Bajo la luz del norte - Louise Fuller - E-Book

Bajo la luz del norte E-Book

Louise Fuller

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Beschreibung

El objetivo de él era conseguir que las relaciones románticas fuesen fáciles. Lottie Dawson se había quedado atónita al descubrir la identidad del padre de su hija, aquel irresistible desconocido con el que había pasado una única e increíble noche. Ella no había conocido a su padre, de modo que tomó la decisión de encontrar a Ragnar Stone por el bien de su hija, a pesar de que lo que aquel hombre la hacía sentir le aterrase… La caótica infancia de Ragnar le había inspirado para crear su millonaria app de citas. Cuando Lottie le reveló que el indescriptible encuentro de ambos había tenido consecuencias, decidió de inmediato y sin dudas reclamar a su bebé. Pero los sentimientos que despertaba Lottie en él… ¡eso era infinitamente más complicado!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Louise Fuller

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Bajo la luz del norte, n.º 2758 - enero 2020

Título original: Proof of Their One-Night Passion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-043-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

FROTÁNDOSE los ojos, Lottie descorrió la cortina y miró a través de la ventana de su dormitorio. El jardín estaba oscuro, pero se oía el ritmo constante de la lluvia y, en el cristal, se veían gruesas gotas de agua.

Bostezó y miró el reloj que tenía junto a la cama. Eran solo las cinco y media de la madrugada, una hora desagradable en casi cualquier día del año, pero sobre todo en una noche húmeda y fría de noviembre en la zona rural de Suffolk. Por una vez, las costumbres mañaneras de su hija de once meses resultaron ser una ventaja. Iban a ir a Londres, y necesitaba levantarse ya.

Miró a la cuna en la que Sóley dormía, sus rizos rubios aplastados, la boquita cerrada junto al oso de peluche. Lottie se acercó a ella y la pequeña levantó sus bracitos gordezuelos y comenzó a moverlos.

–Hola –la saludó, y la tomó en brazos, apretándola contra su pecho.

El corazón se le inflamó. Era tan preciosa, tan perfecta… había nacido en diciembre, en el día más corto del año, y había sido tan bienvenida como el sol dorado impropio de aquella estación que había aparecido para celebrar su nacimiento y que había acabado sugiriendo su nombre.

–Vamos a prepararte el bibe –le susurró.

Bajó las escaleras, encendió la luz de la cocina y frunció el ceño. En el fregadero había una sartén y los restos resecos de un sándwich de beicon adornaban la mesa, llena de migas. A su lado había una caja de herramientas abiertas y una máquina de tatuar.

Le gustaba vivir con su hermano Lucas, y era maravilloso con Sóley, pero medía casi metro ochenta y cinco, y a veces tenía la sensación de que su pequeña casita no era lo bastante grande para él, sobre todo porque su idea de la domesticidad se reducía a quitarse las botas para dormir.

Se cambió a Sóley de lado.

–Fíjate la que ha liado el tío Lucas –le dijo a la niña, mirando sus preciosos ojos azules.

Pero no había tiempo de ocuparse de eso si quería que estuvieran en Londres a las once en punto. Mientras llenaba la tetera, el corazón le dio un vuelco. La galería Islington era pequeña, pero iba a albergar su primera exposición en solitario.

Era increíble que algunas de sus piezas se hubieran vendido ya, y más increíble aún que la Barker Foundation quisiera hacerle un encargo. Conseguir fondos era dar un gran paso que no solo la ayudaría a seguir trabajando sin tener que dar clases nocturnas, sino que con ellos podría también ampliar el taller. De hecho, su familia no lo sabía, pero había podido disponer de una cantidad con la que dar una entrada para aquella casa gracias al dinero que su padre biológico le había dado, un hombre cuya existencia desconocía hasta hacía dos años.

Probó la temperatura de la leche, le entregó a la niña el biberón y volvieron a subir. Mientras abría los cajones, recordó cómo había sido el momento en que por fin había conocido a Alistair Bannon en la gasolinera de una autopista.

Se había pasado horas de niña mirándose en el espejo, intentando adivinar qué rasgos de su cara se parecían a él, pero desde el momento mismo en que despegó los labios, supo que no pretendía reconectar con su hija, ya adulta. No es que no la aceptase, sino que simplemente no había sentido necesidad de conocerla, y su encuentro había resultado extraño, forzado y breve.

Se oyó dese arriba el golpe de unas botas en el suelo. Lucas se había levantado.

