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"1977 - Memorias de un año feroz" es un relato familiar basado en hechos reales ocurridos en el año 1977 en la provincia de Tucumán, durante la última dictadura militar. Tiene un enfoque desde el punto de vista de la memoria, donde el autor, siendo un adolescente, relata como testigo el sufrimiento padecido ante la desaparición de sus hermanos mayores. Un varón y una mujer, jóvenes estudiantes universitarios provenientes del interior tucumano. El aporte de documentos presentados ante la Justicia tucumana, que son de dominio público, fue fundamental para esclarecer quiénes fueron, con nombres y apellidos, las víctimas que pasaron por el centro clandestino de detención ilegal denominado LA JEFATURA. Allí figuran ellos. Es el devenir de una familia asolada que busca desesperadamente a sus hijos, los cuales son liberados después de meses de cautiverio. El post dictadura muestra a los sobrevivientes en lugares sociales y laborales desde donde intentan rehacer sus vidas. Sobre el final, un testimonio valiente en primera persona de quien se animó a sacar a la luz tamaña oscuridad en sus vidas. Marzo 2021 Aguilares, Tucumán
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Seitenzahl: 65
Veröffentlichungsjahr: 2024
JORGE CEJAS
Cejas, Jorge1977 : memorias de un año feroz / Jorge Cejas. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5495-6
1. Memoria. 2. Relatos. I. Título.CDD 808.883
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Capítulo 1 - Amanecer ilegal y clandestino
Capítulo 2 - Cambio de pensión
Capítulo 3 - Mis cumpas
Capítulo 4 - ¡Dale campeón!
Capítulo 5 - Ayer, por no querer a la Patria y hoy, por quererla demasiado
Capítulo 6 - Yo, argentino Ledesma
Capítulo 7 - Una razzia policial en carnaval
Capítulo 8 - Esta noche vienen por vos
Capítulo 9 - Una cena digna
Capítulo 10 - ¡Ay!, mi Tucumán querido
Capítulo 11 - Conversaciones con mi hermana
A la memoria de mis padres, abuelos, Martin, Rosana y Jorgito. A Rosa Maria mi madre política.
Dedicado a mis hermanos,
a mi esposa y compañera de vida Ángeles, a mis hijos, nietos y a nuestra descendencia..
“¿Cuánto hay que recordar y cuánto hay que olvidar para poder continuar…?”
Escribo estas memorias basadas en hechos acontecidos en el “Jardín de la República” Argentina, durante el año 1977. Centro mi relato en ciudades como San Miguel de Tucumán, capital de la provincia y dos pueblos importantes del sur tucumano. Aguilares y Concepción. Donde nuestra historia familiar fue una de las muchas que padeció los años de plomo de la última dictadura militar. Con especial enfásis narro mis vivencias siendo adolescente sobre el secuestro, detención ilegal, tortura y posterior liberación de mis dos hermanos mayores. Ambos, hijos de Julio Armando Cejas (Ñato), trabajador entonces de la fábrica Azucarera Ingenio Santa Barbara y de Elisea Rosa Salica (Koka), ama de casa y estudiantes de la Universidad Nacional de Tucumán, hasta junio del año mencionado. Mi hermano mayor, Julio Armando Cejas (h), con apodo familiar, “Negro”, 25 años, cursando Medicina y mi hermana Rita Irene Cejas, apodada “Deny”, 22 años, en la carrera de Bioquímica y Farmacia.
Al escribir los menciono con nombres y apellidos porque sus nombres tomaron estado público en el año 2010 a través de un diario nacional, fecha en la cual un testigo arrepentido de la policía tucumana de aquel entonces, presenta ante la Justicia documentación con los registros de personas detenidas y sus destinos finales. Información clave para el proceso de la megacausa “Jefatura de Policía” iniciada en la Justicia tucumana para juzgar y condenar a los responsables mayores, Menéndez y Bussi, por los delitos de lesa humanidad. Parte de esa documentación aporto en este relato donde figuran no tan solo mis dos hermanos mayores, sino además el seguimiento y fallido intento de secuestro de un tercer hermano, Oscar Dario Cejas, apodado “Cacho, 20 años, también estudiante de Agronomía de la alta casa de estudios de Tucumán. Mi hermana menor, Ruth Elisea Cejas de 10 años por entonces y yo con 17 fuimos los testigos silenciosos del pavor sufrido en nuestra familia.
