Bazar de decisiones - Maria Borjas - E-Book

Bazar de decisiones E-Book

Maria Borjas

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Beschreibung

La vida es un Bazar de decisiones, es una novela trepidante basada en la vida real, en la cual un ser humano muy humano recorre una vida excepcional. Una vida en donde abarca una infancia de necesidad como una infancia más adelante de opulencia o abundancia. Un secuestro. El narcotráfico. Un viaje por todo el mundo de varios años. La tristeza de saber que sus seres queridos están abatidos por su ausencia o por la desgracia. El reencuentro con seres que no eran tan queridos pero empiezan a significar algo diferente para él en su vida. La prisión. La tristeza. La enfermedad. El encuentro con una luz y a partir de la esperanza emprender una vida nueva a una edad avanzada. No hay que postergar la existencia, hay que hacer todo lo posible por cultivar la vida en el aquí y el ahora. Una vida desperdiciada es una desgracia, la vida es lo único que tenemos. La historia de Roberto no se narra de manera gratuita, hay un mensaje el cual rescatar, y esa historia es la que impacta en Marcia, quien escribe las cuitas de Roberto y resalta el mensaje esperanzador de este personaje, víctima de las circunstancias pero que al final de sus días supo encontrar un mensaje verdadero el cual es importante difundir. En este, su primer libro, Marcia María Borjas sabe cómo compartir el mensaje.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Lourdes Rodríguez Borjas

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-674-6

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

A mis hijos Noemí y Samuel.

Son mi admiración

.

A ti… ¿cómo te gustaría ser recordado?

INTRODUCCIÓN

Desde que nacemos, continuamente estamos tomando decisiones. Primero nuestros padres o terceras personas lo hacen por nosotros, empezando con que ellos nos ponen nuestro nombre, que es nuestra carta de presentación de todos los días. Ellos deciden en qué escuela vamos a estudiar; ellos deciden si nos orientan en la vida espiritual; ellos deciden si nos dan los valores, si nos dan el apoyo que muchas veces necesitamos; ellos son los que deciden si nos dan su tiempo y sus enseñanzas; ellos deciden si cultivan nuestros dones y nuestros valores. En otras palabras, ellos van formando nuestra personalidad y nuestra vida.

Pero poco a poco nos vamos independizando y vamos tomando nuestras propias elecciones, al principio sin experiencia, dándonos topes por lo que escogimos, pero nos dan conocimiento. Algunas que tomamos sin reflexionar y nos arrepentimos toda la vida, otras bien tomadas que supimos valorar. Una decisión puede variar en trascendencia.

Muchas veces escogemos sin pensar, dejándonos llevar por nuestros sentimientos, por nuestro estado de ánimo, por no razonar con detenimiento, por capricho, por confiar, por despecho, y todo esto cambia la dirección de nuestras vidas.

Los jóvenes deben enfrentar un conjunto de desafíos en su proceso de convertirse en adultos como son los valores, estudios, amistades, trabajo, pareja. La decisión que tomen en esta etapa repercutirá en su porvenir.

Día a día, minuto a minuto, nos enfrentamos a la toma de decisiones. Desde que nos despertamos decidimos si nos levantamos inmediatamente o nos quedamos más tiempo; después decidimos qué ropa usaremos; elegimos qué desayunar; nos vamos al trabajo en donde va a haber muchas otras tomas de decisiones; en la noche decidimos dónde ir a divertirnos; decidimos qué amigos tener, ellos influirán para construcción o destrucción de nuestras vidas. Así como estas, hay muchas otras decisiones cotidianas.

Muchas veces no nos damos tiempo de reflexionar y pensar antes de actuar, no tomamos en cuenta que las malas decisiones pueden generan desequilibrio personal y desorden social, lo cual causa sufrimiento.

Cuando tomamos decisiones debemos asumir las consecuencias de los actos, aprender de los errores cometidos.

Es interesante escuchar cómo se conocieron las parejas que finalmente se casaron, muchas de ellas por haber tomado una decisión que nunca pensaron que fuera a ser tan trascendental en sus vidas. Hay historias interesantes como la de quien fue a una comida a la que no tenía deseos de ir y ahí se encontró a su futuro esposo, o esa historia en la que iba a entrar una persona por una puerta del taxi pero decidió entrar por la otra y al darse la vuelta se topó con quien llegaría hacer su tan amada pareja.

En fin, tantas decisiones que tomar, tanto que pensar y meditar para escoger nuestros caminos, que me siento como cuando voy a un bazar en donde primero tomamos lo que buscamos, algunas veces lo analizamos y decidimos si nos va a servir o no, o solamente vamos, nos dejamos llevar por lo que vemos y tomamos una mala decisión.

Me siento como si estuviera en un bazar de decisiones.

Este libro se basa en una historia de la vida real. Nuestro personaje principal se encontró en bazares poco comunes. Como todos, sus padres influyeron mucho para que tuviera una vida con muchas experiencias increíbles pocas veces escuchadas.

Los nombres utilizados en esta obra no son reales.

CAPÍTULO UNO

DECIDIR QUÉ LIBRO LEER

Roberto seguía sintiendo ese vacío dentro de su ser que había tenido a lo largo de sus 36 años, ese vacío que, por tratar de llenarlo en una forma equivocada, fue motivo para que llegara donde se encontraba en esos momentos: en la penitenciaría de las islas Marías.

Ha probado de todo en su corta vida, pero nunca se le ha quitado esa desesperación que algunas veces se adormecía pero otras no, como en esos momentos, en esa tarde, llena de sol con ese bello paisaje que, hacia donde volteara la mirada encontraba ese mar azul que está en continuo movimiento como diciéndole que está vivo, en donde los peces nadan en libertad, la libertad que no tenía. Son lugares que tantas personas disfrutan en familia: los niños con sus padres jugando con la arena, sintiendo en sus pies la caricia del mar cuando llega muchas veces de sorpresa, sentir cómo se sumen cuando el agua regresa, ver las olas que terminan con espuma como burbujas, como si el mar también estuviera contento al darnos esa alegría. Él estaba sintiendo el mismo sol que recibe toda la humanidad sin importar cómo somos, qué hacemos, qué pensamos, en dónde estamos.