¿Qué diría su hermano si le mostrase la carta que había enviado después su padre? Era educada, escogidas con esmero las palabras para no ofrecer un rechazo demasiado obvio, pero al mismo tiempo sin esperanza, diciendo, en resumen, que era una joven maravillosa y que le deseaba toda la suerte del mundo. En el sobre iba un cheque por la cantidad que esperaba que cubriese la contribución económica que debería haber tenido durante los años que se había perdido.

Ver aquello le había revuelto las tripas, y a punto había estado de hacerlo pedazos. Pero entonces se había quedado embarazada.

Se miró el cuerpo desnudo, las líneas plateadas que eran apenas visibles en su vientre. Ser madre quedaba para ella en un futuro muy lejano, de modo que ni siquiera se le había pasado por la cabeza la posibilidad de estar embarazada, y había ido al médico a consultarle aquel pertinente malestar estomacal, un malestar que, tres días después, había pasado a ser oficialmente un bebé.

Un bebé que, como ella, iba a crecer sin conocer a su padre. La verdad es que ni siquiera estaba del todo segura de cómo había ocurrido. Habían usado protección, pero la primera vez había sido tan frenética, tan urgente, que de alguna manera debía haber fallado.

Con un estremecimiento se vistió, intentando no pensar en el acelerado latido de su corazón.

Recordaba perfectamente la noche en que su hija había sido concebida. De hecho, era poco probable que la olvidase. El calor y el frenesí se habían apagado, pero el recuerdo permanecía en sus huesos y en su piel, hasta el punto de que, a veces, creía ver una cabeza rubia y unos hombros anchos, y tenía que pararse y cerrar los ojos para bloquear la urgencia del deseo.

Ragnar Steinn.

Nunca lo olvidaría.

Era imposible.

Sería como olvidarse del sol.

Pero, a pesar de tener el cuerpo musculoso y el perfil limpio de un dios nórdico, había demostrado ser tristemente humano en su comportamiento. No solo le había mentido sobre su paradero y sobre que quería pasar el día con ella, sino que se había escabullido de su lado antes de que amaneciera.

Sin embargo, juntos habían creado a Sóley, y no había cantidad de mentiras, de dificultades o de soledad que pudieran empujarla a lamentar el nacimiento de su preciosa hija.

–Parece que viene nieve –comentó Lucas al verla entrar en el diminuto salón llevando a la niña a la cadera y dando un mordisco a una tostada.

Tenía puesto el viejo televisor y estaba devorando lo que quedaba del sándwich de beicon.

–Siento este lío –se disculpó con una sonrisa–. Ahora recojo, te lo prometo. Y voy a cortar leña. La tendré preparada antes de que las temperaturas empiecen a bajar. ¿Quieres que me ocupe un rato de Little Miss Sunshine?

–No, pero nos vendría bien que nos llevaras a la estación.

–Vale, pero solo si me dejas achucharla un poco.

Levantó los brazos y Sóley se inclinó hacia él. Ver cómo la niña se tiraba a los brazos de su hermano hizo que el enfado que tenía con él desapareciera, viendo cómo la niña se agarraba a su pelo y le arrancaba una mueca de dolor.

–Podías poner agua para el té, ya que estás levantada…

Miró el reloj. Aún le quedaba tiempo.

–Vale –suspiró.

–¿Sabes? Creo que Sóley está bastante más espabilada que la mayoría de críos de su edad –oyó decir a Lucas mientras encendía el fuego.

–¿Tú crees?

Para ser un tío tan despreocupado en general, su hermano se había vuelto muy competitivo en cuanto a su sobrina.

–Sí… mira. Está viendo las noticias como si las entendiera.

–Estupendo. Así seremos dos contra uno cuando haya partido de fútbol.

–No, en serio. Parece hipnotizada con ese tío. Mira, ven.

–Ya voy.

Salió de nuevo al salón. Era cierto. Sóley parecía fascinada.

La entrevistadora parecía mirar a su entrevistado con la misma fascinación que su hija, de modo que durante un instante Lottie solo registró un hombre de pelo rubio y ojos del azul frío y limpio de un glaciar. Entonces sus facciones se enfocaron y abrió la boca de par en par.

Era él.

Era Ragnar.

Había querido contactar con él al enterarse de que estaba embarazada, y después volvió a intentarlo al dar a luz, pero los dos habían cerrado sus perfiles en la app de citas que habían utilizado para conocerse, y no había encontrado ni rastro de Ragnar Steinn por ningún lado.