Me reservo la mención de apellidos de familiares directos e indirectos como así también de vecinos, amigos y personas circunstanciales. En estos casos van denominados con un apodo o nombres propios. Sí menciono nombres completos en casos de personas a las que quiero honrar. Escribir las memorias de un tema tan sensible y esquivo para muchos, podría herir sensibilidades o generar victimizaciones innecesarias. Creo que aún existen quienes prefieren no hablar de ciertas cosas. O hablar desde la ignorancia. Por suerte y gracias a la presencia en la calle de los organismos de derechos humanos acompañados de mucha juventud esto es posible revertir en las generaciones venideras. Lo veo ya en mis hijos jovenes mayores que tienen total apertura y libertad de mente para dejar sentada su posición con respecto a que los delitos de lesa humanidad no prescriben.
La vida post dictadura de mis hermanos fue permanecer en el seno de nuestro hogar. En Aguilares. Afincados en esa casa de barrio que supo albergarnos desde niños y en estrecho contacto íntimo con el deporte, el aire libre, viejos amigos, la música y las tranquilas aguas de dos ríos que se erigen como límites naturales de la ciudad.
Nadie siguió estudiando después de tanta calamidad. Hasta que el retorno de la democracia en el año 1983, permitió en parte retomar nuevos estudios. La mayoría de nosotros elegimos el magisterio. La docencia. Carreras al alcance del bolsillo y cerca de casa. Mi hermano mayor formó familia en la capital tucumana y entre el empleo nocturno en una farmacia y el estudio retomado de medicina logró graduarse en el año 1995.
En los Capítulos finales relato lo paradójico que es vivir en la provincia de Tucumán. Tierra arrasada en los años setenta y en los noventa siendo gobernada por un genocida que no saciaba su hambre de poder. En una fecha emblemática mi hermana pierde a una hija de trece años. Mi hermano se recibe de médico cuando las paredes de Tucumán estaban empapeladas con afiches de Bussi. En mi caso tuve que estrechar su mano de gobernador al recibir mi vivienda. También tuve que prestar el servicio militar obligatorio en el año 1979. El mismo estado terrorista que persiguió a mis hermanos me “protegía” bajo bandera de esos apátridas. Hay casos y cosas que no se terminan de entender ni de cambiar.
¿Habrá alguna vez, un nunca más definitivo?
8 de junio de 1977.
Me encontraba viviendo en casa de mis tíos maternos: José Francisco S. y Rosa C. Por ese tiempo la habitaban también mis primos Chacho, Bety y Raúl . Hermosa casa del barrio Haimes de la ciudad de Concepción. A doce kilometros de Aguilares, mi ciudad de origen. Dos ciudades del sur de la provincia de Tucumán que a la fecha siguen mirándose de reojo. Rivalidades políticas, deportivas, culturales y de estilos de vida erigen un muro invisible de disputa por ser los mejores en todo. Lo que no impide que sean lugares comunes que generen el estudiantado secundario con un destino académico, en su mayoría, en la Universidad Nacional de Tucumán. Para acceder a la gran capital tucumana media un recorrido de cien kilómetros aproximados.
Con 17 años de edad estaba cursando el quinto año de la Escuela Técnica de esa ciudad. Por entonces, recibía albergue en ese hogar por pedido de mis padres a quienes les resultaba dificil economicamente costear el transporte de cada día con cuatro pasajes diarios. Mi papá, era un empleado administrativo de la compañía azucarera del Ingenio Santa Bárbara, y mi mamá, una notable ama de casa a cargo de la logística de cinco hijos. Tres estudiantes universitarios lejos de casa, mi hermana menor en la primaria y yo cursando la secundaria en un ir y venir semanalmente entre ciudad y ciudad.
Dedicaba mis días al estudio y en algún tiempo libre al deporte. Mi tía Rosa fue una especie de tutora, además de ser una excelente ama de casa, madre y siempre dispuesta a que reciba la mejor atención. Con mi tío José Francisco nos veíamos en el almuerzo y durante las tardes. Compartíamos el mismo horario de salida y regreso de nuestras obligaciones. Él como jefe de la oficina de materiales en el ingenio azucarero “La Corona” y yo en la “escuela industrial”.
Con él recordabamos nuestros parientes y algún que otro chiste sobre el temperamento de mi papá a la hora de jugar al fútbol. Mi tío y mi padre, cuñados, tenían un vínculo muy fuerte y ameno. Con mis primos tenía una excelente relación, tanto de ayuda para los estudios como para bromearnos. Esa era mi vida hasta ese momento. Estudiar y vivir dignamente.