Ahí, rodeado de sus compañeros convictos y de policías que continuamente los están vigilando, consciente de que está pasando esto por las decisiones que tomó en su vida.

Roberto ignoraba que esa era la última tarde que iba a permanecer en ese lugar. Llevaba seis años viviendo ahí.

Después de haber visto el mar sentado en un acantilado sobre una piedra con sus pies colgando, sintiendo y saboreando el aire salado que sentía en su cuerpo y su paladar, se paró sin saber a dónde ir. Caminó hacia la biblioteca. No acostumbraba entrar ahí, pero sus pies lo llevaron a ese lugar. Al entrar vio que las mesas estaban vacías, solo estaba el bibliotecario. En realidad no tenían muchos libros, ya que era poca la gente que los ocupaba.

—Buenas tardes, Roberto. Qué gusto verte por aquí. ¿Quieres leer algo en especial? —le dijo el bibliotecario, que era también un convicto.

—No, gracias; solo vengo a ver.

Pasó por la estantería de libros y los estuvo observando. Tomaba uno, lo leía, lo hojeaba y lo volvía a dejar. Algunos de ellos estaban con polvo; soplaba para verlos y volverlos a acomodar.

Mientras veía la librería, le llamó mucho la atención uno que se refería a México, decidió tomarlo; percibió un olor del libro que le recordó su niñez. Al hojearlo admiró los paisajes de la República Mexicana tan variada, saboreó la comida típica de cada estado, disfrutó al ver las festividades tradicionales de su país, se asombró de los animales y flores tan exóticos, observó los frutos con sus bellos colores. Lo que más valoró fue ver a la gente; todos irradiaban felicidad, se mostraban alegres sin importar su condición social. Vio la sonrisa de una niña pegándole a la piñata con sus ojos tapados; lo hacía tan fuerte que hasta sus trenzas brincaban con alegría. Y qué decir de la sonrisa de los niños en su edad de inocencia, y los ancianos con esas arrugas que daban ternura.

Empezó a meterse muy de fondo dentro del libro. Quería sentir todo eso que pudo haber vivido y no supo aprovechar.

Conforme lo iba hojeando, vio una cuartilla que leyó con ese corazón que tan sensible se hallaba en esos momentos:

“VIVO SINTIÉNDOME ORGULLOSAMENTE MEXICANO

Cuando despierto, estoy lleno de energía, ya que, dentro de mí, llevo sangre de mis indios antepasados tan valerosos. Siento que nuestro linaje está tan entrelazado, que me transmiten su fuerza y su sabiduría tan reconocidas.

Mientras voy corriendo en las mañanas, admiro grandes obras, como si estuviera en una galería de arte, que son nuestros paisajes mexicanos, disfrutando de un clima tan hermoso que muchos países desearían tener.

Cómo me deleito en escuchar el gran concierto de los pajarillos al amanecer; oigo como si los padres regañaran a sus hijos por no dar buen testimonio; pongo mayor atención en como orientan a sus pequeños dándoles los valores más preciados que todo el oro amarillo, blanco, verde o negro de nuestro país. No falta el solfeo de un cenzontle que con orgullo canta al ver cómo ha cosechado todo el esfuerzo y tiempo que ha dedicado en poner en buena tierra a sus hijos.

Cuando me agito al correr, siento que mi sangre empieza a sentir uno de nuestros bellos bailables folclóricos tan aplaudidos, un día al son del jarabe tapatío, o tal vez al ritmo de la bamba tratando de entender qué es esa cosita que necesito tener después de una poca de gracia, como dice la canción.

De regreso, disfruto ver ondear la gigantesca bandera mexicana; por algo es la más bella de nuestro planeta. Cuánta fuerza me da el ver los ojos del águila llenos de adrenalina como los de cualquier madre tiene cuando atacan a sus hijos.

Llego a casa a saborear la gran variedad de frutas que tenemos; y qué decir de nuestra cocina mexicana, llena de diferentes y exquisitos sabores y colores. Por algo estamos entre los tres primeros lugares en la mejor gastronomía internacional.

Degusto mi música mexicana salpimentada con mariachi, cuyos sombreros son mágicos ya que, cuando nos los ponemos, nos enorgullecemos, al igual al ver la cara de alegría de los extranjeros cuando regresan a sus países y los portan.

Visto con las bellas prendas llenas de energía de las manos, de los ojos y de la creatividad que pusieron mis compatriotas hiladores en cada punto que hicieron para elaborarlas. Por algo se ven en las pasarelas internacionales.

Hago mis labores con entusiasmo y honradez sacando provecho de los dones que Dios me ha dado para cumplir mi buen propósito aquí en la tierra y, si se me presentan piedras en el camino, saco mi cincel y mi martillo y trabajo en ellas tomando la habilidad de mis hermanos artesanos y, así, formar huellas que dejaré aquí en mi México con un toque de ejemplo y admiración para mis futuras generaciones.

Cómo disfruto de mis amistades y seres queridos, de cuyos cuerpos salen moléculas positivas que entrelazamos con las que vamos tejiendo caminos de hermandad, de ánimo, de alegría, de apoyo, adornando el camino con lazos de la picardía que nos caracteriza.

Oro con esa fe no fingida por mi México para que salga adelante en las adversidades que se van presentando y, por qué no, también oro por las personas que obstaculizan el progreso de nuestro país para que recapaciten y se den cuenta de que la mejor satisfacción que pueden sentir ellos mismos es guiar todo su coraje a una buena actitud después de haber sufrido alguna crisis existencial. Esta herencia es la más valiosa que uno puede dejar, como lo ha hecho mi padre.

Me acuesto con esa paz que me da al saber que he puesto un granito de arena, procurando ponerla en una de nuestras paradisíacas playas que tanto disfruto con mi familia, para que mi país crezca.

Y duermo con una sonrisa en mis labios al sentirme orgullosamente mexicano”.

Roberto súbitamente cerró el libro y lloró con amargura pensando: “Cuánto daño he hecho. No he sabido valorar a mi país. Yo he sido uno de los causantes de que el águila de mi bandera tenga esa adrenalina en sus ojos cuando he atacado a su hijo: México. Y lo peor de todo: ¿para qué? No soy feliz, sigo vacío. He tenido de todo, pero me he sentido sin nada. Todo por un dinero que no enriquece, que no satisface el alma ni el ser, que son lo más valioso de nuestras vidas”.