–¿Quién es? –le preguntó a su hermano, mientras una corriente helada le subía por la espalda–. O sea, ¿por qué está en la tele?

Menos mal que Lucas estaba demasiado distraído para notar que tenía la voz distinta.

–Ragnar Stone, el dueño de esa app de citas. Parece ser que va a lanzar una versión VIP.

–¿App de citas? –repitió. Tenía la sensación de que el aire no le llegaba a los pulmones.

–Ya sabes… ice/breakr.

Había salido con él creyendo que era simplemente una persona que, como ella, utilizaba la app para conocer gente. No sabía que era el propietario… y estaba casi segura de que él no se lo había mencionado.

Lucas la miró.

–Claro que lo sabes… –musitó.

Había sido él quien la había inscrito. Él quien la había animado a responder a la pregunta «rompehielos». Podía versar sobre cualquier asunto, desde política a vacaciones. Estaban diseñadas para suscitar una respuesta instintiva que, al parecer, ayudaba a que los emparejamientos fuesen mucho más acertados que una foto y una lista de cosas que te gustaban o que detestabas.

¡Ragnar Stone!

Así que le había mentido incluso sobre su apellido.

Respiró hondo intentando absorber aquella nueva versión de los hechos.

–¿Está en Londres?

–Sí, para el lanzamiento. Tiene una oficina aquí –Lucas le había dado a la niña un trocito de plátano y le estaba limpiando la boca con la manga de la camisa–. Una de esas naves reconvertidas en los Docklands. ¿Te acuerdas de Nick?

Ella asintió. Era uno de sus amigos. Tocaba la batería en su grupo, y era artista de grafitis.

–Hizo un dibujo en toda la pared del edificio de Stone. Me enseñó unas fotos y era la caña.

–¿Lo conoció en persona?

–Qué va. Lo más que puedes esperar de un tío así es poder seguir su estela.

Sí, seguramente era así. Eso era lo que había ocurrido, en resumen, veinte meses atrás en la habitación de su hotel. Si no lo había visto claro antes, las palabras de Lucas la habían hecho consciente de que ni Sóley ni ella iban a figurar de modo permanente en su vida.

–¿A qué hora quieres que te lleve?

Respiró hondo y miró a su hermano, pero su mirada se negó a quedarse en él y, como una brújula que siempre señala el norte, sus ojos acabaron en la pantalla del televisor, pegados al rostro de Ragnar: la artista que había en ella, respondiendo ante la limpia simetría de sus facciones, y la mujer que había en ella, recordando la presión de su boca. Era tan guapo, tan parecido en todo a su preciosa hija: su cabello rubio y sus ojos azules. Todo excepto los hoyuelos de las mejillas, que eran suyos.

Sintió un pinchazo por dentro. ¿Y si era algo más que el parecido físico? Crecer sin saber de dónde venía la mitad de su ADN había sido difícil, sobre todo cuando su madre y su hermano eran tan parecidos en carácter. Le había hecho sentirse incompleta, sin terminar, y conocer por fin a su padre no había cambiado nada. Había sido demasiado tarde para que pudieran tejer un lazo y conocerse.

Pero, ¿habría sido distinto si hubiera sabido de ella cuando era un bebé? Y lo que era más importante: ¿podía negarle deliberadamente a su hija la oportunidad de tener lo que ella había deseado con tanta desesperación?

Tardó unos segundos en decidirse.

–Oye, Lucas, sí que me vendría bien que cuidaras a Sóley un rato –dijo, mirando a la niña–. Hay algo que tengo que hacer. En persona.

 

 

 

Conceder entrevistas era seguramente la parte que menos le gustaba de ser CEO, pensó mientras se levantaba para estrechar la mano del joven periodista que tenía delante. Era tan repetitivo… además, la mayoría de preguntas podrían ser respondidas por cualquier recién llegado a su departamento de Recursos Humanos. Pero, como le había dicho aquella mañana Madeline Thomas, su directora de comunicación, la gente estaba deseando conocer la personalidad de detrás de la marca, así que había concedido veintidós entrevistas con apenas un descanso de media hora para comer.

Y ya había terminado.

Se quitó la americana, se aflojó la corbata y se puso una sudadera de capucha negra cubriéndole la cabeza cuando su asistente personal apareció por la puerta.

–¿A qué hora viene a recogerme el coche por la mañana? –le preguntó mientras echaba mano al portátil que tenía sobre la mesa.

–A las seis y media. Tienes una reunión con James Milner a las siete, con el equipo de gráficos a las ocho y desayuno con Caroline Woodward.

