a modo de carta documento, donde responde papá al propietario en cuestión. No está tan legible, así que comentaré lo más destacado del intercambio epistolar. El comerciante le reclama una deuda ($ 4.180) que papá debía. Pero, según las facturas, era por un total de $ 3.290. La diferencia de $ 890 es el foco del conflicto.
La pregunta es ¿por qué papá debía, si él trabajaba en esa casa? Seguramente, al ser una joyería, él sacaba a cuenta de su trabajo algunos colgantes, relojes, pulseras y anillos que regalaba a mamá y que, además, él gustaba de usar, sin ninguna duda. Soy testigo de haber visto en su pieza o mesita de luz estos menesteres. El gusto por lucir estos accesorios personales me lleva a pensar que eso era lo que había visto siendo un purrete en aquella casona opulenta de crianza en la calle Rondeau. Tal vez se las hubiera querido regalar a su madre cuando tuviera un trabajo. Ya no la tenía, pero sí tenía a mujeres como mamá, Rita (Deny) y Ruth. A ellas destinaba estos delicados gustos cuando hacía trabajos de contabilidad en el negocio del conflicto del que hablamos.
¿Cómo se resolvió la cuestión? En la carta papá le contesta que, como el comerciante nunca había tenido la gentileza de preguntarle cuáles eran sus honorarios, él decidió valorizar el trabajo en una suma superior, por un balance hecho en el año 1973. La deuda de papá era del año 1974. La guerra de notas entre ambos es del año 1975. En consecuencia, como se debían mutuamente, el comerciante debía cobrarse de lo que le debía a papá, y el saldo, disminuido a casi nada, cobrarlo en su domicilio de calle French al 1853. Esta era una deuda que él no tenía ningún inconveniente en cubrir.
Leer esta contestación me hizo acordar a la forma en que Diego Maradona solía dirimir conflictos con rivales futbolísticos, dirigentes o periodistas. Decía Diego: “Segurola y Habana 4310, séptimo piso. Y vamos a ver si me dura treinta segundos”. Quienes conocieron y conocimos a papá podemos decir del temperamento que lo caracterizaba. Invitar al dueño de la joyería a llegarse a su casa a cobrarle era un desafío que dudo que se haya cumplido de parte del comerciante. Tal vez sí.
Papá era hombre de diálogo y de vías diplomáticas, pero también de agarrarse a piñas, si era necesario. Segurola y Habana. French 1853. Barrio Colón. Te espero. Hombres sufridos y carenciados desde la niñez. Se parecen.
***
Ser padres nuestros no les impidió abrirse generosamente a la comunidad. El llamado a ser dirigentes y diligentes sociales era algo que los atravesaba cuando miraban a su alrededor. En algunos casos, se embarcaron juntos, como, por ejemplo, al ser grandes colaboradores de las escuelas públicas. Hay documentos que dan cuenta del reconocimiento recibido por parte de la comunidad educativa local. El siguiente corresponde a la escuela Emilio Carmona de Barrio Colón, a dos cuadras de casa.
Siempre se mantenían involucrados donde estuviéramos sus hijos, en instituciones educativas, sociales, deportivas y religiosas. Esta última es donde mamá desarrolló una amplia y generosa actividad como referente importante a la hora de organizar reuniones de señoras y señoritas para una iglesia evangélica. Adoptó el camino de la fe por esta rama de la creencia desde su niñez. Fue muy respetada entre los hombres, que generalmente ocupan y relegan la participación femenina a lugares específicos. De todas maneras, ella integraba la comisión de responsables de esa institución, era una voz escuchada y, además, militante en territorio, viendo las necesidades materiales y espirituales de mujeres y familias carenciadas. Algunos reconocimientos y dedicatorias quedaron por escrito y se los presento.
Lo que sigue es una breve carta recibida por mamá, y quien la envía es Juana de Miles. Esta era una mujer inglesa, que fue misionera por muchos años en Argentina, de buen dominio del lenguaje español. En la carta, se disculpa por haber dejado esperando en Aguilares a un grupo de señoras de la iglesia, quienes acompañarían hasta la localidad de Santa Ana, a doce kilómetros, para compartir una reunión de fe entre mujeres. Doña Juanita, como cariñosamente la nombraba mamá, venía en esta ocasión desde San Miguel de Tucumán, en un transporte particular con otro grupo de señoras.
Mamá, con treinta años, junto a Juana Miles. Santa Bárbara, 1960. Los niños son Cacho y Deny (escondida).
Esta foto en blanco y negro nos remite a la localidad de Santa Bárbara, departamento Río Chico, provincia de Tucumán. Allí se emplazaba el casco de la fábrica azucarera denominada Juan Manuel Terán S. A., cuyo dueño por ese entonces era don Máximo Terán Echecopar. Era esta una familia adinerada de la dinastía de los Terán Nougués, de la clase social alta y rica de Tucumán.
A continuación, transcribo una crónica de los orígenes de la fábrica azucarera para entender la actividad socioeconómica de los habitantes de este pueblo.
El ingenio, fundado en 1884 por don José Vergnes, es adquirido en 1901 por el Dr. Juan Manuel Terán, juntamente con su hermano Octavio y el Sr. Enrique Grunauer, y en 1906, quedó por compra a sus socios como único dueño el Dr. Juan Manuel Terán, cuyo nombre llevaba la sociedad anónima constituida en el año 1924, en que falleciera el industrial que a la vez fuera parlamentario, juez, jurisconsulto y profesor. Su vasta cultura y constante inquietud por el bienestar de las clases populares lo llevaron a implantar un sistema de trabajo en su fábrica que, por aquel entonces, era una