“¿Por qué tomé estas decisiones?”, se preguntaba con arrepentimiento.

“Solo tengo una vida y no la supe aprovechar”, se recriminaba.

Recargó su espalda en la pared y se fue deslizando poco a poco hasta llegar al piso. Se sintió como polvo, se sentía moralmente desecho. “He hecho mucho daño, he sido uno de los causantes para obstaculizar el progreso de México. Y sí, efectivamente, hubo momentos en que reflexionaba y sabía que estaba haciendo algo indebido, pero nunca recapacité. Me dejé llevar por la pasión, por esos instintos que luchamos día a día. Quisiera volver el tiempo atrás y haber hecho otras cosas. No estaría en este lugar; a lo mejor me encontraría en una playa en otras circunstancias, disfrutándola tal vez con unos hijos, con una esposa que, al igual que yo, me comprendiera, me amara, me apoyara y que juntos entrelazaramos esa magia interna que inyecta vida, energía, paz. Las mujeres que conocí, bellas físicamente, se entregaban muy fácil, en esos momentos las buscaba por la necesidad que tenía de una compañía, no reflexionaba que no era un amor real, era solo pasión, no me daba cuenta que ellas solo se acercaban por interés, ese interés que, con tal de obtenerlo, son capaces de soportar lo que sea siempre y cuando reciban ese dinero que tanto anhelan aunque sean denigradas y dañadas física y psicológicamente. Ahora que me encuentro en la cárcel y sin nada, ¿se acordarán de mí? No, estarán con otras personas que le dan todo lo que yo les di. Qué vacía he hecho mi vida. ¿Cómo fui capaz de desperdiciarla? Esta única vida que voy a tener y todo, ¿para qué? Hasta ahora me doy cuenta que la herencia más valiosa en la vida es dejar una huella positiva a los demás que dure por siempre, no como los que ya trascendieron y uno los recuerda por el daño que dejaron.

Y yo, ¿qué puedo hacer para corregir mi vida?, ¿cómo voy a quitar todo el mal que he hecho? Sé que falta poco tiempo para permanecer aquí y me asusta pensar esto, saliendo, ¿qué va a ser de mí? ¿Hacia dónde me voy a dirigir? ¿Cómo puedo sanar todo lo malo que hice?”.

Roberto estaba desesperado. Sintió que se hundía en un pozo sin fondo, sin saber dónde agarrarse viendo al final el círculo de luz que cada vez se hacia más pequeño cuando, de repente, se abrió la puerta y vio que se acercaba el oficial Candelario y le dijo: “Te tienes que presentar con el director del penal ahora mismo”.

DECIDIR QUÉ RUTA TOMAR

6:20 de la mañana. Bip, bip, bip, suena un despertador. El brazo de una mujer emerge entre las sábanas, se estira para apagarlo.

Con pereza se levanta Marcia de la cama; se dirige, como sonámbula, al baño. Prende la luz y lo primero que ve es su imagen en el espejo. Se acercó a él. Notó como el tiempo pasaba, cada vez querían sobresalir más las arrugas que tenía al lado de sus ojos, las comisuras de sus labios se hacían cada vez más flácidos, ya en dos días iba a cumplir medio siglo de vida, no le preocupaba esto. Para ella esos pliegues eran signo de orgullo, ya que esto significa vivencia, sabiduría, madurez, respeto que hemos obtenido al caminar en nuestra vida.

A ella le daba ternura ver las arrugas de las personas; parecía como si se formaran facciones angelicales. Solo Dios sabía por cuántas pruebas habrían pasado.

Marcia se estaba preparando, ya que en quince días iba hacer ese maratón que tanto anhelaba, era una forma de festejar sus 50 años de vida.

Tomó su ropa deportiva, se cambió, así era como empezaba a disfrutar de su día. Agarró su bote de agua, su fruta, su toalla. Subió a su coche, prendió las luces, aún estaba oscuro.

En el camino escuchaba las noticias de la mañana.

—Ayer capturaron a un grupo de sicarios, tenían con ellos 100 rifles AK-47, 30 kg de cocaína…

Marcia no entendía cómo había personas que no alcanzaban a comprender todo el daño que causaban a la sociedad y a ellos mismos; pensaba que ellas, por todo lo que hacían, no podían disfrutar la vida, ellos se imaginan que teniendo grandes lujos iban a sentir satisfacción, llega un momento en que no saben qué hacer con tanto dinero. Tienen mansiones, coches, yates, joyas, mujeres, hasta felinos como mascotas y, a pesar de esto, no se sienten satisfechos, no pueden vivir una vida normal, no sienten paz, viven con miedo.

El obtener así el dinero no trae paz interior, esa paz que es la fuente máxima de la felicidad y la alegría, sino que trae más frustración, más sospechas, más ansiedad, a veces más celos y desconfianza.

Llegó al parque Tangamanga, cómo gozaba esa área de 411 hectáreas boscosas rodeada de lagos e inmensos árboles. Consideraba que ahí se encontraban los pulmones de la ciudad de San Luis Potosí.

Marcia se estacionó, se encuentra con sus compañeros corredores.

—Buenos días —dijo Marcia ajustando su chamarra.

—Buenos días —llegó el entrenador saludando a cada uno—. Bueno, hoy vamos a tener un entrenamiento ligero —todos estaban escuchando con atención mientras se movían para empezar a calentar—, ya que en quince días correremos el maratón de la ciudad para el que tanto hemos estado entrenando. Será trote suave; ustedes escogen la ruta que quieran. Si quieren ir por las tres fuentes o por donde está el avión.

Empezaron a trotar todos en grupo.

Marcia gozaba mucho esos momentos. Le gustaba hacer deporte, sentir el aire sobre su cara como una caricia, el ver tan bellos amaneceres. La impresionaban los cambios de colores del cielo mientras salía el sol, ver cómo los bordes de las nubes se pintaban de repente de un color rojo intenso, después pasaba al anaranjado, al morado, al rosa que va palideciendo hasta llegar al color blanco como si fueran algodones de azúcar que flotan en ese azul intenso tan característico. En octubre admiraba las lunas más hermosas del año; gozaba ver como cambiaban los colores de las hojas, de los árboles de un color negro a contraluz hasta una gama de color verde cuando llegan los primeros rayos del sol, ver cómo algunas flores empiezan a abrir sus pétalos, estirándose después de un relajante sueño.