–Nos vemos mañana –se despidió con una sonrisa–. Y gracias por haberlo organizado todo tan bien hoy, Adam.

Tomó el ascensor y se pasó la mano por la cara. Una semana más, y podría tomarse unos días de descanso.

Sabía que lo había estado retrasando demasiado. Su ritual anual de dos semanas para recargar las pilas había quedado reducido a un par de días robados, pero desde que había lanzado ice/breakr dos años atrás, su vida se había vuelto una locura.

Trabajar todas las horas del día, comer y dormir de camino a cualquier parte en habitaciones de hotel, todo ello con el telón de fondo de su preciosa, loca y caótica familia, siempre interpretando su propia versión de las antiguas sagas nórdicas, llenas de traición y chantaje.

Miró el teléfono e hizo una mueca. Tres llamadas perdidas de su media hermana Marta, cuatro de su madre, seis mensajes de su madrastra Anna y doce de su hermanastro Gunnar.

Se estiró y guardó el teléfono en el bolsillo de la sudadera. Ninguna sería urgente. Nunca lo eran pero, como a toda reina del drama, a su familia le encantaba tener audiencia.

Pues, por una vez, iban a esperar. En aquel momento, lo único que deseaba era hacer un poco de ejercicio y tirarse en la cama.

Las puertas del ascensor se abrieron y volvió a subirse la capucha, saludó con una inclinación de cabeza a la recepcionista y salió al aire frío de la noche.

No oyó las palabras de la recepcionista, pero sí la voz de una mujer que parecía provenir de dentro de su propia cabeza.

–Ragnar.

En aquel mismo instante se dio cuenta de dos cosas: una, que reconocía aquella voz, y dos, que su corazón latía con la fuerza y la rapidez de una granizada.

Su pelo castaño claro estaba más largo, parecía más preocupada, pero por lo demás estaba exactamente igual que veintitantos meses atrás. Sin embargo, también había algo distinto en ella que no terminaba de identificar. ¿Más joven, quizás? O puede que fuera la impresión de que no iba maquillada, cuando las mujeres de su círculo siempre lo iban.

–Pasaba por aquí. Tengo una exposición un poco más arriba… –señaló vagamente–. Te he visto salir. No sé si te acuerdas de mí… –dudó.

–Me acuerdo –cortó, pero solo porque oír su voz estaba poniéndole la cabeza del revés. Era una voz que nunca había olvidado. Una voz que había pronunciado su nombre en circunstancias bien diferentes, en la habitación de un hotel a menos de un kilómetro de allí.

Vio que sus pupilas se dilataban y supo que estaba pensando en lo mismo, y los dos permanecieron en silencio un instante, con el recuerdo de aquella noche vibrando entre ellos. Un segundo más tarde, se acercó y le dio un abrazo breve y neutro.

O pretendía que fuese neutro, porque en cuanto percibió el olor cálido y floral de su piel, todo su cuerpo zumbó como un cable cargado de electricidad.

–Por supuesto que me acuerdo –dijo, retrocediendo–. Lottie. Lottie Dawson.

–Sí. Yo sí me llamo así.

La acusación estaba clara, y sintió que el pecho se le contraía al recordar las mentiras que le había contado. Había crecido en el entorno siempre cambiante de su familia, lo que le había hecho detestar la mentira, pero aquella noche se habían conocido a través de una app de citas, y siendo su creador y su propietario, el anonimato le había parecido una precaución razonable.

Pero las mentiras no se habían limitado a ocultar su identidad. Los asuntos caóticos y teatrales de su familia le habían hecho desconfiar de las relaciones, así que cuando al despertar se había encontrado planeando el día con Lottie, había decidido marcharse, porque planear un día con una mujer no estaba en su agenda.

Ni lo estaba, ni iba a estarlo. Nunca.

Su vida ya era bastante complicada. Tenía padres y padrastros, y siete hermanos y hermanastros repartidos por todo el mundo a los que no les duraban las relaciones. Y no solo eso: su interminable lista de aventuras que se solapaban y se rompían después, y el dolor y la tristeza inevitable que las acompañaba, parecían compañeros inevitables de cualquier compromiso.

Le gustaba que la vida fuese clara. Sencilla. Honrada. Por eso había creado ice/breakr en un principio. Si planteando una pregunta cuidadosamente pensada la gente podía encontrar a una persona que estuviese a la altura de sus expectativas, se podían evitar traumas innecesarios.

O esa era la teoría.