“El arte verdadero solo se encuentra en la naturaleza”, pensaba.

Mientras corría, pasó por el avión azul Douglas DC 3 tan conocido en el parque. Recordó cuando su padre la traía desde niña, la llevaba a esta aeronave e iban a ver las películas que transmitían dentro de él. Qué agradable sensación la primera vez que entró, pensaba que en realidad iba a despegar cuando cerraban la puerta y empezaban a transmitir la cinta.

Un domingo, su padre la llevó a ver un filme. Cuando salió del avión bajando las escaleras, tomó la mano de él y mientras se iban retirando, lo observó volteando la cara sin soltarse de su mano.

Le preguntó:

—Papá, ¿este avión llegó a volar?

—Claro que sí, hijita, fue un gran avión —su padre, con ternura, le contestaba.

Lo veía de reojo y se preguntaba: ¿qué lugares habrá volado?, ¿quién sería el dueño del avión? Sea lo que sea, para ella era un símbolo del parque y lo disfrutaba mucho.

Siguió corriendo mientras pasaba el Douglas DC 3 con una sonrisa en la boca por tan gratos recuerdos de su niñez que le traían ese lugar.

Sentía cómo su respiración se agitaba, cómo el sudor corría sobre su frente. Terminando su recorrido, empezó a caminar para establecerse en su respiración. Cuando llegaron todos los corredores y empezaron a caminar alrededor, se acercó el entrenador.

—Atletas: estiren muy bien, recuerden que es muy importante después de cada entrenamiento para evitar lesiones posteriores. Ya acabamos nuestro entrenamiento. Les recuerdo que empiecen a hidratarse muy bien, dos o tres días antes, coman alimentos altos en carbohidratos y descansen para que su cuerpo esté preparado para el maratón. Recuerden que la carrera es dentro de dos domingos, a las 7 de la mañana es la salida. La meta será el avión.

Fue lo último que nos dijo el entrenador, tomamos nuestras pertenencias y nos fuimos a nuestras labores.

Marcia nunca se imaginó que la próxima vez que iba a regresar a ese lugar ese avión lo iba a ver con otros ojos, iba a tener las respuestas de todas las preguntas que se hizo de niña. Iba a conocer la verdadera historia de él.

DECIDIR QUÉ ESTACIÓN DE RADIO ESCUCHAR

—¡Balto! ¡Balto! Ya es hora de irnos. Ya son las 8 de la noche.

Por la parte de atrás del oscuro jardín sale apresurado como un fantasma un perro de raza springer de manchas cafés con blanco corriendo muy alegre. Se le movían las orejas largas muy graciosas como si también ellas manifestaran alegría, ya que sabía que lo iban a sacar de casa y esto lo disfrutaba mucho.

Era una noche en que se veían pocas estrellas ya que había una gran luna, se sentía un clima tan agradable que la invitaba a estar con ella fuera de su casa.

Abrió la puerta del coche y su mascota se coloca en su lugar destinado para él.

Arrancó el vehículo. Bajó las ventanas y Balto se acomodó en una de ellas, asomando su cara irradiando felicidad. Estaba muy agitado de la emoción por lo que traía la lengua de fuera.

Marcia tenía la costumbre de prender el radio para escucharlo mientras manejaba.

—A ver si encontramos buena música en el radio, Balto —le dijo Marcia.

“Soy infeliz porque no estás aquí…”, recitaba la canción.

—Ay, no, ¿qué es esto? —exclamó.

Cambia de estación de radio.

“Hubo otra balacera y los sicarios se dieron a la fuga…”.

“¿Y los padres de estas personas? ¿En dónde estaban ellos cuando más los necesitaban?”, siempre se cuestionaba.

Ellos no nacieron siendo malos.

Ser padres no es fácil, desde que nacen tenemos una gran responsabilidad en sus manos, debemos de estar atentos y en comunicación con ellos, con quién se juntan y qué hacen. Muchos jóvenes que están en la cárcel hubieran deseado que sus padres los hubieran disciplinado, a pesar de que en esa edad no les gustaba porque no lo entendían y renegaban tanto.

Marcia, como educadora, sabía cómo un niño era distinto cuando él recibía atención de los padres, se los veía desde sus expresiones, su forma de hablar, su forma de ver las cosas, de relacionarse, hasta en su capacidad intelectual.

Sí, hay varios niños que nacen con problemas genéticos, hereditarios, pero esos niños se pueden encaminar con un poco más de esfuerzo y ayuda profesional.

Muchos padres no quieren batallar y quieren que los maestros tomen la responsabilidad con su educación personal, al igual que la espiritual.

Ella veía en cada generación que pasaba que había menos lugar para lo moral. Sabía que se deberían de promover los valores humanos, los cuales se tienen que implementar día y noche, dentro de nuestras familias. Al igual que debemos prestar oído a la voz interna para tratar de incrementar o preservar la parte buena de la naturaleza humana, la idea de compartir con otro, de querer al otro.

Cada familia tiene el potencial para proveer buenos valores básicos; solo hay que usar la razón y el corazón.

Y también, ¿por qué no inculcarles desde niños el deporte? Es bueno que empiecen con una disciplina. Ahora los niños son cada vez más indisciplinados; ya no respetan ni a las personas mayores.

Volvió a cambiar de estación.

“Les ofrecemos grandes descuentos en la sección de…”.

—En esta estación, puros anuncios —replicó.

Presionó otro botón del aparato y escuchó:

—Sí, les voy a dar el testimonio de mi vida…

A Marcia le llamó la atención esta frase. Llegó a su destino, se estacionó, se acomodó en su asiento del coche afuera de la escuela de sus hijos mientras escuchaba. A su vez, Balto estaba muy a la expectativa a que los alumnos salieran para reconocer a sus grandes amigos.

Era una noche tranquila. Marcia no recordaba que sus hijos le habían informado que iban a salir más tarde. Pero en lugar de enfadarse, se alegró, ya que tuvo el gozo de escuchar esta historia, nunca se imaginó que iba a hacer inspiración para escribir este libro.

DECIDIR QUÉ MATERIA ESCOGER

Mi niñez la viví en un estado del norte de México. Mi familia era muy reconocida por el éxito del trabajo de mi padre y por lo caritativa que era mi madre. Ellos me inscribieron en uno de los colegios más reconocidos de la ciudad; era una escuela que tenía la más alta tecnología del país. Yo tenía 15 años; en ese tiempo empezaban a comercializar las computadoras. Nos daban a escoger, entre otras materias, la de computación, la cual yo tomé.

Fue tanto mi gusto por esta materia que la aprendí rápidamente. Sentí que tenía habilidad para esto; nunca me imaginé en qué forma me iba a beneficiar esta decisión años después.

Me llevaba muy bien con mis amigos, muchos teníamos algo en común: ese sentimiento de soledad tan característico que uno refleja cuando los padres son ausentes.

Mis padres fueron muy buenos, pero sentía que no existía esa comunicación por todos sus compromisos que tenían. Parecía que tenían contados los minutos para platicar conmigo.

Vivíamos en una casa muy lujosa con pisos de mármol de diferentes colores que formaban elegantes diseños. En las áreas principales había tapetes marroquíes y adornos de todas partes del mundo. Cuando entraba, llegaba ese olor tan peculiar que lo daba el cedro que estaba labrado en cada rincón. Tenía un comedor muy grande, el cual muchas veces se utilizaba en las grandes fiestas que se organizaban. Había una alberca forrada de mosaicos chicos de diferentes tipos de color azul, los cuales formaban dibujos de sirenas. Este lugar era mi preferido, ya que disfrutaba nadar y más cuando invitaba a mis amigos y nos pasábamos muchas horas jugando sin sentirlas. Desde este lugar tenía una vista al gran jardín, en donde frecuentemente se organizaban carnes asadas.

Yo, al ser hijo único, me hicieron un cuarto inmenso. Contaba con un televisor, toda clase de juegos que estaban de moda, instrumentos musicales, raquetas, pelotas de diferentes deportes, había armarios grandes donde guardaba tanta ropa que algunas veces ni me acordaba que existían y cuando me las ponía ya no me quedaban.

Parecía que lo tenía todo, pero esto no me daba felicidad, sentía insatisfacción.

En las tardes gozaba trabajar en la computadora que me regalaron en Navidad.

Siempre en este día, cuando bajaba a ver los regalos que estaban en el árbol, me encontraba con dos grupos, uno de los que me daban mis papás, donde había todo lo que había pedido, y el otro era una montaña de regalos de los más sofisticados y difíciles para conseguir. Cada año para mí era un misterio, ya que no sabía quién me los enviaba, era un secreto que siempre mis padres guardaban, cuando les cuestionaba, ellos bajaban su mirada, se les reflejaba una tristeza tan profunda que decidí no volver a preguntar.

Me cuestionaba: ¿quién será esa persona? ¿Por qué me los envía a mí? ¿Yo qué significo para él o ella? ¿De dónde obtuvo estos juegos electrónicos que no conocía? ¿Lo habré visto algún día? ¿Por qué me los envía si no lo conozco?

Todas estas preguntas se me esfumaban cuando gozaba de ellos.

Una Navidad, en ese grupo de regalos tan misteriosos, encontré una computadora. En ese tiempo era muy difícil conseguir una de ese diseño tan especial. Era una máquina con una tecnología poco vista.

Especialmente en esa ocasión les insistí más a mis padres, al grado de exigirles, que me dijeran acerca de esta persona tan generosa y cuál era el motivo para que él me diera este tipo de regalos; pero, como siempre, no tuve respuesta, me enfadé con ellos, les grité y hasta llegué a insultarlos de desesperación. Me fui a mi cuarto y me sentí más solo que nunca. Al darme cuenta de que mis papás me ocultaban algo, hacía que no confiara en ellos.

Se hacía cada vez más grande la distancia entre nosotros. Yo quería estar con ellos más tiempo, jugar, hablar, estudiar juntos. Sin embargo, pocas veces podían. Pero ahora, por lo que he pasado en mi vida, ya alcancé a entender por qué me ocultaban la verdad acerca de estos regalos, verdad que nunca me hubiera gustado haber conocido.

DECIDIR A CUÁL AMIGO HABLARLE

Cuando llegué a mi cuarto sollozando porque no me quisieron responder las preguntas que les hacía cada año, me tiré a mi cama pensando que en poco tiempo se iba a abrir la puerta y que iban a entrar mis padres para consolarme o decirme ese secreto. Pero no fue así: tenían un compromiso. Oí cuando Raymundo, el chofer, puso en marcha el coche y los dos se subieron a él. Tenían tanta prisa que ni siquiera tuvieron tiempo de despedirse. Les había quitado un poco de su tiempo al hacerles esas preguntas…

Me acosté bocarriba. Miré todas las estrellas y planetas fosforescentes que tenía en el techo de mi cuarto. Tenía ganas de estar con alguien, pero todos mis amigos estaban con sus familiares o con sus hermanos, y yo no tenía a nadie.

Mientras pensaba, recordé que un día, saliendo de la escuela, Ramón, mi compañero de clase tan misterioso, se acercó a mí, me enseñó un pequeño bulto que tenía adentro de su calceta, me dijo que era algo que me iba a gustar probarlo, ya que me sentiría muy bien; iba a tener momentos de relajación. Se dio cuenta de que quería saber más, por lo que me dio una tarjeta, la cual guardé.

Desesperado, abrí mis cajones moviendo y sacando todo para encontrarla; mis armarios los abrí para buscarla en algún lugar, sin tener éxito. Tenía que encontrarla, busqué entre los libros, adentro de la mochila, en las bolsas de mis abrigos. Quería saber de qué se trataba. Lo necesitaba.

Después de mucha búsqueda, logré encontrarla, la sostuve en mis manos y me vino una mala sensación, por lo que la tiré y busqué a otro amigo por teléfono para ver si lo encontraba, pero no tuve éxito. Me volví a acostar. Estaba desesperado. Escuchaba a lo lejos canciones navideñas y las voces de nuestros vecinos que se juntaban con sus familias; las risas de los niños, el ladrido de un perro que jugueteaba.