Aunque estaba claro que había un fallo en alguna parte. ¿Un fantasma en la máquina, quizás?

–Así que nada de Steinn, ¿eh?

Se miraron a los ojos. No era lo que se dice una belleza, pero le resultaba intrigante. Ordinaria y extraordinaria al mismo tiempo.

Y luego estaba su voz.

No era solo su tono grave, sino el modo que tenía de alargar algunas sílabas, como si fuera una cantante de blues. De hecho la había juzgado por su voz, dando por hecho que llevaba a las espaldas demasiadas noches de juerga y una historia de rupturas, pero la noche que habían pasado juntos había revelado una falta de confianza y una torpeza que había sugerido precisamente lo contrario. No es que se lo hubiera preguntado, o le importase. De hecho, había servido para que su apasionada respuesta a él le resultase aún más excitante.

–En cierto modo, sí lo es –contestó, decidido a bloquear aquellos recuerdos–. Steinn es Stone en islandés. Era solo un juego de palabras.

Ella siguió mirándolo a los ojos.

–Lo mismo que llamar a tu app ice/breakr, ¿no?

Así que sabía lo de la app.

–Quería probarla. Hacer de maniquí de prueba, podría decirse.

Ella se encogió y él sintió tensión en los hombros.

–No pretendía engañarte.

–¿Sobre qué? ¿Sobre que querías pasar el día conmigo? ¿No crees que habría sido más justo y más honrado que me hubieras dicho sin más que no querías pasar más tiempo conmigo?

Ragnar la miró en silencio, apretando los dientes contra el escozor de sus palabras. Sí que lo habría sido, pero también habría sido una clase distinta de mentira.

–No era mi…

–No importa –cortó con un movimiento de la mano–. No es esa la razón de que esté aquí. Hay un café abierto un poco más arriba…

Lo sabía. Era uno de esos cafés artesanales, bien iluminados, con camareros barbados y mostradores de madera desnuda. No como el café en penumbra en el que habían quedado la otra vez.

Recordaba bien verla entrar. Era una de esas noches tan frías de marzo que le recordaba a su casa, y había un montón de gente refugiada en el bar.

Estaba a punto de marcharse. Una mezcla de trabajo e historias familiares habían dejado reducida su vida personal a un encuentro con el entrenador personal por las mañanas y alguna cena ocasional con inversores, y cayó en la cuenta de que su app llevaba ya casi tres meses funcionando.

Y sin más, había decidido probar.

Había llegado temprano por costumbre. Era una disciplina que abrazaba quizás porque, desde que era niño, tener la posibilidad de ordenar sus ideas en paz era una rareza. Pero cuando Lottie entró, todo pensamiento racional se desvaneció. Tenía las mejillas arreboladas, y parecía no llevar más que la trenca negra y las botas de tacón.

Una pena que no fuera así, y que debajo llevase ropa.

–¿Y quieres que vaya contigo?

Ella lo miró y hubo un instante de silencio antes de que asintiera.

El pulso se le aceleró.

Habían pasado casi dos años desde aquella noche.

Estaba agotado.

Su responsable de seguridad se iba a quedar hecho polvo.

Y sin embargo…

 

 

El café tenía aún bastante clientela. Tuvieron que esperar su turno para pedir, pero consiguieron encontrar una mesa.

–Gracias –le dijo por el café que tenía en la mano.

Iba a pagar, pero ella se había puesto delante de él, desafiándolo con la mirada de sus ojos castaños. Pero en aquel momento, esos mismos ojos lo estaban evitando, y por primera vez se preguntó por qué lo habría querido encontrar.

–Bueno, soy todo tuyo –dijo.

–¿Seguro?

–¿De qué va todo esto? ¿De que te di un nombre falso?

–Por supuesto que no. Yo no… la verdad es que no pasaba por aquí de casualidad, y no vengo en realidad por mí –respiró hondo–. Vengo por Sóley.

Su expresión se suavizó y una sonrisa se le dibujó en los labios. Ragnar sintió deseos de acariciar con el dedo la curva de sus labios para desencadenar una sonrisa como aquella solo para él.

–Es un nombre bonito.

Ella asintió.

Era poco común fuera de Islandia.

–¿Quién es Sóley? –preguntó.

Ella permaneció callada menos de un minuto, pero a él le pareció mucho más… lo suficiente para que mentalmente fuese revisando todas las respuestas, posibles e imposibles.

–Es tu hija. Nuestra hija.

Se la quedó mirando sin hablar, aunque una cacofonía de preguntas le estallaban en la cabeza.