Agarré uno de los libros de Historia universal que tanto disfrutaba.

Pero no pude más, tomé la tarjeta. Sin pensar con detenimiento, descolgué el teléfono y le hablé a ese amigo que se me hacía tan extraño. Marqué su número. Esperé en la bocina pensando que no lo iba a encontrar.

—¿Bueno? —se oyó una voz somnolienta.

—Hola, Ramón.

—¿Quién habla? —lo dijo con desconfianza.

—Soy Roberto, tu compañero de la escuela.

—Ahhh, sí. Sí, te recuerdo.

—Pensé que por la fecha no te iba a encontrar —le comenté.

—No, aquí estoy. Me da mucho gusto oírte, qué bueno que me hablaste. Estoy solo en casa.

—Quisiera hablar contigo —le dije con un tono un poco desesperado.

—Claro, para eso están los amigos. ¿Deseas que vaya a tu casa?

—No, no, yo mejor voy a la tuya. —Anhelaba salir; no quería estar ahí.

Llamé al chofer y le indiqué hacia dónde se dirigiera.

Cuando llegamos, vi que era una casa con una reja muy alta; el jardín estaba seco y descuidado; los árboles se veían tristes, de color café. Había muchas hojas tiradas.

Presioné el timbre. Salió corriendo un perro rottweiler color negro, grande y gordo. Con trabajos por su peso se abalanzó a la reja ladrando, me mostró sus dientes enseñando sus grandes colmillos como amenazándome, estaba recargado en la reja sobre las dos patas, sin dejar de ladrar. Tenía en su grueso cuello un collar negro con puntas metálicas.

—¡Whisky! ¡Whisky! ¡Ya cálmate! —le gritó Ramón al perro.

—¡Soy Roberto! —le grité sin acercarme a la reja por temor.

—Pásale, pásale. —Agarró al perro por la correa y abrió la puerta.

Pasé con desconfianza y miedo que se le fuera a soltar, entré a su casa. Ya adentro lo soltó. Ramón se dirigió a mí y me dijo, dándome un abrazo:

—Roberto, no sabes qué gusto me da verte y más al saber que pensaste en mí. Como ya te había dicho, quiero que sepas que cuentas conmigo para lo que quieras. Tenme confianza —me dijo mientras ponía su brazo sobre mis hombros y caminábamos rumbo a su cuarto.

Su casa estaba sola, a excepción de su perro. Era una casa un poco oscura; las cortinas amarillas estaban cerradas, no tenía adornos, ni cuadros, ni flores. Solo tenían lo más esencial para vivir.

Me llevó a su cuarto. Era muy grande. Había solo una cama desarreglada, encima de ella tenía desde ropa arrugada, libros aventados, mochilas abiertas, una lata de refresco vacía. En las paredes tenía pósteres de grupos de rock. Escuchaba una música que me lastimaba mucho los oídos no solo porque tenía la bocina muy fuerte, sino que no me sonaba a una melodía, eran solo ruidos y gritos que no distinguía lo que decían, y llegaba un momento en que dolía la cabeza. Le bajó al volumen.

—Roberto, no sabes qué gusto me da verte —lo dijo con una rara expresión.

—Vengo a visitarte porque un día me comentaste…

—Sí —me interrumpió Ramón, contestando con seguridad, como que sabía por qué lo buscaba.

—¿Sabía lo que le iba a decir? —me cuestioné, mientras me sentaba en su cama, moviendo unos libros para tener espacio.

—Sí, Roberto, recuerdo que te dije un día que conmigo ibas a sentirte bien, ya que tengo algo que te va hacer feliz.

Estiró su brazo para sacar una llave en la parte de arriba de su librero, se le subió la playera y se asomó un tatuaje de una calavera en la parte baja de la espalda. Sentí miedo.

Sacó de un armario que estaba bajo dos cerrojos unos cigarros. Yo ya había empezado a fumar a escondidas de mis padres, y sí, me daban un placer momentáneo, pero no me daban esa felicidad que tanto me prometía Ramón.

Cuando los acercó, los vi diferentes y al olerlos fue un aroma que nunca había olido.

—No, Ramón. Yo ya he fumado varias veces, no me ofrezcas cigarro.

—No: este cigarro es diferente a todos los que tú has fumado. No temas, solo inhálalo y verás que te sentirás que flotas. Sentirás un bienestar tal que no querrás dejarlo —me lo dijo con un tono de desesperación.

Percibí que no era algo bueno. Tenía ganas de salir corriendo, pero ¿dónde? Con pensar que me estaba esperando afuera ese perro que parecía satánico, no podía hacer otra cosa más que quedarme. Me sentía encarcelado, Ramón cada vez me presionaba para que fumara. Me dio mucho miedo y no sabía qué decirle para salir de esa situación que tanto me incomodaba, por lo que le dije:

—Oye, si dices que son tan maravillosos, ¿en cuánto salen estos cigarros? Porque no traigo dinero y deben de ser muy caros —deseaba me dijera que regresara después.

—No, hombre. Tú no te preocupes: este te lo regalo. Si quieres más, ya te los cobro, pero no te mortifiques: lo que importa es que los pruebes para que tú solo te des cuenta de que no es mentira lo que te estoy diciendo —se acercaba cada vez más hacia mí.

Tomé el cigarrillo, lo puse en la punta de los labios de mi boca con temor. Ramón rápidamente prendió un encendedor como si tuviera mucha prisa de hacerlo. Hice mi primera inhalación.

—Inhálalo profundamente y con suavidad para que sea más efectivo —me dijo Ramón como con súplica.

Y así lo hice. Empecé a sentir que el cuarto se transformaba; como que yo estaba y no estaba dentro de mí. A Ramón lo veía muy lejos, con una gran sonrisa en su cara, como si hubiera atrapado a una presa. Volvió a subir el volumen de su música y puso sus manos en posición de tocar una guitarra real. No podía pensar, solo sentir; como si estuviera en otra dirección. No podía reaccionar ante nada, no me sentía solo. Sentía que me acompañaba alguien, pero esas personas no eran como nosotros; eran personas distintas a mí. Aunque sabía que eran extrañas, no me daban miedo. Al sentir eso fumé una y otra vez hasta que el cigarrillo se terminó.

Sentí una realidad que no existe.

Después de un rato regresé a mi vida real. Estaba Ramón al lado; seguía con su música fuerte y, con un gran gozo, se acercó a mí y me dijo:

—¿Verdad que no te mentí? Cuando quieras volver a sentir lo mismo, vuélveme a llamar. Pero recuerda que el primer cigarrillo era gratis; los siguientes ya tendrán un costo. Vente, amigo mío. —Me abrazó—. Tú sabes que cuentas conmigo.

Cuando llegué a casa y entré a mi cuarto me sentí más solo que antes. Percibí la necesidad de regresar con Ramón, pero ya era noche y la servidumbre tenía órdenes de que yo no saliera después de las 10.

A partir de entonces fui un gran “amigo” de Ramón. Cada vez que iba con él ya no se expresaba con tanta amabilidad como lo hacía en los primeros días que iba a su casa. Es más, había días en que lo buscaba desesperado y no lo encontraba, a pesar de que al principio estaba muy al pendiente de mis llamadas. Ahora tenía que esperarlo mucho tiempo, sabía que me iba a quedar en lo que él regresaba después de ir en la búsqueda de nuevos “amigos”.

Cómo me hubiera gustado que mis padres me hubieran hablado acerca de las drogas, del daño que estas causan. Cuánto dinero derroché con Ramón por solo uno de sus cigarrillos. Me empecé a sentir preso de él.

DECIDIR JUGAR CON LA BOTELLA

Los días, semanas y meses pasaron. Cada día sentía más la necesidad de visitar a Ramón.

Empecé a bajar mis calificaciones, no retenía igual mis estudios. La vida la veía distinta, mis intereses eran diferentes. Siempre me veía como un gran empresario; ahora me daba igual serlo o no.

Mis padres no se daban cuenta de lo que me estaba pasando ya que los veía poco, lo que me daba temor era que Raymundo —mi chofer— percibiera que me estaba haciendo adicto a la marihuana, pero como me estaba volviendo experto en esto, sabía cuánto tiempo esperar para que él me recogiera y no viera algún signo distinto en mí.

Ramón llevaba la droga dentro de su calcetín. Llegaba a la escuela, se levantaba el pantalón mostrándonos el bulto y emitía una sonrisa maliciosa. No sé si algunas veces hacía como que no le surtían para que le compráramos más al saber que tal vez iba a tardar tiempo en volver a tenerla.

El costo se elevaba cada vez más, muchas veces no me alcanzaba, llegué a robarles a mis padres, sabía dónde escondían el dinero, tomaba poco para que no se dieran cuenta. Incluso en una ocasión le robé a mi mamá una sortija que según yo no se iba a dar cuenta ya que veía que casi no la ocupaba, pero al notar que no estaba, terminó despidiendo a la empleada que nos ayudaba a pesar que tenía muchos años con nosotros. Ella tenía que mantener a toda una familia junto con su padre discapacitado. Yo no tuve la fuerza de explicarle a mi madre que yo era quien se lo había robado.

Ya no convivía con los compañeros de antes, ahora mis “amigos” eran los que también eran dependientes de la marihuana como yo, incluso en muchas ocasiones nos juntábamos para drogarnos.

En una ocasión nos reunimos porque Ramón nos iba a dar una muestra de otra droga que era mejor que la marihuana. “Ya debemos cambiar a otra más fuerte, no sentir siempre lo mismo”, decía.

Nos encontrábamos en la casa de él. Whisky ya nos conocía muy bien a todos. En esa ocasión éramos seis compañeros reunidos en su cuarto.

—¡Taraaaán! Les voy a mostrar mi nueva adquisición, sé que la van a disfrutar —nos dijo Ramón mostrándonos una pequeña bolsa que tenía en su mano levantada.

En un momento sentí miedo al ver su sonrisa. Podía retirarme, pero si lo hacía, mis “amigos” me odiarían, se burlarían, por lo que decidí quedarme. Además, tenía mucha curiosidad.

Ramón nos acercó la pequeña envoltura de plástico que empezó a desenvolver, todos estábamos absortos para ver que había dentro de ella, cuando terminó vimos unas bolsas con un polvo blanco.

—¿Qué es esto? —le dijo Fernando—. ¿Esto también se fuma?

—Ja, ja, ja, ja —rio Ramón—. Qué poco sabes de estas cosas. Yo estoy a la vanguardia de esto para que ustedes se sientan “bien”. Esta cantidad es más que suficiente para todos.

—¿Para todos? —contestó Juan—. Por una parte, qué bueno, porque así ocuparemos menos y nos costará más barato, yo ya no sé de dónde sacar dinero, ya he vendido muchas cosas mías, más bien casi las regalo con tal y que me den algo por ellas.

—Bueno, sí se ocupa muy poco —dijo Ramón—, pero es de tan buena calidad que aumenta el precio.

—¿Cómo? ¿Más cara? Yo ya no puedo pagar más. Un día llegué a robar la cartera de mi tío, que aprecio tanto, para sacarle dinero —comentó Álvaro.

—Pues cuando pruebes esto, valdrá la pena conseguir dinero de donde sea, es más, muchos artistas, ya sean cantantes, pintores, escritores, actores, entre otros, lo ocupan para trabajar.

—Ah, entonces no es dañino, porque con la marihuana ya no puedo estudiar igual —lo dijo Fernando, ilusionado.

—No preguntes por lo dañino: fíjate en el gozo y el placer que vas a recibir.

Todos estábamos absortos en todo lo que nos decía. Sentíamos una gran curiosidad mezclada con miedo.

“Si no me gusta lo que voy a probar, le sigo con la marihuana”, pensaba, ignorando que esa sustancia era altamente adictiva desde el primer momento.

—Oye, pero ¿cómo la vamos a fumar? —preguntó Gerardo.

—¿Fumar? No, hombre. Eso es cosa del pasado. Esto se inhala.

—¿Se inhala? Pero ¿cómo vamos a inhalar ese polvo?

—No se preocupen; yo les voy a explicar paso a paso. ¿Quién quiere ser el primero?

Nos quedamos viéndonos unos a otros; nadie se animó a ser el primero.

—No tengan miedo, no pasa nada. Lo que vamos hacer es sentarnos formando un círculo, ponemos una botella en medio, la giro y en quien se detenga la punta, será quien lo inhale primero.

Aceptamos. Nos sentamos en el piso. Nos mirábamos unos a otros con susto. Ramón giró la botella. Observamos como se iba parando poco a poco, cuando veía que se acercaba a mí, mi corazón se aceleraba cada vez más. Cuando lo hizo, la punta se quedó señalándome como si me estuviera acusando.

Todos emitieron una carcajada apuntándome con el dedo.

Sentí gran miedo.

Ramón llegó con un pedazo de vidrio, puso un poco de ese polvo blanco, lo dispersó con una navaja para que estuviera más pulverizado. Me lo acercó sarcásticamente.

—Mira, tápate una fosa nasal y haz una inhalación —dijo Ramón, sonriendo.

Sentía la mirada de todos sobre mí, hice lo que me indicó Ramón, representando valentía, pero tenía tanto miedo que hizo que mi sensación humana se hiciera más aguda.

Al hacer la inhalación empecé a sentir que estaba suspendido sin ningún soporte; me movía libremente, ligero, una sensación de falta de gravedad como lo sentía en la alberca, pero aquí sí podía respirar. Oía a lo lejos las voces de los demás que decían: “¿Qué sientes? ¿Qué sientes?”. Mis sentidos empezaron a cambiar de funciones. Vi por la ventana como la savia de las hojas circulaban como la sangre en nuestras venas, escuchaba que las mariposas y las flores cantaban. Olían los colores, oía los aromas, no tuve noción del tiempo.

Cuando empecé a regresar a la vida real, sentí que descendía de las alturas muy suave como una pluma. Empecé a percibir como que un temblor de tierra hubiera sucedido sin que yo me diera cuenta, ya era de noche, ninguno de mis compañeros estaba ni siquiera Ramón. Sentí dolor en la fosa nasal donde hice mi inhalación, tenía mucha sed por mi gran resequedad en la garganta, pero lo que más sentí fue una gran ansiedad, ansiedad que nunca antes había sentido.

Al poco tiempo llegó Ramón. Con agresividad le reclamé el que me haya dejado solo.

—No estabas solo; estaba recibiendo una mercancía. ¿Qué tal tu experiencia? Increíble, ¿verdad?

No quise responderle; solo le pedí su teléfono para que Raymundo me recogiera.

Al llegar a casa, me sentía una persona rara, una persona extraña en su propio hogar, no tenía apetito, no tenía sueño, no recordaba exactamente lo que había pasado, sentí dolor en mis piernas, cuando me quité el pantalón me impresionó lo que vi.

Al día siguiente amanecí enfadado, sentía un gran enojo con muchas personas, ese sentir nunca lo había tenido, tenía ganas de pelear, de discutir, de ofender. No podía dominarme a mí mismo; solo veía cómo los empleados de la casa me miraban con temor.

Al ver a mis compañeros que estaban cuando hice mi primera inhalación, me dirigí hacia ellos reclamándoles porque se habían ido.

—¡Son unos miedosos! —les grité enfadado.

—No, Roberto: nosotros no nos fuimos. Ramón nos sacó.

—¿Cómo que los sacó?

—Sí. Empezaste a gritar que te quitaran las arañas que tenías en las piernas; tomaste un cuchillo y, en ese instante, Ramón nos sacó del cuarto.

Cuando me dijeron esto, supe por qué tenía tantas heridas en mis piernas.

Ese día Ramón no había asistido a la escuela; creo que lo hizo para evitar un enfrentamiento.

A partir del día que tuve esa experiencia, mi vida cambió; la veía distinta, sufría de depresiones y pensamientos suicidas, tenía un sentimiento nuevo dentro de mi ser, mi mente decía que no debería de seguir drogándome, pero mi cuerpo me pedía que siguiera, llegó un momento que me lo exigía a costa de lo que fuera.

Nada de este sentir se compara a la belleza de la vida real, el amar y ser amado. Cuando inicié en esto, en lugar de mejorar las cosas, las empeoré.

Estaba destruyendo mi única vida drásticamente; esto lo comparo como cuando veo que estamos destruyendo violentamente nuestro único planeta. Me estaba envenenando a mí mismo como lo estamos haciendo con nuestro mundo.

Qué gran error la decisión que tomé ese día. Empecé a cavar mi propio pozo en donde caí al vacío, sentía que volaba ignorando que me dirigía hacia la muerte. Nunca pensé que el decidir jugar a ese juego y el experimentar esa curiosidad iba a arruinar mi vida.

DECIDIR ESCUCHARLA CONVERSACIÓN

Una tarde iba camino a la alberca con mi traje de baño y mi toalla sobre el hombro cuando escuché que mi padre hablaba por teléfono, como siempre lo hacía en el poco tiempo que estaba en casa.

Al pasar por el estudio, me llamó la atención que mi padre conversaba en una forma poco usual; estaba alterado como nunca lo había escuchado. Se me hizo muy extraño, por lo que decidí acercarme a oír. Me dirigí a la puerta, que estaba entreabierta.

Mi padre estaba exaltado. Me asomé sigilosamente y vi que mi madre estaba sentada en una silla al lado de él, con cara de desesperación.

—No, Nemesio: no le puedo decir esto a Roberto. No es prudente que me esté hablando… Sí, sé su situación… Perdóneme, pero no puedo hacer lo que me pide… Nosotros aceptamos el compromiso siempre y cuando ustedes nos respetaran lo que acordamos.

Mi madre se veía muy nerviosa y desesperada y le decía a mi padre:

—Dile que nos respete. Han pasado 15 años, ¿por qué ahora quiere quebrar lo que acordamos? ¿Por qué ahora que han pasado tantos años?

Mi padre, ya desesperado, le gritó:

—¡No me vuelva a hablar! Trato de entenderlo, pero usted también entiéndanos. Mejor no salga de Tancuayalab. No se le ocurra venir. Es más: Roberto ignora que tiene un abuelo.

Cuando escuché esto me quedé paralizado.

Mi padre colgó el teléfono con fuerza. Estaba furioso; nunca lo había visto así. Abrazó a mi madre, que estaba sollozando.

—No te preocupes, Nemesio no va a venir. Tranquila, tranquila. —Pero el rostro de mi padre no irradiaba tranquilidad.